La moderna visión del progreso social se ha fundamentado históricamente en la creencia de que el desarrollo científico y tecnológico es la causa principal del mejoramiento de la calidad de la vida social. Ese fue precisamente el sueño de los padres de la ciencia moderna. Por medio del conocimiento de las leyes de los fenómenos naturales, creyeron éstos, los humanos podrían manipular las fuerzas de la naturaleza y hacer que éstas sirvieran enteramente a sus propósitos, necesidades y aspiraciones; en palabras de Bacon, “para aliviar la condición humana”.
Este ideal de progreso, expresado en una lucha feroz del ser humano contra la naturaleza, se materializa en la creación del conocimiento científico y tecnológico y se ha convertido en la ideología dominante de la sociedad moderna. El modelo utopista baconiano de una sociedad dirigida por científicos y libre por entero de pobreza, epidemias, desórdenes sociales, crímenes e incluso de políticos, se convirtió en poco tiempo en la idea más atractiva en la Europa de los siglos xvii y xviii. La concepción de Saint-Simon de la transición de un gobierno arbitrario a una administración científica del aparato del estado es probable que fuera derivada por éste del argumento de Bacon en torno a que una sociedad realmente científica puede prescindir del poder de los políticos. Para Saint-Simon, en este nuevo modelo de sociedad, “la toma de decisiones sería confiada no a gobernantes arbitrarios, elegidos sobre la base del clientelismo, sino a directores generales, seleccionados sobre la base de sus habilidades profesionales, para quienes la política no vendría a ser otra cosa que la ciencia de la producción”.1 Según lo expone Gurvitch, Saint-Simon creía “que cuando los productores industriales tomaran el poder temporal, y los sabios el poder espiritual (eliminando los militares, el clero, los legisladores metafísicos, que son los ociosos de la época industrial), se llegaría a proporcionar el mayor bien a la mayoría”.2 Saint-Simon, al igual que la mayoría de los pensadores de los siglos xvii y xviii, estaba convencido del carácter retardatario del catolicismo de la época y de su gran poder institucional. Por esta razón, entendía que la nueva sociedad industrial y el progreso social que la misma estaba llamada a motorizar no eran viables sin un cambio radical en el substrato espiritual de la sociedad. De este modo, para Saint-Simon, el ideal de progreso social basado en el desarrollo de la ciencia y la tecnología estaba orientado no sólo a la liberación del género humano de las fuerzas de la naturaleza, sino, al propio tiempo, de las influencias de cualquier creencia que no tuviera un fundamento positivo en la realidad y que tendiera a convertir al ser humano en un contemplador pasivo de su propia existencia material. Esta intransigente creencia en el carácter emancipador de la ciencia y la tecnología, que convertía a éstas en un nuevo género de fetiche religioso, era una característica no sólo de Bacon y Saint-Simon, sino de todos los pensadores progresistas de los siglos citados. Históricamente, ello estuvo justificado, sin embargo, en el monopolio de la Iglesia Católica sobre la vida espiritual y moral de la época, en donde el espíritu humano estaba prácticamente diluido en Dios y el individuo reducido a la condición de unidad no identificable de un rebaño sagrado. De este modo, la ideología religiosa era vista por los hombres más preclaros como una de las principales fuentes de alienación humana, en tanto que la ciencia y la tecnología fueron declaradas como “una victoria del hombre sobre las fuerzas de la naturaleza” y, además, como un triunfo sobre cualquier otra fuerza sobrenatural que pretendiese colocarse por encima de éste.
Marx, Saint-Simon y el ideal del progreso
La herencia y continuidad sansimonianas en Marx son evidentes. Como Saint-Simon, Marx también concibió a la ciencia y a la moderna industria como medios para la emancipación del ser humano, tanto de las fuerzas sobrenaturales como de las fuerzas de la naturaleza. En medio del monopolio de las ideas ejercido por la religión católica y del rol pasivo asignado al individuo y a las instituciones sociales, la idea del progreso social basado en el desarrollo de la ciencia y la tecnología era sin dudas una aspiración revolucionaria.
