Considerado el padre de la Beat Generation y uno de los literatos estadounidenses más influyentes del siglo XX, Jack Kerouac siempre revindicó el francés como su primer idioma. En los últimos años, diversos hallazgos e investigaciones señalan cada vez más la importancia de dicha lengua en la vida y la obra del escritor beatnik.
Como frecuentemente se afirma, Jack Kerouac ha sido el responsable de las aventuras de miles de jóvenes que emprendieron viajes sin destino fijo y de una crítica al confort y al conservadurismo de los años de la posguerra. Hombre excesivo en el consumo de sustancias, ángel que golpeaba sin cesar una vieja máquina de escribir, miembro de una generación literaria de excéntricos talentosos, famoso en todo el orbe pero incómodo ante los reflectores, Kerouac habita ya los territorios del mito.
Abundan las biografías del escritor y los estudios académicos sobre su obra y a propósito de su influencia en la esfera literaria. Sin embargo, durante décadas apenas se tomó en cuenta la importancia de la lengua francesa tanto en su vida como en su escritura. Si en la provincia de Quebec se sabía de las raíces francocanadienses de Kerouac, en el resto del mundo la nacionalidad de sus padres y el hecho de que se expresara en francés han sido temas poco abordados.
En el 2007, año en que se cumplió medio siglo de la publicación de On the Road, el periodista y escritor quebequense Gabriel Anctil descubrió un invaluable tesoro en los archivos de Kerouac que descansan en la Colección Berg de la Biblioteca Pública de Nueva York. Anctil halló dos textos escritos en francés, además de una considerable serie de cartas y notas redactadas por el literato en dicha lengua. Pero la relación de Kerouac con la lengua francesa va más allá del descubrimiento de Anctil. Para entenderla con mayor profundidad, hay que zambullirse en la vida familiar del creador y en la herencia cultural francocanadiense que llevaba tatuada en el alma, comprender la importancia del francés dentro de su peculiar estilo, revisar sus líneas escritas en dicho idioma y, de igual manera, observar el impacto de la pluma de Kerouac en el desarrollo de la literatura francocanadiense.
Uno de los escritores más identificados con la cultura estadounidense reflejó en sus libros el ruido de los automóviles en la carretera 66, la locura de noches interminables de jazz en los bares neoyorquinos y el sudor de los jornaleros en los campos de algodón. Kerouac era tan yanqui que también cumplió con un requisito casi infranqueable de aquella nación: tener sangre de inmigrantes en las venas. Pertenencia, rebeldía, búsqueda y contradicción: un hijo de oriundos de Quebec se convirtió en uno de los pilares de las letras estadounidenses y tuvo como uno de sus temas primordiales la crítica al American Dream.
Jean-Louis Lébris de Kerouac, nombre de pila del escritor, nació el 12 de marzo de 1922 en Lowell, Massachusetts. Sus padres fueron Léo Kerouac y Gabrielle Lévesque, ambos originarios de pequeñas comunidades rurales de Quebec. La madre de Kerouac era, por cierto, prima de René Lévesque, primer ministro quebequense de 1976 a 1985 y principal abanderado de la causa nacionalista. La llegada de los
padres de Jean-Louis a suelo estadounidense no tenía en esos años nada de extraordinario: entre 1840 y 1930, cerca de 900,000 francocanadienses se instalaron en los Estados Unidos por motivos laborales,
principalmente en la zona de Nueva Inglaterra. En Lowell, ciudad donde vivieron los Kerouac, aproximadamente el 25% de la población era francófona. No sorprende que desde su llegada al mundo hasta los seis años Jean-Louis solo hablara francés. Después aprendió inglés en la escuela contigua a la parroquia. De esta manera, la lengua de Shakespeare la empleaba Kerouac únicamente en las aulas; la de Proust la utilizaba con la familia y entre los amigos. Aunque citar a Proust no sería lo más atinado, ya que entre los francocanadienses de Lowell se hablaba un francés popular y de marcado acento rural.
Pero no solo estaba el idioma como factor de identidad cultural: Kerouac bailaba con la música quebequense, comía los platos tradicionales de aquel pueblo y guardaba una relación cercana con el catolicismo. En el hogar y en el barrio, todos lo llamaban Ti-Jean ( Juanito, en jerga quebequense). Al terminar el bachillerato, partió a la Universidad de Columbia gracias a su talento para el fútbol americano. Después llegarían las aventuras en la carretera, los encuentros con otros artistas, los excesos terrenales, el intenso trabajo escribiendo de madrugada, los periplos en México y la consagración mundial. Pero durante toda su vida jamás dudó en definirse como un francoamericano. Incluso en sus últimos años de existencia, se obsesionó por conocer sus orígenes remontándose a varias generaciones. Por ello visitó la Bretaña francesa, en busca de información sobre el primer Kerouac que partió a América, constatando en sus pesquisas la transformación de su apellido a lo largo del tiempo: Quirouac, Kirouac, Kérouac, Kerouac.
