La Monja Alférez es uno de los personajes más interesantes de la conquista del Nuevo Mundo y, como obra literaria, de la literatura española en general. En ella se mezclan el género, la identidad nacional y el poder, constituyéndose en una figura representativa del conquistador español y convirtiéndose en un caso digno de análisis y escrutinio. En este artículo se intenta ofrecer una visión lo más abarcadora posible del personaje. Catalina Antonio de Erauso (1585-1650), conocida como la monja Alferez, es uno de los personajes mas atractivos de la historia de la conquista española de ameriica. No solos ela noce por su autobiografia, objeto de este ensayo, sino también por la abundante producción de ficción de la que es objeto.
Para dar unos cuantos ejemplos podemos mencionar obras de teatro, la primera de ellas escrita y presentada cuando Erauso aún vivía: La monja alférez (1626), de Juan Pérez de Montalbán; numerosas novelas, entre las cuales cabe mencionar: The Spanish Military Nun (1847), de Thomas de Quincey, Las memorias de la Monja Alférez (1972), de Carlos Keller Rueff, Confesiones de la monja alférez (2005) de Juanita Gallardo, y la más reciente Catalina (2006) de Markus Orth, publicada en español con el título La mujer travestida (2009). Existen también dos películas con el mismo título: La monja alférez, una de 1944, con María Félix en el papel protagónico, con un guión en el que participó Max Aub y dirigida por Emilio Gómez Muriel, y otra en 1987, dirigida por Javier Aguirre.
En este artículo analizaré cómo se mezclan el género, la identidad nacional y el poder para hacer de Catalina/Antonio de Erauso una figura representativa del conquistador español del Siglo de Oro. El texto Historia de la Monja Alférez escrita por ella misma presenta múltiples problemas al momento de enfrentarse a él: ¿Es o no autobiografía? ¿Cuál es el género literario: picaresca, libros de soldado, crónicas de viaje? Para fines de este análisis tomaré el texto como autobiográfico y escrito por la Monja Alférez, y también dejaré de lado el aspecto de la polifonía de géneros literarios para así poder enfocarme mejor en los tres asuntos que marcan mi rumbo.
Cómo referirse a Catalina/Antonio es uno de los problemas principales a los que se enfrenta cualquier analista del texto. He optado por el uso innovador del nombre de su nacimiento y el último nombre con el cual vivió, para destacar la naturaleza dual del género del personaje conocido en el Siglo de Oro como la Monja Alférez. Un lector comtemporaneo de la obra, podemos especular, estaria igualmente confundido al enfrentarseal personaje, ello asi desde el mismo titulo asignadoa este: la monja alferez.
Si bien el personaje priviligiada si indentidad masculina, presente a si mismo, en el texto como la monja alferez y no el alferez monja, al menos en el original en español. Este es solo unode los tantos problemas que presentea el determinar el genero del personaje.
Para Judith Butler, el género es un efecto, una construcción que se logra a través de “una habitual estilización del cuerpo, una serie de actos repetidos dentro de un marco altamente regulado que se solidifica con el tiempo para tomar la apariencia de una sustancia, de una especie de ser natural” (Butler 33). Si aplicamos esta definición del género como un efecto producto de la estilización del cuerpo a Catalina/Antonio, veremos como él va a construirse como hombre a partir de un cuerpo femenino mediante una serie de actos que podríamos calificar como rituales. Luego de escaparse del convento donde había estado internada desde los cuatro años de edad, Catalina/ Antonio declara: “Allí acogíme y estuve tres días Trazando, acomodando y cortando de vestir. Híceme, de una basquiña de paño azul con que me hallaba, unos calzones, y de un faldellín verde de perpetuán que traía debajo, una ropilla y polainas; el hábito me lo dejé por allí por no saber qué hacer con él. Córteme el pelo, que tiré, y a la tercera noche, deseando alejarme, partí no sé por donde…” (Erauso 12).
