Revista GLOBAL

La Mosca Soldado El Puente Entre La Ciencia y Lo Divino

by Bruno Rosario Candelier
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La obra La mosca soldado de Marcio Veloz Maggiolo (Santo Domingo, 1936) conlleva un salto cualitativo para el novelista dominicano,1 que narra en esta novela una historia dramática con trasfondo arqueológico envuelta en la magia de una realidad intangible. Con impresionante maestría narrativa, Veloz despliega su talento novelístico en la narración de un acontecimiento ocurrido en el Caribe hispánico, combinando el dato antropológico, la memoria vicaria y la ensoñación poética. Impregnada de intriga y misterio, La mosca soldado va tejiendo la madeja de una historia que va anticipando al modo homérico mediante el uso de la prolepsis, técnica que emplean los buenos narradores para despertar la curiosidad del lector. El narrador fabula en torno a un suceso de la historia insular de hace mil años y lo empalma a una experiencia reciente acontecida en El Soco, paraje ubicado en la zona oriental de la isla antillana, entre las ciudades de Santo Domingo y San Pedro de Macorís. Es una manera original y sorprendente de indagar las raíces etnográficas, antropológicas y culturales de una identidad que subyace en la preocupación intelectual del distinguido escritor. 

La investigación arqueológica, trasfondo científico de una narración literaria, alienta la trama de un fenómeno sobrenatural que sacude la sensibilidad del novelista traspuesto por ese hecho extraordinario cuya dimensión pone a prueba la verdad científica y la verdad de la revelación ante el impacto del misterio. El testimonio de dos supervivientes del hecho inexplicable que concita lo mágico y lo divino se articula con sorprendentes resultados alrededor de la documentación científica y las leyendas alucinantes de una cultura atrapada en la mentalidad tradicional. 

El ámbito de lo sobrenatural ha estado presente en algunos relatos de autores nacionales y el propio Veloz Maggiolo ha dado cuenta de esa presencia.2 En esta singular novela unas moscas fueron un elemento clave en la investigación del pasado y en el tramado narrativo que incentivó la imaginación del narrador. Una mosca soldado prende la obsesión de una búsqueda imparable en tumbas aborígenes y particularmente de una que atizó recuerdos, vivencias y pasiones. El sujeto narrativo alterna con el autor en referencias autobiográficas que aluden a su trabajo de investigador arqueológico y confiesa que jamás pensó que los acontecimientos de El Soco pudiesen gestar una novela. De esa manera usa una estrategia narrativa que va combinando la técnica de anticipación y recursos meta novelísticos, dosificando paulatinamente la sustancia de su novelar como quien va contando parcialmente lo que constituye el meollo de la narración para despertar la curiosidad del lector hacia el tema central de la novela. 

El narrador, en efecto, le va participando a su imaginario interlocutor la historia que centra el núcleo de esta novela en una especie de “diálogo solitario” o “monólogo compartido” con el amigo cómplice del suceso secreto. Al ponderar la fuerza del destino, advierte que no andaba en busca de leyendas ni a la caza de albatros, ni pretendía escuchar ocarinas perdidas en un tiempo de tragedias ni entender cómo las almas de los cortadores de caña muertos bajo el rigor del trabajo vuelven y repica el tambor en los rituales africanos. Nada de eso. 

Lo que motivó la sustancia novelesca de La mosca soldado fue ciertamente un hecho intrigante y misterioso, como intrigante y misterioso es también el procedimiento narrativo que el diestro novelista utilizó para formalizar la pasión que lo alentó. La chispa que desató la narración fue el espectáculo de un esqueleto de mujer muerta hace mil años cuya historia concitó esta aventura que asombra y atrae con la misma pasión que vivió el autor. Marcio Veloz devela las brumas de un tiempo muerto, el meollo de una extraña historia que hubiera sido imposible conocer sin los fragmentos de cerámica, fechas de radiocarbono, noticias etnológicas, análisis biológicos y sueños de poeta, según revela el narrador, así como también la virtual colaboración de los actores del relato y las sorprendentes moscas alfareras que susurraban un hecho sutil. De ahí que el autor, viendo en la vida un desván de objetos perdidos que estando en el pasado se manifiestan “en cuanto abres una ventana a universos que esperan manifestarse una y otra vez” (p. 20), se auxilie de los conocimientos arqueológicos y antropológicos para reconstruir un pasado y, prevalido de la magia de la imaginación, recree entusiasmado y conmovido la vida de un esqueleto que recubre de carne y aliento para sentirlo esplendoroso y viviente.

