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Dylan y Caitlin: Crónica De Una Historia De Amor

por Frank Baéz
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Dylan dijo que me amaba la primera vez que nos conocimos, y aunque yo había hecho el amor anteriormente, eso era algo que ningún hombre me había dicho”.1 Con esta frase empieza el formidable libro Caitlin: Life with Dylan Thomas, editado por George Tremlet a partir de unas grabaciones hechas a Caitlin Thomas en los años ochenta. A través de una serie de monólogos, Caitlin narra las virtudes y defectos de uno de los romances más tórridos y comentados de la primera mitad del siglo pasado. No hay tapujos, todo lo contrario. Caitlin cuenta todo y está dispuesta a contar más cada vez que George Tremlet se lo pide. Y la verdad es que George Tremlet es un excelente entrevistador y editor.

A poco de empezar las grabaciones, Caitlin confiesa con total franqueza que nunca tuvo un orgasmo con Dylan. Sosteniendo una taza de té, rememora una y otra vez los momentos más dulces y los más tormentosos con su pareja, sin dejar en ningún momento de ironizar. La relación entre Dylan Thomas –considerado por algunos el poeta lírico más grande del siglo XX en lengua inglesa– y Caitlin Macnamara se circunscribe a la tradición de las grandes relaciones amorosas de todos los tiempos, y se pudiera decir que son deudores sentimentales de Elizabeth Barret Browing y Robert Browning. O más bien, de la idea romántica de intensidad absoluta. 

Amor eterno 

Se conocen en 1936 en un bar donde se juran amor eterno. Dylan tiene apoyada la cabeza en las piernas de Caitlin y la mira a los ojos. Dylan Marlais Thomas apenas ha publicado un libro de poemas titulado 18 Poems y Caitlin es bailarina y amante de un sujeto llamado August John. Dylan pelea en diversas ocasiones con John hasta que Caitlin lo abandona y se muda con Dylan. Se casan el 11 de julio de 1937. Dylan no ha cumplido los 23 años todavía. Caitlin es un año mayor. También es del mismo tamaño, aunque Dylan, acomplejado con su estatura, siempre repetiría que era dos pulgadas mayor que ella. En 1939 nace su primer hijo, Llewelyn Edouard Thomas. Caitlin tiene un parto que dura unos dos días. Dylan no asiste. Lo más seguro estaba en un bar borracho. Caitlin asegura que se halla con una muchacha llamada Joey La ardiente. Las infidelidades se repiten continuamente. Las deudas crecen. Caitlin se quiere comprar un vestido azul, pero no hay dinero. Dylan se emborracha en las noches y escribe en las mañanas con resaca. Se murmura, entre amigos de la pareja, que Caitlin lo encierra en un cobertizo para que escriba y no salga a los bares a emborracharse. Ella lo desmiente. Se publican sus libros en Londres y en Estados Unidos. El mapa del amor, El mundo que respiro, Retrato del artista cachorro. Viajan a Gales. Retornan a Londres. Nace Aeronwy Bryn Thomas mientras Londres es bombardeada por los nazis. Caitlin se deleita con su hija. Dylan no asiste a la boda de su mejor amigo, Vernon Watkins. Es el padrino.

Italia y el tercer hijo 

Se publica Muerte y entradas que, según Caitlin, es lo mejor de Dylan. El escritor recibe una beca para Italia y se quedan un tiempo en Rapallo, Florencia y Elba. Caitlin tiene un amante en Elba. Dylan se aburre porque no entiende nada de italiano. Nace el tercer hijo, Colm Caran Hart Thomas. Dylan tampoco asiste a este parto. Colm tiene los mismos rizos que tenía Dylan cuando niño. Dylan es invitado a los Estados Unidos a recitar su poesía. Caitlin tiene dos abortos. Del segundo dice: “Fui a una dirección en Londres donde había dos doctores y una enfermera que estaban a cargo de una clínica privada. Hice todos los arreglos yo misma y llevé el dinero. (No era tan complicado preparar un aborto en esos días, suponiendo que fueras discreta y pudieras pagarlo). Naturalmente, Dylan evitó todas esas dificultades. Él había viajado conmigo desde Gales y me acompañó hasta la clínica, pero no se atrevió a entrar; se fue al bar en el lado opuesto de la avenida y no sé qué pasó con él después de eso”.2 Desde Estados Unidos, Dylan escribe a Caitlin las cartas más apasionadas y amorosas que se hayan escrito jamás. Caitlin no cree en esas cartas. Las deudas crecen. Dylan gasta todo el dinero bebiendo e invitando a beber a los amigos. Caitlin le es infiel a Dylan. Dylan le es infiel a Caitlin. Caitlin golpea la cabeza de Dylan contra el piso. Viajan juntos a Estados Unidos.