Como Saint-Simon, Marx también creía que las ciencias naturales debían ser la base del entendimiento de la vida humana y de la creación de una “ciencia humana”. Sin embargo, la diferencia entre ambos pensadores consiste en que Marx creía en la necesidad de una fundamentación materialista de las ciencias naturales que las despojara de su carácter abstracto e idealista. En palabras de Marx, “las ciencias naturales han invadido y transformado la vida humana, más que todo, por medio de la industria; y han preparado la emancipación humana, si bien su efecto inmediato tuvo que ser un fortalecimiento de la deshumanización del hombre”.5 La tecnología en manos del capital, según Marx, hace al hombre esclavo de las fuerzas de la naturaleza. En sí misma, dice, la maquinaria “incrementa las riquezas de los productores, pero en manos del capital, los pauperiza”.6 Con la división del trabajo y el uso extensivo de maquinarias, entiende Marx, el trabajo de los obreros pierde su carácter individual y todo el atractivo que originalmente tenía para éstos. En su criterio, el trabajador se ha convertido en “un simple apéndice de la máquina, y sólo se le exigen las operaciones más sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje. Por tanto, lo que cuesta hoy día el obrero se reduce poco más o menos a los medios de subsistencia indispensables para vivir y para perpetuar su linaje.
Los clásicos
Algunas décadas antes que Marx, los llamados clásicos de la economía política percibieron, además de los beneficios, los perjuicios que causaba a los trabajadores la introducción de nuevas maquinarias. Sin embargo, contrariamente a Marx, ellos trataron de solucionar el problema dentro del marco del sistema capitalista existente, a través de la producción de más productos y de la introducción de más innovaciones tecnológicas. Igual que Saint-Simon, también creían a ultranza en el industrialismo como fuerza emancipadora. Según Ricardo, por ejemplo, “el descubrimiento hecho posible por la maquinaria [puede ser] perjudicial a la clase trabajadora, en la medida en que algunos de sus miembros serán echados de sus empleos y habrá una población mayor en comparación con los fondos disponibles para emplear a éstos”.
La solución sugerida por Ricardo fue la de usar las nuevas maquinarias para perfeccionar todos los medios de producción y de este modo incrementar el producto neto del país a tal grado que no disminuyera el producto bruto, o sea, la cantidad de mercancías. De este modo, se mejoraría la situación de todas las clases de la sociedad.
Fenómeno positivo
En general, para los economistas políticos clásicos, y a pesar de su impacto negativo en el empleo, la innovación tecnológica es siempre un fenómeno positivo, porque implica un mejoramiento de la condición social de las personas, ya que con la abundancia que la misma hace posible pueden adquirir los mismos productos a un menor precio. Según Ricardo, al emplear maquinaria mejorada, el costo de producción de las mercancías se reduce y, consecuentemente, las mismas pueden ser vendidas en mercados extranjeros a precios mucho más bajos.
A diferencia de Marx, los clásicos de la economía política no plantearon el problema de la alienación humana como un mal derivado de la posesión privada de los medios de producción y de la división del trabajo que la gran industria y la sistemática innovación tecnológica introducían. Por esta razón, arribaron a conclusiones totalmente diferentes y sugirieron soluciones también diferentes a las de Marx para aliviar las condiciones de vida de las clases trabajadoras, si bien, y subrayo esto, el ideal de progreso tenía en esencia los mismos fundamentos. Las diferencias expuestas llevaron no obstante a que, en muchos casos, allí donde los economistas clásicos veían progreso y mejoría, Marx viera decadencia, explotación y alienación de la condición humana.
