Por todos es sabido que la historia reciente de Cuba se halla estrechamente ligada con la República Argentina. El argentino Ernesto «Che» Guevara de la Serna no solamente sería pieza fundamental de la «revolución de los barbudos», sino que también se convertiría en ícono revolucionario. Sin embargo, otro dato menos conocido que remite al mismo período histórico también logra emparentar a estas dos naciones. Se trata de los secuestros con fines políticos de dos celebridades, una mundialmente famosa a nivel deportivo, la otra de gran popularidad artística en la isla. Se trata de Juan Manuel Fangio y Pepe Biondi. El dato curioso: por una mera casualidad, las dos víctimas escogidas eran de nacionalidad argentina.
acia comienzos del año 1958, el grupo de guerrilleros que había desembarcado del yate Granma, entre los que se encontraban Fidel y Raúl Castro, Camilo Cienfuegos, Ernesto Guevara y Juan Almeida Bosque y al que se le irían sumando otros dirigentes, llevaba algo más de un año de enfrentamiento armado contra la tiranía de Fulgencio Batista. En esa lucha destacaron acciones militares tales como la toma del destacamento de La Plata, el ataque a la emisora Radio Reloj, el combate de El Uvero o la sublevación de la base naval de Cienfuegos. No obstante, la causa revolucionaria no había logrado captar la repercusión esperada fuera de Cuba, por lo cual, desde el seno del movimiento, comenzó a plantearse como objetivo una operación cuya notoriedad no solamente contribuyera a desestabilizar y humillar ante el mundo al Gobierno, sino que también lograra promocionar con efectividad sus valores e intenciones. Afortunadamente para ellos, el mismísimo régimen de Batista se encargaría de servirles en bandeja de plata la gran oportunidad que estaban esperando al organizar el Gran Premio de Cuba de Fórmula 1. Así que un comando del Movimiento 26 de Julio, encabezado por Oscar Lucero, planeó boicotear el evento quitando del mismo a su máxima estrella, aquel a quien todos querían ver aquella tarde del 24 de febrero de 1958 a bordo de su Maserati 450: el quíntuple campeón del mundo Juan Manuel Fangio.
El secuestro de Fangio
No es mucho lo que se ignora acerca del legendario piloto conocido popularmente como el Chueco (por sus piernas arqueadas) o el Maestro. Nacido en 1911 en el pueblo de Balcarce, situado a unos 400 kilómetros de Buenos Aires, en un hogar humilde de inmigrantes italianos, ya desde su niñez trabajaba en mecánica automovilística. A los trece años ingresó como operario en la automotriz Ford y poco más tarde como ayudante de mecánico en un taller de la Studebaker, lugares en donde aprendería todo lo relacionado con motores. A los dieciséis años adquiere su primer automóvil, recibido como parte del pago por sus trabajos en el taller, un Overland de cuatro cilindros que modifica transformándolo en un coche de carreras. Un par de años más tarde debutaría como copiloto de un cliente del taller, a bordo de un Chevrolet, en una competición zonal en la que obtienen el segundo lugar. En los años sucesivos seguiría participando como acompañante de su cuñado, esta vez con un Plymouth. Hacia 1936 se estrenaría como piloto de un Ford –propiedad del padre de un amigo que lo utilizaba como taxi– en una carrera no oficial. El debut no resultaría del todo auspicioso, dado que, pese a marchar en tercera posición, se le fundió una biela y debió abandonar a dos vueltas del final. Luego de otras experiencias desafortunadas relacionadas con aspectos técnicos, con la ayuda de varios de sus amigos de Balcarce, quienes organizaron rifas y colectas, consigue financiar la adquisición de una cupé Chevrolet con la que debuta como piloto de TC en el Gran Premio Argentino de 1939. Allí obtendrá su primer triunfo en la Cuarta Etapa de Catamarca a San Juan, pero un accidente posterior lo relegará a la quinta posición de la clasificación general. En ese período, al comprobar que su futuro se hallaba en el deporte del motor, funda, junto a