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José Cestero: «Yo no he parado de pintar todos los días»

por Frank Baéz
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En el número 253 de la calle El Conde se encuentra ubicada La Cafetera. Considerada como uno de los lugares emblemáticos de la Zona Colonial de Santo Domingo, fue fundada en 1930 por el inmigrante español Benito Plaza y posteriormente regentada por Franco Sagredo. Desde sus inicios ha sido un lugar de encuentro de intelectuales y artistas. Tal como atestigua la placa colocada en su entrada, en ella se daban cita varios refugiados españoles que hicieron inmensos aportes en el área del arte y la educación. De igual modo, ha sido el escenario de tertulias, discusiones y polémicas. Sus sillas y taburetes fueron ocupados por los poetas sorprendidos, por los luchadores antitrujillistas y por una diversidad de artistas, intelectuales, historiadores y políticos. De todos esos artistas y pensadores que dejaron una gran huella en la cultura dominicana, el que sigue frecuentando La Cafetera, como si viniera a conversar con fantasmas, es el maestro José Cestero. Según me explica una de las meseras, es un asiduo y arriba allí puntualmente cada mañana. 

José Cestero Pérez es el nombre completo del maestro. Aunque realmente su segundo apellido es el primero, ya que decidió cambiárselo artísticamente para que no lo confundieran con su colega Guillo Pérez. Además, si de algo Cestero está convencido es de que su inclinación al arte es algo personal, espiritual y hasta cósmico. Su gran modelo es Vincent van Gogh, y al igual que el artista holandés, Cestero se ha caracterizado por una vida de excesos y aventuras románticas. Muestra de esto fue su romance tuE multuoso con Gwendolyn, una bella muchacha que acabó sufriendo trastornos mentales y hoy es una señora a la que se puede ver mendigando por las calles de la Zona Colonial. Pero sobre todas las cosas su entrega ha sido al arte. No ha dejado nunca de pintar y se levanta temprano en la mañana a trabajar. Sin duda alguna, es el pintor dominicano más prolífico. Es tanto así que casi todas las casas de la Zona Colonial poseen un cuadro del maestro. Como señala el galerista Fernando Casanova, «Cualquier dibujito de Cestero impresiona y deja la sensación de que tienes algo valioso en las manos». 

Ya que recientemente fue reconocido con el Premio Nacional de Artes Visuales 2015, se me ocurrió entrevistarlo en La Cafetera para preguntarle su parecer sobre el galardón y de paso charlar sobre su trayectoria. Lo encuentro sentado en el tercer taburete de la barra con su sombrero, sus lentes y su bigote nietzscheano. Cuando le explico lo de la entrevista se muestra al principio reluctante, pero al rato, con la llegada de la fotógrafa, se anima. 

Empecemos hablando del premio. ¿Cómo fue la entrega?

Yo empecé a hablar de mi vida y les dije que en verdad los que merecerían premios también son mis personajes: los enajenados mentales, los indigentes, los perros realengos… y luego personalidades que he idealizado a mi manera: Vincent van Gogh, Diego Velázquez, Sorolla, Salvador Dalí, Don Quijote de la Mancha. He hecho retratos de Frida Kahlo –que es mi novia platónica–, Sigourney Weaver, Cher, la duquesa de Alba y muchas de aquí, un sinnúmero de chicas a quienes es he hecho retratos. Está la Gwendolyn, que anda mendigando por ahí con unos perros. Yo estuve casado con ella, pero tuve que divorciarme. En fin, esa ha sido mi vida, de mujeres y de dulcineas –voy a usar esa expresión de Cervantes en El Quijote–. Hay otros personajes ya idos, como Ramón Oviedo, que fue amigo mío: un pintor con una gran imaginación preclara siempre, muy inteligente, pero que me ganó a mí y a Pedro Infante. 

¿En qué? 

Era más mujeriego que los dos. 

¿Cómo fueron tus inicios en el arte? 

Yo me inicié en 1950 en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Mi padre era íntimo amigo de Yoryi Morel, que era el director. La escuela quedaba en la Duarte esquina Nouel en un edificio en forma de L. Me aceptaron, porque ya de memoria me había puesto a practicar la cabeza de David con los bucles y otras estatuas griegas, junto con una amiga, muy bonita ella, Virginia Simón, hoy viuda Rincón, que tiene mi edad y pinta lindísimo. Y ahí tuve de maestro en el primer año a Domingo Liz, en dibujo, que me conocía perfectamente. Tuve a José Gausachs ya más adelante, que me enseñó toda la técnica del color y del paisajismo. Hernández Ortega también me dio clases de dibujo. Esa fue la época gloriosa. 

¿Y venían aquí a La Cafetera?

