Por más de cuarenta años de mi vida, desde que era un estudiante de 20 años en la Universidad de Oxford y tuve el honor de recibir como orador invitado el 19 de marzo de 1966 al coronel Francisco Caamaño Deñó, presidente constitucionalista en el exilio, he tenido una fuerte curiosidad, pero que nunca desarrollé, por la política de la República Dominicana. En el transcurso de mi trabajo como periodista, especialista en política y académico, me he enfocado en los países del Medio Oriente –los que he visitado todos– y he viajado periódicamente, como investigador, tanto a Estados Unidos como a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas/Rusia; también he tenido la oportunidad de ir regularmente a Latinoamérica. De ningún modo soy un experto en ese continente, pero he desarrollado, por razones de contactos personales e intereses académicos comunes, muchos contactos con su gente.
Después de mi primera visita a Cuba en 1968 donde participé junto a docenas de otros jóvenes europeos en un proyecto diseñado para cultivar café en las montañas de la provincia de Pinar del Río y asistí a dos discursos maratónicos de Fidel Castro, visité Haití en 1972, en los primeros meses del gobierno de “Baby Doc” Duvalier, y también tuve el placer de visitar Brasil, Argentina, México y Colombia, así como asistir, en el verano de 1983, a una conferencia internacional en Granada, la entonces revolucionaria isla del Caribe, donde, unos meses antes de que fueran asesinados, tuve el gusto de conocer al primer ministro, Maurice Bishop, y a su ministro de Asuntos Exteriores, Unison Whiteman. En el curso de mi trabajo en la London School of Economics también he conocido a través de los años a muchos estudiantes y colegas latinoamericanos, y he asistido a charlas del presidente Fox de México y de los presidentes Cardoso y Lula, de Brasil, entre otros. Cuando el presidente de Costa Rica, Óscar Arias, nos visitó en su primer gobierno, en los años ochenta, se me solicitó, debido a que soy razonablemente competente en español, presentarlo y presidir la reunión en la que pronunció su discurso. En 2002, fui invitado por ser reconocido como un especialista en asuntos de petróleo y políticos a un almuerzo oficial con el presidente de Venezuela, Hugo Chávez –cuyo anfitrión era el viceministro John Prescott, en el cual tuve una amena e interesante conversación con Chávez y con algunos de su delegación.
Mientras participaba como especialista académico en la cumbre del Club de Madrid celebrada con altos dignatarios –incluyendo el Rey de España y Kofi Annan–, en una ocasión me encontré en el lobby de nuestro hotel con el presidente de la República Dominicana, el señor Leonel Fernández, pero no tuvimos oportunidad de hablar. Sin embargo, por muchos años no tuve contacto alguno con la República Dominicana. En comparación con otros países de Latinoamérica y el Caribe, recibe relativamente muy poca atención de parte de la prensa europea, y, que yo sepa, nunca he tenido alumnos de ese país en las universidades del Reino Unido y España donde he trabajado. También es importante hacer notar que en la gran cantidad de literatura publicada a partir del fin de la Guerra Fría acerca de la rivalidad de los soviéticos y los americanos en ese conflicto, y en base a documentos y entrevistas realizadas luego del fin de ese período, muy pocas cosas nuevas se han dicho acerca de los eventos ocurridos en Santo Domingo en 1965: acerca de otros asuntos, como la Crisis de los Misiles en Cuba, en 1962, el Golpe de Estado en Chile de 1973 o el estallido de la Guerra de Corea en 1950, hemos obtenido mucha información nueva
Con respecto a los sucesos de la República Dominicana, ya sabíamos mucho de sus antecedentes, y también sabemos que la urss protestó muy poco, relativamente, por la intervención norteamericana, en parte porque, queriendo legitimizar su propia intervención en Hungría en 1956, implícitamente reconoció que la República Dominicana estaba en el “patio” de Washington. De esta manera, la Doctrina Monroe sirvió para reforzar el equivalente soviético, la Doctrina Brezhnev, de “soberanía limitada”, enunciada en 1968, para justificar la invasión soviética a Checoslovaquia en agosto de ese año. Al igual que con el simbólico uso de las tropas de la Unidad de la Organización de Estados Americanos en Santo Domingo en 1965, en 1968 las tropas soviéticas que entraron en Praga estaban acompañadas por fuerzas simbólicas del Pacto de Varsovia.
