Valoración del ser caribeño, su patrimonio, pensamiento, intercambios, sentido de pertenencia y fuerza cultural. Una amplia evaluación que convierte el texto de esta reconocida estudiosa del tema en un referente sustancial para explicar y reconocer el Caribe español y africano, anglófono y francófono, en creole o en sus diversos matices expresivos, incluyendo la literatura, la m.sica y las artes pl.sticas. El Caribe y su identidad frente a los riesgos, amenazas y movimientos migratorios que se observan en este siglo. La unidad regional como llamado urgente de movilización y persistencia, de presencia de su diversidad y fuerza regional.
Una de las dificultades fundamentales para teorizar e investigar sobre la identidad caribeña es su rasgo de fuerte heterogeneidad, en una territorialidad marcada por la diversidad lingüística, cultural, socioeconómica y política.
Ninguna definición es ni será completa debido a los matices y precisiones necesarios a cada una de ellas. Sin embargo, desde la perspectiva geográfica todas las instituciones del Caribe aceptan que su territorialidad física y filosófica contiene una amplia extensión en un espacio latu sensu que incorpora más allá de los archipiélagos, antillanos y bahamenses, México, América Central, Colombia y Venezuela, sin dejar de lado a Guyana, Surinam, Guyana francesa, y el frente sur de las cinco fachadas costeras de Estados Unidos, que nos alcanzan el golfo de México, Florida, Alabama, Misisipi, Luisiana, Texas.
Muchos de los teóricos han contribuido en un patrimonio de ideas desde Eugenio María de Hostos, Ramón Emeterio Betances, el jamaiquino Marcus Garvey, Eric Williams, de Trinidad, el dominicano Juan Bosch, el martiniqueño Aimé Césaire. Cada uno de ellos aportó sus matices y sus disciplinas teóricas, construyendo una dinámica de identidad donde prevalía en diversos lenguajes la idea de descolonización libertaria e independentista, así como la pertenencia a un mundo de una gran complejidad ética y estética, creando una problemática caribeña cuya fuerza justamente consistía en que más allá de los estatus políticos, de las lenguas y de las economías, todos convergían en una conceptualización de pertenencia a la civilización universal.
Frente a los desafíos del siglo XXI es importante entender que ya tenemos esa extensión de pertenencia regional forjada por las variaciones de los movimientos dentro del espacio marítimo y del espacio insular. Hoy estamos frente a un Caribe de circulaciones y de intercambios que van de orilla a orilla con una conceptualización donde la investigación en ciencias políticas y geopolíticas permite entender que el Caribe ya está inscrito en el contexto internacional con una valoración de combinación de su geografía con sus relaciones internacionales y su pertenencia a las instituciones que conforman la mundialización, como son la circulación migratoria, con un mecanismo de enlace que va más allá de la relación con las exmetrópolis y que ya nutre los intercambios culturales y económicos entre los mismos isleños caribeños y los territorios continentales.
Entendamos, pues, que a partir de los años 90 el Caribe se ha convertido en una cuenca de circulación intracaribeña, capaz de vencer las asimetrías de desarrollo económico e ir más allá de las fronteras impuestas por los países desarrollados. Y justamente ese nudo de flujos de intercambios transversales genera una movilidad multidireccional de sus habitantes, quienes juegan una articulación cultural y económica, haciendo un puente entre los territorios insulares y las fachadas caribeñas continentales, contribuyendo a un sentimiento de pertenencia regional dentro de su integración global.
Así es como después de aquella precoz economía de plantación y de desarrollo del comercio, que enriqueció ciudades como La Habana, Cartagena de Indias y Veracruz, hoy día en estas mismas ciudades el tráfico marítimo es considerable en las mismas condiciones, pero además se extiende en ciudades donde se mueve la economía del planeta, donde los petroleros y los buques de mercancías expanden cotidianamente la riqueza por los puertos de Nueva Orleans, Miami, Tampa, Cartagena, San Juan, Fort de France, Santo Domingo, confirmando que estamos en una zona que cuenta tanto en el canal de Panamá hacia Asia, como hacia Europa y el conjunto de las Américas. Cada año, 14,000 buques circulan del Atlántico hacia el Pacífico con dinámicas económicas hacia Asia. Estos ejes económicos marítimos significan un movimiento y movilización de capitales por los canales internacionales oficiales e informales que generan trabajo a los emigrantes que, desde sus países de origen caribeño, se movilizan en el conjunto geográfico insular y continental, creando un receptáculo de migradólares que viene a desarrollar el capital local, pero que atrae también inversiones extranjeras directas. Es obvio que las empresas agrícolas, la banca, el sector de servicios de finanzas y de energía, han creado una dinámica de zonas francas que promueven empleos y capital local.
