Mark David Chapman esperó con paciencia en las penumbras que rodeaban las afueras del edificio Dakota ícono urbano neoyorquino mejor conocido por ser locación principal de la película Rosemary’s Baby, de Roman Polanski, allá por el turbulento 1969– hasta que llegara su inquilino más distinguido. Horas antes, lo había interceptado en el mismo lugar cuando Lenon salía con su esposa y había conseguido su autógrafo sobre un disco de vinilo. Ahora, aguardaba sin prisa en una de las entradas del Central Park, justo frente al edificio, a que llegara el objeto de su espera. Cuando por fin lo hizo, Chapman se acercó sigiloso por detrás y disparó cinco veces su revólver calibre 38. El asesino fue detenido en la misma escena del crimen –se quedó leyendo hasta que llegó la policía, incluso se disculpó con ellos por «hacerles pasar todo este trabajo»–, y la víctima fue declarada muerta en el hospital a las once de la noche. A partir de ese momento –8 de diciembre de 1980– nacía la otra leyenda.
La vida para todos los involucrados no volvería a ser la misma. John Lennon había muerto. Apenas se supo el suceso, poco después de medianoche, miles de personas, horrorizadas, empezaron a congregarse en las inmediaciones del edificio, en señal de duelo. Del otro lado del océano, y con cinco horas de adelanto respecto a Nueva York, la mayoría de Inglaterra aún dormía, ignorante de la noticia, y para cuando el hecho fue de dominio público en todo el país a la mañana siguiente, la revelación tomó un matiz de carácter surreal. Nunca desde la muerte de Kennedy la conmoción ante un acontecimiento trágiM co le había dado a la transmisión boca-a-boca un sentido tan urgente. Los desconocidos rompían la barrera de la familiaridad para hablar unos con otros, amigos de antaño salvaban la distancia telefónica con una nueva excusa para conversar. Frente al Dakota, los millares ahí reunidos cantaban She loves you entre lágrimas, como tantas otras veces en las que la música de Lennon y los Beatles les habían ofrecido una válvula de escape en alguna circunstancia de su vida y simbolizado su pasada juventud; otros tantos mostraban pancartas con mensajes pacifistas; pero la mayoría aún seguía confundida y desorientada ante el episodio.
La viuda de Lennon, Yoko Ono, controversial artista plástica de origen japonés, anunciaba que no habría funeral para el difunto y pidió que así como su esposo amó y rezó por la humanidad ellos hicieran lo mismo por él. El mundo entero se unió al pésame. Pero sobre todo, en lo más profundo, el duelo no era solamente por John Lennon. Con su muerte, morían oficialmente los Beatles y la aún latente esperanza de una reunificación. Tal como escribía el novelista Philip Norman, «en 1980, aún más que en 1963, el mundo parecía que esperaba a los Beatles». También moría toda una era; la inocencia cultural terminaba de sepultarse, en un proceso que venía acumulándose desde la década anterior con el suceso del concierto de Altamont y, en especial, los asesinatos de Charles Manson. El mensaje era devastadoramente claro: la fama ya nunca más era segura. Y Mark David Chapman, un chico de 25 años en diciembre de 1980, se convertía en el perfecto heredero del modelo Manson. «No pude resistirme a la fama que vendría con el crimen», confesó en una ocasión tras ser encarcelado, «esa luz brillante de la fama, o mejor dicho la infamia». Para él, el crimen de John Lennon era una catártica manera de canalizar un sentimiento diametralmente contrario al de los miles de personas que cantaban y lloraban en Central Park. Al principio veía al difunto como un ídolo, pero luego pasó a considerarlo un completo hipócrita; en la cabeza de Chapman nadie más veía la contradicción, salvo él. En su mente perturbada, debía dar el ejemplo, poner fin a la hipocresía y cargar con el pesado reconocimiento. Y lo hizo.