Para Marx, la solución de todas las contradicciones del sistema capitalista puede encontrarse sólo a través de la trascendencia positiva de la propiedad privada, es decir, en la sociedad comunista “como la apropiación real de la esencia humana por y para el hombre […], como el total retorno del hombre como ser social (esto es, humano) a sí mismo […]”.
En síntesis, Marx entiende el comunismo como la completa realización y desenvolvimiento de las fuerzas productivas de la sociedad y, en consecuencia, del progreso social, donde la ciencia y la tecnología servirían por entero a la realización del ser humano y al mejoramiento de sus condiciones de vida.
Capitalismo y socialismo
Como se ha expuesto hasta ahora, la ideología del progreso social basada en el desarrollo científico y tecnológico inaugurada por los fundadores de la ciencia moderna y ampliada y consolidada por los pensadores de los siglos xviii y xix no sufre en Marx ninguna modificación sustantiva. Como aquellos, Marx cree que todo progreso de la ciencia y la tecnología es bueno en sí mismo y que lo que lo pervierte es el carácter que asume en las condiciones del capitalismo. De ahí que entienda que el tecnicismo capitalista envenena y aliena todas las relaciones sociales y humanas, pero que la negatividad que está implícita en su propia esencia hará aparecer el antídoto capaz de reconciliar a los hombres con la técnica y con una civilización realmente social y humana. Para Marx, “una vez la alienación tecnicista sea superada, […] la técnica será capaz de desarrollarse de una manera integral y no-alienante, siempre y cuando la misma sea mantenida bajo el control de la totalidad de la comunidad humana. La planificación multilateral de la producción técnica deberá prevenir que ésta no genere alienación y trastornos”.
A finales del siglo xix y comienzos del xx, esta ideología, que podríamos identificar aquí como baconiana-sansimoniana, termina bifurcándose y tomando dos líneas claras y bien definidas. Una siguió la dirección del sansimonismo marxista, reivindicando el alma de dicha ideología, esto es, su ética, su deseo de mejorar las condiciones de vida de las clases más pobres y su llamamiento a la moral del amor orientada a humanizar la “pirámide industrial”.14 La otra siguió la dirección de un sansimonismo enteramente material, sin alma, reivindicador básicamente de lo cuantificable, de la economía desprovista de toda preocupación moral y social, del incrementalismo técnico y científico como la causa básica del bienestar y el progreso.
La primera orientación encuentra en Plejanov, Kautsky, Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo, Bujarin y otros ideólogos del marxismo a sus más comprometidos seguidores. La segunda encuentra en Marshall, Taylor y otros a sus más intransigentes representantes. La evolución de la perspectiva marxista de esta ideología dio al mundo el fenómeno de la Unión Soviética y el llamado “campo socialista”, ya desaparecido. La otra perspectiva ha servido de soporte ideológico a todo el asombroso avance científico y tecnológico del mundo occidental hasta el presente siglo.
El ideal de Bacon de la ciencia como medio para aliviar la condición humana encuentra su realización moderna en los argumentos de Marshall sobre las maquinarias como alivio del excesivo esfuerzo muscular. En Marshall, sin embargo, desaparece la preocupación por las repercusiones negativas del desarrollo científico y tecnológico y su entusiasmo por el progreso económico que éste hace posible lo hace relegar a un segundo plano, lo que fue una de las inquietudes primarias de los economistas clásicos, a saber, la condición humana, particularmente la situación de las clases trabajadoras, sobre las que repercutían directamente los avances tecnológicos. En palabras de Marshall, “las más maravillosas proezas del poder de la maquinaria se ven en las grandes fundiciones y, especialmente, en aquellas para fabricar planchas de blindaje, en donde la fuerza desplegada es tan grande que los músculos del hombre no cuentan para nada y donde cada movimiento, sea éste horizontal o vertical, tiene que ser efectuado por fuerza hidráulica o de vapor y el hombre está allí, presto a dirigir la maquinaria y limpiar las cenizas y realizar algunas tareas secundarias”.
