La visita de Dereck Walcott hace unos meses a Santo Domingo permite volver sobre la obra de uno de los mayores escritores contemporáneos del Caribe. Nacido en Santa Lucia, Walcott recibió en 1992 el Nóbel de Literatura y representa, ante todo, una extraordinaria elocuencia. Se reveló desde muy joven como un poeta gozoso y exuberante, profundamente enamorado de la lengua de Shakespeare. Yo, que estoy envenenado con la sangre de /ambos, ¿Hacia donde debo volverme, dividido /hasta las venas? Yo que he maldecido al oficial borracho de /la ley inglesa, ¿Cómo elegir ente esta África y la lengua /inglesa que amo?
¿Traicionarlas a ambas o rechazar lo que /ofrece?
¿Cómo presenciar esa carnicería y /quedarme tranquilo?
¿Cómo volverle la espalda a África y vivir?
Estos versos que Derek Walcott nos ofrece a los 20 años plantean el posicionamiento de este extraordinario poeta caribeño insular, enfrentado al verbo y a la lengua. De niño hablaba inglés, su idioma materno, pero, además, aprendió el patois y el créole francés de Santa Lucía.
Sus primeros poemas representan la expresión más intima de todo el pensamiento de este intelectual, a quien en su juventud le costó mucho encontrarse con poetas y autores del Caribe que le inspiraran un verbo con tanta fuerza como pudieron tener para él los versos jacobeos –los de la referencia religiosa a Santiago Apóstol, por lo que aluden al viaje y la religión–, pero también, los versos shakesperianos e isabelinos. Para él, la palabra es fundamental; la palabra como instrumento visual, sonoro y plástico.
Hijo de una familia de clase media, cuya madre era maestra de escuela y cuyo padre era pintor, Walcott hereda en sus visitas a la iglesia metodista, el ritmo, la fuerza y la música de los poemas o de los salmos que los metodistas solían cantar, gritar y declamar por las calles. El artista confesó en muchas circunstancias que era imposible no declamar poemas durante su niñez; al igual que gritarlos, o triturarlos. Era un verdadero gozo para sus amigos compartir una declamación abierta por las calles de Castries.
Críticos
La fuerza de su poesía y de su verbo ha sido observada por grandes críticos, entre los que se encuentra Hirsch, quien declaró: “Derek Walcott, he aquí el nombre gracias al cual vive el idioma inglés”. La lengua inglesa en los versos del poeta de Santa Lucía toma un relieve arraigado en la tradición clásica británica, la que Walcott sublimó haciendo de cada rima una pincelada que une la poesía a la pintura.
En los versos de “La otra vida”, de 1973, Walcott dice: “Sólo soy un mulato que ama la mar”. Esta declaración es fundamental en la toma de conciencia insular, de caribeño que mira al mar y que, además, integra sus orígenes…
“Hay en mí del holandés,
del negro y del inglés
yo soy nadie o soy una nación”.
Cuando de Derek Walcott se trata, su incidencia o su pertenencia al Caribe no se puede disociar de una postura, de una actitud, de un punto de vista y de un territorio siempre frente al mar. La imagen en la obra de Walcott es el mar, punto de luz al horizonte, movimiento de las olas, estado cambiante de la marea, elementos esenciales de un estado flotante. Así mismo lo califica el poeta, un estado flotante que podríamos también asociar a un estado de levitación.
La belleza de sus versos se despliega en una pureza que lo extiende a través de la tersa rima, dándole a su poética obra una gran luminosidad donde se transparenta un gran compromiso multicultural. Derek Walcott, a pesar de su edad, es un visionario, un hombre que no despega sus ojos verdes del punto más lejano del horizonte. El pasado lo toma en cuenta como conocimiento y conciencia, pero este poeta caribeño de lengua inglesa transmite ante todo, en sus versos, sabiduría e inteligencia que ansía recuperar su paraíso perdido, con el llanto de un hombre y la inocencia de un niño.
