Revista GLOBAL

El Medio Oriente y la presidencia de Obama: oportunidades y peligros

by Fred Halliday
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La historia de la implicación de Estados Unidos con la región del Medio Oriente es relativamente corta, en comparación con Latinoamérica o con el este de Asia: antes de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos casi no tenía intereses estratégicos o económicos en la región y, recién en los años cincuenta, comenzó a tener un rol activo en el mundo árabe. Atraído por la rivalidad con Rusia en la Guerra Fría, llegó a formar alianzas relativamente duraderas con Turquía, Irán, Arabia Saudita, Israel y, luego de la expulsión de las fuerzas soviéticas a principios de los años setenta, con Egipto. La revolución iraní de 1979, sin embargo, reemplazó lo que hasta entonces era un aliado cercano por un oponente militante e influyente, y las relaciones con Irak también se deterioraron cuando Saddam Hussein invadió Kuwait en 1990.

Desde entonces, y a pesar de la desaparición de la Unión Soviética como rival estratégico, Estados Unidos se ha visto desafiado por una serie de grupos militantes y estados hostiles, principalmente por su política unilateral sobre el tema palestino; también ha sido objeto de mucho antagonismo de parte de la mayoría de los habitantes de esos países. Es la hostilidad hacia Estados Unidos lo que ha exacerbado el surgimiento de la red terrorista transnacional AlQa’ida –que llevó al 11 de septiembre– y de sus diferentes imitadores.

El Medio Oriente también ha dañado, más que cualquier otra área del mundo, la reputación de varios presidentes norteamericanos: el presidente Carter (1977-1980) vio destruido su optimismo liberal por la revolución iraní y por la detención, durante más de 400 días, de rehenes diplomáticos norteamericanos; el presidente Reagan (19811988) fue implicado en la venta ilegal de armas a Irán y en la desviación del dinero ganado por este concepto hacia los contras de Nicaragua; el presidente Bush padre (1989-1992) ganó la guerra de Kuwait en 1991 pero dejó incompleta la tarea de desplazar a Saddam Hussein como líder de Irak; el presidente Clinton (1993-2000) hizo grandes esfuerzos personales y de capital para lograr un acuerdo entre Siria, Israel y los palestinos, pero, para su disgusto, no tuvo éxito; el presidente Bush hijo (2001-2008) arrojó sus fuerzas armadas y su prestigio a las guerras de Afganistán e Irak esperando demostrar con esto la voluntad y el poder Estados Unidos, pero zozobrando en ambos casos en complejos contextos locales y regionales. Proteger al nuevo presidente de tales escándalos y desafíos debe ser una prioridad del nuevo personal de la Casa Blanca, aunque esta prioridad no sea divulgada.

Sin embargo, de seguro que la administración de Obama tendrá y querrá comprometerse con el Medio Oriente y, tanto aquí como allá, demostrar que se ha roto con la mayoría del legado de Bush. Esto lo hemos visto insinuado en los discursos y declaraciones del presidente Obama, diseñados para interesar a Irán y para moderar la opinión musulmana, así como en las visitas de la secretaria de Estado, Hillary Clinton, a Turquía, Israel y Palestina. Esta administración, como algunas de sus predecesoras, se ha manifestado a favor de resolver el problema palestino. Por mucho que esto pueda sorprender a la gente que trabaja en o sobre el Medio Oriente, y a pesar del reciente ataque de Israel sobre Gaza, los asuntos de esta región no serán los primeros desafíos, y menos los únicos, que el nuevo presidente enfrentará en sus primeros meses de mandato.

La crisis económica a la que se enfrentan la banca y la industria de Estados Unidos, los caprichos de los aliados y de los agitados adversarios en Rusia, China y Latinoamérica, las inevitables inestabilidades del nuevo Congreso, la necesidad de forjar e incluso implementar una nueva política multilateral sobre el calentamiento global, además de las muchas sorpresas que la política conlleva por ella misma, estarán en la mesa del presidente y en su agenda.

Voces sabias de Washington están entonando que los enemigos de Estados Unidos podrían tratar de poner a prueba al nuevo presidente, pero pueden ser sus amigos, o los muchos de todo el mundo que se han subido al carro de Obama, quienes serán el mayor problema, al menos en el corto plazo. Los israelíes fueron los primeros de estos “amigos” que escogieron ponerlo a prueba con la ofensiva contra Gaza del pasado enero, sobre todo porque están nerviosos por su disposición de demostrar “respeto” a Irán. Los asesores de Obama, sin embargo, han dejado claro que, aunque tratan al Medio Oriente como una región interconectada, no permitirán que ningún tema único monopolice la agenda. Ellos entienden que no hay “un” problema del Medio Oriente, sino un mosaico de intereses y crisis entrelazados.

Sobre el asunto de la “Guerra contra el terrorismo” han señalado que, aunque las contramedidas militares y de seguridad continuarán, esto no será el principal foco de la política regional de Estados Unidos, como durante el gobierno de Bush, ni tampoco será lo que defina el enfoque que la nueva administración tome frente a los conflictos en determinados países, sea el Líbano, Irak o Afganistán, donde hay grupos acusados de terrorismo.

