El desarrollo sostenible es una forma nueva y diferente en que los humanos se relacionan con la naturaleza y consigo mismos. Es un proceso que implica una nueva actitud, una nueva conciencia y una nueva cultura. Una actitud de respeto por la naturaleza, la integridad de sus ecosistemas y sus sistemas de soporte vital. Una conciencia que no se reduce a la mera racionalidad científica y tecnológica vigente, sino que incluye elementos importantes de la praxis humana material y espiritual. Una cultura orientada a la superación de los valores antropocentristas y biocentristas predominantes, integrándolos en una síntesis de valores universalistas, en donde lo humano y lo natural convivan en constante equilibrio.
El desarrollo sostenible es un tema atractivo, envolvente que encierra a la vez una promesa para el presente y una promesa para el futuro. Se trata, en esencia, de que si el ser humano entiende que la naturaleza tiene límites que debe respetar y que una gran parte de los elementos naturales usados para sustentar su vida son irrenovables, y si aprende a usar y manejar adecuadamente estos elementos de la naturaleza, el presente puede hacer sostenible el futuro, no sólo de los humanos, sino también de la naturaleza.
Pero si solamente con hacer esta declaración toda la gente comenzara a actuar en consecuencia, y si todo el que habla en nombre de la sostenibilidad fuera sincero, o supiera cómo llevar eso que dice a la práctica, no habría ninguna necesidad de convertir el desarrollo sostenible en problema de estudio especializado. La tradición del desarrollo, del hacer y del pensar de los últimos 200 años, no ha estado basada en el reconocimiento de los límites de la naturaleza y en el uso sostenible de sus recursos. Todo lo contrario, lo que se conoce y “disfruta” actualmente como desarrollo se ha logrado a costa de degradar la naturaleza, de usar hasta el agotamiento sus elementos como bienes gratuitos y sin pensar en la integridad de sus ecosistemas; sin pensar en el mañana, ni de qué vivirán los que vienen atrás. El nuevo paradigma del desarrollo sostenible trata de abrirse camino en medio de los obstáculos que se derivan del predominio de ese paradigma predominante, arraigado en la conciencia de la mayoría de las personas y que condiciona su hacer y pensar.
En los países subdesarrollados, el camino hacia la sostenibilidad se vuelve aún más complejo. Aquí, las necesidades se multiplican, las oportunidades y posibilidades de mejorar las condiciones de vida son escasas para la inmensa mayoría de la población. En tanto, el único modelo que se tiene a la vista, y que inspira y seduce a la mayoría de la gente, es el de la opulencia y consumismo de los países desarrollados. Por ello, cuando se plantea la necesidad de proteger y usar en forma sostenible las riquezas naturales, hay quienes suelen argumentar, sin dejar de tener parte de la razón, que la adopción de este modelo de desarrollo significaría tener que reducir el ritmo de crecimiento economico y, en consecuencia renunciar a la aspiracion de alcanzar algun dia los niveles de bienestar y confort de los paises desarrollados y condenarse a vivir para siempre en la pobreza y el subdesarrollo.
Corto y largo plazo
El desarrollo sostenible es una propuesta inteligente que deriva tanto del conocimiento acumulado como de la experiencia humana; es un ideal que tiene una casi total aceptación a nivel mundial, si bien no todo el mundo entiende o quiere decir lo mismo al referirlo. Pero aun así, la generalidad de la gente lo acepta como un estado o situación a alcanzar en el largo plazo. Lo cierto es que el desarrollo sostenible no es una situación estática perfecta que está aguardándonos en la distancia. Se trata más bien de un proceso de cambios al que hay que entrar y comenzar a perfeccionar, pero sin que tenga un final o una meta definida a alcanzar. Es una forma diferente de relacionarse con la naturaleza y consigo mismo. Es un proceso que implica una nueva actitud, una nueva conciencia y una nueva cultura. Una actitud de respeto por la naturaleza, la integridad de sus ecosistemas y sus sistemas de soporte vital. Una conciencia que no se reduce a la mera racionalidad científica y tecnológica vigente, sino que incluye elementos importantes de la praxis humana material y espiritual. Una cultura orientada a la superación de los valores antropocentristas y biocentristas predominantes, integrándolos en una síntesis de valores universalistas, en donde lo humano y lo natural convivan en constante equilibrio. Se trata, en síntesis, de redimensionar al ser humano y su relación con los demás seres y elementos con quienes comparte su existencia en el mundo; de caminar hacia una armonía imperecedera entre lo humano y lo natural, armonía que elimine la arrogancia humana frente a lo natural y la actitud sumisa y supersticiosa que aliena la condición humana.
