Revista GLOBAL

América Latina: inequidad, exclusión social y democracia

por Marcos Villamán
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El texto que se presenta a continuación aborda la cuestión de la inequidad y la exclusión social como desafíos a las democracias que, de un tiempo a esta parte, han dominando el escenario político de la mayoría de los países latinoamericanos y caribeños. Es en este contexto donde la cuestión de cuánta desigualdad soporta la democracia hace que algunos hablen de una democracia de ciudadanía restringida y reclamen la necesidad del paso a una ciudadanía plena que desborde con mucho la, sin duda importante, dimensión electoral. El trabajo se ordena en cuatro apartados: el primero aborda la cuestión del predominio de la economía en el horizonte neoliberal; el segundo reflexiona sobre la inclusión simbólica y la exclusión social; el tercero trata de la construcción democrática, y el cuarto, como conclusión, reflexiona sobre la democratización de la democracia como posible horizonte para una acción de transformación.

Neoliberalismo: el predominio de la lógica económica. De un tiempo a esta parte, el predominio e independencia de la economía, rasgo que caracteriza al capitalismo,1 al decir de algunos, se ha exacerbado en la región latinoamericana y caribeña por la vía de la extensión y penetración de sus principales componentes. Salidos de una década, la de los ochenta, considerada como perdida para el desarrollo, los “ajustes estructurales” de las economías de la región fueron la respuesta, concretando así el predominio del mercado y su lógica, la omnipresencia de la competencia como valor supremo, y la elevación del consumo al rango de garante de la felicidad.2 La globalización,3 “esta globalización”, puede ser considerada, desde este punto de vista, justamente como esto: la implantación-penetración a escala planetaria de un modelo y una lógica económica específica: la neoliberal, que reivindica (o reivindicó) los factores indicados con renovadas fuerzas y niveles importantes de ingenuidad analítica, al decir de algunos.4 Como bien señala Bilbeny, el globalismo neoliberal celebra como sociedad global a la sociedad del “libre mercado” y sólo a ésta, es decir, aquella en que no existe o existe apenas la regulación pública del comercio internacional de productos, servicios y, sobre todo, de capitales financieros”.5 Por esta vía se arribó a un fundamentalismo del mercado que algunos calificaron como “idolatría del mercado”.6 Una de las consecuencias más importantes de esta manera de pensar, sobre todo cuando se convierte en sentido común, es la negación de la política. Tal como ha sido señalado, en esta concepción “ya no es la política, el derecho y el conflicto quienes deben gobernar la sociedad, sino el mercado”

Como se sabe, este modelo llegó a la región latinoamericana por la vía de las reformas propuestas en el marco del Consenso de Washington a inicios de la década de los noventa. Las líneas básicas fueron: “[…] apertura comercial y al capital extranjero; economía de mercado con Estado mínimo; riguroso equilibrio fiscal; y focalización en las políticas sociales”.8 Sin embargo, después de casi dos décadas de aplicación de este recetario, la conclusión ampliamente compartida y empíricamente avalada es que “la aplicación del denominado consenso de Washington no ha podido superar los graves problemas económicos y sociales de América Latina. En muchos países los pobres sobrepasan el 50% de la población y los indigentes el 20%”.

Tal como señala French-Davis, “[…] el balance neto en términos de crecimiento y equidad ha sido muy deficiente. En síntesis, el resultado final es ‘desilusionante […]”.. Con dramatismo, Gilberto Dupas nos aporta algunos datos sobre el empeoramiento de la realidad social de América Latina en el contexto del mencionado consenso: “La población latinoamericana por debajo de la línea de pobreza evolucionó sucesivamente de 41% del total en 1980 (136 millones de personas) hacia el 44% (237 millones) en 2003. A pesar de la fuerte ‘modernización’ de las economías, persiste, en la región, un cuadro grave creciente de miserabilidad de sus sociedades […] Cerca del 50% de la fuerza de trabajo se encuentra en la informalidad. Y es especialmente preocupante la realidad de los sectores más jóvenes, entre los cuales las tasas de desocupación se han incrementado mucho, exponiéndose a situaciones de supervivencia que los vuelven ‘un ejército industrial de reserva’ del crimen organizado”.

