Hugo Mujica ha tenido tres nacimientos en su vida. El primero es en el año 1942, en Avellaneda (Argentina), en el seno de una familia obrera y de índole más bien anarquista. Después de un accidente que deja ciego a su padre, con apenas trece años, el joven Mujica tiene que trabajar en una fábrica para apoyar a su familia. A los diecinueve decide escapar del servicio militar, yéndose a Estados Unidos. Antes de su partida había estudiado Bellas Artes a la par de la escuela secundaria nocturna. Al poco tiempo de llegar a los Estados Unidos se establece en Greenwich Village, Nueva York, donde pasa por todos los trabajos típicos del emigrante recién desembarcado, y pronto se vincula con los jóvenes artistas plásticos norteamericanos. Explora de cerca el movimiento hippie y psicodélico estadounidense, junto con figuras como Timothy Leary, que influyeron en su obra plástica. Hacia finales de la década se va desprendiendo de la plástica para adentrarse en el ámbito espiritual. Este paso lo da de la mano del poeta Allen Ginsberg, a través de quien entra en contacto con el monje hindú Satchidananda, que proponía una disciplina yoga.
Una de sus conferencias tiene lugar en un monasterio trapense, que es donde Hugo Mujica contacta con el cristianismo. Es ahí cuando entra en el ámbito místico, que empieza lo que él llama su tercer nacimiento.
Adopta la vida trapense y hace un voto de silencio por siete años. Ahí Mujica descubre en el silencio un nuevo lenguaje, y durante el silencio surge en él la poesía. Una vez que deja el monasterio viaja un año por Europa para volver luego a Argentina. Pasa un tiempo solo en el campo escribiendo su autobiografía, pero no como un acto literario, sino como un ejercicio personal. Una vez que se narra a sí mismo su vida, se deshace del manuscrito. Vuelve a Buenos Aires, donde se hace sacerdote y se establece hasta el día de hoy en su apartamento de la calle Libertad.
A la fecha cuenta con más de veinte libros publicados. Su obra poética, ensayística y narrativa fue recopilada por la editorial Vaso Roto en los tres tomos de El crear y lo creado, del año 2013. Ese mismo año publica el poemario Cuando todo calla con Visor, con el cual gana el Premio Casa de América. Desde entonces cuenta con otro nuevo poemario y tres nuevos ensayos, entre ellos el ensayo en clave poética Dionisio: Eros creador y mística pagana (2016), editado por El Hilo de Ariadna.
Esta energía creadora de Hugo Mujica la pude presenciar tres veces durante mi estancia en Argentina en 2018. Lo vi participar en la presentación del libro El cuaderno de la rata almizclera, del cubano Víctor Rodríguez Núñez, una velada íntima en una pequeña librería del barrio de San Telmo. También asistí a la charla que dio en la Fundación Centro Psicoanalítico Argentino, y lo escuché un domingo en la misa nocturna que tiene a cargo en la parroquia Patrocinio de San José. Días antes de dejar Argentina le escribí un e-mail para proponerle una entrevista. Me contestó afirmativamente al día siguiente. La tarde del encuentro atravesé buena parte de Buenos Aires bajo la lluvia húmeda hasta su edificio en la calle Libertad. Es uno de esos departamentos antiguos, con un techo tan alto que parece dar al cielo. Pasamos al escritorio, que queda anexo a la sala del recibidor de la entrada. Una pared completa, de lado a lado y del suelo al techo, hace las veces de una biblioteca gigantesca. Adentro no hacía frío ni se escuchaba el tráfico de la ciudad. Sonaba una música clásica que acompañaba el silencio. Y en su escritorio nos sentamos frente a frente para realizar la entrevista.
Entre el escritor y el orador, ¿cómo es esa relación que tiene usted con la palabra? Mi relación no es con la palabra sino con la escucha; es un poco el situarse en un espacio determinado, el que suscite una determinada expresión. Entonces, la palabra es la que responde y, por lo tanto, más que nada, es el ámbito en el cual la pregunta viene; en este caso tuya.
Cuando se refiere a la escucha, ¿desde dónde lo hace?
No, porque si estás atento no escuchás, esperás. Tenés una expectativa. En realidad, es estar abierto más que atento. Porque cuando estás atento de alguna manera focalizás. La relación con la escucha, yo diría que es la relación ontológica por antonomasia, más allá de que somos el animal del logos, el animal que habla. Yo hablo porque escuché antes de hablar, cuando nací yo no hablaba, fue la comunidad la que me dio el discurso, acogiéndome. Pero yo escuchaba, entonces hay una prioridad de la escucha sobre el lenguaje, y creo que recuperar eso es lo que permite hablar desde otro lugar. Que no es desde el lugar de lo ya hecho sino de lo naciente para decir.
