Cada mañana, en la esquina de las avenidas Churchill y Sarasota, se puede apreciar a un señor con una gorra del Licey que deambula vendiendo libros. Si no me equivoco, es uno de los últimos libreros ambulantes que quedan en la ciudad de Santo Domingo. La última vez que lo vi, cargaba con La fiesta del Chivo. Suponía que esto se debía a que Vargas Llosa, meses atrás, había sido galardonado con el Premio Nobel. En cambio, cuando le pregunté, me contestó que la razón era que en esos días se cumplían los 50 años del ajusticiamiento de Trujillo. Yo siempre había estado esperando el momento propicio para releer La fiesta del Chivo. Me vi tentado de bajarla del estante hace unos años, luego de aburrirme con la película que hicieron basada en el libro, en la que Isabella Rossellini interpretaba a Urania Cabral. No la bajé cuando me enteré que en el xiii Congreso de las Academias de la Lengua y el iv Congreso Internacional de la Lengua Española colocaron a La fiesta del Chivo en el segundo lugar como una de las mejores novelas publicadas en los últimos 25 años, ni tampoco lo hice después de escuchar por Youtube el emotivo discurso que dio Vargas Llosa cuando recibió el Premio Nobel. Sin embargo, luego de intercambiar unas palabras con el librero ambulante, comprendí que había llegado el momento de bajarla del estante. Mi ejemplar, uno de los 10,000 impresos por Editora Taller que circularon para la edición especial dominicana, estaba lleno de polvo. Luego de limpiarlo, comencé a husmear en los capítulos, los diálogos y los pasajes que había subrayado, hasta que sin proponérmelo estaba leyendo de nuevo la novela. A diferencia de abril del 2000, cuando leí la novela en dos días, en esta ocasión me tomó un poco más.
Sin embargo, la lectura fue tan apasionante, tan fluida y tan vívida como la de aquella vez. Tras terminarla me volví a hacer la pregunta del millón de dólares que se siguen haciendo los intelectuales dominicanos: ¿La fiesta del Chivo es una buena novela? Aunque se trata más bien de un juicio superficial para referirse a una obra literaria, me atrevo a opinar que es buena. Es más, es buenísima. Creo que Vargas Llosa es el único escritor vivo de nuestra lengua que está dotado con los recursos y registros narrativos necesarios para abordar y darle una forma totalizadora a la era de Trujillo. Resulta asombroso el esfuerzo que hace para capturar en sus páginas todas las anécdotas, datos bibliográficos y hechos de esa época. Sin embargo, al contrario de otras novelas suyas, la estructura no está por encima de la cautivante historia que narra, al punto que en una entrevista que le hicieron a Roberto Bolaño, este alcanzó a decir lo siguiente: “La fiesta del Chivo es una novela tramposa, con una estructura que es un engañabobos”. Para Vargas Llosa, la era de Trujillo es tan fascinante que le resulta complicado dejar a un lado alguna anécdota o un dato histórico curioso del que quizás pudiera prescindir el ensamblaje de la novela. “El que mucho abarca, poco aprieta”, dice el refrán popular. La perfección está en la brevedad. Un poema es como un bonsái que uno puede podar a diario hasta lograr la perfección. Un cuento es como un jardín que uno también puede podar, regar y limpiar para dar la sensación de perfección. Sin embargo, La fiesta del Chivo es una novela, por consiguiente, no es ni un bonsái ni un jardín, sino una selva. Vargas Llosa, machete en mano, hace lo posible por conducirnos del principio al final de la era de Trujillo sin que nos perdamos en el camino, y logra con dignidad y empeño la titánica y tolstoiana tarea que se propuso al escribirla. En fin, ¿cuál es el legado de esta obra?, ¿cuál es su trascendencia para la nuevas generaciones? Para responder estas inquietudes he entrevistado a seis personalidades relacionadas con el mundo literario dominicano. Se trata de Ángela Hernández, Arturo Victoriano, David Puig, Luis Beiro, Manuel García Cartagena y Maritza Álvarez, quienes amablemente aceptaron mi invitación a responder mis inquietudes sobre esta novela y a los que quiero agradecer su buena disposición y cortesía. Espero que sus respuestas contribuyan a reactivar este debate que empezó hace ya 11 años.
