La actualidad se nos presenta a menudo con altos grados de barbarie por parte del ser humano, tanto es así que seguimos constatando que en muchas ocasiones “el hombre es lobo para el hombre”, como expresó Hobbes en El Leviatán. Además, varios pensadores contemporáneos afirman que vivimos en un desierto espiritual donde el valor se centra, no tanto en el conocimiento y la sabiduría, sino más bien en lo tecnológico y material. El mundo se centra en lo fácil, externo, inmediato y superficial, sin pensar siquiera en las consecuencias nefastas de esta atrofia de sentido. ¿Será cierto que el ser humano vive momentos áridos con relación a si y a la búsqueda del sentido de la vida; en relación con los otros y en convivencia; en reciprocidad de respeto, cuidado y atención hacia todos los seres vivos y el medio ambiente; en la experiencia de lo espiritual? Estas prácticas son como “tesoros escondidos” que debemos rescatar, no sin esfuerzo, aprendizaje, dedicación, voluntad, trabajo, incluso sabiendo que nos tildarán de locos. Una gran mayoría de psicólogos, médicos, científicos, filósofos, maestros, artistas, hombres y mujeres “de a pie”, consideramos que vale la pena apostar por estos tesoros escondidos propios de la naturaleza humana.
Son resortes para crecer, madurar, ser felices y dignos de nuestra categoría de seres racionales. Refuerza esta convicción este bello párrafo del padre de la teoría de la relatividad, Albert Einstein: “La experiencia más bella que podemos tener es la de lo misterioso. Se trata de un sentimiento fundamental que es, como si dijéramos, la cuna del arte y de la ciencia verdadera. Quien no lo conoce y ya no puede maravillarse ni admirarse de nada, ya está muerto, podríamos decir, y su ojo está debilitado”.1 Desde la publicación en 1983 de la teoría de Howard Gardner, psicólogo estadounidense que parte de la tesis de que existen distintas formas de inteligencia en el ser humano, se produjo una verdadera revolución social que modificó la manera de entender la persona y sus diferentes actividades. Esta nueva concepción de la inteligencia “de múltiples maneras” llevó a Gardner a clasificarlas en ocho: la lógico-matemática, la lingüística, la espacial-visual, la musical, la corporal-kinestésica, la naturista, la intrapersonal e interpersonal (estas dos últimas inteligencias conforman lo que Daniel Goleman denomina “inteligencia emocional”). Recientemente, varios investigadores competentes de distintas universidades del mundo sostienen la tesis de que el cuadro de las inteligencias múltiples no está completo si no se menciona otra modalidad: la inteligencia espiritual, denominada por algunos autores como inteligencia existencial o trascendente.
Este nuevo modo de inteligencia nos faculta para preguntarnos por el sentido de la existencia y permite establecer vínculos con los demás y con el cosmos. Está catalogada como inteligencia puesto que puede ser codificada en un lenguaje simbólico, posee bases biológicas y tiene un significado adaptativo para la existencia humana. Pero hay algo que escapa a la racionalidad y la materia, por eso el ser humano es capaz de trascender lo material. La inteligencia espiritual nos capacita para penetrar en nuestro interior, para dialogar con lo más profundo de nosotros, para ser conscientes de la propia existencia y condición humana (plantearnos qué significa la vida, la muerte, el destino final del mundo con relación a experiencias como el amor, el bien, la belleza). Esta interioridad desconocida para algunas personas permite el ejercicio de la libertad y la apertura a un mundo misterioso que posibilita muchos matices y sugerencias.
El filósofo y teólogo Francesc Torralba, director de la cátedra Ethos de la Universidad Ramón Llull de Barcelona, decía en una entrevista de un periódico de la Ciudad Condal: “Una persona espiritualmente inteligente tiene capacidad para analizar su vida y la de los demás, tiene poder para descubrir sus recursos más íntimos y desconoce el aburrimiento. Posee un alto grado de libertad, porque sabe relativizar y no dejarse llevar por estímulos externos”.
