La América Latina de fines de los sesenta y principios de los setenta alberga las primeras manifestaciones de las prácticas comunicacionales alternativas. Diferentes corrientes inspiraron estas nuevas prácticas comunicativas: la Teología de la Liberación y su ruptura con la teología oficial, variantes políticas derivadas en su mayoría del marxismo y del pensamiento socialista, y las innovaciones educativas planteadas por la educación liberadora de Paulo Freire marcaron el inicio de lo que hoy se conoce como comunicación alternativa. Concepto en discusión, por cierto: así como ya suenan sentencias como el fin del periodismo, también hay quienes proponen el fin de los mediadores desde la comunicación alternativa, que debe ser llevada a su extremo para prescindir de los mediadores y ser generada directamente por las clases sociales excluidas del sistema.
Pero estas cuestiones, aún en pleno debate, están lejos de resolverse o definirse. Por supuesto que estas discusiones, en América Latina, llegan con el delay riguroso: ya lo alternativo está considerándose como dentro del nuevo orden hegemónico, y hay quienes sostienen que la expresión ha perdido el sentido por completo. Pero el término sigue siendo válido para distinguir a aquellas prácticas comunicacionales con dos características fundamentales: un marcado corte crítico, y construcciones temáticas y de formatos renovados y propios que se inspiren en los sectores excluidos.
Así es que por ahora, la comunicación alternativa sigue definiéndose como el conjunto de prácticas comunicacionales propias de la comunicación popular, definidas principalmente por una finalidad política: alterar el orden social hegemónico dominante para democratizarlo. Las prácticas de comunicación alternativa tienen así su especificidad: cuestionan los modos en que el poder se concentra en el ámbito del discurso social. Una noción interesante al respecto es la de Angenot, que por discurso social entiende todo lo dicho, los temas, modos de decir, los sujetos que pueden decir, y también lo no-dicho.
Pero por sobre todas las cosas, se trata de las reglas, formuladas o no, que permiten el decir de una sociedad.2 La especificidad de estas prácticas, entonces, está dada por el intento de derribar, no tanto un orden hegemónico entendido desde una lógica económica, sino de los imaginarios que de éste se desprenden, y principalmente uno de ellos: las legitimidades discursivas que determinan que en nuestra sociedad unos sean los sujetos que puedan decir, y otros, sin estar claras las razones, sencillamente no puedan hacerlo. Detrás de este objetivo, la comunicación alternativa supone algunas características esenciales:
– Enfrentamiento del orden social hegemónico (en el sentido recién explicado);
– Producción de un discurso para la inclusión de los sectores que están fuera del circuito de producción mediática. Pero sobre todo ésta:
– El discurso de la comunicación alternativa es el de la contrainformación, entendida como la crítica de los discursos dominantes, y también como la construcción de una agenda propia que sea propuesta directamente desde los sectores a los que se intenta ingresar al nuevo circuito.
El resultado de estas prácticas es la inclusión de las clases excluidas en un orden social democrático, horizontal, de intercambio y solidario, en el que los medios de comunicación realmente sean eso: un medio al servicio de un fin social.
Las prácticas de comunicación alternativa, como productoras de sentido, ponen en circulación unos discursos que les son propios. Y aunque en general estos contenidos discursivos tienen como denominador común el discurso del reemplazo del “otros” por el “nosotros”, habrá distintos discursos específicos de acuerdo al soporte que se haya utilizado para la práctica.
En prensa, hablamos de discursos contra informacionales. O sea, un discurso que se enfrenta al predominante en los medios oficiales, pero lo hace de una manera específica: crítica a esos discursos, pero a la vez busca la circulación de una agenda paralela, siempre con el mismo fin político del cambio social para la inclusión. Por estas mismas características, precisamente, el discurso contra informacional no debe ser entendido como una propuesta independiente: lo importante aquí es el objetivo de democratización, y si para eso es necesario depender de algún determinado sector social o político, lo importante será que eso esté explicitado. Y que esa identificación social o política no sea sinónimo de condicionamiento en los contenidos informacionales. En radio, la comunicación alternativa encuentra su expresión más acabada en las denominadas radios comunitarias, populares o alternativas. Se trata de emprendimientos educativos y participativos cuyo objetivo primordial es convertirse en canales de convocatoria para las actividades de determinadas comunidades, por lo general rurales o barriales. Este tipo de emisoras no están definidas por la mayor o menor potencia, el tipo de frecuencia, la forma de propiedad (pública o privada), el modo de producción (profesionales o aficionados), ni por la inclusión o no de publicidad oficial.