Recordar
Hace unos meses, una conversación con una periodista de la República Dominicana que trabaja ahora en España, Kenny Cabrera, me llevó a recordar, con mucha curiosidad y también con gran emoción, aquella ocasión, única e inolvidable, en la que conocí al antiguo líder de esa nación, y por un tiempo su legítimo presidente, el coronel Francisco Caamaño Deñó. En aquel tiempo yo era presidente del Club del Partido Laborista de la Universidad de Oxford (oulc, por sus siglas en inglés), el grupo estudiantil afiliado al entonces partido de Gobierno en Inglaterra, y en marzo de 1966 invitamos al coronel Caamaño, quien entonces estaba en el exilio y fungía como agregado militar en la embajada de su país en Londres, a que hablara para nosotros. En la carta que le escribí en nombre del oulc, le expresé nuestro apoyo a la causa nacionalista y constitucionalista de la República Dominicana y le anexé una copia de un artículo que yo había publicado un año antes, a raíz de la invasión norteamericana, en Isis, el periódico semanal de los estudiantes de Oxford, del cual yo era editor internacional. En dicho artículo, titulado “Traición americana”, mostraba por qué las razones para la invasión norteamericana a la República Dominicana no tenían fundamento: “¿Por qué invadieron los norteamericanos? En el Congo tenían ‘razones humanitarias’ rescatar ciudadanos norteamericanos. Lo que en sí mismo no era una justificación y, de cualquier modo, era simplemente una excusa, ya que luego de la evacuación la invasión continuó. También reclaman que son neutrales y que simplemente quieren preservar el orden. Esto también es una mentira. Ellos han rodeado las áreas rebeldes, respaldado las fuerzas de su general títere y declarado su intención de contener la revuelta… La verdadera razón para la decisión de Estados Unidos de invadir era mucho más simple y desagradable. Un régimen pro-norteamericano meticulosamente corrupto se estaba desmoronando. Los norteamericanos tenían que respaldarlo. Hablando con estúpidos clichés acerca de ‘balance ideológico’ y ‘esferas de influencia’, ellos han tratado de justificar lo que simplemente era un acto de agresión. La tontería acerca de castristas y comunistas es completamente irrelevante como defensa de la acción de Estados Unidos. Los argumentos avanzados por Estados Unidos son similares, en un modo deprimente, a los utilizados por Khrushchev en 1956 en relación a Hungría”.
Para mi gran sorpresa y placer, el coronel Caamaño aceptó nuestra invitación, y en la tarde del 19 de marzo de 1966 lo recogimos, junto a un colega de la embajada en Londres, en la estación del tren de Oxford, adonde llegó procedente de Paddington. En una sala de conferencias de un colegio cercano, nuestro lugar de reuniones habitual con oradores invitados, dio su discurso. Asistió una audiencia de alrededor de cincuenta personas, atentas y receptivas. Como presidente de la sociedad, tuve el honor y el placer de presidir la reunión. Entre los presentes estuvo Laurence Whitehead, quien años más tarde fuera el especialista en políticas de Latinoamérica del Reino Unido, con base en la Universidad de Oxford. Cuarenta años mas tarde, el profesor Whitehad recuerda que, caminando junto al Coronel Caamaño por la calle principal de Oxford, la High Street, el coronel, medio en broma, le comentó que si él estuviera en una situación de combate estaría posicionando francotiradores en los techos de los edificios que bordean la calle. Igualmente, al profesor Whitehead le sorprendió cómo, a su pesar, el coronel Caamaño llegó a ser opositor de Estados Unidos, ya que siempre hablaba con respeto acerca de sus experiencias durante sus entrenamientos militares en aquel país. El coronel Caamaño habló alrededor de una hora y luego contestó preguntas. Su discurso fue diestramente traducido por Gudrun Gudie Lawaetz, una periodista danesa cuyo padre creció en las antiguas Islas Vírgenes danesas del Caribe y luego trabajó para el periódico The Observer. Lawaetz estaba casada con el distinguido historiador español Joaquín Romero Maura quien luego fuera el primer jefe del Centro de Estudios Hispánicos de la Universidad de Oxford, que también se encontraba entre los asistentes. Ya la señora Lawaetz estaba familiarizada con lo que había sucedido en la República Dominicana: había trabajado en París a finales de la década de los cincuenta y allá conoció a algunos de los dominicanos radicales que estaban en el exilio, entre ellos al señor Hugo Tolentino, quien luego fuera ministro de Relaciones Exteriores de su país. Otros que conoció, entre ellos José Cordero Michel, regresaron en 1959 a la República Dominicana para iniciar una guerrilla según el modelo cubano, y perdieron la vida en el intento.