La búsqueda infinita
En la actualidad existe una demanda y una búsqueda espiritual en todos los ámbitos, independientemente de las creencias que se expresan de formas muy diversas. Hay personas que viven una espiritualidad abierta a la trascendencia, pero también hay quienes viven una espiritualidad carente de Dios, sin iglesias y sin dogmas. Todas las personas somos seres espirituales, pero es posible que no todos cultivemos esta dimensión. La práctica de la soledad, el gusto por el silencio, la contemplación estética, la meditación, el diálogo e incluso el ejercicio físico son formas de desarrollar la inteligencia espiritual. Además, esta inteligencia tiene beneficios múltiples, entre otros cito de momento: la profundidad, el sentido del humor, la gratuidad, el sentido de pertenencia al todo o la relatividad de lo que sucede. Respondiendo a las inquietudes y necesidades del mundo actual, en poco menos de una década se han publicado varios libros con relación a la inteligencia espiritual. Cito algunos: del doctor Brian Draper, La inteligencia espiritual: Un nuevo modelo de ser (2010); del atleta, profesor y escritor Dan Millman, Inteligencia espiritual (2000); de Francesc Torralba, Inteligencia espiritual (2010); de Dahar Zohar e Ian Marshall, Spiritual Inteligence: The ultimate Intelligence (2000); del neurocientífico e investigador Mario Beauregard y la periodista Denyse O’Leary, L`intelligence spirituelle, (2008).3 Otros autores, en un plano más divulgativo, han desarrollado las virtudes de esta inteligencia con relación a temas específicos, es el caso de Tony Buzan, escritor y consultor educativo en su obra El poder de la inteligencia espiritual (2001), o Andrew Wright, Spirituality and Education (2000).
Sólo las bases filosóficas
El libro de Francesc Torralba, Inteligencia espiritual, recientemente puesto en circulación en el Centro del Libro Cuesta de Santo Domingo, disecciona qué es inteligencia y a qué nos referimos cuando le ponemos el calificativo de espiritual; hace un valioso análisis de los aportes de investigadores y filósofos sobre el tema. Comenta Torralba que el término inteligencia espiritual fue acuñado por dos investigadores: Dahar Zohar, física, filósofa y psicóloga, profesora de la Universidad de Oxford, y su compañero Ian Marshall, psiquiatra de la Universidad de Londres. “Ambos descubrieron que cuando las personas efectúan alguna práctica espiritual o hablan sobre el sentido global de sus vidas, las ondas electromagnéticas de sus cerebros presentan oscilaciones de hasta 40 megahercios a través de las neuronas. Estas oscilaciones recorren todo el cerebro, pero presentan una oscilación mayor y estable en el lóbulo temporal. Según Zohar, la inteligencia espiritual activa las ondas cerebrales permitiendo que cada zona especializada del cerebro converja en un todo funcional”.5 Torralba manifiesta que su obra no aborda las bases biológicas de la inteligencia espiritual, sólo las filosóficas. Es un ensayo que trata de realizar un recorrido comenzando por el concepto en sí y el papel que juega la inteligencia en el desarrollo del ser humano en el mundo y en la lucha por la supervivencia. Presenta, de un modo sintético, el mapa de las inteligencias múltiples siguiendo el pensamiento de Horward Gardner y, luego, se centra en la inteligencia espiritual y su relación con las otras formas de inteligencia. Esta obra publicada en el 2010 ya va por su tercera edición. Parte de una concepción antropológica que no es ni materialista, ni dualista, ni monista; sino que concibe al ser humano como una unidad multidimensional, exterior e interior, dotado de un centro y de un fuera que es una única realidad polifacética, capaz de operaciones y procesos distintos en virtud de las inteligencias. Su autor parte de la tesis de que el ser humano, más allá de su vida exterior, tiene una vida interior que es consecuencia directa del cultivo de la inteligencia intrapersonal y de la espiritual.
A mi juicio, lo más novedoso es que Torralba, en Inteligencia espiritual, introduce a partir de los capítulos cuartos y siguientes, aspectos de esta nueva modalidad de inteligencia que no habían sido descritos con anterioridad. Al exponer sobre los poderes de la inteligencia espiritual cita como capacidades: la búsqueda del sentido o el anhelo por una vida plena, el cuestionarse por las preguntas últimas o fundamentales de la existencia; también, la posibilidad de tomar distancia de la realidad circundante y de nosotros mismos, la auto-trascendencia como facultad de moverse hacia lo que no se conoce, de ir hacia lo que no se tiene, de penetrar en el territorio de lo desconocido. La inteligencia espiritual no debe confundirse ni identificarse sin más con la conciencia religiosa. La inteligencia espiritual es una condición de posibilidad en todo ser humano; desarrollarla ofrece múltiples posibilidad como el asombrarnos o la sorpresa frente al hecho de existir, el auto-conocimiento. Así mismo, nos faculta para apreciar y emitir juicios de valor sobre decisiones, actos y omisiones, y para poseer una escala de valores. Igualmente, posibilita el despertar de la experiencia estética, el deleite con la belleza y, más todavía, agudiza las capacidades para captar lo sublime de las cosas y embelesarnos con ellas. Cultivar la inteligencia espiritual nos abre al sentido del misterio y de la pertenencia a un todo, a la búsqueda de la sabiduría, a superar la dualidad, a captar el poder de lo simbólico, a escuchar la llamada interior, a elaborar ideales de vida, a la capacidad de religarnos, a ser irónicos como una forma de humor para tomar distancia respecto al mundo, a uno mismo y a los demás.
