El título de este artículo lo tomé prestado de la revista Panfilia, de julio de 1924, publicación que dirigía Virgilio Montalvo. La razón: lo que intentaré contar en este año del centenario del nacimiento de la enigmática, silenciosa y misteriosa escritora Hilma Contreras (1910-2006). Hace unos meses leí una crónica de The New York Times (sábado 14 de noviembre de 2009, página 7, edición encartada en el Listín Diario) con el título: “El cine se enfoca en mujeres famosas”, firmado por Manohla Gargis, que decía: “Para las actrices, ya no es suficiente ser joven y hermosa en la pantalla; también tienen que estar muertas y ser famosas: una de las inmortales de la historia. Desde hace mucho tiempo, los directores resucitan a figuras queridas y notables ya fallecidas mediante actores y actrices que pintan un retrato halagador de ellas, por supuesto, en parte porque a los miembros de la Academia les gusta recompensar las historias de éxito. […] Pero la mayoría de la gente la industria del cine no siempre le ve el caso ni las ganancias a las mujeres vivas.
Una mujer tiene que haber sido legitimada por la historia, gobernado un país, inspirado a un poeta o provocado una revolución de la moda o la gastronomía para tener posibilidades de recibir tiempo considerable en la pantalla. También ayuda si es interpretada por Meryl Streep.” De la escritora dominicana aún quedan por contar muchas facetas de su vida. A su historia no podemos ponerle un punto final; no hay manera de llegar a ese final de la historia en torno a ella, porque constantemente hay un nuevo elemento que inspira y motiva curiosidad. La curiosidad de ahora es conocer –detrás de bastidores– algunos hechos inéditos de la afición de mademoiselle Contreras al séptimo arte desde su estancia en Francia, cuando fue adolescente; claro, si existe algún tipo de vestigio de aquella época: escritos, papeles y hojas sueltas. París y Versalles fueron el escenario desde el cual nuestra escritora fue descubriendo un mundo ancho y deslumbrante; un mundo desde el cual se pueden tejer y destejer recuerdos, reminiscencias, desde las cuales se construye un destino propio y curioso, al frecuentar las estanterías de la Librarie Redier, en el 68 de la Avenue des Champs Elysées.
En su adolescencia, Contreras registró gráficamente a través de fotografías y crónicas, los viajes de excursión que realizó junto a sus compañeras del internado de señoritas; eran propiamente viajes de estudio, de contemplación, para beber la belleza exquisita de las abadías medievales de los siglos xi, xii y xiii, sus fachadas triunfantes, su interior de claro-oscuro, al tiempo de frecuentar los “musées” parisinos. Desde entonces, empezó a comprender aquella definición que Jean Cocteau ha dado del arte, al decir que: “El papel del arte consiste en captar ese sentido de época y extraer del espectáculo de esta sequedad práctica un antídoto contra la belleza de lo inútil que favorece lo superfluo”, y que “los museos, como ha dicho Picasso, están llenos de cuadros que fueron malos y que de pronto resultan buenos”.
Las visitas de mademoiselle Contreras a esos templos del silencio –que son las abadías medievales– y a los museos, fueron conformando el sentir interior y la fisionomía de la introvertida escritora. Ella no gustaba de la fealdad ni de lo grotesco, sólo de mirar a la humanidad de manera pura. Desde 1926 atesoró una impresionante colección de tarjetas postales, de fotografías y libros sobre arte. Sus viajes de excursión y estudio por el interior de Francia y Bélgica, y sus vacaciones recreativas con su familia, los dejó plasmados en una narratología visual en fotografías que tomó en blanco y negro. Coincidían estas preferencias con el momento en el cual en Europa la incursión de las mujeres en el arte fotográfico o ser aficionadas era un lujo de clase, al cual solo accedían las jóvenes de la burguesía. Una cámara fotográfica, entonces, era un símbolo de interés por adentrarse en las cosas de la época y de narrar visualmente la vida cotidiana como un fotograma de flash. Aquella compenetración de nuestra escritora-fotógrafa con el interior de las catedrales fue forjando, además, su narrativa, la narrativa contreriana de detalles precisos, de perfiles esculpidos con un sentido muy cuidadoso de no abundar o ser excesiva en las descripciones.