Después de la reunión, tanto los otros organizadores miembros del oulc como yo no estábamos seguros de qué hacer, por lo que invitamos al coronel Caamaño y a su colega, el capitán Guerra, a una fiesta estudiantil de final de curso, lo que los ingleses llaman “una fiesta de disfraces”, que se estaba celebrando en el Oxford College of All Souls. El coronel Caamaño aceptó encantado y se quedó un buen rato, una presencia distinguida aunque algo reservada en su traje formal, entre un grupo de ruidosos estudiantes en camisas floreadas y faldas cortas. Después de un rato y un vaso de vino, y teniendo que coger un tren de vuelta a Londres, nos dijo adiós. Nunca lo volví a ver.
La señora Lawaetz y su esposo se encontraron de nuevo con el coronel Caamaño unas semanas más tarde, en Londres, y cenaron con él, junto a su acompañante y guardaespaldas el capitán Guerra, y su tío Alejandro, un antiguo oficial militar de las Fuerzas Armadas dominicanas quien pasó el resto de su vida en Londres. La señora Lawaetz también tuvo otras discusiones con el coronel Caamaño en las cuales él habló de su pasado, de su entrenamiento en West Point, en Estados Unidos, y de su posterior rechazo al régimen de Trujillo. La señora Lawaetz describió mas tarde cómo el coronel Caamaño, desde su puesto en la oficina del agregado militar en Queensgate, Londres, había establecido una línea telefónica especial para servir de enlace con los demás líderes constitucionalistas exilados en 1965, y cómo pasaban horas en el teléfono en conversaciones con el líder exilado Juan Bosch, exhortándole a regresar al país y liderar el movimiento constitucionalista.
Discurso
En su discurso en nuestra asociación, pronunciado en un español calmado y claro, el coronel Caamaño analizó los acontecimientos de 1965, su rol como líder del movimiento constitucionalista, la ilegalidad y mentiras de la intervención y ocupación norteamericana y la necesidad de su país de tener elecciones libres y auténticas y del restablecimiento de otras libertades. Su discurso de marzo de 1966, pronunciado en el momento en que se preparaban nuevas elecciones en la República Dominicana para el siguiente mes de junio, reflejaba aún su Para todos los que estábamos presentes fue una emocionante e inolvidable ocasión. En aquellos días había quizás mas conocimiento de la República Dominicana entre el público europeo –y particularmente entre aquellos de nosotros que estábamos en la izquierda–, que el que hay ahora. Todos habíamos leído, en artículos a veces serios y a veces más triviales, sobre la dictadura de 31 años del general Trujillo, que terminó con su muerte en 1961: su crueldad, vanidad y corrupción; el hecho de que había erigido 2,000 estatuas de sí mismo en su país, y que hasta denominó la capital con su nombre, Ciudad Trujillo; sin mencionar las locuras de su hijo Ramfis. En retrospectiva, Trujillo parecía haber combinado lo peores excesos del caudillo de Latinoamérica con las formas más grotescas de culto a la personalidad vistas en los dictadores europeos de los años treinta y cuarenta.esperanza de que pudiera restaurarse el orden constitucional y de que terminara la interferencia de Estados Unidos en su país.
