Giorgio Jackson tiene 31 años. En las últimas elecciones de Chile ha obtenido más de cien mil votos, convirtiéndose en el parlamentario más votado de la Cámara de Diputados. En marzo de este año empezó su segundo mandato. Y será el último, porque todos los representantes políticos de Revolución Democrática –la agrupación política que lidera– se han comprometido a respetar el límite de dos mandatos legislativos, un elemento importante para impulsar la rotación en la representación política y limitar tanto la tendencia de los políticos a alejarse de la vida de los ciudadanos comunes como las consecuencias en cuanto a corrupción. Nos encontramos en la oficina de su diputación, un espacio joven con un equipo joven. En su manera de vestirse, presentarse y relacionarse se nota en seguida la diferencia entre un «políticoactivista» y un «político de profesión». Con él y otros diputados y diputadas jóvenes del Frente Amplio se están sentando las bases para una verdadera ruptura con la forma más tradicional de hacer política de partido. Y todo tuvo un comienzo, la llamada «revolución pingüina» de 2006, cuando los estudiantes secundarios de todo el país salieron a las calles, ocuparon los colegios, rompieron con ciertos mitos y disputaron el escenario político y mediático durante varios años.
Yo no participé del movimiento secundario, ya había salido del colegio. Pero no hay duda de que ese movimiento fue determinante tanto para las futuras movilizaciones estudiantiles de 2011, en las cuales fuimos los estudiantes universitarios a poner la pauta, como para la sociedad en su conjunto. La revolución pingüina rompió el mito de que había que confiar en la institucionalidad y en los partidos políticos… y de que todo iba bien. Mi impresión es que después de 2006 aparece y crece una desconfianza generalizada hacia la institucionalidad, desconfianza fundada en lo vivido, en la acción, y que nos permitió a los activistas políticos ser un poco más resistentes a la tentación de delegar la toma de decisiones meramente al ámbito político institucional. No significa que los actores sociales dejamos de disputar esos espacios, pero sí que empezamos a generar más anticuerpos y ciertas oportunas distancias para construir nuevos caminos de manera independiente.
Por un lado, puso en una posición muy difícil al primer Gobierno Bachelet, obligándolo a cambiar la agenda política, colocando ahora sí en primer lugar la educación pública, el fin del lucro y el cambio del sistema de financiamiento de la misma. ¿Por qué la Concertación aún no se había hecho cargo de cambiar el modelo educativo heredado de la Dictadura? Ese es el cuestionamiento político que los adolescentes menores de edad le plantearon al Gobierno y también a toda la sociedad. Por otro, la revolución pingüina estuvo marcada por el gran apoyo que recibió de muchos actores sociales, pero también, más en general, de todas las familias. Vimos muchos padres y madres acudir a los colegios tomados por sus hijos, llevando comida, apoyándolos en las actividades cotidianas y defendiendo el accionar de los jóvenes frente a las cámaras. «Nuestros hijos nos están dando una lección», era una de las frases más escuchadas. De esta manera la juventud se posicionó y se validó como un actor político serio.
En 2011 ya contábamos con todo el aprendizaje hecho durante 2006 y los siguientes años. Por tanto, actuamos en el escenario político después de un proceso de maduración muy importante, un proceso acumulativo que nos permitió colocar nuevos temas especialmente desde el ámbito de la educación superior, pero también articularnos con otras reivindicaciones. Además, en 2011 nos enfrentábamos a un Gobierno de derecha; por tanto, como movimiento estudiantil, logramos un nivel de unidad que durante el Gobierno de la Concertación no siempre fue posible. La agenda de Piñera la rechazamos en bloque. Pero también hay algo muy importante que antes no podíamos notar: en 2011 ya había muchos egresados universitarios que empezaban su camino en el mundo laboral con la deuda generada por el Crédito con Aval del Estado, creado en 2005 durante el Gobierno de Lagos. Finalmente, las estructuras de representación estudiantiles a nivel universitario tenían más experiencias respecto a las secundarias, y eso permitió articulaciones y diálogos más fuertes.
La frustración fue seguramente el motor que nos movió a tomar la decisión de disputar el escenario político partidario. Las limitaciones que nos imponían la institucionalidad y los poderes económicos privados nos hicieron ver que teníamos que buscar otro camino, entre lo posible y lo imposible. Como no nos sentíamos parte de ningún partido político existente, tuvimos que crear otra opción, con una invitación abierta a construir en conjunto algo nuevo.