Damos estos ejemplos para confirmar que las estrategias de desarrollo caribeño están hoy día marcadas por el imperativo desarrollista regionalista. Por esta razón mencionamos la creación efímera de la Federación de las Indias Occidentales (West Indies), en 1958, que reunía 10 territorios anglófonos bajo tutela británica y que fue rápidamente anulada para la creación del Carifta, asociación de libre intercambio del Caribe, cuyos resultados mediocres hicieron posible en 1973 la creación del Caricom (Caribbean Community and Common Market), institución que, después de cuatro décadas, garantiza su funcionamiento geopolítico.
Consideramos, pues, que la intensa pertenencia regional se integra económicamente bajo la complejidad de la heterogeneidad de los sistemas de gobierno, pero que por encima de las crisis globales es importante considerar los esfuerzos de la AEC (Asociación de los Estados del Caribe), creada en Cartagena, Colombia, en 1994, que se propone llevar una acción concertada entre los países del Gran Caribe para que la representación de la integridad ambiental del mar sea considerada como un patrimonio común de los pueblos de la región, y poder promover la economía marítima.
No podemos detenernos hoy e las identidades antropológicas del Caribe, pero sí señalar que dentro del conjunto multicultural y dentro de la conciencia política en la diversidad de los estatus de gobierno, países independientes, estados asociados o territorios asimilados, existe una conciencia común del conjunto regional caribeño: pertenecer a un mundo sellado por la explotación del hombre por el hombre, como fue el sistema esclavista; haber compartido en diversas etapas y períodos la necesidad insurgente de apropiarse de una identidad propia diversa, múltiple, complementaria, diferencial, haciendo de ella una dinámica exclusiva en el mundo: la fuerza de la heterogeneidad que converge en una conceptualización de un Caribe ético y estético que, por encima de su diversidad lingüística, alcanza la competencia universal como sus 12 premios Nobel de literatura, sus diversas y variadas convocatorias de mercados y bienales de arte contemporáneo, sus festivales de música, de teatro, sus ferias del libro. Esto, hoy en pleno siglo XXI, confirma que el Caribe está presente en todos los espacios de pensamiento, creatividad, ciencia y economía. Esa fuerza cultural de la diversidad sacude los espacios de pensamiento gracias a una soldadesca de profesores, investigadores, científicos que ocupan espacios significativos en las universidades de Estados Unidos, de Canadá y de Europa. Y también hay casos en Asia.
La inteligencia caribeña circula en un movimiento migratorio inacabado. El Caribe se exporta en pensamiento y creatividad de orilla a orilla, conformando identidades que van más lejos de la isla. Son mundos caribeños de finales del siglo XX y del siglo XXI que se transportan al Bronx de Nueva York, a Montreal, a Ámsterdam, a París y Madrid, y que conforman núcleos de convergencia con los países de acogida. Ese Caribe de orilla a orilla de la historia se hizo posible con los garífunas del istmo centroamericano, que tienen comunidades afroamericanas tanto en Costa Rica como en Guatemala y Nicaragua, y que ocupan territorios tierra adentro en Esmeraldas, de Ecuador, en el Callao peruano y también en Panamá. Son comunidades que conforman territorios de pertenencia sociocultural que aportan un brillo suplementario a la noción de americanidad.
Queremos recordar un viaje a Palenque, Colombia, con un grupo de profesores de Princeton, de Berlín y de la Sorbonne. Al llegar al municipio, se impuso su letrero de bienvenida: Palenque,primer territorio afroamericano de Colombia. Con esto querían significarnos que ellos mantuvieron en América un palenque de resistencia a la asimilación nacionalista y que, dentro del territorio colombiano, los y las palenqueros tenían su identidad específica frente a la asimilación del mestizaje exclusivamente amerindio. Esta afrocaribeñidad continental contiene todos los rasgos de identidad de la herencia de África y de su encuentro con los pueblos autóctonos de América Latina. Hoy día, tanto los garífunas como los palenqueros y los descendientes afrocaribeños de América Latina significan un aporte de fuerte contenido etnográfico y antropológico que conforma una red de estudios e investigaciones en toda la región.