El desarrollo sostenible no puede darse sobre la base de proteger y conservar la naturaleza olvidándose de la gente, de sus necesidades y aspiraciones. Cuando la conservación de la naturaleza no se realiza con la gente, los recursos y las áreas protegidas tienden a verse como un atentado contra el derecho a la subsistencia. Ello determina que apenas se presenta la oportunidad, la gente toma por asalto estos recursos y áreas protegidas, echando abajo los proyectos de conservación que buscaban protegerlos. Hacer conservación sin la gente requiere por lo general “una estrategia de defensa esencialmente militarista” (Machlis y Tichnell, 1985: 96), lo que significa anteponer el poder coercitivo a la razón y a la conciencia.
Ese es el marco teórico-ideológico que debe servir de base a una praxis holística de la sostenibilidad, ubicada en el tiempo y el espacio de un contexto histórico concreto: una hacienda, una comunidad, un municipio, una región, una nación, un continente, el planeta.
Desgraciadamente, la necesidad de sobrevivir lleva a muchas personas a no detenerse ante cualquier daño a la naturaleza en aras de obtener los medios necesarios del vivir inmediato. La lógica común es usar y degradar la naturaleza porque hay que vivir, para luego tener que “restaurarla” y protegerla, de nuevo, porque hay que vivir.
El desarrollo sostenible es una respuesta a esta lógica cortoplacista y meramente utilitarista. Sin embargo, hay que tener cuidado de que el desarrollo sostenible no se vaya al extremo opuesto, a un futuro abstracto, descontextualizado y ahistórico, lejano e inalcanzable a los mortales y, por ende, en una promesa del discurso. En la medida en que se convierte solamente en una promesa del futuro, el desarrollo sostenible –al igual que ha sucedido con el ideal del progreso social basado en el desarrollo científico-tecnológico (Noble, 1983) o con el ideal comunista (Cuello, 2006)– se vacía de su concreción presente, pierde su inmediatez fenoménica, para convertirse en un concepto vacío, en una suerte de fetiche religioso moderno (Marx, 1952, 1982). Establecer claramente esta relación entre el corto y el largo plazo es vital para poder operacionalizar la teoría y el discurso de la sostenibilidad.
Origen y evolución histórica
Es importante reconocer que “desarrollo sostenible” y “sostenibilidad” no son nociones nuevas. En el plano vivencial se pueden identificar múltiples usos sostenibles de los recursos naturales en muchas de las culturas aborígenes que han existido en distintas partes del mundo. Según Ronnie de Camino (1992), “la definición vivencial más antigua de la sostenibilidad es la de la agricultura migratoria en condiciones de abundancia relativa de tierra”. En cuanto al léxico, estos términos han sido usados y aplicados en diferentes lugares para el manejo particular de algunos recursos naturales, como es el caso de los recursos del sector pesquero en los años cincuenta (Charles, 1992).
La definición científica más antigua de la sostenibilidad proviene probablemente del sector forestal en la Europa del siglo XVI, cuando se elabora una definición de este concepto para recuperar los bosques explotados con fines navales e industriales. Para recuperar estos bosques se planteó la necesidad de hacer un aprovechamiento continuo, regular en cantidad y sostenido, para mantener la potencialidad de la tierra y no provocar pobreza y necesidad en la población (De Camino, 1992).
No obstante, el uso que se dio al concepto de sostenibilidad antes de su reaparición en los ochenta, por una parte, tuvo un carácter básicamente sectorial, y, por otra parte, no tuvo ese contenido integral y holístico que ha adquirido en la actualidad. El uso sostenible de un recurso como el pesquero se entendía en términos meramente biológicos, como la preocupación por no rebasar su capacidad regenerativa, y económicos, como la preocupación por “sostener” una rentabilidad estable o creciente del producto extraído. En el caso de la extracción de madera, a pesar de incluir los aspectos ecológicos y de equidad social, no se trata de un concepto integral sino parcial (De Camino, 1992). En ambos casos se dejaban de lado múltiples conexiones ecológicas y socioculturales que rebasan los límites sectoriales y que son consideradas indispensables en las nociones actuales de sostenibilidad y desarrollo sostenible.
