Dicen que una imagen valen mas que mil palabras aunque no estoy de acuerdo con estoy, cada vez que trato de describir la manera de lanzar de Juan Marichal no tengo más remedio que aceptarlo. Desde la primera vez que lanzó en Grandes Ligas, sus peculiares movimientos a la hora de pitchear se popularizaron al extremo de que en los sesenta, en pleno apogeo de su carrera, el New York Times le dedicó una portada a la secuencia de su lanzamiento. En los sesenta, su estilo de lanzar fue bautizado por comentaristas y jugadores como: High Leg Kick. Hank Aaron lo describió como si alguien te pusiera el pie en la cara mientras estás listo para batear. Un estilo que recordaba más a la estrella del kung-fu Bruce Lee que a cualquier otro lanzador. Si a mí me preguntan cuál sería la postal perfecta de la República Dominicana, yo diría que la de Juan Marichal a punto de hacer un lanzamiento. Si a mí me preguntan cuál sería la gran película dominicana, yo diría que una basada en la vida de Juan Marichal (por lo menos el afiche de la película desde ya augura éxitos).
Hace unos años, el cronista deportivo Bob Stevens se refirió a la forma de lanzar de Marichal de la siguiente manera: “Si colocas todos los lanzadores de la historia de las grandes ligas detrás de una cortina, en donde sólo sea posible ver su silueta, el lanzamiento de Juan sería el más sencillo de identificar. Él llevó al montículo: belleza, individualidad y clase”. Desde hace poco, en el exterior del estadio AT&T de los Gigantes de San Francisco, se puede apreciar una estatua que eterniza ese famoso y particular estilo de lanzar del dominicano. Dicha estatua, realizada por william behrends, es un homenaje que le ha hecho el equipo de los Gigantes de San Franciscoy la fanaticada de la ciudad que lo vio triunfar.
No obstante, aparte del High Leg Kick, de ser miembro del salón de la fama de Cooperstown y de ser el lanzador que ganó más partidos en las Grandes Ligas durante los sesenta; aparte de haber lanzado un no hitter, de haber realizado 227 lanzamientos en un juego de 16 entradas, de su valiosa labor como comentarista y de su apoyo al deporte nacional, yo me pregunto cuánto conoce sobre el gran astro dominicano la fanaticada actual. Usemos la imaginación y pensemos en Juan Marichal como el lanzador que acaba de hacer su último lanzamiento, que entra al dogout y de ahí a los vestidores. Piensen que aún está sudado y que en vez de entrevistarlo en su casa, lo estoy entrevistando en los vestidores cuando ya se han apagado las luces del estadio. Concentrémonos en lo que tiene que decir.
Empecemos desde el principio. Nació en Laguna Verde en 1937. ¿A qué edad empieza a interesarse por la pelota?
Como señalas, nací en un campito bastante atrasado llamado Laguna Verde que queda en la misma carretera Duarte. Es una zona arrocera. A mi padre nunca lo conocí; tenía tres años cuando falleció. Solita, mi madre crió a cuatro hijos: tres varones y una hembra. Nunca se volvió a casar. Y yo creo que hizo un buen trabajo en la crianza de cuatro muchachos, lo que en esa época no era nada fácil.
Empece a interesarme por el beisbol en el año 47, quefue cuando conoci a Bombo Ramos, quien seria la inspiracion para cambiar mi posicion de shortstop a lanzador. En esa epoca, yo jugaba en el campocorto y cuando vi a Bombo Ramos lanzar cambiaron todas mis intenciones de ser campocorto por las de lanzador. Se convirtió en uno de mis ídolos. Fue uno de los que falleció en la tragedia del 11 de enero del 48 en Río Verde.
¿Recuerda el momento exacto en que hizo su primer lanzamiento?
Sí, recuerdo un campito donde jugábamos. Jugábamos contra distintas secciones y comunidades de esa región, como Villa Vásquez, Laguna Salada, El Rincón, Copey, Manzanillo. Así surgió Juan Marichal en ese campito, gustándole el béisbol desde muy niño. Era loco con el béisbol. Siempre tuve diferencias polémicas con mi madre, porque ella me decía que tenía que dedicarme a la escuela. Y yo salía a la escuela, pero me quedaba en el play jugando pelota.
