Algunos teóricos de la región proponen que el sur estadounidense, sobre todo el delta del Mississippi, se considere como parte del Caribe. Entre estos, se encontraba Édouard Glissant, escritor caribeño recién fallecido. La propuesta la hace en el libro Faulkner, Mississippi, donde analiza la obra del nobel norteamericano. A continuación, se hace una reseña de este libro, traducido al inglés por el autor de este texto, que indaga en el pasado post colonial y esclavista del Sur y en el concepto de «criollismo». 71 S La historia está presente, olvidada sin ser olvidada y mis observaciones reflejan cierta proximidad con la obra y la persona de Édouard Glissant, espero que sirvan para remontar las fronteras del Caribe hasta Louisiana, haciendo a la vez venir del norte, hasta Santo Domingo, la extrañeza de esa lengua de Faulkner y de su universo del Sur estadounidense, un encuentro imprevisto entre las tierras criollas de Estados Unidos y el Caribe.
En el ensayo Faulkner, Mississippi, el pensamiento de Édouard Glissant ubica la obra de Faulkner en un Mississippi a la vez mítico y real. El pasado pesa como el musgo español que cuelga de los viejos árboles, testigo de cambios y de crímenes. Glissant yuxtapone las épocas en el Sur estadounidense, la del universo ficcional de Faulkner en el siglo XIX, la de Faulkner a mediados del siglo XX y la de su propia narración a finales del mismo siglo XX. Glissant subraya las diversas capas y palimpsestos de la historia: enmarañadas, puestas en relación en el universo de Faulkner. Glissant insiste en la yuxtaposición y en la criollización de tres comunidades en el Sur: los amerindios, los negros descendientes de esclavos y los blancos descendientes de inmigrantes europeos. Glissant dedica su ensayo (entre otros) a los estudiantes de la Southern University, en Bâton Rouge, y no a los de la LSU (Louisiana State University), donde enseñó entre 1988 y 1995. Las facultades de Bâton Rouge se diferencian por su composición racial: la Southern University fue fundada en 1956 para la educación de los afroamericanos (y no fue sino hasta la década de 1950 que la LSU, fundada en el siglo XIX, recibió a sus primeros estudiantes afroamericanos). Esta distinción sirve para poner a Glissant en la geografía del sur de Louisiana y en las fronteras raciales y económicas, atravesadas y puestas en relieve en la capital del estado. Es redundante repetir que los estadounidenses no aprecian la crítica venida de afuera. Glissant mismo lo dice: «los ciudadanos de los Estados Unidos de América pueden ser los más feroces en el análisis crítico de su sociedad, cualidad que no se encuentra en muchos pueblos, pero cuántos de estos analistas lúcidos aceptan poco, o tan difícilmente, que una mirada extranjera sancione sus imperfecciones». Las diferentes reacciones a su ensayo sobre Faulkner (al menos a la traducción al inglés) prueban este gen, pero son menos marcadas por lo que dice Glissant sobre los Estados Unidos o sobre Faulkner, que por el modo poco tradicional de abordar la obra estudiada. En su largo paso por Louisiana, Glissant pudo conocer bien el Sur estadounidense.
Su mirada, por momentos irónica, de insider outsider, me interpela particularmente, pero no gustó a todos los lectores estadounidenses. Diane Roberts, por ejemplo, halla el texto «impresionista y difuso» con interpretaciones aleatorias, incoherentes, a veces erróneas. Plantea que Glissant llega al mundo de Faulkner y del Sur estadounidense como un extranjero: «interesado y simpático», pero extranjero. Outsider: la palabra aparece a menudo en las reseñas sobre la traducción de Faulkner, Mississippi. Igualmente disgustado por el ensayo de Glissant –que encuentra «poético y erudito, pero inconexo»–, Scott Yarbrough halla sin embargo que es la perspectiva de Glissant como outsider lo que más aporta a esta lectura de Faulkner: «Como artista, como un hombre negro que es extranjero, como descendiente de esclavos africanos sin ser afroamericano, [Glissant] ofrece una perspectiva única que le permite reaccionar ante la obra de Faulkner en el plano emotivo, sin dejar de juzgarla en el plano estético». El punto de vista de Glissant, presentado como el de un extranjero, es igualmente reconocido, implícitamente –por «simpatía», por herencia o por cuestiones estéticas– como una apreciación de la obra de Faulkner desde el punto de vista del insider. Es en la Louisiana de 1990 donde conocí a Édouard Glissant. El hecho de que mi recorrido profesional haya cruzado el suyo, sobre todo una vez que nos juntó en CUNY en 1995, ciertamente influye en mi lectura de su obra. Mi presencia en la conferencia de 2013, en la República Dominicana, para el Encuentro de los mundos en honor 72 de Édouard Glissant, da cuenta de una voluntad de hacer intervenir, en Santo Domingo, una perspectiva del «Norte». Para esto, recurrí a Old Man River, el Mississippi real y mítico que, durante siglos, enlaza el continente americano con las Antillas (y el mundo) a través del tránsito humano y del comercio. A Glissant, las tierras de la desembocadura del Mississippi lo acercaron a una sociedad de plantación más de un siglo después de la abolición de la esclavitud.