La conciencia de la necesidad de un modelo de desarrollo sostenible de carácter integral y a nivel planetario comenzó a crecer y a unificarse a partir del momento en que un grupo de visionarios auspiciados por el Club de Roma (Meadows, y otros, 1972) se atreviera a “gritar” a los cuatro vientos, a principio de los setenta, en su ya clásico libro Los límites del crecimiento, que el mundo no podía seguir viviendo como hasta ese momento, que ese estilo de vida era insostenible, que había que parar esa locura y poner límites al crecimiento desenfrenado e indefinido de la economía por la economía.
Antes de Los límites del crecimiento, durante la década de los sesenta, ya el libro de la estadounidense Rachel Carson (1962), La primavera silenciosa, había sacudido los cimientos de la conciencia mundial al denunciar los efectos devastadores del uso excesivo e indiscriminado de agroquímicos, particularmente del ddt, en los ecosistemas y en la salud humana. Carson llama la atención sobre la necesidad de entender y relacionarse con la naturaleza y sus ecosistemas como una totalidad, en donde todo, incluyendo el ser humano, está interrelacionado. Esta idea de totalidad e integración es luego plenamente incorporada en las nociones de sostenibilidad y desarrollo sostenible.
A pesar de su carácter catastrofista, Los límites del crecimiento tuvo el indiscutible mérito de haber hecho del problema ecológico y ambiental un asunto de discusión pública a nivel mundial. El auge de esta discusión ecológica está ligado a la ruptura del consenso industrialista, de lo cual Los límites del crecimiento es el mejor exponente (Mires, 1990). El auge de este debate marca, además, el comienzo del quiebre del consenso en torno al paradigma del crecimiento ilimitado como premisa del desarrollo y el progreso social. La idea general de la discusión planteada era que el presente modelo de desarrollo tenía que ser detenido, que el crecimiento exponencial e indefinido ya no era posible.
Según los autores de Los límites del crecimiento, el crecimiento exponencial de la población, los alimentos, la producción industrial, el consumo de energía, las emisiones de dióxido de carbono, la deforestación, etc., conducirá necesariamente a una catástrofe si no se establecen los límites necesarios. Estos límites no pueden ser otros que los que establece el carácter limitado de los recursos del planeta (Meadows, y otros, 1972). Aun cuando no fuera expuesta como tal, la noción de sostenibilidad está ya implícita en el razonamiento que hacen los autores de Los límites del crecimiento en torno a que el modelo de consumo material y deterioro físico dominante en las naciones industrializadas no podía sostenerse en el largo plazo. Según la concepción de los autores, la actual organización sociopolítica, la perspectiva de corto plazo, el enfoque fragmentado y el sistema de valores predominante son incapaces de tratar la compleja problemática contemporánea y de comprender su verdadera naturaleza. En este sentido, sostienen, se requiere un estado de equilibrio global que permita que cada ser humano pueda satisfacer sus necesidades materiales y desarrollar todo su potencial particular en condiciones de igualdad de oportunidades.
Otros hechos que a principios de los setenta prepararon las condiciones para la aparición y consolidación de la noción de desarrollo sostenible como visión integral y holística fueron los movimientos de la “tecnología intermedia”, “tecnología apropiada” y “tecnología alternativa”. La Conferencia de Estocolmo de 1972 y su Declaración sobre el Medio Humano jugó un rol importante en la conformación de este concepto.
En el debate de Estocolmo se incluyeron, además de los temas ambientales, temas humanos de vital importancia (pobreza, vivienda, salud) para los países subdesarrollados, que en principio no estuvieron contemplados en la agenda de discusión. Allí se puso de manifiesto que el crecimiento económico por sí solo no garantiza el bienestar social y que los problemas ambientales están indisolublemente vinculados a la pobreza y al uso y consumo desigual de los recursos naturales que hacen los distintos países. La política medioambiental, en consecuencia, debe ser parte integral de cualquier estrategia de desarrollo y las consideraciones ambientales deben ser un eje transversal de todo proyecto de desarrollo económico y sociocultural (Chesney, 1993).
El término
Sin embargo, el término desarrollo sostenible o sostenibilidad comenzó a ser usado en el seno del movimiento de la “tecnología apropiada” (Mitcham, 1991). La publicación más relevante dentro de este movimiento fue el libro de Schumacher (1973), Lo pequeño es hermoso. En su libro, Schumacher propugna el cambio del modelo de desarrollo predominante basado en grandes complejos tecnológicos centralizados por un nuevo modelo de desarrollo basado en pequeñas unidades tecnológicas, con lo cual se lograría un desarrollo ampliamente participativo y a escalas manejables y controlables por el ser humano.