Según Marshall, “la raza humana como un todo gana llevando al extremo aquella especialización de funciones que lleva a que el trabajo más difícil sea realizado por pocas personas”.16 El contraste de Marshall con Marx es aquí claro. Allí donde Marx vio autoextrañamiento y deshumanización (la división del trabajo y la suplantación del hombre por la máquina), Marshall vio liberación, ganancias, progreso.
Taylor
La orientación desalmada de la ideología que iguala el desarrollo tecnológico al progreso social encuentra probablemente en Taylor a su defensor más extremista. Sus ideas son el prototipo de lo que, años más tarde, Mumford llamó “la cuantificación de la vida humana”.17 En palabras de Taylor, el trabajador de hoy vive mejor que lo que vivía un rey 300 años atrás. Y este progreso se ha dado gracias al incremento del producto del individuo que el desarrollo de la ciencia y la tecnología han posibilitado a escala mundial.
Así, para Taylor, el progreso social equivale al aumento del producto de los individuos. De este modo, “cualquier invento que redunde en un incremento del producto está llamado a imponerse, lo queramos o no. Este se impone automáticamente”.
En la concepción de Taylor, el desarrollo tecnológico es una fuerza autónoma que se impone por encima de la voluntad y los deseos de la gente: una vez que una determinada tecnología es puesta en marcha ya nada ni nadie la puede detener. El culto exagerado de Taylor al poder y a los resultados de la ciencia y la tecnología alcanza su punto culminante en su nuevo sistema de organización del trabajo, orientado a la máxima explotación del esfuerzo humano por la máquina y el aparato productivo-administrativo.
En 1913, Lenin, desde una perspectiva marxista-sansimonista, denunció el taylorismo como la forma más despiadada de explotación humana, diseñada expresamente con el fin de extraer del obrero la mayor cantidad de trabajo en la misma jornada laboral. En esta ocasión, Lenin calificó al taylorismo como un sistema científico de extracción del sudor.
Por medio del sistema científico diseñado por Taylor, dice Lenin, al obrero se le obliga a producir durante el mismo tiempo una mayor cantidad de trabajo, se le extraen en forma despiadada todas sus fuerzas y se le exprime con rapidez asombrosa cada gota de energía nerviosa y muscular. Como resultado, este trabajador está condenado a una muerte prematura. Según él, “en la sociedad capitalista el progreso de la ciencia y la técnica significa progreso en el arte de exprimir el sudor de los trabajadores”.
Más tarde, en 1914, Lenin vuelve a arremeter contra el taylorismo, definiéndolo como “una forma de esclavización del hombre por la máquina”.Sin embargo, como Marx, entendía que todo avance científico y tecnológico era bueno en sí mismo, que el único problema de la ciencia y la tecnología era su carácter de propiedad privada en manos de los capitalistas. T
ambién en Lenin la utopía del progreso social como promesa del futuro (el comunismo) se realizaría automáticamente a través del desarrollo de la ciencia y la tecnología. Así lo expresaría sin ambages a principios de los años veinte, ya como jefe del Gobierno del naciente Estado soviético, en su famosa frase “el comunismo es la unidad del poder soviético y la electrificación de todo el país”.
Al igual que Marx, Lenin entendía que el principal obstáculo para el avance hacia una sociedad más justa e igualitaria eran las estructuras capitalistas y, muy particularmente, la propiedad privada de los medios de producción y el antagonismo entre trabajo manual e intelectual que ésta sustenta. Siguiendo esta lógica marxista-leninista, la superación de la propiedad privada y la división del trabajo harían posible que la humanidad pudiera moverse sin mayores tropiezos hacia un orden superior, en el que “el trabajo sea no solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital”.
Como se aprecia, las expectativas tanto de Marx como de Lenin eran que el desarrollo de las fuerzas productivas, y particularmente de la ciencia y la tecnología, una vez liberadas del obstáculo capitalista, conducirían automáticamente al progreso social y a la plena realización humana.