Antillanidad
El ánimo del poeta Derek Walcott contiene su antillanidad en ese estado de flotación, de movimiento, y en ese estado de lo infinito que significa el horizonte. Este punto de mira desde su isla Santa Lucía lo llevará a declarar que, para él, escribir o pintar es lo mismo, dice con mucha tranquilidad que los poetas trabajan con la luz como los pintores y que para él su nación es la imaginación.
Walcott ha encontrado miles de versos para darle las palabras a las playas, a las rocas, a las caletas, a los promontorios. Santa Lucía, su lugar de nacimiento, es un pequeño lugar de terreno escarpado que da al Océano Atlántico de un lado y del otro lado al Mar Caribe. Él llama a ese punto “el teatro del mar”. Es una presencia que no puede huir de su obra y que tiene una incidencia en su forma de sentirse isleño; es un poeta de un mundo flotante rodeado por el agua. Insistimos en ese estado de flotación-levitación. “El mar fue mi privilegio y un pueblo fresco”, escribe en “Omeros”, donde también afirma: “El mar es un poema épico donde cada línea fue borrada, pero vuelve a escribirse en páginas de rompientes que explota”.
“Omeros” es también el poemario en el que Walcott expone la complejidad emocional de la dualidad cultural, pues esta es la obra del viaje al más allá, desde la perspectiva cultural caribeña. Recordemos que a Santa Lucía la nombraron la Helena de las Indias Occidentales. Es la obra de la muerte, del desplazamiento y del viaje. Es la entrada en este Nuevo Mundo donde se encuentra la Sibila, porque, al fin y al cabo, la humanidad se mueve al ritmo de una Odisea, transitando por la vida, transitando como Ulises o el viejo remero de la isla.
Cultura caribeña
También tenemos en Walcott un sincero defensor de la cultura caribeña, considerando que cada isla es una pieza integral de una unidad histórica mayor. Sin embargo, para él no se trata de meterse en seminarios, coloquios, conceptos; lo que más le importa es esa multiplicación de lenguas distintas y poder encontrar a través de ellas la
posibilidad de dar a cada cosa su nombre. A él le encantan los nombres, le encantan los verbos, sabe manejar muy bien el habla colonial, sabe empapar sus palabras de sabores salados y sabores marítimos y tiene grandes vehículos expresivos, desde la poesía de Hart Krane a la de Dylan Thomas. Él mismo siente como si el mar hubiese salpicado las vocales y las consonantes. “Cuando escribo este poema, cada frase va empapada en sal”, declara Shabine, el personaje marinero de su poema “The scunner flith”.
Walcott goza mucho con los sonidos de las letras y le encanta remover y detener los nombres. Le encanta también manejarse con alta elocuencia y llamar al reino de sus tierras… la letanía de las islas… el rosario de archipiélagos… el amén de las almas calmas, como él mismo afirma en “La otra vida”:
“La Iglesia protegía la Palabra, pero esta /nueva Palabra estaba ahí, al alcance de mi mano, en el territorio profundo encontró al hombre /natural, generoso, enraizado”.
Entendemos que, por encima de la paradoja y de lo surrealista que pueda parecer la imagen, Derek Walcott es un poeta marinero enraizado, un marinero con la conciencia y la sensación fundamental desde donde mira el mar, desde donde mira todo lo que le rodea, todo lo que hasta entonces estaba indefinido y que él, poco a poco, fue captando en el verso. “Hace cuarenta años, en mi infancia isleña, sentí que el don de la poesía me había convertido en uno de los elegidos, que toda experiencia era combustible para el fuego de la musa”.
Esta relación con el mar, con la sal, lo lleva a grandes pulsiones lingüísticas que se enfrentan a la luz del mundo natural, buscando un estilo transparente: “Consciente como la arena, claro como la luz solar, frío como la curva ola, como un vaso de agua de las islas”.