algunos amigos y su hermano menor, su propio taller, que con el tiempo se convertirá en una importante empresa. Al año siguiente gana su primera carrera completa tras recorrer 9,500 km entre Argentina, Bolivia y Perú. Será campeón argentino de TC en los años 1940 y 1941. Durante la suspensión de las actividades automovilísticas a causa de la Segunda Guerra Mundial, Fangio se dedicó exclusivamente a su taller hasta que en 1947 se realiza la Primera Temporada Internacional en Argentina. Entusiasmado, pero sin un auto adecuado para tal categoría, ensambla con su hermano un motor de camión Chevrolet en el chasis de un Ford T y se anota en una prueba clasificatoria de Mecánica Nacional en la cual los dos primeros lugares quedarían habilitados para el Grand Prix. Triunfa y obtiene la acreditación. Con ese mismo auto compite de igual a igual junto a los grandes pilotos europeos en la prueba de coches especiales, y obtiene la sexta colocación. En los años sucesivos, sus performances, ricas en triunfos a nivel nacional, lo ubicarán como uno de los mejores pilotos argentinos, peleando palmo a palmo por el protagonismo con los hermanos Juan y Oscar Gálvez, otras dos leyendas del automovilismo a quienes se homenajearía más tarde otorgando sus nombres al autódromo de Buenos Aires. Luego de entregarle la condecoración de Caballero del Deporte, el Gobierno de Juan Perón, quien consideraba el deporte no solamente un instrumento de desarrollo social sino también un método eficaz para promocionar la imagen del país en el exterior, le brinda su apoyo para financiar y promover su carrera como piloto internacional. Debuta en 1950 para la escudería Alfa Romeo en el Primer Campeonato del Mundo de Fórmula 1 y será el subcampeón de ese año. Al año siguiente gana su primer título mundial y lo repetiría otras cuatro veces de forma consecutiva de 1954 a 1957.
Fangio llegaba al Gran Premio de Cuba de 1958 como la estrella máxima del automovilismo mundial y como un recordman absoluto. Por tal motivo, secuestrarlo era no solamente una manera de deslegitimar la competición, sino también de aguarle la fiesta al Gobierno de Fulgencio Batista, que la había organizado y promovido a nivel internacional. La noche previa a la carrera, mientras conversaba afablemente con sus mecánicos y el piloto rival Stirling Moss en pleno hall del Hotel Lincoln de La Habana, Fangio sintió la punta de una pistola haciendo presión sobre sus costillas y una voz que en tono bajo, pero firme, le susurró: «Disculpe, Juan, me va a tener que acompañar». Un joven alto y moreno vestido con una chaqueta de cuero, llamado Manuel Uziel, lo apuntaba con una Colt 45. Fangio, quien siempre se había destacado al volante por su sangre fría, aun en los momentos de mayor riesgo, no dudó en mantener la calma. «¿Qué quiere que haga?», se limitó a contestar mientras era conducido a un Plymouth negro que rápidamente se lo llevó del lugar. Durante la huida notó el nerviosismo de su secuestrador y lo oyó murmurar: «Si nos descubren estamos muertos». «Deme una gorra y unos anteojos», lo tranquilizó el campeón. «Podrían reconocerme por la calva».
Luego de unas cuantas vueltas, cambiaron de auto hasta llegar a una casa a la cual accedieron por la escalera de emergencia y en la que se hallaban una mujer con su hijo y un joven herido de bala. Poco después se trasladaron en otro automóvil a una vivienda ubicada en el aristocrático barrio de El Vedado. En ningún momento se lo maltrató, ni tan siquiera se le vendaron los ojos, por lo cual pudo no solamente identificar los vehículos en los que fue trasladado, sino también la dirección de la casa donde lo mantendrían en cautiverio: el número 42 de la calle Norte. Allí le pidieron disculpas y se le informó sobre el objetivo de la operación. Poco después le brindaron una cena a base de papas fritas y huevo, y hasta le pidieron algunos autógrafos. Aquella noche durmió plácidamente en una excelente cama que los militantes pusieron a su disposición.