Sí están definidas, en cambio, en función del objetivo de servicio a la comunidad, que no es otra cosa que una finalidad en sí misma democrática. Esto se traduce en una búsqueda de la libertad de expresión. Pero la idea no es una libertad de expresión para los mediadores o periodistas, sino que ésta debe entenderse como un derecho para toda la ciudadanía.3 Esta participación supone, lo mismo que en cualquier caso de contrainformación, una agenda propia y participativa, basada en las vivencias y en los problemas reales de los ciudadanos, para recuperar los vínculos tradicionales de las sociedades.
En cine
En cine, la comunicación alternativa está trabajando fuertemente en la reconstrucción del esquema comunicacional básico. La idea es recuperar al máximo la interactividad entre los interlocutores, pero siempre mediante la intervención de un mediador que también cumplirá un rol diferente en este caso. Para los interlocutores, se trabaja en una cooperación entre los interlocutores “especializados”, que se supone cuentan con un saber científico, y los interlocutores “autóctonos”, es decir, aquellos con un saber naturalizado que quizás no les es tan sencillo explicar.
Entre ellos, el mediador llevará adelante una tarea alternativa (alterativa): capacitación, producción con las diferentes voces, la difusión, pero, fundamentalmente, un intento permanente de transformación de la realidad, para que aquellos problemas que se intentan superar a través del registro cinematográfico luego ya no existan. La comunicación alternativa también circula en espacios no convencionales. Los soportes de estas características que más están trascendiendo son el stencil y el graffiti. Se trata de intervenciones urbanas pensadas para dejar una huella, y están vinculadas a la técnica del street art. 4 Y si bien cada una de estas prácticas cuenta con características particulares, llevan impresas otras en común: se trata de una escritura signada por la acción, en el sentido de que hay una interpelación directa; son una respuesta a la incontención social, y por eso nacen primero como una necesidad individual, pero luego son apropiadas por la gente que intenta decir en las calles aquello que no puede manifestar por otros medios; y, por supuesto, el objetivo de ambas
La tecnología
Aunque a niveles muy diferentes, la alternatividad opera entonces en los discursos y en los soportes. Y si de soporte alternativo hablamos, Internet aparece como la estrella de lo alternativo. La tecnología sorprende tanto cotidianamente que, aunque la Red ya esté considerada como parte y disparador de una sociedad globalizada hacia la fragmentación y la exclusión, las prácticas que se suceden dentro de ella no pueden dejar de ser consideradas al menos en un intento de un rescate de propuestas alternativas para la inclusión. Así, el uso infinito de Internet y actualmente las propuestas de los blogs suelen ser las más frecuentadas por los militantes de la comunicación alternativa. De bitácoras alternativas sobran los ejemplos: es uno de los más recomendables. No sólo por sus contenidos discursivos en un sentido democratizador, sino porque el propio mecanismo de real interactividad los convierte automáticamente en participativos. Esto sin tener en cuenta los millones de voces que se suman a estas propuestas. Aunque el acceso a Internet, aún hoy, siga siendo limitado para un sector de la población mundial.
El uso de la tecnología resulta entonces el punto en donde las prácticas de comunicación alternativa y los militantes tecnólogos encuentran una unión evidente. Pero hay otro punto en común quizás menos obvio: la búsqueda del replanteo de los mecanismos de enseñanza y aprendizaje, sobre todo en los niveles de las nuevas generaciones. Se trata, en fin, de una lucha por la democratización, y por derribar los imaginarios que circulan en el orden social hegemónico que ha planteado desde siempre una educación abordada en una verticalidad y un sistema de autoridad que resulta hoy, más que nunca, en tiempos de Internet y tecnologías inmediatas, al menos, un tanto obsoleta. En este sentido, la comunicación alternativa trabaja desde el concepto –mucho más arcaico pero siempre vigente– de Paulo Freire sobre la educación problematizadora. Se trata de una mirada diferente sobre la educación convencional, aquella casi reducida al acto mecánico de la simple narración, en la cual hay un sujeto que asume el rol de educador y que tiene la misión de “depositar” el saber en quienes se supone que no lo tienen. Freire habla así de una educación “bancaria”, que tiene algunos problemas elementales con ciertos imaginarios:
– Hay alguien que sabe y alguien que no.
– Un sujeto habla, el otro simplemente escucha.
– Hay una persona que piensa, y otra que debe aprender a hacerlo.
– Hay alguien que elige un contenido, y otro que debe acomodarse a éste.