No sería una escucha para responder.
No, es una escucha, punto. Es una pasividad. La pasividad del lenguaje es la escucha; y pasividad en el sentido de hacerse pasible. Se hace pasible, digamos, flexible de responder. Nosotros somos impactados de alguna forma, sea por una pregunta, sea por un objeto, sea por una persona, y cuando estás así, cuando sostenés la escucha, eso suscita la respuesta.
Hay un poema que usted tiene, donde el último verso es: «La muerte es nacer afuera». En ese sentido del lenguaje, primero la escucha, después la palabra…
No, pará. En realidad, es: silencio, escucha, palabra. Pero el silencio encarnado es escucha.
Una escucha automática. Escuchas porque estás.
Sí, porque el silencio no es nada, es una metáfora. Un verso mío dice: «en el silencio el silencio habla». Uno dice, escucho el silencio, pero no hay nunca un silencio. Lo que uno escucha es que todo es expresividad. Después lo llevo o no lo llevo al lenguaje, pero el silencio nos hace oyentes.
Ahora, ese «nacer afuera», me preguntaba si había tenido una relación intrínseca con el haber estado viviendo en otros países, la migración…
Ah, vos ves el afuera como geográfico.
Claro, puede ser por una referencia personal.
Sí, claro, porque vos estás en eso; pero no, para mí ese afuera te diré que puede hasta significar fuera de la vida. Fuera de la comprensión. Es un afuera más ontológico que físico. Pero entiendo, también se puede leer de lo que vos decís. Mi experiencia personal a los diecinueve años, me fui a viajar y ahí nací también. Siempre digo que tengo como tres nacimientos: el haber nacido acá –Argentina–, y me dieron el nacer, y me dieron un lenguaje, la lengua materna; a los diecinueve años me fui a la deriva, a viajar, y me fui a Estados Unidos y me tuve que dar un nacimiento a mí mismo, porque me tuve que hacer cargo de mi vida, y tuve que conquistar un idioma, en vez de tenerlo; y después, para mí, mi tercer nacimiento es cuando entro en lo místico, en lo monástico, y ahí recibo un lenguaje nuevo que es del silencio. Los años de silencio son desde lo que yo nací a la poesía, por otra parte.
El silencio como un lenguaje nuevo. ¿Un lenguaje espiritual, quizás? No sé. Lo espiritual viene después. Dejemos al silencio como lenguaje nuevo, porque si encasillás ya se va para otro lado.
En esos tres nacimientos veo igual el peso del lenguaje. Sí, por eso enfatizo el lenguaje recibido, el conquistado y después de nuevo el recibido. Y un lenguaje que ya no es lenguaje.
Y en ese tiempo, ¿en qué momento surge la poesía? Porque tengo entendido que usted primero hacía artes plásticas.
Sí, yo me dedicaba a la plástica desde chico. Y surge, yo haría tres años que ya estaba en la vida monástica, de ahí surgió, yo diría, nací a la poesía físicamente. Sin pensarlo fui y anoté algo que veía y fue mi primer poema. Ahí me di cuenta que se abría un poner en palabras una vivencia. Y la vivencia era que la existencia es expresividad.
En el momento en el que vuelve para Argentina, hubo ahí un volver a la lengua materna. ¿Tuvo algún cambio?
Yo estaba en el norte de Francia. Cuando salí estuve casi un año en Europa.
Buenos Aires y me fui diez meses al campo. Después volví ya más de a poquito.
¿Y sí pudo hacer un establecimiento acá? Sí.
¿Cómo fue ese establecimiento? ¿Tuvo algo que ver en su proceso con el cristianismo? No, te digo, vine, fui al campo, ahí escribí mi biografía, después la tiré porque no era una expresión literaria sino de alguna forma el contarme a mí, o a través de contármelo a mí, entender tantas cosas que venía viviendo. Muchas experiencias. Creo que ahí me puse al día con una vida que no había sido precisamente reflexiva, en el sentido de que era más vivencia, por eso después le tuve que dar, si querés, la ilación de la palabra para contarme eso que uno es, que uno es el que se va contando.
En ese contarse, ¿eso lo llevó a tomar alguna decisión en especial o fue un narrarse introspectivo?
