Revista GLOBAL

Dominaciones en América: orígenes de la utopía de unión universal

by María Marta Lobo
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Del exterminio de los nativos americanos a la anulación de las diferencias en sociedades de masa hay un solo paso: la conquista del poder político y económico. Aunque distanciados por siglos, los procesos de deculturación en América y aquellos que se iniciaron con la producción mediática a gran escala encuentran idénticos rasgos. Bajo el disfraz de una utopía de sociedad universal se perpetraron estragos. Las guerras de independencia y las corrientes contestatarias del Tercer Mundo abren luces de esperanza para rescatar las sabias diferencias. Hay en América Latina dos grandes exterminios. A cinco siglos de distancia, los dos son intentos por frenar a una sociedad que desde sus inicios hubo de aprender la resistencia.

El primero: el exterminio en masa de los nativos de las primeras horas del Nuevo Continente. El segundo: la anulación de las diferencias en las sociedades de masa que se inicia promediado el siglo XX en todo el mundo y que en América Latina, además, se produce en el contexto de una comunidad retrasada, a destiempo siempre. Aunque a siglos de distancia, los exterminios en la sociedad latinoamericana no son tan diferentes. Puede decirse que forman parte de un mismo proceso, y que están dentro de los procesos de la sociedad toda. En el exterminio de los orígenes americanos está la gestación también de otro aún mayor, el de las diferencias y del pensamiento.

Aquel que con la excusa de la unificación mundial ha intentado a lo largo de la historia cimentar las bases de un único poder económico y político. Aquello que arrancó con los procesos de deculturación en función de la producción económica de los nativos americanos fue el inicio de un proceso en el cual las sociedades fueron sometidas sucesivamente a otras deculturaciones. A fines del siglo XX, la mayor expresión de esas oleadas quizás sea la sociedad de la información. Dos procesos, un mismo objetivo: en la Conquista el individuo fue despojado de todo rasgo cultural diferenciante y engañado en cuanto a que lo único a lo que podía acceder era un trabajo indigno; en la nueva conquista, la masificación también pretende la simplificación de un ser humano al que se intenta convencer de que sólo puede tener información. La historia de esta convicción se ha repetido incansablemente.

Deculturación en América

A la llegada de los conquistadores, se calcula que vivían en el continente americano entre 60 y 100 millones de personas. El impacto de la Conquista fue atroz: 100 años después, el máximo de naturales no superaba los 10 millones. Esto por distintos motivos: el contacto entre las culturas supuso también el contacto entre gérmenes y bacterias para los cuales unos y otros no estaban inmunizados; la Inquisición había determinado que toda conducta que se alejara de los preceptos del catolicismo debía considerarse diabólica, y, por otra parte, los nativos fueron perseguidos hasta la muerte por los conquistadores para que entregaran sus tesoros.

Cualesquiera fueran los motivos de la depredación a la que se sometió a los nativos, lo cierto es que todos ellos iniciaron un proceso de deculturación que les arrebató sus pautas culturales originales y heredadas como, entre otras, las religiosas. Moreno Fraginals entiende por deculturación el proceso consciente mediante el cual, con fines de explotación económica, se procede a desarraigar la cultura de un grupo humano para facilitar la expropiación de las riquezas naturales de un territorio en que está asentado o para utilizarlo como fuerza de trabajo barata. Es inherente, agrega, a toda forma de explotación colonial o neocolonial. En el caso de América, se trató de un proceso muy fuerte con fines de optimización de la explotación económica, pues los grupos deculturados se convirtieron en sujetos más fáciles para su dominación. Aunque las vidas y las culturas de los nativos fueron literalmente arrasadas, no puede hablarse de un proceso de deculturación total. “A los explotadores no les interesa hacer tabla rasa de los valores culturales de la clase explotada, sino sólo de aquellos elementos que obstaculizan el sistema de explotación establecido” (Moreno Fraginals, 1983, pág. 25).

Precisamente es en este punto donde las conquistas sucesivas se encuentran. Mientras la Conquista del Nuevo Mundo implicó este proceso de deculturación parcial y en función de un objetivo económico, las que le sucedieron y que se analizarán más adelante hicieron lo propio: reducir las diferencias de los pueblos nativos. La Conquista los aisló de sus propias comunidades, y la conquista de los medios implica también un aislamiento de las clases para la organización de las sociedades de masas. Ambas conquistas tienen una utopía repetida a lo largo de la historia: la de una sociedad unificada.

