El presente artículo aborda la gobernabilidad política desde la perspectiva transdisciplinaria del Pensamiento Complejo, para traer a primer plano el papel de las interacciones sociales, articuladas con la intersubjetividad vehiculada por la comunicación humana, como productoras de dinámicas que dan lugar a la procesualidad sistémico compleja que implica todo ejercicio de gobierno; además, se pone de relieve la capacidad de atractor dinámico del componente empatía cuando emerge en esa praxis sociopolítica. 95 La expresión «procesualidad sistémica compleja» significa que el tema de la gobernabilidad política, en estas páginas, es abordado desde la perspectiva del Pensamiento Complejo, emergido a finales del siglo XX como nueva corriente del saber y cuyo referente paradigmático es el pensador francés Edgar Morin.
Estudia los procesos de cambio y transformación como lo que son: dinámicas sistémicas complejas adaptativas y evolutivas que ocurren en el mundo real y que, por estar abiertas a un entorno natural o social concreto, permiten al investigador aprehender esos cambios y transformaciones como una constante de la existencia. Se distingue por tres características fundamentales: la no linealidad (donde pequeños cambios en las interacciones locales pueden ocasionar grandes cambios globales, pues causa y efecto interactúan conformando los llamados «bucles» amplificadores); la transdisciplinariedad (que trasciende saberes disciplinares y los devuelve enriquecidos con una mayor integralidad transversal teórica) y el holismo «hologramático» (que examina la relación dialéctica entre el todo y sus componentes, en la cual el todo es algo más que la suma de los componentes, aunque está reflejado esencialmente en cada uno de ellos, evitando simplificaciones interpretativas). Es una manera de organizar los conocimientos, de hacer ciencia y de producir saber que, como «estrategia metodológica» particular, emplea alternativa y sistemáticamente: a) una heurística que posibilita constatar que toda procesualidad se va configurando mediante la interacción de los componentes, productores de las dinámicas internas del sistema; b) una epistemología hermenéutica para contextualizar lo que ocurre y así arribar a conclusiones científicas pertinentes. Con esos presupuestos epistémicos, el punto de partida para estudiar la praxis de conducción sociopolítica, cualquiera que sea el sistema político en que transcurra dicha praxis, es comprender que «el objeto» o parcela de la realidad social a indagar es una procesualidad sistémico compleja de interacciones humanas, donde ocurre una suerte de «intercambio proyectivo»1 tácito de la subjetividad (en tanto toda interacción social involucra una intersubjetividad) de los agentes individuales o grupales involucrados, como «articulaciones» de lo psicológico, lo político, lo económico, lo sociológico, lo jurídico, lo histórico, lo cultural –vehiculados por la comunicación– en tanto componentes ubicuos de las interacciones del sistema. Y es al calor de esa procesualidad dinámica compleja de gobernabilidad política donde se construye la «armonización», con mayor o menor efectividad, de tres ámbitos sociales que no pueden dejar de estar articulados: el de los intereses sociales generales, el de los intereses grupales y el de los intereses individuales.2
A la vez, resultado de ese «intercambio proyectivo» colectivo cotidiano, es dentro de esa dinámica que se constituyen, paralela y simultáneamente, las subjetividades sociales y se objetivan las relaciones sociales, entre ellas las relaciones de convivencia política; subjetividades y objetividades que, una vez constituidas emergentemente de lo local a lo global desde esa interacción social cotidiana, la impactan inversamente (para facilitarla o para dificultarla). O sea, que en el fragor de tales interacciones es que se construyen las relaciones sociales objetivas, incluidas las relaciones políticas, y se constituyen las subjetividades sociales, incluidas las de los sujetos políticos. Desarrollo Toda praxis gubernativa es en sí una procesualidad dinámica del poder político hegemónico objetivandose y objetivandose –paralela y simultáneamente– mediante un continuum de interacciones sociales cotidianas, lo que implica un fluir de información sociopolítica «comunicada e instrumentada» en el plano jurídico normativo mediante el contenido de constituciones, leyes, decretos, resoluciones; y en el político ideológico, a través de plataformas programáticas partidistas, discursos, conversaciones, debates públicos, propagandas, proselitismos y declaraciones de diversos agentes institucionales o individuales de cualquier sociedad. Para abordar la complejidad de esa inexorable praxis sociopolítica tomó como referencia la obra Teoría social y vida cotidiana: la sociedad como sistema L 96 dinámico complejo (Sotolongo, 2011),3 que aporta un ámbito teórico clarificador al articular varias claves conceptuales diríase que hasta ahora disgregadas en diversos campos de los estudios sociales, por lo que posee suficiente fuerza heurística para facilitar la aprehensión del siempre complejo entramado societal, apelando a una visión holística, nolineal y transdisciplinar que facilita entender cómo se plasma lo social desde el acontecer día a día mediante las fluyentes dinámicas de interacción social de cualquier tipo en cada sociedad concreta, a escala genérica, aunque con la adecuada contextualización histórico cultural, según el caso. A fin de explicar cómo se producen las interacciones sociales, dicho autor articula dialécticamente conceptos clave como los de «expectativas mutuas de comportamiento» y «patrones de interacción social» en «situaciones de interacción social con copresencia»4 de la vida cotidiana (de diversos tipos: socio clasistas, familiares, educativos, de género, etc.) que cada individuo, de manera tácita y prerreflexiva, pone en juego en su praxis social de la vida cotidiana, lo que va conformando «regímenes de prácticas colectivas características de comportamiento social» (Sotolongo, 2011: 83).