Héroe de clase trabajadora
Viéndose en retrospectiva, y analizando los hechos a la distancia como un complejo caleidoscopio, la mayor ironía es que, a su manera, todos tenían razón: desde quienes se hundían en el duelo llorando por la muerte de su ídolo, hasta Mark David Chapman, que veía a la horda entristecida como una manada de ciegos estúpidos. El significado del legado que la figura de Lennon dejó era contradictorio. Y es por eso que su muerte tiene un efecto radial en la manera en que su herencia artística y personal se percibe hoy en día. John Lennon fue el primero en muchas cosas. Su trabajo, en solitario y como miembro de su anterior banda –¿es necesario nombrarla a esta altura? cambió el panorama cultural de la segunda mitad del siglo xx y la forma en que el arte debía consumirse y, sobre todo, vivirse. El llamado «arte popular», a partir de ese momento, sería tomado tan en serio como el «clásico» o «académico». «Él le mostró al mundo que el rock ’n ’roll podía referirse a temas serios y ser mucho más que solamente canciones de tres acordes», dijo una vez Jim Henke, el director «curatorial» del Museo del Salón de la Fama del Rock and Roll en Cleveland. Lennon escribió temas que reflejaban, inspiraban y moldeaban vidas, cuestionando y retando las posibilidades de una canción. En ese sentido, despertó la admiración de millones de almas a lo largo y ancho del globo, que querían ser o cantar o escribir como él, y a las que en momentos clave de su vida les llegaba alguna melodía suya a la cabeza. Pero no fue solamente la primera y más grande estrella pop –por encima de Elvis Presley, incluso, también fue al mismo tiempo la más vulnerable y desastrosa. Hablaba de amor y paz a la vez que admitía haber golpeado a sus mujeres (como hizo en una entrevista concedida a Playboy en el año de su muerte), con una vida familiar bastante menos que ejemplar, al menos en lo relacionado con su primer matrimonio, y una sardónica personalidad que en más de una ocasión dejó un amargo sabor de boca a los que lo conocieron.
Hablaba de humildad mientras se rendía a una existencia de excesos en Nueva York, donde residió los últimos diez años de su vida (siendo la mejor muestra el célebre «fin de semana perdido», que duró 18 meses). Y esto último fue lo que más llamó la atención de Chapman, lo que provocó su delirante ira y le hizo tacharlo de «hipócrita», aunque ese juicio no le dejara ver un detalle que tanto anulaba su percepción como le sumaba al espectro contradictorio del artista: siempre fue sincero y con toda honestidad admitía sus fallas. Esto terminaba de completar la trilogía de primicias en torno a Lennon. No solamente era, como ya se dijo, la estrella más grande, sino también cronológicamente la primera en filtrar su vida privada a la prensa de forma transparente. La proliferación de los tabloides y su evolución en la actual era digital convirtieron la práctica en norma: todos quieren hurgar en los rincones más profundos de la vida de sus artistas preferidos. A mediados de los 70, John Lennon creaba el precedente hablando públicamente sobre la suya, pero en un nivel operacionalmente distinto. Mostraba una imagen provocadora que reivindicaba a la clase obrera, y no solo se cuestionaba a sí mismo, sino que también instaba a que la gente hiciera lo propio. «Cuestionaba también la religión en un nivel mainstream como nunca se había visto antes, lo que fue muy valiente», expresa Simon Neil, cantante y guitarrista de Biffy Clyro, que también afirma: «Él dio a luz a lo que nosotros llamamos entretenimiento. Siempre quiso que la música le diera voz a cosas y situaciones que no la tenían».
