Revista GLOBAL

El dembow, entre el milagro y el repudio

by Marivell Contreras
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Esta manifestación cultural es un tema de actualidad en la República Dominicana. No se acepta como ritmo ni como género musical o artístico y su presencia atrae seguidores y voces autorizadas que desaprueban su existencia, su impacto y arraigo entre la juventud. De hecho, muchos de los problemas actuales relacionados con la violencia social y la violencia contra la mujer le son adjudicados. El impacto que ha tenido en el país la música urbana y sus sustentadores –en la mayoría de los casos, jóvenes de barrio que por lo general han recibido muy poca educación formal, de bajo poder adquisitivo e incluso algunos vinculados a grupos delictivos– merece una mirada más profunda que la que solo repara en el contenido de sus canciones o en el aspecto físico y la imagen que proyectan.

Más allá de los intérpretes y compositores –que son menos que el universo que los sigue, consume sus interpretaciones y aplaude–, hay que detener la mirada en la sociedad que los genera. Pero preferimos decir que usan palabras obscenas, que incitan a la violencia, al presentar la violencia que es su pan de cada día, o que pueden dañar las mentes de nuestros hijos –los otros, los nuestros, los que nunca serían capaces de protagonizar ese tipo de historias–. 

Al parecer, al echar una mirada crítica sobre los procesos sociales y culturales que vive la República Dominicana, lo hacemos como si no formáramos parte de la cadena que los produce, sustenta, avala. Miramos a la juventud como si fuera un bicho raro al que observáramos –como si pudiéramos hacerlo– con un telescopio desde la luna.

Entonces, desde allá rendimos informes concluyentes que dan cuenta de que la juventud no sirve y que llevará a la debacle al mundo. Nos basamos en el pasado, tiempo que para muchos será siempre mejor, sobre todo si lo pasamos por la memoria con una nostalgia selectiva; quizás tuviéramos la razón, pero lamentablemente, para los que no se han dado cuenta, esto ya no puede ser. Porque en el mundo en que vivimos estamos prestados. Le pertenece a la juventud, que no necesita de nuestra aprobación para hacer sus pequeñas o grandes revoluciones personales.

Sin deseo de ser absolutista, se me antoja dividir a los seres humanos en tres categorías. Primera: los que critican todo lo que pasa en el mundo. Segunda: los que hacen todo lo que los primeros critican. Y tercera: los que observan y reflexionan sobre lo que los dos primeros hacen. En esta oportunidad, me quiero incluir en la tercera categoría. Para ello hago una parada en  la primera categoría. Quisiera no ser severa, porque merecen respeto. Son personas que se han destacado por su formación intelectual, su progreso económico y su ascenso social. Tres condiciones que conforman el anhelo de cada familia respecto a sus descendientes. Y que, aparentemente, los segundos quieren boicotear.

Segunda parada. Estación dos. Estos dependen de su procedencia. Si son descendientes de familias que han alcanzado el ideal de la primera categoría, entonces se convierten en jóvenes emprendedores, empresarios y destacados profesionales del sistema que da estabilidad al país. Educados como sus predecesores y tan respetados como ellos. Si, en cambio, vienen del barrio o del campo, conviven con el riesgo de la exclusión económica y social, parcial o completa, dependiendo de su entorno familiar y de su preparación profesional. A estos hay que protegerlos, pues son los agentes del cambio. El material del presente con el que se construye el futuro. Vengan de arriba o vengan de abajo.

Estamos de acuerdo con la tesis del nobel Mario Vargas Llosa, quien en su libro La civilización del espectáculo (pág. 15), sostiene: «Cada clase tiene la cultura que produce y le conviene, y aunque, naturalmente, hay coexistencia entre ellas, también hay marcadas diferencias que tienen que ver con la condición económica de cada cual. No se puede concebir una cultura idéntica de la aristocracia y el campesinado, por ejemplo, aunque ambas clases comparten muchas cosas, como la religión y la lengua».

