Autor: Rafael Martínez Alés
Escribir sobre bibliotecas en la República Dominicana en una publicación de carácter general tiene enormes riesgos. Como sin duda lo es hablar de sueños. Quien lea estas primeras observaciones es alguien que merece mi más encendido respeto porque seguramente comparte conmigo la fe en la fuerza de los libros, en su poder para transmitir lo mejor del ser humano. Preocuparse por el lugar que ocupan o que los acogen en esas instituciones mágicas que llamamos bibliotecas constituye un paso más cualificado para asomarse al irreverente templo de la cultura en el que se mezclan todo tipo de ideas y conocimientos tan mestizos y variados como uno puede imaginar. Pero este respeto que le otorgo, deberá corresponderse con la comprensión que le supongo hacia estas mis primeras observaciones sobre una realidad concreta de su país que empiezo a estudiar, que seguiré observando, que intentaré esforzarme por mejorar y sobre la que espero irle mostrando resultados. La República Dominicana se encuentra en uno de sus momentos decisivos, también en el campo de la formación, de la información y del conocimiento y los datos que vengo recibiendo de sus renovadas instituciones políticas me hacen soñar, usando palabras de Borges, en una elegante esperanza. La República Dominicana me parece a mí hoy como un trasatlántico donde, como es notorio, se sufre la ausencia de una biblioteca ideal. Suponiendo que todo fuera perfecto, la seguridad, el confort, la belleza del mar, el suministro eléctrico sin interrupción…la posibilidad de acceder al libro que uno necesita es, parece, el resultado del azar o la difícil búsqueda entre títulos elegidos por algún bibliotecario de mal gusto que se hubiera asomado por la borda sin saber distinguir los tiburones de las sardinas. Y sin embargo, hablar de libros y hablar de fomento de los hábitos de lectura conduce inevitablemente a hablar de bibliotecas. Una sociedad lectora no se conci 36 De bibliotecas y de Por Rafael Martínez Alés sueños A la izquierda, El ratón de biblioteca, Carl Spitzweg, hacia 1850. Schweinfurt, Colección Georg Schaefer.(AKG. 37 be sin bibliotecas. La existencia de una infraestructura bibliotecaria aparece asociada siempre a los índices más altos de hábitos de lectura posibles. La red bibliotecaria de cualquier país muestra la acción de la sociedad para favorecer y extender la práctica de la lectura en todos los sectores de la población y constituye un elemento corrector que se establece con el objetivo genérico de sustraer de los cauces habituales de la economía de mercado el acceso a los libros y otros soportes informáticos garantizando la igualdad de oportunidades. “Si la práctica cultural de la lectura permite convertir la información en conocimiento, las bibliotecas son el servicio del que se dota la sociedad como un espacio social, tal vez el único, en el que las distintas tecnologías comunicativas y sus contenidos se seleccionan, organizan y ofrecen a las personas con arreglo a criterios, no de rentabilidad comercial o económica, sino de rentabilidad social, por el interés y valor que dicha información tiene para los individuos como ciudadanos, no como consumidores». Pero la función asignada a cada biblioteca no es siempre la misma. Todas ellas deberán estar articuladas jerárquicamente y deben cumplir unos requisitos mínimos que, partiendo del pasado pre-informacional, se asomen al siglo XXI sin complejos y con decisión. Este pasado no puede ser obviado, sino que debe ser correctamente corregido y consolidado en el marco de un plan que debe empezar por existir. El punto de partida en nuestra reflexión adaptada a las circunstancias de la República Dominicana es bastante lejano a una situación ideal, pero no por ello puede arrojarse la esponja, porque es la propia sociedad democrática la que está en juego y su consolidación y reforzamiento constituyen objetivos prioritarios en esta etapa histórica. Como indica un reciente informe sobre la situación bibliotecaria como parte sustancial de los servicios de información que son competencia del Estado y que en este caso, además, están protegidos por la Carta Magna y renovados electoralmente, “no estimulan la investigación y el desarrollo científico, tecnológico y cultural, ni mucho menos garantizan su difusión, ya que no poseen el tratamiento documental técnico, los niveles de automatización necesarios, ni las políticas de acceso lógicas para conseguir una correcta organización, recuperación y difusión del conocimiento» . La defensa de la biblioteca no es una reivindicación de los bibliotecarios. Cualquier proyecto nacional de desarrollo cultural se apoya inevitablemente en la lectura y el mejor procedimiento para poner los libros al ser 38 Lectora rusa del siglo XIX junto a un ramo de rosas. Alexei A. Harlamoff, 1878, Colección particular (Edimedia. París) Es la propia sociedad democrática la que está en juego y su consolidación y reforzamiento constituyen objetivos prioritarios en esta etapa histórica 39 Grabado en madera que representa el primer taller tipográfico de México (1539), casi coetáneo a la primera Universidad de la Rep. Dominicana. México, Museo de la Ciudad. Las dos hermanas. Auguste Renoir, 1889. Colección particular. (AKG. Paris) El vicio de los hombres es la biblioteca. Primero llegaron los filósofos, las escuelas y los pensadores. Luego los bibliotecarios, y hoy no existe ningún plan nacional de fomento de la lectura, de la cohesión social y de la formación que ignore la importancia real de las bibliotecas como institución complementaria a cualquier tipo de instrucción, porque el mejor procedimiento para poner los libros al servicio de los hombres es la biblioteca. La reivindicación bibliotecaria parece pues históricamente vinculada a los monarcas y a los responsables públicos de casi todos los tiempos. Soñar aquí y ahora no es un simple recurso retórico. Es una necesidad consustancial a toda acción política en momentos difíciles. Y para ello es menester concitar el concurso de especialistas en sueños culturales, expertos en batallas perdidas -que muchas veces se ganan-, remover recursos públicos, privados e internacionales, no repetir errores, formar, planificar y legislar. Y, sobre todo, estimular la imaginación, la generosidad y la complicidad del amplio catálogo de los viejos y nuevos amigos de la República Dominicana, sensibles a la llamada de la cooperación o vinculados por convenios formales. El camino será largo pero merecerá la pena. Se precisará definir un mapa general de las bibliotecas y centros de información del país, así como de los recursos humanos disponibles, actualizar la legislación y organizar un sistema eficaz de automatización. Y mientras tanto, cuidar de mejorar y acrecentar los recursos bibliográficos actuales, los fondos, para que el acceso a la información empiece a sentirse antes de llegar a acceder a una sociedad informacional. Biblioteca Nacional, Biblioteca Pública del Estado de la República Dominicana, Biblioteca de la más antigua Universidad de América (UASD), Archivo General de la República, bibliotecas públicas, bibliotecas móviles, bibliotecas escolares…pueden señalarse como objetivos prioritarios. Depósito Legal, ISBN y promoción del préstamo bibliotecario, aparecerían entre los objetivos asociados. El sueño parece que podría ponerse en marcha y que un Sistema Nacional de Información, como pieza clave del programa cultural del actual Gobierno dominicano, sería su más clara e identificadora aspiración. Rafael Martínez Aléses editor desde 1967 y en la actualidad ejerce como consultor editorial. Fue director-gerente de «Cuadernos para el Diálogo», secretario general del Gremio de Editores de Madrid, director del Instituto Nacional del Libro Español (INLE), director de Planificación del área de Ediciones Generales del Grupo Anaya y director General de Alianza Editorial. Ha dirigido varios cursos de formación y fue representante de España en el Consejo del CERLALC