La honestidad es un tema que siempre traen a colación los artistas de generaciones posteriores que siguieron sus pasos. «Lennon es un cantante que admiro no tanto por su habilidad técnica, sino por la honestidad y poder de su voz», dice Paul Weller, y añade: «Uno escucha canciones como Twist and Shout y Dizzy Miss Lizzy, y parece como si hiciera gárgaras con navajas antes de grabarlas; eso lo coloca entre los principales aulladores del rock». Liam Gallagher, cantante de Oasis, también se expresa de igual forma sobre la capacidad de Lennon de reflejar su personalidad a través de la voz: «Me gusta más la voz de Lennon que la de McCartney porque a mi juicio es más hermosa y más alocada. Tenía una personalidad retorcida y su voz lo transmitía». Nos tomamos la libertad de extender la trilogía y agregar una entrada más a la colección de primicias del personaje: también fue la primera estrella pop en morir a manos de un fanático. Una personalidad con tantos vértices, marcada además por un final trágico, tenía que convertirse en el boleto de viaje para que, más de treinta años después de su muerte, aún se hable y escriba sobre su persona. «Todo el mundo te ama –bromeó Lennon cierta vez– cuando estás dos metros bajo tierra». Hasta el año 2008, el sitio Internet Movie Database (imdb) registraba no menos de una treintena de películas y programas de televisión en los que figuraba Lennon como personaje, sin contar aquellos en lo que aparecía él mismo, como los filmes realizados durante la cúspide de la «beatlemanía», Help y A Hard Day’s Night. La bibliografía y los tributos musicales a manera de álbumes o canciones individuales son incontables. En 2013, la Unión Astronómica Internacional (iau, por sus siglas en inglés) bautizó con su nombre un recién descubierto cráter en el planeta Mercurio, uniéndolo a otras figuras que también tienen sus nombres en cráteres, tales como Truman Capote, Enrico Caruso y Hector Berlioz. Este honor, según explica la misma iau, se otorga a «artistas fallecidos, músicos, pintores o autores que hayan hecho contribuciones sobresalientes y fundamentales en su campo y que hayan sido reconocidos como figuras artísticas de importancia histórica durante más de 50 años».
La honestidad es un tema que siempre traen a colación los artistas de generaciones posteriores que siguieron sus pasos. «Lennon es un cantante que admiro no tanto por su habilidad técnica, sino por la honestidad y poder de su voz», dice Paul Weller, y añade: «Uno escucha canciones como Twist and Shout y Dizzy Miss Lizzy, y parece como si hiciera gárgaras con navajas antes de grabarlas; eso lo coloca entre los principales aulladores del rock». Liam Gallagher, cantante de Oasis, también se expresa de igual forma sobre la capacidad de Lennon de reflejar su personalidad a través de la voz: «Me gusta más la voz de Lennon que la de McCartney porque a mi juicio es más hermosa y más alocada. Tenía una personalidad retorcida y su voz lo transmitía». Nos tomamos la libertad de extender la trilogía y agregar una entrada más a la colección de primicias del personaje: también fue la primera estrella pop en morir a manos de un fanático.
Una personalidad con tantos vértices, marcada además por un final trágico, tenía que convertirse en el boleto de viaje para que, más de treinta años después de su muerte, aún se hable y escriba sobre su persona. «Todo el mundo te ama –bromeó Lennon cierta vez– cuando estás dos metros bajo tierra». Hasta el año 2008, el sitio Internet Movie Database (imdb) registraba no menos de una treintena de películas y programas de televisión en los que figuraba Lennon como personaje, sin contar aquellos en lo que aparecía él mismo, como los filmes realizados durante la cúspide de la «beatlemanía», Help y A Hard Day’s Night. La bibliografía y los tributos musicales a manera de álbumes o canciones individuales son incontables. En 2013, la Unión Astronómica Internacional (iau, por sus siglas en inglés) bautizó con su nombre un recién descubierto cráter en el planeta Mercurio, uniéndolo a otras figuras que también tienen sus nombres en cráteres, tales como Truman Capote, Enrico Caruso y Hector Berlioz. Este honor, según explica la misma iau, se otorga a «artistas fallecidos, músicos, pintores o autores que hayan hecho contribuciones sobresalientes y fundamentales en su campo y que hayan sido reconocidos como figuras artísticas de importancia histórica durante más de 50 años».
Su residencia materna en la ciudad de Liverpool (Inglaterra) ha sido convertida en museo. También el aeropuerto de Liverpool, que contiene murales y frases del artista, fue rebautizado con su nombre. Casi lo mismo sucede en el Dakota, en Nueva York. El lugar de Central Park situado frente al edificio donde los dolientes se aglomeraron al día siguiente de su asesinato alberga ahora un monumento llamado Imagine, punto de peregrinación obligada para sus admiradores y escenario para poses fotográficas y arreglos florales. En lo que a música se refiere, la moribunda industria discográfica aún obtiene grandiosos beneficios de los productos de Lennon y los Beatles. La reciente edición remasterizada de todos sus álbumes tanto en solitario como con la banda lo catapultó a los primeros lugares en las listas de ventas. Cuando el catálogo del grupo se subió a iTunes por primera vez en octubre de 2010, se vendieron dos millones de canciones en los primeros siete días. Diez años antes, en 2000, y conmemorando los treinta años de su separación, el álbum recopilatorio de grandes éxitos 1 despachó 31 millones de unidades, marcando un récord como el disco de venta más rápida en la historia. Del mismo modo, el lanzamiento del videojuego para consolas The Beatles: RockBand, que permitía a los jugadores tocar temas de la banda así como componer canciones con el sonido de los instrumentos originales, superó el medio millón de copias adquiridas. Dentro de su celda en una cárcel de Nueva York, Mark David Chapman fue testigo de las consecuencias indirectas de su asesinato, entre ellas el desborde comercial.
