La noción de hibridez, como bien la define Nestor García Canclini,1 combina elementos sociales, históricos, artísticos, económicos, lingüísticos y otros atributos culturales en el entorno de la globalización y la transnacionalidad que bien se aplican a la gran ola de inmigrantes en el planeta. El ejemplo más contundente de esta realidad lo constituyen los dominicanos residentes en Estados Unidos y particularmente la comunidad dominicana en la ciudad de Nueva York. El dilema de la identidad entre los inmigrantes toma formas diferentes a través de la historia de Estados Unidos. Por ejemplo, los inmigrantes europeos que llegan a Norteamérica se incorporan a esta sociedad adaptando sus valores, normas y prácticas. Sin embargo, en el caso de los dominicanos y otros inmigrantes no europeos, su incorporación a la nueva sociedad no representa la adaptación a una nueva cultura (la americana) y el olvido de la cultura traída del país de origen (dominicana) como la proponen las teorías de asimilación.
En lugar de ello, la incorporación de estos inmigrantes modernos se desarrolla en medio de una multiplicidad de lealtades e identidades reconstruidas en las cuales la cultura americana y la dominicana son reformuladas. Habría que aclarar que no estamos hablando de una hibridez dividida, como argumentaría Frantz Fanon, sino más bien de una hibridez que cuece una identidad sólida y que toma lo mejor de varios lugares para su fundamento. Somos dominicanos con una identidad híbrida/reconstruida al aprender a ser nosotros mismos fuera del Estado-nación que nos vio nacer. Pero la reconstrucción de esta identidad se complica por el hecho de que la migración dominicana nunca se ha detenido, sino que ha representado una migración continua y ascendente. Por migración continua me refiero a que esta comenzó masivamente en los sesenta, pero se mantuvo en crecimiento acelerado hasta entrado el siglo XXI.
Es que la manera de sentirnos en el extranjero toma diferentes formas de acuerdo al tiempo de residencia en Estados Unidos o en donde hayamos nacido. En el gran collage de inmigrantes observamos diversas formas de identificación en un complejo proceso de migración continua. Es este proceso continuo el que asigna la complejidad a la mezcla de identidades de nuestra diáspora. Por ejemplo, el dominicano que migró ayer no se siente igual al que tiene 10, 20 ó 40 años de residencia en el extranjero; pero el que nació allá de padres dominicanos siente de sí mismo algo completamente diferente; todavía más el hijo o hija de esta segunda generación de inmigrantes y, en algún espacio entre ellos, los hijos y las hijas de dominicanos que se casaron con personas de otras nacionalidades. De esta forma conviven en Nueva York nuevos inmigrantes (menos de cinco años de residencia), inmigrantes establecidos (más de diez años de residencia) y la segunda, tercera y cuarta generación de inmigrantes. Todos juntos en edificios, trenes, parques y aceras se insertan en la dialéctica de la hibridez en momentos distintos. Antes de examinar a cada de ellos, revisemos los antecedentes de la migración dominicana a la ciudad de Nueva York.
La migración
A esta babélica urbe llegan los dominicanos en gran número a inicio de los años sesenta,4 por razones tanto políticas como económicas. El crecimiento es continuo a través del tiempo, pero alcanza niveles astronómicos en los ochenta y se convierte en el grupo predominante de origen latinoamericano tras los puertorriqueños. Como muestra la gráfica 1, la migración dominicana a Estados Unidos arranca masivamente en los sesenta y mantiene un flujo continuo hasta el nuevo milenio.
De acuerdo con estos datos, la República Dominicana fue la fuente principal de inmigrantes de la ciudad de Nueva York en los setenta y ochenta, y mantuvo esta misma trayectoria hasta mediados de los noventa. En 1995, la antigua Unión Soviética se convierte en la principal fuente de inmigrantes de la ciudad de Nueva York. El declive de la migración dominicana a Nueva York obedece a que ya no era esta ciudad el destino de la migración dominicana al extranjero. Otras ciudades como Miami, Providence y Boston comenzaron a recibir grandes cantidades de inmigrantes dominicanos. Sin embargo, la ciudad de Nueva York es todavía la ciudad que concentra el mayor número de dominicanos en Estados Unidos y el resto de la diáspora dominicana en Europa.
