Revista GLOBAL

El joven Carlos Marx

by Luis Beiro Álvarez
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Un fantasma recorre el mundo, el fantasma de Carlos Marx. Ni muere ni desaparece. Simplemente, transita los caminos de la economía política con el fervor que otorga la sabiduría. Y se resiste a entender que el mundo sea solo de un color. Carlos Marx es muchas cosas, pero, ante todo, tiene el porte de aquel Quijote de la Edad Moderna. Podemos compartir su ideología o no. Eso es lo de menos. Lo importante es que llegó a la historia en el momento y en el lugar adecuado. Y ahí se quedó, para bien o para mal. Su atmósfera enrarecida la humanidad. Lluvias torrenciales y aladas tormentas vistieron de esperanza a los que no tenían nada que perder. Solo le faltó multiplicarse. Sus sucesores no reunieron las fuerzas necesarias para dar forma práctica al muñeco que dejó a medio armar. Esa fue una de las causas por la que la humanidad se sumió en guerras nacionalistas y conflictos absurdos. Él escribió: «La historia de la humanidad no es más que la historia de la lucha de clases», frase que sus detractores intentan minimizar. Esa frase tan sencillamente suya, tan contundente y tan universalmente correcta no pudo ser reinterpretada. Quizás por eso todavía hoy los pueblos eligen presidentes absurdos y se enfrascan en aventuras de impredecibles consecuencias. 

El realizador 

La vida del joven Carlos Marx acaba de ser llevada al cine. Su director fue nominado al Premio Oscar en 2016 al Mejor Documental por No soy tu negro, una película que desentraña la historia del racismo y del movimiento afroamericano en Norteamérica sirviéndose de las memorias del gran escritor James Baldwin. Para los que no están familiarizados con el director, Raoul Peck, aquí les va una breve reseña biográfica. Raoul Peck nació en 1953 en Puerto Príncipe. Sus padres escapan de Haití al ser perseguidos por la dictadura de Duvalier. La familia residió en la República Democrática del Congo durante los siguientes 24 años. Cursó estudios de bachillerato en Nueva York, la República del Congo y París. Trabajó como taxista en la ciudad de Nueva York y con posterioridad ejerció el periodismo. En 1988 se graduó en la especialidad de Dirección en la Academia de Cine de Berlín. Fue ministro de Cultura de su país natal entre 1996 y 1997. En 2012 integró el jurado de la Sección Oficial del Festival de Cannes. En el año 2000 visitó la República Dominicana, invitado por el Festival Internacional de Cine de Santo Domingo, a raíz del estreno mundial de su memorable cinta Lumumba (2000, nominada a Mejor Película Extranjera en los premios Independent Spirit). En aquella ocasión, la cinta de Raoul Peck fue aclamada en todos lados. Su nominación marcó el inicio de una nueva corriente en el cine independiente internacional.

El joven Carlos Marx (Francia, 2017, 112 minutos) es una obra preparada para el debate intelectual y el disfrute estético. Sus momentos de trascendencia cultural no son pocos. Es una de esas cintas que no deja lugar a la indiferencia por la intensidad dramática de su historia y el equilibrado trabajo de sus protagonistas. Con ella se toma partido, para bien o para mal. Ante todo, el espectador debe advertir que no se encuentra frente a una biografía del primer Carlos Marx, sino frente a una historia de ficción que parte de una investigación equilibrada, con toques muy personales del director, con idas y venidas propias del ingenio creador, así como con secuencias intuitivas que, engarzadas unas con otras, conforman la vida y la trayectoria de este hombre fuera de lo común que trajo una nueva forma de interpretar la realidad social, aunque muchos de sus seguidores, a lo largo de la historia, manipularon la aplicación de su doctrina. August Diehl, al que conocemos de Malditos bastardos, de Quentin Tarantino, asume el rol de Carlos Marx y se introduce de lleno en la piel del filósofo alemán. Diehl trabaja el lado más difícil de su personaje: aquel que se oculta entre la diatriba y la esplendidez, entre la borrachera y la extravagancia. Su dolor se expresa en gestos y miradas demasiado cercanas a la certeza de un hombre que se sabe triunfador y no vacila en rechazar posiciones zigzagueantes. Raoul Peck no oculta que su personaje es un joven pequeño burgués dispuesto a romper con su origen de clase a través de su pensamiento. Se dirigía al proletariado en tiempos en que no existía este ni el nombre del partido político cuyo manifiesto escribió junto con su inseparable colaborador.

Para encarnar a Federico Engels, el director eligió al actor alemán Stefan Konarske. Entre ambos, construyeron un personaje honesto, multicorde, trabajado con la eficacia cultural que requiere la investigación histórica. Creíble en todo momento por lo irreversible de su conducta, Konarski rechaza los estereotipos y se adentra en la manera de asumir la suerte de un joven de clase pudiente que no solo es capaz de amar sin detenerse en las asperezas del camino andado por su pareja, sino que abandona la pretensión adulona, la simetría mimética y la ridiculez del estereotipo. Su rostro no brilla por la emoción o la aventura. De sus ojos solo salen alientos cargados de optimismo. Ambos actores no ocultan sus preferencias por el método de Stanislavski. Pero no por ello desdeñan algunos rasgos de otras escuelas dramáticas, como la de Meherhold. Esto los lleva a experimentar sentimientos similares a los personajes que interpretan por medio de acciones y con ayuda de la memoria emotiva.