En el 55, ya siendo un jovencito, jugué para Montecristi. Fuimos campeones nacionales. Ganamos todos los juegos. En el 56 me reclutaron y me llevaron a Manzanillo. También fuimos campeones. Lanzándole un juego a la Aviación, le gané dos carreras por una. Eso fue el domingo, y el lunes por la mañana tocaron la puerta y me presentaron un telegrama que decía: “Repórtese inmediatamente a la Fuerza Aérea Dominicana”. Estaba firmado por Rafael Leonidas Trujillo hijo, Ramfis. Así que me cambio nervioso y arranco a Laguna Verde. Mi madre no lo vio con buenos ojos. Estaba disgustada. A las cuatro de la tarde se presentó el mismo teniente con otro telegrama. Mi mamá me dijo: “Mira, a esa gente no se le puede decir que no. Al día siguiente salí para San Isidro y me engancharon a la guardia”.
Había una gira en México con el equipo juvenil, en la que quedamos en segundo lugar, pero no ganamos porque los árbitros fueron muy rígidos con nosotros. Después fui a Puerto Rico para jugar con la Base Aérea Americana, luego a Aruba y a Curazao. El 16 de septiembre del 57, un señor que también jugó béisbol, don Horacio Martínez, junto al señor Paquito Alba Martínez, fueron a la base aérea a firmarme para los Gigantes de San Francisco y para El Escogido. Así me voy yo a El Escogido en el 57. Debuté en un partido que estaba perdiendo El Escogido por muchas carreras. El manager parece que me quería ver, y me puso a lanzar una entrada. Y tuve suerte, ponché a los tres bateadores.
En ese año, juego con El Escogido y, al año siguiente, viajo por primera vez a los Estados Unidos. En el 58 voy a Sanford, Florida, al campo de entrenamiento de los Gigantes, donde me asignaron a la ciudad de Michigan y ahí gané 23 partidos y perdí ocho, y fui líder en toda la estadística de pitcheo. Logré la triple corona. Y regreso acá, después de esa temporada, y me convierto en lanzador regular de El Escogido. En esa época, el papa Juan XXIII estaba de moda, y un narrador cubano me bautizó con el nombre de Juan XXIII. Ese año gané ocho juegos para El Escogido. Fue un gran año tanto allá como acá.
¿De donde proviene el apodo de Dominican Dandy?
Me lo dio un periodista americano: Harry Jupiter. No sé a qué se debió. Pero ese nombre se ha hecho famosísimo. Ahora cuando participo en una actividad o en un show de autógrafos, casi siempre tengo que escribir mi nombre y debajo poner dominican dandy.
¿Cuándo empieza a jugar con los Gigantes de San Francisco?
Después de ese gran año, llego en el 59 a Springfield, Massachussets. Y de clase A me llevan a triple A en Tacoma, Washington. Después de haber lanzado un partido a Sacramento, en la liga de la costa del Pacífico, a las 12 de la noche recibo la noticia de que me han subido a Grandes Ligas. Al otro día llego a San Francisco, el 10 de junio del 60, y el dirigente me dice que no iba a lanzar de una vez, sino que yo sólo iba a ser un observador durante nueve días. Entonces el día 19 de julio lanzo un partido en grandes ligas contra los Philips de Filadelfia. Ahí empieza Juan Marichal su carrera en las grandes ligas.
Intento ponerme en la posición de uno de esos espectadores que presenciaron su debut en las Grandes Ligas. Y esto lo digo por la manera tan peculiar que tiene de lanzar la pelota. Hank Aaron dijo al respecto: “Tienes el pie en la cara, y eso es malo. Entonces viene a la carga como un jugador de football. Rápido desde el montículo. A veces hasta tropieza por la fuerza del envío. Con toda esa confusión de movimiento es un problema ver la pelota. Pero su control es enorme. Puede lanzar todo el día en ese espacio de dos pulgadas, adentro, afuera, arriba, abajo. Nunca vi a nadie tan bueno.” ¿Cuándo empezó a lanzar alzando la pierna izquierda tan alto?
Resulta que yo aprendí a lanzar imitando a Bombo Ramos, que era un lanzador que tiraba por el lado del brazo. Al lanzar por el lado del brazo no se levantan las piernas. Cuando Bombo Ramos se viraba, el bateador podía ver el número cuatro de su uniforme. Además, siempre tiraba un bombazo a la goma. Yo quería imitarlo. Yo quería lanzar así. Lancé así en la Aviación y en clase B. Antes de acabar la temporada en el 59, en Springfield, el dirigente me llama y me pregunta por qué lanzo así. La verdad es que la pregunta me sorprendió, porque él ya tenía dos años viéndome lanzar. Le respondí que había aprendido a hacerlo de esa forma. Entonces me pregunta si nunca me había dolido el brazo. Le digo que vi un lanzador dominicano que lanzaba así, y que quería imitarlo, y que por eso lanzaba así. ¿No te gustaría lanzar por encima del brazo?, me pregunta. Tú serias más efectivo para los bateadores zurdos, me dice. Cuando me dijo eso, enseguida dije: “Sí, yo quiero aprender”. Me llevó al bullpen con dos bolas y un catcher. Ahí comencé a tratar, porque nunca lo había hecho. Cuando estoy tratando de tirar por ahí, como que se me hacía imposible hacerlo sin levantar la pierna, y todo eso del high leg kicking, de levantar la pierna al lanzar, empezó aquel día. Y de ahí en adelante sentí que podía tirar un poquito más duro, con el mismo control, y me enamoré del estilo.