El proceso de deculturación fue claro. Y la imposición de las nuevas pautas culturales acabó por convertir a los nativos en un receptáculo prodigioso para la explotación económica. Séjourné describe el resultado de ese proceso: las masas autóctonas fueron convertidas en rebaños famélicos, desposeídos de las tierras y de las casas y privadas del más mínimo cuidado; los sobrevivientes vieron desaparecer hasta la última célula de su estructura social y cultural –incluso la unidad familiar y el sistema terapéutico fueron disueltos–.

La mirada del conquistador sobre esos pueblos se expresa en algunos documentos: Séjourné habla de las cartas a Carlos V aparecidas desde 1522, en las que Cortés desmiente la imagen del paraíso en América y la sustituye por la de un grupo de sujetos pertenecientes a un mundo ya urbano, con costumbres rígidas que contemplaban barbaridades como la del sacrificio humano. Documentos de la misma época muestran también el derecho de los europeos a someter a los pueblos americanos.

El rasgo fundamental de este proceso de deculturación ampliamente justificado, en pos de la unidad de los pueblos, fue el uso que hizo la clase dominante de su hegemonía para la dominación de una clase que sólo pudo conservar su cultura como un recurso de identidad y supervivencia, aunque en secreto. Este proceso genera además una estructura social bipolar. Algunos otros rasgos que cita Moreno Fraginals en el proceso de deculturación, tanto de los nativos como de los esclavos que fueron llevados desde África para la explotación de las tierras americanas, son:

• Los dueños de las plantaciones se aseguraron que no se creara entre los esclavos el sentido gregario de cohesión social que pudiera originar actitudes solidarias entre ellos. “Por eso decimos que la deculturación fue un recurso tecnológico aplicado a la explotación del trabajo esclavo, ya que la cultura común imparte dignidad, cohesión e identidad a un grupo humano” (Moreno Fraginals, 1985, pág. 27).

• Las grandes concentraciones esclavas jamás se integraron con africanos de una misma etnia: es decir, con hombres de origen común tribal o cultural. Se advierte el cuidado con que se constituyeron las dotaciones agregando hombres de diversas regiones de África y, por lo tanto, con distintos idiomas o formas dialectales, creencias religiosas y, a veces, mutuos sentimientos de hostilidad.

• Las plantaciones rompieron la continuidad de las tradiciones africanas, sentándose sobre el desgarramiento de todo nexo común, incluyendo el familiar, lo cual deja como saldo en los individuos una sensación de inestabilidad y discontinuidad, útil para el mantenimiento de la relación esclavista y absolutamente opuesta a lo que se exige del trabajador asalariado industrial.

Conquista e industrias culturales

Siguiendo con la hipótesis de la relación entre las sucesivas conquistas del hombre en virtud de una sociedad unificada, es posible encontrar otros rasgos característicos de la Conquista del Nuevo Mundo similares a los de las conquistas más modernas iniciadas y sostenidas por las sociedades que conceden a los medios las facultades de procesar, y los medios que hacen uso de ese poder. Una conquista sostenida por mediaciones. Moreno Fraginals observa:

• En las plantaciones y minas, la diversidad de etnias produjo un proceso de conflictos y acercamientos interétnicos: es decir, se operó simultáneamente un proceso de transculturación entre hombres de diferentes culturas nativas, y entre estos y el dominador europeo, todo ello bajo la acción del proceso de deculturación impuesto. Siglos después, puede decirse que la resultante de la circulación a gran escala de cultura e información es una cultura de masas que se ha visto impulsada por los objetivos económicos de las industrias culturales.

• No obstante los esfuerzos de las clases dominantes por borrar en gran parte la cultura de las clases trabajadoras dominadas, e introducir una división entre ellos, a la larga se produjo siempre la normal acción solidaria que nace entre seres obligados a convivir y que sentían en común una misma explotación implacable. Brotó entre ellos una comunicación horizontal, subterránea. Lo mismo que luego del afianzamiento de la cultura de masas, han surgido desde fines de la década del cuarenta reacciones a la dominación en los medios. Desde las bases religiosas y de la educación popular fueron gestándose los movimientos de comunicación alternativa que hoy son la mejor expresión de resistencia a la clase hegemónica dominante.

• Determinados valores culturales, específicas formas de organización e institucionalización fueron conservadas dinámicamente como recurso de orientación, identidad, cohesión y dignidad del grupo dominado. El grupo dominante observó cuáles eran los rasgos culturales funcionales a la explotación y quiso aprovecharlos. Lo mismo que los estudios de audiencia en la cultura de masas, que se ocupan de encontrar los gustos y preferencias que pueden ser útiles para el sostenimiento de las industrias culturales.