Así pues, la informalización de la economía, que se ha convertido, como se sabe, en la mayor generadora de empleo precario, y la profundización de la exclusión social por la vía de la invisibilización de amplios sectores de la población, que según algunos no son ya excluidos sino expulsados, son el resultado constatable de este tiempo de aplicación de la propuesta washingtoniana.12 Es decir, parece ser que, con la propuesta neoliberal, asistimos a una nueva fase del circuito de esperanza-frustración típico del proceso histórico reciente de la región latinoamericana y caribeña y que tan lúcidamente describió en su momento el siempre recordado Juan Luis Segundo.13 La oferta neoliberal prometía que, por su vía, las sociedades de América Latina y el Caribe accederían a niveles de desarrollo que generarían las condiciones para la superación de los niveles de pobreza de cuyo crecimiento y dificultad de eliminación se culpaba al Estado, pasando por una crítica al Estado de bienestar. Este último, por su paternalismo, entre otras cosas, sería el responsable de la conformación de los latinoamericanos y latinoamericanas como seres que depositan en el Estado, y no en ellos mismos, la solución de sus problemas más perentorios y seculares: la pobreza y la desigualdad. Así las cosas, el Estado mínimo de inspiración neoliberal, es decir el desmantelamiento del Estado, se constituyó en el norte del accionar de una buena parte de los países y los gobiernos de la región. Los datos colocados anteriormente indican ampliamente que la promesa neoliberal no fue cumplida.

Importa indicar, por cuestiones no poco relevantes de memoria histórica, que, tal como señala French-Davis, este modelo fue impulsado y presionado por los organismos financieros internacionales, algunos gobiernos interesados, verbigracia el de Estados Unidos, y economistas adherentes en cada uno de los países de la región. En la perspectiva de todos estos actores, las variables financieras predominaron con relación a las variables sociales, lo que tuvo consecuencias desastrosas para la población mayoritaria latinoamericana y caribeña, según expresan los datos que hemos colocado anteriormente.14 Un elemento fundamental para hacer posible el actual proceso globalizador es lo que Castells ha llamado la “era de la información” para indicar un momento en el cual las comunicaciones se amplían y aceleran con base en las llamadas tecnologías de la información y la comunicación (tic). Sin ellas sería imposible el nivel de conexión y el tiempo de las mismas, que a su vez hacen posible transacciones que funcionan en tiempo real. Algunos prefieren reservar el concepto de “mundialización” para dar cuenta de este aspecto o dimensión “cultural” del proceso globalizador.

Tal como expresa Fernando Vallespín, “a partir de los años setenta se pone en marcha una casi inmediata aplicación de los avances en microelectrónica y en las tecnologías de la información al proceso productivo y, en general, a todos los ámbitos de la vida individual y colectiva, que comienzan a organizarse a partir de sistemas de redes interconectadas. Esto permitirá la creación de un nuevo dinamismo y flexibilidad en la comunicación y organización de la actividad económica, en la aplicación de las innovaciones y en la descentralización de la producción y la interconexión financiera a escala mundial”.

2. Inclusión simbólica y exclusión social: una dinámica contradictoria. 

Así, desgraciadamente, en la gran mayoría de los países de la región parece haberse exacerbado la exclusión social, entendida ésta, entre otras cosas, como una profundización de la desigualdad y la irrupción de una “pobreza sin horizonte”. Con este concepto se quiere indicar que los sectores empobrecidos parecen no percibir, como sí ocurría en el pasado reciente, posibilidades concretas de superación de su condición social en el corto o mediano plazo, por los medios tradicionales y socialmente legitimados: la educación y el trabajo. Así pues, el concepto de exclusión social “alude a una situación de pobreza y desigualdad que se presenta (y es percibida) como un estado tendencialmente permanente para la mayoría de la población que aparece como ‘población sobrante’ (Hinckelammert, 1996)”.

Algunos autores plantean hoy la limitación del concepto de exclusión social y prefieren utilizar el de “expulsión social” para indicar un proceso de invisibilización de amplios sectores sociales. Afirman que “la exclusión social nos habla de un estado […] en el que se encuentra un sujeto. La idea de expulsión social, en cambio, refiere la relación entre ese estado de exclusión y lo que lo hizo posible […] La expulsión social, entonces, más que denominar un estado cristalizado por fuera, nombra un modo de constitución de lo social. El nuevo orden mundial necesita de los integrados y de los expulsados. Éstos ya no serían una disfunción de la globalización, una falla, sino un modo constitutivo de lo social.