Podemos observar cómo el nacimiento de este hombre es producto de una acción volitiva por parte de la mujer que hasta ese momento había sido novicia de un convento. La estilización es primero exterior: la ropa y el pelo. Estos marcadores externos del género, especialmente el vestido, van a ser de suma importancia en la percepción de Catalina/Antonio como hombre dentro de la sociedad española; para Catalina/ Antonio lo más importante es verse, lucir como hombre. Algunas observaciones de la época, como la de Pedro del Valle Peregrino, señalaban que Catalina/Antonio prácticamente “no tiene pechos: que desde mui muchacha me dixo haver hecho no sé qué remedio para secarlos i quedar llanos, como le quedaron: el qual fue un emplasto que le dio un Italiano, que cuando se lo puso le causó gran dolor; pero después, sin hacerle otro mal, ni mal tratamiento, surtió el efecto” (citado en Perry, 414, nota 8).
Catalina/Antonio asume las marcas exteriores de la masculinidad al tiempo que borra las marcas exteriores de la feminidad: pechos y pelo largo. Estos actos dan nacimiento a un hombre que va a asumir uno de los roles masculinos más paradigmáticos de la época: el soldado conquistador. Así, la Monja Alférez se inscribirá en la sociedad como elemento masculino a partir de una serie de “performances”, primero en el terreno privado y luego, como veremos más adelante, en lo público. Lo “performativo” de los gestos y actos es descrito por Butler del siguiente modo: “Dichos actos, gestos, proclamaciones, son performativos en el sentido que la esencia o identidad que se supone expresan son fabricaciones manufacturadas y sostenidas a través de signos corporales y otros medios discursivos”3 (Butler 136, cursivas en el original).
Estos signos corpóreos: ropas masculinas, ausencia de pechos, pelo corto, van a definir a Catalina/Antonio frente a la sociedad y le van a permitir hablar y actuar como hombre. La repetición de gestos y actos aprendidos durante sus años como paje al servicio de varios amos masculinos añadiría, podemos suponer, más credibilidad a su construcción del género masculino. Michel Foucault, al referirse al soldado del siglo xvii, anota que “el soldado es por principio de cuentas alguien a quien se reconoce de lejos. Lleva en sí unos signos: los signos naturales de su vigor y de su valentía, las marcas también de su altivez; su cuerpo es el blasón de su fuerza y de su ánimo” (Foucault, 1994, 139). La estilización del cuerpo de Catalina/Antonio va a producir un “efecto de género” (Butler, 140) que se va a confirmar cuando se haga soldado en el Nuevo Mundo, pero que tuvo su inicio en la primera etapa de masculinización que se narra en el texto y que se da bajo el signo de la novela picaresca: el deambular masculino y la delincuencia.
Al embarcarse para el Nuevo Mundo, donde se hará soldado en Chile, Catalina/Antonio ofrece como explicación a su amo del momento, Diego de Lasarte: “Era mi inclinación andar y ver mundo” (Erauso, 25). El deambular va a ser el signo de Catalina/Antonio en el Nuevo Mundo, aquí podemos encontrar otro esquema binario de ruptura: al encierro de la novicia Catalina en el convento podemos oponer el “andar y ver mundo” de Antonio. Perry da una razón contundente para que se considere al personaje Catalina/ Antonio como masculino: “Sin embargo, podría argumentarse que Catalina de Erauso debe ser identificada como un hombre que no permitió que la identidad errada que su familia tenía de él, ni su falta de algunas de las características fisiológicas de los machos coartaran su propia percepción de sí mismo” (Perry, 395).
Lo importante aquí es la auto-percepción, Catalina/Antonio se refiere a sí mismo en masculino salvo algunas instancias de las que hablaré más adelante.