Lo primero es la voluntad que tenemos de radicalizar los procesos democráticos, tanto dentro de Revolución Democrática como en el país. Nuestra estructura, de hecho, es bastante participativa, con muchos espacios deliberativos y de retroalimentación con los territorios y las bases, y con herramientas informáticas que nos permiten caminar hacia más participación directa. De hecho, el partido reproduce la horizontalidad que aprendimos a vivir en el movimiento social y en las orgánicas universitarias, rompiendo con la verticalidad de las cúpulas de los partidos tradicionales. El segundo pilar es la lucha por los derechos de los ciudadanos: en educación, salud, pensiones, temas ambientales y feminismo, entre otros, hasta llegar a incluir de lleno en nuestros planteamientos el tema de la Asamblea Constituyente para construir una nueva Constitución para Chile y dejar en el pasado la actual, que sigue siendo, a pesar de las reformas, la Constitución de Pinochet. Ahora, además, nos estamos cuestionando mucho en cuanto al modelo económico, eje estratégico en el cual aún somos bastante débiles. A raíz de la actual revolución digital y tecnológica se nos abre un abanico de complejidades, desde lo laboral hasta la macroeconomía, que es difícil analizar en poco tiempo. Finalmente, Revolución Democrática es formalmente un partido, pero somos activistas y nos consideramos más como movimiento que realmente activa ciertas causas y reivindicaciones en el escenario institucional. Así como lo hacían los partidos antes, pero que ahora simplemente se dedican a administrar el statu quo, casi sin opciones de cambiarlo y sin pensamiento crítico.
Hay varias experiencias a las cuales estamos mirando como Revolución Democrática y también como Frente Amplio. En Uruguay también existe un Frente Amplio, naturalmente desde hace muchos más años. También surge de la convergencia de varios grupos políticos y tiene mecanismos internos que ayudan a mantener la unidad de la coalición. Hoy, después de tres gobiernos, hay muchas críticas al Frente Amplio de Uruguay, sobre todo porque no ha logrado romper realmente con el modelo hegemónico, de la manera que ellos mismos desearon. En España, nos llama la atención lo que pasa con Podemos, porque trata de combinar el discurso y las reivindicaciones del movimiento social con herramientas tecnológicas y participación territorial. Además, con una estética diferente a la izquierda del siglo XX. Se propone de manera más ciudadana que militante, por tanto aspira a crear una gran mayoría. Aunque las tácticas y estrategias pueden a veces resultar equivocadas, creo que es otro de los movimientos políticos de los cuales podemos aprender. El PSOL de Brasil, Patria Grande de Argentina (que también nace de las luchas del movimiento estudiantil), la experiencia muy interesante de «Wikipolítica» de México, una manera de organizar el conocimiento y la inteligencia colectiva para crear una mayoría política capaz de transformar. Estamos mirando al mundo, especialmente al continente, pero al final tendremos que encontrar una «vía chilena», y esta es difícil de encontrar porque la sociedad de nuestro país es muy temerosa, está sumida en un modelo muy individualista y de mucha precariedad que no permite mirar hacia nuevos horizontes sin asumir fuertes riesgos.
Sí, tiene sentido. Estamos viviendo y actuando con frecuencias distintas. Pero también estamos viviendo en una sociedad que se desarrolla y cambia con una rapidez nunca vista antes y esto realmente representa un gran desafío para nuestra generación y las futuras. Tanto para los ciudadanos como para la institucionalidad. Y todos los días notamos que la institucionalidad está totalmente ajena a este proceso tan veloz.
La verdad es que cuando fui dirigente estudiantil nunca se me pasó por la cabeza. No estuvo dentro de mis planes hasta el segundo semestre de 2012. En ese momento, desde el partido se toma la decisión de apostarle a las elecciones de 2013 y que yo pueda asumir el desafío. Construimos una propuesta de política y activismos, de radicalidad y responsabilidad a la vez. Una de las cosas interesantes de haber empezado a trabajar desde el Congreso es ver que las perspectivas pueden cambiar. Ciertos prejuicios se confirman, otros pierden sentido y se convierten en juicios positivos. Pero en general el trabajo con Karol Cariola (del Partido Comunista), Camila Vallejo (del Partido Comunista) y Gabriel Boric (Izquierda autónoma) fue muy importante y coordinado. Especialmente con Gabriel Boric convergimos políticamente y sentamos las bases parlamentarias de lo que hoy en día es el Frente Amplio.
Los partidos que conforman el Frente Amplio no renuncian a la ideología; quizá algunos sean menos ideológicos que otros, pero la reconocemos como un valor. Sin embargo, sabemos que no es un paraíso terrenal que se pueda describir, sino más bien algo que nos empuja, un vector de movimiento. Por tanto, a pesar de que ideológicamente los frenteamplistas pueden tener bases y objetivos distintos, en el Chile de hoy, ante la oportunidad de gobernar cuatro u ocho años logramos hacer coincidir nuestros programas. De hecho, dentro del Frente tenemos discusiones tanto ideológicas como programáticas, tanto sobre el largo plazo (una construcción de país), como para el corto plazo (un programa de gobierno). De momento, no hay duda, el día a día parlamentario en un Chile tan inclinado a la derecha se llena de luchas a corto plazo.
