Revista GLOBAL

Cultura dominicana y mestizaje

by Marcio Veloz Maggiolo
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El mestizaje se considera hoy como una mezcla de expresiones culturales que, más allá de lo racial, conforma sistemas y modos de vida en los cuales la riqueza de las hibridaciones humanas y de las concepciones culturales vivas redundan en una visión nueva y funcional de los valores y prácticas sociales en ocasiones recicladas y modificadas. En el caso de América, el concepto, nacido durante el proceso colonial como evidencia clasificatoria de mezclas raciales diversas, camina hacia una concepción sustentada en la mezcla de tradiciones y en el surgimiento de nuevos valores que parten de ese proceso de hibridación no sólo biológico, sino igualmente cultural.

El viejo concepto de mestizaje como simple expresión racial deja paso a la concepción de que la fusión de valores y de expresiones biológicas genera un proceso de transformación que se basa en el desarrollo histórico de la sociedad de la que se trate. La nueva valoración, opuesta a una visión que hace partir de la mezcla racial el fenómeno cultural mismo y las valoraciones biológicas, parece chocar con la concepción en la que el elemento racial constituye sólo una parte del mestizaje, por cuanto existe una secuencia de asimilaciones y mezclas culturales en las cuales el elemento histórico y el biológico tienen y tuvieron suma importancia. Hoy, el acento principal de la mezcla cultural toma en cuenta como punto de partida la importancia de las migraciones y el intercambio y adaptaciones producto de las mismas

Esta visión, en la cual cultura y biología pueden ser complementarias, tiene orígenes en la gran mezcla biológica y étnica que se produjo a partir de la llegada de los europeos a América, y se sustenta aún en el proceso creciente de las migraciones actuales. Por lo tanto, si en un momento histórico el mestizaje fue visto más desde el punto de vista racial que cultural, hoy elementos étnicos, expresiones biológicas y modos de vida se perciben como componentes de la sociedad mestiza.

Mestizo 

La palabra “mestizo” proviene del latín mixticius, mezcla, y fue usada fundamentalmente por los españoles durante los comienzos del período colonial para identificar a los hijos de españoles e indias. En la medida en que la conquista avanzó y la ausencia de mujeres españolas obligó a una hibridación racial, también los hijos de españoles, indios y africanos se adaptaron a la cultura conquistadora aportando, igualmente, no sólo elementos biológicos, sino de supervivencia, que se enmarcaban en tradiciones nuevas aceptadas por la sociedad colonial por su funcionalidad. Cuando el español usó el casabe y el africano el conuco indígena, aceptaron modelos culturales ajenos a su procedencia, y lo mismo aconteció cuando el africano y el indio debieron aceptar las formas españolas y la manera de organizar la nueva sociedad. El mestizaje cultural inicial puede verse como implantación, pero igualmente como transculturación.

Hacia las primeras dos décadas del siglo XVI ya se había asentado el concepto de “mestizo”. Richard Konetzke cita documentalmente la abundancia de hijos de india y español en la isla de Santo Domingo hacia 1519 y en 1530, cuando ya la presencia africana ha aportado sus características biológicas y culturales dando lugar a curiosos modelos de clasificaciones de mezclas “raciales” que intentaban organizar las mismas a través de las relaciones de la madre según el padre con el que concebía la criatura, dando como resultado tablas como la que reproduce el antropólogo Magnus Morner, en su obra Los Incas, el Pueblo del Sol.

La sociedad conquistadora proyectó su desprecio a las mezclas raciales y a los resultados de las mismas, bajo la concepción errada de que el europeo era racialmente superior a cualquier ser humano híbrido. El mestizaje racial se considera el inicio de las formas clasificatorias coloniales, en las que la concepción partía del color de la piel y de los rasgos físicos sin tomar en cuenta los elementos de la cultura. Las clasificaciones organizaban la discriminación en cuadros de mestizaje fenotípico rebajando la condición humana a niveles inferiores a los que se consideraban modélicos en los conquistadores.