Tomando como base la definición del poder de Foucault: “[…] es el nombre que se presta a una situación estratégica compleja en una sociedad dada” (Foucault, 1977,113), podemos ver a Catalina/Antonio como un sujeto inmerso dentro de una red de situaciones específicas en las cuales su grado de ejercicio de poder se va a ver determinado, en gran parte, por el género que se encuentre ejerciendo en ese momento, y, viceversa, veremos cómo su situación de género se verá afectada por la posición de poder que ocupe en un momento determinado. Esta situación estratégica se hace problemática en el texto por la intervención volitiva del sujeto femenino que adopta conscientemente un género diferente al de su sexo biológico y que resulta ser el que se identifica, en la sociedad en la que se encuentra, con el poder estatal y violento.
La intervención del sujeto Catalina/Antonio no invalida la definición de poder de Foucault, la cual parece no dejar espacio para los actores humanos, pero sí la coloca en otra dimensión del análisis: los sujetos podrían, de manera voluntaria, colocarse en situación de ejercer el poder en determinadas circunstancias. Bajo este prisma, los sujetos no serían simples producciones del poder ni simples víctimas que se resisten al mismo, sino que elegirían posicionarse como sujetos capaces de ejercer el poder. En el caso de Catalina/ Antonio estamos frente a una mujer que decide construirse como hombre para así “andar y ver mundo”, para disfrutar de los privilegios sociales asignados a la masculinidad.
El poder como situación estratégica (Foucault) y el poder como obediencia a la ley (la visión tradicional) son los dos paradigmas en los cuales se sitúa Catalina/Antonio en tres dimensiones: como sujeto que se construye a sí mismo para ejercer el poder sobre otros, como sujeto que es sometido al poder (en sentido penal) y como sujeto que se resiste al poder, generando en su propio cuerpo un contrapoder que se opone, de modo contradictorio e irónico, al poder patriarcal que asume como propio.
En el contexto histórico-social en el cual vivió Catalina/Antonio, los roles asignados a los géneros estaban determinados en función de una matriz binaria: hombre-masculino-espacio público-libertad de movimiento vs. mujer-femenino-espacio privado-reclusión (doméstica o religiosa). Catalina, al haber nacido mujer, pasa a cumplir con su función femenina dentro de esta matriz: su vida hasta los 15 años transcurre detrás de los muros de la casa paterna y del convento. A la edad de 15, Catalina se va a construirse a sí misma como sujeto perteneciente al género masculino y, para ello, necesita marcar sobre la piel y el cuerpo los signos de la masculinidad. A partir de esos actos rituales (fabricación del vestido, corte de pelo, supresión de los senos) se da nacimiento a un sujeto poderoso, un sujeto que ejercerá poder sobre seres catalogados como inferiores hasta terminar sus días como Antonio de Erauso, encomendero con mulas e indios a su cargo.
Pero esta masculinidad no se limita a ejercer poder sobre sujetos inferiores en la escala social, como los indios o las prostitutas amenazadas por él al final del texto, sino que también manifiesta su masculinidad y su poder violento cuando reacciona hombrunamente a las ofensas al honor que se le hacen a todo lo largo del texto: “Pusímonos ma como sujeto perteneciente al género masculino y, para ello, necesita marcar sobre la piel y el cuerpo los signos de la masculinidad. A partir de esos actos rituales (fabricación del vestido, corte de pelo, supresión de los senos) se da nacimiento a un sujeto poderoso, un sujeto que ejercerá poder sobre seres catalogados como inferiores hasta terminar sus días como Antonio de Erauso, encomendero con mulas e indios a su cargo.
Pero esta masculinidad no se limita a ejercer poder sobre sujetos inferiores en la escala social, como los indios o las prostitutas amenazadas por él al final del texto, sino que también manifiesta su masculinidad y su poder violento cuando reacciona hombrunamente a las ofensas al honor que se le hacen a todo lo largo del texto: “Pusímonos Estas actuaciones van a tener consecuencias, generalmente penales. A lo largo de Historia de la Monja Alférez escrita por ella misma se observa una negociación de la ley, de cómo Catalina/Antonio se relaciona con los demás a través del marco jurídico. Esto se ve desde el primer capítulo cuando, aún adolescente, el personaje principal tiene que pasar un mes en la cárcel por herir a un muchacho. Luego del episodio del juego relatado anteriormente, la Monja Alférez pasa seis meses en santuario en la iglesia donde se había acogido para escapar de la acción de la justicia secular; luego de matar a su hermano, en una riña en la oscuridad, debe pasar otros ocho meses en santuario y se le pasa “causa en rebeldía” y así sucesivamente hasta verse condenado a muerte y salvarse milagrosamente a última hora. Todas las situaciones penales en las que se ve envuelto la Monja Alférez son producto de infracciones generalmente asociadas con lo masculino: riñas, golpes y heridas voluntarias, homicidios.