Al día siguiente, Fangio se rehusó a leer los diarios y no quiso enterarse de nada que estuviera relacionado con la carrera. Si bien comprendía en parte los motivos por los cuales había sido privado de su libertad, le resultaba imposible evitar la angustia de no poder participar en el Gran Premio. En definitiva, siempre había sido un corredor profesional y no quería que la política se inmiscuyera en el deporte, tal como a su pesar había ocurrido con el maltrato que había sufrido por parte de las nuevas autoridades de la federación argentina a la caída de Perón en 1955, al considerarlo estas cercano a ese Gobierno por haber representado al país durante aquellos años. Así que se encerró en su habitación procurando no escuchar el ruido de los motores. Pero el destino tenía preparado para esa tarde un golpe de escena completamente inesperado…
El Gobierno de Batista, resuelto a no doblegarse ante las intimidaciones terroristas, se negó a suspender la competencia pese a la ausencia de su máxima figura, quien fue reemplazado por un piloto francés. Y la fatalidad quiso que, apenas transcurridas unas pocas vueltas, una Ferrari se despistara estrellándose directamente contra el público –la carrera se diputó en el mismísimo malecón habanero–. Además de dejar un tendal de heridos, el accidente se cobró la vida de seis espectadores. A esa altura la carrera fue suspendida. Al ser convocado ante la pantalla para que viera las imágenes de lo que acababa de suceder, Fangio se quedó absorto. «Justo frente a la Embajada norteamericana», dicen que susurró como para sí mismo, y es que durante las pruebas de clasificación había detectado en ese sector de la pista una irregularidad que hacía que el auto se elevara y rebotara contra el asfalto, y se mantuvo en esa actitud pensativa, quizás considerando que de haber participado tal vez podría haber sido su Maserati la que se desviara atropellando a la multitud. «A lo mejor, sin querer, me terminaron haciendo un favor», reconoció ante sus secuestradores algunas horas más tarde.
El único momento en que Fangio se mostró nervioso e impaciente fue cuando comenzaron a planear su liberación. Temía, y razón no le faltaba, que el propio régimen quisiera matarlo con el fin de endilgar el magnicidio a los rebeldes. Y es que a esas alturas y luego del papelón internacional, el campeón del mundo les servía más muerto que vivo. Por lo tanto, se trataba de evitar cualquier intervención de las autoridades cubanas. Luego de varias tribulaciones y de que descartaran abandonarlo en una iglesia, fue el mismo Fangio quien tuvo la idea de recurrir al embajador argentino en Cuba, que por otra obra del azar o el destino no era otro que Raúl Guevara Lynch, tío de Ernesto Guevara, el Che. Arnold Rodríguez fue el encargado de llevarlo ante el embajador, quien los recibió con un gesto convulsionado por el estupor, sobre todo cuando el quíntuple campeón del mundo, con actitud apacible y gesto bonachón, le presentó de la siguiente manera a la comitiva que lo acababa de liberar tras 27 horas de «detención patriótica»: «Estos son mis amables secuestradores, mis amigos secuestradores». No solamente jamás denunció a sus captores ni exigió ninguna clase de castigo para ellos, sino que en cada entrevista que se le realizó con posterioridad al hecho siempre se encargó de destacar la amabilidad y consideración con que había sido tratado y de dejar en claro que, si había sido secuestrado por una causa noble, entonces él, como argentino, no podía más que estar de acuerdo con eso.