Originario de la tierra alta, llegué a Louisiana como otro tipo de «extranjero», palabra que pongo entre comillas, pues las tierras del Delta nos han aportado (en el norte) el jazz, los Delta Blues y las canciones spirituals, de patrimonio universal, pero a la vez profundamente americanas. No fue mi formación bastante clásica en las letras francesas europeas, sino más bien mi infancia en Wisconsin la que me llevó naturalmente a la lectura de Glissant, con sus retratos de sociedades distintas, interrelacionadas (a veces violentamente), como en el Caribe y en Faulkner. El Mississippi –primero el río, luego el estado donde se sitúa el mundo faulkneriano– es un paisaje (o un misterio, como lo siente el espectador del film Down By Law de Jim Jarmusch y cómo hacen sentir la presencia de los mistè invisibles haitianos) como también una frontera nacional que delimita el «Sur». El condado de Yoknapatawpha de Faulkner se vuelve ese lugar del mundo, ese microcosmos, donde el TodoMundo del continente se interrelaciona con el afuera y con el Otro. El lugar cerrado se revela más abierto, mestizado con una presencia invisible del Otro: de origen amerindio, africano o europeo. Pero, en Faulkner, esta presencia es una condena. En su obra, no hay melting pot; la desviación de la línea familiar es vista como una tara, una impureza. En la obra de Glissant, las imbricaciones del encuentro imprevisible son bastante más complicadas. En la desembocadura del Mississippi, en el cruce del Este con el Oeste del continente, del Norte y el Sur, uno se sumerge en el vértigo de los bayous y las pistas de ese Estados Unidos salvaje, misterioso y épico. Édouard Glissant insistía en colocar a Louisiana en el norte de las Antillas, lo que es difícil de hacer ante las realidades más bien insulares de la pequeña capital de Louisiana en el Estados Unidos profundo, BâtonRouge, donde el conocimiento geográfico está poco extendido. («Verdaderamente, ¿ustedes creen que hay que acercar Louisiana a las Antillas?», 47, Faulkner, Mississippi). Sin embargo, la historia del Sur es allí omnipresente, con suvenires kitsch vendidos a los turistas, glorificando la época Antebellum –el período previo a la guerra– cómo puede dar cuenta una visita a las bellas moradas de las grandes plantaciones, con empleados de largos vestidos, al estilo de la Scarlett de Lo que el viento se llevó. Como dice Glissant, el pasado está «limpio, aséptico, pasteurizado» de la presencia esclavista: «el cuidado en informar al visitante se mezcla […] con el temor de aterrorizar con recuerdos inútiles» (2223, Faulkner, Mississippi). Como toda gran ciudad del Sur, en Bâton Rouge se rinde homenaje al jefe del ejército de los Estados Confederados, el general Robert E. Lee, en cuyo nombre fue bautizado el liceo Lee High, situado sobre uno de los ejes principales de la ciudad, Lee Drive. Parece que, de vez en cuando, se puede ver soldados confederados paseándose por ahí. La historia está presente, olvidada sin ser olvidada. Y la de los blancos criollos no es la de los negros criollos. O puede que sí, como en ocasiones se muestra en los trabajos de Faulkner y Glissant. Los hechos actuales nos han recordado hasta qué punto las realidades del Sur –en su sentido amplio, el «Sur» que comparte con el «Norte» la herencia del pasado esclavista– perduran.