Más recientemente, todos habíamos seguido con preocupación e indignación los acontecimientos del 65: el levantamiento de militares constitucionalistas en abril de 1965 que pedían el regreso al orden democrático abolido en 1963 con el derrocamiento del presidente Juan Bosch; la posterior y completamente ilegal invasión de la República Dominicana por más de 40,000 soldados norteamericanos, bajo el pretexto de “proteger” a los ciudadanos de Estados Unidos, que no estaban en peligro alguno; y el largo enfrentamiento que siguió hasta que en septiembre de 1965 el coronel Caamaño, elegido legítimamente como presidente del país por el Congreso el 5 de mayo, fue forzado a salir al exilio al puesto de agregado militar en Londres. Estos acontecimientos provocaron una ola de protestas en toda Latinoamérica y más allá.
Un patrón
La invasión norteamericana a la República Dominicana parecía en ese momento, y aún parece hoy, parte de un patrón más amplio de intervención y contrarrevolución que caracterizó la política de Estados Unidos hacia Latinoamérica y Asia Oriental en los sesenta. También sirvió como modelo para invasiones posteriores –sobre todo por su manipulación del tema de ‘proteger’ a los ciudadanos norteamericanos–, como las de Granada en 1983 y la de Panamá en 1989. Para aquellos de nosotros que seguíamos las noticias del Tercer Mundo, era parte de una serie de golpes militares de derecha e intervenciones norteamericanas que incluyeron el derrocamiento del presidente Sukarno y la subsiguiente masacre de la izquierda de Indonesia en 1965, el golpe en contra del presidente Nkrumah en Ghana en 1966, el golpe fascista griego de abril de 1967 y el ataque israelí a sus vecinos árabes en junio de ese año. Aún no lo sabíamos, pero luego nos enteramos de que la cia había estado involucrada en el golpe de Estado de 1963 en la República Dominicana, que precipitó la crisis en ese país, así como en la ayuda al partido Ba´th de Irak –que era en aquel momento ferozmente anticomunista–, para hacerse con el poder por primera vez en febrero de 1963. En el contexto del Caribe y Latinoamérica, era parte de una larga lista de intervenciones militares de Estados Unidos, algunas manifiestas, otras clandestinas, destinadas a destruir los movimientos políticos independientes e instalar regímenes clientelistas: desde Cuba en 1898, más tarde Nicaragua, Guatemala, y, luego de la revolución de 1959, Cuba de nuevo. Cuatro años antes de la intervención en la República Dominicana, Estados Unidos había tratado, y fallado, de desalojar al gobierno de Fidel Castro con la invasión de playa Girón de abril de 1961.
Solo un año antes, en enero de 1964, una acción encubierta apoyada por la cia había despojado del poder al presidente Goulart de Brasil e instalado el régimen militar que habría de gobernar por 20 años. En el caso de la República Dominicana, Washington no pudo utilizar sus métodos convencionales: un golpe militar como el modelo brasileño o guatemalteco no era posible, ya que una gran parte de las Fuerzas Armadas dominicanas apoyaba el movimiento constitucionalista; un desembarco de exilados, como el que se trató en Playa Girón (Bahía de Cochinos) en 1961, y de nuevo, durante los ochenta con los contra en Nicaragua, no era viable, ya que la abrumadora masa de la población dominicana, sobre todo en las áreas rurales, estaba con las fuerzas que se levantaron en abril del 65. Washington, alarmado por las repercusiones internacionales de la revolución cubana en toda Latinoamérica, y consciente de las debilidades de sus clientes militares y civiles dentro de la República Dominicana, se decidió entonces por una invasión a gran escala. Esto fue lo que más tarde se conoció como la “Doctrina Johnson”, llamada así por su ideólogo, el entonces presidente Lyndon Johnson: ésta fue una de una larga lista de tales “doctrinas”, todas relacionadas con el manejo de intervenciones y control en el Tercer Mundo, que fueran elaboradas por los presidentes de Estados Unidos, desde Truman en los cuarenta, siguiendo con Eisenhower, Kennedy, Nixon, y más tarde Carter, Reagan, y hasta Clinton.
