El discurso sobre la investigación científica está engastado en un contexto cultural de la mayor actualidad, la sociedad del conocimiento, que inicia su ruta en los ámbitos académicos de finales del siglo xx y que la Unesco adopta como «sociedades del conocimiento» o «sociedades del saber» en sus políticas institucionales, alentando la reflexión en torno a la producción específica y el notable incremento de conocimientos en las sociedades avanzadas. La Unesco pretende incorporar al debate de la política científica una denominación más integradora y no tan exclusivamente ligada a la dimensión económica como la precedente de sociedad de la información.1 La denominación de la sociedad actual como sociedad del conocimiento parece adecuada por dos razones de interés.
En primer lugar, se acentúa con mayor claridad y se manifiesta con suficiente evidencia la producción de conocimientos, en cuanto rasgo específico de la actividad humana, y en segundo, el término muestra la relevancia del sujeto humano como agente de la acción histórica frente a los cambios, la tecnología, la economía y los complejos mecanismos de captación, procesamiento y difusión de la información, que definían la sociedad polarizada por las nuevas tecnologías, que parecen independizarse de los sujetos creadores. A fin de evitar ambigüedades terminológicas y conceptuales e innecesarias susceptibilidades, la Unesco suele decantarse por el uso plural del término «sociedades del conocimiento». El uso más frecuente parece inclinarse por el singular, «sociedad del conocimiento», por cuanto el sentido de la expresión no va más allá de la denominación dada a un tipo societario específico, sin que ello signifique la defensa de un modelo único de sociedad para todos los seres humanos. En todo caso, interesa manifestar que el término «la sociedad del conocimiento»2 acentúa el proceso esencialmente humano del conocer y de la convivencia social y se identifica con el estadio más avanzado de la sociedad moderna, en la que el conocimiento adquiere un carácter estratégico y se convierte en factor decisivo de la promoción individual y del desarrollo social. Se podría definir como «aquella en la que se han institucionalizado mecanismos reflexivos en todos los ámbitos funcionales» (Innerarity, 2011: 61). Adquiere un valor positivo como soporte característico de la competitividad, en que progresivamente se instala la sociedad global (Rivero, 2002: 30-31), obteniendo su más alto nivel institucional mediante los planes nacionales de I+D+I.
Dos aclaraciones previas son de interés aquí y ahora. La primera concreta el alcance del término «conocimiento». En este contexto nos referimos al conocimiento científico, que es aquel tipo de conocimiento que se obtiene mediante la aplicación de un procedimiento específico que se denomina método hipotético deductivo, y todo conocimiento que no se obtenga mediante el procedimiento mencionado «no es reconocido como conocimiento científico», sin que ello signifique que otros conocimientos sean despreciables o inútiles (Fernández, 2010: 18). Aun aceptando que en la actualidad la necesidad más sentida es la de conocer y avanzar en el conocimiento (Hegel, 1971: 11), se ha de precisar que, sin renunciar en ningún caso a la búsqueda de la verdad, nos ubicamos en el ámbito de la ciencia en el sentido moderno del término: conjunto sistematizado de conocimientos sobre la realidad observable, obtenidos como «resultado de la investigación realizada con el método pertinente y el objetivo de la ciencia». La segunda precisión se refiere al «carácter estratégico del conocimiento», una expresión cuyo significado prioritario apunta a la aplicación del conocimiento para la creación de nuevos conocimientos, a la búsqueda de soluciones a los problemas teóricos y prácticos en la dirección y control de los cambios que afectan a la sociedad. Las sociedades avanzadas del planeta mantienen con este recurso un sesgo pragmático de indudable calidad, en cuanto que el hombre, único ser capaz de generar este tipo de recursos estratégicos y agente de la acción histórica, dedica buena parte de los conocimientos producidos a la búsqueda de alternativas que compensen eficazmente las naturales limitaciones humanas. «La transición de organizaciones y sociedades hacia el conocimiento en sentido enfático se traduce en el hecho de que, junto a las tradicionales infraestructuras del poder y del dinero, el saber irrumpe con peso creciente como modo de operación y recurso de gobierno» (Innerarity, 2011: 56). Dos asuntos nos proponemos tratar en este breve artículo: el espectacular incremento de conocimientos que se produce en las sociedades más desarrolladas, argumentado desde significativos indicadores y autorizados testimonios, y un segundo aspecto al que denominamos la socialización del saber, que viene a ser una razonable perspectiva desde la cual se describen algunas de las exigencias de mayor utilidad y, a nuestro parecer, necesarias para una sociedad en vías de desarrollo como la sociedad dominicana.
