Revista GLOBAL


Este texto, leído en la presentación de «Repensar los caminos: inclusión, ciudadanía y democracia», expone algunas de las ideas desarrolladas en el libro. Analizando el neoliberalismo y el consumismo que surgieron a finales de los setenta en Latinoamérica, se proponen algunas ideas. Entre estas, una vuelta a la utopía y a los sueños, que, en última instancia, son las actividades que nos llevan al cambio y a la transformación social. 49 a primera idea que quiero plantear en torno al texto es la siguiente: en los setenta, estábamos en plena década de las grandes certezas, y aquí en la República Dominicana se originó un gran movimiento en el mundo cristiano (católico, sobre todo) de ida a los barrios populares de la capital y de otras ciudades del interior del país. Y si usted empezaba a caminar desde el final del Malecón, y recorría Guachupita, Gualey, Los Guandules, La Ciénaga, Simón Bolívar, 27 de Febrero y llegaba hasta la Duarte, notaba que ahí había comunidades cristianas, de religiosos trabajando con sectores populares. Y si usted llegaba a Herrera, y seguía, ahí estaba toda la ciudad bordeada por sectores religiosos trabajando en esta idea de la Teología de la Liberación y búsqueda de liberación para los pobres de la República Dominicana y de América Latina.

Esa inserción de los cristianos en el mundo de la pobreza es el contexto de estas ideas. El esfuerzo por participar en ese mundo de la pobreza, buscando desde ahí inclusión social, como se dice hoy, para poder responder en justicia a una exclusión social que ellos padecían y aún padecen. De manera que los barrios populares, las comunidades cristianas, los movimientos populares (en este caso, urbanos), la búsqueda de la democracia como horizonte y los socialismos como meta son parte de ese contexto. Esos años fueron, sin embargo, años de gran represión y de gran resistencia. Uno recuerda cuando hacíamos reuniones nocturnas con los jóvenes. Para llegar del lugar de la reunión a las casas de los jóvenes, los que estábamos participando en las comunidades teníamos que revestirnos de hábitos religiosos para llevarlos a su casa y evitar que los apresaran. Eran momentos realmente difíciles los que vivíamos en el país. Pero esa resistencia y esa represión se vivían como grandes apuestas de futuro que eran asumidas como certezas. Uno se jugaba la vida, pero con la fe y la creencia de que estaba ubicado en el camino cierto para conseguir más libertad, más liberación y más justicia social.

Había, supuestamente, metas claras y caminos ciertos. Y eso da mucho ánimo. Sin embargo, ocho años después, en 1978, las cosas empezaron a cambiar en la República Dominicana. Se inicia en el país y en toda América Latina el ciclo de vuelta a la democracia. Lechner, ese sociólogo chileno ya fallecido, ido a destiempo, definió este período como «de la revolución a la democracia en América Latina». ¡Y efectivamente! De la apuesta por la revolución, que nos llevó a contextos de gran represión, a la apuesta por la democracia. Se pensaba en la democracia como camino transformador y de construcción de justicia en la región. Esa esperanza de transformación de las condiciones de vida de la gente más pobre se pensaba por la vía de la democracia representativa. Y se apostó y se trabajó para eso. Como ustedes recuerdan, en 1978 tuvimos elecciones populares, que ganó el PRD, y el mundo popular se volcó a las urnas para llevarlo al poder. Fue un esfuerzo importante para poder llegar a transformar la represión y la exclusión en democracia, con la esperanza de que, a través de ella, conseguimos la justicia esperada y por la cual estábamos apostando. No ocurrió así. Sucedió que la democracia de aquel momento no fue lo que creíamos que iba a ser y no siempre se logró a través de ella lo que pensábamos que íbamos a conseguir. Sí se consiguieron, por ejemplo, más libertades políticas. Pero la condición social de la gente siguió exactamente en iguales condiciones.

