Revista GLOBAL

Haití, la fuerza de la creatividad

by Delia Blanco
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La República de Haití, después de la admiración universal por su gesta libertadora de 1791 y su temprana independencia de 1802, suscita en el mundo un hondo interés por su patrimonio artístico y cultural. Esto ocurre desde sus comienzos de primera república negra libre del Nuevo Mundo. Un espejo de fascinación atrajo a la tierra de Dutty Boukman y Francois Makendal a los mayores poetas y pensadores afroamericanos de principios de siglo XX, específicamente, en las décadas de 1920 y 1930, quienes intentaron ahondar la mística y la magia de un pueblo hermano, como así lo declaraba el poeta norteamericano Langston Hughes.

La inteligencia afro-americana encontró en Haití la posada más cercana de África, la referencia más inmediata y viva para volver a la madre tierra africana. Las investigaciones de Price Mars, enfocadas en el conocimiento místico de la mágica religiosidad animista, atrajeron investigadores, poetas, escritores y pensadores que llegaron a la isla para profundizar el conocimiento y el entendimiento de la herencia africana en el Nuevo Mundo. 

Es a través del viaje del intelectual y primer ministro de Cultura francés, André Malraux, en 1975, que la tierra de Toussaint Louverture apasiona a la intelectualidad francesa. Malraux visitó la República entera de pueblo en pueblo, desde Puerto Príncipe a Cabo Haitiano, hasta llegar a la fortaleza Sans Souci y a la ciudadela del Rey Cristóbal (La Citadelle). Durante todo el periplo de su aventura haitiana Malraux cuestiona… “¿Quién dijo que estamos frente a un pueblo de analfabetos?”, convirtiéndose así en el primer intelectual que se refirió a la fuerza del lenguaje visual de los pintores y artistas visuales de Haití, un lenguaje visual e intenso, expresivo y narrativo, evocador de conocimiento y sabiduría. Malraux regresa a París con toda la fuerza vista y encontrada en los talleres de los maestros del arte naif, impactado sobre todo por el taller del maestro Hyppolite, y por la comunidad de Saint Soleil, donde el intelectual encuentra a un grupo de autodidactas campesinos conducidos por un a mística creadora de obras referidas al entorno étnico y cultural de su comunidad.

También hay que tomar en cuenta la personalidad del artista haitiano Jean Claude Garoute, alias Tiga, quién a través de sus investigaciones permitió a gente muy sencilla alcanzar la armonía de la expresividad artística en las alturas de Puerto Príncipe, precisamente en Soisson la Montagne, donde el artista se interesó por el fenómeno artístico haitiano. Practicando diversas disciplinas artísticas, Tiga piensa que “El hombre, para encontrar el sentido de su creación, tiene que experimentar todo lo que estimula su creatividad, antes de optar por un campo preciso de creación”; de ahí L´Ecole du Soleil evoluciona hacia una didáctica del arte donde el picapiedra se convierte en escultor, el carpintero en dibujante, y el albañil en pintor. Entendemos, entonces, la estrecha relación y la intensidad ética y estética con que los haitianos abrazan oficio y talento, artesanía y arte autodidacta, arte naif primitivo y arte moderno y contemporáneo.

Los creadores haitianos nunca han levantado barreras de incomunicabilidad ni fronteras entre la inmensa diversidad de ejecución de sus artistas, porque en el conjunto de la gran variedad, crear es una fuerza espiritual, una fuerza mística y milagrosa. En 1966, el Primer Festival del Arte Negro les ofrece una plaza de honor a los creadores de Haití, cuya presencia revela al mundo africano y occidental su potencial estético. Fue en Dakar, justamente, que Malraux ofrece la gran revelación y declara: “En el arte no hay jerarquía”. Después de este impacto de la fuerza creativa haitiana, Malraux viajará a la isla, en diciembre de 1975, a la búsqueda del genio y de algunas claves que le permitan entender y admitir que la creación para este pueblo es un don vivido como una celebración de la presencia divina. Queda claro que la revelación al mundo de ese potencial mágico-religioso de la creatividad refuerza “la haitianidad” como una identidad cuyos contenidos y definición no se pueden desprender de la pulsión artística.