Yo nunca he tomado ninguna decisión así que me senté y dije «voy a hacer tal cosa», siempre fue, y sigue siendo, como un encuentro. Es la vida la que te trae ofertas. Como decía, la vida nos precedió, entonces cuando uno cae en el mundo el mundo ya está hecho, y uno va y va respondiendo a cosas. Yo nunca vi esos momentos donde uno decide, sino más bien uno va tomando pequeñas opciones que con el tiempo se convierten en figuras.
Veo ahí la separación que usted hace de que las cosas no deben tener un uso funcional ni un propósito.
Sí, absolutamente. Creo que despejar la utilidad del mundo vuelve el mundo un paraíso. Mis dos primeros años de vida monástica, cuando entré en la Trapa, me dijo el que me dirigía: «bueno, ahora todas las tardes, de dos a seis, andá al bosque», y yo pregunté: «¿a qué?», y me contestó: «no, a nada». Y me dijo algo que en ese momento me pareció rarísimo, y ahora me parece genial, dijo: «pero no recés porque también rezar es sacar cuentas». Era como aprender que para vivir no hay nada, que la vida está hecha. El sacarse esa voluntad de poder que circula por nuestra sangre. Que somos nosotros los que hacemos, los que decidimos. Y eso es la escucha también, una acogida, una acogida física incluso.
Ahora, mencionando la palabra poder, me imagino como un sacar afuera de la persona todo eso, y quizás me llega la idea general de que se deposita en una figura superior, Dios quizás. Entiendo que no es así como usted lo dice, pero me llegó la imagen de que cuando se saca cierta utilidad de uno, eso se pone en un lugar. Ahí me llegó un Dios con ciertas características que después se da toda una estructura moral para guiar a las personas a través de todas esas características que se sacan de la persona, todo ese poder.
Sí, la construcción de Dios de Feuerbach. Que nosotros ponemos en Dios nuestro deseo. Pero no, yo no lo metería por ahí. Te diré que sí es en la vida monástica, es más una vida de deconstrucción que de construcción. Es más un Dios Nada que un Dios religioso.
Sería más un deshacerse, no un traspolar.
Sí, un deshacerse. Y a medida que te deshacés, deshacés también el imaginario que contiene un Dios.
Me llega ahora la frase con la que usted cierra la charla de «Un paso atrás de Dios». «Dios es Dios despojándose de Sí. Nosotros somos nosotros desprendiéndonos de él. Porque es en cada uno donde Dios se despoja de Dios. Es en cada despojo del sujeto que objetiva donde todo vuelve a su Nada. Donde todo se vuelve al inicio.» Esa parte del despojo fue la que me llegó.
No es un despojo, porque no nos despojamos de nada. Simplemente nos despojamos de lo que creíamos que era.
No hay un acto.
En realidad, la vida de silencio es la quintaesencia de la vida trapense. El voto de silencio, y de soledad y de obediencia, que implica que vos no sos el proyecto en el cual te identificás. Todo eso es un ir deconstruyendo. Yo siempre tengo la metáfora, por antonomasia, de esos años en que no hay espejos. Ni siquiera sos vos el reconocimiento de vos en la imagen fija que te repite. Es más bien un momento en el que queda… ¿qué queda?, queda la vida, la vida desnuda. Si querés lo llamás Dios, pero ya complicás la cosa.
¿Sería una opción nombrarlo Dios?
Sí, es una opción de comunicación.
¿Cómo usted vive esto en el sacerdocio?
Medio lo que empezamos diciendo, cada situación pide otra cosa. Yo no hablo como estoy hablando con vos cuando voy a la verdulería a comprar. Hablo de otra cosa, por ejemplo, del verde de la lechuga. Y en determinados lugares son diferentes niveles de la misma experiencia que te suscita el otro. Entonces en algún lugar la palabra Dios tiene sentido, en otro no tiene. A mí cuando me preguntan «¿cree en Dios?», me da risa porque el otro tiene la ingenuidad de que en una palabra, que es un acontecimiento y no una palabra, los dos vamos a estar entendiendo lo mismo.
Es un acontecimiento y no una palabra.
Sí, el nombre de Dios es la idea de señalar hacia el acontecimiento Dios.
Pienso en que está el nombre de la palabra de Dios como ese señalar, pero también digo, ¿Jesucristo a la vez no sería un acontecimiento, la encarnación de esa palabra Dios? Sí, pero de nuevo, vos decís Cristo y vos creés que yo creo lo que vos creés que creo yo (risas). Para mí Cristo es el acontecimiento de que hubo alguien para quien la muerte no era un final.