Los manifestantes de numerosas ciudades no dejan de gritar «Black Lives Matter», durante unos años marcados por la violencia policial y por «atropellos» que causaron la muerte de numerosos afroamericanos desarmados, y a menudo muy jóvenes. El colmo fue la masacre, el 17 de junio de 2015, de nueve feligreses en Charleston (antigua capital del Sur secesionista) durante su revés en la Louisiana de 1990 donde conocí a Édouard Glissant 73 nión en una iglesia histórica llamada Emanuel African Methodist Episcopal. Hizo falta un horror de racismo asesino como este para que los congresistas del Estado de Carolina del Sur, no sin debates y manifestaciones turbulentas, votaran a favor de arriar la bandera del Sur de su estandarte ante el Capitolio. Grafiteada con la inscripción Black Lives Matter, la estatua del presidente de los Estados Confederados, Jefferson Davis, fue removida discretamente del campus de la Universidad de Texas en Austin, en agosto de 2015, para llevarla a un museo. Veinte años después de la publicación de Faulkner, Mississippi, más de ciento cincuenta años después del fin de la guerra del Sur, los vestigios de racismo aún perduran. Después de la masacre de Charleston, el país está sacudido por la necesidad de proscribir ciertos símbolos: estatuas, banderas y nombres de lugares y edificios. Glissant comprendía y sentía profundamente estos restos simbólicos que no siempre son así de visiblemente concretos. Las fronteras raciales perduran. Hacia el inicio del primer capítulo de Faulkner, Mississippi, se ve a la pareja Glissant recién instalada en Bâton Rouge.
Al inicio de su descubrimiento de este «gran cuerpo de sombras y misterios» (15, Faulkner, Mississippi) de los Estados Unidos, en el que se embarcaron con otros antillanos en una road movie que atravesará el territorio faulkneriano, disfrutan de un plato de hashbrowns en Louie’s Café, ante la TV, en la que intentan comprender el béisbol y los diversos hechos del nuevo país. El intento comienza así en la agradable y aterradora extrañeza de esta ciudad del Sur, con la banalidad de la violencia en el fondo de la escenografía estadounidense. Para mi propia lectura, antes de deambular virtualmente hasta Rowan Oak con el autor, tuve el placer de recordar agradables desayunos en Louie’s Café en 1990, junto al campus de la LSU, allí donde sirven huevos acompañados de gritos a las parejas «mixtas», como esa que Glissant formaba con su esposa y la otra compuesta por mi amiga y colega Arthé Anthony, historiadora de Louisiana, y yo. No solamente es el inicio de la persecución de los fumadores lo que vuelve a mi memoria tras la lectura del texto de Glissant, sino sobre todo los peligros perceptibles (a pesar de no siempre ser visibles) del Sur, como el pasaje en que los aventureros del texto de Glissant se detienen para comer en un restaurante de Natchez. Rápidamente se aprende en cuáles zonas de la ciudad pueden sentarse juntas las parejas «mixtas». En 1998, en un seminario realizado en CUNY sobre la obra de Clissant, interviene a propósito de ciertas dificultades y particularidades de la traducción (que acababa de terminar; apareció en abril de 1999). Por ejemplo, ciertos nombres no tienen equivalente en inglés, como «el diferido», «el inextricable», «el oscuro», «la filiación» o «el vértigo»; así, habíamos invitado a los anglófonos a que adoptaran el neologismo de Glissant, la «multicultura», en sustantivo. Muchas 74 cosas me animaron a emprender junto a Barbara Lewis la traducción de Faulkner, Mississippi.