Acabo de participar en un desfile de los inmortales del Hall of Fame, que se hizo en Nueva York para el juego de Estrellas. Cuando desfilábamos, todos íbamos en una camioneta Chevrolet gigante. Se calcula que había un millón de fanáticos desde la Avenida 6 hasta el Parque Central. A cada rato, los fanáticos me voceaban que levante la pierna. Y para no defraudarlos, lo hacía.
Arribó a los Estados Unidos en una época de dramáticos cambios sociales. ¿Como fueron recibidos usted y los otros jugadores latinos por los fanáticos en los estadios? ¿Sufrieron el mismo tipo de discriminación que sufrían los grupos de latinos y de negros en los Estados Unidos?
Bastante duro al inicio. Había un problema racial bastante grande en los Estados Unidos. Nunca había vivido esa situación en mi país. Y eso me extrañó muchísimo cuando yo llegué ahí y veía que los blancos estaban separados de los negros y de los latinos. Pero yo tenía tanto interés de ser pelotero que eso no me afectó en nada. Si me hubiera afectado, regreso al país de inmediato.
Yo recuerdo a nuestro manager de clase B. Lo recuerdo como un padre. Íbamos en un bus viajando desde Sanford a Michigan City, en un viaje de veinte y pico horas. Cuando llegábamos a una parada, nosotros no podíamos entrar por la puerta del frente, así que ese manager nos llevaba por detrás, por la cocina. Se aseguraba que recibiéramos alimento. A mí nunca se me ha olvidado el trato que nos dio ese señor a cuatro latinos y a tres negros que había en el equipo. Fueron momentos bastante difíciles para un latino que no conocía esa parte de la vida de un país tan avanzado como los Estados Unidos.
Ya en Grandes Ligas, en Houston, en la Liga Nacional, había un grupo de fanáticos que se sentaba detrás de nuestro dogout, y cuando íbamos del terreno del juego al dogout, nos voceaban: “Ustedes son los niños de Kennedy, los Kennedy Boys”. Los escuchábamos y nos metíamos tranquilos en la cueva.
En Houston, también, cuando salió aquella película famosa: Cleopatra, con Liz Taylor y Richard Burton. Orlando Cepeda me dice: “Vamos a ver la película de Liz Taylor”. Como en algunas cosas yo era más maduro que Orlando, le digo: “Orlando, estamos en Texas. Estamos en Houston”. Y él me responde: “Tú siempre con esas cosas de racismo”. Le digo: “Esa es la realidad. Eso no se puede ocultar”. “Pues tú te quedas y yo me voy”, me dijo. Y se fue. Éramos compañeros de habitación. Como a los 45 minutos siento que tocan la puerta, pensaba que era la mucama, y cuando abro la puerta me encuentro con el rostro de Orlando con dos lágrimas. Y yo no pude aguantarme la risa, y me eché a reír. Y el se disgustó muchísimo y me dijo que cómo me iba a reír de eso. No lo dejaron entrar al cine. Y te estoy hablando a nivel de Grandes Ligas, y todavía existían esos problemas.
Cuando llegué a los Estados Unidos yo no sabía que se podía ganar dinero jugando pelota. Yo le prometí a mi madre que iba a ser pelotero. Y ella me decía: “Pero mijo, y cuando tú seas grande y te cases y tengas tu familia, ¿cómo tú la vas a mantener jugando pelota?” Y lo único en que yo pensaba era en el equipo nacional, en aquel equipo que falleció en la tragedia de Río Verde y en representar al país en un equipo como ese. A eso es a lo que yo aspiraba. Por suerte, mi sueño se hizo realidad. No solamente llegué a ser pelotero nacional, sino que llegué a las Grandes Ligas, permanecí 16 años y terminé en Cooperstown. Difícil de llegar a ese lugar. Ahora mismo, tan sólo hay 64 miembros vivos. Así que yo creo que el Señor me vio con buenos ojos y me dio la fuerza y el valor para sobrepasar todos esos problemas raciales.