Así las cosas, la movilidad social no parece ocupar ya un lugar predominante en el horizonte de futuro de los empobrecidos y empobrecidas, y consecuentemente, en la manera como ellos y ellas perciben “lo social”. Y esto así, porque aun en los países que han crecido por períodos importantes de tiempo en términos de sus respectivos productos internos (pib), como es el caso de la República Dominicana, el mismo no se ha reflejado, o lo ha hecho muy tímidamente, en la disminución de la pobreza y la desigualdad social. Ello indica que el modelo económico implementado, como es sabido, genera concentración, imposibilita la distribución y aumenta dramáticamente las brechas sociales. La distribución se constituye así en uno de los mayores conflictos potenciales de la región y una de las mayores amenazas a la gobernabilidad democrática. Y es que una buena parte de la población latinoamericana y caribeña, sobre todo la más joven, experimenta cotidianamente una dinámica social contradictoria que parece causar estragos en las subjetividades. De una parte, ella es bombardeada, interpelada,18 con los símbolos de la modernización; de otra parte y al mismo tiempo, la dinámica social la excluye de la posibilidad de instalarse en aquella.

Es decir, vive una inclusión simbólica en el horizonte moderno que encontraría realización por la vía del consumo, y al mismo tiempo experimenta la exclusión social de este horizonte en la medida en que las oportunidades y posibilidades sociales de inclusión le son negadas. Una de las principales oportunidades y posibilidades de inclusión social es el empleo o el trabajo, en sentido más amplio. Sin embargo, el derecho al trabajo está muy lejos de ser una conquista garantizada en América Latina y el Caribe. Por lo mismo, el empleo –y el empleo digno– se convierte en uno de los temas más relevantes de la agenda latinoamericana y caribeña, pues parece ser que nos encontramos en sociedades que continúan postulando el trabajo como uno de sus principales factores de integración social, pero que no tienen capacidad de ofrecer a sus miembros las oportunidades para optar por un trabajo digno. Las observaciones de Ulrich. Beck para las sociedades contemporáneas en su conjunto, las desarrolladas y “las otras”, más allá de las posibles diferencias, cobran particular relevancia: “La consecuencia involuntaria de la utopía neoliberal del libre mercado es la brasileñización del Occidente. Lo que más llama la atención en el actual panorama laboral a escala mundial es […] el gran parecido que se advierte en la evolución del trabajo en los denominados primero y tercer mundo. Estamos asistiendo a la irrupción de lo precario, discontinuo impreciso e informal en ese fortín que es la sociedad del pleno empleo en Occidente […] En un país semi industrializado como Brasil los trabajadores dependientes con empleo a tiempo completo representan sólo una minoría respecto a la gran masa de los económicamente activos”.

Como ha sido ampliamente documentado, esta afirmación es válida para la gran mayoría de los países de América Latina y el Caribe.De esta manera, esta distancia entre “deseo y posibilidad” se convierte en caldo de cultivo propicio para las más variadas respuestas individuales y sociales. Desde la delincuencia común, que asume en ocasiones formas de afirmación y construcción de identidades como es el caso de las pandillas juveniles; el narcotráfico, que se convierte objetivamente en una manera de inclusión en la dinámica global del circuito económico y produce el mejoramiento de las condiciones económicas de quienes se articulan al mismo haciéndoles posible el acceso al consumo;20 la corrupción de la política, que es vista como un camino de acumulación y movilidad social alejado de los principios de servicio y bien común; la búsqueda de espacios religiosos para la reclusión afectiva-moral-cognoscitiva y la búsqueda de nuevos sentidos, hasta la articulación de movimientos de resistencia y contestación dentro de los cuales el movimiento antiglobalización constituye un ejemplo importante.21 Pero, como se sabe, la exclusión no es sólo socio-económica, es también política y cultural.

En lo político, ella se expresa en estos niveles en la ausencia de espacios de participación que hagan posible la presencia activa de la ciudadanía, sobre todo desde punto de vista de los sectores más vulnerables, en la conformación de la agenda y las políticas públicas, superando el carácter sólo electoral de la democracia. Una modalidad de éstos ha sido denominada por algunos como “espacios públicos no estatales”. En lo cultural, se expresa, en una buena parte de los países de la región, en el tratamiento de la cuestión étnica, racial y de género. Por todo lo anterior, nos encontramos de nuevo con el tema del modelo y los estilos de desarrollo, que incluyen las maneras de inserción de los países de la región en el mundo globalizado, tomando la globalización como un dato más de la realidad, no así al neoliberalismo que, como una manera específica de ella, se ha manifestado como un modelo incapaz de responder a las necesidades de equidad e inclusión social, demandas sentidas de las mayorías latinoamericanas y caribeñas. Se trata pues de insistir en la necesidad y posibilidad de “otra” globalización. Es decir, otra forma de relacionarse los países en el concierto mundial. Otra lógica, otra institucionalidad. Así las cosas, el desafío que se presenta a los países de la región es construir una inserción para y desde la equidad. Gilberto. Dupas recoge bien esta perspectiva: “Los estados latinoamericanos son entidades a medio camino entre los intereses del capitalismo y las exigencias socioeconómicas de sus poblaciones. El reto que se les plantea pasa por establecer políticas más limitadas a sus necesidades sin desatender la lógica global.