Ciencia ciega
La creencia ciega en el desarrollo de la ciencia y la tecnología como los factores fundamentales del progreso social llevó a Lenin a intentar fusionar el sansimonismo desalmado de Taylor con el sansimonismo con alma de Marx. En 1918, al delinear lo que él entendía eran las tareas inmediatas del poder soviético, Lenin vuelve a fustigar el taylorismo por su esencia explotadora y deshumanizante, pero al mismo tiempo lo reivindica definiéndolo esta vez como “la última palabra en materia de organización científica de la producción” y por lo cual debía ser recuperado por el nuevo orden socialista, en donde con la desaparición de la clase capitalista desaparecería también el carácter explotador y alienador del taylorismo y de la tecnología y la ciencia en general. Según Lenin, al igual que todos los progresos del capitalismo, el sistema de Taylor “reúne en sí toda la refinada ferocidad de la explotación burguesa y muchas valiosísimas conquistas científicas concernientes al estudio de los movimientos mecánicos durante el trabajo, la supresión de movimientos superfluos y torpes, la elaboración de los métodos de trabajo más racionales, la implantación de los mejores sistemas de contabilidad y control, etc. […]. La posibilidad de realizar el socialismo quedará precisamente determinada por el grado en que logremos combinar el Poder Soviético y la forma soviética de administración con los últimos progresos del capitalismo”
Con la incorporación por Lenin del taylorismo al ideal comunista, queda evidenciado que el sueño del progreso social basado en el desarrollo de la ciencia y la tecnología como factor determinante es en realidad uno solo, con diferencias únicamente de matices. En el socialismo, el trabajador seguiría siendo explotado por medio del sistema científico de Taylor y por la misma tecnología del capitalismo, pero esta vez, alegadamente, para sí mismo. La única dificultad sería que lo que le tocaría al obrero como resultado de la superexplotación de sus fuerzas físicas y mentales lo habría de decidir un aparato estatal-burocrático colocado, del mismo modo que en el capitalismo, por encima del que produce la riqueza social y de la sociedad civil en general. La esperanza, no obstante, en el progreso que el desarrollo de la ciencia y la tecnología habrían de propiciar con el advenimiento del comunismo justificaba el sacrificio del presente.
Como en la ideología capitalista, en la ideología comunista la miseria y el sufrimiento del presente se justifican en la espera de un futuro temporalmente impreciso, de un paraíso terrenal de abundancia denominado “progreso social” que el avance de la ciencia y la tecnología harían algún día realidad. No existe, pues, ninguna diferencia esencial entre las perspectivas capitalista y comunista en lo referente a la creencia de que el desarrollo científico y tecnológico conducen automáticamente al progreso social. Ambas perspectivas se sustentan sobre la misma valorización del progreso social y las fuerzas que lo posibilitan. Una valorización fundamentalmente antropocentrista, de sojuzgamiento de la naturaleza por el ser humano, positivista y cientificista, que cree en el desarrollo ilimitado gracias al gran poder de la ciencia y la tecnología, sin contar con los límites que la naturaleza y las particularidades que las culturas imponen a las posibilidades de dicho desarrollo. Dentro de esta lógica productivista y el estilo de la civilización fáustica establecido a partir de ella, como sostiene Ander-Egg, “el crecimiento indefinido exponencial nos lleva a un callejón sin salida”
Según Ander-Egg, “la ‘fetichización’ del crecimiento económico como la meta de la sociedad y el ganar dinero como el gran objetivo de la existencia, nos ha llevado a esto. La situación actual no es otra que el fruto de una civilización del despilfarro, de un desarrollo sin finalidad humana y de existencias personales sin sentido de la vida.