Todo lo demás, según infiere, es obra del azar y del misterio. Y, aunque el final de la historia dista de lo fabuloso y novelesco, sigue siendo misterioso a pesar de la labor de reconstrucción del presente en las raíces del pasado, lo que de alguna manera viene pautado por “ese ir y venir del espíritu en la búsqueda de una realidad que no puede palparse con las manos” (p. 205). Una novela como La mosca soldado supone el desarrollo de la sensibilidad trascendente, como en efecto acontece en Marcio Veloz Maggiolo y, aunque es la primera vez que este prolífico autor incursiona en una narración adscrita al modo de ficción metafísico, ya nuestro distinguido académico había dado señales, en estudios y artículos publicados en la prensa,3 de que había desarrollado su intuición de lo profundo y podía sintonizar la ladera oculta de la realidad, que en otro estudio he llamado la realidad trascendente. 4 

Se trata obviamente de la existencia de una realidad intangible o la presencia indiscutible de la realidad trascendente, ante la cual el narrador abre un intersticio a lo imaginario, sin desconocer la participación de ese sentido interior en la percepción de lo real. Marcio Veloz Maggiolo concibe ese poder de la sensibilidad en esta novela, que no dudo en calificar de grandiosa, como el puente entre la ciencia y lo divino mismo, abriendo un espacio en el ámbito de lo viviente a lo misterioso y sagrado, que Mircea Eliade concibiera como Terrible y Fuerte.5 

La apelación de la realidad trascendente 

El narrador es consciente de que sentía “cosas del más allá” (p. 184). Sabiendo que somos una porción de la Totalidad, como enseña la mística, por lo cual ocupamos un puesto singular en el concierto del Universo, el hombre viene a ser una célula de un gran organismo superestelar y en tal virtud puede sintonizar los efluvios inmateriales, que el autor supo canalizar entendiendo el sentido misterioso de la poderosa apelación que lo concitaba. 

Es el fascinante fenómeno intangible que articula la esencia de esta novela interiorista, que dio lugar a la experiencia trascendente y que al mismo tiempo apeló la conciencia del creador y concitó en el autor la pasión de lo sagrado con el concurso de la imaginación poética, la incitación antropológica y el sentido profundo de la realidad trascendente. 

Señala Veloz Maggiolo que, estando frente a aquel mundo floreciente con raíces en la leyenda, sentía que inventaba un ambiente y que se adaptaba al misterio. Entonces percibió que su vieja vocación de narrador corría pareja con la de arqueólogo y que podía compaginar la realidad física con la realidad imaginaria y, por supuesto, se dejaba arrastrar por una “realidad nueva” (p. 115). Fue a partir de ese momento cuando advirtió que podía comprender la verdadera realidad de lo vivido en El Soco, que compartía con su amigo Eduardo y su esposa, Nora, cómplices de su singular vivencia. 

La experiencia de vida conlleva verdades profundas que la intuición atrapa y el narrador sabe que cada objeto contiene un sentido y cada espacio revela silencios descifrables. Sentir esa dimensión supone una sensibilidad trascendente y descubrir ese sentido es hacer metafísica. El escritor de esta novela siente apelaciones profundas, entre ellas la de escuchar la voz del pasado, captar el mensaje inherente a todo lo existente y apreciar que “un fragmento de vasija contiene el sudor de un hombre del siglo X, contiene el momento en el que una niña de ocho o diez años encendió el fuego para quemar la cerámica, contiene la arena del río que fue usada para reforzar la masa de barro y por lo tanto refleja esa caminata del poblado a la playa para traer la arena; un trozo de hueso pulido contiene el momento de la cacería; es un testigo mínimo del momento en el que el cazador golpeó con el hacha el animal, lo descuartizó y lo convirtió en alimento y en instrumental hecho de hueso; el polen de guáyiga contiene las caminatas alrededor del poblado, la recolección de las plantas, la hora en la que se levanta el recolector y la hora en que se acuesta, contiene la tradición de siglos; cada objeto tiene un mensaje dentro, un idioma que deberemos descubrir, recrear, para entender más profundamente el pasado” (p. 190). 

Cuando esa semiótica del pasado cuaja en la sensibilidad de un novelista auténtico, nace la novela metafísica que esta obra de Marcio Veloz encarna. Esa concurrencia de factores hace posible que el narrador perciba “sombras móviles” que se repiten en expresiones materiales que nos marcan y el pasado lo persigue con su secreta apelación irrevocable que la memoria del amigo y el cariño de la esposa lo llevan a percibir como fuente de inspiración para su obra. 

