En julio de 1981, en una entrevista de Eugenio Scalfari para el periódico La Repubblica, Enrico Berlinguer, uno de los mejores políticos italianos y en aquel entonces secretario del Partido Comunista Italiano, lanzaba algunos mensajes claves que 29 años después todavía resultan muy actuales: “Los partidos de hoy son sobre todo máquinas de poder y clientelares: escaso o mistificado conocimiento de la vida y de los problemas de la sociedad y de la gente; ideas, ideales, programas, sentimientos y pasión civiles nulos. Gestionan los más contradictorios y diferentes intereses, sin ninguna relación con las necesidades humanas y sin perseguir el bien común”.1 Sus estructuras organizativas son la prueba de la abismal distancia con el pueblo, “son federaciones de facciones, cada una con su jefe y subjefe”. Pero lo más problemático es que “han ocupado el Estado y todas sus instituciones, empezando por el Gobierno. Han ocupados las entidades locales, los bancos, las empresas públicas, los institutos culturales, los hospitales, las universidades, la televisión pública y los grandes periódicos”.
Entonces, todas las acciones que los políticos de cualquier nivel están llamados a llevar a cabo responden a la lógica y a los intereses del partido. Del resto, ¿a quién puede representar un diputado que hace más de veinte años está sentado en el Parlamento? ¿Puede representar a los ciudadanos que lo han votado o estará simplemente representando los intereses del partido y los suyos? Son las dudas que surgen espontáneas cuando un atento y activo ciudadano empieza a cuestionarse el sistema en el cual vive, se educa, trabaja, paga los impuestos y al final, se espera, recibe una digna pensión por una vida de trabajo. Son las preguntas que cuestionan este tipo de democracia que en realidad se está convirtiendo en una partidocracia, donde si hay suerte el bipolarismo todavía no se ha transformado en un verdadero bipartidismo, o donde la búsqueda del centro, o sea de un continuismo sin proyecto de futuro, es lo más habitual. Seguía Berlinguer: “La cuestión moral no termina encontrando, denunciando y encarcelando a los ladrones y los corruptos de las altas esferas de la política y de la administración. Cuestión moral, en la Italia de hoy, significa sobre todo la ocupación del Estado por parte de los partidos y de sus facciones, significa una concepción de la política y de los métodos de gobierno de estos partidos que simplemente tenemos que superar y abandonar. La cuestión moral es el centro del problema italiano… si seguimos así, en Italia la democracia corre el riesgo de achicarse y no de ampliarse y desarrollarse… corre el riesgo de ahogarse en un pantano”. Palabras fuertes con las cuales Berlinguer atacaba los demás partidos, pero al mismo tiempo creía en la fuerza renovadora de su partido.
Sin embargo, la historia italiana nos ha demostrado que cualquier partido, fuera de centro, derecha o “izquierda”, ha jugado las mismas cartas, alejándose cotidianamente de los intereses de sus ciudadanos. Yo naturalmente lo veo desde una visión personal, de un joven que hace seis años no vive en Italia, pero que desde afuera logra quizás entender más de lo que desde adentro es, a veces, más complicado entender. ¿Es solo un caso que Italia sea el país con la población más vieja del mundo, donde la natalidad es casi nula, donde las posibilidades para los jóvenes son muy pocas y las que hay son siempre a tiempo determinado, precarias e inestables? ¿Es solo un caso que miles y miles de jóvenes italianos busquen en el extranjero lo que no encuentran en Italia y que, una vez visto el propio país desde afuera, tengan muy pocas ganas de volver? ¿Es solo un caso que estos jóvenes estén obligados a vivir “una vida de proyectos”, y no “un proyecto de vida”? Es un problema serio, más serio de lo que puede ser esta actual “crisis” económica. Del resto, se puede decir que en Italia estamos en crisis por lo menos hace quince o veinte años, y los miedos de los españoles por la actual crisis, a nosotros italianos nos hacen reír. “¡Si supieran lo que vivimos los italianos hace años y años!”, repito a mis colegas españoles, incrédulos de lo que puede significar estar en crisis desde cuando se tienen los mínimos conocimientos para leer e intentar analizar el Bel Paese. Recuerdo que cuando empecé la carrera, en 1999, ya hace algunos años se estaba hablando de crisis: económica, institucional, política. En fin, un caos. Se cerraba la década de los noventa, los años de Mani Pulite y Tangentopoli y de la entrada en política del magnate Silvio Berlusconi. Pero hoy en día la situación no ha cambiado mucho: 60 gobiernos en 54 años, una gobernabilidad que ningún país latinoamericano envidiaría. Y la cosa más ridícula es que el único gobierno que ha terminado la legislatura sin caer antes ha sido uno de los gobiernos de Berlusconi.