3. La construcción democrática: esfuerzos, vaivenes y déficit pendientes.

A pesar de todo, y para algunos contra toda lógica esperada, en el contexto de la década perdida nos encontramos en la región, sin embargo, con una aparente o real –depende de la perspectiva de cada cual– “década ganada” para la política y específicamente para la democracia. Y es que ciertamente asistimos, desde los mismos años ochenta, y en ocasiones antes de éstos, a procesos de recomposición o construcción democrática que llegan hasta nuestros días en la mayoría de los países de la región. Finalizados y fracasados los modelos de seguridad nacional, de triste recordación para los latinoamericanos y caribeños, la mayoría de los países de la región se inscribieron en este proceso de democratización marcado efectivamente por una vuelta a los mecanismos electorales y a su valoración como medios para acceder y relevar el poder político, y a la aceptación socialmente extendida de este régimen como manera adecuada de organizar la colectividad política.

Al decir de Lechner, se pasó así en la región de la revolución a la democracia en el sentido de que esta última se constituye en el principal horizonte de la acción social y política de los actores sociales y políticos. Se supera de esta forma una relación instrumental con este régimen político por parte de los sectores llamados progresistas, y se da paso a una relación sustantiva con ella. A partir de entonces, la democracia es percibida y afirmada como una conquista con vocación de permanencia Estos procesos de democratización que costaron inmensos esfuerzos a las poblaciones de los países de la región, al convertirse en horizonte de la acción, pasaron a vehicular las esperanzas postergadas de estas mismas poblaciones: libertad, equidad, justicia social y participación. Estos contenidos no son abandonados en el imaginario de los actores y sectores sociales, sobre todo, de los llamados más vulnerables, sino que son articulados alrededor de la reivindicación democrática. Se supera así la lógica del “todo o nada” que, ante la imposibilidad comprobada de construir la utopía de un mundo perfecto, afirma que no vale la pena pensar en compromisos sociales y horizontes utópicos. Así, la apuesta por la democracia constituye una posibilidad para la acción en la línea de las utopías libertarias que, quizás con una mayor conciencia de sus propias limitaciones, se continúa afirmando como horizonte innegociable. Lo que se reivindica, pues, es una democracia como espacio para construir derechos ciudadanos  entendidos como oportunidades sociales, políticas y culturales para una vida más digna, para generar menos pobreza, menos desigualdad y mayor inclusión social y participación de la ciudadanía en los asuntos públicos. En este contexto, la democracia es vista y deseada– como régimen político, ordenamiento político social capaz de reivindicar esa igualdad esencial de los seres humanos, haciendo posible una “ciudadanía plena” a través de la realización –tendencial– de los derechos humanos civiles, políticos y sociales. La búsqueda de esta ciudadanía plena orienta justamente el esfuerzo por otorgar contenido social a una “ciudadanía restringida” que afirma la igualdad de las personas sólo en el ámbito jurídico. Con el esfuerzo por pasar de una ciudadanía restringida a una ciudadanía plena, la igualdad ciudadana frente a la ley se convierte en una interpelación útil para ampliarla a todos los ámbitos de la vida social.

Dicho de otra manera, en una realidad marcada por la pobreza y la desigualdad, y en general por la exclusión social, como es el caso de la región latinoamericana y caribeña, lo que parece estar en juego es la capacidad de los regímenes democráticos de construir relaciones sociales incluyentes, justas y equitativas, y responder así a las cuestiones sustantivas que afectan la vida cotidiana y la calidad de vida de las colectividades. Es decir, de funcionar como un mecanismo eficiente para dirimir los conflictos sustantivos de las sociedades de la región por la vía de la negociación. En este sentido, siguiendo a O’Donnel, se trata de preguntarse por la “calidad de la democracia” en el sentido que ella sea el espacio para construir ciudadanos y ciudadanas plenos.