Concentración residencial
Los dominicanos de la ciudad de Nueva York, al igual que otros residentes de color, se encuentran concentrados residencialmente o, como también se conoce, están segregados/separados5 de los blancos. Vecindarios como Washington Heights, localizado al norte de Manhattan, concentran la mayoría de los dominicanos en Estados Unidos. Sin embargo, con el transcurrir del tiempo la población dominicana se hace presente en otros vecindarios de la ciudad. La siguiente gráfica muestra cambios importantes en relación con los parámetros residenciales de los dominicanos y muestra que esta población sale de Manhattan y se traslada hacia otros condados, especialmente hacia el Bronx. De acuerdo con estas estadísticas, Washington Heights dejó de ser el vecindario con mayor concentración de dominicanos, puesto que ahora ostenta el Bronx. Los condados de Brooklyn y Queens tienen casi la misma cantidad de dominicanos en todo el periodo que muestra la gráfica.
Unos de los efectos de la concentración demográfica es que conlleva una mayor identidad étnica. Al compartir el mismo sector residencial, los inmigrantes crean lazos de solidaridad, intereses comunes, estilos de vida y amistades que los ayudan a vencer las limitaciones de la segregación. No es entonces fortuito que en los vecindarios de concentración de dominicanos se ubiquen los clubes deportivos y culturales, las agencias sin fines de lucro que apoyan al inmigrante, los restaurantes y otros sitios en donde se recrea diariamente la cultura dominicana. Más allá del crecimiento poblacional, los dominicanos han dejado huellas indelebles en Nueva York, en áreas económicas, políticas y culturales. Por ejemplo, en el área política fueron los dominicanos –dentro de lo que se llama los “nuevos inmigrantes” o los inmigrantes que llegaron a Estados Unidos durante la nueva política de inmigración de 1965–6 los que alcanzaron escaños electorales en el gobierno de la ciudad (ayuntamiento, juntas escolares, liderazgo distrital y poder judicial/jueces) y del estado de Nueva York (Asamblea y Senado estatal). Probablemente sean dominicanos o dominicanas de este grupo de nuevos inmigrantes los que en el futuro alcancen representación nacional, sea en el Congreso de Estados Unidos o en la Cámara de Representantes.
Por otro lado, la economía se enriquece con el negocio de taxis, supermercados, restaurantes, calles que llevan el nombre de Juan Pablo Duarte, el sabor del carnaval y el merengue que llenan la Quinta Avenida en el desfile dominicano, y salones de belleza. Ya el New York Times exhibió toda una página con un extenso artículo sobre la influencia de los salones de belleza de dominicanas en la ciudad de Nueva York.
El péndulo de identidades En menos de medio siglo la diáspora dominicano-neoyorquina nos ha demostrado que la migración no es irreversible. Los dominicanos llegaron a Nueva York y llegaron para quedarse. ¿Pero qué representa esto en el gran dilema de la identidad? ¿Somos todavía dominicanos? ¿Somos norteamericanos? ¿Qué somos? ¿Cómo nos sentimos? El dilema que confronta el inmigrante en un país extranjero, de lengua diferente y de gente que luce y actúa de forma distinta, se debate –en el caso dominicano, con características de migración continua– de maneras diversas, en un proceso que abarca todo el péndulo de identidades de los inmigrantes en general. En este sentido encontramos inmigrantes nuevos, inmigrantes establecidos, y segunda, tercera y cuarta generación de inmigrantes. Cada uno de estos grupos se inserta en el proceso de formación e identificación étnica en tiempos diferentes. La vida del dominicano en Nueva York oscila entre estos tres niveles. Por ejemplo, los nuevos inmigrantes representan cientos de miles de dominicanos que todavía están aprendiendo a “tomarle el gusto” a vivir fuera de su país. Se sienten más dominicanos que nadie y si la suerte les tocará regresarían a su país de origen. Para callar su nostalgia escuchan solo emisoras radiales y ven programas televisivos en español, leen periódicos dominicanos y se insertan en el devenir político de la isla.