Pese a que, desde que abandonó su ciudad natal, pocas fueron las ocasiones en que Kerouac se expresó en francés entre amigos y público en general, siguió manteniendo una constante relación epistolar con la familia en aquella lengua, además de que siempre reconoció la ventaja de leer a varios de sus escritores favoritos en versión original, tales como Balzac, Rimbaud, Baudelaire y Céline. El francés era memoria, nexo con la sangre, herramienta de aprendizaje y, de acuerdo a lo señalado por varios académicos, también influyó directamente en la escritura de Kerouac en lengua inglesa. En su obra, integrada por novelas y libros de poesía, el literato cultivó un particular estilo dominado por la autoexperiencia, por la atenta mirada al comportamiento de los demás y, sobre todo, por una escritura cruda, vertiginosa y espontánea, evitando las correcciones para no extinguir el fuego de la primera versión.
Gabriel Anctil, uno de los mayores expertos de la relación de Kerouac con la lengua francesa, cita que, en una carta redactada en 1950 y destinada a la crítica literaria Yvonne Le Maître, el escritor confesaba que la mayoría del tiempo sus pensamientos los tenía en francés. Por ello a Anctil no le sorprende que muchas de las frases de las obras de Kerouac estén construidas de la manera en que se hace en lengua francesa. A su vez, en un ensayo publicado hace algunos años, Jean-Sébastien Ménard, profesor de literatura en el colegio Édouard-Montpetit de Montreal, subraya que la experiencia de Kerouac con el francés hablado por los francocanadienses residentes en Nueva Inglaterra le sirvió para moldear el inglés de una forma muy particular. Esa lengua popular de los barrios obreros dejó una impronta profunda en el escritor: huir de las ataduras ortográficas, inventar términos, jugar con la sintaxis, del mismo modo en que el músico callejero ignora las partituras y sigue sus instintos.
Otro aspecto que se ha descubierto es que era frecuente que tomara notas en francés para después desarrollar sus ideas en su segundo idioma. Además del impacto de la lengua francesa sobre su proceso de escritura, las experiencias en los barrios francocanadienses aparecen en varias de sus obras. De acuerdo al académico Jaap van der Bent, es posible distinguir dos tipos de escritos en la obra de Kerouac. Si bien los textos en donde se percibe la escritura del autor en pleno movimiento (On the Road, Tristessa, Satori in Paris) son los que más reconocimiento han obtenido a nivel mundial, el primer grupo de trabajos está basado en sus recuerdos de infancia y adolescencia. Así, en The Town and the City, Maggie Cassidy, Vanity of Duluoz, Visions of Gerard y Doctor Sax quedan reflejados el fervor por el catolicismo, el aroma de la miel de arce, las relaciones familiares, el ambiente de las calles pobladas por los francófonos, el diario esfuerzo en las fábricas, el colorido de las fiestas. Cabe destacar entre todos estos títulos Visions of Gerard, donde el escritor aborda la cercana relación con su hermano mayor fallecido con apenas nueve años de edad. Kerouac nunca ocultó su identificación cultural. Se consideraba ante todo un «canuck» –término popular en Estados Unidos para denominar a los canadienses–. No sorprende por ello la necesidad de documentar la vida cotidiana de los miembros de su comunidad. En algunos de sus libros, escribió expresiones y frases enteras en el francés de la diáspora quebequense («tas’d marde», «face laite» «weyon donc», «s’rêve ici est fini»), tal es el caso de textos como Maggie Cassidy, Visions of Gerard, Doctor Sax, Visions of Cody y Satori in Paris, aunque dicha lengua aparece en los diálogos de algunos de los personajes, nunca como instrumento descriptivo o de la narración.
En la misma carta de Kerouac a Yvonne Le Maître citada por Anctil, el escritor de Lowell expresaba por primera vez sus intenciones de crear una obra completamente en francés, en la que utilizaría la lengua popular de los francocanadienses y el escenario sería Nueva Inglaterra. En el 2007, Anctil descubrió que en realidad Kerouac había redactado en francés más de lo que se pensaba. Al revisar los archivos neoyorkinos del escritor, se dio cuenta de que había escrito un libro de cuentos completamente en lengua francesa. La obra se llama La nuit est ma femme y tiene una extensión de 56 páginas. Según las fechas indicadas por Kerouac, el texto fue escrito entre febrero y marzo de 1951, a los 29 años, pocas semanas antes de que el autor comenzara On the road sobre ese rollo interminable de papel. De acuerdo a Anctil, Kerouac cuenta en esas páginas diversos episodios de su infancia. También aparecen algunos pasajes de su vida poco conocidos, como cuando trabajó en una fábrica de galletas y en un circo, luego de abandonar la Universidad de Columbia.