 Vale decir que, sin embargo y contradictoriamente, la sociedad española que imponía los prejuicios era una sociedad mestiza en el momento de la conquista de América. Las diversas etnias que durante milenios ocuparon el mapa de España o Hispania se “mestizaron” o mezclaron a tal punto que al momento del “descubrimiento” de América los españoles poseían rasgos culturales y biológicos de sociedades que ocuparon el mapa de la península como los propios celtas, los íberos, pobladores locales, los griegos, los cartagineses, los godos y visigodos, los judíos, los árabes y berberiscos, los gitanos, romanos y otros grupo

Las clasificaciones coloniales 

Muchos autores consideran que el Inca Garcilaso de la Vega fue el primer mestizo que sintió orgullo de serlo y lo expresó abiertamente. Este gran escritor peruano, descendiente de indígenas y españoles, en su obra La Florida del Inca se manifestó orgulloso de sus ancestros y defendió las características del mestizaje. Fue tal vez el primer abanderado público y el primero en considerar dicha condición no sólo como un proceso racial La siguiente lista de Magnus Morner, publicada en su obra Mezcla de razas en la historia de América, correspondiente al Perú del siglo XVI, revela las complicaciones clasificatorias y de clase que la Corona aceptaba como objeto de valoración racial, más que cultural, entre los súbditos indígenas, africanos y españoles, según fuera la mezcla biológica: 

1. Español e india, mestizo. 
2. Español y mestiza, cuarterón de mestizo. 
3. Español y cuarterona de mestizo, quinterón. 
4. Español y quinterona de mestizo, retorno a español.
5. Español y negra, mulato. 
6. Español y mulata, cuarterón de mulato. 
7. Español y cuarterona de mulata, quinterón
8. Español y quinterona de mulata, requinterón. 
9. Español y requinterona, vuelta al blanco o español. 
10. Mestizo e india, cholo. 
11. Español y negra, mulato. 
12. Mulato e india, chino. 
13. Negro e india, zambo de indio. 
14. Negro y mulata, zambo.

Con la misma intención clasificatoria existieron variantes en México, Venezuela y otros lugares de América. La conquista buscó una separación de clases usando el concepto de “castas” y otorgando importancia a algunas mezclas sólo cuando los padres o ascendientes pertenecían a la alta sociedad colonial.

Ante tales concepciones, basadas muchas veces en el llamado “fenotipo”,1 la Iglesia Católica, en algunos casos como el de Perú, tuvo a veces que alejarse de tales modelos de clasificación debido a la complejidad de los mismos, archivando, en bautizos y matrimonios, los tipos híbridos en un solo grupo llamado “castas de mezcla”, dando así uno de los primeros pasos para entender el mestizaje ya no como una hibridación entre español e india, sino como una mezcla racial que sólo dejaba fuera a los indios considerados “puros” y a los blancos. En estos casos la clasificación eclesiástica presentaba la mezcla racial no claramente definida, como un conjunto donde predominaban las hibridaciones. Usando el concepto moderno, lo que significaba el término “castas de mezclas” era hibridación biológica, mestizaje racial.Esta concepción de mezcla sin clasificaciones claras comenzó a predominar para considerar como mestizo el híbrido, cualquiera que fuera desde el punto de vista de la variedad visible. La primaria concepción de mestizo para la mezcla de español e india se resquebrajó.

Crioulo y criollo 

Crioulo” fue el nombre que los portugueses dieron en Brasil a los africanos nacidos y criados en los territorios conquistados. Según el antropólogo y lingüista cubano José Juan Arrom, el vocablo se extendió alcanzando el significado que hoy posee. Criado y “crioulo” dan sentido posterior al concepto de servicio que ejercían los negros encargados de las labores domésticas.