- El escenario de la producción de los conocimientos.
La producción del conocimiento científico es el asunto medular en cuanto se refiere a la sociedad del conocimiento. Tres dimensiones,3 entre otras variables, sobresalen en el asunto: la primera, el incremento de los conocimientos en la sociedad actual; la segunda se refiere a las trazas positivas y negativas de la acelerada transición desde la investigación básica hasta la aplicación tecnológica; y una tercera en la que, desde la perspectiva del coste, se reflexiona sobre la necesidad de abrir un debate en la República Dominicana en torno a la formación de investigadores, ya sea de investigadores de las ciencias básicas, investigadores de las ciencias aplicadas o investigadores para el desarrollo tecnológico, puesto que, como suelen afirmar los científicos, sin ciencia básica no es posible la ciencia aplicada y sin esta última no hay desarrollo tecnológico. Sería de interés, asimismo, hacer mención, al menos, del incremento de los costes de la investigación en el producto consumido.
1.1 El incremento de los conocimientos. La frecuente expresión del ritmo de la producción de conocimientos alude de manera prioritaria al incremento y a la progresiva aceleración de la producción de los conocimientos científicos, pero también al relevante dinamismo social de la ciencia. El papel destacado de la ciencia en el ámbito de las actividades productivas estuvo presente a lo largo de la Edad Moderna en sus grandes pensadores; sin embargo, la ciencia adquiere una activa presencia en los círculos empresariales con ocasión de la denominada revolución industrial, se consolida en los siglos xix y xx, y su rol se hace más incuestionable a medida que nos adentramos en el siglo xxi.
Como primer indicador del dinamismo social de la ciencia y de la producción acelerada de los conocimientos, suelen argumentar los expertos que «el volumen real de conocimientos e información disponibles crece a un ritmo sin precedentes históricos, y es muy probable que continúe haciéndolo. En otras palabras, vivimos inmersos en una revolución del conocimiento» (Rosovski, 1996: 8). Al final de la década de los noventa del siglo pasado (1999) «se estimaba que el caudal de conocimientos se duplicaba cada 15 años»4 y las estimaciones actuales apuntan a que se duplica cada cinco años. En la obra La democracia del conocimiento, se plantea el problema del exceso de información dentro de la complejidad propia del asunto y se ofrece el dato del acelerado crecimiento de conocimientos: «La especialización y fragmentación del conocimiento ha producido un incremento de información que va acompañado de un avance muy modesto en lo que se refiere a nuestra comprensión del mundo. El saber de la humanidad se duplica cada cinco años. En relación con el saber disponible, cada vez somos menos sabios» (Innerarity, 2011: 19). Otro aspecto fiable de la producción de conocimientos se concreta en las publicaciones científicas.5 En la actualidad, mediante las publicaciones científicas se producen los obligados contactos entre los investigadores y los que inician su progresiva inserción en los ámbitos científicos con los miembros de la denominada comunidad científica, lo que se estima útil para el conocimiento de los científicos. La publicación de los resultados logrados en las investigaciones obtiene un carácter imprescindible para el reconocimiento de su calidad científica. Escribe el profesor Fernández a este propósito lo siguiente: «Cuando el científico consigue someter sus hipótesis a contrastación, sea esta positiva o negativa en cuanto a su falsación, obtiene un resultado o un conjunto de ellos. En ese momento si quiere que este tenga un reconocimiento debe apresurarse para publicarlo. Lo que se hace público es lo único que tiene valor en ciencia. Lo que no se publica es como si no existiera. […] Pero al publicar se establece contacto, primero con los garantes de que su actividad está bien hecha y es formalmente correcta y, una vez salidos a la luz pública sus resultados, se somete al juicio, a veces despiadado, de los restantes miembros de la comunidad científica» (Fernández, 2010: 30-31).
