Revista GLOBAL

El riesgo, virtud y desgracia del siglo XXI 

by Adarberto Martínez
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La aplicación del saber al saber mismo ha acelerado los procesos de invención e innovación, y la economía pasó de industrial a de servicio. El mundo no se había preparado para avanzar con los criterios del siglo XXI; se discute si ha surgido un orden social nuevo o si sólo es una nueva etapa. Los peligros se han planetarizado, la incertidumbre y la inseguridad caracterizan la nueva sociedad, y todos, ricos y pobres, vivimos bajo las mismas amenazas. Urge que los países desarrollados rectifiquen y los que están en vías de desarrollo reorienten su agenda, particularmente los modos de preparar a los jóvenes para encarar un mundo en riesgo, abierto y competitivo. 

En la segunda fase de la revolución industrial se hace un nuevo y original uso del saber, que consistió básicamente en la aplicación del saber al trabajo, lo que produjo lo que suele denominarse como la revolución de la productividad, privilegiando procesos de regulación, negociación colectiva y compromiso social; clima que propició un nuevo contrato basado en los derechos sociales. Con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, se instala la tercera fase de la revolución industrial, que utiliza las máquinas para controlar a otras máquinas, la electrónica se aplica a la automatización y a la producción industrial, utilizando nuevas y más poderosas energías. Sin embargo, el rasgo que caracteriza esta fase es que el saber no se aplica a herramientas, procesos o productos, ni siquiera al trabajo; ahora el saber se aplica al saber mismo, lo cual da lugar a una aceleración progresiva de los procesos de invención, innovación y adaptación, que convierte la economía industrial en economía de servicios, no tan dependiente de la mecanización para la transformación de productos, sino de la inversión en nuevos procedimientos, a partir de los recursos del conocimiento y de las oportunidades que ofrecen las nuevas tecnologías. 

En teoría, se creaban condiciones más favorables y de menor coste para avanzar hacia horizontes de mayor igualdad, pero pocos países se habían preparado para su positiva inserción en ámbitos globales y, en consecuencia, fue muy escaso y selectivo el aprovechamiento de las oportunidades que ofrecía la sociedad post industrial. El nuevo siglo trajo un paquete de nuevas exigencias, de fundamentos y presupuestos claramente diferenciados cuando todavía los individuos y las sociedades hacían ajustes y acomodaciones que respondieran a las nuevas demandas. La sustitución de la economía industrial por la economía de servicios no se hizo siguiendo las pautas recorridas en los procesos de la sustitución del viejo orden. Ulrich Beck constata este cambio en los siguientes términos: “De una manera similar a como en el siglo xix la modernización disolvió la sociedad agraria anquilosada estamentalmente y elaboró la imagen estructural de la sociedad industrial, la modernización disuelve hoy los con tornos de la sociedad industrial, y en la continuidad de la modernidad surge otra figura social, la sociedad industrial se despide del escenario de la historia mundial por la escalera trasera de los efectos secundarios”.

No se han producido los estallidos sociales ni la gran revolución que se esperaba; sin embargo, emerge una nueva sociedad que se caracteriza por los procesos de globalización aplicados a los ámbitos de la economía, con consecuencias inmediatas en las áreas de la cultura, de las comunicaciones y de la vida en general. La extraordinaria transformación tecnológica, las dimensiones que poseen los nuevos mercados, el nuevo papel de las mujeres en el mundo actual y los riesgos que enfrenta el planeta son indicadores que, tomados en conjunto, marcan los pasos de las sociedades actuales hacia la configuración de un orden social distinto, y esta coexistencia de elementos de dos épocas distintas crea confusión e incertidumbre. 