¿Cómo ve La fiesta del Chivo a 11 años de ser publicada? Ángela Hernández. Se trata de una obra importante y lo seguirá siendo por sus valores narrativos y porque su lectura nos lleva a pensar que las dictaduras hay que pararlas antes de que nazcan, cuando son solo un fantasma, un viento amenazante, un tufo ácido, la silueta de la sombra arquetípica. En La fiesta del Chivo se revelan los mecanismos ocultos y sutiles del autoritarismo, aquellos que se gestan en la familia, en el funcionario y aun en el ciudadano estimado como respetable. La novela nos alerta sobre el totalitarismo y nos impele a escudriñar nuestra propia “mentalidad democrática”. Resulta de notorio interés los variados acercamientos que ofrece la obra a la realidad social y política de la República Dominicana, en particular para los extranjeros. Dos aspectos me cautivaron durante la lectura del libro, por la manera vivaz y honda con que se tratan. Primero, el machismo patente en nuestra cultura y cómo impregna la personalidad del dictador (de hecho, es una constante en los belicosos caudillos de las primeras décadas del siglo XX). Depravación política y perversión sexual son inseparables, se alimentan entre sí. Mario Vargas Llosa, a través del personaje de Urania, retrata la humillación, violencia y menoscabo a que la tiranía redujo a las dominicanas, pese a las apologías oficiales de la belleza de la mujer dominicana –siempre asociada a rasgos hispánicos– y al aparente reconocimiento de su valía como madre y votante (potencial conservador). Segundo, el servilismo infame sin el cual ninguna tiranía se mantendría.
Labilidad, adulonería, incluso autovejación, en los secuaces y cercanos colaboradores del dictador, quienes laboran con eficacia y medran en los territorios del poder; pero también se advierten características no menos desconcertantes en el delator de poca monta y en el calié; se actúa contra el prójimo sin medir los daños, cumpliendo órdenes, por ascender de rango, por una prebenda cualquiera. La terrible banalidad del mal, como lo llamaría Hannah Arendt, campea por los fueros del dominio totalitario. Arturo Victoriano. La fiesta del Chivo es una de las novelas de tema dominicano más importantes de los últimos 30 años. A pesar de que la figura de Trujillo es una de las más trabajadas en la literatura dominicana contemporánea, sino la más, Vargas Llosa logra dibujar un retrato convincente del dictador dominicano sin que parezca acartonado, aunque algunos detalles del Trujillo de Vargas Llosa rayan en lo caricaturesco. Uno de los grandes aciertos de la novela es tomar a Joaquín Balaguer como personaje. La figura de Balaguer en La fiesta del Chivo tiene una gran importancia, al extremo que podría decirse que es coprotagonista de la novela junto a Trujillo. Con su aproximación a Balaguer como personaje literario, Vargas Llosa muestra un camino posible para la narrativa dominicana. Manuel García Cartagena.
Siempre he creído que las efemérides son la peor manera en que uno podría intentar revivir aunque fuera una uña del exquisito cadáver de aquello que alguna vez se llamó “la” literatura. Puesto, pues, ante la necesidad de responder a tu pregunta sobre cómo sitúo a La fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa, ante la realidad literaria y social dominicana, 11 años después de su publicación, te diré que, por suerte (¿buena? ¿mala?), la sociedad dominicana se situó primero a la defensiva, como lectora, ante ese texto en el que, dicho sea de paso, Vargas Llosa no nos ataca, simplemente porque la carga político-semiótica de lo que cuenta ahí no estaba configurada para que explotara aquí,sino entre los lectores extranjeros. Me explico: lo que aquí estalló fue la hilarante puesta al desnudo de nuestra descosida consciencia simbólica, que cosechó lindezas como la de aquellos que “refutaban” la “veracidad” de lo dicho en esa novela, entrampados en la prosa casi periodística que el autor de La casa verde empleó para escribirla, quizás cediendo a alguna presión editorial, o quizás movido por la idea de que es así como hay que narrarle al “gran” público contemporáneo. Estallaron tres o cuatro “dueños de la historia”, a quienes, supuestamente, Vargas Llosa habría “plagiado”. Estallaron también dos o tres críticos literarios que, por haberse tragado el cuento de la trascendencia de la obra en cuestión, confundieron la ocasión con alguno de los escenarios “setentistas” en los que era de buen tono practicar la autopsia filológica de una novela exitosa sonsacando las pifias e impropiedades léxicas de ese texto, olvidando que, ni nuestra época posliteraria se presta para ese tipo de elucubraciones sin porvenir, ni la novela de Vargas Llosa fue escrita para demostrar que un escritor peruano es capaz de hacer literatura dominicana. Maritza Álvarez. La fiesta del Chivo sigue siendo, 11 años después de su publicación, una novela de referencia para poder discutir en el aula el tema de la dictadura trujillista (como es mi caso). En las páginas de esta novela, los jóvenes pueden tener una referencia de una época contada de manera tal vez menos apasionada que otros autores, y formar su propio juicio sobre un hecho que, como generación, les es ajeno. David Puig. Podría haber tomado un taxi para llegar a la Biblioteca del Instituto Cervantes de El Cairo, la ciudad en la que me encuentro. Allí, en un largo anaquel dedicado a las obras de Mario Vargas Llosa, seguro habría encontrado La fiesta del Chivo en español, tal vez al lado de la versión en árabe.