Vale considerar la existencia de una dinámica humana de convergencia hacia el continente y tomar en cuenta la historia para entender la pertenencia a la afrocaribeñidad en el contexto que hizo posible la creación de la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) el 23 de febrero del 2010, en Cancún, hasta ser oficializada el 2 y 3 de diciembre del 2011. La CELAC comprende la articulación de acciones y de solidaridad entre América Latina y el Caribe, sobre la base del pluralismo y la diversidad, sin la presencia de Estados Unidos y Canadá. En este paisaje regionalista latinoamericano, es obvio que la CELAC es representativa de concertación política, cooperación e integración desde el Caribe hacia América. La cumbre de la Unidad que se dio en Cancún parece ser que pudiera representar frente a la OEA un instrumento de lucha antimperialista pacífica en una dinámica de reforzar la unión y promover articulaciones y convergencia de acciones solidarias. Las instituciones internacionales que refuerzan un Caribe integrador e integrado, frente a las Américas y el mundo, no dejan de poner en evidencia la necesidad de luchar contra el espectro de la marginalización. Los ciudadanos caribeños hoy día cuentan en el mundo empoderados por un tronco sólido de identidad antropológica y cultural que les permite moverse, migrar, integrarse y participar en todas las dinámicas de desarrollo en un mundo global.
El Caribe representa una fuerza competidora en toda la geografía y la geopolítica internacional. Las direcciones de desarrollo turístico con los aportes en remesas de los emigrantes son un bagaje financiero que puede competir en los mercados de bolsas internacionales. La relación con el turismo pone a prueba el alcance logístico, medioambiental y cultural frente a una demanda clientelar exigente. Ya no estamos en un Caribe turístico cuyo exotismo y carta postal bastan para seducir. Países como la República Dominicana demuestran que el bagaje estructural de acogida y de oferta compite con los mercados contemporáneos de punta. Ese turismo exige direcciones de desarrollo como los servicios de salud, el medioambiente, la energía, la protección ecológica y el oficio en el ejercicio del servicio con arte y eficiencia competitiva.
El Caribe del siglo XXI significa un espacio existencial de desafíos sociales y económicos frente a ciudadanos que van más allá de sus diferencias de gobiernos y que piden y exigen un desarrollo integrado, con políticas concretas en cuanto a la seguridad ciudadana, exigiendo redes de producción globalizadas, servicios tecnológicos de la información y comunicación. Estamos frente a un Caribe cuya población vive su identidad cultural y ciudadana con una transversalidad perteneciente a las exigencias inmediatas. La cultura caribeña en su totalidad mantiene con celo el bagaje del origen diverso y múltiple sin perder la necesidad emergente y presente de competir con el primer mundo y de integrarse a él, liberados de los hierros de la colonización, de la descolonización y de la coloridad. Hoy día la identidad caribeña es tan múltiple y diversa como nuestro mundo global. La encerrona de la insularidad hermética se deja atrás para entrar en ese movimiento migratorio inacabado que hace de la cultura caribeña un valor activo de todos los mundos del Mundo. Estamos frente a una dinámica incesante, de construcción activa, de progreso para rebasar los obstáculos, los límites todavía impuestos por un pasado colonial que en algunos casos entorpecen un desarrollo que llama al buen entendimiento de esas fuerzas del Caribe institucionales que existen para poder socorrer las desigualdades.
En este siglo XXI la identidad del Caribe es de comprenderse, analizarse y construirse en el conjunto de su movilidad de valores, en todos los movimientos migratorios que exportan la raíz y vuelven a plantar nuevos árboles de identidad. Por su fuerza y consistencia del pasado, el Caribe con el tiempo se convierte en un valor agregado a la dinámica humana. Si del sustantivo Caribe pasamos al adjetivo epíteto caribeño, debemos decir que tenemos frente a nosotros una dinámica de identidad abierta, multiplicadora e inacabada. El Caribe y ser caribe es esa fuerza ancestral todavía viva en un mundo global para imponerse con originalidad, determinación, competitividad e imaginación.