La educación “bancaria” de Freire supone así un imaginario realmente preocupante: hay un educador activo, y un educando al cual se intenta “domesticar”.
Ante esto, la propuesta de Freire es el desarrollo de la educación “problematizadora”, definida en lineamientos opuestos a la “bancaria”:
– El educando debe ser libre de pensamiento.
– No hay un depósito de información, sino que ésta debe ser continuamente problematizada, es decir, puesta en relación con el contexto del educando. En otras palabras, que éste se pregunte sobre esos contenidos en función de su propia realidad, para poder aplicarlos y enriquecerlos con sus propios saberes autóctonos y vivirlos dentro de su verdadera situación social.
– Educador y educando se transforman en roles simultáneos; se pierden así los argumentos de autoridad. Se produce un doble enriquecimiento: por un lado, el alumno consigue problematizar, poner el tema en su realidad concreta y con el material que le ha resultado más accesible, y por el otro, el docente puede conocer otras lecturas y puntos de vista sobre un tema determinado.
Batalla en distintos frentes
El panorama es claro. Las prácticas de comunicación alternativa han evolucionado, se han diversificado, complejizado. Hoy es posible hacer comunicación alternativa (y es necesario comprender esto) desde distintas perspectivas. Al menos, existen tres niveles desde los cuales puede trabajarse en esta comunicación alterativa del orden social hegemónico: la intervención directa en las bases sociales que se pretende incluir en un nuevo sistema; la educación, especialmente en los ámbitos donde se preparan los comunicadores sociales; los medios de comunicación convencionales, donde pueden generarse propuestas alternativas sin que exista contradicción alguna, y en este punto debería ir gestándose una mayor conciencia sobre todo en aquellos medios que son pensados para las clases sociales y políticas de mayor incidencia y poder, como los medios culturales. Se trata de unificar los esfuerzos al máximo, para que la conciencia alternativa logre expandirse y alterar lo que, de no ser así, se convertirá cada vez más en una situación irreversible. Aquellas primeras experiencias que aparecieron en las radios comunitarias hoy han subido a la Red, invaden las paredes de los barrios, se leen en fanzines y blogs alternativos. La apuesta sube. Y siempre valdrá la pena seguir subiéndola: el mundo ya no puede soportar más las desilusiones de millones y millones de niños excluidos.
Notas
1 Excluidos no debe entenderse como clases humildes o pobres. Para generalizar, de alguna manera, el término puede equipararse con todos aquellos que no tienen acceso a los medios de comunicación, por distintos motivos que no deben entenderse, de manera exclusiva, como económicos. Los jóvenes, por ejemplo, se consideran a sí mismos excluidos del circuito de los medios.
2 Lo alternativo queda así distanciado de la noción de “diferente”. Se trata de alternatividad en el sentido de alteridad, y no de cualquier cosa, sino del discurso social. María Cristina Mata lleva al extremo el concepto, y sostiene que cualquier característica de la comunicación alternativa puede aparecer en menor o mayor medida. Excepto esta condición de ruptura y de democratización, que son rasgos excluyentes.
3 En la prensa actual, y en la sociedad de la información, circula el imaginario de que estamos ante una saturación de información. Pero hay quienes advierten que el discurso y la información están cada vez más controlados por unos pocos. Natalia Vinelli cuenta algunas anécdotas al respecto en Contrainformación.
4 Gándara propone a estas prácticas como géneros discursivos, en el sentido de la construcción sociohistórica propia de los géneros. Las necesidades sociales son las que han llevado a la gente a construir estos géneros, marcados por la repetición, el espíritu combativo y un estilo verbal minimalista cuya riqueza está dada en la mejor lograda síntesis de expresión.
5 No se aventuran cifras porque de todos modos quedarían desactualizadas. Las variaciones son constantes, según se da cuenta en . Allí pueden encontrarse los datos más actuales a la hora de la lectura de este artículo
Bibliografía
- Freire, Paulo, Pedagogía del oprimido, Siglo Veintiuno, Barcelona, 2002.
- Gándara, Lelia, Graffiti, La Crujía, Buenos Aires, 2003.
- Mata, María Cristina, Comunicación popular: de la exclusión a la presencia, Ediciones Escuela de Ciencias de la Información de Córdoba, Córdoba, 2002.
- Schmucler, Héctor: Memoria de la Comunicación, Editorial Biblos, Barcelona, 2002.
- Vinelli, Natalia y Carlos Rodrígez Esperón, Contrainformación, Ediciones Peña Lillo, Buenos Aires, 2003.
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