Italia en el espejo de América Latina Ningún país de América Latina tampoco envidiaría los niveles de la economía informal italiana, que se estima llega al 35-40% del pib, o los niveles de corrupción, que poco se alejan de los latinoamericanos: de acuerdo con el Índice de Percepción de la Corrupción 2009 de Transparency International,2 una medición de la corrupción del sector público nacional, Italia se encuentra en el lugar 63 (de 180 países considerados), después de Turquía y antes de Arabia Saudita, con un índice del 4,3. La escala de valores pasa del 0 (percepción de alta corrupción) al 10 (percepción de bajos niveles de corrupción). Como tampoco los niveles de libertad de prensa: según el Informe 2009 de Freedom House3 (por cierto bastante discutible), Italia se encuentra en el lugar 73, entre Israel y Tonga, y es considerado un país donde la libertad de prensa es parcial, como la mayoría de los países latinoamericanos. En 1970, Danilo Dolci habló desde Radio Libera, la primera radio libre de Italia, entonces “ilegal”. Era el 25 de marzo, fecha en la cual, en 2010, Michele Santoro, periodista televisivo de rai 3 y presentador del programa de debate político “Anno Zero”, lo recuerda en su programa, excepcionalmente en vivo desde la plataforma web del periódico La Repubblica, 4 llamado por la ocasión “Raiperunanotte”.
El Gobierno decidió –ese día– abolir durante un mes todas las transmisiones televisivas de carácter político en la televisión pública (rai), para calmar las aguas (“para que el amor gane al odio”) antes de las elecciones regionales. Es casi inútil repetir por qué realmente el gobierno de Silvio Berlusconi quisiera y pueda, por decreto, vetar estos tipos de transmisiones, donde no solamente se informa sobre las malas gestiones, las irregularidades y maldades de los políticos de turno (de derecha como de izquierda), sino también donde sobreviven los únicos espacios de periodismo investigativo que aún mantiene la televisión italiana. Danilo Dolci, hace cuarenta años lanzaba un s.o.s.: “Sicilianos, italianos, hombres de todo el mundo, ¡escuchad!: están tratando de hacer un delito de enorme gravedad, absurdo: están dejando morir a una población entera… s.o.s. Italia, el séptimo de los países industriales del mundo, no es capaz de garantizar un techo sólido y una oportunidad de vida a una parte de su pueblo”. Se estaba refiriendo a las víctimas del terremoto que en 1968 golpeó los valles Belice, Carboi y Jato, en Sicilia. Pero estas palabras podríamos utilizarlas hoy en cualquier contexto. Michele Santoro, hoy, lanza otro s.o.s. a todos los que aún defienden una libre información en un Estado libre. Danilo Dolci, naturalmente, fue arrestado porque transmitía ilegalmente desde una estación pirata. ¿Qué pasará con Santoro y otros periodistas comprometidos con el deber de informar y el derecho a ser informados? ¿No será este mes sin debates políticos solo una prueba para algo de verdad más profundo? Cuando Berlusconi empezó a transmitir ilegalmente en toda Italia, nadie lo arrestó, todo lo contrario: el Parlamento, de noche y casi en secreto, sanó esta “pequeña” irregularidad. ¿Por qué? ¿Quizás porque detrás tenía una base parlamentaria que pronto se convertirá en su partido? ¿Es posible que en la Italia de hoy también la información siga siendo lotizada y en mano de los partidos?