Como parte de la mezcla racial y cultural que genera formas nuevas de vida, modelos de creencias nuevos y, fundamentalmente, la posibilidad de una libertad que se desarrolla a partir del siglo XIX cuando las clases sociales locales hacen definitivamente suyos los reclamos para la independencia política, la “criollidad” es, en efecto, una identidad nueva que rechaza los poderes de las metrópolis y las monarquías de las que dependen, considerándose capaces de manejar los asuntos locales sin interferencias foráneas. En las Antillas, el término criollo abarca no sólo la condición social que reclama autonomía, sino el conjunto de valores que determinan una forma de vida, un modelo de vida, dentro del cual predominan las adaptaciones y creaciones propias de una historia compartida.

En las Antillas y en la isla de Santo Domingo la sociedad mestiza sustenta a partir de finales del siglo XVI valores o formas de vida criollos, en los que el hato ganadero es considerado la unidad económica básica. La producción de cueros y el contrabando, así como una agricultura débil con predominio de los trapiches azucareros, la siembra de añil, jengibre y frutos para la alimentación, son los puntos clave de la sociedad que a finales del siglo XVI se había hecho fuerte en el norte de la isla, presentando cierto sentido de “criollidad”, de diferenciación, alentado por la oposición de España al contrabando, negocio estimulado indirectamente por el monopolio monarquista.

Por lo tanto, a los valores monárquicos y a los intereses de la monarquía y del gobierno local se oponían los valores locales, “criollos”, producto ya de una sociedad mestiza, mulata en gran parte, capaz de enarbolar sus propios intereses económicos en confrontación con la Corona y los representantes de los reyes Felipe II y III en la isla. Las rebeliones sociales tempranas, en el caso de la isla de Santo Domingo, como la de Hernando Montoro que se opuso activamente en 1605 y 1606 a la eliminación del contrabando en Bayajá y La Yaguana, fueron una muestra de “criollidad”, expresada en el rechazo a dictados foráneos, aunque la misma fuese una falta de cumplimiento de las leyes monárquicas. A pesar de estas muestras aisladas de rebeldía criolla, no es sino a finales del siglo XVIII cuando en Santo Domingo y toda América, las sociedades locales confrontan sus crecientes valores de identidad promovidos por las nuevas visiones y modos de vida locales, es decir, criollos. El poder monárquico es confrontado por pobladores con suficientes recursos y deseos de hacer sus propios negocios sin la intermediación de la Corona.

Dentro de la sociedad americana, los valores africanos conforman a la vez un nicho importante que se opone al de los criollos de origen social. Quizás se pudiera decir que dos formas de la “criollidad” se oponen y buscan el entente histórico necesario, aprobadas por la necesidad de autonomía. Los valores producto de la vida local representan un paso importante en la identidad criolla. En nuestro caso, como se aprecia, lo criollo y lo mestizo son elementos en comunión, y ello es así porque el dominio colonial creó una sociedad depauperada en la que tanto el mestizo como el criollo blanco y el negro sufrieron la miseria general. Es dentro de las características de un mestizaje no sólo racial, sino igualmente cultural, donde se manifiesta la identidad criolla en la isla de Santo Domingo, en un sentido mucho más amplio, claro está, que el originario sentido de la palabra referida sólo al nacido en tierra americana.

Primario y secundario

Llamamos mestizaje primario al que se produjo en los primeros años de la conquista de América, en el que fundamentalmente indios y españoles procrearon parte de una sociedad con sello “aindiado”, mientras que consideramos como mestizaje secundario el que comenzó a producirse con la llegada del africano, dándose inicio a una nueva mezcla en la que elementos de las tres poblaciones –hispana, india y africana– se reprodujeron creándose tipos humanos que fueron denominados con nuevos nombres y subclasificaciones, como en el caso de los llamados “pardos”, “castizos”, “coyotes” y otros. Un ejemplo es el caso de Venezuela, donde los mestizos descendientes de indio y español habían alcanzado en el siglo XVIII más del 30 por ciento de la población. En las Antillas, hacia finales del siglo XVI, la sociedad era mestiza y negra en su mayoría, con predominio del mulato, hijo de negra y español, debido al crecimiento demográfico de los esclavos, habidos en mayor abundancia que blancos e indios en ocasiones.