A mí me parece que de alguna forma todos esos jugadores latinos de esa época con su talento y su determinación abrieron los portones a los jugadores latinos actuales. Cada vez que yo veo un dominicano triunfar me siento orgulloso.
Cuando estábamos a nivel de clase A, nosotros ganábamos 300 dólares y nos daban tres dólares de dieta. Y lo que más comíamos era chili beans y mucha sopita Campbell, para que rindieran los tres dólares. Cuando nos reunimos toditos –Mateo Alou, Manuel Mota, Orlando Cepeda, Felipe Alou– empezamos a hablar y no nos lo creemos. A veces recordamos cuando éramos jóvenes y podíamos comer hasta piedras y nada nos hacía daño. Y ahora que podemos comer bien, no podemos, porque los doctores nos lo tienen prohibido.
San Francisco, a diferencia de otras ciudades, siempre ha sido abierta y tolerante…
Es una ciudad que estaba llena de salvadoreños, nicaragüenses y muchos mexicanos. Inmigrantes de todas partes.
Durante su carrera, ¿cuál fue el bateador que le resultó más temible?
Yo diría que varios. Pete Rose, Felipe Alou, Roberto Clemente. Uno no les tenía miedo, pero sí respeto. Pero de todos esos, había uno que no era ese gran bateador, pero contra mí era el mejor: Tony González.
Usted ha dicho en varias entrevistas que durante toda su carrera en las Grandes Ligas, tan sólo tuvo un episodio negativo. Se trata del incidente con Johnny Roseboro, el 22 de Agosto de 1965, durante el partido frente a los Dodgers de Los Ángeles. Según he leído, bateando contra Sandy Koufax, en el tercer inning, sintió que al enviarle de vuelta la pelota al pitcher, el catcher Johnny Roseboro había lanzado la pelota tan cerca que casi le roza una oreja. Discutieron y usted terminó golpeando con el bate a Roseboro. Se han escrito hasta libros acerca de este suceso. Cada vez que un cronista deportivo publica un libro sobre el béisbol de los sesenta, tiene un capítulo dedicado al incidente. Puede referirse un poco a este.
La verdadera historia sobre el caso la saben Johnny Roseboro, Sandy Koufax, Orlando Cepeda, Mateo Alou y un coach de bateo. Fue algo ante lo que me lamenté y pedí excusas. Me hice amigo de Roseboro. Yo lo invité al país con su esposa y su hija. Algo que le agradecí toda su vida, porque ya falleció. Como desapareció, no me gusta revivir esa parte. Fui a su funeral en Los Ángeles. Desde que nos hicimos amigos mantuvimos una buena relación. Actualmente, mantengo una bonita relación con su hija y su viuda.
¿Cuál considera que fue su mejor partido? ¿Aquel en que debutó con Los Gigantes jugando contra Filadelfia, en el 63, cuando lanzó un juego sin hits ni carreras o en el 65 cuando fue seleccionado el jugador más valioso del juego de estrellas?
Yo lancé un juego de 16 entradas contra una leyenda: Warren Spahn.
¡16 innings! Ningún lanzador haría eso ahora.
Bueno, me costó un disgusto con el dirigente. Porque yo desobedecí sus instrucciones. El me quería sacar para protegerme. Desde el noveno me quería sacar. Yo le rogaba que me dejara una entrada más. Lo convencí. Ya el juego va por el inning 14. Y vuelve donde mí y me dice: “Mira, ya está bueno, ya no puedes seguir lanzando”. “Mister Dark –se llamaba Alvin Dark–, usted ve ese señor que está lanzando, ese señor tiene 42 años, mientras ese señor se mantenga en el montículo nadie me saca”. Se molestó, se puso rojo, se puso colorado. Me dejó una entrada más. Cuando regreso del montículo en la entrada numero 15 (éramos homeclub), le digo: “Ya, se acabó, ya no voy a lanzar más”. El dirigente manda un pitcher a calentar al bullpen. ¿Qué pasa? En esa misma entrada, en la segunda parte de la entrada 15, Warren Spahn saca los tres bateadores. Cuando veo que nos hacen ese cero tan rápido, tan sólo miro mi guante y mi gorra, y agarro el guante y la gorra, y me embalo afuera. Y ese fue otro motivo para que Dark se molestara. De regreso al montículo, me quedo retrasado, esperando a Willie Mays, y cuando va por la línea de primera, le paso el brazo y le digo: “Chico –como él le decía a todo el mundo–; Alvin Dark está furioso, me quiere sacar. Y Willie Mays me dice: “Chico, yo voy a ganar el juego por ti”. Era el segundo bateador de esa entrada, en el primer lanzamiento ¡pam! pegó un jonrón. De ese juego es del que más se habla. No se habla del no hitter, ni de mi debut en las Grandes Ligas. Es de ese. ¿Cuántos lanzamientos tú crees que yo hice? 227 lanzamientos.