Las últimas dos décadas Según el Informe Italia 2010 del Istituto di Studi Politici e Economici e Sociali (Eurispes),5 la Italia de los últimos veinte años es como “una zona de obras poblada por una multitud de belicosos arquitectos que no logran ponerse de acuerdo porque, en realidad, no tienen ningún verdadero interés en que las obras empiecen y terminen. Estos son de hecho los hijos y los dueños de la transición infinita, interesados en el mantenimiento del statu quo, más que en una perspectiva de futuro”. Es triste leer una declaración de este tipo, pero lamentablemente es el panorama al cual los italianos asistimos todos los días. Si consideramos los bancos como unos de los mayores “dueños” de esta transición infinita, son interesantes los datos elaborados en el informe: el 45.7% de los que recibieron un crédito en los últimos tres años estima que las tasas de interés aplicadas por los bancos son demasiado altas; el 86.1% de los entrevistados piensa que el sistema bancario italiano no pueda (o pueda muy poco) hacerse cargo de los problemas y de las necesidades de las familias; el 88.8% está muy convencido y bastante convencido de que los bancos conceden créditos solo a los que ya tienen bienes; el 84.1% de los entrevistados considera avaros los bancos, por no decir usureros; solo un 14.8% considera positiva la calidad de los servicios ofrecidos por los bancos; el 71.5% comparte la afirmación de que los bancos dan créditos a los potentes a pesar de las garantías que estos puedan ofrecer. ¿Podemos considerar entre estos potentes las altas esferas de la política y las maquinarias de partido? Naturalmente sí, en 1981 durante la entrevista a Berlinguer, así como hoy en día.
El tema de los bancos es sólo un ejemplo de una crisis que es estructural: “Han entrado en crisis el modelo político-institucional que ha gobernado el país después de 1945 y simultáneamente el modelo de desarrollo económicoproductivo sobre el cual construimos nuestras fortunas en el mismo periodo”, prosigue el informe. El 45.5% de los italianos no confía en los partidos, otro 42.4% confía poco; el 35.8% no confía en los sindicatos, el 40,9% confía muy pocos en ellos. En 2008, de los 30 países de la oecd, Italia ocupaba el lugar 23 en cuanto a salario neto promedio (21,374 usd anuales),6 superando solo a Portugal (19,150 usd), la República Checa (14,540), Turquía (13,849), Polonia (13,010), Eslovaquia (11,716), Hungría (10,332) y México (9,716). Los que más han sufrido el aumento de precios, sobre todo después de la moneda única europea, los recortes o la estabilidad de los salarios son sobre todo los trabajadores de la clase media. Esta, que siempre ha sido el motor de la economía italiana, ahora está constantemente al borde, a punto de pasar la línea de pobreza: llegar a fin de mes se ha hecho mucho más difícil, los estándares cualitativos y cuantitativos de vida se han contraído notablemente, tener hijos es algo que inevitablemente hay que costear, inestabilidad y precariedad son las dos características más evidente de mi generación. Los jóvenes italianos estudiaron y empezaron a “trabajar” en esta Italia: la Italia que vive del pasado y no se proyecta en el futuro, un país que ha perdido su potencial turístico porque sigue manteniendo los mismos servicios de hace treinta años (pero subiendo los precios), la Italia que deja de exportar por el mundo como siempre había hecho porque la creatividad de sus pequeñas y medianas empresas ya no puede competir con el sistema de consumo mundial que premia a los omni-productores baratos como China; la Italia que obliga los cerebros a producir y crear desde otros países; un país que deja de invertir en educación e investigación, que deja de cooperar a nivel internacional, que poco a poco recibe más inmigrantes pero donde todavía un africano, un asiático o un latinoamericano difícilmente viene considerado como ciudadano italiano, con todos sus derechos. Pero sobre todo se criaron en la “era Berlusconi”, con todas sus consecuencias.