El caso es que, al parecer, la literatura light, la música, que no es música que sale del alma de los músicos, y las letras, que se engarzan sin mayor significación –endosadas por vocalistas que no son cantantes–, parecen haber roto las divisiones sociales y las mentes superiores, dejando en orfandad el viejo concepto de cultura e identidad ante una generación que no es local ni global ni, probablemente, todo lo contrario. Los habitantes de la aldea digital funcionan y accionan con otros algoritmos. Por supuesto, obtienen un resultado muy diferente al que conocemos. 

Por eso se corresponden con lo que el escritor y ensayista italiano Alessandro Baricco llama «los bárbaros». Esos que son capaces de «sustituir un paisaje por otro» –y allí «construir su hábitat»–. Aunque necesitó todo un libro para explicar La invasión de los bárbaros, me quedo con esta definición: «Todo el mundo percibe, en el ambiente, un incomprensible apocalipsis inminente; y por todas partes, esta voz que corre: los bárbaros están llegando».

Baricco no lo ve –ni yo, la verdad– como una simple lucha de generaciones que ha sido constante en todas las épocas y en todo proceso de transformación. Lo que pasa es que el movimiento de cambio ahora es tan intenso, tan total, que no solo cambia el mundo, nuestro mundo, sino que parece que hasta lo están mudando del lugar que ocupaba en el mapa. Un movimiento tan intenso como este produce miedo. Ya no estamos seguros de nada. Situación que, según Wolfgang Schivelbush en La cultura de los derrotados, ha sido habitual en la humanidad: «El miedo a ser derrotados y destruidos por hordas bárbaras es tan viejo como la historia de la civilización. Imágenes de desertización, de jardines saqueados por nómadas y de edificios en ruinas en los que pastan los rebaños son recurrentes en la literatura de la decadencia, desde la antigüedad hasta nuestros días». 

Tanto es así que T. S. Elliot publicó en 1948 una crítica sobre el sistema cultural de su tiempo de la que Vargas Llosa extrae la siguiente aseveración: «Y no veo razón alguna por la cual la decadencia de la cultura no pueda continuar y no podamos anticipar un tiempo, de alguna duración, del que se pueda decir que carece de cultura». La razón del nuevo ensayo del premio Nobel es para decirnos que «ese tiempo es el nuestro». 

Es igual pensar la sociedad a través de la literatura o de la música. Ambas cuentan, desde sus creadores, la crónica de su tiempo. El problema no es el contenido de sus obras, sino que sus obras contienen lo que a su alrededor pasa. Está claro, y los grandes pensadores lo han abordado desde distintas esquinas, que ningún creador –en mis propias palabras– puede superarse a sí mismo y a su entorno. Un entorno del que quieren desesperadamente salir. A este proceso, como a pocos, le cabe esta definición del pensador español José Antonio Marina: «Crear es inventar posibilidades, es decir, encontrarlas». Ellos han encontrado una salida a su marginalidad en el aplauso del público. También han encontrado el rechazo. Ojalá, les deseamos fervientemente, encuentren la fórmula para mantenerse en la luz. Luego de aclarado esto, vamos a vernos desde el dembow, sus protagonistas, sus críticos y aupadores.

«Si tú quieres dembow, yo te traigo dembow…»

(La música del entretítulo es de Pablo Piddy). Lo que para unos es una maldición, una pista de un solo sonido que marca y se repite sin fin, acompañada de una voz que dice una y otra vez una frase llamando a igual acción, para otros es un milagro. O sea, un dembow. Un ritmo que tiene la virtud de convertir de la noche a la mañana a cualquiera en una celebridad con millones de visitas en You Tube. 