Si tuviera la posibilidad de cambiar algo en su vida, ¿qué sería?
Una vez un periodista me preguntó: “Si usted pudiera vivir su vida de nuevo, ¿volvería a ser pelotero?” Yo le respondí que no, que sería golfista. “¿Cómo tú vas a decir eso? Tu eres un hall of fame”, se pronunció mi esposa. Yo le dije que sí, que quiero ser golfista. ¿Por qué? Porque en el golf eres tú solo contra el campo, tú juegas contra varios jugadores, pero a quién tú tienes que vencer es al campo. En el béisbol, tú dependes de muchos jugadores que te están ayudando a ganar, pero que también te pueden llevar a perder, y además un árbitro puede equivocarse o el dirigente tomar una mala decisión. En el golf, si tú jugaste bien vas a salir en primera página, sí no, no vas a salir. Y una de las personas que más me gusta presenciar jugando es a Tiger Woods. Cada tiro que ese hombre hace yo lo vivo.
¿Cómo empieza esa pasión?
En el campo de entrenamiento de los Gigantes, ellos construyeron un pueblo llamado Casa Grande en Arizona, un hotel y un campo de golf. En periodo de entrenamiento yo veía jugar al coach. Alquilaba un carrito para ir a verlos jugar. Me interesé tanto en el juego que comencé a jugar. Recibí unas doce lecciones de Chichi Rodríguez, ese gran campeón puertorriqueño, amigo mío. Así comenzó a metérseme esa fiebre del golf. Y ayuda muchísimo, porque a mí me encanta caminar. Cuando juego golf, yo no uso los carritos… porque así me mantengo en un estado físico agradable. Sigo como siempre enamorado de la pelota, y no soy de las personas que siguen un juego y se duermen.
Ahora que tiene más de 70 años y puede sentarse a analizar toda su vida, ¿qué considera que ha sido la clave de su exitosa carrera en las Grandes Ligas?
El trabajo. A veces yo estoy dándole charlas a los niños y ellos me miran como si yo fuera un extraterrestre, y yo les digo: “No hay nada imposible. Si tú piensas en donde yo nací, donde me crié, cómo llegué a la capital, a los Estados Unidos y luego a Grandes Ligas y terminé en Cooperstown. Y si yo pude, cualquiera puede hacerlo”. Hay muchas cosas difíciles, pero no imposibles. Si tú te dedicas a una cosa, si trabajas, te sacrificas, te disciplinas, tú puedes llegar. Todo el mundo puede llegar. En cualquier rama. Todo es posible cuando se trabaja. Yo sé que la suerte y el señor me acompañaron. Cuando empecé a ser pitcher, yo quise ser el mejor. Y si no llegué a ser el mejor, estuve bastante cerca.
Amímepasóalgoalos14 años. Esta historia no la sabe mucha gente. No creo que esté en ninguna biografía. Mi región es una zona arrocera. Los operadores de tractor que preparaban la tierra para el cultivo se iban de parranda a beber los sábados. Desde esa edad yo sabia operar un tractor, porque yo me montaba con ellos mirando y preguntando hasta que aprendí. Los sábados, esos operadores, para irse a parrandear, me daban cinco pesos, para que yo les trabajara de 6 de la tarde del sábado a 6 de la mañana del domingo. Ellos me dejaban el tractor con 55 galones de combustible. Eso era para trabajar la noche entera. Engrasadito, lavadito. Todo limpiecito. Yo comenzaba a las 6 de la tarde y a las 6 de la mañana paraba. Y tenía que dejarlo igualito, tenía que echarle 55 galones de gasoil, engrasarlo y lavarlo, y dejarlo parado ahí. Me metía en una rigola, me bañaba, me ponía mi ropa y salía a la carretera. Yo caminaba cuatro kilómetros para la casa. Mi mamá me daba un peso para tomar un carro de ahí a Montecristi para ir a jugar pelota. Fíjate que yo no he dormido. Cuando yo llegaba al play, el juego de la mañana estaba en el séptimo u octavo inning. A veces me metían y yo hacía una o dos entradas. Abría el juego en la tarde y lo lanzaba completo. Acabábamos de noche. Así yo me hice pelotero.
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