Tanto el cuerpo como la subjetividad de Catalina/Antonio aparentan ser masculinos pero su sexo biológico hace de su cuerpo un espacio donde también está inscrita una resistencia al poder patriarcal. Si ese poder sólo concibe a la mujer dentro de un paradigma de reclusión (“La mujer honrada, con la pata quebrada y en casa”, dice el refrán español), Catalina/Antonio se resistirá al poder que la rodea ejerciendo violencia sobre su propio cuerpo para lograr la inserción en la sociedad masculina como miembro de pleno derecho, como un soldado, ejemplo principal de masculinidad. Catalina de Erauso se rebela contra la sociedad patriarcal convirtiéndose en un hombre paradigmático de ella.
Su cuerpo y alma se convertirían entonces en el espacio contradictorio donde se conjugan la mujer rebelde contra el poder patriarcal que la sume en la reclusión y el hombre tradicional que ejerce su poder en la sociedad mediante la violencia física y que tiene gran libertad de movimiento.
La violencia masculina de Catalina/Antonio es dirigida hacia los blancos tradicionales: las razas inferiores (indios y negros) y las mujeres. Solo que en este caso el cuerpo femenino que es violentado es el mismo cuerpo del hombre en el que se ha convertido la novicia escapada del convento. Al colocarse como hombre dentro de la red de poder de la sociedad española de la época, Catalina/Antonio pasa a disfrutar de los privilegios inherentes a su género construido y asumido: se le otorgan responsabilidades comerciales, deambula libremente, se le ofrecen mujeres (españolas y mestizas) en matrimonio, se les asignan esclavos negros e indios en encomienda, lucha en las campañas de conquista; en fin, todo los privilegios de un hombre de la época.
Todo este entramado masculino, al ser una construcción, se ve en algunas instancias amenazado y Catalina/Antonio se ve obligado a revertir a su condición femenina anterior. En el capitulo xvii, al verse atrapado en presencia del alcalde de Lima y acusado del robo de un caballo, Catalina/Antonio anota: “Yo, cogida de repente, no sabía qué decir; vacilante y confusa parecía delincuente” (Erauso, 59, mi énfasis). Es altamente significativo que el retorno a la identidad femenina se dé cuando el personaje se ve “cogida”; el ser susceptible de prisión, de encierro, la hace retornar a su condición femenina; una vez instalada en este género que había abandonado hace mucho tiempo, el personaje se encuentra “confusa”.
El estar atrapada y confundida trae a la superficie el género que se identifica con la debilidad y el confinamiento. Solo hay otra instancia en la que la Monja Alférez se refiere a sí mismo en femenino: en el convento, cuando aún no era Antonio. En el relato que hace al obispo de Guamanga le revela que es mujer, pero dentro del relato sigue refiriéndose a sí mismo como hombre. El poder sitúa al sujeto dentro de una matriz en la cual la posición que ocupe en determinado momento va a ser determinada por el género que se posea pero al mismo tiempo, y por efecto especular de esa misma característica del poder, el género puede determinarse por la situación en la que el sujeto se encuentre en un momento dado.
Dado los cambios en la percepción de género señalados anteriormente, podemos afirmar que en el texto la identidad nacional está atada indisolublemente a la identidad de género. Catalina se convirtió en hombre, pero no en un hombre cualquiera, sino en un hombre de acción y de ejemplar bravura, en un ejemplar del español que toma posesión de nuevas tierras y nuevas gentes.