Fuerzas autónomas
Para una gran parte de los sustentadores de la ecuación del progreso social igual a desarrollo científico y tecnológico, la ciencia y la tecnología son fuerzas autónomas que se mueven automáticamente, basadas en su propia lógica y que resolverán espontáneamente los problemas del hambre, la pobreza, los crímenes, la falta de educación, la salud, la contaminación ambiental, etcétera, que vive el mundo, únicamente teniendo productos disponibles para todas las personas, lo cual es posible produciendo más y más barato, más grande y mejor, pero sobre todo rompiendo todas las barreras del comercio mundial.
Según muchos de los defensores contemporáneos de la ideología del progreso social basado en el desarrollo tecnológico, la tecnología es un fenómeno neutral y los problemas que pueda causar están motivados por la ignorancia de la gente en torno a cómo usar y manipular sus productos y procesos.
En esa concepción se pasa por alto que, además de los factores materiales que la hacen posible, la tecnología responde siempre a los valores, intereses, aspiraciones, necesidades, contradicciones, intenciones, etcétera, propios de la gente de determinado contexto histórico-social, lo que le imprime un fuerte sello subjetivo que cuestiona esa pretendida neutralidad. No es difícil descubrir, pues, cómo esta ideología del progreso social automático por medio del desarrollo de la ciencia y la tecnología se ha convertido en una suerte de religión moderna, la cual está induciendo a la gente a la misma pasividad, empobrecimiento espiritual y enajenación que introducía la religión católica antes del triunfo de la Revolución Industrial.
Una implicación agravante de la referida ideología es que, hasta el momento, posee un asombroso poder de seducción,31 hecho posible gracias a que la tecnología se mueve en la esfera de lo visible y empírico, unas veces creando maravillas realmente impresionantes que introducen cambios positivos en la sociedad, y otras, sencillamente manipulando el gusto y las necesidades de la gente para crear grandes masas de consumidores enajenados. De esta manera, la tecnología adquiere una imagen omnipotente y mística que la convierte en un nuevo fetiche, en el demiurgo del devenir social. Así, mucha gente cree en la promesa del progreso social que, alegadamente, el desarrollo científico y tecnológico hará posible y espera, con paciencia religiosa, a que un día el crecimiento económico y la abundancia de productos y oportunidades traigan bienestar y felicidad para todos.
La ideología que sustenta la ecuación desarrollo científico y tecnológico igual a progreso social es, en esencia, un nuevo género de determinismo social que, como todo determinismo, consiste en una visión unidimensional y reduccionista de la sociedad y de la complejidad del entramado de la vida en todas sus manifestaciones, en donde la ciencia y la tecnología son dos factores importantes e indispensables, pero de ninguna manera los únicos. Para trascender esta visión reduccionista de la ciencia y la tecnología se requiere una comprensión cabal de la intrincada e indisoluble relación de estos dos fenómenos con el resto del sistema de la cultura. La interpretación integral del conocimiento científico y tecnológico, y de las demás formas del hacer y el pensar humanos, se convierte en una necesidad para poder dar sentido a la fragmentación con que se nos presenta la realidad cuando es estudiada o cuando actuamos sobre ella.
La superación del determinismo social de la ciencia y la tecnología pasa por un cambio hacia una visión de la sociedad y la naturaleza como totalidad, como un intrincado sistema de relaciones e interrelaciones entre todos los factores y actores que las componen. De este modo, el desarrollo, uso y aplicación de la ciencia y la tecnología deben partir de una conciencia clara de la naturaleza como totalidad de la vida, de una visión integral y holística del mundo que permita al individuo entender la vinculación del objeto que transforma a través del conocimiento y los medios tecnológicos con el entorno sociocultural y ambiental. El desarrollo sostenible de la ciencia y la tecnología se enmarca, así, en un contexto económico, ecológico y sociocultural complejo, en donde la investigación científica y tecnológica y la innovación se conciben como partes de un proceso de mejoramiento de la condición humana y de la calidad del entorno socioambiental. El desarrollo sostenible de la ciencia y la tecnología implica, en síntesis, no sólo el crecimiento del conocimiento y el know how técnico, sino a la vez, poner los resultados del quehacer científico y tecnológico al servicio del desarrollo social y cultural del ser humano y de la sociedad en general.