Concepción política 

Algunos autores consideran la sociedad criolla como la que reclamó su autogobierno en América basándose en valores contrarios a la Corona. En tal sentido, la sociedad criolla, para muchos analistas de la historia americana, se centraba en los blancos de clase alta que buscaban una liberación para usufructuar por sí mismos los bienes que España regenteaba. Para algunos autores el concepto de criollo se aplica, por tanto, a la concepción política que separa y da paso a la lucha de independencia considerada como una confrontación de valores entre América y las sociedades colonizadoras. Para estos autores, lo criollo tiene más que un valor mestizo, un valor de clase. Por lo tanto, la sociedad en general se presenta como una sociedad con una alta clase, la “criolla”, que, buscando el poder, se aprecia como la poseedora de los valores nativos. La otra parte, o sea, la sociedad mestiza, negra, indígena o africana, la sociedad lateral, si se me permite el término, cuenta como parte diferenciada.

En el marco de la historia antillana, lo criollo es considerado como un aspecto más cultural que político. Para nosotros lo criollo es un producto de la hibridación cultural y del mestizaje biológico. Criollo es un modelo de vida novedoso que se sustenta en valores propios y en tradiciones ya consolidadas culturalmente. Las hibridaciones conforman una sociedad con valores añadidos, valores nuevos, costumbres y tradiciones que se transforman, viven y son la base de una identidad propia, resultado, precisamente, de la mezcla y de la incorporación a la cultura de elementos nuevos y del mantenimiento de viejas formas pasadas que aún funcionan y tienen sentido para nuestro mundo cultural mediante la permanente creatividad. En el caso antillano, las migraciones, invasiones, asentamientos y encuentros raciales siguen siendo la base del mestizaje. En sociedades mestizadas como la nuestra, lo criollo y lo mestizo se confunden

Humboldt y el mestizaje ignorado

Un dato interesante sobre esta concepción de lo criollo es el que aporta Alejandro von Humboldt al clasificar durante el siglo XVIII la población de Venezuela, en su Viaje a las regiones equinocciales de América. Para él, los mestizos están clasificados como “grupos mixtos”, mezclados querría decir, mientras que los españoles se clasifican como blancos europeos, los indios como tales y los negros como tales. La mezcla racial, o sea, el mestizaje, lo que llama “grupos mixtos”, en ese momento alcanza, según su estadística, la cifra de 406,000 habitantes, con sólo 200,000 blancos criollos, unos 120,000 indios y 62.000 negros. La visión del criollo se da en la estadística del autor como una clase social, es decir, de la manera en que muchos investigadores consideraron la condición de criollo. No eran criollos, según estas estadísticas, los más de 400,000 habitantes llamados “mixtos”, o sea, mestizos, lo que revela una concepción fenotípica del criollo atada al viejo concepto del hijo de extranjero nacido en la colonia, concepción diferente de la que poseemos las sociedades caribeñas. La mezcla de sociedades con diversos valores sociales y culturales, con visiones diferentes de la cultura y con costumbres no presentes en la sociedad de origen o en la sociedad predominante, puede considerarse como mezcla interétnica o mestizaje interétnico. Las migraciones son una fuente constante de este tipo de mestizaje. Durante el siglo XIX este proceso se acrecienta en la República Dominicana, alcanzando importantes y novedosos modelos. Este tipo de mestizaje, que puede incluso encontrarse en los modelos conquistadores que trasladaban, por ejemplo, indios o africanos para conseguir una mezcla humana más explotable, se hace fuerte en el proceso del creciente capitalismo del siglo XIX, con otras características. Las migraciones han contribuido en todo el Caribe y en la República Dominicana a un mestizaje que conjuga valores de muchas etnias y representaciones culturales.

 Desde el inicio de la conquista de la isla de Santo Domingo, sin contar con las relaciones interétnicas que se habían dado en las poblaciones precolombinas desde el año 4000 antes de Cristo, la presencia hispánica trajo consigo las primeras mezclas raciales y culturales entre indios y europeos y luego entre africanos, indios y españoles. Se sabe que Alonso de Ojeda tuvo hijos con una india, que Francisco de Roldán, el alcalde de La Isabela en lucha contra los Colón, se aposentó en Jaragua y que sus hombres procrearon con indias del lugar. La documentación en tal sentido es extensa.