En la era Berlusconi no se hace nada más que hablar de él, se vota por él o se vota en contra de él; se comentan sus declaraciones y los noticieros compiten a quien entrevista a más políticos de saco y corbata que responden a las declaraciones del Cavaliere. Hay que hacerle oposición a él y nada más, sin embargo a la misma “oposición” le conviene que Berlusconi siga existiendo, porque en realidad carece de un verdadero programa político alternativo, de un proyecto de conjunto para un país prácticamente a la deriva. Es la tragedia de los partidos italianos que, como ya decía Berlinguer a principios de 1980, han copado el Estado, haciendo del bien público un bien privado en mano de la casta de sus políticos. Y mientras en el parlamento se aprueban decenas de leyes para salvar al primer ministro, en la fábrica Fiat de Termini Imerese (Sicilia), 18 obreros pasan las frías noches del invierno europeo acampando en el techo del establecimiento. Dieciocho obreros despedidos por la empresa después de 20 ó 25 años de trabajo, mientras sus familias se quedan afuera de la fábrica y bloquean el paso de los camiones que traen las piezas que alimentan la cadena de montaje. Al tiempo que los abogados del primer ministro, ahora naturalmente diputados del Parlamento, inventan nuevas escapatorias legales para blindar detrás de un escudo un sistema en realidad atrincherado, mamás de 50 ó 55 años pierden sus trabajos a tiempo indeterminado y tienen que volver a casa de los padres. Sí, no es broma, a casa de los padres y vivir con la pensión de éstos o con los ahorros de la hija de 25 años que apena logra encontrar un trabajillo (en negro naturalmente) para pagarse los estudios y mantenerse… Mientras, los empresarios trasladan sus empresas al extranjero, en algún país del este de Europa, por ejemplo, simplemente para ganar más. Un ciudadano “normal” debe trabajar entre 35 y 40 años para recibir una pensión (digamos unos 1,500 euros mensuales si es buena), mientras que a un parlamentario le bastan cinco años, una legislatura, para asegurarse una pensión (quizás es mejor llamarlo sueldo a vida) de 3,000 euros o más: “Es una distancia entre país real y esta institución [el Parlamento] que hay que reducir, que hay que evitar. Nadie podría aceptar nunca que haya personas que por haber sido parlamentarios un día (tenemos tres) y por este día reciben un vitalicio de más de 3,000 euros.
Nadie podría aceptar nunca que haya parlamentarios que han estado aquí 68 días, dimitieron por incompatibilidad y reciben igualmente un vitalicio de más de 3,000 euros mensuales”. Nadie se atreve a comentarlo, a hablar abiertamente y en profundidad de estos temas, en nombre del optimismo y de la futura “superación” de la crisis, y el Estado se queda mirando. “L’Italia é una Repubblica fondata sul lavoro”, dice el primer artículo de la Constitución Italiana: Italia es una república fundada en el trabajo. Naturalmente, no se especifica qué trabajo y en qué condiciones. Hoy en día necesitaríamos hacerlo. En las democracias, si un tribunal empieza un juicio a un político es muy probable que el político deje el cargo y reciba una pena; en Italia el juicio se cambia: es el político que ataca la magistratura acusándola de tramar un complot en contra de cierta facción política o de cierto partido, o simplemente en su contra. Los roles se invierten y los poderes naturalmente ya no quedan independientes. En las democracias, cuando un periodista de investigación bien informado descubre redes clientelares entre políticos y mafiosos, actos de corrupción o lavado de dinero, el político tiene por lo menos el buen gusto de salir del escenario para que se sepa lo menos posible de sus intrigas y deja el cargo; en Italia, el político se querella contra el periodista, empezando así un juicio en contra de sus supuestas “calumnias”. El pobre periodista, pobre económicamente, casi nunca podrá soportar los tiempos y los gastos de un juicio de este tipo, pero sobre todo por los tiempos y los recursos de la Justicia italiana, este juicio nunca se celebrará y caerá tranquilamente en prescripción. Como muchos otros, como el juicio que vio el primer ministro y un diputado investigados por ser los autores “intelectuales” de dos asesinatos, a los dos magistrados anti-mafia más importantes que el país haya tenido nunca, los que más se acercaron a demostrar las tramas entre el Estado y la mafia, o, mejor dicho, la existencia de los dos estados paralelos que nunca dejarán de mezclarse y reciclarse.
