Este es un testimonio hondo que clama por el perdón entre los mundos, asume la defensa de la descendencia de esclavos víctimas de la trata negrera, proponiendo recordar y mantener en la memoria no solo a los esclavos, sino también a los taínos. Clama por un despertar para que las nuevas generaciones interactúen más con África, ahora que todo es más cerca gracias a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. La trata negrera, la esclavitud, la deportación de miles de seres humanos de las costas de África hacia las de América y del Caribe son un acontecimiento histórico y político que motiva una reflexión a todo intelectual, a todo hombre y mujer de conciencia.
He pasado horas enteras de mi niñez y de mi juventud obsesionado por la forma, la manera en que se sacaron de los reinados de África tantos hombres y mujeres para entregarlos, ya encadenados, ya maltratados, a mercantes anónimos, incultos y feroces. En la ciudad de Jacmel, en el suroeste de Haití, he conocido muchas personas ancianas, hombres y mujeres de más de 90 años, que sabían que eran descendientes de esclavos traídos de Dahomey, Gui-nea y Senegal. Hablaban de lo que les habían transmitido sus abuelos, el viaje, el mar; siempre se hablaba de ese mar interminable para llegar a un lugar sin nombre.
Era impresionante oír todas esas historias de los ancianos en un tono de voz tranquilo, sereno. Alguna vez hasta me sorprendí al observar una luz de orgullo y dignidad en los ojos conmovidos de las ancianas, que recordaban todo lo que sus abuelos y abuelas les cantaban y contaban de los años de la esclavitud. La tradición oral de Haití nos ha permitido mantener toda esta memoria que la gente del pueblo sabe transmitir con la palabra y el canto.
Adolescente, caminé por todos los caminos y senderos de los cerros y los pocos llanos que rodean mi ciudad natal de Jacmel. Siempre ocurría que imaginaba esas tierras habitadas y trabajadas por esclavos; a veces, sentía y oía la multitud de voces y de lenguas intentando oírse y entenderse, lo que me asombraba y fascinaba.
Nos dejaron las palabras
La lengua, la palabra, son para mí el gran misterio, por eso mi fascinación por el creole de Haití. Esta lengua inventada para construir la resistencia, para comunicar la rebelión, una lengua transmitida de boca en boca para llevar el mensaje de la sublevación y de la dignidad.
Es en creole que heredé, que recibí la memoria de mi pueblo, es en creole que mis abuelos y padres me transmitieron mi esencia y mi haitianidad. Soy muy consciente y siento un orgullo sin par por esa lengua heredada y recibida de generación en generación. El hecho que escriba en francés nunca ha borrado en mí el reconocimiento y la valoración histórica y social de la lengua creole. Hablo el creole desde siempre y mantengo con este idioma una relación tan profunda como con mi haitianidad; esto está por encima de todo, por encima del exilio y el destierro, porque si bien he tenido que salir físicamente de Haití, toda mi esencia sigue allá… Yo nunca dejé Haití, a mí me deportaron en un viaje contrario.
Lo más intenso de una vida es enfrentar sus circunstancias, mi conciencia de ciudadano del mundo está ligada a esa primera historia de afrodescendiente, siento que esto es también una fuerza, una referencia particular y excepcional, por esa energía que me da pensar que soy descendiente de Dessalines. Lo soy por genealogía, pues uno de mis tatarabuelos fue su primo hermano.
Jean-Jacques Dessalines, el gran libertador, no solamente de los negros esclavos, también el gran constructor de las independencias, el gran estratega militar y el amigo de Latinoamérica. Pues esa aventura humana de liberación de la esclavitud que Haití entregó al mundo es la fuerza que hoy día nos habita a todos los haitianos tan golpeados por las circunstancias y la política. Estamos de pié y seguimos gracias a esa fuerza recibida por los descendientes de esclavos y los forjadores de la primera república negra liberada del sistema de explotación esclavista.
Yo no podría ser escritor sin esa referencia y mi obra se nutre de Dessalines, de Toussaint Louver-ture, de Dutty Boukman, de Lé-ger-Felicité Santhonax, todos han contribuido a la construcción de la liberación y de las independencias de América. Mi obra no puede ser sin esta historia, pero también puede servir a muchas historias más. Lo he dicho en varias ocasiones, en conferencias internacionales, en congresos: el pueblo de Haití y los creadores, escritores, pensadores haitianos no podemos ser fuera de nuestro encuentro fundador del sermón del houngan Boukman en el Bois-Caïman.