La cultura universal

Con el descubrimiento del Nuevo Continente tuvo lugar en América el inicio de una nueva empresa: potenciar al máximo los recursos de aquellas nuevas tierras. De un lado, las pretensiones económicas. Del otro, las humanistas que se empeñaron en la transmisión de la cultura europea. De ambos lados, la proclamación de una sociedad que creciera culturalmente en una sola. La Conquista representa una de las mayores ambiciones por alcanzar una cultura universal que elimine toda otra diferencia.

La intención de los conquistadores no fue gestada por única vez en la historia. La idea de una sociedad universal se ha repetido en diferentes 62 momentos. Mattelart rastrea esa vocación de ser universal en algunas otras situaciones.

Una, en el proyecto de sociedad inspirado por la mística del número, al que se propone como una manera de unificar el pensamiento. Esta aventura va tomando forma durante los siglos xvii y xviii, cuando se entroniza a la matemática como modelo de razonamiento y acción útil. Son varios los exponentes de este pensamiento organizado en un lenguaje numérico o automático. Gottfried Wilhelm Leibniz propone que el pensamiento puede manifestarse en el interior de una máquina, para lo que desarrolla una aritmética binaria y una máquina aritmética. La idea de Leibniz era encontrar un punto a partir del cual todo vuelve a ponerse en orden.

Otra de las manifestaciones de esa pretensión de unificación está también en el pensamiento de Francis Bacon, que, en su crítica a los ídolos de la plaza pública, propone la búsqueda de una lengua universal, un “alfabeto del pensamiento humano” que pudiera organizar y abarcar todos los saberes. Lo mismo que Mattelart encuentra en el pensamiento de Descartes. “¿Acaso no proponía Descartes, en 1629, la idea de una nueva lengua concebida por medio de un sistema de numeración decimal?” (Mattelart, 2002, pág. 20).

Una más de estas ideas de unificación se expresa en el pensamiento de John Wilkins, que construye una lengua analítica. Proyecto que retoma Borges en su persecución de las “imaginaciones arbitrarias” que han intentado resolver el caos de los saberes clasificando el universo. Este análisis de Borges es tomado, a su vez, por Foucault en Las palabras y las cosas. “[…] entre finales del siglo xviii y principios del xix, a través de la ruptura entre palabras y cosas, se reorganiza la episteme. […] El pensamiento en cuadro permite efectuar entre los seres una puesta en orden y una repartición de las clases. La taxonomía que propone conduce a palabras y categorías sin hogar ni lugar” (Mattelart, 2002, pág. 21).

La aparición de los primeros medios de comunicación a distancia va a reivindicar la necesidad y el valor de la unión universal. A fines del siglo xviii el telégrafo hace pensar, en Francia, que no hay posibilidad de incomunicación ya entre los ciudadanos: pueden comunicar de forma casi instantánea sus informaciones y voluntades. Esto es posible aun cuando los códigos del telégrafo no fueran manejados más que por unos pocos. De todos modos, el nuevo medio de transmisión de información aventura una vez más la utopía de una sociedad comunicada y unificada. Cada uno de los medios que le fueron superando alimentará esa esperanza de la unión universal. “Con cada generación técnica se reavivará el discurso salvífico sobre la promesa de concordia universal, democracia centralizada, justicia social y prosperidad general. Cada vez se comprobará, también, la amnesia respecto de la tecnología anterior. […] todos estos medios, destinados a trascender la tra ma espacio-temporal del tejido social, reconducirán el mito del reencuentro con el ágora de las ciudades del Ática.” (Mattelart, 2002, pág. 33).

Cinco siglos de teorías

Sucederán nuevas tecnologías superadoras. Cada una marcará su propia impronta y dejará huellas en las sociedades. Tal como en la Conquista de América, las nuevas tecnologías se lanzan a sus propias conquistas.

La aparición de los primeros periódicos de gran difusión durante la segunda mitad del siglo XIX parece sentar las bases de las sociedades de masas. Con la evolución de esas tribunas partidarias difusoras de ideas políticas, otras costumbres sociales van a propagarse también mediante el vehículo del papel. En 1830, el nuevo contexto social preparaba la masificación de la prensa. A partir de 1840, con el creciente perfeccionamiento del telégrafo para la transmisión de noticias y el barco a vapor, la difusión del periódico se hizo masiva.

Al paso de estos cambios, la investigación de la comunicación de masas esboza sus primeras explicaciones. La teoría hipodérmica es la primera en aventurar lo que está pasando con los medios masivos, con una hipótesis terrible: la sociedad no puede hacer nada frente a la influencia poderosa de los medios, que se comportan como una aguja que inyecta irreversiblemente sus contenidos.