La servidumbre indígena femenina fue, además, servidumbre sexual en la mayoría de los casos. En Cuba, durante el siglo XVI, Juan Porcallo de Figueroa tenía prácticamente un harén y tuvo larga descendencia mestiza. Los datos históricos hablan de mestizos en abundancia ya en 1519. Pero, igualmente, la presencia africana produjo una mezcla importante desde la aprobación del uso de mano de obra esclava en 1511 por Fernando el Católico.

En el largo trayecto de la vida de la isla, las importaciones de agricultores de las Islas Canarias en varias ocasiones, la presencia de esclavos escapados del oeste, cuando Francia se había adueñado de lo que hoy es Haití, la presencia francesa, aunque corta, del gobierno napoleónico bajo el mando de Louis de Ferrand, la migración haitiana de 1822, y posteriormente la nueva migración española promovida por Isabel II cuando Pedro Santana anexó el país a España, produjeron relaciones culturales, políticas, biológicas y sociales importantes.

Estructura demográfica

En el año 1789, según Moreau de Saint Mery, la población de la parte española de la isla de Santo Domingo era sólo de 125.000 personas, cifra que muchos autores ponen en duda, y que disminuiría con el exilio voluntario de las familias que se alejaron de la parte llamada “española” debido al Tratado de Basilea de 1795. Durante la invasión de Boyer, en 1822, el contingente haitiano encontraría una población quizás menor, pues la emigración continuó hasta después del gobierno de José Núñez de Cáceres, en 1821. La entrada de Boyer en 1822, la liberación de los esclavos y la presencia haitiana animaron el ritmo demográfico. En 1824, Boyer trajo libertos de los Estados Unidos en número no establecido claramente. Existieron estadísticas de los mismos en 1870, según citas de Harry Hoetink, que aseguran la presencia aún de unos 600 descendientes de estas etnias. Siguiendo las líneas apuntadas por el autor en su obra El pueblo dominicano, 1850-1900, las migraciones del siglo XIX vieron la llegada de judíos sefardíes desde Curazao; canarios o isleños; los españoles del período 1863-65; los cubanos de las guerras de independencia de 1868 y 1895; puertorriqueños emigrados durante ese período; los cocolos o emigrantes de las islas caribeñas; los árabes en fecha cercana ya al siglo XX; los chinos, y los italianos cuyos primeros representantes comerciales pertenecen a los mediados del siglo XIX y cuyas familias siguieron inmigrando hasta el siglo XX. Todo ello unido a los planes de inmigración de Trujillo, a mediados del siglo XX, los cuales incluyeron nuevamente españoles, pero también judíos y japoneses.

En ciudades pequeñas, casi villas, estas presencias culturales de las migraciones y del mestizaje hicieron sus efectos. Durante el siglo XIX los puertos del norte de la isla, principalmente Puerto Plata, abrieron el comercio hacia Europa, y grandes casas comerciales contribuyeron con su influencia a la vida social dominicana, principalmente en ciudades progresistas del momento como Santiago de los Caballeros, La Vega y Montecristi.

Reforzado 

El siglo XIX fue un siglo de refuerzo de nuestro mestizaje. Vale insistir en la importancia de la migración cubana tras las guerras de independencia de 1868 y la definitiva de 1895. El campesinado del Cibao central estuvo integrado en mucho por descendientes de canarios, y el tabaco fue uno de los aspectos agrícolas que alcanzó notable importancia con la presencia de la migración cubana. En la costa sur, con el traslado de los propietarios de terrenos fronterizos en San Miguel de la Atalaya tras la rebelión esclava contra Francia a finales del siglo XIX, se fundaron poblaciones canarias  en mezcla con grupos de otras comunidades de la misma procedencia, mientras que los descendientes de africanos ocuparon la zona de La Vereda y el norte de Paya.