El científico que se revela en esta novela no es el analista puro centrado en lo material y tangible que obvia las señales ocultas, a veces más impactantes y reveladoras que las visibles de la materialidad tangible. Convencido de que la ciencia puede dar vida y sentido a la imaginación trascendente y que la misma poesía sirve para horadar el misterio, su amigo interlocutor le reta a que acuda a la literatura para testimoniar esa dimensión de la realidad sensorialmente inatrapable. Con esa atmósfera espiritual, emocional y estética, su inteligencia y su sensibilidad estaban dispuestas para percibir y entender el meollo profundo de la revelación que sacudió el hondón de su ser interior, circunstancia que hizo posible y plausible la singular vivencia que motorizó la gestación de esta novela. 

Su convicción sobre la particularidad reiterante de tantos fenómenos extraños le lleva a precisar: “Creo, y parece ser así, que estas experiencias pudieran ser una prueba de que la vida repite los mismos tipos, los mismos cuerpos, iguales ritos y las mismas angustias en gentes que siendo diferentes podrían ser, en el fondo, las mismas. Paisajes, flores, música, sacralidades inconclusas y rumores se multiplican por encima de la lógica y de toda precisión humana. La historia desova como una mosca, y si encuentra materia prima para repetirse transformada en un nuevo ser, lo consigue” (p. 215). 

Cuando el sujeto de la narración se preparaba para experimentar el momento mágico de su gran vivencia, la misma naturaleza parecía vivir esta complicidad del misterio. El narrador despliega entonces su talento descriptivo con hermosas sinestesias y cautivantes imágenes poéticas que dan cuenta de los datos sensoriales del ambiente: 

“Esta vez no había luna. Sombras y ruidos de gaviotas que huyen golpeando el agua acompañaban el rumor distante de los tambores, lo que nos generaba cierta fruición. Y así era, con sólo cerrar los ojos y dejarse acariciar por el tam-tam podía uno imaginar el sonido triste de la ocarina acompañando el rumor agreste y alegre del furioso balsié, cuyo toque de yuca era conocido en toda la región, en donde la fiesta de palos –tambor y güira únicamente– se mezclaba con el sudor, el alcohol y el alegre vaho de las bailarinas de senos calientes, cubiertos de ‘sudor y de estrellas’, como una vez diría uno de mis poetas favoritos[…]” (p. 151). 

La fuerza numinosa de lo real intangible 

Conociendo la existencia de la realidad profunda, interna y mística, vinculada entrañablemente al origen divino del hombre, y de una herencia universal que archiva el pensamiento de la humanidad en forma inmaterial y trascendente,6 Marcio Veloz acomete la más fascinante aventura literaria de su brillante carrera de escritor. El narrador se auxilia de la imaginación poética para validar sus conocimientos científicos en una narración de lo sobrenatural y misterioso. Y se vale de las opias, aquellos espíritus de los aborígenes de los que habló Ramón Pané que al no formar parte de la materia se materializan, según la leyenda, para mostrarnos sus rostros y sus vivencias singulares desde el más allá (lugar que los taínos antillanos concebían como de misterios y ánimas insomnes en los guayabales del este de esta isla). 

Entonces subraya el rol de la memoria vicaria, de la que esta magistral novela es cabal testimonio y ejemplificación, y con sus recuerdos y vivencias completa la visión de los hechos recreando nuevamente el pasado. Su capacidad de imaginación le permite revivir la escena de un pueblo que danzaba mientras llevaba en hombros una mujer joven, advirtiendo que la realidad es tan inmensa que no cabe en la imaginación, tras aceptar el reto de narrar la historia que lo deslumbró, fundada en una experiencia situada más allá de la ciencia, más allá de la poesía, más allá de lo posible, por la cual su sensibilidad fue arrebatada para vivir la dimensión de un fenómeno sobrenatural sensorialmente trascendente. El narrador, habiendo preparado al lector para participarle su experiencia memorable –preparación explicable a la luz de la formación intelectual del hombre occidental formado en una cultura racionalista–, se decide a narrar su vivencia con la pasión de quien sabe que va a revelar un misterio al tiempo que fragua su mejor novela.