Aunque la palabra es relativamente nueva y alude a un sonido de la base del reguetón, se ha popularizado por ser utilizada para «cantar», «rapear» o hablar –creo que esto último es lo más correcto–. De hecho, si se busca en diccionarios o enciclopedias esta palabra, no la vamos a encontrar, ya que es relativamente nueva y alude a la transliteración del sonido que emite: «dem-bow- dem-bow», a lo que los jóvenes de los barrios del país le añaden «pe-pe, pe-pe», «con lo pie, con lo pie», «préndelo, préndelo pre pren préndelo»…

Sin embargo, el término aparece en el diccionario digital libre, y el diccionario enciclopédico en línea WordReference, anticipándose a un error, dice: «quizás quiso decir “demo” o “bembo”», con lo que acierta, pues parece ser que la mayoría de las pistas que se usan para grabar «profesionalmente» el dembow no son más que un demo, una muestra de lo que con mucho más trabajo y orquestación conocemos como reguetón.

El escritor dominicano Pedro Antonio Valdez, investigador incansable del quehacer musical urbano, se extraña del éxito del dembow en el país: «Es curioso que los raperos dominicanos que “asquerosearon” el reguetón, al final hayan caído en su base fundacional y rítmica, que es el dembow». Valdez tiene su lectura de lo que es el dembow: «Viene siendo una especie de reguetón de pura calle y club que, jugando con la letra ligera y la improvisación, ha calado en el país». 

El estudioso de la música Alexis Méndez lo define así: «El dembow es una expresión genuina del pueblo. En lo musical carece de toda originalidad; en las letras utiliza un lenguaje underground muy original y que refleja la realidad social de los jóvenes de los barrios». A pesar de sus limitaciones musicales y literarias, decir dembow en la República Dominicana es referirse a la música de mayor impacto en la actualidad. Es una forma de poner en la memoria del que oye y piensa que algo pasa para que ese sea el fenómeno de la radio, las discotecas, los medios digitales y el boca a boca.  

Sin embargo, el hecho de que se produzca aquí y que los artistas sean dominicanos no significa que este sea de origen y sonido dominicanos. Valdez explica: «No puede hablarse de un dembow dominicano, como tampoco de un rap dominicano, pues son estilos musicales importados, que mantienen siempre su esencia original. Aquí hemos insistido mucho en el dembow».

«Es triste que los/as creadores/as de la música urbana no posean el conocimiento, la valoración o la capacidad de manejo y mezcla de las verdaderas raíces ancestrales de la dominicanidad; de la esencia de los palos, la salve, los congos, el gagá, los guloyas, la sarandunga, la comarca y muchos más. Solo esta fusión posibilitaría una obra musical trascendente y única para el país y el mundo», sostiene el activista cultural y creador de música raíz Roldán Mármol en el prólogo de Rumbas barriales, opúsculo de la musicóloga Rossy Díaz.

Chimbala, intérprete –¿autor?– del dembow Con lo pie, se queja de las críticas de artistas como Wilfrido Vargas y Vladimir Dotel, a quienes recuerda sus comienzos difíciles y lo acaecido con la bachata (Listín Diario, «Entretenimiento», pág. 3E, 22 de mayo de 2012) y sostiene que «el dembow de la República Dominicana es ahora mejor, pues los intérpretes locales lo han cambiado y cuentan con otras fusiones». 

Para la poeta y periodista Patricia Minaya, al dembow «hay que saberlo entender y para eso hay que ubicarse en su contexto social y geográfico… Conocer su simbología, que es en sí la simbología de parte de nuestra población y eso no es tan fácil. Sus hacedores retratan las comunidades en las que viven en una canción… eso me encanta». Luis Manuel Then, en su blog LuisM, no tiene esta opinión: «Con todas esas malas palabras, delincuencia, depravación, obscenidades y sinvergüencería que se escuchan en esas “canciones”, yo entiendo, hay que tomar cartas en el asunto…». 

Destacamos el alcance del dembow, que puede gustar a unos o desagradar a otros, pero que es una realidad que goza de una excesiva presencia en la vida social dominicana y que ha sido avalada por grandes empresas en su publicidad, pues no es un secreto que las marcas usan lo que gusta para vender más.