Hubiera podido refrescarme la memoria leyendo un par de páginas antes de regresar a casa y sentarme a responder. Prefiero, sin embargo, admitir que tengo un recuerdo impreciso de La fiesta del Chivo y que tu pregunta me ha llevado a volver a plantearme las preguntas que me he hecho en distintas ocasiones desde que leí esta novela meses después de su publicación: ¿Por qué se ha hablado tanto de ella en nuestro medio? ¿Será que no le he prestado la atención suficiente? ¿Debería volver a leerla? Leí La fiesta del Chivo casi de un tiro, con placer, hace unos diez años, y la olvidé igualmente pronto. Tal vez por eso nunca me he sentido interpelado por los debates y las polémicas que generó el libro en la República Dominicana. Ahora, con la distancia, más que la escritura, las voces, las escenas y los diálogos, me viene a la mente la forma de la novela, la construcción con los tres puntos de vista que se van alternando. En otras palabras, de La fiesta del Chivo guardo el marco, la estructura, el esqueleto despojado del resto. Me ha interesado más que La fiesta del Chivo lo que han escrito sobre la República Dominicana del año 2000 a la fecha de hoy algunos escritores contemporáneos dominicanos. Lo mismo puedo decir de las páginas que le ha dedicado a Samaná el francés Jean-Noel Pancrazi. A estos autores he regresado con curiosidad varias veces a lo largo de estos años. Sus textos, que me han marcado, los siento cerca, vivos, enteros.
Dentro de la extensa obra de Vargas Llosa, ¿en qué lugar colocaría La fiesta del Chivo? Luis Beiro. Siempre he sostenido que Mario Vargas Llosa es el más técnico de los integrantes del llamado boom de la literatura latinoamericana. Incluso, una novela tan controvertida como La fiesta del Chivo sobresale por su maestría narrativa, al reunir varias subtramas aparentemente disímiles, escritas cada una con estilo propio y enlazadas en un sorprendente final, mediante una conexión invisible en apariencia, pero que sorprende al lector y lo hace volver al texto con mirada mucho más reveladora. Además, Vargas Losa usa de manera indistinta la narración en primera, segunda y tercera persona del singular, y en ocasiones en plural, así como el flujo de conciencia, lo que convierte a la novela en un experimento narratológico de sumo interés literario. No soy experto en situar una obra dentro del contexto social de determinado país o determinada literatura, por muy local que sea su tema. Estas cuestiones de la sociología y psicología literaria son ajenas a mis perspectivas como lector y, en todo caso, como escritor, aunque las respeto y las considero de gran utilidad para entender algunos aspectos del proceso creativo.