Un segundo indicador se refiere a los científicos y su relevante papel social en la creación científica, haciendo hincapié en los aspectos siguientes: del 80 al 90% de todos los científicos que han existido a lo largo de la historia están vivos en la actualidad. Para la producción de conocimientos los científicos se agrupan en equipos, que exteriorizan una gran variedad en cuanto a tamaño, organización, ubicación y recursos disponibles. Los equipos investigadores alcanzan cotas altas de eficiencia investigadora. Se establecen entre los equipos de investigadores redes de comunicación e intercambio informativo. En la actualidad los científicos han logrado un reconocimiento social de indudable prestigio, que se muestra en la excelente y variada urdimbre de actividades públicas y significativas: 1) obtener recursos progresivamente crecientes para la investigación; 2) estimular el surgimiento y consolidación de las vocaciones científicas; 3) disponer favorablemente a la opinión pública respecto de la ciencia, los avances científicos y los procedimientos de la ciencia; 4) afianzar el ejercicio de la razón en los escenarios de la vida cotidiana de los seres humanos; 5) teniendo en cuenta la pluralidad y diversidad de sus integrantes, los grupos investigadores constituyen ejemplos prácticos de convivencia tolerante con la diferencia; 6) alentar la «capacidad de vivir en paz con la incertidumbre, la diversidad de puntos de vista y la inexistencia de autoridades infalibles y fiables» (Bauman, 2001: 158-159). Esta compleja tarea requiere que los científicos aparezcan con relativa frecuencia en los medios de comunicación de masas, no por afán de vedetismo, sino con el propósito de dar a conocer las aplicaciones de los avances científicos, sensibilizar a los ciudadanos frente a la ciencia y afianzar la valoración social de esta, al tiempo que recaban de las instituciones, las empresas y los responsables políticos recursos y decisiones que favorezcan el progreso de la investigación y de la ciencia.
Un tercer indicador se refiere al fenómeno de la expansión universitaria, «la segunda parte del siglo xx ha sido el período de mayor expansión de la educación superior: de 13 millones de universitarios en 1960 se ha llegado a los 82 millones en 1995».6 En el 2005 se calculaba que el número de estudiantes que cursaban estudios universitarios alcanzaba los 135 millones. En América Latina se ha pasado de 270,000 estudiantes universitarios en el año 1950 a una cifra superior a los 10 millones en el 2007. En la República Dominicana el crecimiento cuantitativo ha sido espectacular: en 1961 apenas sobrepasaba los 3,600 y en el año 2007 estaban matriculados en la universidad 360,000 estudiantes, cifra ampliamente superada en la actualidad. Esta expansión afectó asimismo a las instituciones de educación superior en la República Dominicana: «de una universidad en el año 1961 se ha pasado a un sistema de educación superior integrado por 43 instituciones de educación superior» (Mejía, 2009: 69-70). Es aún más significativa en este aspecto la contribución cualitativa de una universidad transformada y transformadora que sea «capaz de acometer de modo singular el desafío de un progreso que encierra los valores de responsabilidad, a un tiempo, con el género humano y el resto de la naturaleza, que sepa, por ende, conjugar creación, uso y crítica del conocimiento científico y tecnológico y transmitirlo certeramente a las siguientes generaciones y al conjunto de las sociedades, cada vez más caracterizadas precisamente por esa creciente formación, como sociedades del conocimiento global» (Fernández Vallina, 2010: 210).
Daniel Bell menciona tres áreas, de indiscutible relevancia, como indicadores fiables de que la producción científica está aumentando de modo extraordinario en la actualidad: los fondos bibliográficos de las bibliotecas se duplican cada vez con mayor rapidez; proliferan nuevos campos de investigación y de conocimiento, y la incidencia de este desarrollo, obvia en muchas áreas de la vida social, tiene una presencia indudable en el ámbito de la economía, donde se incrementan las empresas de base científica. Para el autor, la sociedad posindustrial «se organiza en torno al conocimiento, para lograr el control social y la dirección de la innovación y el cambio, lo que, a su vez, da lugar a nuevas relaciones sociales y nuevas estructuras, que tienen que ser dirigidas políticamente» (Bell, D., 1996: 7).
1.2 De la investigación básica a la aplicación tecnológica. En la actualidad la investigación básica de la ciencia se transforma en ciencia aplicada, y esta, en tecnología con progresiva urgencia, provocando la consiguiente proyección de la ciencia en la sociedad. El proceso desde la investigación básica a la aplicación tecnológica, que a veces implica la reducción de los plazos de verificación de conclusiones, presenta algunos aspectos positivos a resaltar aunque también son atendibles algunas críticas del fenómeno.7 Esta tendencia tiene una interpretación plausible: se está configurando un poderoso sistema conformado por la ciencia, la tecnología y la industria, que encumbra a la ciencia a una posición relevante en el sistema productivo, lo que es positivo, puesto que nos asegura que las fronteras de lo desconocido retroceden, ofreciendo más seguridad. La situación deviene más positiva todavía si se consideran como criterios de valoración los aplicados en el sistema clásico de la producción industrial: cuanto más pronto el producto esté al alcance del consumidor, más rentabilidad ofrece, más rápida es la respuesta a las necesidades y más contundente la victoria sobre el competidor. «Ello significa, de una parte, la emergencia de un verdadero sistema de ciencia-tecnología-industria cada vez más poderoso y más autónomo frente a otros sistemas (el político, el cultural, incluso el económico). Pero, de otra, supone una considerable inversión en recursos humanos para alimentar el sistema. Con ello, la ciencia se ha transformado en el principal factor de producción; lo más importante no es ya el trabajo ni el capital, ni siquiera las materias primas (incluida la energía), sino los conocimientos» (Lamo de Espinosa, 1994: 39).