El padre de Dylan muere. La hermana de Dylan muere en Bombay. Dylan viaja por tercera vez a Estados Unidos.Dylan tiene una amante llamada Lizz Reitell. Caitlin se enfurece. Dylan vuelve a Londres, donde aparece por primera y única vez en la televisión leyendo uno de sus cuentos. Hace su último viaje a Estados Unidos. 

White Horse Tavern 

Acabé de leer el libro de Caitlin sentado en el White Horse Tavern. Era la segunda vez que estaba en el bar. El White Horse Tavern es el bar que Dylan frecuentaba cuando estaba en Nueva York y se encuentra ubicado en el 567 de la Hudson Avenue en dirección este al Greenwich Village. Caitlin decía que su esposo lo frecuentaba porque era el bar que más se asemejaba a un pub de Londres. El White Horse Tavern tiene un salón dedicado al poeta con las paredes repletas de afiches, fotos, placas e imágenes de una señora con el pelo encanecido y los ojos azules que ni las camareras ni yo tenemos idea de quién se trata. La camarera que me atendió, al observarme fotografiando las paredes, se acercó y sonriendo me aseguró que a ella también le encantaba Dylan. Habló de La Habana, donde había nacido. Habló de los turistas de todas partes del mundo que visitan el bar y que brindan con cerveza para recordar al poeta. Habló de una obra de teatro en que participó, basada en la vida del poeta galés, que le impresionó tanto que a las pocas semanas se dirigió al White Horse Tavern en busca de empleo.

A la semana estaba contratada. La obra se llama Dylan y trata de los días previos a su muerte y de su relación en esos días con Caitlin y con su amante norteamericana, Lizz Reitel. ¿Cómo fueron esos días previos? Dylan se encontraba en su cuarta gira por Estados Unidos. Sus tres primeros viajes lo habían hecho famoso en las universidades y en los ambientes literarios de ese país, ya que dondequiera que se presentara a recitar, centenares de personas abarrotaban el lugar y quedaban hipnotizadas escuchando la potente voz del poeta. En el anterior viaje había empezado un romance con Lizz Reitel, la asistente de John Brinnin, el catedrático universitario que invitó al poeta a Estados Unidos y quien posteriormente escribiría el libro Dylan Thomas in America: An Intimate Journal. Lizz Reitell era la encargada de supervisar la puesta en escena de la obra Bajo el bosque de leche, que Dylan escribía y reescribía desde mediados de 1952. No obstante, Dylan seguía jurándole amor incondicional a Caitlin a través de apasionadas cartas que ella leía con incredulidad. En el pasaje de una carta enviada a Caitlin durante su primer viaje, Dylan escribe: “Caitlin. Sólo escribir tu nombre así. No tengo que decir Mi querida, Mi amor, Mi dulce, aunque sí murmuro esas palabras todo el día y la noche. Caitlin. Y todas las palabras están en esa única palabra.