Estos nuevos inmigrantes tienden a agruparse residencialmente, a crear organizaciones, clubes y asociaciones que reproduzcan los valores del país de origen, a crear redes de información para ayudarse mutuamente o asegurarse de mantener los vínculos con la República Dominicana. Para este tipo de inmigrantes el retorno al país es una realidad. Por otro lado, el inmigrante establecido tiene ambivalencias en cuanto a su lealtad al país de origen y el país anfitrión. En términos generales, estas lealtades son duales: lo que se llama una identidad transnacional. Al respecto, la literatura sobre estudios de transmigración propone que los inmigrantes viven entre fronteras al mantener lazos en ambos países (de origen y residencia). De acuerdo con este postulado, las comunidades de inmigrantes se caracterizan por un flujo constante en ambas direcciones, una identidad dual, lealtades ambivalentes, y redes familiares y amistades que se extienden a través de las fronteras de las naciones involucradas.
Sin embargo, los lazos transnacionales se complejizan cuando entran en escena variables como el género y la movilidad social. En este sentido, las mujeres dominicanas se establecen más rápido que los hombres y echan fuertes raíces en el país receptor. Uno de los hallazgos de mi investigación fue el descubrir que las mujeres se naturalizan más que los hombres y tienen menos lealtades en el país de origen.
Sea por razones de oportunidades de educación o de trabajo, por más libertades personales, o por el apego a los hijos nacidos en Estados Unidos, las mujeres dominicanas desarrollan lealtades firmes en la sociedad receptora. En el caso de los hombres, el conocimiento del inglés, la educación y la posición laboral los acercan a los valores y normas de Estados Unidos.
Dentro de los nuevos dominicanos que algunos llaman dominicanamericans se inscriben tanto los hijos de dominicanos nacidos en el exterior como también aquellos que quitaron su país a una edad temprana. Son dominicanos a los cuales no se les puede definir como al dominicano de aquí, sino más bien como dominicanos de nuevo tipo o, como lo llamaría Bob Blauner,10 dominicanos con una identidad híbrida/ reconstruida, identidad en la cual se integran elementos de ambos países y que no representa la mera continuación de lo que trajeron sus padres, sino que es distinta. Se trata de un producto nuevo que se crea en la interacción del grupo en cuestión con el grupo dominante, que incorpora algunos elementos de la cultura dominante y asigna privilegios a aspectos del pasado que resultan útiles a la movilidad social y a la resistencia contra la discriminación, como es el aspecto racial e histórico.
Ahora bien, en la integración de estos individuos a la sociedad norteamericana hay que tener en cuenta que el término americano tiene un significado vago si no se relaciona con conceptos de raza y clase social. No hay una única definición de ser americano. Los valores y normas de la clase media blanca difieren radicalmente de los valores de la clase trabajadora o del blanco desempleado; más aún del afroamericano, sin distinción de clase social. En este sentido, el inmigrante dominicano ni es anglosajón ni es afroamericano, sino más bien una nueva adición al colorido mosaico de razas y etnias que constituye Estados Unidos. Sin embargo, en este colorido mosaico, el dominicano, al igual que otros grupos minoritarios, retiene sus raíces culturales y lucha para no ser considerado ciudadano de segunda categoría.