El mestizaje global

¿Se puede hablar de mestizaje global y mestizaje local?

 A la condición nacional que caracteriza nuestra identidad como dominicanos se adiciona la diversidad cultural que nos define. Pero el mestizaje, que es, como hemos visto, un proceso de hibridación que contribuye a la creación de una identidad propia, se ve compelido por el proceso de la llamada “mundialización” sostenido por esquemas de valores también mundiales, tendientes, muchos de ellos, a sustituir, cuando no a opacar, los valores locales. Las culturas locales no son ya tan definitivas de cara a sus propias producciones, y tendrían que adaptarse al nuevo proceso tratando de mantener sus identidades. 

Los procesos de doble nacionalidad y de absorción de las culturas de adopción plantean una posible doble identidad, o bien una identidad fusionada que responde a la globalidad como tal. Los valores de los emigrados tienen resortes nacionales, pero igualmente deben reaccionar frente a los que la supervivencia les exige en las tierras y culturas de adopción. Otro problema es el de cómo evitar que las implantaciones sustituyan los valores locales. Ello sólo es posible con el mantenimiento de la identidad, adoptando y convirtiendo en hecho funcional, de frente a nuestro modelo de vida, aquello que puede ser sustitutivo de nuestra cultura. La misma sociedad mestiza que se conformó con la migración y la transformación y creación de valores nuevos sobre valores externos y locales puede, tal vez, hacer lo mismo con el nuevo bombardeo multinacional. Haría falta una política nacional para logros de este tipo.

La mezcla de valores, producto de la globalización, las migraciones, las transformaciones regionales y nacionales, aportan a la cultura mestiza nuevos modelos de entender y aprovechar, sin perder nuestras costumbres y tradiciones. Es la modernidad que se cierne sobre nuestras culturas. 

En este sentido, vale recalcar que la hibridación cultural es, muchas veces, un modelo de enriquecimiento que nada tendría que ver con la concepción racial. La globalidad descarta la racialidad en casos como los señalados. Pero en la cultura local, la misma sigue teniendo predominio y justificaciones, por lo que no resulta conveniente considerar que el mestizaje globalizador pueda ser similar al que justifica las identidades locales. Vale decir que el racismo es ideológico. “Es interesante observar cómo hoy el concepto de mestizaje reemplaza o se opone al dilema colonizador/colonizado. Se trata de una noción utilizada para explicar los cambios que aparecen a escala mundial. Actualmente y según Renato Ortiz, el mestizaje tiene una significación positiva. El autor dice que la modernización da lugar a nuevas migraciones y engendra nuevas formas de colaboración, por tanto, el mestizaje es un punto de partida interesante para evaluar los intercambios efectuados en la nueva cartografía mundial y verificar la existencia o la ausencia de la cultura global.” (Gloria Moreno Pérez. El mestizaje cultural como apreciador de la cultura global). 

Todavía en muchas de nuestras concepciones populares se percibe la falta de confianza en el mestizaje y se aprecia que la visión racial del dominicano en diversos casos apunta hacia una concepción emocional que se asienta en prejuicios raciales. La línea madre de este pensamiento se origina a finales del siglo XIX, con el reforzamiento de las ideas de que el negro, racialmente, es inferior al blanco, y de que el blanco y el negro puro son superiores al mestizo y al mulato. Algunos autores nacionales del siglo pasado plantearon, desconociendo el valor de las hibridaciones, la degeneración racial y cultural del dominicano por su calidad de mestizo, o sea, de híbrido, tomando sus argumentos de la mezcla biológica y dejando de lado el factor cultural, al que le dieron características de inferioridad si se trataba de considerar la cultura como mestiza. Se arguyó la incapacidad biológica del mestizo como razón de incultura. Las viejas corrientes coloniales que usaron del argumento para rebajar la condición humana de la mezcla racial seguían incorporadas a la vida intelectual dominicana del siglo XX en la concepción de escritores como Joaquín Balaguer, quien en su obra La isla al revés señala, siguiendo los lineamientos de F. E. Moscoso Puello, que la mezcla racial de negro y blanco produce un mestizaje generalmente decadente En sus Cartas a Evelina, lo mismo que Balaguer,

Moscoso apuesta a la decadencia del mestizo, aunque con excepciones. José Ramón López, en su obra La alimentación de las razas, percibe la decadencia del dominicano por sus fallas biológicas y su pobre alimentación. Todos tienen en común el concepto de la inferioridad del mestizo y aun del dominicano frente a otras culturas.