Las expectativas mutuas de comportamiento son concebidas como «[…] el cemento aglutinador de todo patrón de interacción social. Sin ellas – sin esa anticipación acerca de cómo podemos esperar que se comporten los demás, y viceversa–, no podría solidificarse ningún contexto de interacción social y, por carácter transitivo, ninguna praxis social» (Sotolongo, 2011: 24). Esas prácticas cotidianas de poder (empoderantes y desempoderantes), de deseo (satisfaciente o privación de satisfacción), de saber (legitimante de una «voluntad de verdad» y deslegitimación de otras) y de discurso (legitimante de una modalidad de enunciación y deslegitimación de otras) son siempre contextualizadas espaciotemporalmente en las mencionadas situaciones de interacción social con copresencia, en –auténticos– «escenarios» socioculturales e histórico epocales, siempre específicos e irrepetibles. Como antes se anotó, es precisamente desde tales patrones de interacción social de la vida cotidiana de donde emerge la construcción de relaciones sociales objetivas y la constitución de subjetividades sociales. Las instituciones sociales –en todo tipo de sociedad–, a través de uno u otro régimen de permisividades y prohibiciones concomitantes, estructuran esas relaciones sociales 97 les objetivas y arquetípicas a esas subjetividades individuales.
De manera que las expectativas de comportamiento mutuo y los concomitantes patrones de interacción social son los que condicionan, articulan y reproducen la subjetividad en las variadas dimensiones de la convivencia humana: en la economía, en la cultura,en la política, etc. Tal complejidad del entramado procesual de la gobernabilidad, visto como un interactuar en red dado 6 de agentes y actores sociales (así como de otros componentes) que tienen que ver con la subjetividad humana en la construcción de «lo político y lo socioeconómico», ubica en un primer plano una cuestión central: ¿Qué hace posible que una procesualidad gubernativa política quede «atraída», debido a la interacción dinámica de ciertos componentes, hacia una modalidad u otra de plasmarse la justicia social? A tono con lo expresado hasta ahora, introducimos una idea: ¿cuál sería el cambio cualitativo si la empatía emergiera como componente en la procesualidad gubernativa política? Dada su utilidad teórica consideramos aportativo el enfoque transdisciplinar que permite aprehender el grado de empatía social que se revela vinculado a una determinada modalidad de gobernabilidad, en mayor o menor medida, si consideramos que dicha noción psicológica social se constituye en un «atractor» actitudinal cognitivo afectivo conductual influido por la cultura, potencialmente capaz de propiciar un modo de gobernabilidad política facilitador de una mejor armonización de los intereses sociales generales, grupales e individuales y, por esto, en última instancia, de una mayor cohesión social.
En consecuencia, la idea aquí es mostrar la articulación entre la gobernabilidad sociopolítica, el componente empatía en la dinámica que dicha praxis produce y su papel positivo en la armonización de los intereses societales, colocando así este último aspecto en el centro de atención de la filosofía política,7 ámbito del saber al que en última instancia también le es legítimo reflexionar de manera contextualizada y crítica sobre la justicia social existente o ausente en una sociedad específica. Se habla de componente atractor porque, dependiendo de las circunstancias de mayor o menor empatía que se manifiesten en la procesualidad de gobernabilidad política, su dinámica queda atraída ya por uno, ya por otro de los diversos tipos de atractores de esa dinámica que han sido develados por las Ciencias de la 98 Complejidad,8 siendo unos u otros más propiciadores de la aludida empatía en la gobernabilidad y otros menos propiciadores de ella, para influir en la concepción de políticas públicas encaminadas a lograr de manera sistemática una mejor armonización posible de los intereses sociales generales, los grupales y los individuales, sobreentendido cada uno como legítimo, lo que se traduciría en mayor plasmación de la justicia social como ethos y fin último de la política. De ahí emerge la conceptualización de gobernabilidad empática. Así, el complejo tejido procesual de toda praxis de gobernabilidad política, empática o no, reside en el hecho de que en ella concurren una diversidad de agentes y actores sociales –individuales y grupales– portadores de intereses de clase social, de raza, etnia, género, pertenencia generacional, etc., que en el «intercambio proyectivo» –intersubjetivo, es decir, colectivo– se manifiestan ya bien explícita o ya bien implícitamente y fungen como auténticos marcadores tácitos 9 de la subjetividad y del posicionamiento de los individuos frente a los problemas de la sociedad, pues tales marcadores de alguna manera condicionan hasta sus filiaciones ideológicas y/o religiosas, así como sus estilos de vida, junto a otros componentes que vibran articulados –interactuando– en todo proceso de conducción social en el que se involucran siempre gobernantes y gobernados. Todo lo anterior avala la pertinencia de un tratamiento transdisciplinar, holístico y revelador de las no linealidades de esta problemática, debido a la multidimensionalidad de los agentes y actores sociales involucrados, portadores y «proyectores» de intereses de algún tipo.10
De lo antes comentado puede colegirse que la gobernabilidad política quizás sea una de las dinámicas sistémicas complejas de la realidad social más difíciles de aprehender como totalidad en un empeño de indagación científica, porque estudiar cualquier sociedad humana concreta implica el empleo de una estrategia heurística y hermenéutica contextualizante que posibilite interpretar procesos singulares históricamente situados y articulados en diferentes planos contextuales de las relaciones de convivencia, o sea, vistos en el nexo dialéctico de los ámbitos local global. Como puede inferirse, esta articulación de procesos que caracteriza la existencia misma de la dinámica gubernativa política demanda necesariamente no sólo una aproximación transdisciplinar para su estudio, sino también, y como parte de esa transdisciplinariedad, un diálogo de saberes «[…] para reorganizar los conocimientos, reproducirlos mediante el cambio de perspectivas, comportamientos, modos de pensar y colaborar» (Delgado Díaz, Carlos, 2012: 160).11 Dentro de cualquier procesualidad gubernativa, esa urdimbre de componentes, agentes y actores sociales que mediante su interacción producen la dinámica constituye la piedra angular que sostiene la fundamentación teórica de nuestro tratamiento del tema, lo cual posibilita el tener en cuenta qué ocurre, cómo ocurre, quiénes intervienen como «atractores» o no en lo que ocurre, qué emerge (o se sumerge) de lo que ocurre y cuáles escenarios posibles pudieran vislumbrarse de ese emerger o sumergirse, interrogantes estas que, en última instancia, siempre tributan al para qué y al por qué de las razones del existir de una u otra socialidad específica. Del nexo entre esos componentes se infiere una causalidad de acción y recursividad mutuas, inter ámbitos y no jerárquica (lo global no es superior a lo local, ni esté inferior a aquel: tienen simplemente diferente alcance), posibilitando de ese modo a la dinámica su autoorganización y el emerger de nuevos procesos, lo que revela la permanencia ineludible de los cambios y transformaciones sociales. Toda praxis gubernativa es en sí una procesualidad dinámica del poder político hegemónico 99 En términos prácticos se trata del modo de interactuar un Estado con el resto de su sociedad mediante la procesualidad gubernativa, cuya importancia viene dada por el hecho de que a través de ese cómo se manifiesta o no la empatía, se propiciaría el consenso «afectivo» y la adhesión o, por el contrario, la apatía, el rechazo y la doble moral, cuando no el disenso, dependiendo de la intención política subyacente –y en ocasiones hasta a pesar de una buena intencionalidad– en la cotidianeidad de la gobernabilidad política, tanto por «gobernantes» como por «gobernados», pues esa empatía pudiera no ser «valorada», interesante asunto que merecería una futura indagación sobre la reciprocidad. En ese sentido la historia muestra que un modo improcedente de armonización de los intereses sociales, grupales e individuales, resultado de una praxis de gobernabilidad no enfocada en tal armonización, puede conducir a esa dinámica hasta «el adyacente que hace posible» el emerger del cambio sociopolítico, creando, para bien o para mal, las condiciones suficientes, aunque no sean necesarias, para esa mutación. Un ejemplo fue la desaparición de la URSS y, en consecuencia, del campo socialista de Europa del Este, donde los planificadores y decisores de la economía centralizada quizás dieron por sentado que tal armonización se derivaría «automáticamente» de las políticas macroeconómicas del sistema socialista, visión sustentada en una errónea interpretación de la relación dialéctica individuo grupo sociedad. La empatía: del ámbito bipersonal al ámbito sociopolítico colectivo Comencemos por la etimología del vocablo.