Es una referencia fundamental en nuestra existencia como nación. Muchos historiadores y críticos se han preguntado sobre la veracidad de esta juramentación de los seguidores de Boukman en Bois-Caïman, pero para nosotros es un hecho incuestionable que pertenece a nuestros mitos fundadores. El Bois-Caïman es un compromiso secular del pueblo de Haití con sus principios emancipadores y su fidelidad a los dioses africanos, somos una comunión espiritual con el panteón de nuestros ancestros y aunque practiquemos o no el vudú, sentimos un lazo espiritual con África, somos la única nación que sentimos esa espiritualidad, por tal razón nuestra relación con el continente africano va más allá del nexo con la esclavitud y la trata, sabemos que somos hijos de toda una civilización y de una filosofía, por tal razón siempre hemos mantenido relaciones coherentes con África. Muchos de mis compatriotas regresaron a África en los años cuarenta y cincuenta, huyendo del duvalierismo y este retorno fué como un regreso a casa. Por eso, muchos profesores, maestros, técnicos, médicos, contribuyeron en el desarrollo del continente africano en los años de las independencias, entre 1950 y 1960.
El diálogo con el continente africano no se ha detenido nunca. Nuestra relación es ancestral y contemporánea. Nuestra relación es natural, es una comunión de valores. Todavía en la actualidad hay grandes artistas que siguen viviendo en África, sobre todo en Senegal; la gran actriz Jacqueline Lemoine es un ejemplo relevante, ella fue toda su vida la actriz más importante del Theatre Sorano de Dakar y sigue viviendo allá a sus 96 años, respetada y adulada por todas las generaciones de ese país, que saben que es haitiana y que la consideran como perteneciente al desenvolvimiento de la civilización africana en el mundo.
Hermanos, hermanas
Pero mi pertenencia va más allá del continente. Nuestra coherencia de primer pueblo negro liberado de la esclavitud y del colonialismo nos hace hermanos de toda la comunidad afroamericana y afrocaribeña. Cuando escribo mi antología poética sobre las grandes figuras negras de América y del Caribe, es para mí una manera lógica de rendir un homenaje a todas las figuras que han contribuido a hacer avanzar el pensamiento humano.
Ángela Davis es más que una mujer negra, es una figura que democratizó la sociedad de América del Norte, una figura progresista, con una dialéctica universal que pertenece a la historia. La honro en mis versos, celebro el pensamiento de una afroamericana que abrió las puertas de la paz, honro un luterano convencido por la convivencia cívica.
Con todo esto quiero decir que somos herederos de una gran dignidad y digo, sin soberbia, que nuestra fuerza como afrodescendientes consiste en seguir contribuyendo con la humanidad por la paz entre los pueblos y las culturas. Lo que me parece fascinante en estos principios del siglo XXI, sobre todo a través del conjunto de las celebraciones que se hacen en una gran diversidad de naciones, es poder enriquecernos de todos los aportes de los afrodescendientes en el mundo y hacer de esos aportes una etapa de reflexión para el conjunto de la humanidad.
Lo más interesante es la gran lección de paz y de reconciliación y perdón que tanto Martin Luther King como Nelson Mandela han ofrecido al mundo. Ese perdón significa, para mí, un aporte fundamental, un elemento humanístico y espiritual que trasciende y unifica el conjunto de la humanidad, son gestos civilizadores que nos vienen de aquellos que fueron los golpeados, los torturados, los escupidos y los flagelados. Es un perdón que eleva el ser humano más allá de su sus orígenes y de su condición social.
Los afrodescendientes son los pacificadores y los constructores del diálogo que comenzó en el siglo xx y continúa en la actualidad. Nos toca a nosotros, hijos de África dispersos en las diversas diásporas, tomar la palabra de nuestras historias particulares, hacerlas viajar por el mundo para agrandar el conocimiento de la humanidad.
Mi negritud
Ahora bien, mi negritud, como descendiente de la esclavitud, la comparto con todos los hombres y mujeres que han comenzado acciones de emancipación y libertad. Entiendo que nuestra historia es solidaria y reivindicadora ejemplar de reconciliación.
Si me siento heredero de Dessalines, de Boukman y de Toussaint, también me siento descendiente de todos los indígenas desaparecidos en nuestra isla después del gran genocidio, por eso soy hijo también de Bohechío y de Anacaona; siento una solidaridad histórica y moral por todas las culturas autóctonas.
Con mi obra de teatro Anacaona pude expresar estas ideas, pues nosotros afrodescendientes de Quisqueya tenemos una historia que debemos reforzar en nuestra educación frente al futuro y para las nuevas generaciones. Nosotros llegamos aquí después del gran incendio, somos también los herederos de todos los caciques que batallaron contra el invasor.