Como modos de cultivar esta capacidad intelectual del espíritu en las personas, Torralba menciona una serie de prácticas que favorecen habilidades y capacidades humanas, por ejemplo, la práctica del cultivo asiduo de la soledad, el gusto por el silencio, la contemplación, el ejercicio de pensar o de filosofar, la admiración por lo artístico y el cultivo del arte capaz de despertar la sensibilidad estética y estimular esta inteligencia. Otras formas de fortalecerla son la apertura hacia el otro a través del diálogo y la escucha recíproca con gusto por la verdad. También la actividad física, puesto que existe un paralelismo entre ejercicio físico y ejercicio espiritual. Al respecto, el autor comenta que del modo que a través de la práctica repetida y constante de ejercicios corporales, la persona proporciona a su cuerpo una nueva apariencia y mayor vigor, de igual modo, gracias a los ejercicios espirituales se logra proporcionar vigor al ser. Incluso somos capaces de modificar el paisaje de nuestra interioridad, transformar nuestra visión del mundo y, finalmente, nuestro ser, completamente.7 Ocuparse de acrecentar la inteligencia espiritual requiere la práctica de la meditación, así como del dulce placer de no hacer nada; la habilidad de percibir y vivir la experiencia de la fragilidad humana, el gozo del deleite musical y ejercitarse en la solidaridad.
Como beneficios de la inteligencia espiritual, Torralba describe un conjunto de bienes intangibles que derivan del adecuado ejercicio de la misma. Detalla cómo bondades de la inteligencia espiritual: la riqueza interior y la creatividad, la profundidad en la mirada, la conciencia crítica y la autocrítica, la calidad en las relaciones, la autodeterminación, el sentido de los límites, el conocimiento de las posibilidades, la transparencia y receptividad, el equilibrio interior, la vida como proyecto, la capacidad de sacrificio y la vivencia plena del ahora. Sin embargo, la atrofia de la inteligencia espiritual comporta graves problemas. El filósofo Francesc Torralba considera que la atrofia no es el fracaso, más bien el no haber desarrollado este dispositivo interior, y tiene como consecuencia la des-educación, el no cultivo, la dejadez.8 Comenta que el fanatismo, el servilismo, el dogmatismo, el sectarismo, la parálisis o el raquitismo, el autoengaño, la intolerancia, el narcisismo y demás infortunios que afectan el mundo actual son la clara consecuencia de un déficit de inteligencia espiritual.
Otras deficiencias que se reseñan en el texto son: el gregarismo, es decir, dejarse llevar por la corriente de una vida sin sentido, carente de interés y de originalidad; el vivir dentro de una repetición mecánica de patrones de conducta y de modelos que se imponen por los medios de comunicación de masas; la banalidad o el gusto por lo superfluo como una sucesión de actividades sin significado capital ni determinación existencial; el consumismo que es pasión o sed por el tener, fruto de esa carencia de vida espiritual; el vacío existencial generador de depresiones y neurosis; el aburrimiento o la carencia de objetivos, falta de sentido y de propósitos; el gusto por lo vulgar o el goce con las miserias o infortunios de los otros; la parálisis vital o el no saber qué hacer, no saber a dónde ir, el no saber cómo llenar el tiempo… En la última parte de su libro Inteligencia espiritual, Torralba relaciona esta capacidad con la búsqueda de la felicidad, la conciencia ecológica y la pacificación del mundo. Según el autor, la inteligencia espiritual está en todo ser humano y nos habilita para hacer de nuestra vida un proyecto singular y personal; lejos de aislarnos del entorno natural y social, nos hace más receptivos, sensibles, más plenamente integrados en el entorno.9 Torralba aboga para que esta modalidad sea educada, puesto que hay grandes posibilidades en el ser humano y una de estas es potenciar la inteligencia espiritual a través de la educación y de incorporarla en los procesos educativos, tal como ya ocurre en países de tradición anglosajona, canadiense, norteamericana. Educar la inteligencia espiritual significa superar lo meramente empírico y apostar por valores tales como la contemplación y el silencio frente al activismo, lo importante frente a lo urgente, la sabiduría frente al tecnicismo, la jerarquía frente a la nivelación, la ética de la responsabilidad frente a la moral libertaria, la tensión entre lo que me apetece y lo que debo hacer, el nivel y la calidad de vida frente al egocentrismo, la sensibilidad estética frente a la grosería.