Apoya a esta teoría el concepto de la sociedad de masas, que aparece como una propuesta de una nueva organización social. En 1930, Ortega y Gasset visualiza en el hombre-masa la antítesis del humanista culto: se trata de un individuo que se siente “como todo el mundo” y, sin embargo, no se angustia; más aún, se siente realizado sólo en la medida en que se identifica con los demás. Así, las masas son una generación de individuos que son sustancialmente iguales, aunque procedan de ambientes distintos. Dos fenómenos retroalimentables: los medios masivos y las sociedades de masas. Conceptos extremos hoy obsoletos, pero que explican algunos rasgos del comportamiento de los individuos ante la influencia de los medios de comunicación. Algo similar a lo que sucedió con las comunidades esclavas de la Conquista. Un proceso de deculturación, a cinco siglos de distancia. Pero con un mismo objetivo: orientar a los sujetos hacia una misma meta, la producción económica. En la Conquista, el resultado es la obtención de las riquezas de las nuevas tierras; en las sociedades de los medios masivos, la riqueza que se obtiene es la del producto de las industrias culturales con las cuales los sujetos van a identificarse plenamente.

Internet y la apropiación de la utopía

Uno de los mayores problemas de las contracorrientes comunicacionales está en desmentir un imaginario poderoso: el de la sociedad de la información. Así como en la Conquista al individuo se le preparaba para asimilar aquel imaginario de que el único capital que podía tener para sí era el 64 trabajo sin una retribución digna y sin libertades, en las sociedades actuales la idea de un mundo sin información parece imposible. El único capital del sujeto parece ser la información que posee.

En aquella evolución de los medios masivos descrita antes hay un momento casi clave: el de la aparición de la Red. En 1958, el Pentágono norteamericano crea un nuevo organismo de coordinación de los contratos federales de investigación (darpa), como una herramienta de defensa ante la amenaza soviética y el satélite Sputnik. Diez años después, esta agencia inaugura la red Arpanet, con el fin de facilitar los intercambios entre los distintos equipos contratantes del organismo.

El sistema Arpanet es el antecedente más inmediato de Internet. La red conectaba cuatro ordenadores situados en cuatro universidades diferentes de Estados Unidos que permitían a los usuarios compartir información. En 1973, Arpanet se expandió más allá de las fronteras de Estados Unidos, realizando la primera conexión internacional con Inglaterra y Noruega. Hacia 1989, cerca de 10,000 computadoras ya estaban conectadas a esa red. La tecnología evoluciona aceleradamente de modo que los hipertextos de la red y los enlaces se perfeccionan, modificando radicalmente la forma en que la información puede ser organizada, presentada y localizada a través de Internet. Tal como lo hacemos hoy.

Cuestiones tecnológicas aparte, lo que hace Internet es difundir la idea de que la información ahora está por todas partes.4 El resultado más visible es quizás el de la unión de los rincones a través de esa información que se almacena en el ciberespacio y a la que todos tienen fácil acceso. De la idea de compartir información a la de sociabilidad hay un solo paso. Es el paso que Mattelart describe como fundamental para la instauración del imaginario de la sociedad de la información: todos tenemos información, todos somos iguales. Se trata de un nuevo modelo de sociabilidad.

Así como en la Conquista la difusión del trabajo digno y la única religión funcionaron como valores para la unificación de las culturas y las sociedades, en la sociedad de la tecnología el valor fundamental para la unión planetaria parece ser la información. Sin cantidad de información no hay unidad posible. Dice Mattelart que el orden hegemónico lo sabe, y que por eso existe una profunda preocupación por manejar y dominar la mayor cantidad de información. “Las desigualdades en la velocidad de las comunicaciones llevan a la constitución de ‘monopolios de información’ que son, a la vez, instrumento y resultado de dominio político. Así, según Innis, el verdadero objetivo de la Primera Enmienda de la Constitución norteamericana ha sido el de garantizar la protección del ‘monopolio del conocimiento’ ejercido por la prensa. Al consagrar la libertad de prensa, la Constitución ha sacrificado el derecho del pueblo a hablar entre sí y a informarse mutuamente. Lo ha sustituido por el derecho de ser informado por los otros, en concreto, por los profesionales.” (Mattelart, 2002, pág. 73).

Un nuevo universalismo

Pero lo mismo que en la Conquista el éxito no fue absoluto y los pueblos fueron independizándose, en la sociedad tecnologizada las cosas tampoco parecen tan fáciles. Las corrientes alternativas de comunicación reivindican los derechos a la información individual y a la libertad de información del individuo, no de la empresa.