Desde muy temprana edad también entendí que era hermano de Caonabo y Bohechío y de todos los descendientes de los pueblos precolombinos. Siento mi africanidad totalmente compartida con los primeros habitantes de Quisqueya. Como escritor me apasiona el encuentro entre estos pueblos, sueño muchas veces ese encuentro y no puedo resistirme a pensar que es muy posible que los indios y los africanos pudieron tener una comunicación que todavía desconocemos… Por eso tuve que escribir la obra de teatro donde las dos civilizaciones se encuentran a través de la resistencia y del cimarronaje. Yo creo que tenemos que seguir investigando y conocer más nuestra historia particular dentro de la historia general del Caribe.
Vale también buscar la manera para que en África nos conozcan a través de todos nuestros matices, pues lo más importante es que las nuevas generaciones se conozcan más y creo que la dinámica está abierta. Hoy día los jóvenes comunican con nuevos recursos tecnológicos que les permiten intercambiar con mayor eficiencia.
Sin embargo, nos toca a los mayores transmitir esa memoria para el futuro, porque la afrodescendencia nunca se limitará a un concepto exclusivo ni a una única definición, irá tomando los matices del futuro y se enriquecerá con los aportes renovados por cada generación. La afrodescendencia pertenece y ocupa un gran lugar en la historia y en el futuro de la humanidad.
Ahora bien, vale aclarar a las nuevas generaciones que les toca evitar que vuelvan a suceder hechos como la trata negrera, laesclavitud y sus consecuencias. El racismo es una amenaza constante y todavía hoy por encima de todas las luchas históricas, tanto en África como en el Caribe y en toda América, siguen apuntando situaciones raciales que nos enfrentan y a veces encontramos situaciones sociales en nuestras islas pero también en Estados Unidos, sobre todo en los estados de grandes mayorías afroamericanas, estratificaciones sociales donde los que tienen menores recursos son la mayoría de las veces los hijos, los nietos y los bisnietos de los afroamericanos.
La igualdad de derechos tiene que convertirse en una realidad en las prácticas socioeconómicas. Cuando pensamos en derechos queremos hablar de dignidad, queremos terminar con los guetos, con las comunidades desfavorecidas, y romper muchas fronteras que dividen a los ciudadanos según su raza, su origen y su estatus social.
Soluciones ante Luther King
El sueño de Martín Luther King tuvo su fuerza y su razón de ser. Ahora, de lo que se trata frente a las exigencias de la mundialización es de encontrar soluciones para todos aquellos que el progreso y la crisis va dejando de lado porque, como decía el poeta Nicolás Guillén: “No Mantener la memoria de la historia es fundamental, pero las nuevas generaciones deben nutrirse de las enseñanzas que hemos recibido de nuestra afrodescendencia. Un potencial humano de sabiduría, y de perdón. Recuerdo la salida de Nelson Mandela de la cárcel con esa extraordinaria sonrisa y la generosidad en la mirada.
Mandela perdonando a sus verdugos y construyendo una nueva nación para todos y con todos. Esa convivencia y esa paz nos viene de las enseñanzas de nuestros líderes históricos y la juventud de hoy hasta en los renglones más agresivos de la miseria debe crecer con el perdón, porque el perdón dinamiza, el perdón engrandece.
Sin embargo, perdonar no es olvidar ni bajar la guardia, porque todavía no hemos alcanzado el sueño de Martín Luther King. Con esa fuerza, la juventud de hoy y las generaciones que miran hacia el futuro se sentirán portadoras de un mensaje que viene de África hacia el mundo. Es un mensaje que demuestra la grandeza del ser humano: tenemos una gran capacidad de enfrentar el sufrimiento, vencerlo, resistir, levantarnos, perdonar y edificar.
Creo que estas son las enseñanzas fundamentales de la naturaleza humana que se cristalizó en la aventura de los afrodescendientes esparcidos por toda América y el Caribe. Con esto tenemos que construir un nuevo diálogo, con África por supuesto, pero con nosotros: afroamericanos y afrocaribeños. Es extraordinario pensar la gran herencia que tenemos en cada uno de nosotros y que nos queda por conocer.
Ese patrimonio merece emprender el viaje para nosotros, de isla en isla, de continente en continente. Un viaje que debe nutrirse de proyectos de integración y de cooperación a través de todas las instituciones de educación, arte, cultura, ciencias. Porque nos toca adueñarnos de nuestro potencial.
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