Según Mitcham (1991), el paso de subrayar lo que no se debe hacer a señalar lo que se debe y puede hacer viene dado por el paso de la discusión de “los límites del crecimiento” a la del “desarrollo sostenible”. Este cambio optimista y positivo hacia lo que se debía hacer para lograr la estabilidad y el balance de todos los sistemas del planeta Tierra fue iniciado por el informe de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, uicn (1980), Estrategia mundial para la conservación, y por el informe Brundtland de la onu (wced, 1987), Nuestro futuro común.
Para la uicn, el reconocimiento de los “límites del crecimiento” es una condición previa e indispensable para definir el crecimiento ulterior y sostenido. Esto significa que las estrategias de desarrollo deben incorporar estos límites como elemento constitutivo. El desarrollo, según la uicn, es la modificación de la biosfera y la aplicación de los recursos humanos, financieros, vivientes y no vivientes, para satisfacer las necesidades humanas y mejorar la calidad de vida.
Es, sin embargo, en Nuestro futuro común donde se pasa definitivamente de los “límites del crecimiento” a hablar sistemáticamente de la sostenibilidad como solución.
El informe Brundtland es una síntesis conciliatoria de al menos tres fuerzas e intereses contrapuestos que se debatían en aquel momento en el seno de la onu. Por una parte, estaban los ecologistas, quienes demandaban la imposición de límites al crecimiento o, de una forma más radical, el no-crecimiento para poder hacer frente a la creciente polución del planeta y proteger los recursos naturales y respetar los derechos de las generaciones futuras a heredar un ambiente sano. Por otra parte, estaban los economistas del Tercer Mundo, que defendían la necesidad del desarrollo y un mayor crecimiento de sus países, con el fin de enfrentar la pobreza del presente y hacer posible que estas naciones jugaran un papel independiente en las relaciones internacionales. Por último estaban los representantes de los países de economías desarrolladas, renuentes por completo a sacrificar su estilo de vida basado en el consumo ilimitado de recursos, muchos de ellos provenientes del Tercer Mundo (Mitchan, 1991).
El informe Brundtland, atrapado en este conflicto de intereses contrapuestos, propuso un desarrollo sostenible que estableciera límites al crecimiento –aunque no absolutos– y que no fuera simplemente desarrollo. Con esto se pretendía establecer una línea divisoria entre el nuevo estilo de desarrollo que se proponía y el modelo de desarrollo predominante hasta entonces (Mitcham, 1991).
Así, para la Comisión Brundtland, el desarrollo sostenible es aquel que satisface las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer la habilidad de las futuras para satisfacer sus propias necesidades (wced, 1987).
Visión holística
El fracaso del actual modelo insostenible de desarrollo aconseja buscar otra ruta y adoptar un modelo diferente de desarrollo. Un desarrollo más completo y multidimensional que limite el movimiento económico de la sociedad a la capacidad de la naturaleza para auto-regenerarse y que coloque el mejoramiento de la condición humana como su meta fundamental.
Este nuevo modelo de desarrollo que se ha dado en denominar “sostenible” –pero que bien puede ser llamado “holístico” o “equilibrado”– se ha revelado como una necesidad impostergable. Se trata de un desarrollo cualitativamente diferente, orientado a sostener la vida, la condición humana y sus valores, y el balance de los ecosistemas. Entendido como proceso holístico, el desarrollo sostenible implica cambios fundamentales en las estructuras económicas, sociales, políticas y culturales, lo que significa la reestructuración global de la sociedad actual. Dentro de este contexto, el desarrollo sostenible viene a ser un proceso de transformación hacia la satisfacción de las necesidades y aspiraciones humanas presentes y futuras, dentro de los límites de la naturaleza y sin socavar su capacidad para auto-regenerarse, prestando atención prioritaria a la erradicación de la pobreza, la injusticia social, las desigualdades sociales tanto en los marcos de un país como en la relación entre las naciones.
Praxis holística
Sin pretender que sean exhaustivos, se exponen a continuación algunas notas de la noción holística de desarrollo sostenible que deben servir como criterios básicos para una praxis holística de la sostenibilidad. Ello incluye:
• Una nueva concertación de esfuerzos y voluntades. Esto implica la participación de todos los sectores e individuos involucrados en el mismo, a nivel de una localidad, región o país. Visto así, el desarrollo sostenible requiere una redefinición de las relaciones de poder en la toma de decisiones entre todos los agentes que actúan en el proceso de desarrollo: sector público, privado, organismos internacionales, comunidades locales, etc. (Mires, 1990).