Caitlin, Caitlin, y puedo ver tus ojos azules y tu pelo dorado y tu sonrisa lenta y tu voz lejana. Tu voz lejana que ahora dice en mi oído las palabras de tu última carta, y gracias, querida, por el amor que me enviaste. Te amo. Nunca lo olvides, ni por un solo momento del largo, lento, triste día de Laugharne, nunca lo olvides en tus entrañas, en tu matriz, en tus huesos, en nuestra cama de noche. Te amo. Sobre este continente llevo tu amor dentro de mí, tu amor va conmigo en el avión, dentro de las habitaciones de los hoteles donde momentáneamente abro mis maletas –medio llenas, como siempre, de camisas sucias– y recuesto mi cabeza y no duermo hasta el amanecer porque puedo oír tu corazón latiendo junto a mí, tu voz diciendo mi nombre y nuestro amor sobre el sonido del tráfico nocturno, sobre el neón brillando, profundo en mi soledad, mi amor”.3 Dylan se pasaba los días en Nueva York bebiendo, asistiendo a fiestas y musicales y pensando en la muerte. Iba al White Horse Tavern en la tarde y salía casi de madrugada acompañado cada vez por una mujer distinta. En esos días estaba viviendo en el Hotel Chelsea, que se encuentra a varias cuadras del bar. El recorrido bien lo podía hacer tomando la Séptima Avenida hasta la calle 11 en que descendía unas cuadras para encontrarse de frente con el pub. Dylan estaba desgastado física y mentalmente, y sus amigos de juerga le recomendaban que fuera a ver un psicoanalista. Lizz Reitel no soportaba más sus excentricidades, que iban desde beber irresponsablemente hasta fingir que él era un doble de Dylan Thomas cuando la gente lo reconocía en las calles o en las fiestas.

Quería romper la relación. Lo mismo pensaba Caitlin, en Laugharne, durante caminatas en las que reflexionaba sobre su futuro y el de sus hijos sin Dylan. El 3 de noviembre de 1953 estos panoramas empezarían a afianzarse. Dylan comenzó el día firmando un contrato que le ofrecía mil dólares semanales por continuar con su gira de recitales. Aunque se trataba de una excelente noticia y sería el final de sus penurias económicas, Dylan estaba depresivo. Esa tarde, Lizz Reitel se sentó con el poeta, quien lloraba –mencionando entre sollozos a su esposa– la miserable existencia que llevaba y el intenso deseo que tenía de morir. En la habitación del hotel balbuceaba: “Yo quiero ir al jardín del Edén a morir… para estar por siempre inconsciente. Tú sabes que yo adoro a mi hijito… yo no puedo soportar el pensamiento de que no lo voy a ver nuevamente. Pobrecito mocoso, él no se lo merece. Él no se merece mi búsqueda de la muerte. Realmente quiero morir”.4

Refiriéndose a Caitlin, dijo: “No tienes idea de cuán hermosa es. Hay una iluminación en ella… que brilla”.5 Después, Dylan durmió hasta las dos de la mañana, se levantó y le dijo a Lizz Reitel que iba a salir a tomar un trago. Dos horas y medias más tarde Dylan retorna. Camina hasta el centro del cuarto y dice: “Me bebí 18 whiskies seguidos. Creo que es el record”.6 Ambos se levantan al mediodía y se dirigen al White Horse Tavern donde un Dylan pálido se toma sólo dos cervezas, dado que le es inútil beber por el fuerte malestar que siente; Lizz Reitel decide retornar al hotel Chelsea, desde donde llama al doctor Feltenstein. Éste le inyecta ACTH y lo medica. Después, Dylan empieza a sufrir delirium tremens. Tiene alucinaciones. Ve abstracciones, rectángulos, cuadrados y círculos. Empieza a gritar. Lizz Reitel, después de observar cómo el rostro de Dylan se pone azul, llama una ambulancia que lo lleva al St. Vincent Hospital. 

Una reliquia 

Si uno camina por la calle 11 desde el White Horse Tavern se ha de encontrar con dicho hospital. Es un hospital antiguo que ha sido remodelado en más de una ocasión y que yace como una reliquia, entre dos avenidas bien transitadas y repletas de tiendas y cafés. Caminé y rodeé el hospital con la esperanza de encontrar una placa que dijera que Dylan estuvo interno ahí, pero por más que busqué no encontré nada y me alejé y permanecí observando el hospital largos minutos desde el otro lado de la calle.