La de Johnson fue la más extremista, ilegal e insensible de todas estas políticas de Estados Unidos post-1945; en efecto, era un regreso al modelo imperialista del siglo xix y principios del xx, aunque insinuaba –si bien muy pocos lo hubieran podido adivinar en ese momento– la invasión a Irak medio siglo más tarde, donde el pretexto “armas de destrucción masiva”– era tan falso como aquella ‘protección’ a los ciudadanos norteamericanos de Santo Domingo en 1965: la Doctrina Johnson, que surgió de la crisis de Santo Domingo en 1965, recibió en Vietnam su total, trascendental y más violenta realización, y posterior refutación. Dos meses después de la invasión de la República Dominicana, y aparentemente animado por su “victoria”, Johnson ordenó a las tropas de combate de Estados Unidos desembarcar en Vietnam, en un número que alcanzaba, en la cumbre del conflicto, alrededor de medio millón de soldados. Un total de 57,000 soldados norteamericanos murieron y quizás dos millones de vietnamitas, antes de que en abril de 1975, exactamente una década más tarde de que los soldados de infantería de marina desembarcaran en Santo Domingo, las fuerzas de Estados Unidos y sus asesores escaparan, de forma ignominiosa, desde el techo de la Embajada de Estados Unidos en Saigón.
No era Vietnam
Sin embargo, la República Dominicana no es, ni era, Vietnam. En 1965 era un país pequeño de alrededor de 18,750 millas cuadradas y con una población de 3.7 millones de habitantes. Cercano a Estados Unidos, el país estaba exhausto debido a décadas de explotación y humillación por parte de Trujillo y sus asociados, mientras las fuerzas de izquierda y revolucionarias, inconsistentemente lideradas por Juan Bosch, del Partido Revolucionario, estaban divididas acerca de cómo reaccionar. Las fuerzas constitucionalistas dominicanas no podían resistir de inmediato a Estados Unidos ni agarrarse de las promesas de Washington cuando, en septiembre de 1965, los líderes del movimiento constitucionalista, entre ellos el coronel Caamaño Deñó, acordaron irse temporalmente, como estaba entendido, al exilio. Caamaño hizo esto suponiendo que en un corto tiempo se celebrarían nuevas y libres elecciones y se restablecerá el orden constitucional de 1963. Sin embargo, cuando se celebraron las nuevas elecciones en junio de 1966, el proceso estuvo acompañado por un conjunto de irregularidades y manipulaciones ilegales, con el resultado de que el claro favorito, el presidente constitucional de 1963, Juan Bosch, fue derrotado, resultando electo el conservador y antiguo trujillista Joaquín Balaguer. Sólo se celebrarían elecciones legítimas a fines de los setenta. Como puede atestiguar cualquiera que haya escuchado su discurso en Oxford, esa noche de marzo de 1966, el coronel Caamaño era un hombre comprometido y valiente, decidido a restaurar la independencia y el orden constitucional de su país, que había sido abolido por los militares y las fuerzas de Estados Unidos.
No era un aventurero por naturaleza, ni un revolucionario innato o un soñador, sino un individuo práctico, comprometido y organizado, que representaba lo mejor de las tradiciones militares progresistas de Latinoamérica. Caamaño no iba a quedarse sentado en un cómodo e inactivo exilio en Londres si la situación de su país se estaba deteriorando. Como escribió Marcel Niedergang, el corresponsal para Latinoamérica de Le Monde en su libro The Twenty Latin Americas (Las veinte latinoaméricas), publicado en 1968 en su traducción al inglés por la Editora Penguin, Caamaño se “estancó” en Londres hasta octubre de 1967 y luego renunció a su puesto y desapareció. En el momento de escribir su libro, Niedergang no sabía qué había pasado con el coronel: “En la primavera de 1968 algunos de sus amigos pensaban que era posible que Caamaño estuviera en algún lugar del Caribe –probablemente en Cuba– preparándose para hacer un regreso triunfal” (Vol. 2, p. 282). Quizás es significativo que el mes en el que el coronel Caamaño decidió partir de Londres y viajar a Cuba en secreto para prepararse para una guerra de guerrillas en la República Dominicana, fue el mismo en el cual el Che Guevara fue capturado y asesinado en Bolivia. Uno solamente puede especular acerca de si estos dos eventos no estuvieron relacionados.