En una parte del texto, Kerouac subraya el hondo apego por su identidad y por su lengua: «Soy un francocanadiense llegado al mundo en Nueva Inglaterra. Cuando me enojo, maldigo frecuentemente en francés. Cuando sueño, sueño frecuentemente en francés. Cuando grito, lo hago frecuentemente en francés. Jamás tuve una sola lengua dentro de mí; del francés popular hasta los seis años y luego al inglés de los niños de la esquina».
Poco tiempo después, Anctil descubrió en los mismos archivos otro documento literario de Kerouac escrito en lengua francesa. Se trata de Sur le chemin. El nombre provocó confusión en un principio, al pensarse que era un primer esfuerzo por escribir su Magnum opus en francés. Posteriormente, Anctil aclaró que la historia nada tenía que ver con el clásico. Sur le chemin estaba oculto en una vieja libreta de notas y fue escrito a lápiz en diciembre de 1952 en México, durante una visita de Kerouac a William S. Burroughs. A lo largo de 50 páginas, el autor narra un viaje en automóvil de Boston a Nueva York que realizó con su padre en los años treinta.
Muchos se preguntan por qué estas obras de Kerouac en francés tardaron tanto en ser descubiertas. Gabriel Anctil, el escritor que encontró este tesoro, ha señalado que el acceso a los archivos estuvo prohibido durante décadas por decisión de la viuda del literato. En julio del 2001, los documentos pasaron a formar parte de la Colección Berg de la Biblioteca Pública de Nueva York y poco a poco se permitió su estudio. No obstante, Anctil afirma que los textos en francés de Kerouac habían pasado desapercibidos para las personas que revisaron los archivos debido a la escritura misma del autor. El estilo literario en dichas obras es de por sí confuso, además del hecho de que todo está plasmado en «joual», como se designa a la lengua popular utilizada por los quebequenses. De esta manera, hubo que esperar a que un investigador de la misma provincia y con amplios conocimientos de Kerouac pudiera sacar a la luz estos textos.
Hasta el momento, ambas obras permanecen inéditas, aunque se espera que en poco tiempo una editorial obtenga la autorización para imprimirlas. En sus pesquisas, Anctil también descubrió que Kerouac jamás pensó en publicarlas, ya que consideraba que ninguna casa editorial, en Estados Unidos o en Canadá, estaría interesada por estas historias redactadas en «joual». Cabe señalar que, a diferencia de otros autores que han escrito en lenguas distintas (Beckett, Kundera, Tabucchi), Kerouac nunca se tomó tan en serio hacer pública una obra alternativa en francés. De acuerdo al académico Pierre Anctil –padre de Gabriel Anctil–, el escritor de Lowell no situaba al inglés y al francés en el mismo nivel. La lengua francesa era más bien un eco que a veces se percibe en sus textos; un vehículo del subconsciente, de los sueños, del pasado. En este sentido, la presencia de términos y frases en francés en los libros de Kerouac no era un mero ejercicio de pedantería para agradar a la élite estadounidense; se trataba más bien de una parte fundamental de su identidad que quedaba registrada en el papel, aunque los hallazgos neoyorquinos comprueban que escribir textos completos en aquel idioma no solo fue deseo sino realidad.
La idea de medir la influencia de un escritor sobre sus colegas dista de ser una empresa fácil. Sin embargo, no es un hecho aislado que diversos autores a lo largo del tiempo hayan expresado su deuda con Kerouac. Basta consultar entrevistas a Murakami o leer las opiniones de diversos escritores latinoamericanos (Monsiváis, Bolaño, Fresán) sobre la manera en que la publicación de On the road en español les cambió el panorama. Y esta influencia va más allá de la esfera literaria: cineastas, músicos y artistas plásticos han mencionado la huella que tuvieron las líneas de Kerouac en sus obras.
La influencia de Kerouac puede constatarse también en Quebec, tierra de sus padres y lugar esencial en los sentimientos del escritor. Sus primeras obras no causaron gran revuelo entre los lectores quebequenses, pero todo cambió con la publicación de On the road, tal y como sucedió en otras latitudes. Con la consagración internacional, el mundo de las letras quebequenses comenzó a hablar con frecuencia de ese estadounidense subversivo de raíces francocanadienses.