Ahora bien, desde el punto de vista técnico, creo que La fiesta del Chivo, sin estar entre las novelas más difundidas de Vargas Llosa, mantiene en su estructura técnica, y con envidiable coherencia, los aportes literarios que han caracterizado su exitosa carrera literaria. Es un libro que se inscribe de manera tardía, pero no inferior, dentro de la serie de novelas que, sobre el dictador latinoamericano, publicaron autores pertenecientes al boom y al pre-boom como Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Augusto Roa Bastos. Maritza Álvarez. Dentro de la extensa obra de Vargas Llosa, la pondría en un quinto lugar. Me quedo con Conversación en la catedral, La ciudad y los perros, Los cuadernos de don Rigoberto, y sus ensayos, que nos muestran al intelectual y su visión de la vida. Ángela Hernández. La fiesta del Chivo está entre las cinco mejores novelas de Vargas Llosa. Junto a La guerra del fin del mundo (la mejor para mi gusto) y El sueño del celta, constituye un núcleo memorable de escritura en la que su autor muestra su capacidad de investigación, su maestría en construir conmovedoras ficciones a partir de hechos históricos, de avivar y acercar la historia a la conciencia y sentimientos del individuo, del lector, implicándolo, de hecho, conduciéndolo a notar ardientes desafíos a la humanidad, al presente. Estas novelas nos fascinan y nos inquietan, fascinación e inquietud que perduran por la inusitada fuerza de las distintas caras del poder, en juego fatal contra el ciudadano y la comunidad.
El escritor peruano es, sin lugar a dudas, un maestro de la narrativa contemporánea, que, además, se ocupa de compartir sus conocimientos, como queda establecido en Historia de un deicidio (1972) y Cartas a un joven novelista (1997). Manuel García Cartagena. Todo depende del punto de vista. Si hablamos de estilo, la pondría entre las obras que escribió al principio de su carrera, junto con sus cuentos más o menos pornográficos y otros divertimentos que revelan al columnista periodístico que era Vargas Llosa en aquella época. La fiesta del Chivo tiene, en efecto, el mismo tono de las crónicas sociales: llena de descripciones, chismes, anécdotas y numerosas intrigas entrelazadas de manera tal que la lectura resulte amena a quienes solo quieren pasar el rato. Desde el punto de vista de la estructura, está más cerca de La ciudad y los perros, donde se nos cuenta una historia que, comparativamente hablando, podría ser para un peruano tan cruda y terrible como lo es la de la tiranía de Trujillo para un dominicano, aunque, insisto, esta última es una gran novela y La fiesta del Chivo, desde el punto de vista literario, está muy lejos de la gran producción narrativa de Vargas Llosa, sobre todo si entendemos por literatura una práctica ideologizada de la lectura-escritura dotada de cierto grado de autonomía como forma institucionalizada de la expresión cultural. Y no es únicamente por efecto de algunos errores de perspectiva histórica y cultural que afectan el marco escogido por Vargas Llosa para La fiesta del chivo, pues, si te fijas, “errores” de este tipo son los que hacen precisamente la grandeza de una de las obras maestras: La guerra del fin del mundo. Es incluso muy probable que lo que echo de menos sea precisamente la falta de aquella grandeza a la que nos había acostumbrado el maestro de Conversación en la catedral… No la veo en ninguna parte en La fiesta del Chivo, y creo que lo mismo le pasa a muchos lectores dominicanos que conozco. Arturo Victoriano. Esta es una pregunta difícil porque implica hacer una escala valorativa, algo que en literatura resulta un tanto cuesta arriba. Sin embargo, yo diría que La fiesta del Chivo es una obra intermedia en la producción de Vargas Llosa. Intermedia en el sentido en que no se acerca a sus grandes novelas como La casa verde o Conversación en la catedral, pero tampoco se puede catalogar en lo absoluto como una obra fallida. La fiesta del Chivo es, en mi experiencia tanto docente como de conferenciante, una de sus novelas más populares para el público en general. Para muchos, es la novela a través de la cual conocieron algo de la República Dominicana, en muchas ocasiones por primera vez.