Ni siquiera sus propias pertenencias quedaron a salvo de la vorágine: el álbum de vinilo que Lennon le autografió horas antes de ser asesinado fue comprado en una subasta en 2003 por la módica suma de 525,000 dólares. Y no solo el consumo de su figura se limita a productos artísticos: la maquinaria comercial también llegó a la vida cotidiana de los consumidores en todas sus manifestaciones. La empresa Montblanc promovió una pluma de escribir de edición limitada en honor a Lennon, con el clip de agarre en forma de guitarra; la publicidad en los medios impresos llevaba una dedicatoria fiel a su filosofía: «Para John, con amor». Y para la campaña promocional del psa Peugeot Citroen, se usó con autorización unas filmaciones de una entrevista del cantautor otorgada en 1968. Las declaraciones utilizadas para dicha campaña fueron sacadas completamente del contexto de la entrevista, pero el mensaje que debía llegar a las masas era inequívocamente Lennon: «Haz lo tuyo, empieza algo nuevo, vive tu vida… Compra el Citroen DS3…». La memoria activa sobre la figura de Lennon, ahora convertido en un ícono de consumo (tal vez de manera irónica, justo como pasa con el Che Guevara), no aparenta disminuir en el futuro mediato.
Mujer
Detrás de la perpetuación de dicha memoria, juega un papel fundamental su viuda, Yoko Ono. Criticada con saña desde los inicios de su relación con el cantautor en 1968, se la acusó de usar su más reciente conquista para lucro y brillo personal, situación que no disminuyó al estrenar su viudez. Aunque bien es cierto que los mismos que la despreciaban la vieron con ojos de compasión tras la tragedia, su mismo motto de «preservar la memoria y el legado» de Lennon, casi inmediatamente después de su muerte, incentivó las viejas críticas. En 1981, a menos de seis meses de la muerte de Lennon, Ono lanzó el álbum musical Seasons of Glass, cuyo arte de portada era nada menos que una imagen de las gafas ensangrentadas que usaba su esposo el día que lo asesinaron, con el Central Park de fondo. Para muchos, fue una movida de Ese John Lennon avant-garde, revolucionario, iconoclasta, raro y por momentos detestable siempre estuvo ahí 75 excelso mal gusto, aunque tal vez por las mismas razones de morbo el disco alcanzó el puesto 49 en las listas de Billboard, la posición más alta lograda por un álbum suyo. Años más tarde, en 2013, Ono publicó la misma fotografía en un post de Twitter, esta vez como parte de una campaña mediática a favor del control de las armas de fuego. En esta ocasión el clamor fue mucho más discreto.
Tampoco nadie pareció notar mucho el astuto posicionamiento de la viuda como heredera y supervisora directa del legado de su esposo cuando, en las últimas reediciones de los álbumes solistas de Lennon, aparecía en los créditos: «Producción supervisada personalmente por Yoko Ono». Con el perdón de Phil Spector y demás productores, por supuesto. Más adelante en los mismos créditos puede leerse: «El copyright de estas grabaciones pertenece a Yoko Ono Lennon / emi Records ltd». Como escribe Richard Williams, antiguo amigo del cantante: «Si el deseo de retribución económica siempre estará por medio, entonces mejor que esos cheques de regalías vayan a una cuenta de banco con un propietario apellido Lennon». Situarse en ese pedestal como supervisora absoluta no le hizo perder la calma, incluso cuando la anterior esposa de John y madre de su primer hijo, Cynthia, publicó libros de su relación con el artista que incluían el episodio de la infidelidad con Ono. A pesar de ser etiquetada como la robamaridos-oportunista por excelencia, no por eso perdía la compostura al retratarse, abrazada y sonriente, junto a Cynthia cuando los eventos públicos lo ameritaban. A fin de cuentas, saberse la dueña legal del imperio le permite ser flexible.