La democratización de los partidos Cuando los extranjeros piensan en la mafia, piensan en la película El padrino, pero se olvidan de que en Italia la mafia es mucho más: la mafia es la construcción del puente sobre el estrecho de Messina, la mafia es la basura en las calles de Nápoles, la mafia es la isla siciliana entera votando por Berlusconi, la mafia son los arreglos y los juegos de partido que no cambian las cosas y dejan en las mismas manos de siempre el futuro del país. Y pensar que bastaría poco para empezar a democratizar el sistema de partidos: impedir que se renueven las inmunidades a parlamentarios o altos cargos institucionales (¿Acaso los políticos no son ciudadanos como los demás? ¿Acaso la ley no es igual para todos?); limitar a dos legislaturas el periodo de permanencia de los políticos en las asambleas de cualquier nivel representativo (cuanto más tiempo una persona se queda en las altas esferas de la política más posibilidades hay de que se corrompa y que ligue sus intereses personales con los favores políticos). Cambiar el sistema de nominación de los candidatos en las elecciones: actualmente los partidos definen a los candidatos y el ciudadano simplemente pone un equis donde el partido; el ciudadano casi nunca conoce al candidato, y el candidato muchas veces no conoce el territorio en el cual será candidato; eso significa concretamente que trabajará muy poco por el territorio donde recibirá sus votos, y simplemente trabajará para el Partido, faltando entonces cualquier compromiso con la ciudadanía que él, en teoría, está llamado a representar.
Se debe impedir que aquellos condenados definitivamente en cualquier grado de juicio puedan cubrir cargos legislativos (¿cómo es posible que los mismos que hacen las leyes después las violen y sigan legislando?) o también cargos políticos de representación de la ciudadanía (si los ciudadanos fueran realmente informados sobre las actividades legales e ilegales de ciertos candidatos, ¿estamos seguros que los votarían?); poner un límite de edad (surgen muchas dudas de que un político de 70 años pueda pensar en el futuro del país) y favorecer la rotación de los cargos en el interior del mismo partido (representar a los ciudadanos y asumir cargos públicos debería ser casi un deber de cada ciudadano hacia su comunidad; el compromiso, de esta manera, se asume como responsabilidad hacia la colectividad y no hacia el partido; además, se lucharía en contra de los “jefe” y “subjefe” de partido de los cuales hablaba justamente Berlinguer), y a un nivel más general, favorecer la implementación del referéndum revocatorio para todos los cargos de representación (estamos demasiado acostumbrados a las promesas de campaña que nunca se mantienen, ¿entonces por qué cierto políticos deberían seguir en el cargo?). Finalmente, evitar la posibilidad de mantener más cargos al mismo tiempo y legislar contra los diversos conflictos de intereses que tocan sobre todo política y economía… En fin, se podrían dar muchos otros ejemplos de medidas que los partidos, internamente, podrían tomar para democratizarse, para rejuvenecer, mirar hacia el futuro proponiendo un nuevo proyecto de país, al paso con los tiempos que como podemos ver todos los días han cambiado enormemente desde la inmediata postguerra y la Asamblea Constituyente.
Un movimiento ciudadano italiano llamado Movimiento 5 Estrellas presentó hace más de dos años un proyecto de ley popular que consideraba tres de estos puntos: máximo dos legislaturas por representante, “Parlamento limpio”, o sea, vaciado de los varios condenados que actualmente “sobreviven” a cuesta de los contribuyentes, candidatos elegidos desde abajo y no desde arriba. Fueron recolectadas 350,000 firmas en sólo dos días. Un partido necesitaría meses para juntarlas. Sin embargo, esta ley popular yace en los cajones del Parlamento. ¿Por qué? Es evidente, es una ley que responde a la voluntad de los ciudadanos y no a los intereses de los partidos. ¿Pero los partidos no deberían representar los intereses de los ciudadanos? Y si no los representan, ¿qué intereses representan? ¿De quiénes son los intereses que representan? ¿Hasta dónde llegaremos? ¿Seremos capaces de salir de la tormenta? Para eso la casta de los partidos no está proponiendo soluciones; los que las están proponiendo son los ciudadanos, los mismos que, abandonados por las instituciones y por un Estado ausentes, tienen que reinventarse la vida a los 50 años, sin trabajo, quizás un día sin pensión, viviendo el día a día y sin poder pensar mucho en el futuro.
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