El discurso narrativo de Contreras lo definimos como un discurso arquitectónico, armado ladrillo sobre ladrillo con gran maestría, a partir de los principios de la luz que corría por los hermosos vitrales de aquellos templos del silencio. A los seis años observamos a Contreras tener una cámara en mano para fotografiar a su madre en la casa solariega de la familia en la provincia Duarte, en el municipio de San Francisco de Macorís; desde entonces, el arte, la contemplación del pasado histórico y el mirar del febril presente inmediato, así como sus visitas a estudios fotográficos parisinos, representan el mayor registro sobre el interés de la escritora por ser cronista visual y cronista literaria de lo que le acontecía y veía acontecer.
Entre llamas y fotografías
La primera prueba que poseemos del interés de Contreras por el cine corresponde al año 1927, cuando fue como espectadora al Matinée Classique avec la troupe de Pondeon, el jueves 7 de enero, a ver Le Cid, Tragédie en 5 actes en vers de Corneille avec Causerie de Léopold-Lacour, en la época en que se encontraba estudiando en el Lycée Victor Duruy, ya que todos los jueves era el Cinema pour la jeunesse. En 1935, la escritora Clara Campoamor, abogada y feminista que fue miembro de las Cortes Constituyente de la República, expresaba: “Los reflejos aportados por el ‘cine’ –espectáculo no siempre encauzado de la mejor manera– han dado a la mujer española, probablemente la visión, la visión de otro tipo de vida más independiente y han originado una transformación amplia en el cuadro de las costumbres. Estamos, pues, en un terreno que llamaríamos ‘de esperanza’, ya que una vez que lo consuetudinario cristalice, el panorama será más halagüeño y justo para el sexo al que pertenezco.” Otra prueba la hallamos en la colección de fotografías de uno de sus álbumes personales, donde encontramos y nos asombramos de manera sobrecogedora con tres instantáneas (fotografías) del incendio del Teatro Colón, de San Francisco de Macorís, que ocurrió el domingo 16 de febrero de 1936, a las 9:30 de la noche –de acuerdo a lo que dejó anotado en el extremo superior derecho de una página nuestra inquieta y maravillosa reportera gráfica–. La escritora y fotógrafa en rol de reportera gráfica corrió a captar el incendio con su cámara Autographic Kodak, modelo C. Antes, en 1933, Contreras nos legó una prueba gráfica de su afición a la fotografía: una pequeña foto de seis centímetros por 10 centímetros, con la siguiente leyenda: “Moi, photographiée par moi-même devant une glace. 251, Lecourde, avril 1933”, tomada con una cámara Kodak Pocket y revelada en papel Donpon. El periódico La Opinión (lunes 17 de febrero de 1936, página número 2, año xiv, núm. 2811), consultado en el Archivo General de la Nación, destaca el siniestro de la siguiente manera: “Un corto circuito motivó el siniestro.– No hubo desgracias personales.–
La Policía y el Cuerpo de Bomberos de La Vega prestaron auxilios. San Francisco de Macorís, febrero 17.– Un voraz incendio declarado a las 10, anoche, destruyó totalmente el Teatro Colón y siete casas anexas, siendo algunas otras dañadas. ”Informaciones obtenidas en el lugar del siniestro indican que este fue motivado por un corto circuito registrado en el aparato de proyección del teatro, encontrándose detenido el operador. ”Un pelotón de la Policía Municipal de La Vega y el Benemérito Cuerpo de Bomberos Civiles de esa ciudad salieron seguido para San Francisco de Macorís a prestar auxilios, lográndolo en parte, evitando que se extendiera el siniestro […].” Otra reseña periodística publicada en el diario La Opinión del miércoles 19 de febrero (en primera plana, año xiv, número 2813, 1936) aparece bajo el título “Primeros detalles del pavoroso incendio ocurrido el 16 en San Francisco de Macorís”.