Ante tal situación hallamos una posición crítica, que no es nueva pero sí muy actual. La sociedad parece instalarse progresivamente en la cultura de la prisa (García Morente, 1980: 89), que, aplicada al ámbito científico, entraña legítimas reservas y críticas respecto del complejo científico-tecnológico resultante, que puede constituirse a sí mismo en un inequívoco factor de riesgo por diversas circunstancias. Apuntaremos tan solo tres argumentos, a nuestro parecer, de considerable importancia: 1.º) Al reducir el tiempo necesario para que la investigación básica se operativice en aplicaciones tecnológicas, se elevan los niveles de riesgo para los ciudadanos. Respecto de circunstancias de apreciable catastrofismo, Barry Componer (1993), en su obra En paz con el planeta, denunció estas prisas y la carencia de bases sólidas para tanto optimismo tecnológico, obteniendo una amplia y positiva aprobación de la opinión pública: «tanto el origen de la crisis ambiental como nuestro fracaso en resolverla se deben al precepto capitalista de que la elección de la tecnología de producción ha de ser gobernada únicamente por el interés privado de la maximización de los beneficios o por la cuota de mercado». 2.º) Una razón estimable es la incertidumbre que proviene de crear expectativas infundadas en la opinión pública, que al verse frustradas podrían alentar la búsqueda de respuestas alternativas en ámbitos no racionales, con las consecuencias sociales de retraimiento de los recursos necesarios a la investigación, el consiguiente retraso científico y aun la desconfianza respecto de las propuestas de la ciencia. 3.º) Por último, en la actualidad es de uso frecuente el argumento de los riesgos civilizatorios,8 es decir, los peligros producidos por la civilización que no son susceptibles de limitarse ni en el espacio ni en el tiempo (Beck, 2006: 29).
Dos razones de menor entidad, pero atendibles, ayudan a esta progresiva aceleración. Me refiero a las condiciones en las que trabaja actualmente el científico, que estimulan una verdadera carrera de competición que incita a la colocación de productos en el mercado sin la suficiente comprobación. En la sociedad actual, la carrera profesional, social y de prestigio de los científicos se vincula, en gran medida, con los nuevos hallazgos, de ahí la prisa del autor para salir con el producto. Si tenemos en cuenta que la situación precedente se produce en un mundo muy abierto, en el que resulta difícil mantener en secreto los hallazgos, las hipótesis o las conclusiones provisionales sin que los competidores se enteren y se adelanten con sus hipótesis, es fácilmente inteligible la carrera contra reloj para publicar los hallazgos, aunque no estén bien verificados. En este nexo se halla uno de los sólidos argumentos de apoyo para el proceso de democratización de las decisiones respecto de las aplicaciones científicas y tecnológicas. En todo caso, la prisa para la publicación y aplicación de los resultados puede ser comprensible, aunque no justificable, por la misma demanda que eleva la sociedad necesitada a la comunidad científica y a los órganos con capacidad de decisión respecto de la verificación.
1.3 El coste y la formación de investigadores. En la nueva economía el análisis de los costes del producto evidencia la disminución progresiva del coste de producción y el aumento continuo de los costes de la investigación, los estudios sobre las posibilidades del mercado, la identificación de las necesidades y de los destinatarios, la publicidad del producto, el desarrollo de los soportes informáticos, las redes de distribución, los beneficios y los márgenes comerciales. En todo caso los costes globales de la investigación y sus correspondientes anexos son cada vez más elevados. Basta rastrear por Internet las cifras de las cuantiosas inversiones que los Estados de las sociedades avanzadas y las empresas están realizando para implantar los planes nacionales de I+D+I, que constituyen el marco científico adecuado para avanzar con paso seguro hacia una sociedad científica, donde la investigación adquiera carta de normalidad ciudadana.