La suposición de Marcel Niedergang era correcta. Tras permanecer tranquilamente en Cuba por unos años, decidió, en contra de los consejos de los cubanos –quienes para ese momento ya no creían en la teoría de “foco” de la guerra de guerrillas–, regresar secretamente a la República Dominicana a principios de 1973. Desembarcó en Playa Caracoles con un grupo de nueve partidarios, se internó en las montañas de la Cordillera Central y comenzó a movilizar el apoyo de los campesinos contra el régimen de Balaguer. Pero no pudo provocar un levantamiento popular inmediato y, luego de dos semanas, fue capturado por las fuerzas del Gobierno. Como le ocurrió al Che Guevara en Bolivia, seis años antes, el coronel Caamaño fue ejecutado por sus captores y enterrado en un lugar secreto. Solo en años recientes el Gobierno de la República Dominicana, liderado por el presidente Leonel Fernández –un seguidor del difunto Juan Bosch–, confirmó oficialmente el estatus del coronel Caamaño como presidente de la República y nombró una vía pública en la parte oriental del río Ozama, cerca del puerto, como avenida Presidente Caamaño.
Hoy el coronel Caamaño Deñó es un héroe en su país, a la par con otros grandes líderes radicales de Latinoamérica de los tiempos modernos como Che Guevara, Emiliano Zapata, Augusto Sandino y Salvador Allende. Su reputación y su honor como patriota y soldado están restaurados, así como su estatus de legítimo presidente de su país. Para todos los que lo conocimos y escuchamos aquella noche de 1966 en Oxford, sigue siendo una personalidad excepcional, un hombre claro, modesto y decidido, sin nada de la demagogia, vanidad o inclinaciones antidemocráticas que afectan a muchos otros líderes radicales y ex militares en Latinoamérica y en otros lugares. Caamaño dedicó y finalmente dio su vida por la independencia de su país y por un justo orden social y político en el Caribe y en Latinoamérica. Para mí, personalmente, la reunión con el coronel Caamaño fue una de las ocasiones más emotivas de mi vida política, y que siempre recordaré con emoción y orgullo. Él está al mismo nivel de los mejores lideres políticos que he tenido el privilegio de conocer, y lo comparo, más directamente, por su dignidad, calma y franqueza, con el líder de la oposición a las leyes de Portugal en África, Amílcar Cabral, a quien entrevisté en Londres en 1971; con el ex primer ministro alemán y héroe anti nazi, Willi Brandt, a quien invité a dictar una charla en el London School of Economics (lse), y con el ministro de Relaciones Exteriores de Chile, Orlando Letelier, con quien trabajé hasta su asesinato por la dina de Pinochet en 1977. Resultó que la disertación del coronel Caamaño en Oxford en 1966 fue también la primera vez en mi vida que oí a alguien dar un discurso en español. En esa ocasión traté lo mejor que pude de seguir sus palabras con mis conocimientos de latín e italiano: ya que más tarde en mi vida mi manejo del español ha aumentado, a menudo atribuyo esto a la claridad de pensamiento y de dicción del coronel Caamaño, en efecto, mi primer maestro en ese idioma. Hay mucho más que se ha dicho y que podría decirse acerca de este hombre tan extraordinario. Otros, sobre todo escritores de la República Dominicana y aquellos que compartieron su carrera, su actividad política y su campaña final de guerrilla, han escrito con más autoridad acerca de su vida y su significado. Se han publicado varios libros sobre su vida y los antecedentes y acontecimientos ocurridos en su país entre 1965 y 1973.1 Mi única esperanza es que, después de 40 años, esta pequeña memoria pueda servir como un homenaje adicional a este gran hombre, y como una nota al pie, si no más, de la historia moderna de la República Dominicana.
Notas
1 Entre otros: Piero Gleijeses, The Dominican Crisis. The 1965 Constitutionalist Revolt and American Intervention, traducido por Lawrence Lipson Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 1978; Marcel Niedergang, La Révolution de Saint-Domingue, Paris: Plon, 1966; Alejandro Ovalles, Caamaño, el gobierno y las guerrillas, Santo Domingo: Taller de Impresiones, 1973; Hamlet Hermann, Francisco Caamaño, Santo Domingo: Editorial Alfa y Omega, 1983.
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