El desempeño democrático resultó en muchos casos un fiasco. Y eso provocó desencanto y desilusión. Y entonces caímos de la democracia apostada a una democracia denunciada como incapaz de responder a las esperanzas que se ponían en ella. Esa visión en América Latina de una democracia que no fue suficientemente capaz de hacer los cambios llevó a calificarla de manera muy despectiva. Democracia restringida, democracia Para responder a esta demanda social que tenemos hoy en el presente, hace falta volver a la utopía como fundamento 50 de baja intensidad, democracia de mercado, democracia excluyente… son todos calificativos que indican esta decepción. Y empezamos a pasar, como yo decía, de la certeza a la incertidumbre. ¿Hacia dónde buscar, entonces, para conseguir los sueños anhelados? A este camino se añade, después, en los ochenta, la caída del Muro, que complica la incertidumbre, porque esa apuesta que se había hecho también se cae; y con ello, irrumpe el neoliberalismo, que cierra un ciclo, para mí, casi salvaje en la región. Y en ese contexto se instala la incertidumbre y el desaliento, y desgraciadamente se hacen casi «naturales» las relaciones sociales dominantes en la época; se asume que este camino que nos condujo al neoliberalismo, como oferta económica y política y social, es algo natural y que, por tanto, intentar transformarlo es algo más que una ilusión absurda. Paso con esto al segundo punto. Para responder a esta demanda social que tenemos hoy en el presente, hace falta volver a la utopía como fundamento. Porque un rasgo de este mundo neoliberal es la pretensión de que los sueños son malos. De que soñar es inadecuado e irresponsable. Hay que afirmar lo contrario: que soñar es la única posibilidad de estar vivos, y que la capacidad de cambiar pasa por la capacidad de soñar. Y en ese contexto hace falta recordar la utopía de la buena vida. Es decir, dicho con Zygmunt Bauman (autor que está hoy muy de moda, aunque me dice Leopoldo Artiles que se quejaba de que solo fue famoso después de viejo, de muy viejo), que nos invita justamente a aportar a esta vida buena que él llama «la felicidad», «nadie puede explicar suficientemente […] todo el mundo sabe que nunca se alcanza pero todo el mundo quiere plantearse y luchar por conseguirla». Es una dimensión humana inherente, que es necesaria. Y esa felicidad se expresa como utopía. Uso aquí el concepto de utopía como Franz Hinkelammert, que tiene un libro titulado Crítica a la razón utópica, que escribió en la década de los ochenta, donde plantea su visión de la utopía en discusión con Hayek, con Von Misses, con un grupo de pensadores neoliberales. Pues Hinkelammert plantea que la utopía es imposible pero imprescindible. Es decir, la utopía es un horizonte que nunca se alcanza, pero sin el cual nos perdemos, pues no sabemos para dónde vamos. Yo les digo a mis estudiantes que para un caribeño es fácil saber Franz Josef Hinkelammert, economista y teólogo alemán 51 lo que es la utopía: solo tienen que ir al malecón y mirar hacia el horizonte: saben que allá está el lugar adonde quieren ir. Pero mientras más se avanza, más se aleja el horizonte; porque la utopía es imposible, pero es imprescindible para caminar. Eso es lo que hace falta: replantear en este momento la utopía como fundamento, es decir, el derecho a pensar y a soñar con la vida buena. Como diría Jung, «no sueños nocturnos, sino sueños diurnos». Porque los nocturnos –dice él– son irresponsables, usted no los controla; los diurnos son responsables: usted puede saber qué está soñando, y se lo plantea conscientemente. Y eso es el fundamento primero para avanzar hacia la búsqueda de alternativas a lo que tenemos como realidad. Reivindicar el derecho a los sueños en contra de la visión neoliberal, que plantea que hacerlo es caer en la irresponsabilidad. La utopía cualifica la sensibilidad y la hace compasiva. Y sin esta sensibilidad compasiva, la capacidad de compromiso con los que menos tienen y los que menos pueden y las víctimas es imposible. Hay una anécdota muy dramática, pero que explica muy bien esto que acabo de afirmar. Cuentan que Marcuse (filósofo judíoalemán de la Escuela de Frankfurt), cuando estaba en su lecho de muerte, recibió la visita de Habermas (un autor aún vivo, también de dicha escuela). Marcuse le comenta a Habermas: «Ya he encontrado el elemento fundamental para definir la lucha por la liberación, por la emancipación, el detonante que hace posible que nos mantengamos en esa lucha». Y dice Habermas: «¿Cuál es?», a lo que responde Marcuse: «La compasión, la capacidad de verse en el dolor ajeno». Y el español Mardones incluye ese relato en su libro para indicar justamente la necesidad de que la utopía de la vida buena oriente la sensibilidad compasiva, y ella, a su vez, cualifique entonces la capacidad de los seres humanos para actuar a favor del bien, la bondad, la belleza, la verdad, etc. Es, por consiguiente, necesario reivindicar la utopía como elemento, repito, imprescindible, aunque imposible. El imposible es importante. Porque si usted cree que es posible entonces en algún momento usted cree que ha llegado a ella. Y cuando usted cree que ha llegado, entonces la impone. Qué es lo que hemos hecho en diferentes casos cuando la dictadura dice: «Esta es la verdad. Y como es la verdad, entonces es buena. Y como es buena a usted se le impone». El filósofo y sociólogo judío alemán Herbert Marcuse 52 La utopía es imposible. Y quien dice que llegó a ella, habla mentiras. Eso es un camino que nunca se acaba de caminar. Tercer punto de mi reflexión:

desde la utopía se pasa a la crítica del presente, y esté presente, cuando uno lo observa, lo puede caracterizar con estos cuatro epítetos: 1) sociedad mercado céntrica, 2) sociedad consumo céntrica, 3) sociedad codicio céntrica y 4) sociedad infraterna. Una sociedad con esos rasgos nos llama a convertirla en otra que sea capaz de construir fraternidad, para desde ahí construir la capacidad de espacios para la justicia, la vida de los más débiles. Esa sociedad mercado céntrica, como sabemos todos, se orienta a afirmar que el mercado es quien dirige las condiciones y la vida humana, y que él decide lo que es bueno y lo que es malo; el mercado, no los seres humanos y su responsabilidad. Y como ustedes bien saben, el mercado, en este contexto actual, se orienta básicamente al consumo. Se ha planteado, incluso se ha escrito, que el horizonte de futuro feliz viene vía el consumo. Y por eso los muchachos y las muchachas viven aspirando a consumir, esperando que mientras más consuman más felices serán, y fracasan. Porque evidentemente no está en el consumo la felicidad. Pero la oferta social es esa: a través de la vía del consumo usted conseguirá ser feliz. Tiene consecuencias sociales dramáticas, como veremos enseguida. Y ese consumo centrismo no está separado –no puede estarlo– de la codicia como elemento central de la búsqueda de los seres humanos hoy en día. Suelo relatar lo siguiente siempre que toco este punto. Jacques Attali, en el texto Y después de la crisis ¿qué?, señala que hubo una serie de elementos económicos estructurales que están en la base de la crisis económica mundial. Explica que los banqueros actuaron como ladrones antes de que llegue la policía, es decir, se robaron todo rápidamente para irse corriendo. Entonces, señala Attali, esa actividad, esa acción bancaria tenía su fundamento en la codicia y en la búsqueda del lucro. La crítica del presente tiene que dirigirse hacia este consumismo, a esta sociedad mercado céntrica, a esta sociedad de la codicia e infraterna, para generar alternativas que nos lleven a otro tipo de sociedad. Esta búsqueda de una sociedad alternativa nos tiene que conducir a prácticas diferentes de las que tenemos hoy. Mi cuarto punto. Para ir avanzando tenemos que recordar nuevos referentes. A continuación, los enumero. Primero: el humanismo, que para algunos está hoy de capa caída; se habla de posthumanismo, pero sin humanismo es imposible responder adecuadamente a esta búsqueda de reconstrucción de la sociedad. Este humanismo se abre a los demás y cualifica la mirada, y cualifica la escucha. Si usted tiene sensación humana, sentimiento humano, usted tiene capacidad, como decíamos antes, de compasión; puede, entonces, escuchar y ver el sufrimiento de los demás; si no, no puede verlo. Esa capacidad de ver y de escuchar desde lo humano hace que usted sea capaz de entender, padecer el dolor ajeno como interpelación. Segundo: el Estado de derecho. Hace falta que la dinámica exclusión social  inclusión social se rompa y se convierta en otra cosa. Esta contradicción es un drama, sobre todo para los jóvenes; cuando un muchacho o muchacha es educado en su casa, en la escuela, en las iglesias, en la sociedad, etc., se le dice, como ya vimos antes, que el consumo es su objetivo de vida y que ese consumo lo puede alcanzar si consigue dinero, y que consigue dinero si consigue trabajo, así que consigue trabajo cuando se educa y sale graduado para conseguir trabajo, y con el trabajo conseguir dinero y consumir. Y cuando va a buscar trabajo no hay trabajo.

Y cuando va a buscar trabajo y no hay trabajo, no hay consumo. Y cuando no hay consumo, entonces siente que está excluido socialmente, y que los caminos de inclusión le están vedados. Y eso se convierte en un hiato, en un espacio para cualquier cosa: Esta búsqueda de una sociedad alternativa nos tiene que conducir a prácticas diferentes de las que tenemos hoy 53 la delincuencia, la drogadicción, el refugio religioso; para lo que sea, porque esa contradicción entre exclusión social e inclusión social, supuesta, genera dificultades sociales muy graves. Más todavía, es la imposibilidad de realizar sueños y la imposibilidad de creer a la sociedad cuando le indica cómo usted consigue trabajar y vivir esos sueños. Pero hace falta entonces reivindicar el Estado de derecho como el derecho a la inclusión social, el derecho a la vida decente y al empleo también decente, para poder acceder a una vida digna. Y tercero: el poder como servicio. En ocasiones uno se refiere a los compañeros políticos que el Evangelio de Marcos dice que el poder enceguece, ensordece y obnubila la mente. Esto quiere decir que el poder es una dimensión humana fundamental para bien o para mal. Si usted se va con el poder o con la codicia, entonces no va a actuar con conciencia ni con visión ni con comprensión. Hace falta entonces ver bien, escuchar bien, para pensar bien desde el poder. Solo el poder servicial sirve para hacer el bien, para construir. Y en política tenemos que aprender cómo se construye ese poder servicial. Esto se dice fácil, pero es muy difícil. Porque los que hemos venido de otros ámbitos de práctica social, nos hemos encontrado con un terreno minado.