En torno a los costes de la investigación, un asunto de importancia recaba la atención por parte de los investigadores y de las instituciones que, por su misma naturaleza, son los escenarios naturales de la investigación. Nos referimos a las universidades, a los centros de educación superior y a los centros específicos de investigación. El asunto concierne también a aquellas instituciones privadas y públicas que, en principio, serán las que ofrezcan recursos para la investigación científica, puesto que son los poseedores de recursos o los gestores de los recursos públicos y consideran necesaria la investigación científica. Nos referimos, como es obvio, a los empresarios y a los responsables de la política científica del país y también a las instituciones vinculadas con la investigación. Ahora bien, ¿cuál es el asunto de tanta importancia sobre el que debe producirse la reflexión y las correspondientes decisiones? Se trata de lo siguiente: la investigación es un asunto que requiere recursos muy variados: desde las infraestructuras adecuadas para la investigación, equipamiento de laboratorios y similares, hasta los numerosos grupos humanos de excelente calidad y larga preparación, lo cual exige sustanciales recursos económicos –que aun los países económicamente desarrollados de tipo medio hallan graves dificultades para agenciarse– con el propósito de alcanzar el objetivo de la investigación y mantenerlo en los niveles cualitativos y cuantitativos requeridos por la sociedad global. Es decir, preparar investigadores y hacer investigación exige notables recursos que a veces no están disponibles. Sin embargo, aun en los países en vías de desarrollo ha de hacerse investigación para disponer de investigadores a fin de tener fundadas posibilidades de desarrollo económico y social.
Este objetivo se diversifica en dos niveles de preparación: investigadores en las ciencias básicas e investigadores en los saberes aplicados. Teniendo en cuenta la limitación de medios de que dispone en la actualidad la República Dominicana, a nuestro parecer el esfuerzo de preparar investigadores habría de orientarse con preferencia hacia la investigación de tipo básico, teniendo en cuenta que este investigador, si fuera necesario, puede convertirse en investigador aplicado o tecnológico en menos tiempo y con menores recursos. Una razón más concreta lo anterior: en un mundo abierto como es el que nos ha tocado vivir, las empresas no solo se instalan y se deslocalizan con relativa facilidad, sino que, en cualquier parte donde lo hacen, funcionan con la tecnología más avanzada disponible. Esta circunstancia diferencia en la actualidad a las empresas globales de las empresas multinacionales de antaño, que producían con tecnologías avanzadas solo en su lugar de origen y usaban tecnologías obsoletas en las instalaciones restantes. En la sociedad global las empresas buscan aprovecharse de las sinergias aplicando en todas sus instalaciones las tecnologías más eficaces, que suelen ser las más modernas. Esta circunstancia se convierte en verdadera oportunidad para los investigadores y los países, puesto que las empresas globales llevan las nuevas tecnologías a los países en que se localizan sus centros de producción y asumen la preparación de los investigadores locales en las tecnologías más avanzadas usadas en la empresa.
Ahora bien, la empresa busca técnicos e investigadores de calidad ya habituados a los modos científicos y tecnológicos de proceder, puesto que su preparación en los sistemas concretos de producción es más rápida y segura. De ahí la imperiosa necesidad de disponer de expertos e investigadores bien preparados en los procedimientos científicos y tecnológicos, como se logra mediante la investigación básica, que la República Dominicana puede atender, aun dentro de sus limitadas posibilidades económicas. No en vano cuenta ya con algunas infraestructuras, universidades y centros superiores de educación e investigación, que están dedicando recursos a la preparación de investigadores y obteniendo positivos resultados. Esta cuestión es de importancia capital para el desarrollo de las sociedades en vías de desarrollo. En este breve artículo, nuestro propósito es llamar la atención sobre el asunto. Tal vez sea necesario abrir un debate a cuatro bandas: las universidades e institutos de educación superior o institutos de investigación, la administración política competente en el asunto, los señores empresarios de servicios e industriales, y los medios de comunicación de masas. Un debate de esta naturaleza serviría a la ilustración y enriquecimiento cultural de la problemática, a la sensibilización de la opinión pública y, mediante la reflexión y el contraste de opiniones, pudiera llegarse a la elaboración de las pautas pertinentes para la solución más adecuada en el momento actual y para el futuro desarrollo de la sociedad dominicana.
- Exigencias para el progreso de la investigación
En esta reflexión sobre la participación social en los procesos de investigación que se llevan a cabo en la sociedad global del conocimiento, es obligado concretar algunas recomendaciones, a nuestro parecer, de interés para una sociedad dinámica y en proceso de desarrollo en los comienzos del siglo xxi y que nos atrevemos a identificar de forma breve en las cuestiones que siguen.