El representante del género que lo ha liderado en los últimos dos años, Secreto –sí, El Famoso Biberón–, dice: «Para mí el dembow es solo un movimiento. Una fiebre también a la que adaptarse, ya, para eso es lo que estoy. También se puede decir que es un milagro, ¿sabes por qué? Porque conozco panas amigos que estaban entregados a la calle y que gracias al dembow han soltado la calle para hacer dembow». En fin, que es algo vivo, que llama. Una tendencia artística y sonora que crea mucha controversia y que definitivamente se mueve con la intensidad de la juventud que la crea y la consume, como en su momento lo hicieron la salsa o el merengue. 

El poeta puertorriqueño Guillermo Rebollo Gil tiene su visión sobre las críticas que llueven sobre los representantes de los géneros urbanos: «Es una manía, qué sé yo, del gobierno o de la supuesta gente culta o de todas las fuerzas opresoras de la sociedad –racismo, sexismo, clasismo–, para quitarte la atención sobre cómo funciona la sociedad». Rebollo cree que echarle la culpa a la música o a sus representantes es un absurdo. «Es una manera de seguir marginando a una comunidad de gente que está produciendo esta música como una vía artística y alterna para mejorar su vida y ayudar a su comunidad».

«Dime, te va da el teke teke» 

(El entretítulo es el estribillo de Crazy Design y Carlitos Way). Los artistas urbanos pertenecen al odiado mundo de los peros: su condición social de bajo estrato, su casi siempre escasa formación y sus limitadas vivencias reducidas a los cuatro costados de un barrio signado por la violencia, el abandono emocional y familiar, y un río de necesidades que condicionan sus historias, su lenguaje y sus vestimentas. «Nadie me dio comida cuando mi barriga [tenía ese eco. Dando vergüenza en la calle con los labios [secos. Yo cogí mucha lucha, tó lo que tengo me lo [merezco». Secreto, El Famoso Biberón.

El ser varias veces olvidados del sistema, capitalista, educativo y cultural, los hace foco de las más cruentas críticas, rechazos y denostaciones. Minaya se refiere también al peso de la imagen, «porque su “flow”, su “pinta” (forma de vestir, forma de expresión, ademanes) es muy particular y para muchos amenazante».

En un momento de la narración de Los bárbaros, Alessandro Baricco hace referencia a la vestimenta: «Se trataba también de una cuestión de cómo iba vestido». Esta referencia retrata al gran Beethoven el siete de mayo de 1824, cuando estrenó su Novena sinfonía. Lo hizo con lo único que tenía, un frac verde. Se quedó con el teatro casi vacío y el mejor crítico de The Quarterly Musical Magazine and Review escribió: «Elegancia, pureza y medida, que eran los principios de nuestro arte, se han ido rindiendo gradualmente al nuevo es tilo, frívolo y afectado, que estos tiempos de talento superficial han adoptado. Cerebros que por educación y por costumbre no consiguen pensar en otra cosa que no sean los trajes, la moda, el chismorreo, la lectura de novelas y la disipación moral […] Beethoven escribe para esos cerebros, y parece que tiene cierto éxito si he de hacer caso a los elogios que, por todas partes, veo brotar respecto a este último trabajo suyo».

Pensar que así nació una de sus obras cumbres y el muy celebrado Himno a la alegría, nos remite a la profesora Catana Pérez viuda Cuello, quien en el conversatorio titulado «Cómo la música popular se convierte en clásica» –que organizamos en la Asociación de Cronistas de Arte (Acroarte) en nuestra presidencia 2007-2009– refirió que «muchos oyentes ni sospechan que cuando escuchan una sinfonía de Beethoven o de Haydn o un aria mozartiana, escuchan grandes melodías que cantaron o bailaron los campesinos austríacos hace 300 años».

Distancias aparte y sin apartarnos de la realidad nacional e internacional, la música como arte y como negocio ha cambiado. La tecnología y los cambios del mercado de local a global, sin fronteras, a veces con un solo ruido por sonido, han ido dejando de lado las grandes creaciones musicales. 