Tal como indica J. Nun, “[…] inexorablemente y contra lo que postula la separación neoliberal entre la economía y la política, el presente y el futuro del trabajo y de los trabajadores constituye una parte esencial de cualquier debate serio sobre la democracia en América Latina, pues de ellos depende que ésta pueda sostenerse, como corresponde, en una mayoría de ciudadanos plenos”.27 Justamente, para indicar, entre otras cosas, la ruptura de este vínculo señalado por Nun, las democracias construidas en la región han sido adjetivadas de diversas maneras: democracias de mercado, democracias de baja intensidad, democracias restringidas, o democracias electorales. En todos los casos, la intención de estos adjetivos fue y es caracterizar los procesos de construcción democrática insistiendo en los déficit del régimen democrático con respecto a las reivindicaciones seculares de los sectores mayoritarios de la población latinoamericana y caribeña, y de manera particular las demandas sociales.28 Obviamente, la anterior caracterización no desconoce la relevancia de los logros obtenidos en la dimensión electoral e institucional de la democracia, pero afirma su insuficiencia de cara a abonar alguna esperanza en los sectores excluidos de que su futuro es posible como “mejoría con respecto al presente” y no como simple repetición inevitable de lo mismo, de este presente grosero, y por esta vía asegurar la gobernabilidad y el fortalecimiento de las democracias.

4. Desencanto y crisis de la política: un nuevo estado social de ánimo.

En este contexto, tal y como acertadamente se preguntaba Gorostiaga, la cuestión está en saber: “¿Es la democracia la que está débil y en crisis o es el modelo económico polarizante y excluyente el que debilita los procesos democráticos?”29 Si lo que está en vigencia en la región es un modelo económico que reproduce la exclusión o expulsión social, y no parece posible modificarlo de manera sustantiva, entonces la democracia parece estar en serias dificultades para pasar con éxito la “prueba de fuego” de la construcción de la equidad que constituye hoy por hoy, probablemente, el mayor desafío político, económico y ético que deben enfrentar las sociedades de la región. Por todo lo indicado, “lo que se viene observando en las experiencias regionales es que las posibilidades de reformas económicas, por la vía democrática, que signifiquen esa inclusión de las mayorías, es decir, la participación de todos y todas en los beneficios de la modernización, se encuentran con obstáculos importantes. De ahí que, para muchos, la apuesta democrática no parezca estar sirviendo más que para conservar una ‘democracia de mercado’ que resulta inevitablemente restringida desde el punto de vista de las demandas de las mayorías de cada país, que ven crecer cada día el deterioro de sus condiciones de vida, la pobreza, la exclusión y la desigualdad. Y esto así no necesariamente porque la democracia, entendida como régimen político, no funcione, sino porque los límites impuestos por el modelo económico vigente parecen muy cercanos, intocables, inmodificables, intransformables, y sus principales actores beneficiarios como avaros, insensibles e imprudentes” (Villamán, 2004).

Es así como la falta de respuestas adecuadas a los desafíos sociales y a las demandas de participación parece estar colocando en el umbral de nuevos desencantos a los sectores más empobrecidos, esta vez con respecto a la democracia y más en general con respecto al valor de la política para construir respuestas sociales adecuadas a las demandas colectivas. Esta nueva realidad habría que ubicarla, además, en el marco de cambios culturales que han impactado en el horizonte popular y tienden a complicar las posibilidades de éxito de las ofertas políticas. Una de estas transformaciones es la que ocurre con respecto a la consideración y vivencia del tiempo. En la actualidad, el presente, lo inmediato, parece ser el único o el principal tiempo culturalmente existente. Siendo así, la capacidad de espera en un “futuro diferente” aparece como una apuesta vacía, o por lo menos altamente riesgosa. En consecuencia, lo importante en el imaginario popular parece ser un “presente diferente” y no la promesa de un futuro mejor. Obviamente, si esto es cierto este rasgo cultural estaría abonando el desencanto planteado.