1) El progreso de la sociedad del conocimiento, en todos los países y de manera especial en aquellos que están en vías de desarrollo, requiere de la creación de un ambiente propicio a la investigación, que implica al menos tres aspectos, no tan originales como interesantes: a) Los intelectuales, universitarios, profesores, académicos y en general los más instruidos han de ser conscientes de la necesidad de la investigación para la producción del conocimiento. b) La investigación requiere un tipo específico de metodología, la metodología científica, que es distinta de la que se usa habitualmente en la docencia. La metodología científica indaga y se ocupa de generar, descubrir, encontrar nuevos conocimientos. Busca soluciones a los problemas que se presentan en cualquier ámbito de la realidad. c) La metodología científica posee sus características específicas (dinámica, empírica, inductiva-deductiva y racional); tiene una determinada estructura procedimental que se concreta en un conjunto de reglas vertebradoras de la actividad investigadora; posee un contenido estructural en forma de conceptos, hipótesis, modelos, paradigmas, leyes, teorías y hasta se puede hablar de una filosofía de la ciencia y, por último, cumple unas funciones concretas de buscar las respuestas pertinentes a los problemas de la realidad o superar las limitaciones de los aportes teóricos precedentes a fin de obtener nuevos conocimientos (Méndez, 2009: 179-182). Este tipo de procedimientos, la metodología de la investigación, ha de incorporarse simultáneamente como materia fundamental de estudio teórico y de uso práctico a las instituciones académicas de estudios superiores, denomínense universidades o institutos superiores de educación o de investigación, que han de vencer la inercia desde los procedimientos de la docencia hacia la metodología científica
2) Para la generalización de los procedimientos científicos en los países en vías de desarrollo, se requiere, entre otras, la adopción de las pertinentes decisiones políticas que permitan: a) Ofrecer a los ciudadanos una educación de calidad en las edades de la adolescencia y la juventud e instalar en el sistema educativo una variada selección de alternativas de educación permanente, al alcance de los que la necesiten. b) Dotar a las universidades e institutos superiores de bibliotecas bien equipadas de obras científicas clásicas y modernas y revistas científicas de prestigio, y acostumbrar a los estudiantes a leer libros y artículos de revistas para preparar sus materias. c) Dotar recursos para que en las universidades se promueva una cultura científica con orientación específica hacia ámbitos profesionales y técnicos, mediante seminarios de metodología, conferencias sobre los avances científicos, la producción y publicación de trabajos con nivel científico y estancias breves de investigadores extranjeros en los ámbitos dominicanos de investigación y de estudiosos dominicanos en ámbitos prestigiosos de investigación de los centros extranjeros. d) Estimular políticas progresistas de investigación que favorezcan la innovación y los avances técnicos nacionales en la producción del conocimiento. En la República Dominicana es preciso poner en marcha programas de doctorado entre varias universidades nacionales (Maceiras, 2009: 188) y con la colaboración de alguna extranjera de calidad. Estos programas deberían tutelarse y financiarse, al menos en parte, desde el correspondiente ministerio de universidades durante su primera andadura. Esta parcial financiación legitimaría la función de tutela y vigilancia respecto de la calidad de los estudios a cursar. e) Desarrollar una política de promoción y financiación de proyectos de investigación sobre asuntos de interés nacional, dentro de las fronteras nacionales, con investigadores del país y externos.
3) La promoción de grupos de investigación comprende al menos los aspectos siguientes: a) La organización de grupos permanentes de investigadores nacionales a los que se les recompense su esfuerzo investigador y se les ayude a la necesaria movilidad para que se relacionen con sus colegas de otros lugares. Sería de interés que a estos grupos, al menos en los primeros proyectos, se vincularan investigadores extranjeros de probada experiencia en la materia. b) Crear estructuras de investigación (Mejía, 2009: 69-78) o agencias que se encarguen de gestionar recursos para la investigación, que financien la creación de bancos de datos a fin de que el bagaje científico-técnico pueda estar disponible para el investigador, el profesor, el experto, el ciudadano interesado y el político, para el servicio del ser humano, siempre necesitado, aun en la sociedad globalizada, del conocimiento, y que financien también la publicación de las investigaciones más importantes. c) Los centros y grupos de investigación han de aproximarse a las estructuras productivas, las empresas, las entidades financieras, las instituciones públicas y privadas de comercio e industria, las entidades tecnológicas y las dedicadas al medio ambiente y viceversa, estas han de poder beneficiarse de las investigaciones nacionales que se lleven a efecto. Esta vinculación es necesaria para proveer de recursos a las costosas infraestructuras que sostengan la actividad investigadora en calidad y cantidad y la orienten con incentivos razonables hacia sectores socialmente necesarios y con futuro.