¿Considera que La fiesta del Chivo sirve como clausura de una época o como apertura de un género –que por falta de nombre llamaré trujillología– que incluye memorias, documentos y narraciones relacionadas con el dictador? Manuel García Cartagena. He aprendido a desconfiar de los juicios positivistas que pretenden siempre jalonar de alguna manera un corpus o un campo radicalmente inefable como lo es el literario. No olvidemos que lo mismo que algunos críticos y opinantes más o menos profesionales pretendieron hacer respecto a la novela del dictador con el Otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez, otros pretenden hacerlo ahora con La fiesta del Chivo respecto a la narrativa “trujillológica”. Ese tipo de reduccionismos revelan siempre en aquellos que los utilizan el deseo de controlar la historia asignándole unos límites y un sentido que parezcan ser lo más “claros” posibles, aunque se contradigan casi siempre. No obstante esto, sí considero posible afirmar por otra parte que la publicación de esta novela acabó de quitarles la venda de los ojos a numerosos escritores dominicanos respecto del viejo mito de la supuestamente “escasa rentabilidad” de nuestra historia nacional como materia prima para construir ficciones de valor universal. Sin ánimo de establecer relación de causa-consecuencia entre una cosa y otra, considero que se podría medir en términos porcentuales el incremento de ficciones históricas publicadas en nuestro país luego de La fiesta del Chivo, para luego afirmar con toda seguridad que ha habido lo que podría llamarse un efecto fiesta del Chivo entre nosotros, el cual propició la multiplicación de, como dices en tu pregunta, “memorias, documentos y narraciones” relacionados con la figura de Trujillo, a lo que hay que agregar desde hace algunos años algunas películas que han llevado al cine novelas como la misma La fiesta del Chivo, y En el tiempo de las mariposas, basada en la obra homónima de Julia Álvarez. Pero estas, precisamente, son las obras que demuestran que la era posliteraria ha comenzado a manifestarse entre nosotros. Ya no son las tesis, ni la propuesta estética, ni su relación con el campo cultural inmediato o con una o varias tradiciones de escritura, ni ninguno de los criterios propiamente literarios los que se toman como punto de partida para confirmar o negar el valor de una obra, sino otra cosa. En nuestra época, “la” literatura ha sido condenada a medrar en otra parte. Y de aquellos años en que el texto era la mejor defensa o el peor ataque de la obra en él y por él expresada, ya sólo nos queda la isla de un recuerdo perdido en medio del vasto océano de la nostalgia. Luis Beiro. Si La fiesta del Chivo le ha dado o no vigencia al país en otras latitudes, o si dicha novela clausura o no una determinada corriente literaria, es un tema ajeno a la manera en que enfrento la crítica y el pensamiento literario. Los temas, ya bien genéricos (amor, guerra, traición) o específicos (narcotráfico, dictadores, migración) no determinan la permanencia en el tiempo de una obra literaria, ni se relacionan directa o indirectamente con su legado. Esa es, modestamente, mi consideración.
La novela, el cuento, el teatro y la poesía son géneros de ficción que solo se amparan en la ciencia de la literatura. Claro que hay quienes estudian la literatura desde otras perspectivas ajenas a los resultados técnicos de la obra en cuestión, estudios que, como dije anteriormente, son muy valiosos y necesarios. Pero ese no es mi caso. Arturo Victoriano. Lo que llamas “trujillología” (dicho sea de paso, me gusta el nombre) es un campo fértil, un género que incluye todas esas formas que mencionas, así como otras más tales como documentales, películas, canciones. La fiesta del Chivo no es ni apertura ni clausura, sino un hito importante en este filón narrativo prácticamente inagotable que es el trujillismo, Trujillo y la trujillología. David Puig. Muchos países tienen conjuntos de textos equivalentes a nuestra “trujillología”. Hay momentos históricos traumáticos que, por su impacto, marcan a varias generaciones. Por su intensidad y su brutalidad generan escritos que son necesarios para entender y recordar lo sucedido. El problema surge cuando estos textos se vuelven, además de repetitivos, dominantes. Tomemos, por ejemplo, el caso de la India en el que la independencia de 1947, la partición y sus devastadores efectos humanos, generó una vasta literatura en inglés. Solo recientemente, con la aparición en las últimas dos décadas de escritores y de lectores cuya relación con ese momento histórico es más tenue, la literatura se ha ido alejando progresivamente del tema haciéndose al mismo tiempo más diversa.