Anthony Giddens mantiene una posición matizadamente diferenciada de la expuesta por Beck, por cuanto entiende que no se trata tanto de avances hacia un orden social sustancialmente distinto en que los indicadores de la modernidad se despliegan con una intensidad hasta el momento desconocida. “En vez de estar entrando en un período de posmodernidad, nos estamos trasladando a uno en que las consecuencias de la modernidad se están radicalizando y universalizando como nunca. Afirmaré que más allá de la modernidad, podemos percibir los contornos de un orden nuevo y diferente que es postmoderno; pero esto es muy distinto de lo que en este momento algunos han dado en llamar posmodernidad”. Manuel Castells se aproxima más a la tesis de Beck de la emergencia de un nuevo orden y concluye que “el espacio y el tiempo, los cimientos materiales de la experiencia humana, se han transformado, ya que el espacio de los flujos domina al espacio de los lugares y el tiempo atemporal sustituye al tiempo de reloj de la era industrial”. Se requiere una real apertura y un movimiento sostenido hacia la comprensión de los signos que definen la sociedad del siglo XXI, al que penetra marcada por un proceso de reestructuración galopante. 

Otro modo de entender la globalización es la posición defendida por Harold James en El fin de la globalización, en la que se declara abiertamente contrario a la novedad del fenómeno, se niega a considerar la globalización como el futuro de la economía y la entiende como una fase del movimiento pendular que se repite en la historia: mercados protegidos, mercados abiertos e interrelacionados, afirmando que ya estamos asistiendo “al inicio de una coalición antiglobalista basada en la hostilidad frente a la inmigración […] una adhesión a los controles de capital, con la intención de prevenir shocks procedentes del sector financiero y escepticismo respecto al comercio global”.4 Desde esta perspectiva concluye su obra con una especie de profecía: “La ausencia de estos dos rasgos –la argamasa intelectual y un modelo específico de viabilidad nacional– puede explicar por qué el péndulo tarda tanto en regresar de la globalidad. Pero no explica, no puede explicar, por qué no lo hará”. A pesar de estas obvias ventajas, la complejidad de lo real obliga a atender también los inconvenientes, las áreas de incertidumbres, de riesgos y peligros implicados en la globalización. 

Se observa una cierta asimetría en los procesos de globalización, que alcanza a los efectos producidos: el beneficio ha repercutido privilegiadamente sobre los países ricos y ha favorecido a los trabajadores más cualificados, penalizando de modo especial a los países en vías de desarrollo, generando incertidumbres y desasosiegos entre los individuos menos preparados, con menor capacidad y competencias limitadas. En este sentido, es válida la idea de Alejandro Llano cuando afirma que “lo primero que se ha globalizado es la pobreza”. El mercado ha funcionado con mayor rendimiento en los sectores financieros e industriales, que son los más favorables a los países más avanzados; en cambio, los sectores de movilidad de individuos y comerciales –principalmente de productos agrícolas, textiles y de confección– que más hubieran beneficiado a los países de renta baja están encontrando dificultades y resistencias casi insalvables. La expansión ha favorecido al capital en perjuicio de los trabajadores. 

El riesgo como consecuencia del progreso

Un grave problema a resolver se relaciona con los riesgos ambientales, que según Beck “poseen una tendencia inmanente a la globalización”, es decir, los riesgos modernos en su expansiva dinámica desconocen las fronteras, ya sea en la forma de ácidos disueltos que son arrastrados por las corrientes fluviales y matan la vida en los ríos, en los manglares y en las plataformas continentales o envenenan las aguas subterráneas, ya sea en la forma de gases que ascienden por las capas atmosféricas y alcanzan a destruir los filtros que el ozono estratosférico constituye frente a los mortíferos rayos ultravioletas o revierten en forma de lluvia ácida que deteriora el normal desarrollo de las zonas boscosas. Cualquiera que fuere su efecto específico, los riesgos civilizatorios deterioran la calidad de vida de los seres humanos en el planeta.7 Los problemas ambientales dan cuenta tanto del abandono de la naturaleza y de la sobreexplotación de las décadas pasadas, como de la magnitud de los esfuerzos y recursos públicos y privados requeridos en la actualidad, para revertir las poderosas y destructivas tendencias del medio. 