“San Francisco de Macorís, febrero 17 de 1936. Anoche, siendo las 9:30 en momentos en que nos encontrábamos en el Teatro Colón, administrado por el caballero don Cheino Ortega, y mientras se proyectaba la cinta ‘Agarre a su esposa’, originado por un corto circuito que se formó en el aparato de proyección, estalló un rápido y poderoso incendio, el cual en menos de hora y media destruyó totalmente el edificio ocupado por el teatro y siete casas más de los alrededores a donde se propagó el voraz elemento con la velocidad del rayo. Deseamos que nuestros lectores, haciendo abstracción piensen por momento, en la confusión y el pánico que se originó en el numeroso público que estaba congregado en el interior del teatro, el cual quiso todo salir por la puerta delantera, estando el foco del incendio sobre dicha salida, en la caseta de proyecciones. Los gritos, las mujeres huyendo, hombres que huían también, damas y caballeros aplastados por la avalancha humana, rodaban por el suelo, siendo pisoteados por los consternados espectadores que pugnaban por salir ya que el calor y el humo eran realmente intolerables. […] El señor Ortega, a viva fuerza, tuvo que ser sacado del interior del edificio en momentos en que ya comenzaba a desplomarse. Además de la película que se proyectaba se quemaron: ‘El manicero’, de Lupe Vélez, y el ‘Valor de Chan’, de Charlie Chan. […] Queremos hacer constar de manera especial que ninguno de los propietarios estaba asegurado, ni el señor Ortega tenía tampoco asegurado nada de lo que tenía en el teatro, así es que los perjuicios recibidos fueron enormes.
La familia Castillo, propietaria del teatro, perdió otras casas más. En total podemos asegurar que las pérdidas pasan de $20,000.” Ambas informaciones dadas a conocer en la prensa citada no contaron con gráficas de la escena del siniestro. Hasta la fecha solo son conocidas las fotografías tomadas por Contreras como registro visual-documental de lo acontecido. El famoso Teatro Colón de San Francisco de Macorís fue construido en 1917 por el general Manuel María Castillo Medrano, padre de Juana Contreras (1884-1987), quien lo heredó y a su vez era la madre de Hilma Contreras. Contreras, a su regreso de París, luego de un viaje de vacaciones en Castelldefels (Barcelona), era la encargada de la boletería del Teatro Colón, propiedad de su familia.
En el séptimo arte
En el Diario íntimo de Hilma Contreras, que escribe en torno a su amistad amorosa con Segundo Serrano Poncela, encontramos que la escritora hace alusión a su afición al cine y a dos películas proyectadas en Santo Domingo: Amenaza (Criminal Within), y el clásico del cine mundial Ciudadano Kane (Citizen Kane), de Orson Welles, estrenada en 1941, cuyo guión parte en su esencia de la vida de Charles Foster Kane, un magnate de las telecomunicaciones. En ese entonces, las grandes salas de proyección que se disputaban la premier de las cintas cinematográficas eran El Restauración (San Pedro de Macorís), Apolo (Puerto Plata), Roxy (Moca), Rivoli (Santiago) y Rialto (La Vega), Capitolio e Independencia (Santo Domingo). Allí se proyectaban las producciones de Metro-Goldwyn-Mayer, Paramout Picture, Warner Bros, Universal Pictures y Fox Film. De la cinta Amenaza sólo hace una ligera mención, para hacer un símil en torno a la temática de la misma con la vida de un novelista dominicano: “Junio 6, 1941. Germán Soriano buscando a Dios es interesante. Ya quisiera saber cómo se las arregla para encontrarlo con tanta oscuridad. ¿Vio usted ‘Amenaza’, la película del domingo pasado? Los condenados de esa cinta veían en el fondo de los hoyos que cavaban, la cara odiada del guardián.