Con este nuevo tono de la política exterior de Estados Unidos, y con una disminución de la importancia del contraterrorismo, la nueva administración tendrá más que suficiente para ocupar su atención. Para comenzar, aquí les presento seis temas.

Primero, Irak. Obama llega a la Presidencia con la ventaja de que en sus últimas semanas la administración de Bush pudo firmar el Acuerdo para el Estatus de las Fuerzas (sofa, por sus siglas en inglés) con el gobierno de Maliki. Con todo lo hablado sobre las unidades stay behind y sobre las tropas renombradas como entidades de “entrenamiento”, es probable que todas las fuerzas de los Estados Unidos se hayan retirado para fines de 2011. El acuerdo sofa ha logrado un amplio apoyo, sorpresivamente amplio para el momento del espectro político iraquí, y hasta los iraníes, quienes tras bastidores jugaron un papel crucial asesorando al Gobierno iraquí, han sido razonablemente receptivos.

Muchas movilizaciones y revueltas nacionalistas del Medio Oriente moderno han sido desencadenadas por la oposición a la presencia de tropas extranjeras en territorio nacional y es más sorpresivo aún que al menos en esta ocasión se haya llegado aparentemente a un compromiso.

Sin embargo, la situación en Irak da poca razón para el alivio. Primeramente, la situación de seguridad sigue siendo terrible; Bagdad es la ciudad más peligrosa del mundo. El supuesto éxito del “levantamiento” es ilusorio: primero, porque una de las principales razones para la caída de la violencia ha sido el cese el fuego, temporal y condicional, del ejército Mahdi; segundo, porque en el mismo Bagdad la relocalización forzada de gente de áreas mezcladas a otras únicamente shiítas o sunnis se ha terminado, y por tanto se han eliminado las oportunidades de violencia comunitaria. Al mismo tiempo, todas las facciones, incluyendo los kurdos, se están preparando para un gran conflicto intra-iraquí; en efecto, una verdadera guerra civil si los acuerdos políticos actuales colapsan y en vistas de que los norteamericanos se retiran. La muy cacareada Sahwa o el movimiento Despertar, el intento norteamericano de ganar el respaldo de los suníes al compromiso político, en ciertos momentos ha armado a antiguos miembros del partido Ba’th, quienes están ahora listos para reafirmarse fuera del poder tan encarnizadamente como cuando controlaban el país.

Los meses venideros también van a ser unos de gran incertidumbre política, potencialmente trascendental: elecciones provinciales en enero, elecciones parlamentarias en diciembre, de las cuales saldrá elegido un nuevo primer ministro y un nuevo presidente. Pocos observadores creen que Maliki sobrevivirá a estas pruebas. De su parte, el líder kurdo Jalal Talabani como presidente está seriamente enfermo, y su propia región kurda está cada vez más y más quebrada por la faccionalización y la corrupción.

En segundo lugar, Irán. La revolución iraní ya tiene 30 años y, como cualquier otra gran revolución de la historia (Francia, Rusia, China), después de solo tres décadas ya está lejos de seguir su curso. La revolución cubana, aun desgastada, está viva después de cincuenta años. Ciertamente que el mero hecho de que algunos reformistas de Irán no quieren moderar las políticas en su casa y buscan acuerdos en el exterior ha llevado a otros a reafirmar los ideales revolucionarios y retóricos, un patrón evidente después de dos o tres décadas, también en estos otros casos. Hablar de un “gran acuerdo” con Irán es ilusorio. Al igual que la especulación infundada e irresponsable en Estados Unidos de atraer a Siria a terminar su colaboración con Teherán.

La rivalidad con la República Islámica sigue siendo, como lo ha sido desde 1979, el eje central y unificador del conflicto en el Medio Oriente: desde Gaza y el valle de la Bekaa hasta Damasco, Bagdad y, en el otro lado, Kabul. Sin embargo, una significativa disminución de tensión y la regularización del contacto diplomático son posibles. Aquí también va a depender mucho del resultado de las elecciones presidenciales iraníes de junio: aunque es necesario recordar que, por su orientación reformista y pragmática como presidentes, ni Rafsanjani ni Khatami podrán superar la hostilidad del ayatolá Jamenei, quien al final es quien decide sobre los asuntos de normalización con Estados Unidos.

En tercer lugar, Palestina. El último ataque israelí contra Gaza no hará que un arreglo negociado o impuesto, de por sí difícil, sea más probable. El resultado de las elecciones en Israel, las cuales han dado una nueva influencia a la extrema derecha que está a favor de la expulsión de los palestinos, sólo hace que esta posibilidad sea más remota. Solo el tiempo dirá si perdurará la posición unilateral de Obama en la campaña sobre la disputa entre árabes e israelíes, la única pieza importante de posición inescrupulosa y oportunista de todo su perfil electoral. Ciertamente que los israelíes, por su parte, no están convencidos, y ha habido mucha critica preventiva del nuevo idealismo y confianza en la negociación del presidente por parte de Tel Aviv y Jerusalén. Sin embargo, aunque Obama cambie su enfoque, su prioridad se basa en resolver la cuestión Palestina en dos estados equitativos y estables, y pocos en Washington le darán las gracias por esto.