Poetas del Nuevo Mundo
Su lazo espiritual con el Caribe no le ha impedido a lo largo de su carrera afiliarse con los poetas del Nuevo Mundo, reunirse con escritores americanos que se declaraban a favor del sincretismo de las culturas y una estética del Nuevo Mundo. Él mismo ha dicho: “Como mestizo que soy, algo en mí se sobresalta cuando veo la palabra Ashanti, y con Warwickshire me sucede lo mismo, ambas, cada una por su lado, están muy cerca de las raíces de mis abuelos, ambas bautizan a este bastardo, ni orgulloso ni avergonzado, a este nativo de las Indias Occidentales”.
Ha declarado en muchas conferencias que la tarea para un artista antillano híbrido consiste en identificarse con las secuelas africanas, asiáticas, europeas, y lo más importante para él es volver a formar un todo que sea nuevo, un todo que se goce en el fermento y que glorifique la cultura de las Indias Occidentales.
Los personajes de Walcott, viajeros de fortuna recurrentes y marineros mulatos, son tipos que parecen salir de La Odisea. El personaje Shabine en “The shunner flight” es una autentica odisea cuando declara “o soy o bien nadie o bien un país entero”; él está haciendo eco en el poema épico griego en que Odiseo se burló del Cíclope, llamándose a sí mismo nadie. Al mismo tiempo, está afirmando que ese nadie podría ser la representación de una cultura, la representación de un país. Claro, que esto lo podríamos acercar al modo en que los exiliados también son figuras odiseícas.
Homero es su espíritu poético titular. El patrón de la imaginación homérica culmina en Derek Walcott en su obra “Omeros”, el bardo arquetípico. Queda claro que en la obra de Walcott el hombre es náufrago que deriva hacia el exiliado. “Acepto mi función como un advenedizo colonial en el fin de un imperio –afirma en el poema “North and South “– un solitario vagabundo satélite que da vueltas”. A partir de Sea grapes, Walcott ha situado casi todos sus poemas en el Caribe, pero también en otros lugares, estableciendo un diálogo entre el norte, países metropolitanos, y al sur, el Caribe.
Walcott ha manifestado inquietudes sobre el sentimiento de distancia de sus orígenes y, a lo largo de su vida, ha confesado una gran culpabilidad por haber abandonado la isla. Entre estos versos se aprecian temas como: “Home camino”, “Return to the New Rain”, “The Light House”, y “The Light for the Word”. Estos poemas po
sesionan la lejanía en relación con su provincia Santa Lucía, pero también, el drama de los diversos regresos a un hogar sin hogar, la angustia y el dolor por haber abandonado a la gente que lo rodea. “Yo, que nunca podría solidificar mi sombra para ser una de sus sombras. El hijo de Santa Lucia se pierde entre la nostalgia del éxodo hacia el continente y la desaparición de sus seres queridos”.
Observamos una dialéctica en el conjunto de su obra que es un desgarramiento entre el mundo interno y el mundo individual, es un dolor entre el naufragio, el exilio y el mundo externo de la comunidad. Declaraba el poeta: “Soy una especie de escritor dividido, dentro de mí hay una tradición que sigue un camino y otra que sigue una dirección diferente. Los elementos miméticos, la danza y la narrativa, dominan por un lado, y del otro, es más fuerte la tradición literaria clásica”.
Estas son dos tradiciones que indican la vocación de su forma y de su escritura, pero que, aliadas, hacen la poesía de Derek Walcott en un sentimiento personal obsesivo, con una escritura de deber público en la que se integra su responsabilidad. Es una estética del compromiso fundamental del poeta con su propia imaginación que lo lleva a la realidad y que, en muchos casos, hace de él un cronista, un vehículo, una voz de todo lo que le rodea.
¿Quién es el marinero poeta? ¿Será Derek Walcott o el personaje Shabine? ¿Será también, ese marinero, poeta, y… entonces, el mismo Derek Walcott? Parece ser que no puede haber división cuando el poeta dice: “No tengo más patria que la imaginación, me siento satisfecho si mi mano da voz al dolor de alguien”. Es ese sentimiento profundo del dolor, del sufrimiento, de la compasión, esa búsqueda de verdad que hace que Derek Walcott sea, ante todo, un antillano que mantiene su complicidad con el dolor de los hombres y las mujeres que han poblado su Santa Lucía querida.
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