4) Implementar un plan nacional I+D+I y crear agencias de evaluación de la investigación, lo que exige algunas decisiones: a) Legislar sobre la creación de agencias de evaluación de resultados de la investigación, que lleven a cabo el seguimiento de las líneas de investigación más necesarias para el país. Estimular la elaboración de los proyectos presentados a la financiación pública, establecer procedimientos para evaluar los resultados de los investigadores y determinar evaluaciones periódicas de la producción científica de los profesores e investigadores, de las universidades y de los centros de investigación, que permitan una responsable financiación. b) Se hace ineludible poner en marcha el sistema nacional de investigación y desarrollo (I+D+I), que se alimentará principalmente de la investigación nacional realizada y alentará la preparación de investigadores nacionales al ofrecer recursos para la investigación y ocupaciones de investigador. El sistema nacional de I+D+I se ha de convertir en el verdadero motor de la creación y difusión del conocimiento y, en consecuencia, del desarrollo de la sociedad.
La tarea es ardua y compleja, como se aprecia con facilidad; sin embargo, la dificultad y complejidad del asunto no debería de servir al desánimo sino más bien a la urgencia de poner manos a la obra, convencidos de que cuanto más pronto se comience más presto se alcanzará la meta.
Notas
El subdirector general de la Unesco para la Comunicación y la Información, Abdul Waheed Khan, escribe en julio de 2003 lo siguiente: «La “sociedad de la información” constituye un aspecto de las “sociedades del conocimiento”. En nuestro parecer, la denominación de “sociedad de la información” es más próxima al concepto de “innovación tecnológica”, mientras que el concepto de “sociedad del conocimiento” incluye otras dimensiones: social, cultural, económica, política, el cambio institucional y ofrece una perspectiva más plural del desarrollo. En nuestro parecer, el concepto de “sociedades del conocimiento” es preferible al de “sociedad de la información”, puesto que capta mejor la complejidad y dinamismo de los cambios globales […] el conocimiento es una dimensión relevante no solo para el crecimiento económico sino también para el mejoramiento y desarrollo de otros sectores de la sociedad», . (Traducción propia del inglés). 2 Para algunos autores la denominación de «sociedad del conocimiento» fue usada por primera vez en la década de los setenta por Peter F. Drucker, quien luego profundiza en su significado en la obra La sociedad poscapitalista. A este siguen pensadores como Robin Manselo y Nico Stehr. Otros, en cambio, atribuyen a Daniel Bell la paternidad del término, en cuanto que ya en su obra de la década de los sesenta del siglo pasado, El advenimiento de la sociedad postindustrial, hace uso del término «sociedad de la información», como se expone en . 3 En los dos primeros asuntos (1.1 y 1.2) se toman algunos datos de un artículo recientemente publicado y del que ofrecemos la referencia: Miriam Méndez Coca (2014). «Valoración de la ciencia aplicada en la sociedad actual», Sociedad y Utopía. Revista de Ciencias Sociales, 43, julio del 2014 Madrid, España, pp. 32-46. 4 Declaración Internacional «Hacia la Universidad del siglo xxi», elaborada con motivo del quinientos aniversario de la Carta bulada (Bula Cisneriana de 13 de abril de 1499 – 13 de abril de 1999) Inter Caetera, que es el documento fundacional de la Universidad Complutense de Madrid. 5 La primera publicación científica se editó en 1665, y en 1780 (115 años más tarde) existían cien publicaciones de este tipo; en 1850 se editaban mil publicaciones científicas; en 1900 diez mil y en la actualidad (100 años más tarde) son más de cien mil. 6 Declaración Internacional «Hacia la Universidad del siglo xxi». 7 En cuanto a la reducción de plazos, los hechos son fáciles de percibir y los ejemplos abundantes: el teléfono necesitó 56 años desde su invención (1820) hasta su desarrollo práctico (1876); la radio, solo 35 años (de 1867 a 1902); el radar, 15 años (1925-1940); la televisión, 12 años (1922-1934); el transistor, solo 5 años (1948-1953) (Habsburgo, 1968: 4). El teléfono móvil ha desplazado del primer lugar al teléfono fijo en apenas diez años.