La identidad nacional de la Monja Alférez tendrá dos vertientes: la de español y la de vasco. Como perteneciente a la nobleza vasca, Catalina/ Antonio no deja de reivindicar su lugar de procedencia ni su status social: en varios pasajes es salvado de situaciones peligrosas por la intervención de sus paisanos vizcaínos e incluso su hermano se hace su amigo (sin reconocerlo) porque “[…] oyendo mi nombre y mi patria, soltó la pluma y me abrazó” (Erauso, 26).
Merrim acota que en la petición dirigida a la Corona en 1625, luego de que Catalina de Erauso (nombre bajo el cual hace la petición) contara sus hazañas como soldado y recalcase que “soportó las penurias del servicio militar como el hombre más fuerte, que fue conocida solamente como tal en cada batalla”, le pide al rey que considere que “[…] es la hija de ciudadanos nobles y principales de la ciudad de San Sebastián”.
Aquí vemos cómo Catalina/Antonio juega con la ambivalencia de sus géneros e intenta sacar partido de ambos: de su mundo masculino reivindica la bravura y la resistencia a la dura vida militar y de su mundo femenino su pertenencia a la nobleza vasca. Pero aun así la identidad regional se ve sumida bajo la identidad nacional: si bien Catalina/Antonio reivindica a lo largo del texto su identidad vasca, no deja nunca de recordarle, al lector y a los personajes con los que interactúa, que es sobre toda las cosas español. Así le dice al cardenal Magalón, quien le reprocha el ser español como su única falta: “A mí me parece señor, debajo de la corrección que se debe a vuestra señoría ilustrísima, que no tengo otra cosa buena” (Erauso, 81).
La identidad nacional también se superpone a la identidad de género. Catalina/Antonio está preocupado con su estatus dentro de un marco jurídico-social que lo ha catalogado, gracias a su propio hacer, como soldado meritorio.
Como soldado, sus méritos son producto de la violencia ejercida contra los subalternos; la violencia y el discurso se unen en la Historia de la Monja Alférez escrita por ella misma para crear una subjetividad indígena en contraposición a la subjetividad española. Bajo este paradigma, los indígenas no son sujetos dignos de compasión o caridad cristiana, son enemigos a exterminar: “Habíanse entretanto los indios vuelto al lugar, en número de más de 10,000. Volvimos a ellos con tal coraje e hicimos tal estrago, que corría por la plaza abajo un arroyo de sangre como un río y fuimos siguiéndolos y matándolos hasta pasar el río Dorado”. Luego de esta matanza, siguiendo el relato de Catalina/Antonio, los conquistadores encuentran oro en el río y el gobernador les ordena retirarse. Apunta la Monja Alférez que “[…] muchos pedimos al gobernador licencia para conquistar aquella tierra, y como él, por razones que tendría, no la diese, muchos, y yo con ellos, nos salimos de noche y nos fuimos […]” (ambas citas, Erauso, 41, mi énfasis).
Como hemos visto, la Monja Alférez se convierte en símbolo de la superioridad del ser masculino en la sociedad de su época. Catalina/ Antonio de Erauso es uno de los personajes más interesantes de la historiografía de la conquista española del Nuevo Mundo y, producto de la recepción crítica de los últimos años, de la literatura española en general. La fluidez con la que pasa del género femenino al masculino, del Viejo al Nuevo Mundo, y su éxito en ello, lo convierten en un caso digno de análisis y escrutinio. Aquí he intentado mezclar el análisis del genero, la identidad nacional y el poder a fin de ofrecer una visión lo más abarcadora posible del personaje que es la Monja Alférez. Catalina/Antonio de Erauso terminaría sus días como encomendero y soldado pensionado por la Corona española. Se podría decir entonces que su vida fue exitosa y que logró en ella aquello que se había propuesto: ser un hombre de acción dentro de la sociedad patriarcal en la que le tocó vivir.
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