En la actualidad, en el ámbito educativo no se cultiva todavía la 35 inteligencia espiritual, por tanto, permanece en un estado potencial. Es urgente reflexionar sobre nuevos procesos pedagógicos para que a través de prácticas educativas se vitalicen todas las formas de inteligencia que hay en el ser humano, en cada niño; incluyendo esta modalidad que nos abre al conocimiento de uno y a la experiencia de interioridad espiritual. ¿Se imaginan una escuela formal donde se cultive el silencio y el diálogo socrático frente a toda una generación que siente gran intolerancia por el silencio y la soledad? Es sólo desde la soledad y el silencio que se nos permite contemplar, gozar de experiencias nuevas. Frente a tantos hombres y mujeres que no saben qué hacer con su vida, ¿se imaginan una escuela potenciadora del diálogo en profundidad para facilitar al joven descubrir qué hacer con su vida, sentirse llamado a una misión? Entre los beneficios que nos traería el cultivo y la educación de esta inteligencia espiritual podemos subrayar el contar con personas más profundas, y el desarrollo de una conciencia crítica y autocrítica.
Torralba, además del aspecto educativo, expone que el desarrollo de la inteligencia espiritual es determinante para instaurar una verdadera cultura de paz en el mundo, a partir del respeto por toda forma de vida, por simple que esta sea. La inteligencia espiritual pone en juego el desarrollo pleno no sólo de la persona sino de las culturas y de los pueblos. Todo ser humano tiene un sentido y unas necesidades íntimas de orden espiritual tales como la felicidad, el bienestar integral, el goce de la belleza y de la cultura. Comenta que acrecentar esta modalidad de inteligencia favorece progresar en la conquista de la felicidad propia y ajena. Y casi al final de su libro, expresa que “las personas más felices no son, necesariamente, las más inteligentes desde el punto de vista clásico. Son las que tiene más habilidades emocionales y sociales para gestionar su vida. Las que cultivan su inteligencia emocional tienen más bienestar, pero la felicidad exige el desarrollo armónico y complementario de cuatro formas de inteligencia: la emocional, la interpersonal, la intrapersonal y la espiritual”.11 En contextos de “anemia espiritual”, como el que a menudo se encuentra nuestro tiempo, el cultivo de esta inteligencia abre horizontes nuevos e insospechados en el corazón mismo de la rutina diaria, la inmediatez y el interés a corto plazo
Notas
1 A. Einstein, Física i realitat i altres escrits filosòfics, Edèndum, Santa Coloma de Queralt, 2005, p. 137.
2 Periódico La Vanguardia, 26 de enero de 2010. Entrevista a Francesc Torralba, por la periodista Núria Escur.
3 B. Draper, La inteligencia espiritual. Un nuevo modelo de ser. Editorial Salterra, 2010. Santander; D. Millman Inteligencia espiritual. Swami, 2000. Barcelona; F. Torralba, Inteligencia espiritual. Editorial Plataforma, 2010. Barcelona; D. Zohar, I. Marshall, Spiritual Inteligence. The ultimate Intelligence, Bloomsebury, London, 2000. Existe traducción castellana: Inteligencia ‘espiritual’, Plaza y Janés, Madrid, 2001; M. Beauregard, D. O’Leary, L`intelligence spirituelle, La Maisnie-Tredaniel, París, 2008.
4 T. Buzan, The Power of Spiritual Intelligence, Harper Collins, New York, 2001. Existe traducción castellana: El poder de la inteligencia spiritual. 10 formas de despertar tu genio espiritual, Ediciones Urbano, 2003; A. Wright, Spirituality and Education, Routledge Falmer, Londres, 2000.
5 F. Torralba, Inteligencia espiritual, Editorial Plataforma, 2010. Barcelona, p. 46.
6 Cf. Ibídem, p. 48. 7 Cf. Ibídem, p. 214-215. 8 Cf. Ibídem, p. 266. 9 Cf. Ibídem, p. 299. 10 Cf. Ibídem, p. 305. 11 Ibídem, p. 329.