Metrópolis del arte 

El maestro Héctor Hyppolite declaraba que “su trabajo se lo debía a un estado de trance, en el que San Juan Bautista le instruía las ejecuciones que llevaba a sus telas”. La candidez de la obra de este maestro naif sedujo al coleccionista norteamericano Dewit, quien después de la Segunda Guerra Mundial observó en otros maestros –como Préféte Duffaut y Georges Liataud– una especificidad en la propuesta de los artistas autodidactas que agrupará en el famoso Centre d´Art, de la capital haitiana, y que identificados con la definición reductora de “artistas haitianos primitivos”, o “artistas del vudú”, aportarán una reflexión y un cuestionamiento –probablemente, el más profundo e intenso del Caribe– sobre el concepto de identidad y arte, enfrentado a la modernidad y, posteriormente, a la posmodernidad. Sin embargo, en estos coloquios y encuentros que abrieron las puertas a personalidades como André Breton, padre y autor del Manifiesto del Surrealismo, Wilfredo Lam, Aimée Césaire, y muchos otros intelectuales del mundo afro-americano, quedó establecido que en Haití el diálogo era y es permanente a través de la creación sin fraccionamientos de escuelas, ni tendencias, ni influencias internacionales. Las nuevas generaciones de artistas contemporáneos, como Hervé Telemaque, han considerado desde sus comienzos que más allá de su propuesta, los grandes maestros de las artes primeras y naifs son fundamentales en la ética y estética de la identidad haitiana. En la mayoría de los casos, la generación reciente como Sambalé, Frantz Lamothe, Bárbara Prezeau, han continuado con referentes de los grandes temas visuales que han marcado la obra de sus mayores, como lo son la celebración del ritual vudú, las escenas de mistificación de los espíritus y de los loas, los ritos de los banderas vévé, y de los guedes. En esas obras predominan los colores heredados de la ritualidad, haciendo que la contemporaneidad no se desprenda de la mágico-religiosidad. Es decir, el parámetro de la identificación de la cultura haitiana se mantiene en las propuestas más avanzadas de la posmodernidad; de ahí viene una intensidad en la que demuestran que Haití es arte y cultura, y no existe haitianidad fuera de estos valores.

El gran Duval-Carrié 

Si tomamos el ejemplo de Edouard Duval-Carrié, muy conocido hoy día en todo el Caribe, se puede decir que su propuesta responde a los esquemas de la pintura “kitch” posmoderna, enfrentada a la figuración y a la paleta de los maestros primitivos. La obra de este artista está envuelta por toda la mitología del vudú haitiano. Personajes como la metresa (maitresse) Erzulie, y las diferentes loas del panteón vudú, como Ogún, Boukman y Makandal, están presentes en toda su obra pictórica. Con un gran recurso del humor y del distanciamiento con el hecho histórico y político, la obra de Duval-Carrié se convierte en una odisea dolorosa de su propia historia, porque la historia y los personajes históricos son apropiación del pueblo haitiano, el cual maneja la historia real y las historias mitológicas como parte de su cultura y de su identidad. Este artista escenifica las epopeyas de la esclavitud y de su liberación, y se inspira en las grandes celebraciones fundadoras de la nación de Haití, como lo fueron el Sermón del Bois-Caïman, obra mayor de Duval-Carrié que a través de su factura estética y visual mantiene la memoria histórica colectiva de su pueblo.