Mulato y mestizo 

Aunque en principio, por la presencia africana y por la destrucción de la sociedad indígena, el predominio del mulato fue un elemento racial clave, vale señalar que hay diferencias entre el concepto de mulato y el de mestizo, por cuanto se ha señalado como algo predominante la condición mulata de la sociedad dominicana, debiéndose considerarla más bien mestiza. Pedro Andrés Pérez Cabral, en su libro La comunidad mulata, presenta la población mestiza como mulata, cayendo en un error de bulto. Nuevas formas de expresión social determinan el concepto de mestizaje y de mestizo.

Refiriéndose a la importancia del concepto moderno del mestizaje y con referencia a América, Manuel Rama señala lo siguiente: “El reconocimiento del mestizaje no hace ninguna referencia a algo que pasó, sino a lo que somos hoy. El mestizaje no es solamente un rasgo racial sino la explicación de nuestra existencia, el tejido del tiempo y del espacio, de la memoria y la imaginación que hasta hoy sólo se ha expresado con precisión en la literatura”. (“La gesta del mestizo”, en Transculturación narrativa. México, Casa de las Américas, 1982).

Cierre 

Sin renunciar a nuestras tradiciones, que deberemos conservar, convertir en modelos de acción y en valores nacionales para enfrentar el proceso global devastador, los modelos mestizos que poseemos y con los que nos sentimos identificados deberían ser el punto de partida para entender que nuestro mestizaje es el valor fundamental de nuestra identidad, y que la cultura que enarbolamos, compuesta por la aceptación plural de contenidos de diversas otras que nos han enriquecido, deberá ser el punto de partida para la confrontación que nos depara el porvenir.

Nota 

1. Fenotipo es la expresión física exterior del ser humano. Genotipo se refiere a las características genéticas.

Bibliografía 

Balaguer, Joaquín. La isla al revés. Editorial Librería Dominicana, 1984. 

Deive, Carlos Esteban. Identidad y racismo en la República Dominicana. Comisión Nacional de la Feria del Libro. 2001 

Heren, Ricardo. El diálogo de las culturas. Editorial Planeta, Barcelona, 1985.

 Hoetink, Harry. El pueblo dominicano 1850-1900. Ediciones Librería La Trinitaria. Santo Domingo. 1997.

 Konetzke, Richard. América Latina. Época Colonial. Editorial Siglo XXI. México, 1972. 

Morner, Magnus. La mezcla de razas en la historia de América. Editorial Paidós. Argentina, 1972.

Moscoso Puello, Francisco Eugenio. Cartas a Evelina. Editorial Cosmos. Santo Domingo, 1974. 

Pérez Cabral, Pedro Andrés. La comunidad mulata. Gráfica Americana, Caracas, 1982. 

Pérez de Barradas, José. Los mestizos de América. Editorial Espasa Calpe, Barcelona, 1976. 

Sedar Senghor, Leopold. El diálogo de las culturas. Ediciones El Mensajero, Bilbao, 1986. 

Tolentino Dipp, Hugo. Raza e historia en Santo Domingo (Los orígenes del prejuicio racial en América). Fundación Cultural Dominicana, 1992. 

Veloz Maggiolo, Marcio. Antropología Portátil (Lengua e identidad). Banco Central de la República Dominicana. 2001.

 — Mestizaje, identidad y cultura. Secretaría de Estado de Cultura. Santo Domingo, 2006.


5 comments

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