• Equidad en la distribución de la riqueza y oportunidades. Esto requiere una redefinición de los patrones de distribución de la riqueza y las oportunidades predominantes, de tal manera que se adopten formas más equitativas que permitan la satisfacción de las necesidades de todas las personas y, particularmente, de las más desaventajadas y vulnerables.
• Redefinición de la relación ser humano-naturaleza. Búsqueda del equilibrio entre todas las especies y elementos que integran el planeta, cambio en los valores que han regido hasta ahora esta relación. Es necesario dejar de ver la naturaleza y sus recursos como ilimitados y superar los patrones de uso y consumo basados en esa errónea apreciación; dejar de concebir la razón de ser de la naturaleza en función del ser humano; superar el antropocentrismo en la relación ser humano-naturaleza y suplantarla por una concepción universalista, en donde todos los factores bióticos y abióticos del planeta se encuentren integrados en una totalidad de elementos interconectados e interdependientes.
• Igualdad intra e intergeneracional. Esto implica que las generaciones presentes, a la vez que satisfacen sus propias necesidades y aspiraciones en condiciones de justicia y equidad y en armonía con el medio ambiente, deben asumir como un imperativo ético el respeto del derecho de las futuras generaciones a heredar un ambiente sano y ecológicamente equilibrado (Raskin, 1993).
• Un nuevo orden mundial. Esto implica una redistribución más justa de la riqueza global y una mayor equidad en las relaciones entre las naciones (Raskin, 1993). En este sentido, la globalización no puede significar la atrofia, sobreexplotación y aniquilamiento de los recursos naturales y la riqueza cultural particular de los países más débiles, sino más bien la apertura de nuevos espacios para el desarrollo y convivencia armónicos de toda la diversidad biológica y cultural del planeta.
• Respeto por la capacidad regenerativa de la naturaleza. Esto significa que se deben respetar los límites de la capacidad de auto-regeneración de la naturaleza y las culturas y que el desarrollo debe darse dentro de estos límites. El respeto de estos límites debe convertirse en una obligación moral y en una responsabilidad para todos los seres humanos (uicn, 1989).
• Empoderamiento de las personas. Promover la autosuficiencia y autogestión de los individuos y grupos de personas asociados libremente. El acto responsable es también un acto libre; en consecuencia, se debe rechazar y desalentar toda forma de dependencia y paternalismo y promover el control de las personas sobre sus propias vidas e identidad social y cultural (uicn, 1989).
• Planificación, monitoreo y evaluación. El desarrollo sostenible es un proceso humano complejo que no puede ser manejado ciegamente, sino que requiere constante planificación, monitoreo y evaluación. Esto facilita a los agentes del desarrollo tener un aprendizaje organizado tanto de las experiencias positivas como de las negativas, así como corregir y redireccionar a tiempo determinado curso de acción si fuere necesario, a la vez que les permite una visión prospectiva
• Gestión ambiental. Se requiere una gestión productiva y empresarial orientada por fines no sólo económicos, sino también humanos y ambientales. Corresponde al sector empresarial asumir su cuota de responsabilidad en este cambio hacia la sostenibilidad. Esto implica internalizar los costos del deterioro ambiental, hacer labor de previsión, evaluación y mitigación de los impactos negativos en el medio ambiente y en la salud humana.
• Eficiencia económica y ahorro de recursos y energía. Esta eficiencia y ahorro están en función de la optimización de los beneficios privados y públicos, así como de la conservación de la base de recursos disponibles.
• Instrumentos jurídicos e institucionalidad democrática. Se necesita un cuerpo de leyes e instituciones democráticamente establecidas que lo respalden. No es posible avanzar hacia la sostenibilidad si no se cuenta con un código ambiental y con los instrumentos y recursos financieros indispensables para su implementación.
• Políticas públicas y continuidad institucional democrática. La política para el desarrollo sostenible incluye líneas de acción que se interconectan e interactúan con todas las esferas de la vida social, económica, ambiental, cultural, institucional, científico-tecnológica, educativa, etc., en el marco de una visión integral y holística de la realidad. Los gobiernos deben respetar y dar continuidad a las políticas orientadas al desarrollo sostenible heredadas de administraciones anteriores, actualizarlas y formular aquellas que se requieran para impulsar este complejo proceso.
• Concienciación ambiental. Implica la educación ambiental permanente y sistemática de todos los sectores y estratos de la población, asumida como política pública y eje transversal de todas las iniciativas de desarrollo e intervención humana en el medio ambiente. La concienciación se convierte de este modo en un imperativo ético no solamente para la esfera del Estado y sus instituciones respectivas, sino también para toda la sociedad civil y sus más diversas instancias y organizaciones.
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