El secuestro de Pepe Biondi
La biografía de José «Pepe» Biondi está repleta de matices novelescos. Al igual que Fangio, fue hijo de inmigrantes italianos pobres. Nació en Buenos Aires en 1909 y se trasladó con su familia de muy pequeño a la localidad de Remedios de Escalada, un suburbio de la ciudad. Cuando apenas contaba siete años, el payaso de un circo que se había instalado cerca de su casa, un brasileño llamado Chocolate, lo vio en la calle parándose de manos y haciendo piruetas, y al notar sus aptitudes le pidió permiso a su madre para llevárselo y enseñarle el oficio de equilibrista. La madre, que muchas veces se veía imposibilitada de alimentar decentemente a sus ocho hijos, se lo entregó con la esperanza de que así pudiera comer todos los días. Lo que en realidad le esperaba era un auténtico calvario: dormía con los animales y, para hacerle perder el miedo a las alturas durante los saltos mortales, Chocolate le propinaba brutales palizas. Otras veces le aprisionaba la cabeza entre sus piernas y le estiraba impiadosamente las vértebras para que su cuerpo fuera cobrando mayor elasticidad, lo que en su madurez le acarrearía graves consecuencias de salud. Cinco años más tarde, luego de una noche de borrachera en la que Chocolate lo apaleó de manera despiadada, decidió escaparse del circo y reencontrarse con su familia.
Durante su adolescencia y juventud trabaja en numerosos circos desempeñándose como acróbata o payaso. En uno de ellos conoce a un equilibrista ruso llamado Bernardo Zalman Ber Dvorkin y apodado Dick, con quien forma el dúo Dick y Biondi: compartirían escenario durante veintitrés años. Se casa con una cantante de tangos y se va a vivir con ella, sin salir de la pobreza. Con el tiempo, decide emigrar en busca de mejores horizontes y acepta una propuesta para trabajar en una compañía teatral de Chile. Pero en una prueba acrobática cae y se rompe la columna vertebral, por lo cual se ve obligado a volver a la Argentina, donde pasa un año inmovilizado en su casa. A pesar de este percance, Dick sigue a su lado y el dúo empieza a incursionar en el humor haciendo chistes para programas radiales. Un empresario del espectáculo mexicano escucha uno de sus números y decide llevárselos a trabajar con él. Es allí donde cambia definitivamente su suerte y comienza a ganar dinero, llegando a ser el número central de El Patio de México. Trabajan en radio, teatro y televisión haciendo un humor de varieté clásico, ingenuo y tierno que les ganó la denominación de «los inventores del disparate y los reyes de la risa». A raíz de tal éxito, el empresario Goar Mestre les propone llevar su espectáculo a Cuba. Eran los años cincuenta, el período más esplendoroso de la isla en cuanto a espectáculo y vida nocturna. Allí también el dúo alcanzará el éxito, llegando a actuar en los cabarés Montmartre y Tropicana y en la cadena televisiva CMQ. Después de varios años de éxito y muy a su pesar, el dúo Dick y Biondi se separa por problemas personales, y cuando ya Biondi pensaba abandonar la isla, Mestre lo retiene. «Si había un cómico en el dúo, era usted», le dice al tiempo que le ofrece hacer El show de Pepe Biondi. Como el humorista no estaba convencido y tenía muchas dudas sobre trabajar solo como figura principal, el empresario le propuso hacer una prueba de seis meses luego de la cual, si no quedaba conforme, le otorgaría la libertad de marcharse. El programa resultó un éxito rotundo y llegó a ser durante años el show humorístico más importante de la televisión cubana.
A Ángel Ameijeiras, por aquel entonces jefe de acción y sabotaje del M-26, desde hacía tiempo le rondaba en la cabeza la idea de repetir una acción semejante al secuestro de Fangio y, para que su efecto fuera mayor, planeaba hacerlo en un día de celebración batistiana. El 4 de septiembre –fecha conmemorativa de la Revolución de los Sargentos– fue el día indicado. Si bien en un principio se había barajado como objetivo a la actriz y cantante Sara Montiel, terminaron decantándose por Pepe Biondi y el popular actor cubano Enrique Santiesteban. En el caso de este último, el operativo falló, dado que había salido de su casa antes de la llegada de los secuestradores. El que sí permanecía en su casa, conforme a los movimientos y horarios vigilados por el comando dirigido por Luis Martínez Bello, era Biondi, quien casualmente ese día cumplía 49 años –dato ignorado por los captores– y pensaba celebrarlo una vez finalizada la transmisión de su programa.