8 Ulrich Beck ha escrito los mejores ensayos existentes en la literatura sociológica sobre los riesgos que afectan a la sociedad moderna y a sus habitantes, acuñando la expresión «la sociedad del riesgo». Destacan dos libros especialmente: La sociedad del riesgo: hacia una nueva modernidad (Paidós, Barcelona, 1998) y el que lleva por título La sociedad del riesgo global (Siglo XXI, Madrid, 2006). En este libro, escribe: «La sociedad del riesgo, pensada hasta sus últimas consecuencias, quiere decir sociedad del riesgo global. Pues su principio axial, sus retos, son los peligros producidos por la civilización que no pueden delimitarse socialmente ni en el espacio ni en el tiempo» (p. 29). 9 Radhamés Mejía (2009: 77): «Lograr que algunas instituciones se transformen cualitativamente y que se muevan desde los procedimientos de la docencia hacia una metodología de la investigación, y que sean capaces de articular los productos de este quehacer en innovaciones dinamizadoras de nuestro sistema productivo, y del sistema de prestación de servicios, es desarrollar la capacidad institucional de darle apoyo a la sociedad dominicana y a su sistema productivo y de prestación de servicios, para estar en mejores condiciones de insertarse exitosamente en la sociedad y en la economía del conocimiento». 10 Víctor F. Gómez Valenzuela (2009: 106-107): «Por supuesto, la formulación del Plan no concluye con este documento y de hecho el Plan mismo tiene que ser asumido como una herramienta dinámica capaz de responder de forma inteligente a las presiones del entorno institucional, socioeconómico y financiero, por lo que la formulación de proyectos e iniciativas similares, asociadas a los componentes del Plan, puede ser una manera de abordar tanto su propia operatividad como su estrategia de financiamiento. En todo caso, lo relevante es que el Plan inicie con un serio compromiso público en materia de apoyo institucional y financiero que sea capaz de movilizar y estimular a los sectores productivos para alinearlos con el compromiso de transitar hacia una economía basada en el conocimiento y en la innovación». Bibliografía Bauman, Z. (2001). La sociedad individualizada. Madrid: Cátedra. Beck, U. (2006).
La sociedad del riesgo global. Madrid: Siglo XXI. − (1998). La sociedad del riesgo: hacia una nueva modernidad. Barcelona: Paidós. Bell, D. (1996). «Reflexiones al final de una era», Claves, n.º 68, diciembre de 1996, Madrid. Bunge, M. (1972). La investigación científica. Barcelona: Ariel. Commoner, B. (1993). En paz con el planeta. Barcelona: Crítica-Drakontos Fernández P., J. (2010). «¿Cómo se hace la ciencia? y ¿cómo se comportan los científicos». En Maceiras, M. y Méndez, L. (coord.). Ciencia e investigación en la sociedad actual. Salamanca: San Esteban. Fernández V., F. J. (2010). «La universidad como ‘autóritas’ en la globalización».
En Maceiras, M., y Méndez, L. Ciencia e investigación en la sociedad actual. Salamanca: San Esteban. García M., M. (1980). Ensayos sobre el progreso. Madrid: Dorcas. Gómez V., V. F. (2009). «La ciencia, la tecnología y la innovación como instrumentos para el desarrollo económico y el bienestar social de la República Dominicana». En Maceiras, M. y otros. Investigación e innovación. Salamanca: San Esteban. Habsburgo, O de. (1968). Una política para el año 2000. Madrid: Iberoamericana. Hegel, G. W. F. (1971). «Discurso» (Berlín, 22 de octubre de 1818), en Lógica. Madrid: Ricardo Aguilera. Innerarity, D. (2011). La democracia del conocimiento. Barcelona: Paidós. Lamo de Espinosa, E. (1994). La sociología del conocimiento y de la ciencia. Madrid: Alianza Universidad. Maceiras, M. (2009). «Fomento de la investigación en la Universidad». En Maceiras, M. y otros. Investigación e innovación. Salamanca: San Esteban. Mejía, R. (2009). «La investigación como reto de la Universidad Dominicana». En Maceiras, M. y otros. Investigación e innovación. Salamanca: San Esteban. Méndez, L. (2009). «La sociedad del conocimiento». En Maceiras, M. y otros. Investigación e Innovación. Salamanca: San Esteban. Rivero, S., (2002). La gestión del conocimiento. Vizcaya: socintec. Rosovski, H. (1996). La universidad del siglo xxi: problemas actuales, misión cambiante y posibles soluciones. Madrid: Complutense.
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