El tiempo le ha dado a Yoko Ono la ventaja de ser apreciada en su justa dimensión en lo que respecta a su relación con Lennon. Al contrario de lo que puedan pensar sus más acérrimos críticos, Ono no «cambió al cantante», como afirma la teoría más popular. Lo único que hizo fue ayudarle a quitarse la máscara forzada que «el acto Beatles» lo obligaba a asumir. Por decirlo en otras palabras, lo tomó de la mano y lo forzó a ser él mismo de nuevo. Ese John Lennon avant-garde, revolucionario, iconoclasta, raro y por momentos detestable siempre estuvo ahí, incluso 76 asomado entre letras de canciones, dos estrofas después de los «Yeah Yeah Yeahs» que rellenaban sus primeros hits. La maquinaria de los Beatles y el férreo control sobre la imagen de la banda que llevaba el manager Brian Epstein hicieron que la verdadera esencia de John se fuera enterrando bajo capas de cosas previamente aprobadas por el establishment. Cuando por fin pudo encontrar a alguien que lo empujara a ser él mismo sin tapujos, como lo hizo Ono, el colapso de esas capas fue inevitable y violento, no podía ser de otra forma. Quienes lo observaban desde fuera quedaron atónitos y desconcertados. La banda canadiense Barenaked Ladies, en su canción Be my Yoko Ono, retrata este mismo hecho, a medio camino entre la broma y lo certero, con una línea que, traducida al español, diría: «Si yo fuera John y tú fueras Yoko / con gusto daría a cambio un poco de genio musical / solo para tenerte como mi Venus personal». Aparentemente John Lennon lo entendió. El resto del mundo, no tanto.
Porque
El mejor legado que Lennon pudo haberle dado al mundo siempre va a estar, para las grandes masas al menos, asociado a su pertenencia a los Beatles, por brillante –aunque poco equilibrado– que haya podido ser su trabajo en solitario. Pero él mismo nunca pudo imaginar que sus pequeñas acciones echarían raíces culturales tan profundas que se convertirían en catalizadoras de cambios que no se verían hasta algunas décadas después, y no únicamente en el campo musical. Y ahí es donde radica el verdadero caleidoscopio del legado de John Lennon. Su inocente comentario de que «los Beatles eran más populares que Jesús», que causó tantas protestas en 1966, se convertiría en el primer reconocimiento importante del poder de la cultura pop, hasta ese instante considerada como «cosas de niños y adolescentes». Hoy día somos todos testigos de la inmensa influencia de esa cultura.
Su misma sinceridad en la forma de mostrar su vida privada cambiaría la manera en que los artistas manejan sus perfiles públicos y cómo el público logra identificarse con ellos. El mensaje de las canciones y textos que escribía sobre el lado más vergonzoso de su personalidad alcoholismo, drogas y violencia marital se volvería una confesión emocional de un ser humano tratando de buscar su camino y mostrar quién era, independientemente de que la audiencia quisiera asumirlo. Su activismo político al llegar a Nueva York y su apoyo a causas humanitarias prepararon el terreno para que la opinión popular se volcara hacia reclamos tan disímiles como el término de la guerra de Vietnam y la legalización de la marihuana. Está bien documentada la pretensión del entonces presidente Nixon de deportarlo a Inglaterra, de no ser por una campaña escrita iniciada por miembros de la crema y nata cultural estadounidense, entre los que destacaban Bob Dylan, John Cage, Leonard Bernstein, que logró derribar el pulso del propio presidente. Y, por supuesto, como carta de presentación de toda su filosofía pacifista, Imagine, su canción más famosa, convertida en todo un himno mundial en pro de la paz y el entendimiento, que hasta logró romper la barrera del lenguaje. El mejor ejemplo de esto lo narra el expresidente estadounidense Jimmy Carter en una entrevista para npr: «Mi esposa y yo hemos visitado alrededor de 125 países, y casi siempre escuchamos Imagine de John Lennon usada tanto como sus propios himnos nacionales. De manera que es obvio que Lennon ha tenido un impacto significativo en muchos países del mundo».