La conciencia regionalista es hoy parte de la identidad porque la apertura de la comunicación, la posibilidad del movimiento poblacional, la migración legal e ilegal, hacen posible un intercambio natural de valores que incorporan y comparten las diversas culturas, como si estuviésemos frente a una fusión de los referentes humanos. Este aspecto es palpable en la música fusión de artistas como el percusionista Chichí Peralta, el pianista Alain Jean Marie, las cantantes Xiomara Fortuna, Irka Tadeo, Jocelyne Beroard, y tantas otras voces del Caribe que se inspiraron en sus creaciones en todas las polirrítmicas regionales. La transversalidad comparada en la música, la literatura y las artes en este siglo XXI nos demuestra una capacidad de inventiva y de creatividad exclusiva, un potencial desde los movimientos de resistencia a la colonización, de las gestas independentistas, donde los caribeños han mostrado un pulso creativo incesante sin caer en un dramatismo pasivo, han ido forjando sistemáticamente los surcos de ser libres e independientes en la dinámica de sus identidades y hablamos de sus identidades en plural porque encontramos una variación de referentes dentro de un tronco común.
Considerando el Caribe anglófono, disfrutamos de una matriz africana que se acerca a la filosofía rastafari, con un referente en Etiopía, cristalizado en la figura de Bob Marley y de todo el movimiento reggae. De igual manera, en Trinidad-Tobago viene a inscribirse la expresión del Steel band, polirrítmica en los barriles de metal, cuyos grupos llaman a evocar las protestas de los obreros portuarios y que hoy son el manifiesto de una música propia, identificable entre todas. En el conjunto musical caribeño es donde encontramos los matices regionales incorporados a un denominador común, la danza, el baile, el movimiento. La cultura caribeña, por encima de sus matices regionales, tiene el arte y la manera de incorporarse a la modernidad y la posmodernidad sin dejar de lado la memoria de la historia y de la tradición. En las artes visuales, el maestro Manuel Mendive, de Cuba, reconocido universalmente, hace de su obra un manifiesto ancestral de la espiritualidad yoruba, con performances donde conjuga el ritmo y el color de las celebraciones y rituales del antiguo reino de Dahomey. El maestro Antonio Guadalupe, dominicano, rinde en su obra visual un homenaje estético a la memoria amerindia taína y arahuaca, con una signografía que homenajea la pintura rupestre de las cuevas indígenas de Quisqueya. El maestro Vicente Pimentel, en sus líneas y signos, evoca ese mismo referente con una factura de abstracción lírica que ofrece un referente visual de la señal ancestral. La artista cubana Ana Mendieta, en sus performances, nutridas en sus investigaciones antropológicas en Cuba, manifestó una fusión ritual con su propio cuerpo en todas sus manifestaciones visuales. El también cubano, residente en Miami, José Bedia expresa en todos sus dibujos y pinturas una energía indetenible del movimiento migratorio del Caribe hacia el mundo. Con estos referentes de creación visual, podemos observar que el artista dominicano Tony Capellán confirmó en su obra una estética del mar, del origen y de la migración con una significancia humana de alta intensidad dramática representada por una multitud de chancletas desgastadas y unas púas de alambrado, metáfora del riesgo de vida y muerte que significan los viajes ilegales. Esta obra de Tony Capellán es un manifiesto de la fuerza existencial y terrenal de los emigrantes ilegales que apuestan sus vidas al destino por el impulso existencial de vencer la pobreza.
Las literaturas del Caribe de los 90 responden a esa característica migratoria que encontramos de manera magistral en la novela de Rita Indiana Papi, que con alto grado de humor y conciencia pone de relieve el sueño y la esperanza de una niña frente a un padre emigrado al Bronx, cuyo destino e identidad se construye en el sueño de su hija. La escritora cubana Wendy Guerra, en su novela Todos se van, la guadalupana Gisele Pineau, el haitiano Laferriere, ponen en evidencia los nuevos valores culturales que van construyéndose en el siglo XXI con la movilidad humana de una cultura caribeña que se desplaza de orilla a orilla, cargada de sueños y esperanzas, con una fuerza humana incomparable para enfrentarse a todos los obstáculos que representa la ilegalidad en los países desarrollados. Esa fuerza existencial, esa búsqueda permanente de vencer los obstáculos, permanece intacta en los valores culturales del conjunto del Caribe, es una fuerza referente que se puede analizar y estudiar tanto en la producción literaria como musical y en todas las expresiones de la creatividad.