Por ser la fuente más completa, fue escogida la página digital Etimologías de Chile,12 donde se señala al respecto «La palabra empatía fue tomada del griego a principios del s. XX por la psicología, quien la dotó de un matiz de significación distinto. En efecto, fue tomada del griego ἐμπάθεια (“empátheia”) que en principio significaba pasión y que tardíamente fue empleada por Galeno en el s. II d.C. con el valor de dolencia o enfermedad. El vocablo se deriva con sufijo de cualidad, eia, del adjetivo ἐμπαθής (“emphatés”) que significa afectado y emocionado, que se apasiona internamente, expuesto a las pasiones, y también tardíamente enfermo. Este adjetivo se compone del prefijo griego ἐν (“en”, en el interior, equivalente por origen indoeuropeo al latino in) y la raíz de la palabra πάθος (“pathos”, afección, padecimiento, sentimiento, 100 enfermedad), que los indoeuropeístas asocian a una raíz indoeuropea *kent(h)(sufrir)». Y precisa: «La palabra πάθος nos proporciona bastantes vocablos de origen griego, como apatía, simpatía, antipatía, frenopatía, telepatía, etc. Sin embargo, empatía se formó para indicar la participación objetiva y profunda (interna) de un individuo en los sentimientos, conducta, ideas, posturas intelectuales, etc. de otro, y la comprensión íntima de su situación vital e intelectual, y se tomó empatía (con la idea de introducción en lo que experimenta otro 13) para expresar esto y distinguirlo de “simpatía”, palabra quizá más adecuada por el prefijo syn (idea de puesta en común, con, conjuntamente) pero que estaba especializada ya en otra cosa: la expresión de una participación o comunidad de sentimientos y afectos, pero de carácter subjetivo y no racional, como una afinidad espontánea, frente a la empatía, que es objetiva, reflexiva y crítica». Una curiosidad léxica del concepto empatía es que carece de sinónimo.
Como apunta el redactor del blog Psicólogo Online:14 «No existe ninguna palabra que también signifique tener la capacidad para ponerse en el lugar del otro». Desde una perspectiva histórica en cuanto a estudios más dedicados sobre la empatía, se cita al filósofo y psicólogo alemán Theodore Lipps 15 como el iniciador de esta temática al publicar en 1906 su obra titulada Estética, en la cual expuso su teoría de la empatía estética, sosteniendo que el admirador de una obra de arte «penetra» en los sentimientos del autor de dicha obra a fin de aprehender el significado más próximo posible a la intención comunicativa del creador de la misma, tesis que no sólo reabrirá la discusión epistemológica de la relación sujeto cognoscente objeto, sino que situaba en el campo de atención al otro individuo participante en ese tipo de dinámica intersubjetiva donde la obra de arte es mediadora semiótica y a la vez propiciadora de una equis interpretación dotación de sentido por parte del espectador. Otra autora que sistematizó el estudio sobre la empatía fue Edith Stein,16 asistente y seguidora de las ideas de Edmund Husserl. En su tesis doctoral, en 1917, abordó el asunto desde la filosofía fenomenológica tratando el tema de la empatía en dos direcciones: como proceso psíquico, intentando aprehender cómo ocurre en el sujeto la elaboración mental de la empatía, y qué papel desempeña el «objeto» desencadenante de dicho proceso psíquico, es decir, el otro. Su aporte fue conferir importancia causal a la empatía en tanto es provocada por la existencia corporal humana de ese otro, distinguiéndose, así como ente activo, a diferencia de los diversos «objetos sugerentes de cognición» existentes en la naturaleza. Stein, sin embargo, no vislumbra la salida de la empatía al ámbito propiamente de las relaciones sociales, paradójicamente en una época de auge de la sociología como ciencia social emergente. En 1951 el psicólogo norteamericano Carl Ransom Rogers, fundador de la corriente humanista en la psicología, marcó un hito importante en el estudio de la empatía como componente primordial de su praxis terapéutica. Su obra publicada ese año, titulada Terapia centrada en el cliente, propició, mediante lo que implica en profundidad conceptual el simple cambio semántico de paciente a cliente,17 la práctica de una relación más horizontal que la hasta entonces existente entre terapeuta y paciente. Se infiere que esa ruptura de la verticalidad médico enfermo propiciaría la creación de un clima de confianza recíproca, posibilitando una mejor sintonía comunicativa entre ambos, con lo cual el proceso orientador de la terapia resultaba más eficaz.