Observando las ruedas
¿Qué hubiese pensado John Lennon de todo ese culto a su persona que aún se mantiene? En este momento tendría 75 años y aunque es cierto que la muerte temprana le otorgó una divinización solo reservada a aquellos elegidos por el destino que parten antes de tiempo, lo realmente interesante sería imaginar, más que la impresión sobre el legado lennoniano, su opinión acerca del mundo actual. Qué hubiese pensado del pop de los 80, de Michael Jackson y los Boy Bands, de mtv y el grunge noventero, especialmente Nirvana. O de Radiohead. ¿Qué opinaría del cincuenta aniversario de los Rolling Stones, y de Jagger y Richards pretendiendo que el tiempo nunca les pasó de largo, saltando en los escenarios y moviendo el trasero? ¿Qué tendría que decir sobre la caída del Muro de Berlín, o sobre las Torres Gemelas y toda la guerra del Medio Oriente? ¿Hubiese retornado a los Beatles? ¿Acompañaría a Bono en las reuniones con líderes mundiales para terminar con el hambre en África? ¿Perdonaría a Mark David Chapman de haber sobrevivido a los disparos? ¿Seguiría con Yoko? ¿Se burlaría de Donald Trump? ¿O simplemente observaría el mundo desde su tranquilidad hogareña, esa que encontró pocos años antes de morir, y se destornillaría de la risa? Su amigo Richard Williams, en un artículo que recordaba la memoria del fallecido publicado en el año 2010, tiene sus propias teorías sobre el posible Lennon de tiempos modernos. Asegura que le hubiera encantado Twitter, al ser fanático de las antiguas postales cortas y concisas. Con su inteligencia y veneno en dosis iguales, no habría quien lo despegara de un monitor de computadora para expresar sus opiniones en Twitter. Siempre innovador, preferiría la originalidad de un Blur al revisionismo de los Oasis. Aunque para alguien que ya miraba su pasado con un poco más de calidez hacia el final de su vida, en contraste con la seca indiferencia que le producía en la primera mitad de los 70, las abundantes referencias Beatles que Oasis hacía obligatorias en sus grabaciones le habrían sacado más de una sonrisa.
Y a pesar de haber resuelto sus diferencias personales y de negocios con los antiguos miembros de su banda, la reunificación sería algo que para Williams no habría ocurrido nunca. La presencia de mujeres poderosas en la vida de las dos cabezas de la banda (el otro, Paul McCartney) habría llevado a estos hombres a un nuevo nivel tanto mental como personal en donde la antigua química y sinergia de los Beatles sencillamente no habría funcionado como antaño. Puntos válidos, pero especulativos. Si algo tenía Lennon era su carácter impredecible y hacer las cosas como las sentía, sin importar si era eso lo que se esperaba de él. Quién sabe qué le hubiera deparado el futuro o qué tipo de arte haría. Las posibilidades son excitantes. Todo se resume en las frases sacadas de contexto para el comercial del Citroen DS3, de la vieja entrevista de 1968. Al final, nadie era más apto que él para teorizar sobre su influencia. «Una vez algo está hecho, está hecho», decía Lennon con su melena sobre los hombros y las gafas redondas que desde el año anterior ya formaban parte íntegra de su atuendo. «Entonces, ¿por qué toda esta nostalgia? Por los 60 y 70, mirando hacia atrás en busca de inspiración, copiando el pasado. ¿Qué tan rock ’n ’roll es eso? Haz algo por ti mismo. Empieza una cosa nueva. Vive tu propia vida». Solo que en esa ocasión nos mandó a comprar un auto. Eso lo dijeron quienes asumieron el legado como suyo, reempacándolo. Ese es el verdadero quid de los productos culturales: una vez que la gente los recibe, ya no pertenecen a su autor. Con toda seguridad Lennon se hubiera reído, expresado algún comentario ingenioso, y se voltearía para hacer otra cosa, sin prestar mucha atención a lo que viniera después. Y las ruedas seguirían su curso. Tal vez se cantarían canciones sobre eso después.
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