Había, por ejemplo, descripciones de esta ciudad (BâtonRouge) que yo conocía, y un chasquido de familiaridad al leer a Glissant describiendo –más bien como extranjero– la canción para deletrear el río Mississippi que yo conocía, como tantos otros estadounidenses, desde mi infancia. Al releer el texto de Glissant me vuelve una sensación de Unheimlich (miedo) que él hace salir del mundo de Faulkner y del Sur estadounidense: el peso de la historia, el pasado silente y sin embargo resentido, los ambiciosos y descomunales sueños de las dinastías, los que han sido pervertidos por los crímenes y por el incesto, las alianzas entabladas fuera de los clanes y todo ese encuentro imprevisible de mundos opuestos, que aterra y atrae, como la prosa de Faulkner. Faulkner mismo da glosarios de genealogía y cartas para explicar las líneas familiares de sus personajes. En su obra, el fracaso de la saga familiar es majestuoso, estructurado por el novelista que extravía a sus lectores en sus frases y procedimientos de narrador. En la obra de Glissant, lo imprevisible que entra en la línea –o en la historia– es mucho más feliz. Volveré a ello luego de un paréntesis sobre el lenguaje faulkneriano. Glissant no leyó a Faulkner en el original. En el momento de la aparición del segundo tomo de las novelas de Faulkner en la colección de La Pléiade en Francia, Glissant publica un artículo en el que dice que las traducciones de Faulkner al francés son admirables, poniendo «bajo la luz las estructuras y las intenciones de la obra». Glissant consagra un capítulo de Faulkner, Mississippi a las peculiaridades del estilo de Faulkner: la acumulación de detalles a través de listas, la circularidad de los textos, la repetición y ciertas construcciones que recurren («no solamente […] sino» y «puede que […] pero»), que construyen lo que Glissant llama un procedimiento de lo «diferido» o una escritura «compuesta». Y, sin embargo, la «estructura» de la frase faulkneriana no está presente en la traducción francesa. Se pierde todo el ritmo y la belleza del inglés faulkneriano, como puede constatarse al leer en voz alta una sola frase larga, extraída de ¡Absalón, Absalón! (de casi trescientas palabras, que comienzan con The nigger was just another balloon face…) que citó como ejemplo en el Apéndice. Sería demasiado extenso discutir esa tragedia en Sutpen, su rechazo y su miedo de verse y reconocerse en el otro. Tomada fuera de contexto, la frase hace valer la finura del análisis de Glissant a propósito de las preocupaciones raciales en el mundo de Faulkner.
El ejemplo (citado en el Apéndice, con su traducción al francés y al español) muestra igualmente que el estilo de Faulkner escapa totalmente a los lectores no anglófonos; magnífica, la frase faulkneriana impacta. Siendo completamente otro el estilo de Glissant, es fascinante observar de cerca cierto pasaje que el editor estadounidense quiso eliminar de la traducción, por ejemplo, al final del capítulo central del libro, «El rastro», donde Glissant evoca durante tres páginas los perfumes de las flores y sobre todo el esplendor del jazmín y la magnolia, dos flores que «no acompañan las turbias renuncias de los habitantes de la Gran Casa y no comparten ni revelan sus secretos, ni atenúan sus tormentos con sus efluvios» (202, Faulkner, Mississippi ). Pude convencer al editor de que no se trataba de un texto superfluo, sino de un argumento que debía permanecer en la traducción. Justamente, Glissant ilustra cómo el jazmín y la magnolia no son flores de casa, «del tormento íntimo y de las carencias ocultas» como la madreselva, la glicinia o la verbena, «plantas de efusión, [que] dejan como un rastro incierto en todo lo que debió suceder, todo lo que fue abdicado, todo lo que fue abandonado».