¿Un espacio donde la muerte deja de ser la muerte?
Deja de tener un final. Que no quiere decir un cielo en el sentido armado del imaginario. Quiere decir que hay una ruptura.
Quizás podría pensar que nace de la angustia que suscita la muerte misma.
Sí, pero sería difícil decir por qué tendríamos que angustiarnos ante la muerte si es algo natural. Es más compleja la cosa. ¿Por qué el hombre no se asume como que va a morir? Hay algo en el hombre que reclama otra cosa. Y esa otra cosa la encuentran plasmada en ese hombre.
¿Piensa que quizás en el despojo también habría algo de eso? ¿El aprender a despojarse quizás calmaría un poco?
No sé si calmaría sería la palabra. (Risas) Ya te salió el psicólogo. No, pensá una cosa, la palabra menos comprometida y más expansiva que hay de Dios es que es el absoluto. Absoluto quiere decir absuelto: suelto de. O sea, cuando decimos lo absoluto estamos hablando de algo absolutamente abierto, ligado a nada. Un espacio de apertura, o sea de libertad. Entonces, ¿cuál sería el fundamento último que intuimos de Dios? Es que es ese anhelo de libertad absoluta que todos llevamos dentro. De no estar atado, y despojarse, soltarse, el dejar ser. Todo eso siempre está hablando de ir desatando. De ir des-identificándonos. O sea, yo soy, pero yo no soy tal cosa y tal otra y tal otra. Yo soy.
¿En la muerte se tensa esa libertad?
No sé, porque es una imagen que tengo, pero en el momento de la muerte uno va a actuar acorde a cómo vivió. Entonces el que fue despojándose y soltando, y gozó de esa amplitud que genera el soltar y la confianza que hay que tener para la entrega, ese va a entregarse en la muerte. Y el que concibió la vida como un aferrar, identificarse consigo mismo, cuando aparece la muerte consigo mismo, muere aferrado a sí. Y si querés pudiéramos decir que ese es el infierno, ¿no? La soledad eterna. Pero la muerte es genial porque la muerte, sobre todo para nosotros occidentales que estamos identificados con nuestra voluntad y nuestro poder, la muerte es no poder. Aparece algo que te reclama la vida entera contra lo cual vos no podés nada; solamente postergarla un poco. O sea, la muerte viene a pedir la entrega de la vida.
Y la vida se aferra. Y sí. Si no aprendiste la libertad que implica en el soltar
Me preguntaba, no sé mucho sobre lo que podría implicar la vuelta de Jesús, sé que hay un espacio de la segunda llegada de Cristo, pero pensando en la muerte como esa resolución del grupo de personas que se dedicaron a decir la muerte no-muerte de Jesús, ¿qué podría ser esa vuelta? ¿Qué podría implicar? ¿Una confirmación de una verdad que no se logra conciliar dentro de uno?
No. Yo creo que esa muerte pertenece a una concepción muy de esa época, que era la escatológica. Incluso Pablo dice, de alguna forma, el que puede puede dejar de trabajar, porque era la idea de que ya pasaba, de que ese acontecimiento volvía a repetirse ahora para todos. Pero pertenecía mucho a las ideas que reinaban en ese entonces. Yo no sé ahora, en realidad, efectivamente, sí es un componente de nuestra Fe la idea de que en un momento va a venir Cristo y se va a hacer el Gran Juicio Final.
Para cerrar me gustaría preguntarle, ¿qué sería la Fe para usted, para Hugo Mujica? La Fe es la confianza en un sentido, que yo no sé pero que confío que lo tenga. La Fe no es la Fe en algo, sino es…
¿Una cualidad?
O sea, a mí la Fe no me interesa, creo que cuando la Fe toca su objetivo se vuelve gratitud. Para mí el sentimiento más profundo que conozco, después de pasar por la idea de paz, por la idea de felicidad, que es la más burguesa, por la idea de Fe, etcétera, es el sentir gratitud por la existencia. Y para eso el reconocimiento de que es gratuita. Yo no hice nada para nacer, ni voy a hacer nada para morir, por lo tanto, mi vida entera está dentro de un don. Es sentir la gratitud de ese don. Y un don implica un donante.
1 comment
… [Trackback]
[…] Here you will find 37284 more Info to that Topic: revistaglobal.org/entrevista-a-hugo-mujica-para-mi-el-sentimiento-mas-profundo-que-conozco-es-la-gratitud-por-la-existencia/ […]