Ha estado allí desde que los primeros reptiles se arrastraron sobre el fango y sus reflejos lunáticos se proyectaron en sus pupilas opacando las negruras del infinito. Selene fue el nombre que le dieron los griegos, y Quilla el que le pusieron los incas, quienes creían que sus lágrimas se habían descolgado desde la bóveda celeste para fundirse con las entrañas de los Andes y formar las rocas de plata que enloquecieron a conquistadores e imperios.
Sublime, femenina e imprecisa, la Luna es el espejo de mil soles, la madre de los lobos y la patria de robots y banderas que se mantienen indiferentes sobre su superficie. Una esfera rasguñada, atrapada por la gravedad de nuestro planeta, hasta donde llegaron dos hombres con trajes presurizados, capaces de resistir temperaturas entre -200° y 280° grados, que fueron confeccionados por negras y latinas que trabajaron entre las bodegas de una empresa llamada Playtex. «Se sentía consistente, fiable, casi envolvente», declaró Neil Armstrong, consciente de que en 1969 el trabajo de las mujeres le había salvado la vida. Mujeres que cosieron escafandras y pliegues como si intentaran reconstruir una cebolla, y que tal vez descendían de los antiguos dogones y taínos, quienes habían viajado a los astros entre ensueños y leyendas. Estas fantasmagorías se encuentran presentes en las obras de antiguos escribas como
Luciano de Samosata, un heleno que relató en el siglo segundo como su barco había sido lanzado hasta la Luna por una gran ola, en donde entró en contacto con una especie de humanoides a los que denominó selenitas: seres avanzados capaces de fundir el vidrio con el hierro para producir armaduras y espadas indestructibles.
En 1321, Dante Alighieri, en un extraño pasaje de La Divina Comedia, cuenta como una extraña nube lo elevó hasta llevarlo a la Luna, en donde habitaban los espíritus de quienes habían quebrado sus promesas antes de fallecer; almas que el poeta Virgilio describe como espejismos atrapados entre cristales y pozos de agua evanescente.
Pero todo cambia y muere, y el tiempo transformó a los escribas y sus letras en polvo, y desembocamos en el siglo XX, el siglo de la ciencia y la ideología. De la propiedad privada y los filósofos. Las utopías y las máquinas. Las extinciones y las superpotencias. La Unión Soviética y los Estados Unidos, civilizaciones atómicas que se enfrascaron en una batalla de espías que tomó la forma de tentáculos invisibles que abrazaron al mundo bajo la forma de guerrillas y golpes de estado; una guerra fría que terminó proyectándose al universo.
Una confrontación que ganaron los científicos capitalistas ayudados, entre otros, por nazis conversos en el marco de la Operación Paperclip u Overcast. Dicha operación fue una maniobra encubierta realizada por el Servicio de Inteligencia Militar de los Estados Unidos para emplear a científicos especializados en cohetes, armas químicas y físicas, y que fue disuelta en 1962. Su influencia llevó a que el 20 de julio de 1969 el Apolo XI, comandado por Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins, transmitiera en todos los televisores del planeta las primeras imágenes de la superficie lunar.
Ese día, un puñado de clérigos reaccionaron asegurando que todo era un fraude y que Dios castigaría al hombre por su soberbia. Clérigos como el jeque Abdel Karim Al Jodeir, miembro del Consejo de los Ulemas de Arabia Saudí, la máxima institución religiosa de su país, quien todavía afirma que nadie ha llegado a la Luna y que las misiones Apolo son parte de un plan satánico para apartar a los hombres de Dios. Al margen de lo que crea Al Jodeir, los viajes espaciales fueron un proceso largo y complejo marcado por el ingenio de científicos y técnicos que se enfrascaron en una batalla campal cuyos principales hitos expondremos a continuación.
Despegando
Diez años antes de que los norteamericanos hincaran su bandera en la Luna, a finales de 1959, la Unión Soviética había enviado por primera vez una sonda no tripulada, la Luna, que se convirtió en el primer artefacto en descender sobre el satelite.
Anteriormente, en 1957, los soviéticos demostraron su poderío al mundo al colocar en órbita el Sputnik 1, el primer satélite artificial de la historia que formaba parte de un programa gubernamental que llevaba el mismo nombre, y que condensó una serie de misiones espaciales entre 1950 y principios de los 60. El Sputnik fue un satélite modesto que les permitió a los rusos ampliar sus conocimientos del espacio. Al mismo tiempo se utilizó para probar técnicas de comunicación y navegación en el vacío. Un mes después lanzaron al Sputnik , que llevaba dentro a Laika, una perra que falleció amarrada a los bordes de la cápsula tras soportar por más de siete horas el sobrecalentamiento de los metales que la envolvían.
Frente a estos acontecimientos, la NASA respondió con el Vanguard 1, en mayo de 1958. Fue el primer satélite alimentado por energía solar que aún sigue en órbita, convirtiéndose en la basura espacial más antigua de la historia, pues los Sputniks dejaron de operar y se calcinaron antes de precipitarse a tierra.