El jazmín y la magnolia son más bien flores de afuera, donde «consiguen arder secretamente» (204, Faulkner, Mississippi). Glissant nos sumerge en esa imperceptible diferencia de las flores en la obra de Faulkner (y en el Sur) y en eso que llama (en su artículo de 1995 publicado en Libération) el Glissant lee a Faulkner en el cruce de lo literario y lo histórico 75 «vértigo Faulkner»: «Toda la obra se decide a partir de un a priori ineludible, una pregunta vertiginosa: ¿cómo iluminar los “inicios” del Sur, ese acaparamiento de la tierra por los blancos venidos de Europa y, a decir verdad, de ninguna parte, todos presas de una violencia irreprimible, que ciertamente no tenían el derecho de comprar esos “grandes bosques” a los últimos indios, guardianes de la tierra, los cuales ciertamente no tenían el derecho de venderlos?». Glissant lee a Faulkner en el cruce de lo literario y lo histórico, reparando en los rastros de la historia compuesta de los Estados Unidos en el universo faulkneriano y en el Sur de finales del siglo pasado. Según Glissant, se trata de una tragedia épica en Faulkner, una «épica errática y turbia» (32, Faulkner, Mississippi) donde «el país entero, el Sur entero, está maldito» (198, Faulkner, Mississippi). Los personajes son confrontados con la imposibilidad de una filiación «pura» y asegurada, y el fracaso de una legitimidad o un fundamento atávico que perdura. No hay respuesta a la pregunta faulkneriana, que Glissant resume en «¿dónde está la legitimidad original absoluta?». Vuelta impura, la línea es pervertida, contaminada. En personajes como Sutpen, Glissant ve la amenaza del mestizaje, la «perversión» de la mezcla (124, Faulkner, Mississippi). Al subrayar en la obra de Faulkner «el estigma del mestizaje» que viene «del afuera», Glissant muestra cómo Haití o el Caribe representan esta maldición: «El condado está vinculado a su entorno inmediato, el Caribe, América Latina, a través de la maldición, el mestizaje, nacido de la violación del esclavismo, es decir, por eso mismo que el país produce y reprime a la vez» (124, Faulkner, Mississippi). Y si hay maldición en los personajes, en el autor (Faulkner) hay una obra maravillosa, «la puesta en vértigo de la pregunta de la filiación» (69, Faulkner, Mississippi). En Faulkner, la «verdad indecible […] arde como una condena» (312, Faulkner, Mississippi). Se podría decir que the Mix is the Menace, mientras que en Glissant “the Mix is the Message” (235, Faulkner, Mississippi). Antillano, Glissant sigue la línea de color que, en Faulkner, es una amenaza que pesa sobre los linajes de Sutpen, Compson y Snopes, pero que en Glissant más bien encarna el mestizaje gozoso e imprevisible. La visión optimista de 76 Glissant ha capturado la atención de Jonathan Levi, en su evaluación de Faulkner, Mississippi para Los Angeles Times. Si, como Glissant, Faulkner sigue siendo para mí un autor esencial, es por otras razones más estilísticas y por una visión del mundo quizás más trágica, más negra, a lo Thomas Hardy, más pesimista que la de Glissant. Durante esa primera velada de nuestro encuentro en BâtonRouge, hablamos de la francofonía –palabra que Édouard detestaba–, de nuestros autores fetiches, entre los cuales estaba Céline (y, para él, Saint Simon y Faulkner), de la política y de los acadios. Durante una veintena de años, seguimos frecuentandonos. Me divertía cuando contaba su sorpresa ante este Estados Unidos que se creía tan «grande», y admiraba el placer que le daba el descubrimiento de todo lo imprevisible: una apertura de pensamiento y de espíritu simbolizada por esa desembocadura del Mississippi, tierra de bayous misteriosos. Según Glissant, «la tensión de la épica tradicional [en Faulkner…] ya no es válida para nosotros. La épica grandiosa de la exclusión del otro ya no es para nosotros más que perifollo […]» (304, Faulkner, Mississippi).
Glissant celebra el maelström de la mezcla; ya no está la amenaza de la desafiliación, sino más bien la realidad de la puesta en relación cotidiana de todas las poblaciones, tanto en el lugar cerrado de Faulkner, en el Mississippi, como sobre una acera de Nueva York. Apéndice But I can shoot him. (Not the monkey nigger. It was not the nigger anymore than it had been the nigger that his father had helped to whip that night. The nigger was just another balloon face slick and distended with that mellow loud and terrible laughing so that he did not dare to burst it, looking down at him from within the halfclosed door during that instant in which, before he knew it, something in him had escaped and – he was unable to close the eyes of it – was looking out from within the balloon face just as the man who did not even have to wear the shoes he owned, whom the laughter which the balloon held barricaded and protected from such as he, looked out from whatever invisible place he (the man) happened to be at the moment, at the boy outside the barred door in his patched garments and splayed bare feet, looking through and beyond the boy, he himself seeing his own father and sisters and brothers as the owner, the rich man (not the nigger) must have been seeing them all the time – as cattle, creatures heavy and without grace, brutely evacuated into a world without hope or purpose for them, who would in turn spawn with brutish and vicious prolixity, populate, double treble and compound, fill space and earth with a race whose future would be a succession of cutdown and patched and madeover garments bought on exorbitant cre 77 dit because they were white people, from stores where niggers were given the garments free, with for sole heritage that expression on a balloon face bursting with laughter which had looked out at some unremembered and nameless progenitor who had knocked at a door when he was a little boy and had been told by a nigger to go around to the back): No. Absalom, Absalom! de William Faulkner (1936). New York: Vintage, 1972: 23435. Mais je peux le canarder. (Pas le nègresinge.