Dylan Thomas duró cuatro días en estado de coma allí dentro. El 5 de noviembre Caitlin arribó a Nueva York, después de haber recibido un telegrama de John Malcom Brinnin en que se le anunciaba que su esposo se encontraba terriblemente enfermo. “Brininn me encontró en el hospital St. Vincent; desde entonces he leído su reclamo de que yo lo saludé diciéndole, ‘¿está el jodido hombre vivo o muerto?’, aunque yo no recuerdo haberle dicho eso. Cuando llegué al hospital, recuerdo encontrarme a mi misma rodeada de un montón de personas. Luego alguien me empujó hacia delante, diciendo, ‘Señora Dylan Thomas… por aquí, por favor’. De repente, todo parecía más urgente; estaba siendo empujada frente a todo el mundo, sin sentir emociones conscientes, solamente intentando hacer lo que yo sentía que tenía que hacer. Estaba todavía un poquito mareada, o medio borracha, probablemente. El hospital estaba completamente lleno y podía escuchar mis propios pasos mientras era conducida por las escaleras al piso donde estaba Dylan. Llegué a un corredor, repleto de gente –20 o 30 personas–. No sabía quiénes eran o de dónde habían venido, pero me di cuenta que todos estaban mirando a través de un cristal al final del corredor de la habitación donde Dylan yacía; se había convertido en una especie de espectáculo. Allí estaban todos, asomándose al cristal, sin decir una palabra. Estas personas habían estado ahí varios días y noches, jurando que eran sus amigos, aunque yo difícilmente llegaba a reconocerlos. Nadie me había preparado para esto; hasta ese momento no tenía idea de cuán enfermo estaba. A Rose Slivka le dije que no podía ir conmigo mientras una enfermera me llevaba al interior de la habitación donde yacía Dylan, y entonces lo vi sujeto bajo las sábanas con lo que parecía una tienda de oxígeno a un lado.

Estaba respirando, pero yo no podía ver la manera en que lo hacía. De hecho, todo lo que yo podía ver eran sus manos, descansando a ambos lados. Todo parecía el triste final. El se veía en paz, pero bien alejado. No había un sentimiento personal entre nosotros porque él estaba bien muerto, y esa era la primera vez que me daba cuenta. Esa era la parte terrible, darme cuenta de inmediato. No sabía qué hacer. Hablé con él, pero no respondía, y me sentí tan avergonzada con todas esas personas observándome a través del cristal; me sentí como si yo estuviera sobre un escenario. Ellos seguramente se estaban preguntando qué demonios iba a hacer. Me senté en la cama y empecé a enrollar un cigarrillo, pero mis manos temblaban, y no pude: el tabaco se desparramaba en el piso, y pensé, ‘Dios mío, esto no es lo que debiera hacer’. Pensé que tenía que hacer algunos gestos de afecto a Dylan porque allí estaban todos ellos, mirando hacia a mí a través del cristal.

Empecé a tratar de acercármele; quería darle un abrazo, por lo que rodé hacia él. La enfermera se acercó estrepitosamente y me haló. ‘Lo vas a ahogar’, dijo, y luego yo vi sus pequeñas manos nuevamente. Tomé una. No era una escena dramática en ningún sentido porque yo no sabía cómo actuar, y yo estaba bastante preocupada por cómo mi comportamiento debía ser y no ser. No sabía si ellos podrían ver cuán borracha estaba (probablemente sí podían). Me puse arriba de él porque quería que sintiera mi cuerpo y calentarlo un poquito, pero obviamente era la peor cosa que podía hacer. Al rato dejé el cuarto. Afuera en el corredor vi nuevamente a esas personas, y fue ahí donde de repente me golpeó. Empecé a chocar mi cabeza contra el cristal, tan fuerte como podía, y entonces ellos me arrastraron, creo. Después de eso yo tenía la extraña impresión de que estaba dentro de uno de esos corredores donde había un montón de barras de hierro suspendidas del techo rodeando las camas, y empecé a colgar de ellas, saltando de una a otra, viajando alrededor de la habitación.