El Tercer Mundo protagoniza la acción de hacer fracasar los imaginarios de la sociedad de la información y de su monopolio. McLuhan fue el primero en promover las ventajas que el Tercer Mundo puede y debe sacar de esta sociedad tecnologizada. El autor sostiene que la tecnología, aunque aparente unificar el poder para quien tenga su monopolio, en realidad divide. “La electricidad no centraliza, descentraliza […]. Veamos la diferencia entre una red ferroviaria y una red de distribución eléctrica. La primera requiere grandes aglomeraciones urbanas y cabeceras de línea. La energía eléctrica, disponible tanto en la granja como en el despacho del jefe de la empresa, no necesita aglomeraciones importantes y permite que cualquier lugar se convierta en centro” (Mc Luhan, 1964, pág. 78).

El conflicto de Vietnam, dice, es la prueba acabada de ello: primer conflicto transmitido en 65 directo, esta guerra demuestra el poder de la imagen electrónica para hacer la historia, para hacer la paz. Se estaría instaurando, dijo en aquel momento, un “comunismo planetario” mucho más real que el que anunciaba el aparato de propaganda del comunismo mundial.

Precisamente, de eso se trata. Salir de la Conquista fue posible gracias a las guerras de independencia. Salir de esta nueva conquista, la de la sociedad tecnologizada y de la información, está siendo posible gracias a la resistencia al orden hegemónico que impone principalmente ese imaginario. Se trata de ir abriendo caminos en la sociedad de la información que hace suponer, dice Mattelart, la existencia de un nuevo universalismo.

La unificación de los pueblos en la sociedad de la información, así, sigue siendo una utopía. No hay tal integración universal: la humanidad se plantea problemas de resistencia y eso es moneda cada vez más corriente en las sociedades latinoamericanas con sus propuestas alternativas al orden social hegemónico dominante. Quizás no sea lo central encontrar el punto de unificación, idea que se ha planteado a lo largo de la historia desde distintas perspectivas. Lo central tal vez pase por la resistencia. La resistencia que llevó a los pueblos americanos a independizarse puede ser la misma que finalmente independice al ser humano de los monopolios de poder económico y político, hoy disfrazados de sociedad de la información.

Notas

Datos que varían en distintos estudios. Aquí se toman las estimaciones de Borah. Borah, Woodrow (1985): El juzgado general de los indios en la Nueva España, Fondo de Cultura Económica, México. 2 El cortesano italiano instalado cerca de los Reyes de España, Pedro Mártir de Anglería, fue un informante sobre el panorama de América. Sus notas, aunque incluían bastante fantasía, se tomaron como referente de las tierras lejanas. Fue uno de los defensores, además, como parte del Consejo de Indias, del derecho de los conquistadores al sometimiento de los pueblos inferiores. Séjourné, Laurette (1980-85): “La América de los descubridores” en: Historia universal, Siglo XXI, Madrid. 3 Mattelart dice que el proyecto de automatización del razonamiento formulado por Leibniz se beneficia de la búsqueda de un lenguaje ecuménico, idea que está en línea con su planteamiento filosófico, que lleva la impronta del humanismo cosmopolita, inscrito en un pensamiento religioso. Mattelart, Armand (2002): Historia de la sociedad de la información, Paidós, Buenos Aires. 4 Luhmann le atribuye a la comunicación el rango de esfera social, y además muy importante: su función es la de procesar lo que le viene del resto de las esferas, y esto, con una fuerte dotación de sentido. Luhmann, Niklas (2000), La realidad de los medios de masas, Anthropos y U. Iberoamericana, Barcelona.

Bibliografía De Fleur, M.L y S.J. Ball-Rokeach, 1989. Teorías de la comunicación de masas. Buenos Aires: Paidós Comunicación, Paidós Ibérica. Luhmann, Niklas. 2000. La realidad de los medios de masas. Barcelona: Anthropos y U. Iberoamericana. Martín-Barbero, Jesús. 1987. De los medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y hegemonía. México: Ediciones Gili. Mattelart, Armand. 2002. Historia de la sociedad de la información. Buenos Aires: Paidós Ibérica. Moreno Fraginals, Manuel. 1983. “Aportes culturales y deculturación”, en: La historia como arma y otros estudios sobre esclavos, ingenios y plantaciones, Barcelona: Crítica. Moreno Muñoz, Antonio. 2000. Diseño ergonómico de aplicaciones hipermedia. Buenos Aires: Paidós Ibérica. Séjourné, Laurette. 1980-85. “La América de los descubridores” en: Historia Universal. Madrid: Siglo XXI. Wolf, Mauro.

1987. La investigación de la comunicación de masas. Crítica y perspectivas. Buenos Aires: Paidós Ibérica.


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