Más que representativas, nuestras democracias deberían ser participativas y deliberativas. Por tanto, no deberían existir «representantes» que simplemente medien entre ciudadanos e instituciones… o que se atribuyan el derecho de actuar de manera tan impune y tan libre de las condicionantes de sus votantes como acontece hoy en día. Debemos construir canales continuos de diálogo entre la sociedad y la política, algo que perdure entre un proceso electoral y el siguiente. Por un lado, democracia directa, y, por el otro, espacios de intercambio entre las diferentes posturas, porque de nada vale tener una democracia más participativa y directa si no creamos espacios de intercambio entre visiones y propuestas distintas. Siempre empezamos con una idea preconcebida sobre un tema, pero estos espacios nos permiten ver el mismo tema desde una perspectiva distinta y mejorar o cambiar nuestra postura inicial. El problema es que hoy no tenemos ni espacios para la toma de decisiones directas ni espacios deliberativos para el intercambio de opiniones constructivo para la ciudadanía.
Sí, pero de momento es un espacio muy acotado. Solo participa el 10% de nuestros militantes. Todavía nos cuesta mucho vincular a nuestra militancia con estas prácticas para la toma de decisiones colectivas a través de una plataforma web. Nos falta densidad todavía, porque los militantes no están acostumbrados a la participación personal sin delegar a los cuadros de partido como lo podrían hacer los partidos tradicionales. La baja densidad responde naturalmente a la despolitización a la cual nos acostumbraron por décadas. Sin embargo, para Revolución Democrática esto es una apuesta clara. Ya estamos construyendo un piloto para ver cómo podemos aprovechar toda la inteligencia colectiva que no está en las instituciones, que no está en el Congreso, pero que seguramente puede contribuir a la construcción de propuestas de leyes o políticas públicas.
Creo que como Frente Amplio tenemos algunos puntos concretos en común con el movimiento de Italia. Por ejemplo, todos los candidatos al Congreso del Frente nos comprometimos a bajar de la mitad el sueldo de los parlamentarios y también a no quedarnos más de dos periodos en el cargo. Fue el compromiso «Cambiemos el Congreso», que también incluía la apuesta por una nueva Constitución a través de una Asamblea Constituyente.
Seguramente cambia el escenario de fuerzas en el debate. El Frente Amplio presentará siempre una mirada crítica a todos los procesos legislativos. Haremos nuestro papel de oposición, pero yendo más allá de la simple crítica entre dos polos que se echan la culpa por lo que hicieron durante sus respectivos gobiernos. Los dos bloques tradicionales llevan la pelea hacia qué hizo el otro en su administración. Pero el Frente Amplio tiene la oportunidad de ver más allá de la disputa de «egos» y de gestión, claramente porque nunca estuvo gobernando, pero también porque somos capaces de enriquecer el debate y no solo de criticar ambas administraciones. Sin embargo, aún no hemos roto con el bipolarismo, porque hay muchas instituciones que siguen funcionando bajo la lógica del sistema binominal; por ejemplo, el Tribunal Constitucional, entre otras instituciones que siguen operando al servicio del statu quo. Aún estamos en construcción, aún no estamos listos para esta gran pelea. Nos falta una orgánica fuerte, que resista las tensiones internas y los ataques externos, y construir la confianza necesaria con nuestras bases.
Ok, pues seguramente uno sería el tema de las pensiones. Nuestros adultos mayores están viviendo una sentencia a la soledad y a la pobreza. Si no creamos verdaderas formas de solidaridad intergeneracional, la verdad será que nuestros adultos mayores se morirán en la soledad, en la depresión y en la enfermedad. No puedo entender que este panorama desolador aún no logre recibir la atención que merece dentro del sistema político actual. Desde el Frente Amplio seguiremos apoyando al movimiento «No Más AFP» porque consideramos que los fondos de pensiones están acabando con los derechos y dignidad de nuestros viejos. Hay muchos intereses en juego en este tema; aquí se disputa tanto el ámbito social como el político y el económico del país, tocando intereses económicos muy grandes.
Y el segundo tema de hoy es seguramente la migración. En los últimos años, Chile se ha convertido en un país de migración, con un cambio profundo en la composición de la misma. Ya no son solo esencialmente peruanos como ha sido por dos décadas, sino que han llegado muchos migrantes provenientes de otros países de América Latina y del Caribe, como Colombia, Venezuela, República Dominicana y Haití. El cambio ha sido mucho más rápido en los últimos cuatro o cinco años e incluyó problemáticas distintas: la situación económica y política de Venezuela, la situación de conflicto de Colombia, la crisis humanitaria haitiana, etc. La llegada de mucha población pobre, indocumentada y con bagajes culturales muy diferentes ha puesto al descubierto la poca capacidad del Estado chileno para recibir el flujo de migrantes que estamos recibiendo en la actualidad. Pero también ha mostrado fenómenos de racismo y clasismo, y nos ha hecho entender que Chile aún no es una sociedad preparada para recibir a tantos migrantes en tan poco tiempo. Entonces queda una pregunta: ¿queremos ser un país tan abierto culturalmente como lo somos económicamente?