Ante este cúmulo de problemas, los Estados nacionales resultan unidades de pequeño tamaño y recursos escasos para abordar las cuestiones ambientales, que afectan claramente a una gran parte de la humanidad. El cambio climático, las lluvias ácidas, la disminución del ozono de la estratosfera, la deforestación, la contaminación de la atmósfera, la escasez de aguas dulces, la extinción de ciertas formas de vida y los accidentes radiactivos, son riesgos ambientales que tanto en su origen, desarrollo y evolución, como en su control, trascienden las competencias y ámbitos de actuación del Estado nacional, inscribiéndose plenamente en el contexto mundial. La distribución de los riesgos sigue pautas que producen un nuevo tipo de asignación, una especie de “adscriptividad civilizatoria”.8 El medio natural es la condición de la vida en general y también de la vida humana en el planeta; en concordancia con estos supuestos es un imperativo conservarlo, lo cual constituye una aspiración ética de primer orden. 

Joseph Stigliz reconoce en la globalización una cierta ambivalencia. Mientras que por un lado la marcan numerosos problemas que afectan su funcionamiento, por el otro promueve posibilidades que abren nuevas oportunidades: “Para algunos la solución es muy sencilla: abandonar la globalización. Pero esto no es factible ni deseable… la globalización también ha producido grandes beneficios: el éxito del Este asiático se basó en la globalización, especialmente en las oportunidades del comercio y los mayores accesos a mercados y tecnología. La globalización ha logrado mejoras en la salud y también una activa sociedad civil global que batalla por más democracia y más justicia social. El problema no es la globalización, sino el modo en que ha sido gestionada”.

Abundando en el tema, Stiglitz da la voz de alerta y advierte en forma dramática: “Si la globalización sigue siendo conducida como hasta ahora, si continuamos sin aprender de nuestros errores, la globalización no sólo fracasará en la promoción del desarrollo sino que seguirá generando pobreza e inestabilidad”.10 Desde el precedente convencimiento hace un llamado vehemente al mundo desarrollado, que es a la vez una advertencia: “El mundo desarrollado debe poner de su parte para reformar las instituciones internacionales que gobiernan la globalización. Hemos montado dichas instituciones y debemos trabajar para repararlas. Si vamos a abordar las legítimas preocupaciones de quienes han expresado su malestar con la globalización, si vamos a hacer que la globalización funcione para los miles de millones de personas para las que aún no ha funcionado, si vamos a lograr una globalización de rostro humano, entonces debemos alzar nuestras voces. No podemos, ni debemos, quedarnos al margen”.11 Sin embargo, no basta con que el mundo desarrollado entienda y emprenda el camino de la rectificación, los países en vías de desarrollo deben trabajar en la elaboración de criterios que respondan a sus propias realidades y no seguir acogiéndose acríticamente a agendas que más bien reflejan realidades ajenas. Sin agendas y sin criterios así pensados, el tercer mundo tendrá que conformarse con resultados mediocres y en cierto modo disfuncionales. 

Peligros y amenazas globales 

El temor y la incertidumbre se derivan de los peligros y amenazas que acompañan la globalización, pero aún bajo tales circunstancias hay ciertos progresos inocultables y redefiniciones que de alguna manera están contribuyendo a mejorar la comprensión del mundo, lo cual, de paso, mejora su gobernabilidad. “Una de las consecuencias positivas de la mundialización de la vida es la progresiva toma de conciencia universal acerca de la dimensión global de determinados problemas. Las urgencias planetarias por la crisis ambiental, el incontrolado incremento demográfico, el malestar y el sufrimiento causado por las migraciones masivas, la crisis espiritual de las democracias, la pobreza y exclusión crecientes, la barbarie de las guerras, son los principales temas de una agenda mundial para la gobernabilidad global”.12 Entre los problemas que preocupan a una parte importante de los ciudadanos en cada país están los efectos de la exclusión económica y social. Se trata de una sociedad pretendidamente democrática, pero no se libera de la exclusión, y más bien anula grupos sociales, por cuanto saca de juego y no simplemente reduce los beneficios a que tienen derecho dichos grupos, que es lo que ocurre con la marginación. Construir otros escenarios y formular otras preguntas no previstas es un ejercicio generador de posibilidades, y constituye una clara opción cuando de cambiar rumbos se trata. 