Tal y como se ha indicado, “finalmente el presente, el punto móvil entre el pasado y el futuro, se está convirtiendo cada vez más en el principal punto de referencia de la política democrática. Con el pasado y el futuro perdiendo su certidumbre, simplicidad, promesa y capacidad de imponer sacrificios: en esencia, con los dos horizontes cada vez más borrosos y despojados de significado práctico, la política democrática se ve crecientemente forzada a vivir y actuar en el ‘aquí y ahora’. Se ve obligada a salir del paso en los horizontes breves y veloces de un ‘presente extendido”.30 Así las cosas, y como parte de lo que algunos llaman nueva sensibilidad epocal, los sectores excluidos parecen presentar ya poca “paciencia histórica” para esperar el cumplimiento futuro de las promesas de los políticos y de los de los partidos políticos. Se instala así, como ha sido ampliamente documentado, una actitud de rechazo o desinterés hacia la política que tiende a generalizarse y que tiene causas claramente ubicables en las frustraciones recurrentes de la población, provocadas por las permanentes promesas incumplidas de los políticos y las mediaciones políticas. Esta situación de desinterés en la política se expresa como desencanto, desconfianza y desilusión con respecto a la democracia y ha sido denominada por algunos como “posdemocracia”.31 Y es que asistimos a una crisis de representación de las mediaciones políticas que aparecen alejadas de los intereses y demandas de la población; a una dificultad importante para modificar los límites que los ajustes y el modelo económico dominante impone, y que conduce a que, una vez en el poder, la acción de los gobiernos se encuentre extremadamente limitada por la lógica de los organismos internacionales; en razón de lo anterior a una “indiferenciación” de las fuerzas políticas que las hace aparecer a todas como “la misma cosa” con nombres diversos o con diferencias poco sustantivas; a la falta de propuestas ideológicas y programáticas, a niveles importantes de corrupción y tergiversación del sentido de la actividad política. Es todo esto lo que parece estar provocando el desencanto en amplios sectores sociales de los países de la región.

Norbert Lechner plantea dramáticamente esta situación cultural de desencanto referida a la experiencia chilena pero quizás con valor, aunque diferenciado, para una buena parte de los países de la región: “A partir de este trasfondo cultural la política actual, restringida a la contingencia, resulta frustrante. Sin expectativas de futuro que acoten el campo de lo probable y lo posible, el devenir se vuelve incalculable. A la falta de previsión se agrega la ausencia de esperanza; sin referencia a un mañana mejor, los sacrificios actuales pierden sentido. La política así jibarizada se vuelve angustiante, pues traslada toda la incertidumbre al individuo. Solo, sin marco de referencia, el individuo ha de tomar las decisiones y asumir los riesgos. Por tanto, ya no puede diferir deseos y temores en el tiempo; la infinitud de la realidad se concentra en lo inmediato. El ciudadano abrumado termina abominando o despreciando a la política supuesta instancia de protección y conducción que le ha traicionado”.

Este “estado social de ánimo” –que hace estragos en la juventud de manera especial–, combinado con la tendencia del “pensamiento único” a decretar el fin de la historia, parecen producir un cierto “cinismo social”. Este cinismo es una especie de aceptación, impotente y sin mala conciencia, de la exclusión que es asumida como “estado natural” de las sociedades, de manera particular la pobreza y la desigualdad. Así las cosas, a lo más que llega el sujeto es al lamento sin responsabilidad de transformación, producto de una conciencia tranquilizada por el convencimiento “racional e histórico” de la imposibilidad de construir “mundos mejores”. Algunos denominan esta tendencia como un “nihilismo sin tragedia”.33 Tal como señala Nun, este pensamiento único “en rigor pivota sobre tres ejes valorativos generales perfectamente opinables por cualquier persona común: un cierto grado de tolerancia en las ideas y en las costumbres; una gran pasión por el dinero; y la creencia de que las desigualdades sociales son inerradicables y, por último, necesarias”.34 Así las cosas, con esta sensación de impotencia unida al desencanto que hemos venido comentando, es comprensible que tienda a profundizar la indiferencia con respecto a la política como actividad humana por vía de la cual es posible construir proyectos que reivindiquen el punto de vista de las mayorías.

Los últimos acontecimientos ocurridos en la región en estos años parecen ubicarse en esta dirección: el incremento de la desconfianza en el sistema político que tiene una de sus expresiones en el aumento de la abstención electoral; el (re) surgimiento de los mesianismos populistas, el caso de los llamados outsiders, cuyo liderazgo se construye en no pocas ocasiones por fuera y en confrontación con los partidos tradicionales; y, más recientemente, la ola de opciones de la denominada nueva izquierda latinoamericana en el panorama político de la región. Estos fenómenos parecen expresar, de una parte, el cansancio y la decepción con respecto a lo conocido y, de otra, la búsqueda de opciones nuevas con la esperanza de que, finalmente, éstas respondan a las demandas sentidas de la población.35 Está por verse el desarrollo de estas nuevas opciones, pues sin transformaciones importantes en la dirección indicada anteriormente tal parece que no importa cuánto se haga desde los gobiernos y las sociedades; los límites son tan cercanos y las lógicas dominantes tan férreas que las posibilidades de producir efectos de equidad, inclusión y cohesión social se ven clausuradas o son, salvo raras y conocidas excepciones, extremadamente insustantivas.

