Al analizar la novelística del escritor martiniqueño queda en evidencia su mensaje nuevo sobre la identidad del Caribe en su concepto de la creolización, y del llamado que hizo al mestizaje como proceso constructor y renovador de un Caribe que se integre al mundo y desarrolle toda su diversidad. Esta narrativa es un instrumento fundamental de reflexión, sobre todo los planteamientos con los que en el presente se construye la diversidad y la convivencia en un mundo global. Las novelas de Edouard Glissant pueden definirse como un conjunto de islas, un archipiélago textual en el que los géneros se comunican y entrecruzan, donde el mestizaje de los géneros literarios, todos, queda manifiesto. Sin embargo, las denominaciones tradicionales se mantienen en las portadas de las publicaciones con la categoría de novelas, poemas o tratados. Pero, reiteramos, en una obra de Glissant las fronteras son permeables.
La lezarde (La lagarta), primera novela del autor, recibió el Premio Renaudot en 1958. Esto provocó reacciones en la prensa conservadora, pero fue bien acogida por la crítica y los lectores. El libro tuvo éxito. Se percibió la novedad de la obra debido a su rechazo por la línea novelística y por la estética naturalista, por el beneficio de la energía poética en eclipses narrativos, es este beneficio lo que acerca a esta novela de la modernidad literaria de la corriente Nouveau roman. Se observó en la obra, fuertemente militante, la distancia tomada con toda prédica ideológica.
El relato se sitúa en 1945 en la ciudad de Lambrianne, nombre ficticio pero en el que podemos reconocer a Le Lamentin (Mar-tinica), lugar donde Glissant pasó su infancia y su adolescencia. Allí vivió y participó en las primeras elecciones legislativas que permitieron a los antillanos designar a sus representantes. A esta conquista el escritor se une a través de las discusiones de un grupo de jóvenes revolucionarios inspirados por Rafael Targin, quien vive en el campo, en los cerros, criando ovejas. El grupo se entera de que un oficial del Gobierno había sido nombrado para acabar con los movimientos de Lambrianne. La lezarde es tanto una novela de amor como un relato político, también es una crónica policíaca con trasfondo histórico… la historia de nuestro pueblo está por hacerse.
La cuarta edición, publicada en 1964, fue acogida con elogios, y también algunas reservas suscitadas por la complejidad de la construcción y el potencial de la escritura que desorientó a algunos lectores. La trama de la novela consiste en ilustrar una parte de la historia antillana, mantenida y desconocida por los antillanos, y trata de recuperar el pasado, para así asumir la complejidad del mestizaje que conformó la personalidad caribeña.
El cuarto siglo de la historia antillana debe ser, según Glissant, el de la toma de conciencia. Su novela y la visión profética del pasado son instrumentos para este fin. La novela utiliza dos figuras emblemáticas de la sociedad antillana: el esclavo y el cimarrón. Pero rechaza hacer un lazo de construcción, como lo hacen los clásicos de la literatura de la esclavitud, sobre la dialéctica del amo y del esclavo. En el primer plano está la relación compleja, y a veces antagónica, entre el esclavo y el cimarrón. Ambos se encarnan en la historia paralela y entremezclada de dos familias: los Béluse y los Longoué, relatada a partir de 1788, fecha de la llegada a las islas del primer hermano (los esclavos), hasta 1946.
Los Longoué rechazaron la esclavitud y se establecieron en los cerros para encontrar el sabor de la libertad. Los Béluse se quedaron en la plantación de la familia criolla de los Sanglis, vivieron y soportaron la esclavitud. La novela está narrada con la voz de Papá Longoué, último descendiente, viejo brujo, curandero, dueño de una sabiduría heredada de la tradición. Para Glissant, en todo antillano hay un Longoué y un Béluse, un ser que acepta y un ser que rechaza…
La novela no cae en la historia, para poner al día una historia enredada, oculta. Hay que tomar caminos de desvío, abandonarse a las enraizadas epopeyas libertadoras, soltar los potros de una lengua violenta y habitada, oscura y poética, un certificado, la abolición de la esclavitud, frente a la inscripción de nuevos ciudadanos en el estado civil con nombres colonizadores. Los cimarrones inventaron sus nombres, reflejo de su libertad concedida, y todavía mítica…
Era el epílogo del gran combate, la entrega de documentos que dedicarían la entrada en el universo de los hombres libres, los antiguos esclavos estaban aquí con sus mujeres… Venían en grupitos, como islas firmes en un mar bullicioso, hablaban, no gesticulaban, se podía respirar a su paso una pizca de temor rápidamente barrido por la excitación del día.