Biondi salió de su residencia, acompañado de un asistente, en dirección a los estudios de la CMQ, trayecto que solía hacer a pie, dado que quedaba a unas pocas cuadras de distancia. Primero se le acercó una pareja de muchachos que, sin dejar de caminar, lo conminaron a acompañarlos. Biondi pensó que se trataba de simples admiradores y se excusó amablemente alegando que debía ir a trabajar, ante lo cual un tercer miembro se le interpuso y le espetó: «Somos del Movimiento 26 de Julio y no queremos que la gente ría hoy». Ante la impasividad del humorista, que parecía no reaccionar, le mostró la pistola que llevaba bajo el saco. «Bueno, eso es más convincente», fue la respuesta de Biondi, habituado a sus salidas humorísticas. Se montaron todos en un auto, incluido el asistente, a quien bajaron en la avenida del Malecón advirtiéndole que siguiera su marcha sin mirar atrás. El hombre estaba tan asustado que inclusive Biondi no pudo evitar lanzar una carcajada al ver su expresión y sus movimientos rígidos desde el auto. Tal como lo hiciera Fangio unos meses atrás, Biondi optó por cooperar para que todo transcurriera en calma y por propia iniciativa se quitó la peluca, ofreciendo a los azorados ojos de los secuestradores una brillosa calva que jamás se había visto en televisión, y se colocó unos lentes oscuros para evitar ser reconocido. También sacó a relucir algunos de sus chistes para aliviar tensiones. Al igual que el automovilista, sabía que si era interceptado por los esbirros de Batista todos sin excepción estarían en problemas.
Lo retuvieron algunas horas, las necesarias para que el programa fuera suspendido y las especulaciones sobre su ausencia echaran a correr, y cerca de la medianoche procedieron a liberarlo en una iglesia de las afueras de la ciudad. Martínez Bello recurrió al secreto de confesión. Cuando el padre Rosas abrió la puerta de la iglesia Arroyo Arenas y se encontró con un joven que pedía confesarse, no podía creerlo. «¡Qué c… confesarle a esta hora! ¿Usted se ha vuelto loco? Váyase a dormir y vuelva mañana, haga el favor». Pero Martínez no se doblegó e insistió hasta que el sacerdote lo condujo al confesionario. Allí le dijo: «Padre, soy del Movimiento 26 de Julio y tengo secuestrado a Pepe Biondi». Estallando en improperios, el padre Rosas lo reprendió: «¡Y cómo se te ocurre venir justo aquí que tengo a uno de los tuyos escondido en el campanario!». Minutos después liberaron al rehén pidiéndole al cura que lo entregara a la Embajada argentina.
Al otro día Pepe Biondi debió asistir a una comisaría y someterse al interrogatorio del teniente coronel Esteban Ventura, famoso torturador y asesino del régimen. Respondió vagamente y en tono burlón –más para ocultar su miedo que por auténtico coraje–, excusándose en su aturdimiento por no poder identificar modelo ni color del auto en el que lo habían llevado. Se le ofreció una escolta que el humorista rechazó de plano. Antes de marcharse, Ventura lo despidió con una intimidación: «Continúe diciendo que estaba enfermo. Y cuando vuelva a la televisión, vuelva a decirlo, que si no lo dice usted, lo diremos nosotros y será de otra manera». Esa noche reunió a su familia y le comunicó la decisión que acababa de tomar. «Si Cuba no debe reír, yo no tengo más nada que hacer aquí. Nos vamos. Volveremos cuando Cuba vuelva a reír». Para despedirse de su público lo hizo con estas palabras: «Patria es el lugar donde uno nace y se cría y a la Patria se la debe amar con devoción y defender con valentía. Pero también Patria es el suelo que nos acoge y nos brinda tanto cariño, tanta hospitalidad como a mí me ha ocurrido en Cuba. Estoy seguro que cuando vea la estrella solitaria de la bandera cubana sentiré la misma emoción, el mismo apego que siento cuando veo el sol de la bandera argentina».