En este momento en que para cualquier artista –la mayoría ya sin multinacionales ni ventas millonarias de sus producciones– es difícil grabar un álbum musical, porque es incosteable, a los dembowseros, raperos y otros artistas urbanos les resulta muy sencillo grabar. El estudio puede ser su propia habitación. Son sus propios productores, mánager, jefes y hasta promotores. No quieren vender sus discos. Los distribuyen en las redes sociales. Se hacen su plan de mercadeo, hablan directamente con sus seguidores, sin mediadores y hasta venden sin dificultad sus actuaciones.

Me gusta cómo Vladimir Dotel, líder de Ilegales, lo describe: «Este movimiento que sale de una juventud marginada, sin apoyo, sin preparación musical, pero llena de sueños, esperanzada de salir del anonimato y su pobreza, se ha convertido en la expresión popular más fuerte del país». A veces, sostiene Vakeró, «solo basta tomar loops de dembow de Taringa u otra página de distribución sonora y hablar sobre estos con palabras o frases fáciles de recordar». Otras, para mí las mejores, son los denominados «DJs Algo» los que hacen las pistas sobre las que los muchachos se expresan y ponen al cuerpo a moverse.

El exitoso bloguero urbano Santiago Matías, conocido por todos con el nombre de su página Alofokemusic, valora que los medios tradicionales hayan abierto sus espacios al género y que Acroarte haya incorporado una categoría para premiarlos «validando nuestros artistas».

«Pepe, pepe, tu ere bien pepe» 

(El entretítulo es creación de Doble T y el Crock –Los Pepe–). Todos los participantes en el negocio y la creación o la investigación de la música urbana coinciden en señalar que es un ritmo caribeño que no es nuestro, porque tiene sus raíces en Jamaica y llegó primero a Panamá y de ahí pasó, ya en español, con fuerza a Puerto Rico, donde destacaron Daddy Yankee, Baby Rasta y Gringo, Rey Pirin).

A principios de los noventa, los dominicanos empezaron a preparar el terreno con el llamado merenhouse (Landy Dee, El Clan de la Furia, Sandy Papo, Ilegales y Proyecto Uno), precursores de lo que vino después y que hoy sigue en los trabajos de artistas internacionales (Tony Dize, Tito El Bambino, Chino y Nacho, Shakira, Pitbull, etc.). 

El contenido de las canciones urbanas refleja, ¿o fomenta?, promiscuidad, intolerancia, machismo, peleas callejeras, inmoralidad, vandalismo, vanidad, consumo de drogas, lo que es una provocación a sus detractores. Una excepción a destacar es la del Teke-teke, que habla de la violencia intrafamiliar a la inversa cuando es la mujer que golpea a su compañero.

Coinciden el joven poeta Ian Carlos Alcántara y Vakeró en que para que el dembow permanezca tiene que innovar, sus intérpretes tienen que mejorar la calidad auditiva y en la escritura «limpiar sus letras tal y como en su momento lo hicieron los otros movimientos urbanos», mientras la artista urbana conocida como La Materialista piensa que «el género necesita más recursos y calidad para seguir creciendo a nivel internacional». Los temas del dembow suelen ser más light porque, aunque puedan tratar temas sociales, en sus letras siempre lo hacen desde la perspectiva domínico-caribeña, con un contenido más festivo, relajado y chabacano: «Muévete gevi, muévete gevi, gevi, gevi… Tira pila e paso, tira tira tira… ponte de remate… pon ponte de remate pa que te mate». El Alfa.

En un tuit «el papá del movimiento urbano», Vladimir Dotel, de Ilegales, cuestionó a los cultivadores del dembow diciendo que para hacer esto no se requiere talento, lo que fue avalado por el también ídolo urbano Vakeró: «Aún hago paréntesis para aclarar algo y me hago eco de lo que dijo mi hermano Vladi, no hay que tener mucho talento para hacer dembow, por lo tanto, eso lo hace pasajero».