A mí me sucede algo parecido cuando leo ciertos libros. ”Sigo avanzando en ‘Años decisivos’. Confieso que a veces me hace respingar. Por lo que llevo leído, este libro me demuestra que estudié la historia al revés. Necesitaré repasarla para no quedarme flotando, a fuerza de perplejidad. No tome estas declaraciones como definitivas, pues aún sólo estoy en la mitad de la lectura. Encierra verdades tremendas y desoladoras.” “Junio 7, 1941. Amigo mío, yo siempre he buscado a Dios… y lo he encontrado, aunque a veces me haya empeñado en negarlo. Pero lo que no me seduce es ir en su busca de la mano de ciertos individuos. De ahí mi alusión a ‘Amenaza’. Jamás he podido recibir una luz ofrecida por quienes en su alma no tienen ninguna. ‘Aún’ será muy bello, pero a mí no me producirá ninguna inquietud, porque lo escribe Germán Soriano, y su rostro moral me echa a perder la emoción que debiera producirme su libro. ”Cuando se encuentre demasiado aburrido, recuerde que otros, también son víctimas del mismo mal. Tal coincidencia consuela a veces.” Sobre Ciudadano Kane, Contreras escribe: “Julio 18, 1941. ¿Te interesa mi opinión sobre la película o sobre Charles Foster Kane? Si sobre la película, ante todo esto: estuve a punto de no ir a verla y ahora quiero volver a verla.
A mí particularmente –la mayoría de la gente anda desorientada y llama rareza y oscuridad a su originalidad– me ha gustado mucho este nuevo procedimiento, porque es de un ‘efecto más realista’ que el empleado hasta ahora. ¿No te parecía estar hurgando en la vida de ese hombre, y después de afanarte mucho, encontrarte con que nunca se llega a la íntima verdad de una personalidad? Si en algo da esta película la impresión de poco inteligible, es en la rápida sucesión de los acontecimientos, en ese ir y venir del pasado de Kane al presente de los reporteros, en el relato cortado que pide la intervención inteligente del espectador, pero en esto precisamente es donde yo encuentro su mérito y su interés. Son retazos de vida como es la vida exterior de todo ser excepcional para el público. Tiene a pesar de sus escenas narrativas un ritmo vertiginoso de última noticia. Tú que eres entendido en estas cosas –eres periodista ¿no?– ¿No te parece que ‘El Ciudadano Kane’ crea un género de películas mezcla de cine, radio y periodismo? ¿Tú nunca te has entretenido oyendo las noticias escenificadas y radiodifundidas? ”¿Sabes también porqué me ha gustado? Porque exige viveza mental, un estar alerta para no salir en ayunas, y en la modorra de nuestra vida aldeana, reconforta someter a prueba la elasticidad del cerebro. ”Charles Foster Kane me simpatiza por su ambición alegre, su desafío desdeñoso a la opinión pública, su soberbia y por su fracaso en hacerse comprender y querer. Un ejemplo de que el corazón tiene que dar para recibir. ”Si me hubiese tocado en suerte convivir con él, le hubiera perdonado menos su inescrupulosidad que su egoísmo. A veces conviene, en bien propio, alcanzar menos poder y proceder más limpiamente, aunque los humanos no merezcan siempre un trato decente.” “Julio 21. ¿Cuáles son las acepciones del vocablo egoísmo?, o si prefieres, ¿cuáles son sus matices? Kane es egoísta, aunque sólo lo sea en uno de sus matices.
Esto no merma en nada su superioridad sobre los demás, ni la he negado yo en ningún momento. Es egoísta en el sentido de que todo cuanto se propuso hacer fue movido por su propio interés, partiendo de su ‘yo’, ¿o recuerdo mal? ¿Hizo alguna acción exclusivamente para beneficiar a alguien? No, no me interrumpas, conozco tu réplica: pensar en los demás debilita, y peor aún, imposibilita la realización integral de la vida personal de cada uno. Basada en esta verdad no he condenado el egoísmo del ciudadano Kane; me ha apenado por las desagradables consecuencias que tuvo para el propio Kane. No fue un egoísmo brutal, ni bajo, ni repugnante, sino el necesario a su personalidad y al rumbo de vida escogido por él. He llegado a preguntarme si Kane no me parece egoísta en proporción a la incomprensión de los demás. Pero la incomprensión no proviene sólo de las inteligencias reducidas, sino también, en muchos casos, de naturalezas egoístas. Por eso nos comprendemos tan poco unos a otros, o aparentamos no comprendernos. ”Tienes necesidad de verme. Tesoro mío, mientras sientas esta necesidad tan dulce para mí, podré llamarla de mil modos, pero jamás egoísmo. El egoísmo hace sufrir a los demás al proyectarse, y nada tuyo que me llame redundará en pena donde hay infinitud de amor para mi S… ”
Del primer desnudo en el cine
En los archivos de Contreras encontramos un pequeño scrapbook que corresponde a una serie de 19 fotogramas en blanco y negro de una cinta cinematográfica de 1933; los recortes son de la famosa película que inaugura el desnudo en el cine: Ecstasy (Éxtasis), rodada en 1932 y que tuvo como actriz principal a Hedwing Eva María Kisler, posteriormente conocida como Hedy Lamarr (Viena, 1916-Caselbery, Florida, 2000), bajo la dirección de Gustav Machaty, en Checoslovaquia, para Deutsch Cinema Produktion. Es probable que la escritora conociera el film en París, meses antes de su regreso a la República Dominicana en 1933. Lo cierto es que, aparentemente, le causó cierto impacto. Lamarr contaba al momento del rodaje con 16 años cuando filmó la revolucionaría y provocadora cinta Éxtasis, y Contreras con apenas 23, aún no vividos en plenitud. Kisler recibió cinco mil dólares por su rol.