Desde este punto de vista, se puede asociar su fuerza creativa a otros grandes maestros de América, como Siqueiros y Diego Rivera, cuyo compromiso se nutrió del heroísmo de su pueblo. Las circunstancias de la larga e inacabada transición democrática del pueblo haitiano, en el presente, sacudida por el trágico sismo del pasado 12 de enero, han encontrado siempre en sus artistas, escritores e intelectuales, los mayores y más eficientes embajadores de su arte y su cultura. Poco sería decir que la novelística, la narrativa y la poética participan en esa fuerza y en ese genio de la identidad. Por esa razón, a pesar del gran olvido político y social de Occidente frente a dicha nación, su presencia en el mundo se ha mantenido con dignidad y les ha permitido sobrevivir, y resistir a los grandes avatares, gracias a escritores como Jacques Stephen Alexis, Jacques Roumain, René Deprestre, Gérald Alexis, Jean Metellus, Émile Olivier, Gerald Pierre-Charles, Suzy Castor; todos y todas, portadores de “la haitianidad” a través de sus obras, porque, por ejemplo, cuando se lee Los gobernadores del rocío (de Roumain), se adentra en la profundidad del campesinado haitiano y de sus dificultades de supervivencia frente a las amenazas de la tierra y los desafíos de la pobreza. A través de las obras literarias y teatrales, el médico neurocirujano haitiano Jean Etellus, establecido en París, nos ha legado en su obra Anacaona la evocación mítica de esta mujer, madre y ciudadana de Quisqueya. Hoy día, las nuevas generaciones llevan por el mundo sus aportes, para mantener a su pueblo de pie, como lo expresó el gran intelectual René Depestre.

Una musa recurrente 

Más allá de los artistas y pensadores haitianos, grandes voces del mundo como el poeta y dramaturgo de Martinica, Aimé Césaire, se inspiraron en la historia libertadora de Haití para escribir La tragedia del rey Cristóbal en 1963, llevada a los escenarios del mundo con una representación excepcional en Cuba, en el año 1966, y más de cien en toda África, y en Europa en los años difíciles y complejos de las últimas descolonizaciones del siglo veinte. Esta tragedia plantea abiertamente a través de la historia de Haití, la dificultad para construir una nación libre y una cultura de igualdad entre los ciudadanos. Es una obra fundamental que escenifica la tentación del poder y de sus abusos. Gracias a Césaire, Haití se convierte en la metáfora histórica y política más importante de todo el Caribe, y de los países en vía de desarrollo, pues a través del observatorio histórico, el poeta y a la vez diputado de Martinica, alerta sobre los riesgos de abrir o permitir nuevas dictaduras en el Caribe y en el mundo, una vez selladas la independencia y la descolonización.

Arte solidario 

Hoy día, por todo el mundo se levantan manifestaciones de apoyo a los haitianos. En Washington, el Museo de Arte de las Américas continúa la exposición retrospectiva de Héctor Hyppolite. En el Museo de Montparnasse, en París, se expondrá hasta el mes de noviembre la muestra “El último viaje de André Malraux a Haití”, exhibición organizada y patrocinada para solidarizarse con el porvenir de dicho pueblo. Los autores de las nuevas generaciones como James Noel, Regis Junior, Louis Philippe Dalembert, Jean-Rene Lemoine, Kettly Mars, Edwige Danticat, se movilizan en su entorno editorial de América y de Europa, participando en todas las citas y convocatorias que permiten llevar una voz y una palabra para mantener el interés y la solidaridad, y niveles de conciencia a mediano y largo plazo con su pueblo haitiano. Hay que considerar que un pueblo que es el más pobre del hemisferio americano, difícilmente hubiese podido suscitar una respuesta tan amplia en el mundo si no fuera por esos vasos comunicantes que sus intelectuales y creadores han desarrollado desde principios del siglo pasado, para indirectamente hacer de su arte y de su cultura un escudo de resistencia digna frente a la indiferencia y el olvido.

En Canadá, Francia, Estados Unidos de Norteamérica, Australia, Alemania, y grandes e importantes capitales y ciudades del mundo, se levantaron en un clamor de solidaridad y mensajes de esperanza por la refundación de la República de Haití, y ese concierto humano, pocas veces visto en el pasado siglo XX, y a principios del siglo XXI, pudo concretarse con esa fuerza tan armónica y solidaria, porque la diáspora haitiana dispersa por el mundo nunca se ha desprendido de sus raíces y sus compromisos con su pueblo. 


7 comments

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