Y ese terreno minado no es fácil. Y si usted se descuida: ¡Pierde el poder! Sin embargo, si usted se deja manejar por el poder, cae en el idolátrico. Cuando esto pasa, repito, se enceguece, ensordece y se le obnubila la mente, y termina sirviendo a otras intenciones que usted ni siquiera piensa, pero no a la gente. La democracia que hemos reivindicado, por la que hemos peleado y que después no nos salió tan bien, está aún ahí disponible para hacerla democracia participativa. O sea, donde la gente tenga capacidad de participar, de hablar, de discutir, de plantear posiciones y de negociar, para llegar a prácticas más humanas y más incluyentes socialmente. O sea, la democracia es un elemento fundamental. Y en esa democracia, voy a dar un siguiente paso, hace falta reivindicar la sociedad civil, pero no cualquier sociedad civil. En estos días me quejaba con un amigo de la sociedad civil. Le decía: ¿Cuándo ustedes van a decir qué es una sociedad civil? La sociedad civil no son los empresarios. La sociedad civil son los sectores sociales que no son ni empresarios ni políticos. No están ni en el mercado ni en el poder político, sino en el espacio del mundo de la vida. Y desde ese espacio reivindican una lógica diferente a la del mercado y a la de la política, que es la lógica de la solidaridad. Y porque la reivindican tienen capacidad de discutir con los otros dos poderes, y en esa discusión imponer su lógica o negociar su lógica para hacer posible una democracia más participativa, vía la deliberación. Hace falta que usted sea capaz de convocar a la gente a participar, a deliberar y a construirse como agente; dicho como Amartya Sen, «el agente es aquel que tiene capacidad de actuar para poder, él mismo, en coordinación con otros, crear alternativas sociales adecuadas a la vida social con dignidad». Si no construimos con políticas sociales ese agente, ese sujeto capaz de autodirigirse, no Marcos Villamán durante la puesta en circulación del libro Repensar los caminos: inclusión, ciudadanía y democracia 54 estamos haciendo realmente política social. Debemos construir una modernidad que tenga sentido. Como ya decía Leopoldo Artiles, esta modernidad, que siempre es el Caribe (modernidad caribeña), tenemos que ser capaces de construirla adecuadamente como democracia, como servicialidad, como Estado de derecho y desde una visión humanística que nos convoca a todos y a todas. Esa democracia tiene la capacidad de ser la mediación para la construcción de la inclusión y de la igualdad. De eso se trata para poder ir caminando, de manera que consigamos más alternativas para el futuro. Y eso puede permitir, entonces, pasar de una visión incierta a una visión menos incierta, más cierta, no totalmente cierta. Y por fin, por esta vía, avanzar hacia una agenda pos progresista. Si ustedes se fijan en el texto, al final dice: una agenda pos progresista. Porque seguimos atrapados en la lógica del progreso. Y estamos viciados por una metafísica del progreso. Es decir, pensamos que todo lo nuevo es bueno, y es bueno porque es nuevo. Y pensando así caemos en lo malo. Porque perdemos la capacidad crítica para discernir qué de lo nuevo es bueno; y la bondad de lo nuevo tiene que ver con la vida de la gente. Lo que no tiene capacidad para producir vida digna de la gente no es bueno, aunque sea nuevo. Y esa crítica al progreso como metafísica nos lleva entonces, de nuevo, al tema del poder, y a la afirmación final, en este caso, de un poder que se alía con los sectores sociales vía la democracia para construir una vida buena real, una vida social real. Y al hacer eso, es capaz de reconocer el único poder legítimo, según dice Metz, que es un teólogo alemán que tiene un libro fabuloso llamado Memorias pasionis. Y Metz, después de casi 500 páginas, termina diciendo que «el único poder al cual tenemos que respetar es la autoridad de los que sufren». Ellos son la autoridad, son el referente y la posibilidad de conseguir una vida social a la cual el poder, el servicio, la democracia y la vida realmente se alíen para construirla y para hacerla posible. Esas son las ideas que están en el texto. Ojalá que lo puedan disfrutar y que me ayuden a seguirlas completando.


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