Identificación étnica
Desde el punto de vista del rol que juegan los dominicanos en Estados Unidos, la identificación étnica es primordial. En la comunidad dominicana de Nueva York convergen inmigrantes nuevos, establecidos y una segunda generación de inmigrantes. La gráfica 3 muestra estas identidades. Estas identificaciones afectan el proceso de formación de la comunidad dominicana en Nueva York y la movilización política de la misma. Mientras los inmigrantes nuevos navegan en la ilusión del retorno y los inmigrantes establecidos luchan en la dicotomía de sus lealtades, los dominicanos-americanos movilizan a todos los dominicanos y otros latinos y afro americanos para empoderar a su comunidad.
Cuando los dominicanos identifican la ciudad de Nueva York como su hogar, comienzan a organizarse para crear una voz e influir en la arena política de la ciudad y la nación. La identificación étnica es vital para el cambio social en las comunidades de inmigrantes. En este sentido, los dominicanos han alcanzado importantes escaños en los organismos que definen la política de la ciudad y del estado. La importancia de estudiar el proceso de identificación étnica en el caso de la diáspora dominicana es vital para enriquecer discusiones teóricas sobre las diásporas y sus identidades. En términos teóricos, el proceso de formación étnica dominicana en Estados Unidos expande la noción de hibridez y las complejidades que conlleva su interacción en un mundo global y transnacional, no tanto como una abstracción sino como expresión política de aquellos que se encuentran al margen de la sociedad. En este sentido, la hibridez y su acercamiento o distanciamiento de la transnacionalidad se traduce como la herramienta idónea para construir espacios sociales y artísticos,11 voz y subjetividad política, así como ciudadanía que redunda en una transformación desde el margen de una sociedad que históricamente ha discriminado las minorías.
El rol
Igualmente importante es entender a fondo el rol que juegan los dominicanos en el devenir social, político y económico de la ciudad de Nueva York y de Estados Unidos. Desde el ángulo de la generación de capital social, la comunidad dominicana ha creado fuertes asociaciones étnicas para darle poder a sus residentes en varias áreas como educación, participación ciudadana y prevención de la delincuencia. Por otro lado, en Nueva York la incorporación política del dominicano ha representado la toma de control de los mecanismos de poder en sus comunidades, avanzando desde las juntas comunales y escolares hasta alcanzar escaños en el Ayuntamiento de la ciudad, así como también representación en los mecanismos de poder estatal. ¿Pero qué representa esto en la República Dominicana? ¿Cómo se potencia el conocer a fondo la diáspora? Más allá de las remesas, los dominicanos en Nueva York han impartido importantes lecciones sobre la formación de la sociedad civil y su lucha por ganar los beneficios de una ciudadanía completa fuera de su propio país. Depende ahora de los dominicanos de aquí el establecer lazos justos y bien entendidos con los dominicanos de allá.
Notas
1 En su libro Culturas híbridas: estrategias para entrar y salir de la modernidad, México: Grijalbo, 1992.
2 El mayor representante de las teorías de asimilación es Milton Gordon (Assimilation in American Life: The Role of Race, Religion, and National Origin, New York: Oxford University Press, 1964), quien discute que el contacto entre una minoría extranjera y una mayoría establecida tiene como resultado un proceso en el cual la minoría adapta los valores de la mayoría. Sin embargo, la teoría de Gordon pierde validez cuando los grupos minoritarios no son europeos, sino gente de color. Otros autores argumentan que la asimilación de grupos minoritarios no europeos es imposible y contraponen la teoría de Gordon a teorías de formación étnica. En este sentido, etnicidad se define como una construcción social que se inicia cuando un grupo de extranjeros arriba a la nación que los recibe. Así, fuerzas estructurales como clase social, racismo, segregación, impiden la asimilación y crean etnicidad, o sea, el reconocimiento que alivia los obstáculos que confronta el inmigrante.