Como podemos observar, nuestra escritora, Contreras, que amaba la libertad, la ruptura de los roles en la vida de la mujer y ensayaría sus tesis en torno a su libertad asumida a través de la literatura, pudo haberse dejado seducir por la hazaña y osadía de la austriaca, una adolescente contemporánea y coetánea. Recordemos que en la década de 1930 en la tradición del pensamiento occidental, en las ideologías y en las cátedras universitarias, aún predominaban las concepciones del psicólogo alemán Moebius sobre la atribuida inferioridad intelectual de la mujer, así como las ideas lapidarias del filósofo germano Nietzsche. No dudo que Contreras se dejara influenciar por la cinematografía de la época, y, sobre todo, el comienzo del desnudo en el séptimo arte, para escribir su obra narrativa. El cuento “La Espera” es uno de los más incluidos en antologías, además de “La Ventana”. “La Espera” fue el texto que se publicó como muestra de su obra en el programa de mano que se entregó la noche de la ceremonia del Premio Nacional de Literatura en febrero de 2002. Su narrativa abarca siete décadas (desde 1930 a 1990); su época más fructífera corresponde a la etapa comprendida entre 1940 y 1950. El cuento no requiere explicación. Es, en una sola palabra, un texto revelador dentro del conjunto de su obra narrativa. La historia es la que todos podemos leer: una aproximación afectivo-sexual que ocurre entre dos mujeres. Una jugando el rol de activa, y la otra de pasiva.
La pregunta que siempre sale a flote es si la autora recreó una experiencia personal o si es ficción, o bien si se desdobló para contar la historia de otras. Obviamente que ‘La Espera’ confirma la maestría de Contreras, que se anticipó a su generación –tanto de hombres como de mujeres– en tratar un tema sin un gesto exagerado, siendo desde entonces y en sí un clásico de la narrativa contreriana y de la literatura dominicana del siglo xx, un cuento que llevado a la pantalla demostraría la extraordinaria capacidad de descripción cinematográfica de la autora, su agudeza para manejar los detalles y la sensualidad con un velo en extremo bien cuidada. Como diría Voltaire, Contreras tenía “la cultura del espíritu”, ese era su mayor encanto, y un gusto muy particular por la estética.
La gran escritora dominicana del siglo xx es, y lo será, sin lugar a dudas, Contreras, nacida en 1910. Superó la deficiencia ontológica de otras autoras (tanto del siglo xix como del siglo XX) en la construcción del personaje femenino, adquirió la escritura, definió el signo mujer, y renovó desde la década del treinta nuestros cánones literarios. Su escritura promueve cambios sociales y construye una inteligente lectura revisionista del discurso falocéntrico. Su obra narrativa descompagina la prisión doméstica de la mujer y dispone un lenguaje para liberarla: de la opresión, del silencio, de la frustración sexual, de la victimización, del asesinato por parte de sus maridos, de la tortura, del chantaje, del secuestro de un hijo por parte de un marido celoso, de la desolación.
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