Sí, yo empecé a visitarla en 1950. Venían los pintores importantes de la época, Vela Zanetti, el gran muralista. Venía Pedro René Contín Aybar con su abanico, echándose fresco. Y venía el poeta Domingo Moreno Jiménez y Silvano Lora, que era un muchacho entonces. Y por aquí también estuvo Agustín Lara. ¿Quién más? Wifredo Lam también. Yo desmonté una tela que había traído en 1956. Cortito Pérez tenía una obra de Wilfredo Lam que yo desmonté y enrollé aquí en la Cafetera. No conocí a Wilfredo Lam porque él venía en la época de los cuarenta y entonces yo era un carajito. Luego, más adelante, estaba El Sublime ahí en frente y venían Miguel Alfonseca, René del Risco, Efraim Castillo, Jeanette Miller, Ramírez Conde, Iván García y otros más. Aquí hablábamos de política. Miguel era pro Neruda, y discutía con Efraim de literatura. Luego fue que vino lo de Arte y Liberación, creado sobre todo por Silvano Lora y Pedro Mir. Fue muy especial aquí en esos años. Tengo una anécdota. Yo me juntaba de arriba abajo con Silvano Lora, éramos como uña y carne, y René Contín Aybar me llamó un día y me dijo: «José, no te juntes con Silvano Lora, que es comunista y te va a joder». Él era anticomunista, pero al mismo tiempo era uno de los mejores críticos de la época. Tras esto yo hice el cuadro, que es una sátira donde él me dice eso con su abanico. Aquí han venido todos. Jaime Colson venía aquí, Fernández Spencer. Todos.

¿Por qué decidiste irte a los Estados Unidos? 

Yo viví allá en 1954. Mi hermano era capitán de uno de los barcos de la flota llamada Angelita. Y yo viajé porque le dije a él: Si no me consiguen visa, voy a decir por la calle ¡Abajo el gobierno de Trujillo! Y duré allá un tiempo entre Filadelfia y Nueva York. Cuando regresé, Jacobo Trujillo había quitado el servicio militar, que era obligatorio. Por eso es que yo me fui, porque no quería hacerlo. A mí me tocaba porque yo tenía 18 años de edad en esa época. Y deserté, y por eso viajé a Estados Unidos. 

Vincent van Gogh es una de tus grandes influencias. ¿Podrías hablar un poco de él? 

Yo me identifico a plenitud con la vida de Vincent. Porque Vincent era un esquizofrénico también. El padre era predicador y él nunca quiso predicar del todo. Y se metía en las minas de carbón y dibujaba esos pobres infelices sucios de carbón. Vincent fue uno de los grandes del arte universal. Pintó por diez años en el sur de Francia y murió allá. Él tenía planes de irse a Japón, y Toulouse Lautrec le dijo que por qué tenía que ir tan lejos si en el sur de Francia la luz diurna era mejor que allá. Y se quedó allá e hizo la obra que había que hacer. Yo en el 2009 estuve allá en el sur de Francia. Me invitó un gran amigo, que hizo un homenaje a Vincent y a Paul Gauguin en Perpiñán. Estuve en Marsella, en Arles…, que fueron los lugares donde estuvo Vincent… Y se ven los cipreses que él pintó, los nietos o tataranietos de esos cipreses, ahí en el patio de la residencia de Jack Palazan. Por cierto, Jack Palazan es embajador nuestro y no cobra un centavo al gobierno.

¿Y conoces Italia?

 Sí, en Italia participé en una exposición en el museo ítalo-latinoamericano de Roma. El trabajo que yo hice fue una sátira del parque Independencia, un trabajo titulado Monumentos grotescos en plaza desierta. Esos monumentos que hicieron para los padres de la patria, que eran un disparate. Pero los hicieron en la época del doctor Balaguer. La glorieta, que era el símbolo del parque Independencia, la desguazaron y se la llevaron. Puse el Hoyo de Chulín en el fondo y se ven unos niños jugando trúcamelo y al doctor Balaguer.

¿Cómo fue su relación con el doctor Balaguer?

Yo hice una sátira a la luz. Cuando los gobiernos de Balaguer, la luz se iba por 14 horas en toda la ciudad. La gente comenzó a comprar velones y velas. Entonces yo hice una sátira a ese momento. Hice un muchachito de Gualey encaramado en una silla de guano soplando una vela de a chele y encendiendo un bombillo de cincuenta que irradia la casa donde vive con su madre. Eso está en el Museo de Arte Moderno. Me dieron el segundo premio. Debió haber sido el primero. Eso fue en 1978. Y el doctor Balaguer me entregó personalmente el premio. Así, medio ciego, me dijo: «Oh, maestro Cestero, yo fui muy amigo de su mamá». Y me entregó el premio, que eran cinco mil pesos. Me tumbó.

La mención de Balaguer me hace pensar en tu visión. Me han dicho que tienes problemas de la vista. 

El óleo fue el que provocó prácticamente mi enfermedad de cataratas. La operación se realizó el 21 de agosto pasado. Y fue un éxito. Duró hora y media, y me operó el doctor Bergés. Si no me operan a tiempo, me da glaucoma. El que se encargó de pagar todo fue Viriato. Tengo que ponerme gotas a diario, que no son baratas. Estoy recuperándome un poco. De lejos veo mal, fuera de foco. Eso es normal. Poco a poco la visión se va acomodando. 

¿Y ha afectado tu arte? 

Yo no he parado de pintar todos los días. Me levanto temprano, ando con mi libreta de apuntes y dibujo cosas que se me ocurren.

¿Qué piensas del arte actual y de los jóvenes artistas? 

Hay una crisis en el arte. Hay crisis en la juventud porque se la pasan en el internet. Falta creatividad. Hay crisis en el planeta entero. Ya nadie es como Jaime Colson o Hernández Ortega. Ya nadie es como Van Gogh.  


1 comment

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