La sociedad global vive constantemente ante reiteradas situaciones de riesgos, de los que apenas son controlables en sus amenazas y mucho menos garantiza la protección absoluta frente a éstas; lo que genera incertidumbre y miedo, confusión y caos. “Muchos de los riesgos e incertidumbres nuevos nos afectan independientemente de donde vivamos y de lo privilegiados o marginados que seamos”.13 La experiencia de Chernobil constituyó un poderoso acicate de ruptura de esquemas del hombre moderno y un eficaz revulsivo de la conciencia de los habitantes de la sociedad industrial avanzada, para que pudieran tomar conciencia de los graves y muy variados riesgos que pueden afectar nuestras vidas. Esta experiencia sirve de pretexto y anima a Ulrich Beck en la elaboración conceptual de su Risikogesellschaft: Auf dem Weg in eine andere Moderne (versión alemana) de 1986, traducida al inglés en 1991 y al español en 1998 con el título de La sociedad del riesgo: hacia una nueva modernidad, de gran influencia en su momento y hasta el presente,14 la cual “representó una inflexión para la sociología ambiental y propició una serie de réplicas y elaboraciones teóricas sobre el riesgo, el medio ambiente y la modernidad. Las respuestas más notables y de mayor interés fueron una serie de libros y artículos del director de la London School of Economics, Anthony Giddens”.

Beck elabora un estudio sobresaliente sobre la sociedad actual, aborda el riesgo como rasgo general sobresaliente de la sociedad de finales del siglo xx, así como los aspectos que especifican los riesgos de la sociedad contemporánea. Define los rasgos esenciales de los nuevos riesgos, los cuales son consecuencia de los procesos nuevos de modernización, superadores de la vieja y tradicional sociedad industrial, que conducen a una sociedad nueva y distinta, caracterizada por la incertidumbre y la inseguridad, que el autor denomina sociedad del riesgo. Estudia el rol de la ciencia en estos procesos, como también su incidencia en la conformación de los nuevos espacios y estrategias sociales y políticas. De su lado, Manuel Castells describe la sociedad globalizada como la combinación dialéctica de la virtud y la desgracia, lo mejor y lo peor: “Las megaciudades articulan la economía global, concitan las redes informacionales y concentran el poder mundial. Pero también son las depositarias de todos los segmentos de la población que luchan por sobrevivir, así como de los grupos que quieren hacer visible su abandono, para no morir olvidados en zonas sorteadas por las redes de comunicación. Las megaciudades concentran lo mejor y lo peor, desde los innovadores y los poderes existentes hasta gente sin importancia estructural, dispuesta a vender su irrelevancia o a hacer que los demás paguen por ella”. 

Los riesgos que experimenta el hombre del siglo XXI no son tanto las consecuencias de su acción personal, sino peligros y amenazas cuyas causas lo trascienden. El propio éxito y el del grupo social al que pertenece trae aparejada con harta frecuencia notables dosis de riesgo, lo que significa que a la sociedad global el riesgo no sólo le es consubstancial, sino que también le resulta necesario. Beck llega a la conclusión de que “[…] los riesgos y peligros de hoy se diferencian esencialmente de los de la Edad Media (que a menudo se les parecen exteriormente) por la globalidad de su amenaza (seres humanos, animales, plantas) y por sus causas modernas. Son riesgos de la modernización. Son un producto global de la maquinaria del progreso industrial y son agudizados sistemáticamente con su desarrollo ulterior”.

El hombre de hoy sabe que es vulnerable, y su impotencia lo deja anonadado frente al peligro que lo amenaza, independientemente de la distancia a que se encuentre del mismo. La contaminación del ambiente y el desequilibrio ecológico, la corrupción y el desempleo, el terrorismo y el tráfico de órganos y de personas, las armas biológicas y el fundamentalismo religioso, la manipulación genética y el agotamiento del agua potable, los productos transgénicos, las lluvias ácidas y la expansión tecnológica son realidades insoslayables, que están ahí y provocan incertidumbre. “[…] Incluso los países que están preparados desde el punto de vista tecnológico se encuentran con dificultades a la hora de enfrentarse a ciertas fuerzas de cambio global tales como la caída de las tasas de fecundidad, los desequilibrios demográficos, el calentamiento global, la inestabilidad financiera, o la necesidad de proteger las comunidades agrícolas para que no se vuelvan cada vez más obsoletas”.