Notas
Taylor, Keith (ed.), Henry Saint-Simon, London, Croom Helm, 1975, p. 16. 2 Gurvitch, G., Los fundadores franceses de sociología contemporánea: Saint-Simon y Proudhon, traducción de Ana Goutman e Hilda Sito. Buenos Aires, Ediciones Galatea-Nueva Visión, 1958, p. 9. 3 Marx, K., The Capital, v.1, capítulo xv. Chicago, William Benton, Publishers, 1952, p. 217. 4 Marx, C., “El Manifiesto del Partido Comunista”. Marx y Engels, Obras Escogidas, tomo 1. Moscú, Editorial Progreso, 1978. 5 Marx, K., The Economic and Philosophic Manuscripts of 1844, p. 143. 6 Marx, C., The Capital, vol. I, p. 217. 7 Marx, C., “Manifiesto del Partido Comunista”, Ibíd., p. 117. 8 Ricardo, D., The Principles of Political Economy and Taxation, 1817. 9Ricardo, D., Ibíd., p. 268. 10Ricardo, D., Ibíd. 11 Marx, K., The Economic and Philosophic Manuscripts of 1844, p. 135. 12 Ver: Axelos, K., Alienation, Praxis, and Techne in the Thought of Karl Marx. Austin & London, University of Texas Press, 1976, p. 84. 13 Ibíd., p. 84. 14 Ver: Gurvitch, Ibíd. 15 Marshall, Alfred, Principles of Economics. London, MacMillan, eighth edition, 1938, p. 217. 16 Marshall, Ibíd., p. 220. 17 Mumford, Lewis., Technics and Civilization. New York, Harcourt and Co., 1934, p. 151. 18 Taylor, F. W., “The Principles of Scientific Management.”, en J. Shafritz and J. Ott, (eds.), Classics of Organization Theory. Chicago, Dorsey Press, 1987, p. 67. 19 Taylor, F. W., Ibíd., p. 72. 20 Lenin, V. I., “Nauchnaia Sistema Vishimania Pota”. Obras Completas (en ruso), Vol. 23, Izdatelsva Politichescoi Literaturi, Moscú, 1972, p. 18. 21 Lenin, Ibíd., p. 19. 22 Lenin, V. I., “Sistema Teilora –Poroboshenie Chelovieka Mashinoi”. Obras Completas (en ruso), Vol. 24, p. 369. 23 Ver: Marx, Karl, Critica del Programa de Gotha. En:. 24 Ver: Winner, Langdon, Tecnología autónoma. Editorial Gustavo Gili, S.A. Barcelona, España, 1979. 25 Lenin, V. I., “Pervonachalni Variant Stati Ocheridnie Zadachi Sovietscoi Vlasti”. Obras Completas (en ruso), Vol. 36, pp. 127-164. 26 Lenin, V. I., “Las tareas inmediatas del poder soviético”. Obras Escogidas, en 3 tomos; vol. 2, p. 695, Editorial Progreso, Moscú. 27 Ver: Sachs, Wolfgang, “The Gospel of Global Efficiency. On WorldWatch and Other Reports on the State of the World”. ifda Dossier 68, noviembre-diciembre de 1988. 28 Ander-Egg, Ezequiel, El desafío ecológico, Editorial uned, San José, Costa Rica, 1990, p. 31. 29 Ander-Egg, Ezequiel, Ibíd., p. 19. 30 Ver: Rosenberg, N., Technology and the American Economic Growth. Armonk, New York: M.E. Sharpe, Inc, 1972). 31 Ver: Ramírez B., Edgar Roy. La responsabilidad ética en ciencia y tecnología, Editorial Tecnológica de Costa Rica, Costa Rica, 1987.
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