Cuando iba bajando las escaleras vi una figura de Cristo, enorme y de madera, de aproximadamente cuatro pies de alto, pegada en la pared, y la arranqué de dónde estaba colgada, la arrojé al suelo e intenté destruirla, pensando ‘Dios mío. Lo he amado tanto (quería decir Cristo, no Dylan) , y esto es lo que Él me ha hecho a mí’. Por supuesto, después de un rato de eso, el hombrecito con el traje blanco se acercó, y me pusieron una camisa de fuerza, terriblemente apretada, de una manera tan cruel que apenas podía respirar. Luego me llevaron al manicomio de Belleveu, donde fui dejada toda la noche, con la camisa de fuerza apretada y recostada en una cama. Me estaba muriendo de sed y pedía agua, sólo agua, algún líquido frío después de todos esos tragos que había tomado. Ellos no se percataban. Pensaba que estaba siendo castigada porque me había portado tan mal con el crucifijo. Finalmente me quitaron la camisa de fuerza y Rose vino con su esposo y pidieron que se me permitiera dejar el manicomio, pero no me dejaron ir inmediatamente: me dijeron que tenía que permanecer ahí unos cuantos días. Al día siguiente yo estaba sentada en el dormitorio de mi pequeño manicomio blanco de turno cuando un hombre apareció a la puerta y dijo que me quería ver. Dijo: ‘Dylan ha muerto’. Al principio, yo no dije una palabra porque sabía que Dylan había estado bien muerto cuando lo vi, y me di cuenta entonces, sin que nadie me dijera, que no había esperanzas. Y ahora, aquí estaba este horrendo hombrecito, obviamente aguardando que empezara a volverme histérica: no quería darle la satisfacción. Así que se marchó, y yo volví a golpear mi cabeza en la blancas y limpias paredes del manicomio”.7

Fotografía 

En la portada del libro Caitlin: Life With Dylan Thomas hay una fotografía de Dylan y Caitlin sentados en el bar del hotel Brown en Laugharne. Dylan mira hacia la cámara mientras Caitlin está observando hacia un punto indiscernible para nosotros. En esa foto la pareja es joven y están recién casados, y de alguna manera se ven relucientes. A mí me parece que es la foto más representativa de su matrimonio. En el libro hay una imagen de 1957 en la que aparece Caitlin enfrente de la anterior, que está enmarcada en la pared del bar del hotel Brown. Caitlin ha envejecido, está vestida de negro, mirando hacia otro punto que es imposible discernir, pero al contrario que en la otra foto, su mirada transluce tristeza y dolor. Caitlin acaba de publicar su libro Leftover Life to Kill sobre el vacío que dejó en ella la muerte de Dylan. Durante esos días ha sobrevivido a varios intentos de suicidio y se ha transformado en una alcohólica empedernida. Con los años, pasará de un centro de alcohólicos anónimos a otro. A finales de los setenta, se recupera y se instala en Sicilia con un nuevo esposo y con un hijo que tuvo a los 49 años de edad. 

Muere en 1994 a la edad de 83 años. Caitlin nunca olvidaría a Dylan. Al final de Caitlin: Life With Dylan Thomas dice: “Yo estoy pendiente de Dylan constantemente. Pienso en su cabeza y en sus manos; esa es la imagen que tengo día tras día. Cada vez que me siento deprimida la tengo más viva. Sus pequeñas y estrechas manos eran blancas y con dedos largos, como las manos de los artistas deben ser, mientras las mías, en contraste, son cuadradas, rojas y toscas, heredadas de mi padre. Las suyas eran blancas, cosas inútiles que nunca hicieron un trabajo que no fuera sostener un lápiz. Eso fue lo que más me golpeó cuando murió. Cuando lo vi en el hospital en Nueva York, esos dos pequeños peces se salieron de las sábanas de su cama. Su cara estaba cubierta con los tubos de la máquina de oxígeno, y todo lo que podía ver eran esas dos pequeñas manos. Cuando lo traje de vuelta a Laugharne y lo vi por última vez en su ataúd en el Pelican, allí estaban ellas nuevamente. Esas dos manitas. Eso es lo que más siento dentro de mi piel. Ellas parecen completamente inútiles, y aún así ellas dicen tanto.”


3 comentarios

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