Lo interesante de la propuesta de Rogers es que, en esencia, el hecho de prestar La noción de empatía ha sido tratada mayormente en el campo de las interacciones interpersonales 101 atención a la necesidad de asistencia reclamada por otro individuo arroja como primer beneficio la construcción de confianza mutua, y desde ahí la interacción interpersonal resulta más cooperativa. Hoy, visto desde el holismo y la no linealidad del Pensamiento Complejo, ese aporte de Rogers constata que un pequeño cambio semántico fue capaz de propiciar grandes consecuencias en la subjetividad (particularmente en la autoestima) de quienes necesitan psicoterapia. La noción de empatía ha sido tratada mayormente en el campo de las interacciones interpersonales, es decir, de individuo a individuo. Así, en su acepción común, según el diccionario de la RAE (2010), la empatía es «la identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro». Se explica también como sinónimo de inteligencia interpersonal, según la teoría de las inteligencias múltiples, de Howard Gardner (1987),18 en los siguientes términos: «Es la capacidad cognitiva de percibir en un contexto común lo que otro individuo puede sentir. También es un sentimiento de participación afectiva de una persona en la realidad que afecta a otra». Resultaría obvio señalar que suele existir empatía en los ámbitos de las relaciones paterno o materno filiales, conyugales o de amistad sincera. Pero ¿posee ese concepto una importancia relacional a mayor escala social que la de persona a persona? La mayoría de los estudios permiten responder afirmativamente a dicha pregunta, pues en tanto componente psicológico, acompañante ocasional de la comunicación humana, la empatía propicia un mejor «clima de sintonía y confianza» entre los agentes comunicantes, hecho que favorece la comprensión recíproca de las ideas mensaje intercambiadas, por lo que es de esperar el establecimiento de diálogos fructíferos capaces de abrir espacios a la cooperación y a la solidaridad en diferentes ámbitos de la convivencia social. Por otra parte, suele decirse que la empatía fomenta relaciones profesionales exitosas, según explicaron los creadores de la denominada programación neurolingüística 19 a fines de los años 70, Richard Bandler y John Grinder, cuyo punto de partida fue responderse por qué unos psicólogos como Virginia Satir, Milton Erickson y Fritz Perls aventajaban a otros colegas en las terapias, concluyendo que ello se debía a que compartían un mismo patrón de comunicación, caracterizado por crear mejor rapport 20 con sus pacientes, a partir de lo cual se les facilitaba interpretar no sólo los contenidos verbalmente manifestados, sino toda la semiótica acompañante, de gran valor informativo, como las posturas, las expresiones faciales, la mirada, las fluctuaciones o no del tono o de la intensidad de la voz, las puntuaciones del silencio, pistas no verbales a las que Paul Watzlawick (1985: 49) denomina lenguaje analógico.
Es Daniel Goleman el autor que desde el terreno de la psicología social alude al vínculo entre la empatía y otros ámbitos no terapéuticos, al afirmar (1995: 123): «Esa capacidad –la habilidad de saber lo que siente otro– entra en juego en una amplia gama de situaciones de la vida, desde las ventas y la administración hasta el idilio y la paternidad, pasando por la compasión y la 102 actividad política». Nótese en esta definición que Goleman alude a la empatía como acompañante comunicacional implícito en procesos comerciales, administrativos y políticos, de ahí la utilidad de su obra para el tema aquí tratado. Al referirse a las raíces psicológicas de la empatía, Goleman (1995) hace énfasis en el hecho de que la misma se constituye sobre la base de la conciencia de uno mismo, la cual, a su vez, se construye en la medida en que los individuos son capaces de estar abiertos a sus propias emociones. En contraste con lo antes dicho, el autor pone el ejemplo de los pacientes alexitímicos, quienes al ser incapaces de percibir ni identificar sus propias emociones, se sienten «perdidos» e ineptos para saber qué sienten las demás personas. A estos individuos con alexitimia, cuya patología los priva de la posibilidad de poder captar las emociones y sentimientos que se encuentran detrás de un gesto, un tono de voz o una postura, Goleman les llama «emocionalmente sordos». Por otra parte, añade que la mencionada deficiencia que presentan los alexitímicos constituye un déficit de la inteligencia emocional, que es a su juicio la que propicia la «sintonía emocional» con «el otro» y de la cual deviene la empatía. De acuerdo con Goleman, la sociogénesis de la empatía se puede notar desde los primeros meses de vida, si se observa que los bebés se sienten inquietos ante el llanto de otros bebés, reacción que los estudiosos del desarrollo humano han identificado como la base constitutiva de la empatía. Lo antes dicho se puede explicar al tener en cuenta el vínculo emocional de apego que los seres humanos establecen con las principales figuras de su entorno (madre, padre, tutor), desde los primeros días de nacido. Tales figuras de apego constituyen fuentes de amor y seguridad necesarias para el desarrollo armónico del ser humano (independientemente de las necesidades fisiológicas, incluyendo el alimento) y a su vez contribuyen al desarrollo de la personalidad. Algunas de las investigaciones citadas por Goleman (1995) corresponden a las realizadas por Martin Hoffman, quien observó cómo los niños de un año mostraban manifestaciones empáticas al tratar de consolar a otro niño (actuar en consecuencia). En tal sentido, paulatinamente los niños comienzan a identificar cuándo se trata de un sentimiento propio, de un sentimiento del otro y a su vez responder empáticamente. Cabe señalar la importancia, para el propio desarrollo de la sintonía emocional en la infancia y para la propia modelación de las expectativas empáticas durante la adultez, de que el niño perciba que sus sentimientos y emociones son recibidos con empatía por sus padres. Es una suerte de reforzamiento de la empatía.