4. Democratizar la democracia: desafíos y posibilidad. 

Sin embargo, a pesar de todo lo anterior, la democracia es en la región, todavía, una apuesta a favor de la posibilidad de dirimir la exclusión social y el “conflicto distributivo” por la vía del diálogo y la negociación. Constituye, aún, una oportunidad para la confianza y esperanza en la posibilidad de construir una “modernización inclusiva” que permita una sociedad más justa, equitativa y participativa. Por eso, importa indicar que asistimos también en la región a una demanda importante de participación de la ciudadanía organizada y, en este sentido, a un fortalecimiento de la sociedad civil como factor de democratización; a la construcción de instrumentos para adecentar y eficientizar la vida pública; y a la reacción de importantes sectores a favor de los derechos humanos y ciudadanos, del medio ambiente y del respeto a la vida y a la diferencia. De lo que se trata es justamente de profundizar, de ampliar, de radicalizar la democracia haciéndola llegar a los espacios sociales más sensibles y generando oportunidades para que las personas y las colectividades desarrollen procesos de ciudadanización que conduzcan, cada vez más, a construir democracias de ciudadanos y ciudadanas plenos. Construir equidad, inclusión social, por la vía de la participación de todos los sectores sociales, con puntos de vista propios, en la conformación y desarrollo de la agenda y las políticas públicas es el desafío que se presenta a las democracias latinoamericanas y caribeñas. La gobernabilidad depende del éxito en responder a estos desafíos.

Notas 

1 “La globalización es una forma de transformación capitalista. ¿Y qué significa capitalista? El capitalismo es el proceso de autonomización o de independización del mundo económico en relación con el resto de la sociedad y, en la mayoría de los casos, el esfuerzo de este sistema de imponer sus criterios a los demás sistemas, como por ejemplo, la educación, la política, etc. […]” (Alain Touraine, 2003). 

2 “A las acreditadas marcas que han ido rotulando la especie humana –Homo faber […]; Homo Sapiens […]; Homo ludens […]– se añadiría en nuestro tiempo la de Homo consumens, mujer y varón con capacidad de consumir […] Y no porque sea ésta una capacidad exclusiva de los seres humanos […] sino porque aunque todos los seres vivos la comparten, sólo las mujeres y varones de nuestro tiempo han reconocido con hechos que en su ejercicio llevado al máximo ven el camino de la felicidad”, Cortina Adela, Por una ética del consumo, Ed. Taurus, Madrid, 2004, (cuarta edición), p. 22. 

3 “La globalización consiste en la interpenetración económica (mercados) y comunicacional (mediática, información, redes reales y virtuales, informática) de las sociedades o segmentos de ella attravesando las decisiones autónomas de los Estados Nacionales”. Garretón, Manuel Antonio, Política y sociedad entre dos épocas: América Latina en el cambio de siglo. Ed. Homo Sapiens, Rosario, Argentina, 2000, p. 39. 

4 French.Davis, Ricardo, Reformas para América Latina, después del fundamentalismo neoliberal, cepal-Siglo XXI editores, Argentina, 2005, p. 14.

5 Bilbeny, Norbert, Democracia para la diversidad, Editorial Ariel, Barcelona, p. 90. 

6 Cfr. Assman Hugo y Hinckelammert, franz, A idolatria do Mercado. Ensaio sobre Economia e Teologia, Ed. Vozes, Coleçao Teologia e Libertaçao, Petrópolis, 1989. 

7 Fitoussi, Jean-Paul, La democracia y el mercado, Ed. Paidós, Barcelona, 2004, p. 18. 

8 Pizarro, Roberto, “Agenda económica propia”, en: o.c. p. 121. 

9 Ferrari, César, “Hacia un nuevo consenso de política económica en Améric Latina”, en: Nueva Sociedad 199 (septiembre-octubre de 2005), Después del Consenso de Washington, p. 60.

10 French-Davis, Ricardo, o.c p. 14. 11 Dupas, Gilberto, “Difíciles opciones frente a los impases latinoamericanos” , en: o.c., p. 96.