Contactamos a Vladimir Dotel, quien nos dijo: «Creo que el género está mutando. Lo que empezó con una pista de reguetón boricua de principios de la década de 1990, ya está encontrando su verdadero sonido, ahora vemos como está evolucionando con una pista más elaborada y fusionada con los sonidos de ahora, aunque no deja de tener sus limitaciones aún».

Nipo piensa igual que Vladimir Dotel, quien alcanzó uno de los momentos pico del dembow en 2011 con No, tú: «Sube pal vip que te voy a brindá una rosé, bébetela como que tiene sed [y no le pare que yo tengo el efeté». Nipo La Materialista no se niega a grabar dembow, ni El Poeta Callejero, ni El Lápiz o Vakeró, quienes ya les han dado a sus seguidores lo que Ramón Orlando denominaba «lo que el público quiere», cuando abandonó el merengue tradicional para tocar «a lo maco», es decir, con el estilo de Los Hermanos Rosario. Una demostración real de que existe un cambio es el nuevo tema promocional del destacado Mozart La Para titulado No eh a ti, donde la base del dembow tiene una fuerte fusión con la música raíz dominicana.  

«Ponme to´ eso pa´ lante, pa´ lante, pa´ lante»

(El entretítulo es de El Chuape y corresponde a un tema prohibido por la Comisión Nacional de Espectáculos Públicos). En conclusión, si evaluamos lo que ha pasado hasta ahora, nos damos cuenta de que estamos ante una nueva generación de jóvenes con inquietudes artísticas que ven en la música su único vehículo de construcción de una identidad. Si respondemos al llamado del fallecido escritor mexicano Carlos Fuentes, la tendencia sería apoyar la conciliación de «la identidad con diversidad». 

Porque no se puede negar que estos jóvenes están trabajando a través de sus letras y su música la estructura de su propio yo. Hasta ahora al parecer se han encontrado. Lo que motiva a preguntarse si al saber quiénes son, si al saberse vehículos transmisores de conductas e ideas, serán capaces de renacer transformados a fin de ser socialmente aceptados y formar parte del temido y ansiado universo de hombres y mujeres correctos.

Para inspirarlos al cambio, los dejamos con esta frase de Rubén Blades: «En estos tiempos, hasta para ser maleantes, hay que estudiar». Y deben hacerlo para respetar al pueblo que los avala, porque como dijo en una entrevista a esta servidora el gran artista dominicano Cuco Valoy: «Cuando Villa Francisca dice que sí, es sí, y cuando dice que no, es no». Al dembow ya el pueblo le dijo que sí… Parece haberse enterado Yomil el Magnate cuando se inventó: «Eto se baila diciendo que sí»…

Lo que esperamos es que el dembow evolucione hacía una armonía mayor entre música y semántica. Mientras, le seguimos dando «con lo pie» contagiados por este ritmo que llama al baile, pretendiendo que estos muchachos prendan sus cerebros y entreguen una propuesta más depurada. 

Bibliografía

–Baricco, Alessandro (2006): Los bárbaros, ensayos sobre la mutación. Anagrama, Barcelona, España (Colección Argumentos).

–Bilbeny, Norbert (1997): La revolución en la ética. Hábitos y creencias en la sociedad digital. Anagrama, Barcelona, España (Colección Argumentos).

–Contreras, Marivell (2005): Feria de Palabras. Entrevista a Guillermo Rebollo Gil. Ediciones Ferilibro, Santo Domingo, República Dominicana.

–Marina, José Antonio (1993): Teoría de la inteligencia creadora. Anagrama, Barcelona, España.

–Otero Garabis, Juan (2000): Nación y ritmo. Ediciones Callejón, San Juan, Puerto Rico.

–Pérez de Cuello, Catana (2009): Cómo la música popular se convierte en clásica. Acroarte, Santo Domingo,República Dominicana.

–Vargas Llosa, Mario (2012): La civilización del espectáculo. Alfaguara, México.


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