Quizás en ello se encuentre una explicación plausible a por qué existen diferencias individuales en la predisposición de unas personas, y en otras no, para la identificación de sentimientos y emociones, aunque es posible afirmar que la empatía es una capacidad que se puede aprender y desarrollar en el transcurso de la vida. En cambio, según investigaciones realizadas por Stern, citadas por Goleman (1995), cuando los padres dejan de mostrar empatía por determinadas emociones y sentimientos de sus hijos, estos dejan también de mostrar dichos sentimientos 103 mientos y emociones. Sin embargo, esta falta de reforzamiento empático de los padres puede circunstancialmente ser compensada por otras figuras afectivas del propio núcleo familiar o del entorno social no familiar. Con relación a la base biológica de la empatía, los estudios con animales realizados por Leslie Brothers, citado por Goleman (1995:130), localizan en el sistema límbico, compuesto por la amígdala y el hipocampo, «conexiones con la zona de asociaciones de la corteza visual como parte del circuito cerebral clave en el que subyace la empatía». Es decir, que mediante la conexión entre la corteza visual y la amígdala se produce el aprendizaje emocional en el transcurso de la vida de la persona. Con mayor actualidad, el ámbito de las neurociencias ha descubierto la existencia de las llamadas neuronas espejo, localizadas en el área de Broca en la corteza parietal, que reflejan manifestación de empatía en los sujetos participantes en experimentos. Resultan interesantes, por otro lado, los postulados de Martin Hoffman, citado por Goleman (1995: 132), acerca de la vinculación entre empatía y juicios morales, teniendo en cuenta que la capacidad de ponerse en el lugar del otro, y actuar en consecuencia, implica un juicio moral y de valor que, al empatizar con las necesidades, sentimientos y emociones del otro, vincula a la empatía con el altruismo.
Hoffman, además, señala en sus estudios la manera progresiva en que se va conformando la empatía desde la infancia: la capacidad de identificar los propios sentimientos y emociones, los sentimientos y emociones del otro hasta alcanzar un nivel más elevado de la empatía, que implica la posibilidad de identificar y comprender los sentimientos y sufrimientos de otros, de todo un grupo, como señala Hoffman citado por Goleman (1995: 133), constituido por «los pobres, los oprimidos y los marginados». Nótese el enredamiento de diversas calibraciones que ocurren en la constitución de la empatía como proceso psíquico complejo. La empatía, como puede apreciarse, es resultado de la interrelación dialéctica y emergente entre los componentes biológicos (cerebro) y psicosociales del ser humano, y trasciende en su decurso evolutivo al ámbito interpersonal formando parte de las modalidades reguladoras de la conducta humana, imprimiéndole juicios de valor, éticos y morales a la toma de decisiones y, en el actuar social, teniendo en cuenta las necesidades del otro y de los demás. Dado ese enredamiento con el plano axiológico, ¿pudiera ser la empatía un componente constitutivo de las ideologías indicadoras de justicia social para los demás? Otra cuestión relevante, que será tratada después, es aprehender la noción de empatía –en cuanto proceso cognitivo afectivo actitudinal conductual– como componente articulado a la comunicación humana, que de modo inexorable vehicula toda interacción social, entre ellas la gobernabilidad política, a su vez articulada con las mediaciones culturales tácitas de una sociedad concreta. Sin embargo, aunque en sentido estricto la empatía es una capacidad, por lo cual pertenece al ámbito de la psicología, que también estudia el desarrollo de las capacidades humanas, y además de otra rama suya: la psicología social, no puede obviarse la indisoluble tridimensionalidad dialéctica biopsicosocial que caracteriza a nuestra especie, por lo que la capacidad empática se articula indefectiblemente con (y dentro de) todo un ámbito sociológico comunicativo cultural siempre situado; o sea, localizable geográfica e históricamente, poniendo de relieve su naturaleza relacional psicosocial, ya que, por ejemplo, empatizar es «conectar» y para que esa conexión se Cabe anotar que la empatía no siempre está presente en las interacciones en cualquier ámbito social 104 produzca se requiere, al menos, dos personas «conectadas». Es aquí donde se aprecia una salida pública de la afección hepática que ocurre en A y que le comunica a B, al otro, su comprensión de lo que ese otro está experimentando emocionalmente en el momento.
Esa comunicación es interacción social entre dos individuos, pero nótese que se trata de compartir sentimientos o emociones; implica comprensión del sentir del otro, de ponerse en su lugar y ayudar al otro a superar su conflicto emocional. Ese ayudar a la solución del malestar del otro es un acto «de socorro» si se trata de una relación médico paciente, pero es un acto solidario cuando no media esa prestación de un servicio profesional. Hay entonces un matiz sociológico en este último caso, que condiciona la amplificación de esa solidaridad proyectándose al ámbito colectivo y la vía más abarcadora para ello es la gobernabilidad política, por tener mayor alcance social que, digamos, una institución privada caritativa. Además, si se consideran los valores altruistas que la praxis internacionalista encierra, puede apreciarse la trascendencia de la empatía proyectada desde lo local nacional hacia un ámbito global mundial. Así, la empatía no puede dejar de ser una categoría psicosocial, que encierra transdisciplinariedad en su denotación (psicología, sociología, lingüística), por lo que puede resignificar contextualmente según el caso. Cuando emerge se convierte en un componente atributo beneficioso de las interacciones socio comunicativas y es ahí, mediante su comunicación que la vehicula, que ocurre su salida pública no sólo al ámbito persona persona en las terapias, sino también hacia el ámbito más colectivo en procesos de enseñanza aprendizaje, de interacciones familiares o profesionales y de gobernabilidad política. En síntesis, en el campo de la psicología, desde sus vertientes clínica, evolutiva, cognitiva y social, la noción empatía se concibe como la capacidad de comprender los sentimientos de los demás, sus necesidades fundamentales, ponerse en el lugar del otro y actuar en correspondencia. La cursiva destaca la posibilidad de su acción social, de su trascendencia al plasmarse en una práctica solidaria con la necesidad del otro. Es precisamente por ese rasgo conductual que la empatía posee fuerza movilizadora no solamente para la facilitación de sintonía «afectiva» en las dinámicas interpersonales, sino que dicha sintonía puede trascender hacia el ámbito colectivo de la gobernabilidad como constructora de confianza y adhesión en la relación gobernantes gobernados.
