Sería impensable establecer un criterio certero y que responda a la verdad de la historia, atribuirle a Juan Bosch algún punto de consenso con las ideas, expresiones y tendencias que vulneren la dignidad del hombre y que estén en contraposición con la democracia y el derecho de los ciudadanos a decidir su destino. En el caso de la sangrienta dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, Bosch, quien ya tenía un trecho recorrido en la órbita de las letras nacionales y que luego consolidaría con el sello de admiración por la obra ejemplarizante de Eugenio María de Hostos, hacia las formas más bien ponderadas del humanismo, patrón intelectual e ideológico si se quiere que trazó también Pedro Henríquez Ureña, supo distanciarse a tiempo de cualquier sombra trujillista. El caso de Bosch es frontalmente opuesto a otros intelectuales que, atrapados unos en el patíbulo del miedo, otros deslumbrados por la expectativa del oro y del poder, como efecto de la sumisión en unos casos y el deseo de formar parte de la gran construcción ideológica del trujillismo –con sus consabidas retribuciones y recompensas– se arrodillaron ante el hombre que fue capaz de traicionar a su mentor, el presidente Horacio Vásquez, para lanzarse a un gobierno que se extendería por más de treinta años a punta de sal y sangre.
La intencionalidad de Bosch en todo su quehacer político e intelectual siempre estuvo vinculada, de manera directa e indirecta, a luchar en el exilio por el establecimiento de la democracia, fuera de Trujillo, contra quien militó en el exterior, a través del movimiento de lucha antitrujillista, con participación en iniciativas como la expedición de Cayo Confite, que si bien desde el marco operativo fue fallida, fortaleció la necesidad de que la República Dominicana se liberara de ese régimen de hierro. El planteamiento inicial de este trabajo, sobre lo impensable de buscar vínculos de armonía con expresiones antidemocráticas como lo era desde su plataforma ideológica hasta sus realizaciones de corte económico y de infraestructura el gobierno de Trujillo, debe mantenerse, por la existencia de una corriente que ha referido, quizá como forma de buscar una mancha en la conducta moral del autor de Trujillo, una tiranía sin ejemplo, que aceptó varios empleos en el tren gubernamental.
Ciertamente, el primero de noviembre de 1937, Juan Bosch fue nombrado jefe del servicio de información de la Dirección General de Estadísticas,1 pero su prestigio como escritor había alcanzado notabilidad y el dictador Trujillo, ante tal descubrimiento, lo propuso para diputado. Bosch, que había visto a conciencia la proyección que llevaba el gobierno, ahora con el deseo expreso de comprometerlo, moral y políticamente, decidió evitarlo. Es así que el 13 de enero de 1938 sale de República Dominicana rumbo a Puerto Rico, con el alegato de que quería atender la salud de su esposa, según consigna Joaquín Gerónimo, en su libro En el nombre de Bosch. Bosch, en una entrevista que le hizo el Listín Diario, publicada el 30 de junio de 1979, sobre los motivos que lo impulsaron a salir del país hacia el exilio, lo plantea de la manera siguiente, dejando constancia de cuál fue su pensamiento, sobre la tiranía en ciernes: “Salí por varias razones, pero la más importante fue que un día Mario Fermín Cabral me pidió que fuera a verlo al Hotel Presidente, donde vivía cuando estaba en la capital y me dijo, con cara de preocupación, que Trujillo estaba pensando hacerme diputado y que yo debía pensar muy bien lo que debía hacer.
Conociendo como lo conocía, entendí toda la gravedad de esa advertencia.” Sin embargo, cabe anotar que la sensibilidad de Juan Bosch, en esos años, estaba adherida a la literatura, al proceso creativo de la estructuración del cuento y la narrativa corta centrada en el elemento de intensidad, la formulación teorética de tres personajes y un tema, y que es después, ya salpicado por los grupos de dominicanos exilados, cuando empieza la gestación de su comprensión sobre la fatuidad de lo que ocurría en su país. “Si alguien se distinguía en cualquier actividad pública, Trujillo le ofrecía un puesto en su gobierno, y era peligroso no aceptárselo, y decidí irme del país a pesar de que eso también era muy peligroso”, refiere el autor de La mujer en la misma entrevista. Con Juan Bosch, la tiranía de Trujillo fue, más que una fuente de inspiración en contra de las actitudes personalistas de un gobierno que no respetaba las libertades públicas, el fruto de los errores históricos de los procesos político-sociales que durante siglos se fraguaban en la República Dominicana, como lo expresa el escritor en su libro Trujillo: causas de una tiranía sin ejemplo. Esta comprensión del creador de ensayos emblemáticos sobre la personalidad colectiva como Composición social dominicana, o Dictadura con respaldo popular, alcanzó sus matices cuando Bosch llegó a Cuba y se comprometió con proyectos y procesos vinculados a la nueva visión que encarnaban la Revolución cubana. De ahí que luego comprendiera que una tiranía de la magnitud de la que se enclavaba en el alma y en la vida física de la República Dominicana, con todo un engranaje ideológico, estructurado con los patrones de apoyo de naciones como Estados Unidos, y la lucha contra la expansión del comunismo, solo podía ser combatida con una intencionalidad de repercusiones políticas, que aglutinara el descontento y las frustraciones de patriotas que anhelaban el sueño de retornar a su país y, al hacerlo, emprender el hallazgo de la formulación de una idea de corte democrática que, se debe decir, porque es una huella histórica, culminó con la fundación en 1939 del Partido Revolucionario Dominicano.
