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Cien años de soledad: Un clásico nacido en la carretera

por Orlando R. Martínez
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N

o sé sabe cuán cierto es el hecho, pero el mismo Gabriel García Márquez contaba que en 1965, mientras conducía su Opel Blanco con su familia desde Ciudad de México hasta Acapulco, vislumbró cómo debía escribir la novela en que había estado pensando desde hacía años y que para entonces tenía el título provisional de La casa. Como cuenta en El olor de la guayaba, el libro que contiene las entrevistas que le realizó Plinio Apuleyo Mendonza, esa tarde «se sintió fulminado por un cataclismo del alma tan intenso y arrasador que apenas si logré eludir una vaca que se atravesó en la carretera». El deseo de escribir lo obligó a detener el viaje, regresar a casa y correr hacia su Olivetti. En ese entonces vivía en Ciudad de México en el barrio San Ángel Inn.

De acuerdo a sus biógrafos, empezó la escritura de la novela entre julio y septiembre de 1965. Pese a que logró redactar sin mucho esfuerzo la primera frase: «Muchos años después frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo», considerada hoy en día como una de las más famosas de la literatura, no tenía idea de cómo seguiría. Solo hasta la parte del galeón en la selva no creyó «de verdad que aquel libro pudiera llevar a ninguna parte. Pero a partir de allí todo fue una especie de frenesí, por lo demás, muy divertido». Sin embargo, como se lee en Vivir para contarla, la génesis de la novela está en su vida. Arranca con un viaje que el autor hace con su madre a Aracataca, su pueblo natal, para vender la casa de la familia. En un momento cuenta que el tren pasó frente a una finca que tenía el nombre de Macondo. Ese nombre se le quedaría por años en su mente y terminaría siendo con el que bautizaría el pueblo colombiano donde transcurre su novela.

Como todos sabemos, Cien años de soledad mezcla fantasía y realidad para narrar un siglo de la familia Buendía. Ya que en dicha familia existía la costumbre de repetir dos nombres, la trama está compuesta por cuatro José Arcadio Buendía y tres Aureliano Buendía. El coronel Aureliano Buendía es el personaje que abre la novela y puede que esté basado en la figura de su abuelo Nicolás Márquez, que fue coronel y que aparece como personaje en la novela, e incluso el duelo que provoca el exilio de José Arcadio y Úrsula y la consiguiente fundación de Macondo está relacionado con una experiencia de su vida.

El que García Márquez haya vivido los primeros años de su vida con sus abuelos en vez de con sus padres, sumado al fuerte lazo afectivo que desarrolló con su abuelo, produjo una fuerte presencia de la imagen del coronel durante el resto de su vida. Esta presencia era tan pronunciada que en Francia lo obligó a detener la escritura de La mala hora, para dedicarle toda una novela solo a ella, escribiendo el también clásico El coronel no tiene quien le escriba.

Pero volvamos a Cien años de soledad. García Márquez pensó que terminaría la novela en un año. A las ocho y media de la mañana, después de dejar a sus dos hijos en el colegio, se ponía a escribir. Luego retomaba la escritura en la noche. Pero llegó un momento en que tuvo que elegir entre «escribir o morir». La respuesta fue decisiva: escribir. Para consagrarse a tiempo completo vendió su Opel, empeñó objetos de su hogar y pidió dinero a amigos, que le daban efectivo a cambio de que les leyera parte de la obra. En uno de los momentos más desesperantes, Márquez y su mujer decidieron empeñar las joyas que esta había recibido de su familia. Con gran resignación llevaron a tasar aretes, sortijas y un collar, recibiendo una respuesta sumamente inesperada: «¡Todo esto es puro vidrio!». Ya que las cosas seguían en declive, tuvieron que vender el secador de pelo, la batidora con que se les preparaba el alimento a los niños y hasta el calentador. 

Pero esto no los desanimó

Llegada la fecha esperada en marzo de 1965, Mercedes preguntó cuánto tardaría en terminar, recibiendo como la respuesta la lacónica frase: «Seis meses». En esos días llegó el dueño de la vivienda a cobrar la casa. Mercedes, encargada de pagar las cuentas, respondió calmadamente que en seis meses le pagarían toda la deuda. El señor confió en su palabra y terminó su presentación con una fecha específica: «La espero el 7 de septiembre».

El primero de mayo de 1966 se publicó el primer capítulo del libro en El Espectador. Juan Bosch, Carlos Fuentes y Julio Cortázar lo leyeron y quedaron fascinados. A mediados de 1966 García Márquez recibió la carta de Francisco Porrúa, editor de Sudamericana de Buenos Aires, quien se mostraba interesado en sus libros. En vista del interés de Porrúa, el escritor colombiano le ofreció el que estaba terminando. Antes de enviarlo al editor argentino decidió dárselo a Álvaro Mutis, quien lo llamó al día siguiente insultándolo porque «esta vaina no tiene nada que ver con lo que me había contado». Mutis se refería a que cada vez que García Márquez se reunía con sus amigos y le preguntaban qué estaba escribiendo, él se inventaba una historia paralela a la que en realidad estaba escribiendo. Pero esto no quiere decir que García Márquez no respetara el criterio de su gran amigo. Al contrario, apreciaba sus opiniones, que eran francas y razonadas, y confesó –ya famoso– que «por lo menos tres cuentos míos murieron en el cajón de la basura porque él tenía razón contra ellos».

García Márquez y Mercedes fueron juntos a mandar la obra a Editorial Argentina, con sede en Buenos Aires. «Son 82 pesos», les dijo el empleado de la oficina de correos. Mercedes contó el dinero que le quedaba en la cartera y se dio cuenta de que apenas tenía 53. Ante la imposibilidad de mandar toda la obra, enviaron solo la mitad. Al llegar a manos de Porrúa este se dio cuenta de que era «excepcional». Ante su fascinación y faltando la primera mitad, mandó dinero para que le enviaran las hojas restantes. En septiembre de 1966, Gabriel García Márquez firmó el contrato.

El autor había vendido tan solo unas mil unidades de cada uno de sus tres títulos anteriores: esperaba en esta ocasión vender cinco mil. La propuesta de la editorial fue de ocho mil. El editor pensó que la venta final podría ser de diez mil. El lanzamiento se hizo en 1967 y las ocho mil unidades se agotaron en tan solo dos semanas. Desde entonces se publicarían continuamente. Hoy la venta supera los 50 millones.


2 comentarios

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