Los destinos
Juan Manuel Fangio disputó tan solo una carrera luego del episodio de La Habana. Fue el Gran Premio de Reims de 1958, en el que culminó en el cuarto puesto. Si bien él mismo reconoció que venía considerando su retiro desde hacía tiempo y que la decisión ya estaba tomada de antemano, no pocos se animaron a especular que lo del secuestro tuvo sus implicancias a la hora de ponerle punto final a su carrera. Al año siguiente volvió a Cuba, esta vez en calidad de invitado de honor, y se reunió con sus antiguos captores con los que departió larga y amistosamente sin hacer alusión en ningún momento al secuestro. Cada año se le invitó a la isla, aunque solo asistió en otras dos ocasiones, la última en 1981 y como representante de Mercedes-Benz. A su vez, Arnold Rodríguez asistió en 1992 a la inauguración del Museo Fangio en Balcarce.
Fangio murió el 17 de julio de 1995 a la edad de 84 años. Su récord de quíntuple campeón mundial de Fórmula 1 se mantuvo vigente durante décadas hasta ser superado en 2003 por el alemán Michael Schumacher. El episodio del secuestro fue llevado al cine en versión libre por el director Alberto Lecchi. La película se titula Operación Fangio y cuenta con la destacada labor de Darío Grandinetti en el papel principal. Muy recordada es la frase con la que aconsejaba a los jóvenes corredores: «Estar bien atento a lo que está delante; no perder de vista el retrovisor y, sobre todo, no creerse un Fangio».
En cambio, a José «Pepe» Biondi, a pesar de no haber recibido malos tratos, la experiencia no le resultó dulce y jamás regresaría a la isla. Años más tarde, contaría una actriz de su reparto que su partida había sido muy amarga y que hasta un niño le dijo que con él se iba la alegría de Cuba.
Pero el retorno a su tierra natal le generaba no poca incertidumbre y dudas, dado que allí solo había conocido miseria y dificultades. Es Goar Mestre quien vuelve a tutelar su destino. Había adquirido la licencia del Canal 13 en la Argentina, y vuelve a proponerle que haga El show de Pepe Biondi en un formato semanal de media hora al estilo de las comedias americanas. Allí desarrolló su galería de personajes, tales como Pepe Curdeles, un desopilante abogado alcohólico; Pepe Galleta, compadrito de barrio que buscaba cualquier motivo para pelearse; el ególatra playboy porteño Narciso Bello; el ocioso y desafortunado mendigo Pepe Estropajo, entre muchos otros. Algunas de aquellas breves historias eran autobiográficas y aludían a sus períodos más desgraciados sin perder jamás la visión humorística. El programa fue todo un éxito y se mantuvo en el aire durante diez años alcanzando los mayores ratings de audiencia. Pero al tiempo que cosechaba la gloria en su propio país llegaron los problemas de salud, que lo obligaron a suspender su programa por un período. En ocasión de un viaje a Estados Unidos para una operación, corrió el rumor de que había muerto. A su regreso y con el programa otra vez en escena, Tita Merello fue invitada para uno de sus sketches. Ya fuera de libreto, la cantante, actriz y figura de Buenos Aires contó que le había entristecido profundamente ver tantos chicos llorando a causa del rumor del fallecimiento del humorista, y añadió que por su labor de cómico y sus payasadas, que lo hacían tan querido entre los niños, ella lo consideraba el hombre más importante de la Argentina.
Biondi falleció el 4 de octubre de 1975 a la edad de 66 años. Su programa se siguió emitiendo con cierta regularidad durante más de dos décadas, y aunque su estilo inocente y «payasesco» hoy resulte algo obsoleto, sigue siendo recordado como uno de los humoristas más destacados y queridos del país.
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