Lo que no debía ser El incansable trabajo intelectual de Bosch, que unas veces tuvo connotaciones combinadas con las necesidades de la subsistencia, y para ejemplo podemos citar la encomienda que le hicieron en Puerto Rico de organizar, compendiar y formalizar, en términos de estructura y de estilos, la obra del antillanista Eugenio María de Hostos, y otras veces de esquematización de proyectos institucionalistas, como las revisiones que tuvo que hacer de las cartas fundamentales de Italia, Chile, España Republicana y Alemania Federal, a petición del líder cubano Carlos Prío Socarrás, para redactar en los años cuarenta la nueva Constitución de esa nación, arreciaron en sus actitudes las comprensiones de que en la República Dominicana había una situación política que no debía ser.2 Pero Bosch, más que mantener una actitud crítica ante la dictadura que atenazaba a los dominicanos e incidir entre los grupos militantes del exilio de manera pasiva, tomó partido en intentos como la expedición de Cayo Confite. Es casi desconocido el hecho de que antes de materializarse, y según contó a la periodista Lil Despradel, viajó a Haití en 1946 con una carta del presidente venezolano Rómulo Betancourt para el presidente de Haití, Ellie Lescot, a quien le pidió ayuda económica para comprar un avión DC-3. “Con el dinero de Lescot compré un DC-3, de los que se vendían en los Estados Unidos como desecho de guerra. En ese DC-3 hice un viaje a Venezuela para convenir con Rómulo (Betancourt) lo de la entrega de las armas que debían ser enviadas a Santo Domingo en dos aviones, en los que íbamos a venir unos cuantos exiliados, pocos, porque había que garantizar el secreto de la operación, ya que si Trujillo se enteraba de algo, se perdían los hombres, las armas y los aviones.”3 Todos esos años de planteamientos y estudios, además del laborantismo político, en búsqueda de la decapitación de la dictadura, perfilaron en Bosch una visión definitiva y hasta profética, por supuesto, fruto de la situación, por ejemplo, que viviría el mundo casi veinte años después de los aprestos de Cayo Confite. Esto se plasma, de manera casi admonitoria, en la carta que envió Bosch al sátrapa en el aniversario 117 de la independencia nacional, el 27 de febrero de 1961, apenas tres meses antes del ajusticiamiento.
En esa carta, el autor de La Mañosa le dice a Trujillo que la atmósfera política del hemisferio sufrió un cambio brusco a partir del primero de enero de 1959 y que sea cual sea la opinión que se tenga de Fidel Castro, la historia tendrá que reconocerle que ha desempeñado un papel de primera magnitud en ese cambio de atmósfera continental, pues a él le correspondió la función de transformar a pueblos pacientes en pueblos peligrosos. “Ya no somos tierras sin importancia, que pueden ser mantenidas fuera del foco de interés mundial. Ahora hay que pensar en nosotros y elaborar toda una teoría política y social que pueda satisfacer el hambre de libertad, de justicia y de pan del hombre americano”, significó. Bosch plantea que esa nueva teoría es una aliada moral de los dominicanos “que luchan contra el régimen que usted ha fundado; y aunque llevado por su instinto realista y tal vez ofuscado por la desviación profesional de hombre de poder, usted puede negarse a reconocer el valor político de tal aliado, es imposible que no se dé cuenta de la tremenda fuerza que significa la unión de ese factor con la voluntad democrática del pueblo dominicano y con los errores que usted ha cometido y viene cometiendo en sus relaciones con el mundo americano”. El cuentista y activista político estimará en la carta a la que se refiere uno de los números de la revista Camino Real, dispersas en papeles y documentos del extinto líder dominicano, que la hora de poner fin a la tiranía ha llegado, e incluso, le pide dejar el poder para evitar que su deposición se realizara con la sangre de por medio: “La fuerza resultante de la suma de los tres factores mencionados va a actuar precisamente cuando comienza la crisis para usted; sus adversarios se levantan de una postración de 31 años en el momento en que usted queda abandonado a su suerte en medio de una atmósfera política y social que no ofrece ya alimento a sus pulmones. En este instante histórico, su caso puede ser comparado al del ágil, fuerte, agresivo y voraz tiburón, conformado por miles de años para ser el terror de los mares, al que el inesperado cataclismo le ha cambiado el agua de mar por ácido sulfúrico; ese tiburón no puede seguir viviendo. No piense que al referirme al tiburón lo he hecho con ánimo de establecer comparaciones peyorativas para usted.