Es decir, que si un personaje tiene que llorar, el actor trata de sentirse triste rememorando alguna escena de su pasado y suspira su rabia interior, pero nunca llora, al menos en lágrimas. Lo hace a través de la contracción de su rostro, de la forma de vestir, de su ternura o de sus escritos. En ambos casos, los actores también proponen un conjunto de expresiones corporales para expresar ciertas emociones. Tanto Diehl como Konarski utilizan procesos psicológicos y físicos junto con gestos y movimientos para expresar emociones. Muy buenas son también las caracterizaciones de las respectivas parejas de los protagonistas, mujeres diferenciadas por la procedencia social (una, hija de acaudalados que renuncia a todo por seguir al hombre que ama, y la otra, humilde analfabeta sin oficio) que comparten sueños, aventuras y diatribas junto a los jóvenes intelectuales con quienes han decidido unir sus vidas. En sentido general, la dirección de actores roza la excelencia al igual que los parlamentos, que no manipulan el discurso filosófico fundador. Este toque humano enriquece la película, la acerca al espectador con respeto y humildad, a la vez que expresa el horizonte histórico de ambos protagonistas.

La película por dentro

El filme es ameno y a la vez profundo. No peca de excesos melodramáticos ni de eufemismos. Más que a Carlos Marx, Raoul Peck lo que retrata es la juventud de Carlos Marx. No importa que aquí y allá se sienta un aire demasiado cargado en el debate de ideas. Pero una película sobre intelectuales no puede hablar de flores. El joven Carlos Marx, aparte de su impresionante reconstrucción epocal, incluye fragmentos vivenciales de los fundadores del materialismo dialéctico y del comunismo científico, sobre todo, cuando «eran felices e indocumentados». No estamos frente a un filme pretencioso, aquí se narra una historia coherente y llena de cotidianidad, una historia sin rebuscamientos ni prosopopeyas para satisfacer a determinado tipo de público. La película contiene retoques de la vida personal de ambos personajes. Se aprecia a un Marx sumido en la pobreza, pedigüeño, sobreviviendo con su esposa y su pequeño hijo en míseras buhardillas de París, teniendo sexo desaforadamente, y después sentado frente a una pequeña vela, escribiendo sus ensayos, sin dinero ni trabajo, y con un futuro incierto. Antes, había sido deportado de su tierra natal por los prusianos debido a sus textos «profanos». Por otro lado, se narra la vida de un Engels hijo de un connotado capitalista inglés, que no solo sabe soportar las estocadas de su padre contra la clase obrera, sino que es capaz de recibir la golpiza de un obrero irlandés como requisito previo para cortejar a una joven obrera despedida por su padre tras denunciar los atropellos cometidos contra los empleados de su hilandería. Con ella mantiene una relación sentimental que se extenderá hasta el final de la película. La excelencia de la puesta en escena radica en la escritura del guión, que no descuida la ambientación, la utilería, el maquillaje, la banda sonora y, sobre todo en una cámara que, pese a ser discreta en ciertas escenas, no deja lugar a dudas de su excelencia. Esa cámara enfoca diversos planos desde perspectivas autónomas y sirve de cómplice a un espectador que sabe agradecer los esfuerzos del director por no distraer el metraje con aburridas secuencias de enfrentamientos pueblerinos y revueltas convencionales. El joven Carlos Marx es un documento cinematográfico que abarca los años difíciles (1843-1848) del célebre alemán que, con sus pros y sus contras, sacó a la luz una dura realidad que los obreros y campesinos no podían entender y que los empresarios no querían reconocer. Sus relaciones familiares, el triunfo del más puro amor en medio de la miseria, así como su estrecha relación con el joven Federico Engels, son señales perdurables de esta obra que rinde tributo al doscientos aniversario de su nacimiento y al ciento cincuenta de la publicación del Manifiesto comunista.

Pueden mencionarse dos momentos singulares del filme. El primero, durante un mitin callejero cuando se escucha «la propiedad es un robo» (como dice Pierre Proudhon) mientras, al mismo tiempo, en una reunión entre artistas, Marx juega al ajedrez con Bakunin, quien en un momento vocifera: «Abajo la propiedad, el rey, el Estado. ¡Viva la anarquía!». El segundo traslada al espectador al Congreso de Otoño de Bruselas (mayo de 1846), cuando Proudhon entrega a Marx y Engels su obra La filosofía de la miseria; con el tiempo, Marx le devolverá al filósofo su respuesta en forma de libro: La miseria de la filosofía. También se debe apuntar la validez del debate intelectual que se propone. Con naturalidad y sin caer en simplismos o lecciones académicas, Engels y Marx debaten sus ideas con otros personajes famosos de la época como Proudhon y Bakunin, representando el ambiente intelectual de la época.

Raoul Peck logra la ansiada fluidez de las ideas a través de los parlamentos y no teme sacar a la luz lo más importante del pensamiento de dos corrientes ideológicas que luchaban por imponerse a la clase obrera: el socialismo utópico y el socialismo científico. Para concluir, se escucha a Bob Dylan en Like a Rolling Stone mientras transcurre un muy estudiado collage de fotos junto a imágenes de momentos cruciales del siglo XX que van desde la lucha contra el racismo hasta la caída del Muro de Berlín. Son imágenes que hablan de la vigencia de su pensamiento. Mediante una coproducción franco-alemana-belga, el director logró disponer de un presupuesto que le permitió rodar en las diferentes capitales donde subsistirá por siempre la huella del autor de El capital, y con una verosímil puesta en escena realizó una película de alto vuelo que quedará marcada en la historia del cine por tocar la grandeza de una de las figuras más importantes de la historia moderna. Que Marx y Engels nos simpaticen o no, es otra cosa. Pero no se puede negar que «El joven Carlos Marx» es una película que dejará su huella en la cinefilia. 


6 comments

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