La “trujillología” tiene la particularidad de tener dos caras. De un lado, tenemos una producción nacional en la que sobresale la historia, el ensayo y el testimonio. Del otro, una vertiente internacional en la que se ha destacado casi exclusivamente la novela en los últimos veinte años. Ambas caras se retroalimentan en un circuito comercialmente rentable que parece una variante intelectual del sistema de las zonas francas. Las novelas publicadas en el exterior del país sobre la era de Trujillo se nutren de la materia prima generada dentro de la isla: anécdotas, documentos, libros de historia. Estos insumos locales se procesan fuera para presentarse bajo la forma de novelas que debidamente empaquetadas, reseñadas y premiadas, circulan por todo el mundo. En la República Dominicana, estas novelas se consumen con avidez y contribuyen a relanzar cada cierto tiempo la curiosidad y el debate sobre la era de Trujillo. Estas novelas han tenido una muy buena acogida internacio nal. En las librerías de publicaciones en inglés de El Cairo es probable que, aparte de la guía Lonely Planet, Dominican Republic/ Haití, las únicas tres obras que encuentre sobre la República Dominicana sean En el tiempo de las mariposas, de Julia Álvarez; La fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa, y La breve y maravillosa vida de Oscar Wao, de Junot Díaz.
La novela de Vargas Llosa es una pieza destacada de este conjunto de novelas. Definitivamente no la última, como lo demuestra el éxito global del libro de Junot Díaz publicado varios años después de La fiesta del Chivo. Sospecho, sin embargo, que las cosas ya están cambiando dentro como fuera del país. En el exterior, Jean-Noel Pancrazi ha demostrado con dos novelas publicadas por Gallimard en Francia que el presente de nuestro país es para un escritor extranjero igual o más excitante que los años cincuenta del siglo pasado. En ninguno de sus dos libros de unas doscientas páginas siquiera menciona el nombre de Trujillo. También dentro de la isla hay signos de cambio. Los escritores contemporáneos más interesantes de la última década parecen haber decretado una moratoria conjunta sobre la era de Trujillo. Todos se han volcado a su presente para darle forma a las vidas que tienen en frente. No se trata obviamente para ellos de borrar la memoria, de olvidar lo sucedido, sino de escribir la página presente de una historia que sigue avanzando. Y creo que muchos lectores están dispuestos a escucharlos. Maritza Álvarez. No, no creo que La fiesta del Chivo clausure una época. Creo que aquí hay una “trujillología”, como tú la llamas, y en nuestras librerías podemos encontrar muestras. Personalmente no es mi tema favorito, pero sí entiendo que es saludable que sea abordado desde diferentes perspectivas: por los que vivieron la tiranía, por aquellos a quienes apasiona el tema, por historiadores, etcétera.
Eso es más saludable para los jóvenes que ya están a 50 años de distancia y contribuirá a desmitificar la figura de Trujillo. Ángela Hernández. Veamos unos puntos que, siendo contradictorios, se complementan. • Ojalá La fiesta del Chivo clausurara en lo posible el tema. Existe ya una excelente y variada literatura sobre el dictador. (Recordemos que autores dominicanos como Marcio Veloz Maggiolo y Pedro Peix han trabajado esa época de manera brillante.) • En los últimos años la producción de libros sobre la era y sobre Trujillo abruma. Ahíta. ¿Por qué la demanda, por qué venden? Despierta un cierto horror la cantidad de personas que apenas logran disimular su oscura fascinación por la personalidad del déspota y la conducta de sus estrechos colaboradores. Fascinación que comunica “exceso”, “importancia”, como si no atináramos a ser visibles en el panorama mundial por miles de otras razones del presente. (Nuestra sociedad no está exenta de añoranzas de polaridad extrema y control tiránico, hay que preguntarse sobre la naturaleza de las mismas.) • Mas, por otro lado, los demonios históricos, como los define el propio Vargas Llosa, tienen vida en nuestra psiquis; flotan, se filtran o se agazapan en las historias de los otros. A menudo, se nos imponen. Y Trujillo parece constituir el peor y más persistente de nuestros demonios históricos. De modo que, a fin de cuentas, el punto de saturación social o literaria luce impredecible. La obsesión, la curiosidad, el demonio histórico, su sombra o su hálito, se proyectan en los pavores del presente. • Los jóvenes que están surgiendo, cuyas marcas pueden seguirse en los concursos literarios de los últimos cinco años, parecen inmunes a la viscosidad de Trujillo. Fabulan por unos derroteros bien distintos. De seguir como van, pronto sorprenderán como corriente.
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