Lo he mencionado porque es un ejemplo de ser vivo nacido para atacar y vencer, como estoy seguro que piensa de sí mismo. Y ya ve que ese arrogante vencedor de los abismos marítimos puede ser inutilizado y destruido por un cambio en su ambiente natural, imagen fiel del caso en que usted se encuentra ahora. ”Pero sucede que el destino de sus últimos días como dictador de la República Dominicana puede reflejarse con sangre o sin ella en el pueblo de Santo Domingo. Si usted admite que la atmósfera política de la América Latina ha cambiado, que en el nuevo ambiente no hay aire para usted, y emigra a aguas más seguras para su naturaleza individual, nuestro país puede recibir el 27 de febrero de 1962 en paz y con optimismo; si usted no lo admite y se empeña en seguir tiranizándolo, el próximo aniversario de la República será caótico y sangriento; y de ser así, el caos y la sangre llegarán más allá del umbral de su propia casa, y escribo casa con el sentido usado en los textos bíblicos.” Esta carta describe de cuerpo entero el nivel de apreciación que sobre la dictadura de Trujillo había adquirido el fundador del Partido Revolucionario Dominicano, para anclar sus aspiraciones o las aspiraciones del grupo que lo rodeaba sobre lo más conveniente para una nación que no había conocido una democracia en su plenitud y que los ensayos, citemos el caso del gobierno de Horacio Vásquez, no concluyeron con resultados positivos para afianzar esa valoración.
Al mismo tiempo, los hombres de la esfera de su entorno en el devenir democrático de América Latina: Rómulo Betancourt, Luis Muñoz Marín, José Figueres, Pablo Neruda y otros, inspiraban ese ejercicio. Decidirse por otra vía que no fuera la democracia, en ese contexto, era imposible. Incluso, la misma creencia en Fidel Castro, la toma del Cuartel de Moncada y otras situaciones directas, con relación a los dominicanos, en las que tomó partida el líder de la revolución cubana, fortalece esta afirmación. Lo que se ha planteado hasta este momento es el criterio de que Juan Bosch tenía una visión clara sobre lo que significaba la dictadura de Trujillo para la República Dominicana, lo que no estaba muy claro hasta la asunción del poder en Cuba de Fidel Castro. En su libro, Trujillo, causas de una tiranía sin ejemplo, el autor de la Nochebuena de Encarnación Mendoza, ya tiene la madurez suficiente para establecer que la situación que se vivía, con un gobierno que mantenía al país como una especie de finca administrada de manera arbitraria, no era la de un gobierno sobre un país, ni un régimen contra una nación. No quería calificarlo así y, en ese contexto, Bosch dice: “Argentina, Colombia y Venezuela eran víctimas de tiranías políticas; pero lo que se produce en República Dominicana, no es una tiranía política. En buena técnica, el Santo Domingo de Trujillo no puede ser calificado de nación, ni sus habitantes son un pueblo ni el poder que los domina puede ser llamado gobierno.”4 En esa tesitura y como refiere el historiador José Chez Checo, en su comentario sobre Trujillo, una tiranía sin ejemplo, una lectura historiográfica, que aparece en el volumen Dos coloquios sobre la obra de Juan Bosch, estaba claro que los patrones de conducta del dictador habían sido impulsados por factores como el impacto que causó en él el rechazo de los sectores de linaje, que no lo aceptaron nunca como uno de los suyos.
La cosmovisión de Bosch Todo el pensamiento de Juan Bosch, un demócrata de la más pura estirpe, según los entendidos en la materia, está estructurado en su cosmovisión integral de humanista de profunda sensibilidad, a quien afectan los problemas sociopolíticos del hombre rural, que es el hombre del pueblo y Trujillo, no fue más que el arquetipo de la contradicción de esa utopía social de bienestar. El pensamiento de Bosch sobre Trujillo no libera a los distintos factores históricos que incidieron en la nación, desde que se instauraron los regímenes posteriores a la conquista de América hasta desembocar en el caudillaje, las luchas fratricidas de líderes de la montonera que resolvían a tiros y deposiciones violentas, todo lo que era imposible hacer a través de la institucionalidad, porque la misma no existía como tal, más que los dones de la ambición propiciatoria del desorden. Eso degeneró, según los criterios de Bosch, en la dictadura de Trujillo y luego su ajusticiamiento. “Para el porvenir de nuestra nación, es preferible tener un pueblo capaz de una insurgencia igualitaria, por terrible que ésta sea, a tener uno incapaz de evitar la aparición y perdurabilidad de una tiranía tan voraz, tan sanguinaria y tan depravada, como la de Rafael Leonidas Trujillo”, finaliza Bosch en el libro citado. Si definitivamente Trujillo era la fase culminante de un proceso histórico fallido, el desenlace desviado del interés legítimo del pueblo, Bosch quiso después, lejos del análisis apasionado del luchador antitrujillista, hacer referencia sociológica, como un ejercicio de despeje intelectual, que utilizaba a Trujillo como puntal de esos errores y, sin que esto importara mucho en lo formal, responsabilizaba a la sociedad, al pueblo, de apañar muchos de estos procesos históricos.
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