Ce n’était pas le nègre, pas plus que ce n’était le nègre que son père avait aidé à rosser ce soirlà. Le nègre était simplement une autre faceballon luisante et gonflée, avec ce rire jovial, énorme et terrible qu’il n’osait pas faire éclater, qui le toisait de derrière cette porte entrebâillée pendant cet instant où, avant qu’il ne s’en rendît compte, quelque chose en lui s’était échappé – avec des yeux que lui était impuissant à clore – était en train de le regarder de l’intérieur de cette faceballon, exactement comme l’homme qui n’était même pas obligé de porter les souliers qu’il possédait et que le rire du ballon barricadait et protégeait contre des gens tels que lui regardait, de quelque endroit invisible où il (l’homme) se trouvait être à ce momentlà, le gamin resté de l’autre côté de la porte barrée avec ses vêtements rapiécés et ses pieds plats et nus, regardant à travers et audelà du gamin, qui luimême voyait alors son père et ses sœurs comme le propriétaire, le riche (pas le nègre), avait dû toujours les voir – comme du bétail, des êtres lourds et disgracieux, brutalement évacués dans un monde ne leur offrant ni but ni espoir, qui à leur tour allaient se reproduire avec une bestiale et perverse fécondité, pulluler, doubler, tripler, multiplier, remplir la terre et l’espace d’une race dont l’avenir serait une succession de vêtements rapetissés, rapiécés, rapetassés, achetés à crédit pour un prix exorbitant, parce qu’ils étaient des Blancs, aux magasins où l’on donnait gratis des vêtements à des nègres dont le seul héritage était cette expression sur une face de ballon éclatant de rire qui avait regardé on ne savait quel ancêtre oublié et anonyme frappant à une porte quand il était petit garçon et à qui un nègre avait dit de faire le tour par la porte de derrière.) Mais je peux le canarder, et l’autre luimême : Non. (Traducción al francés por R. N. Raimbault). Pero todavía puedo dispararle. (No el negro mono. Ya no era ese negro que había sido el negro que su padre había ayudado a azotar esa noche.
El negro era solo otro cara de globo escurridizo y distendido con esa risa suave y sonora y terrible así que no se atrevía a reventarlo, viéndolo desde arriba desde la puerta entreabierta durante ese instante en que, antes de que pudiera saberlo, algo en él había escapado y –era incapaz de cerrarle los ojos– estaba mirando desde el interior de la cara de globo justo como el hombre que ni siquiera tiene que calzar los zapatos que poseía, cuya risa que el globo mantenía barricada y protegida de esos que eran como él, veía desde cualquier lugar invisible en el que él (el hombre) resultaba estar en ese momento, en el muchacho fuera de la puerta cerrada con sus ropas remendadas y pies descalzos separados, viendo a través y más allá del muchacho, él mismo viendo a su propio padre y hermanas y hermanos como el propietario, el rico (no el negro) debe haberlos estado viendo todo el tiempo –como ganado, criaturas pesadas y sin gracia, evacuadas brutalmente en un mundo sin esperanza o propósito para ellos, quienes a su vez se reproducirían con prolijidad bruta y violenta, poblando, doble triple y compuesto, llenando espacio y tierra con una raza cuyo futuro sería una sucesión de vestimentas recortadas, remendadas y rehechas compradas a crédito exorbitante porque ellos eran la gente blanca, de tiendas donde los negros recibían vestimentas gratuitamente, teniendo por única herencia esa expresión en una cara de globo estallando en risa que había asomado en algún progenitor olvidado y anónimo quien había tocado una puerta cuando era niño y le había dicho otro negro que fuera por la puerta de atrás).
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