Estas amenazas ocultas en el progreso y desarrollo de los pueblos avanzados son propias del mundo globalizado e igualan y democratizan en razón de que los peligros se reparten entre todos los ciudadanos por igual. Como escribe U. Beck: “[…] objetivamente los riesgos despliegan un efecto igualador dentro de su radio de acción y entre los afectados por ellos. Ahí reside precisamente su novedosa fuerza política. En este sentido, las sociedades del riesgo no son sociedades de clases; sus situaciones de peligro no se pueden pensar como situaciones de clases, ni sus conflictos como conflictos de clases”.19 Ese efecto democratizador y como tal político no es deseable ni por estar ahí sin remedio; hoy se carece de respuestas u opciones alternativas, pero en el futuro no tiene que ser necesariamente de ese modo. Procurar la producción social de riqueza es a la vez aceptar como un efecto necesario, aunque no buscado, el riesgo que aquella arrastra como secuela: “En la modernidad avanzada, la producción social de riqueza va acompañada sistemáticamente por la producción social de riesgos”.

Tecnología e incertidumbre 

Otro aspecto al que se presta atención en cualquier estudio sobre la globalización se refiere al papel de las tecnologías como factor de cambio. Desde mediados de la década de los noventa, Castells ha venido enfatizando la importancia del factor tecnológico en los comienzos del tercer milenio de nuestra era: “Una revolución tecnológica, centrada en torno a las tecnologías de la información, está modificando la base material de la sociedad a un ritmo acelerado. Las economías de todo el mundo se han hecho interdependientes a escala global, introduciendo una nueva forma de relación entre economía, Estado y sociedad en un sistema de geometría variable”.21 Para Castells, la mutua interdependencia entre la tecnología y la sociedad es debida en gran medida a la acción convergente del Estado y de las fuerzas sociales y culturales activas en un territorio en un momento determinado. Muchos cambios obedecen a variables diferentes, pero es tal el peso de la tecnología, que es preciso subrayar su papel. “El paso histórico de las tecnologías mecánicas a las de la información ayuda a subvertir las nociones de soberanía y autosuficiencia que han proporcionado un anclaje ideológico a la identidad individual desde que los filósofos griegos elaboraron el concepto hace más de dos milenios. En pocas palabras, la tecnología está ayudando a desmantelar la misma visión del mundo que en el pasado alentó”.22 No es posible equiparar globalización y tecnología; no obstante, la comprensión del mundo en la era de la globalización tiene difícil explicación al margen de la tecnología. 

De su lado, Fredric Jameson se opone al criterio de que la tecnología sea determinante en la vida social y cultural de los hombres. “[…] Intento evitar la suposición de que la tecnología sea de algún modo determinante en última instancia, ya sea para nuestra vida social actual o para la producción cultural […] Pretendo, al contrario, sostener que nuestra representación imperfecta de una inmensa red informática y comunicacional no es, en sí misma, más que una figura distorsionada de algo más profundo: todo el sistema mundial del capitalismo multinacional de nuestros días”. Aún así, y sin caer en reduccionismos, la tecnología en la actualidad tiene un papel insoslayable e, independientemente del criterio de Jameson, contribuye a la expansión del mercado y crea nuevas oportunidades, si bien dentro de un marco asimétrico, claramente perfectible.

En este mundo más abierto y competitivo, saturado de incertidumbres y peligros, pero también con horizontes de ocasiones y oportunidades que, en mayor o menor grado, está afectando a todos los países, es obvia la necesidad de replantarse los procedimientos y modos de preparación y formación que nuestra sociedad ofrece a los jóvenes. Se hace preciso y urgente atender a las oportunas correcciones para que las mujeres y los hombres puedan acceder a ese mundo abierto y competitivo con las mejores oportunidades de éxito. En la sociedad actual no hay medio más seguro de promoción humana y social para todos que una educación de primerísima calidad. 