Existen serios límites en lo que pueda lograrse, para Estados Unidos o cualquier otro mediador externo, sea de la Unión Europea o de Arabia Saudita, por una razón: que tanto los israelíes como los palestinos están seria y peligrosamente divididos sobre cualquier posible solución, con el resultado de que será muy difícil para cualquier líder, de cualquier lado, firmar, y mucho menos sostener, un acuerdo de compromiso. Con los palestinos divididos de hecho entre dos fuerzas militares, y los israelíes embarcados nuevamente en una de sus innecesarias, largas y confusas campañas electorales, es la falta de voluntad política y capacidad en el terreno, más que cualquier giro o moda política de Estados Unidos, lo que hace que un acuerdo, cuyos lineamientos lógicos y razonables estén claros para todos, sea tan difícil de alcanzar.

Otros tres países. Otros tres países dominarán, o al menos deberían dominar, la atención del nuevo presidente. Sobre Afganistán, en la campaña electoral presidencial, Obama tomó el camino fácil de hacer un compromiso de tropas a largo plazo, el más fácil debido a los planes de salir de Irak. Pero parece prematuro que se haya dado cuenta de que no puede haber solución militar en Afganistán, que la “victoria” sobre el Talibán de fines del 2001 fue ilusoria, y que es esencial un acuerdo político, incluyendo lo que se ha denominado eufemísticamente “elementos del Talibán”, y poner en el poder un nuevo liderazgo en Kabul. La situación en Afganistán es, en muchas maneras, más complicada que la de Irak: no hay historia de una administración o Estado centralizado, los estados vecinos están divididos y en competencia, y la insurgencia tiene el apoyo de su país vecino, Pakistán, el cual también corre serio peligro de guerra civil. De aquí la urgencia con la que Hillary Clinton y el nuevo enviado para Afganistán, Richard Holbrooke, han abordado el tema, buscando incluir a Irán en una nueva iniciativa diplomática para contener o disminuir el conflicto.

Turquía. Turquía podría –y debería– dominar también la atención: uno de los grandes costos de la invasión a Irak de 2003 fue la alineación de la opinión turca de todos los sectores, no por simpatía con los iraquíes, sino porque los turcos ven el establecimiento de una administración kurda en el norte de Irak como un precedente para el desmembramiento de su propio país. En general, debido a la invasión a Irak, y debido a un creciente pesimismo e ira frente a la obstrucción de la Unión Europea a la solicitud de Turquía de ser un miembro con pleno derecho, la opinión pública turca es cada vez más airada y nacionalista. Por tanto, sobre este respecto, Obama podría enfrentar dificultades adicionales, ya que en los últimos años puso en claro su aceptación de la acusación de que Turquía cometió genocidio contra los armenios en la Primera Guerra Mundial y, como senador, llamó al Gobierno turco a admitir su responsabilidad.

Finalmente. A pesar de que a menudo se pierde nerviosamente de vista, nunca debemos olvidar a Yemen, un país de 20 millones de habitantes localizado en la esquina suroeste de la Península Arábica, y un conducto para el paso de armas y militantes islámicos entre las regiones sin ley de Somalia y los países árabes del Golfo: la situación política y económica de este país, cuyos habitantes son la mitad de la población total de la península Arábiga y que comparte con Arabia

Saudita una larga frontera muy descontrolada, se está poniendo peor. Con una creciente pobreza y partidismo, el poder del presidente Ali Abdullah Salih, un oficial de artillería que asumió el poder en 1978, se está debilitando. La producción de petróleo, que en 400,000 barriles diarios nunca ha sido muy alta, está a punto de finalizar; la violencia y el descontento se están diseminando en el territorio. El presidente Obama y Hillary Clinton pueden no estar pensando en Yemen en este momento, pero ese país, cuyos habitantes se llaman a sí mismos con orgullo “los verdaderos árabes”, al‘arab al asliin, puede dar algunas sorpresas, en los años por venir, tanto a sus vecinos árabes como al mundo. Ya lo ha hecho antes, con escenas de revueltas revolucionarias y guerras civiles desde los años sesenta.

Estados Unidos, por tanto, está frente a una región que no permite soluciones fáciles o concertadas, pero la cual, por toda su distancia geográfica con Washington, sigue siendo vital para la seguridad de Estados Unidos, de sus aliados y de la economía mundial. Solo el tiempo y el impredecible curso de los acontecimientos políticos y militares demostrarán si Obama puede realmente marcar la diferencia en la región o si, al igual que sus predecesores, se verá lesionado y retado por los eventos que se desarrollen en el Medio Oriente en los próximos años.

Texto basado en la charla dictada en Funglode, Santo Domingo, el 11 de febrero de 2009.


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