Entonces despliega la fuerza dramática de su verbalización al contar la naturaleza de su experiencia; pero para no privarle al lector la fascinación de descubrir por sí mismo el impacto espiritual de este episodio extraordinario, sólo diré que se trata de una experiencia metafísica. Aquel silbo impregnado de música de atabales había concitado la gestación del misterio hecho presencia rediviva que imprimió en la vida del narrador otro sentido y otra actitud ante lo viviente, de tal magnitud y relevancia que a partir de esta experiencia todo lo enfocaba desde la perspectiva mágica de un entorno que como el de El Soco “tenía relaciones profundas con una especie de ‘más allá’” (p. 100). La dimensión interna y mística de esta experiencia metafísica suele transmutar la visión del mundo y la manera de asumir la comprensión de lo real, y nuestro narrador no escapa a esa determinación del espíritu en el interior de la conciencia. A partir de entonces, todo se transforma y revaloriza, hasta el mismo instrumental científico de la investigación. Y el mundo adquiere connotaciones que antes no se percibían. La misma Naturaleza parece confabularse para el hechizo de esta revelación mística del mundo. El tránsito hacia el más allá de las opias que animan la concurrencia de sucesos inauditos contenía el gran secreto que alentó la enervante historia de esta narración. 

Tras la vivencia del singular misterio, el narrador recompone su visión del mundo como consecuencia inevitable del éxtasis transformante. La historia intangible, que se alterna con la historia del quehacer científico, aporta la dimensión espiritual, trascendente y poética en un vínculo visceral con lo viviente. “Todo forma parte del Todo” (p. 199), dice el narrador, como lo dijo hace medio milenio Leonardo da Vinci o como lo creyeran los neoplatónicos antiguos.7 El narrador testigo que cuenta su experiencia impactante tiene la habilidad narrativa de ir alternando la técnica de anticipación y el recurso de la metanovelación, dosificando la sustancia de su novelar para irse acercando poco a poco ante el limen del misterio. De ahí la oportuna ambientación del relato. Describe el ambiente donde suceden cosas singulares, extrañas y misteriosas, como la aparición de espíritus que se montan, la leyenda de las Marimantas o la lucha de creencias que gestan mitos y fabulaciones. Todo se armoniza para reconstruir, guiado por la maestría de un genuino narrador, la vida de un pasado misterioso, el pasado de una historia inusitada que desata la más hermosa novela de nuestro admirado creador. 

En procura de ese propósito literario se suman la caracterización de personajes y ambientes, la descripción de paisajes y objetos, la evocación de leyendas y creencias, y desde luego la sólida formación intelectual, científica y artística del más importante escritor dominicano vivo. Se trata de un narrador que busca la verdad de gentes perdidas entre cenizas y pasado, y si esa verdad podía encontrarse con la imaginación de un niño o la magia de la poesía, nada se descartaba. Se trata de conciliar la verdad histórica y la verdad poética, que tanto inquietó a Aristóteles, y la intuición estética y científica del narrador, que se aunaba al autor, para hacer posible esta gran novela nacional. La intuición mística de percibir que a través de la inocencia del niño “pueden expresarse todas las divinidades” (p. 115) era una manera de dejar fluir la corriente de lo divino mismo para vivir a plenitud la experiencia de lo trascendente y sentirse dueño de un mundo intangible, luminoso y edificante entre lo inmaterial y lo incontaminado.

Cuando el autor se convenció de que su vocación de narrador compaginaba con la del arqueólogo, no dudó en articular una novela que penetraba la realidad trascendente sin obviar la realidad física y la realidad imaginaria en pos de la revelación del misterio. Por eso el narrador, que tiene la sabiduría para insuflar a su novela el aliento de la verdad poética y el dato de la verdad científica en la preparación para la revelación de su gran verdad vivencial y testimonial, escribe perlas como esta: “El tallo no es el dueño de la flor, ni su dictador. La flor es todo. Toda flor está virtualmente ‘esperando’ su luz. Todo movimiento de la mente o del cuerpo tiene dentro un mensaje” (p. 191). Ese mensaje conmovió las fibras profundas de nuestro narrador. 

Quiero finalmente ponderar la riqueza de datos relacionados con el mundo de la mitología insular que sostiene la investigación de campo de esta novela y revelan la sólida erudición de Marcio Veloz Maggiolo en facetas tan diversas como leyendas, mitos, tradiciones y creencias, con un conocimiento profundo y riguroso de la cultura viva y la antropología dominicana y antillana, lo que refuerza la calidad de esta novela, confirma la categoría intelectual del autor y testimonia la seriedad profesional que avala esta obra maestra de la novelística dominicana. La dinámica narración de esta novela la potencia la fuerza de su lenguaje, expresión de la voz personal y auténtica del escritor y su estilo audaz, vivo y fluyente consustanciado al aliento dramático y el acento entrañable de su formalización. La mosca soldado, que se inscribe en el realismo trascendente, refuerza el modo de ficción metafísico en las letras dominicanas y apuntala la prestancia literaria del ilustre escritor y académico.


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