Notas 

1 Beck, Ulrich, La sociedad del riesgo: Hacia una nueva modernidad, Paidós, Barcelona, 1998, pp. 16 y 17.
2 Giddens, Anthony, Consecuencias de la modernidad, Alianza editorial, Madrid, 2002, p. 17. 
3 Castells, Manuel, La era de la información, vol. iii: Fin del milenio, Alianza editorial, tercera edición, Madrid, 2001, p. 26. 4 James, Harold, El fin de la globalización, Turner publicaciones, Madrid, 2003, p. 281. 
5 Ibídem.
6 Llano, Alejandro, “La otra cara de la globalización”, en El País, miércoles 27 de junio, Madrid, 2001.
7 Beck, Ulrich, La sociedad del riesgo: Hacia una nueva modernidad, cit., p. 42.
8 Ibídem, p. 47.
9 Stiglitz, Joseph E., El malestar de la globalización, Taurus, Madrid, 2002, p. 269.
10 Ibídem, p. 309.
11 Ibídem, p. 314.
12 Nieto, Jorge, “Gobernar la globalización: La cosmopolítica para la gobernabilidad democrática”, en Los retos de la globalización, tomo I, editado por Francisco López Segrera, Unesco/cresalc, Caracas, 1998, p. 357.
13 Giddens, Anthony, Un mundo desbocado, Taurus, México, 2001, p. 15.
14 De nuevo Beck vuelve sobre esta categoría en La sociedad del riesgo global (editorial Siglo XXI, Madrid, 2006).
15 Lemkow, Louis, Sociología ambiental, Icaria, Barcelona, 2002, p. 131.
16 Castells, Manuel, La era de la información, vol. I: La sociedad red, Alianza editorial,segunda edición, Madrid, 2000, p. 483.
17 Beck, Ulrich, La sociedad del riesgo: Hacia una nueva modernidad, cit., p. 28.
18 Kennedy, Paul, Hacia el siglo XXI, Plaza y Janés editores, Barcelona, 1993, p. 431.
19 Beck, Ulrich, La sociedad del riesgo: hacia una nueva modernidad, cit., p. 42.
20 Ibídem, p. 25.
21 Castells, Manuel, La era de la información, vol. I, La sociedad red, cit., p. 31.
22 Barglow, Raymond, The crisis of the self in the age of information. Computers, dolphins and dreams. New York: Routledge, Critical Psycchology Series, citado por Manuel Castells en La era de la información, vol. I, cit., p. 53.
23 Jameson, Fredric, El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, ediciones Paidós Ibérica, Barcelona 1991, pp. 84 y 85.  
24 Ocampo, José Antonio et al, Globalización y desarrollo, cepal, Brasilia, 2002, p. 77, “[…] la economía mundial es un ‘campo de juego’ esencialmente desnivelado, que ofrece condiciones iguales para todos, cuyas características distintivas son la concentración del capital y la generación de tecnología en los países desarrollados, y su fuerte gravitación en el comercio de bienes y servicios. Estas asimetrías características del orden global constituyen la base de las profundas desigualdades internacionales en términos de distribución del ingreso”. 

Bibliografía 

beck, Ulrich, La sociedad del riesgo: Hacia una nueva modernidad, Paidós, Barcelona, 1998. 

castells, Manuel, La era de la información, vol. I: La sociedad red, Alianza editorial, segunda edición, Madrid, 2000. 

castells, Manuel, La era de la información, vol. iii: Fin del milenio, Alianza editorial, tercera edición, Madrid, 2001. 

giddens, Anthony, Un mundo desbocado, Taurus, México, 2001. 

giddens, Anthony, Consecuencias de la modernidad, Alianza editorial, Madrid, 2002. 

james, Harold, El fin de la globalización, Turner publicaciones, Madrid, 2003. 

jameson, Fredric, El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, ediciones Paidós Ibérica, Barcelona, 1991. 

kennedy, Paul, Hacia el siglo XXI, Plaza y Janés editores, Barcelona, 1993. 

lemkow, Louis, Sociología ambiental, Icaria, Barcelona, 2002. 

nieto nieto, Jorge, “Gobernar la globalización: La cosmopolítica para la gobernabilidad democrática”, en Los retos de la globalización, tomo I, editado por Francisco López Segrera, Unesco/cresalc, Caracas, 1998. 

ocampo, José Antonio et al, Globalización y desarrollo, cepal, Brasilia, 2002. 

Stiglitz, Joseph E., El malestar de la globalización, Taurus, Madrid, 2002. 


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