Es entonces pertinente considerar su potencialidad de aportar una cualidad beneficiosa a esa praxis política, lo cual sin duda mejoraría la manera de armonizar los intereses sociales generales, los grupales y los individuales y la concomitante cohesión social. Puede concluirse entonces que la empatía es un concepto que implica una situación de interacción, por lo que es relacional, resultante de un proceso psíquico y social complejo en los individuos dentro de una u otra intersubjetividad, donde se socializa (se concreta) en su fase conductual mediante la comunicación, que a su vez resulta de otro proceso neurolingüístico y social complejo, ontológicamente relacional, con el que se enreda y pasa al ámbito público revelando disposición de apoyo ante necesidades del otro o de los demás. Nótese que aquí se articulan dos fases procesuales complejas: la «embrionaria», donde ocurriría una calibración psico procesual cognitiva afectiva moral, y la intersubjetiva comunicacional: su salida pública a modo de plasmación conductual solidaria. Otra cuestión, al ser un proceso intersubjetivo, es la de la reciprocidad. En tal sentido Audisio21 puntualiza: «Pensamos que el abordaje de la real Que lo comunicado concuerde con la realidad constatada por la gente en su quehacer diario y local 105 ción empática debe tener en cuenta una compleja interacción en la que los estados mentales cognitivos y emotivos de algún modo son compartidos por los sujetos ¿Podría darse empatía si no fuera basada en un mecanismo de atribución recíproca, aunque sea implícito? Sería muy difícil pensarlo; la empatía, según como la hemos definido, no es unidireccional, sino que supone un mínimo de reciprocidad. Ninguno de los involucrados cumple un papel meramente pasivo, aunque sí puede tratarse de diferentes roles. Entre los actores se establece un bucle de retroalimentación afectiva y cognitiva que implica una mutua vinculación en la acción». Este aspecto resulta relevante para la gobernabilidad empática en su condicionamiento de una calidad de armonización mejor de los intereses societales. Es debido a esa articulación con la fase procesual de la comunicación que la empatía se transmuta en componente prosocial significativo que les permite a algunas personas emplear tácitamente un patrón de interacción socio comunicativa ventajoso para establecer sintonía emocional, crear clima de confianza y propiciar vínculos más cooperativos en las diversas escalas societales. Estos rasgos la revelan como una invisible fuerza empática capaz de mejorar también a mayor escala las relaciones sociales de convivencia.
A tono con lo previamente expresado cabe inferir que si la empatía deviene componente constitutivo de la subjetividad, plasmando a través de convicciones morales, ¿sería aventurado pensar que pudiera ser también componente ontológico constitutivo de una ideología popular emancipatoria como lo es la marxista?22 Esta observación es al menos plausible si convenimos en que toda ideología es una construcción históricosocial plasmada en el ámbito de lo que denominamos conciencia social, situada esta, siempre, en un contexto socioeconómicocultural epocal concreto y mediada esa conciencia –en su constitución– por diversos componentes o «marcadores incrustados fácticos» (pertenencia a una clase social, a una religión específica, a una raza o etnia, a un sexo, a una nacionalidad; a una u otra generación; poseer o no un determinado nivel de escolarización, estilo de vida, etc.), que de alguna manera llegan a «modelar» (condicionando, que no es igual a «determinando») el posicionamiento de los individuos frente a los problemas de su sociedad y del mundo; si convenimos en que es comprobable la diversidad de tales posicionamientos sociales, como prácticas colectivas de interacción 106 social a partir de las expectativas mutuas de comportamiento que condicionan diversas ideologías, notaremos que unas tienen una proyección hacia –y propician– el individualismo y otras una proyección hacia –y propician– el altruismo. Ambas son constitutivas de la subjetividad. En consecuencia, si como se afirma en el libro de Goleman, citando a Hoffman (1995: 132), la empatía posee una proclividad altruista, pudiera colegirse que aquellas ideologías indicadoras de los derechos, de la justicia social y del bienestar de las amplias mayorías, como la marxista, deben tener al altruismo como componente ontológico de su constitución, mediado por la empatía. Entonces cabe preguntarse: ¿Posee la ideología liberal ese mismo tipo de componente ontológico que condiciona su proyección política en favor de la otredad? Esta cuestión pudiera abrir un cauce indagatorio interesante para las ciencias sociales. Cuando el componente empatía entra a formar parte constitutiva de la ideología que anima la gobernabilidad política estamos en presencia de un sistema sociopolítico cuya ontología social se proyecta solidariamente hacia la satisfacción de necesidades vitales para una existencia digna de las mayorías populares (aquí está presente el deseo). Ese tipo de sistema sociopolítico cuya gobernabilidad es empática se ha concretado muy pocas veces en la historia, y un referente palpable, que aspira a desarrollarse cada vez más, es Cuba en la construcción de una sociedad socialista próspera y sostenible.
No obstante, deben tomarse en cuenta los enfoques subjetivistas en las concepciones de construcción de las relaciones políticas y sociales en general, pues los intereses e interpretaciones de los individuos son diversos en cualquier sociedad. Lo importante para interpretar la gobernabilidad empática es considerar la influencia tácita del componente empatía en la conformación de las expectativas de comportamiento mutuo, al articularse dentro del proceso de la gobernabilidad política. Y tener en cuenta que esa empatía se concreta siempre a través de ciertas circunstancias, como son el grado de satisfacción eficiente de las necesidades cotidianas individuales y de la familia, por las políticas e instituciones gubernamentales; el grado de participación real de cada cual en las decisiones que afectan su vida; y, resultante de ambas, la legitimidad otorgada por consenso al sistema sociopolítico vigente. Por otro lado, cabe anotar que la empatía no siempre está presente en las interacciones en cualquier ámbito social,23 pero no es menos cierto que esa ventaja comparativa que distingue a una buena interacción socio comunicativa humana se aprende y se cultiva si las condiciones sociales son favorables para ello. Por ejemplo, la sociedad cubana, al haber fomentado como componente valor de la cultura política popular emancipadora los principios de solidaridad humana y haber llevado a la práctica el altruismo internacionalista, tiene ya un terreno ganado para vigorizar su gobernabilidad empática en las circunstancias de cambio de época en que transcurre la actualización de su modelo de desarrollo socialista.