Las caribeñas y los caribeños que emigran legal o ilegalmente llevan y exportan en ellos y con ellos su cultura. En Madrid, París, Ámsterdam, Múnich, Zúrich, no hay un barrio que no configure una identidad caribeña, una plaza donde los sábados o los domingos en la tarde no se baile bachata, merengue, salsa, como convocatoria de vida, de intercambio y fraternidad como si estuviéramos en el mismo país que invita al encuentro, porque más allá de sus diferencias lingüísticas, políticas y económicas tienen un denominador común: el orgullo de sus raíces, el amor a su tierra y una expresión abierta a compartir y a fraternizar, valores que se desplazan en el exilio y la migración con una fuerza redoblada con la distancia y la nostalgia, denominadores comunes en la expresión de los valores de la identidad caribeña.
Hoy el Caribe cuenta en el mundo justamente por su capacidad consciente desde los grandes pensadores que han conducido a las islas a un diálogo permanente con los continentes con el pensamiento heredado de sus intelectuales como Lamming en el Caribe anglófono, José Martí en Cuba, Juan Pablo Duarte, Máximo Gómez y Juan Bosch, que permitieron alimentar las conciencias ciudadanas de un sentimiento libre de pertenencia propia en el aspecto de la identidad, porque por ser caribeño la resistencia está en el corazón de todos los que mantienen en común un arte de resistencia frente a todas las hegemonías. Resistencia cultural como lo manifiestan en los departamentos franceses de las Américas, que con pasaporte francés no dejan de ser guadalupanos, martiniqueños, guyaneses, que marcan sus especificidades hablando y escribiendo creole, con una literatura creolófona y escritores y escritoras como Césaire y Edouard Glissant que llevaron al mundo la conciencia de sus mundos en obras fundamentales como El discurso colonial y El manifiesto del todo mundo.
La identidad caribeña lleva su voz y su cuerpo de mujer con el pensamiento femenino desde Anacaona, mujeres insurgentes que matizaron la historia colectiva con sus voces. Sin Salomé Ureña, Julia de Burgos, Julia Álvarez, Maryse Condé, Jamaica Kincaid, Nancy Morejón, Kettly Mars, Fabienne Kanor, no tuviéramos esa identificación femenina de la identidad que con Simone Swartz Bart, de la isla de Guadalupe, repasaron la historia oficial para imponer el conocimiento necesario de la mujer heredera del pasado colonial, poscolonial e imperial que la quiso explotar doblemente como esclava, madre de esclava y esclava del amo. Abrirse al pensamiento femenino del Caribe es poder comprender las dinámicas familiares que desde la perspectiva social ayudan a cuestionarnos sobre el rol de la mujer, madre y abuela, que en todas las sociedades del Caribe son fuentes de vida y honra, como respuesta a la categorización del machismo que persiste todavía con fuerza en nuestro conjunto regional, pero que la conciencia colectiva intenta enfrentar. La pertenencia a un mundo propio, dentro de mundos variables y comparables en el espacio regional, nos permite confirmar que nuestra región caribeña enlaza, antes que el lanzamiento de la globalización y de la mundialización, la idea de que estamos en una territorialidad insular y continental, terrestre y marítima, integradora de todos los mundos, donde convivimos, por encima de todas nuestras problemáticas económicas y migratorias, en una región donde no se ha impuesto como sistema de estado el apartheid ni la segregación. Estamos conscientes de todas las desigualdades y desniveles de desarrollo, mas la fuerza regional, entendida y respetada por todos, hace del Caribe una identidad universal que pertenece al futuro del planeta cuya fuerza consiste en esa energía vital que caracteriza individualmente y colectivamente a todos los caribeños de orilla a orilla con una capacidad ancestral de inventarse siempre con dialéctica y sueños, con acción y pensamiento propios, una región en el mundo que invita a vivir.