Un evento hubo de modificar para siempre la relación entre Quebec y Ti-Jean: en 1967, año de la Exposición Internacional de Montreal, Kerouac fue invitado a Sel de la semaine, el programa de interés cultural quebequense más famoso de la época. El público esperaba con impaciencia la aparición en la pantalla de uno de los escritores más reconocidos del orbe. Para sorpresa de todos, Kerouac participó en francés en la emisión, solo que utilizando el acento y las expresiones de los francocanadienses instalados en Estados Unidos. La reacción fue sumamente sorpresiva: Kerouac hacía suya una manera de hablar identificada más con el campo y con la diáspora que con Montreal, una ciudad en franco desarrollo y en plena lucha por construir una sólida proyección internacional.
De repente, la esfera intelectual comenzó a interrogarse sobre el sitio de Kerouac en las letras quebequenses. El cineasta André Gladu, luego de haber visto el programa, declaró a un periódico:
«Si Kerouac no es francocanadiense, yo soy japonés». El literato de Lowell falleció en octubre de 1969, pero tres años después el escritor Victor-Lévy Beaulieu publicó Jack Kerouac: essai-poulet, obra que daría mucho de qué hablar sobre la relación entre Ti-Jean y la cultura de la provincia. En dicho libro, indicaba que si bien Kerouac debía ser considerado como un autor francocanadiense, también tenía que ser señalado como un ejemplo a no seguir, al ser un artista de la asimilación y un escritor de la impotencia. Hay que recordar que en esos años la afirmación quebequense pasaba por un alto clima de efervescencia y la defensa del francés era una de las luchas más importantes para la provincia.
Hassan Melehy, profesor de literatura en la Universidad de Carolina del Norte, en Chapel Hill, menciona que la opinión de Beaulieu nunca fue mayoritaria entre los escritores quebequenses. Melehy afirma que, con el tiempo, Kerouac se ha ganado un sitio como uno de los autores más importantes a la hora de describir a esa diáspora francocanadiense en Estados Unidos. No sorprende que algunos críticos señalen que varios de los textos de Kerouac tengan un rico bagaje etnográfico sobre dicha minoría. También Melehy subraya que Kerouac tuvo gran influencia en las letras de Quebec, debido a que los autores de dicha provincia comprendieron que era posible marcar su distancia de Francia y afirmar al mismo tiempo su lado norteamericano con un estilo más directo y cercano al habla popular. Tal es el caso de escritores como Réjean Ducharme, Jacques Poulin y Gilles Archambault. Al referirse a la apropiación de la lengua de la calle y al uso de expresiones coloquiales, a finales de los años sesenta escritores quebequenses como Michel Tremblay y Réjean Ducharme decidieron publicar obras en «joual», alejándose de los cánones galos y asumiendo dicho gesto como un acto político para señalar la particularidad de Quebec. Algunos estudiosos de la literatura quebequense señalan que Kerouac tuvo que ver en gran medida con esta acción, debido a que los literatos de la provincia constataron que era posible reflejar el habla popular, tal y como este lo hizo en varias de sus obras. De igual manera, la aparición del escritor de Lowell en la televisión mostró también que esa variante lingüística estaba viva incluso fuera de suelo quebequense.
Pero la literatura francocanadiense no solo recibió influencia por parte de Kerouac. Otros miembros de la Beat Generation –Burroughs, Gins berg, Corso– también tuvieron una repercusión considerable. En su libro Une certaine Amérique à lire, Jean-Sébastien Ménard da cuenta de la gran huella beatnik entre los escritores quebequenses, que se refleja en aspectos como la rebeldía, las drogas, la crítica social, la escritura autobiográfica, la oralidad y la democratización de la poesía. Norteamérica, en francés o en inglés, deja de ser un espacio geográfico, de acuerdo a Ménard, para convertirse en un conjunto de textos sobre experiencias comunes.
Hace algunas semanas, Radio-Canadá emitió una serie de reportajes sobre la vida de Kerouac realizados al alimón por Gabriel Anctil y el locutor Franco Nuovo. Como bien se señala en este brillante producto radiofónico, quedan aún muchas cosas por descubrir y analizar en la existencia y en la obra del escritor. Aunque gracias al interés de diversos estudiosos, la influencia de la lengua francesa en el literato se está comprendiendo cada vez más. Jack Kerouac siempre será aquel gringo rebelde enemigo de las brújulas, pero también un niño cuya madre le llamaba Ti-Jean.
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