La gobernabilidad en su dimensión socio comunicativa compleja ¿Es la gobernabilidad política una procesualidad social «compleja» porque implica tratar el siempre espinoso asunto del poder en lo político económico? ¿Lo es porque en ella interaccionan subjetividades grupales e individuales articuladas con otros diversos componentes, vehiculados por la comunicación humana? En suma, ¿qué la hace ser dinámica sistémica compleja, más allá de la tematización sociopolítica implícita en el concepto? La gobernabilidad política, en un sentido general, es la praxis continua del poder socioclasista hegemónico ejercido desde el Estado, poder que inexorablemente tiene que ser comunicado 24 porque es la vía de interacción discursiva la forma «social natural» de concretarse públicamente ese tipo de poder. De ello se infiere, por ser un hecho observable, que la comunicación humana constituye una precondición de todo interactuar social, incluido el de la gobernabilidad política. ¿Cómo, prescindiendo de ella, pudieran plasmarse procesos de interacción en todos los escenarios de la praxis social cotidiana: el educativo, el económico, el familiar, etc.? ¿Podría «cerrarse» el circuito, por ejemplo, de la empatía, sin ser esta de alguna manera comunicada? ¿Debiera colegirse 107 entonces categóricamente que interacción social es comunicación interpersonal, y viceversa? Este asunto invita a una discusión teórica que sobrepasa los límites del presente trabajo. No obstante, el punto de partida para estudiar el vínculo interacción socialcomunicación es el hecho de que los participantes en las interacciones sociales somos personasagentesactores constituidos a partir de una tridimensionalidad dialéctica biopsicosocial que nos confiere capacidad de pensamiento simbólico, imaginal y fisiología para expresarlo a través del habla, por lo que toda comunicación interpersonal es, ontológicamente, una praxis social colectiva mediada por procesos neurolingüísticos donde la subjetividad singular de cada individuo tácitamente canaliza en sus interacciones cotidianas la impronta de diversos componentes que la complejizan, como por ejemplo la pertenencia respectiva a una determinada clase social, raza, etnia, nivel educacional, generación, sexo, filiación ideológica, cosmovisión, capacidad empática o no, etc., a los que denomino marcadores tácitos de la proyección social (intersubjetividad) de los individuos.
Esos marcadores tácitos, junto a una adecuada o inadecuada contextualización temática informativa y cultural compartida en las dinámicas comunicativas, influyen, por ejemplo, en la dialéctica denotación connotación 25 contenida potencialmente en todo mensaje, por lo que al privilegiar una u otra durante el proceso pro cognitivo explicación interpretación comprensión es que cada individuo «modela» la construcción de sentido, que es el fin último de toda comunicación interpersonal, dotación de sentido que a su vez contribuye a la constitución social de la subjetividad y de las bases del Saber de cualquier índole. La descontextualización de la información, su historización y los prejuicios,26 por un lado, así como la invisibilización de la información, por otro, son barreras a la aludida dotación de sentido que cada individuo autoconstruye en sus intercambios comunicativos, por lo que debiera considerarse otro componente intersubjetivo de la dinámica gubernativa: el de la ética, pues las interacciones sociales suelen ser eficaces si en ellas cada cual anticipa con perspectiva empática una 108 necesidad informativa equis de su interlocutor y se preocupa por ofrecer con la debida claridad y veracidad de lo que desea comunicar. Expresado en otros términos: que lo comunicado concuerde con la realidad constatada por la gente en su quehacer diario y local. La cuestión del ethos socio comunicativo es llevada a un primer plano por Habermas 27 al resumirlo en cuatro supuestos teóricos, algunos de ellos incumplidos con mucha más frecuencia que lo deseado: 1. Inteligibilidad. Se refiere a que los hablantes deben compartir un mismo código para lograr el entendimiento mutuo en la interacción. 2. Verdad. Alude a la realidad referenciada, que puede verificarse por la lógica o por la experiencia. 3. Rectitud. Refiere, coincidiendo en cierto sentido con el «quinto axioma» de Watzlawick 28 (1985), el atenerse a una norma tácitamente aceptada por los agentes comunicantes en su actuar revelador de si el tipo de relación es simétrica (entre iguales) o complementaria (de autoridad o subordinación a ella). Este supuesto es coincidente con la noción de expectativas mutuas de comportamiento, elaborada por Sotolongo (2011).29 4. Veracidad. Plantea que lo dicho debe ser congruente con lo pensado, antes de emitir como mensaje, a fin de lograr un mejor entendimiento social. Cabe recordar que los participantes en toda comunicación interactúan utilizando o no redes sociotécnicas –mucho más en nuestra contemporaneidad, en la que las redes virtuales han ganado una preponderancia nunca antes vista–, en un tiempo y en un espacio determinados e implícitamente influidos por un entorno epocal cultural específico, manifestando, como plantea Sotolongo (2011), «ciertas pautas de comportamiento social y de expectativas mutuas articuladas por dinámicas de Poder (empoderantes de unos y desempoderantes de otros), de Deseo (que satisface a unos y priva de satisfacerse a otros), de Saber (que legitima epistémicamente una voluntad de Verdad y deslegitima otra) y de Discurso (que legitima enunciativamente algo y deslegitima otro algo)». De ahí que la comunicación humana sea no solo el eje transversal que permite la objetivación de las subjetividades sociales, sino también, 109 y por lo mismo, la gran contribuyente de la construcción y la reproducción –incluido el cambio– de la gobernabilidad política, al igual que lo hace posible, entre otros, en el ámbito educativo. Al mismo tiempo, la influencia tácita del componente cultural en esas interacciones no puede dejar de considerarse, dada su transversalidad en todos los ámbitos de las dinámicas gubernativa, educativa, intrafamiliar, económica, entre otras. Por eso, a partir de la geopolítica imperialista justificada con el argumento del terrorismo de los fundamentalistas islámicos, tomaron impulso los estudios sobre comunicación intercultural, en los cuales la empatía deviene herramienta indispensable para las interacciones entre las tropas ocupantes y las poblaciones ocupadas. Vemos ahí un ejemplo claro de instrumentalización imperialista del concepto empatía. En síntesis, toda interacción social comunicativa entre agentes y personas revela, porque lo vehicula, un fluir procesual de prácticas colectivas de poder, de deseo, de saber y de discurso que aportan contenido conceptual a la gobernabilidad política.