Pocos meses después, en diciembre del mismo año, los norteamericanos lanzaron el SCORE, su primer satélite de telecomunicaciones. Sin embargo, el 12 de septiembre de 1959, la Unión Soviética asombró al mundo con la ya mencionada Luna-2, la primera misión lunar exitosa de la historia. Un triunfo que el secretario del Comité Central del Partido Comunista Soviético, Nikita Jrushchov, le restregó al presidente Dwight Eisenhower durante su visita a la Casa Blanca el 15 de septiembre de 1959; le entregó un extraño objeto esférico, que representaba la Luna-2, con la hoz y el martillo adheridos a su superficie, como si fuesen rémoras que desafiaran con sus colmillos a las democracias occidentales. Esta humillación se completó el 4 de octubre de 1959, cuando los soviéticos lograron lanzar la Luna-3, que consiguió una hazaña impresionante, pues realizó las primeras fotografías de la cara oculta de la Luna. Unas imágenes históricas que permitieron observar las montañas y valles que se esconden en «la zona oscura», una región invisible para nuestros ojos, pues la rotación de la Tierra impide observar desde nuestra posición más de una cara del disco lunar.
Como respuesta a los triunfos de los seguidores de Lenin y sus perras flotantes, los norteamericanos enviaron el 31 de enero de 1961 a un pobre chimpancé llamado Ham, que había sido entrenado para que moviera palancas como respuesta al encendido de ciertas luces. Los científicos querían comprobar que el vuelo espacial no alteraba la capacidad de concentración del homí nido. Su vuelo duró 16 minutos y 39 segundos, y al aterrizar le entregaron una manzana.
Al verse amenazados por el éxito que suponía el viaje de Ham, el 12 de abril de 1961, los rusos contestaron enviando al primer ser humano al espacio: el comandante Yuri Gagarin a bordo del Vostok 1, quien había sido seleccionado entre más de 3528 oficiales del Ejército Rojo y de las Fuerzas de Defensa Aérea. El vuelo duró 108 minutos, y parte de su trabajo consistía en contestar una serie de preguntas por la radio y probar la comida para comprobar si un ser humano podía sentir y actuar de manera coherente en condiciones de ingravidez, pues algunos científicos temían que su cerebro se descompensara poniendo en peligro la misión.
Dos años después, en 1961, en medio de un país asediado por la recesión, el racismo y las tensiones internacionales, John F. Kennedy fue electo presidente de los Estados Unidos. Las revoluciones antimperialistas estallaban en cada esquina del orbe y el comunismo parecía estar a punto de globalizarse —el Congo, Corea del Norte y Cuba eran los nuevos aliados de Moscú—, y los norteamericanos necesitaban demostrar la superioridad de su sistema.
Agobiado Kennedy, decide dar impulso a la carrera espacial, y le escribe un angustioso memorando a su vicepresidente Lyndon Johnson, fechado el 20 de abril de 1961 en el que hace varios cuestionamientos:
«¿Tenemos alguna posibilidad de batir a los soviéticos poniendo un laboratorio en el espacio, o con un vuelo alrededor de la Luna, o haciendo aterrizar un cohete en la Luna o haciendo un viaje de ida y vuelta con un hombre a la Luna? ¿Estamos haciendo el máximo esfuerzo? ¿Y consiguiendo los resultados necesarios?»
En mayo de 1961, la presión y el dinero entregado a la NASA empezaron a dar resultados cuando el astronauta Alan Shepard realizó un vuelo suborbital a bordo de la nave Mercury MR-3. Su tránsito duró solo 15 minutos y no pudo llegar a la órbita de la Tierra, lo que llevó a que Nikita Jrushchov afirmara que el Mercury MR-3 era «un salto de pulga» frente a las hazañas del Vostok 1 y Yuri Gagarin.
Por si fuera poco, el 16 de junio de 1963, los cosmonautas volvieron a golpear el ego norteamericano al poner a Valentina Tereshkova fuera de la Tierra a bordo del Vostok 6. Durante el vuelo Tereshkova tuvo algunas molestias físicas como náuseas y su tiempo de vuelo sumó más minutos que todos los astronautas estadounidenses juntos.
Pero el golpe más fuerte vino unos años después. El 18 de marzo de 1965, Alexei Leonov se convirtió en el primer humano en dar un paseo espacial permaneciendo fuera de su nave —Vosjod 2— durante 12 minutos y 9 segundos en los que flotó libremente, unido a su cápsula por una correa de 5.35 metros. Años más tarde, algunos ingenieros aseguraron que sentían como si hubieran diseñado un cordón umbilical, una especie de conexión que permitía al cosmonauta seguir conectado al módulo espacial como si fuese un feto en el útero de la gran madre Rusia.
En las reuniones de la alta sociedad de Nueva York y Chicago no se hablaba de otra cosa que de los triunfos del Kremlim. Estos presionaron y azuzaron al Gobierno de Lyndon Johnson, quien se la jugó por poner al primer ser humano en la Luna antes de finalizada la década de los sesenta, como había prometido Kennedy durante su campaña.