12 “Las políticas que se ha venido alentando y aplicando en América Latina desde los años 90 inspiradas en el denominado Consenso de Washington (CW), han enfatizado la liberalización, la privatización y la búsqueda de un crecimiento económico, pero han descuidado los aspectos sociales del desarrollo, habiéndose agravado el problema del desempleo y subempleo, aumentando la informalidad y profundizando la desigualdad social.” Ramírez Cornejo, Enrique, “Hacia una transformación del Estado en América Latina”, en: Nueva Sociedad 199 (septiembre-octubre de 2005), p. 106.

13 Segundo, Juan Luis, El hombre de hoy ante Jesús de Nazaret, tomo I, Fe e ideología., Ed. Cristiandad, Madrid, 1982.

14 Cfr. French-Davis, Ricardo, o.c. p. 14.

15 Vallespín, Fernando, El futuro de la política, E. Taurus, 2003, Buenos Aires, p. 33.

16 Villamán, Marcos, “Entre la exclusión y la inclusión social: escuela y sociedad”, en: Escuela y sociedad: entre la exclusión y la inclusión, Mejía, Radhamés, coordinador, Centro de Investigación en Educación y Desarrollo Humano (Ciedhumano), Santo Domingo, 2005, p. 15.

17 Duschatzky, Silvia y Corea, Cristina, Chicos en banda: los caminos de la subjetividad en el declive de las instituciones, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2004, (reimpresión), p. 18. 

18 Usamos aquí “interpelada” para indicar que se trata de una propuesta específica que se dirige a la constitución del sujeto como sujeto de esa propuesta específica. 

19 Beck, Ulrich, Un nuevo mundo feliz: la precariedad del trabajo en la era de la globalización. Ed. Paidós, Barcelona y Buenos Aires, 2000, p. 9. 

20 En algunos casos, la vinculación de sectores populares con el narco de poca monta, pero que significa para ellos una transformación importante en las posibilidades de consumo individual y familiar, plantea serias moldificaciones culturales y conflictos morales entre la acción mala (del narcotráfico) y las condiciones “socialmente mejoradas” que genera la vinculación con el mismo. 21 Cfr. Vallespín, Fernando, o.c. pp. 88-89. 

22 Dupas, Gilberto, o.c. p. 91.

23 Cfr. Villamán, Marcos, “Deseos democráticos, desafíos sociales”, en: Caudal (junio de 2002), Santo Domingo.

24 Mo Sung, Jung, Sujeto y sociedades complejas: para repensar los horizontes utópicos, Ed. Departamento Ecuménico de Investigaciones, dei, San José, Costa Rica, 2005, p. 15.

25 Ciudadanización es el concepto utilizado para dar cuenta de estos procesos.

26 Cfr. O’Donnel, Guillermo, Osvaldo Izaetta y Jorge Vargas Cullel, Democracia, desarrollo humano y ciudadanía, Ed. Homo Sapiens-pnud, Rosario, Argentina, 2003.

27 Nun, José, Democracia, ¿gobierno del pueblo o gobierno de los políticos?, Ed. Siglo XXI, Madrid, 2002, p. 163.

28 Cfr. Villamán, Marcos, o.c.

29 Gorostiaga, X, ob.cit.. p. 174.

30 Schedler, Andreas y Santiso, Javier, “Democracia y Tiempo”, en: Schedler, Andreas y Javier Santiso (compiladores), Tiempo y democracia, Ed. Nueva Sociedad, Caracas, 1999, p. 10.

31 “El concepto de posdemocracia nos ayuda a describir aquellas situaciones en las que el aburrimiento, la frustración y la desilusión han logrado arraigar tras un momento democrático, y los poderosos intereses de una minoría cuentan mucho más que los del conjunto de las personas corrientes a la hora de hacer que el sistema político las tenga en cuenta; o aquellas otras situaciones en las que las élites políticas han aprendido a sortear y a manipular las demandas populares y las personas deben ser persuadidas para votar mediante campañas publicitarias.” Crouch, Colin, Posdemocracia, Ed. Taurus, Madrid, 2004, p. 35.

32 Lechner, Norbert, “La democracia entre la utopía y el realismo”, en: Revista Internacional de Filosofía y Política, Madrid, No. 6, diciembre de 1995, p. 111.

33 Cfr. González/Carvajal, L., Ideas y creencias del hombre actual, Ed. Sal Terrae, Santander, 1991.

34 Nun, José, o.c. p. 165.

35 Cfr. Gamarra, Eduardo, “La nueva izquierda latinoamericana”, en: Global, núm. 9 (marzo-abril 2006).


2 comentarios

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