Esa ubicuidad de la comunicación, al igual que la de la cultura, la de la economía, de lo sociológico y de lo político jurídico –tanto en su vertiente de las relaciones sociales objetivas (en que se plasman los intereses sociales más generales), como en la de las subjetividades grupales e individuales (en que se concretan los intereses sociales ya más particulares e incluso los individuales)30– se debe a que la toma de decisiones depende de flujos de información, cambiantes en todos los ámbitos de la vida. Lo antes dicho basta para revelar el tejido complejo de un proceso diríase que «galvanizado» por otro, lo que también posibilita apreciar la arista transdisciplinar de la gobernabilidad política en tanto plasmación sociocomunicativa. De no concebirse tal articulación indisoluble, como también observa Zuluaga de Prato (2009) respecto a la naturaleza compleja de la comunicación, «[…] se reducen/simplifican la complejidad social; excluyéndose no solo la realidad compleja individuo/ cultura/sociedad, sino que además eliminan y desconocen problemas que emergen de la dialógica retroacción/interacción/recursividad desde donde se establecen las condiciones de emergencia que dinamizan la comunicación».31 Para subrayar la importancia de la comunicación como interacción social, cabe referir a uno de los autores que dejó aportes significativos en este campo: Paul Watzlawick (1985: 49), quien sugirió cinco axiomas: 1. Todo comportamiento es una forma de comunicación. Al no existir forma contraria al comportamiento (un no comportamiento o anti comportamiento) es imposible no comunicarse. Por lo que tampoco existe la no comunicación. 2. Toda interacción tiene un nivel de contenido y un nivel de relación. Es decir, que toda comunicación, además de ser portadora de un significado semántico intencional por parte de los agentes, revela a la vez el tipo de relación social entre ellos (proximidad o distanciamiento afectivo, etc.). 3. La naturaleza de una relación depende de la forma de pautar las secuencias de comunicación que cada participante establece. Se alude aquí a la importancia de la metacomunicación; es decir, a la conveniencia, en una relación, de aclararse mutuamente el significado de determinadas conductas. El no aclarar pautas, por ejemplo, lleva a una situación en la que A señala a B por ser retraído y B rechaza las críticas de A. Al explicar cada cual sus comportamientos, B argumenta que se retrae porque es criticado y A aduce que critica la pasividad de B. Ese círculo vicioso conduce a un deterioro de la relación y ejemplifica la comunicación disfuncional. Este es un ejemplo de ausencia de empatía entre los agentes comunicantes. 4. La comunicación humana se manifiesta de dos modos: el digital y el analógico. El primero es que una curiosidad léxica del concepto empatía es que carece de sinónimo 110 se dice verbalmente; el segundo, la comunicación no verbal o gestualidad acompañante, el cómo se dice. Contrastando ambas le permite a un participante detectar si hay contradicción entre lo dicho verbalmente y lo manifestado corporal o facialmente. Desde luego, en situaciones de copresencia. 5. Los intercambios comunicacionales (interacciones sociales) pueden ser simétricos o complementarios. Aquí se revela si la relación de los agentes es de autoridad (padre, hijo, profesor o alumno), en este caso complementaria, o si es simétrica u horizontal (hermanos, amigos, etc.). Todo lo antes expresado rompe con la concepción lineal del circuito socio comunicativo, por lo que coincidimos con lo apuntado por Zuluaga de Prato (2009): «Afirmar que el modelo clásico de interpretación del fenómeno: Emisor Mensaje Canal Receptor, planteado por Harold Lasswell en su momento y que apareció como “paradigma de la comunicación”, se ha venido abajo, obliga a una lectura mucho más transdisciplinaria y colectiva en donde la comunicación sea entendida sin emisores y receptores definidos, sino como procesos colectivos en donde existen roles simultáneos, dentro de textos y contextos amplios y complejos, en situaciones de percepción cultural distintas y búsqueda de sentidos comunes».32 Por último, debe señalarse la función de las redes sociotécnicas como herramientas de la guerra cultural, pues vehiculan intencionalmente los posicionamientos ideológicos o políticos deseados.
Ellas amplían las capacidades de influencia de sus manejadores en la constitución de la subjetividad social, al plasmar mediante estos canales determinados patrones de poder, de saber, de deseo y de discurso, interesados en legitimar para reproducir o en deslegitimar para transformar una determinada situación social. Más que elocuente es el papel de los conglomerados mediáticos contra la Revolución cubana y frente a los procesos sociales emancipatorios de Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina y Nicaragua. Conclusiones Puede entonces inferirse la importancia de tomar en cuenta la amplificación de la capacidad relacional de una comunicación empática como «valor integrado» al proceso de gobernabilidad empática, para facilitar con mejor calidad y eficacia el vínculo armónico entre los intereses generales, grupales e individuales, legítimos, de la sociedad. Lo interesante es que no todos los sistemas políticos ostentan este privilegio ontológico que sustenta la cosmovisión filosófica para lograr el bien común y una equidad en la justicia social. Para finalizar, en términos de complejidad diríase que toda gobernabilidad política es una procesualidad sistémico compleja porque mediante las interacciones sociales de personas agentes actores con intereses diversos se desencadenan procesos de intersubjetividad que suscitan las sinergias y entropías que, en una aparente paradoja, propician la naturaleza auto organizante de las dinámicas gubernativas, abiertas siempre a un entorno nacional, regional e internacional que las impacta globalmente, plasmando, a través de ese fluir de la inestabilidad a la estabilidad, su vibrante modo de producir permanentemente el cambio y la transformación en una realidad social que no puede dejar de revelarse como compleja.
3 comentarios
… [Trackback]
[…] There you will find 36977 additional Info to that Topic: revistaglobal.org/la-gobernabilidad-politica-como-procesualidad-sistemico-compleja/ […]
Thank you for your sharing. I am worried that I lack creative ideas. It is your article that makes me full of hope. Thank you. But, I have a question, can you help me?
… [Trackback]
[…] Read More here on that Topic: revistaglobal.org/la-gobernabilidad-politica-como-procesualidad-sistemico-compleja/ […]