El 21 de diciembre de 1968, el Apolo 8 salió de la órbita terrestre y orbitó la Luna. Adentro estaban Frank Borman, James Lovell y William Anders, las primeras personas que vieron la Tierra completa y observaron los extensos cráteres que deforman el satélite y que los medievales consideraron similares a los hoyuelos del queso. El Apolo 8 demoró tres días para llegar a la Luna, y la orbitó diez veces durante 20 horas. La tripulación regresó el 27 de diciembre de 1968 y este exitoso vuelo abrió las puertas al triunfo del Apolo 11.
La llegada
El 20 de julio de 1969, el Apolo 11 llevó por primera vez a un ser humano a la Luna. La misión había despegado cuatro días antes desde Cabo Cañaveral, impulsada por el Saturno V, uno de los cohetes más grandes construidos por el hombre. Los astronautas que iban a bordo eran Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins, aunque Armstrong y Aldrin fueron los que descendieron sobre la superficie lunar.
Pero el honor fue reservado para Armstrong, quien terminaría siendo el primer humano en pisar la superficie del satélite. Así lo decidió Deke Slayton, director de la NASA, quien lo nombró comandante del módulo lunar por sus habilidades como piloto, y su carácter amable y tranquilo durante los entrenamientos.
Para comunicarse con la misión, los científicos instalaron tres antenas de veintiséis metros de diámetro ubicadas de forma equidistante alrededor del globo. Fresnedillas de la Oliva, en España, Goldstone, en California, y Honeysuckle Creek, en Australia, fueron los puntos escogidos. De ese modo las imágenes de los cráteres y las rocas lunares pudieron luego transmitirse hasta los hogares de millones de personas.
No obstante, mientras la mayoría de los países se paralizaban con los movimientos de Armstrong, los periódicos, las radiodifusoras y los canales de televisión soviéticos ignoraron a los estadounidenses, limitándose a realizar una reseña de los hechos mediante un corto video, como si se tratase de una noticia más. Sin embargo, el 21 de julio de 1969 el presidente del Consejo de Ministros de la Unión Soviética, Alexsey Kosygin, realizó una rueda de prensa en que envió un mensaje de felicitación a los Estados Unidos y anunció su disposición a cooperar en futuras misiones.
El tiempo fue pasando y cuatro misiones más llegaron a la Luna. Los astronautas manejaron automóviles, jugaron golf y dejaron fotografías y obras de arte: el espacio era norteamericano, la bandera de las barras y las estrellas había prevalecido sobre la de la hoz y el martillo.
Aunque el sabor del triunfo enaltecía el espíritu de los científicos, el costo económico era muy alto. Se descubrió que el polvo de la superficie lunar dañaba los equipos y olía a pólvora. Análisis posteriores demostraron que este regolito estaba lleno de helio-3, un isótopo ligero capaz de producir más energía que todo el petróleo del mundo junto, lo que espantó a algunos industriales y petroleros. Teóricos de la conspiración apuntan a que en realidad no hemos vuelto a la Luna, ya que en ella se esconden riquezas que podrían cambiar el orden mundial: especulaciones absurdas, pero que responden a la apatía que hemos tenido respecto a la posibilidad de regresar a nuestro satélite.
Sueños menguantes
Luego de los triunfos, los desfiles y las medallas, los astronautas se dedicaron a misiones menos espectaculares y el mundo atestiguó el desarrollo y muerte de los transbordadores espaciales: vehículos que orbitaban la Tierra y aterrizaban como si fuesen aviones de pasajeros. Naves formidables a las que perdimos la confianza luego de que dos de ellas, el Challenger en 1986 y el Columbia en el 2003, se desintegraran sobre los cielos de Norteamérica.
Pasada la competencia por la hegemonía mundial, la NASA recibió menos recursos y los políticos se preocuparon por otras cuestiones. Con el tiempo la Unión Soviética se derrumbó y la carrera espacial pareció estancarse.
Ante este panorama, los sueños de retornar a la Luna y de visitar Marte no se concretarían. Sin embargo, coincidiendo con el cincuenta aniversario de la llegada del hombre a la Luna, el interés por el espacio ha vuelto a revitalizarse. El multimillonario Jeff Bezos quiere lanzar una nave a la Luna y empezar a construir la primera base. Otro millonario, Elon Musk, informó que hará el primer viaje a Marte con cien tripulantes en el año 2022. Recientemente los chinos enviaron un grupo de sondas a su superficie: las Chang’e. Ante este avance de la República Popular China, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, anunció que llevarían a la primera mujer a la Luna en el año 2024, en una misión llamada Artemisa, la hermana melliza de Apolo y diosa de los nacimientos, la virginidad y los animales salvajes, que llevará consigo internet, teléfonos celulares y mensajes de artistas y youtubers.
Pero, la visitemos o no, Selene seguirá ahí, intacta e idéntica como la reconocieron los primeros reptiles y la soñaron los taínos. Como un dron que nos seguirá hasta que fallezca la última persona en nuestro planeta, dando lugar a reinos de nuevos monstruos.
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