3 En Black Skin, White Masks, London: Pluto, 1986.
4 La emigración de los dominicanos a Estados Unidos se inserta en la misma historia de este país, considerado una nación de inmigrantes. Desde la época precolonial, inmigrantes europeos se refugiaron en estas tierras por razones religiosas y económicas. Más tarde, los británicos colonizaron este territorio y trajeron consigo la migración forzada de esclavos africanos. La inmigración continúa de forma acelerada a través del tiempo y llegan ciudadanos holandeses, franceses, escoceses, irlandeses, judíos, alemanes, escandinavos, japoneses y chinos en busca de ventajas económicas y libertades religiosas y políticas. Al final del siglo xix millones de judíos, italianos, polacos, checos, húngaros, búlgaros y griegos llegan a llenar los vacíos de la necesitada fuerza de trabajo de una economía en crecimiento. Pero durante el periodo de recesión económica y la Primera Guerra Mundial, la migración cesó casi en su totalidad. Es durante la Segunda Guerra Mundial, en un momento de crecimiento económico y necesidad de fuerza de trabajo, cuando la inmigración se acelera. Aquí los mexicanos y puertorriqueños llegan a ser una parte considerable de esta inmigración suplidora de mano de obra. No es hasta 1965 que las puertas de Estados Unidos se reabren para aceptar inmigrantes de todo el planeta. Dentro de este nuevo grupo de inmigrantes, los dominicanos juegan un papel fundamental.
5 De acuerdo con varios sociólogos norteamericanos, la segregación racial es un mal social que tiene sus raíces en las divisiones raciales debidas la esclavitud y sus consecuencias posteriores. En este sentido, los inmigrantes no eligen el sitio donde vivir sino más bien la sociedad les asigna áreas específicas separadas de las áreas residenciales de los blancos. Así, en estos vecindarios segregados se reproducen males sociales como pobreza, desempleo, crimen y adicciones (Nancy Denton y Douglas Massey, “Patterns of Neigborhood Transition in a Multiethnic World: U.S. Metropolitan Areas, 1970-1980”, en Demography, núm. 28 (1): pp. 41-63).
6 The Immigration Act of 1965, como se llama en inglés, reabre las puertas de Estados Unidos a ciudadanos de todo el mundo luego de la drástica medida migratoria de los años veinte.
7 Monte Williams, “Flak in the Great War Hair: African Americans Vs. Dominicans Rollers at the Ready”, en el New York Times, 13 de octubre de 1999.
8 Las teorías de transmigración se desarrollan en los noventa. Uno de sus principales exponentes es Arjun Appadurai en su famoso articulo “Global Ethnoscapes: Notes and Querries for a Transnational Anthropology”, publicado en la colección de Richard Fox Recapturing Anthropology: Working in the Present (Santa Fe: School for American Research, 1991). Por su parte, Nina Glick Schiller, Linda Basch y Christina Szanton Blanc expanden la noción de transnacionalidad con datos más específicos en un volumen que recopila artículos de varios autores (Toward a Transnational Perspective on Migration: Race, and Class, New York: New York Academy of Science, 1992). Jorge Duany (Quisqueya on the Hudson: The Transnational Identity of Dominicans in Washington Heights, New York: Dominican Institute, The City University of New York, 1994) y Peggy Levitt (“Social Remittances: Migration Driven Local-level Forms of Cultural Diffusion, en International Migration Review, núm. 32 (4): pp. 926-948) examinan el caso dominicano desde la perspectiva de las teorías de transmigración. Milagros Ricourt en su libro Power from the Margins: Dominicans I New York City (New York: Routledge, 2002) expone una crítica de estos estudios al presentar a inmigrantes establecidos y de segunda generación que rompen significativamente con estos lazos transnacionales.
9 Silvio Torres Saillant y Ramona Hernández en su libro The DominicanAmericans (Greenwood Press, 1998) detallan ampliamente el término dominicanamericans.
10 En su obra Racial Oppression in America, New York: Harper & Row, 1972. 11 La producción literaria de Junot Díaz (Drown en 1996 y The Brief Wondrous Life of Oscar Wao en 2007) es un ejemplo de cómo los artistas de la diáspora recrean y reinventan la historia dominicana con alusiones criticas a los abusos a los derechos humanos, al machismo y al racismo típicos de nuestra sociedad.
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