Historia y lingüística
La case du Commandeur y Discurso antillano, publicadas en 1981, son dos de las más importantes obras de Glissant. La parte central de la novela recoge los elementos de la memoria original, cuando el jefe de los primeros cimarrones se une a los últimos indígenas. Capturado después de la traición, Aa (como se llamaba) es torturado y condenado a muerte. Su verdadero nombre es Odono y había sido deportado de África por la traición de su hermano.
El motivo de la locura de Aa corre a través de toda la novela, de generación en generación.
En la postración, rehusando la comunicación como el delirio invasor, algo se dice, que también se transmite en los mitos y leyendas: trazas de la lengua original africana, olvidada, recuerdos, confusiones de las traiciones que han precipitado la trata negrera, grito ahogado del cimarrón que callaron poniéndole un trapo en la boca.
Es a este silencio secular impuesto que responden el Discurso antillano y La case du Commandeur: la voz narradora es la de un nosotros incierto, inacabado, diseminado, opaco, que intenta con la narración agrupar sus “yos dispersos”…
Libertad con rostro de mujer
Publicada en 2003, Ormerod empuja más allá los fundamentos de una escritura oratoria y caótica –gritando el grito del mundo…– mientras abraza el soplo jadeante de la palabra del decimero que se deja llevar por la cadencia de sus divagaciones, por el latido de los tambores lejanos.
Saltamos de una época histórica a otra, de repente estamos en Santa Lucía, cuando la Revolución francesa suscitaba el contra peso de las guerras de liberación en Granada, durante la invasión americana de 1983, pero también en Martinica en la segunda mitad del siglo XX; personajes históricos se encuentran con figuras reconocidas, heredadas a veces de las novelas anteriores.
Los personajes rechazan el arraigo, una representación de imágenes colorida. Flore Gaillard, la negra cimarrona, es el personaje central. Probablemente es la heroína de las luchas ocurridas en 1973 en Santa Lucía contra los ingleses. La novela la muestra como una guerrera épica, encabezando un ejército de bandidos de los bosques. Ella se mantiene contradictoria, oscura y delirante, entrenando a los hombres que escoge en el calor de su hornalla, pero sobre todo, esperando el tiempo “donde ya no tendremos necesidad de decir que somos negros, lo seremos sencillamente y hasta podremos elegir no serlo, eso será nuestra libertad”.
Alrededor de Flore Gaillard hay otros personajes, como el sargento Álvarez, cubano de origen, maestro de obra de la ejecución en bloque de los colonos blancos de Guadalupe, convertido en el deferente lugarteniente de la heroína, y cuyo novelista imagina la transfiguración, algunas años más tarde, en héroe de la retirada de Rusia.
Su acólito Gros-Zin asecha la guillotina, “la béte-á-mort” (la bestia de muerte), sobre los senderos escarpados de las mornes (montañas) de Santa Lucía. Ormerod es la novela de la diversidad seleccionada entre las tentaciones de un probable retorno a la fuente perdida de la memoria y la imposible síntesis unificadora.
Todo en todo
El tratado Tout Monde se escribe como un texto que escapa a todo hermetismo de un género determinado. Este libro, que contiene más de quinientas páginas, sucumbe a las tentaciones de las desmesuras. Los temas se derraman uno sobre otros. “Todo está puesto en todo”, como en un jardín criollo en el que las especies se sobreponen apenas unos metros de tierra. Esta estética de la coexistencia, de la proliferación, juega sobre la repetición, la acumulación, el desvío de la digresión, la puesta en relación.
Los personajes de las novelas anteriores vuelven a aparecer en esta novela. El lector los vuelve a encontrar, los acompaña de nuevo en su historia, que a veces está retomada a través de nuevas trazas y revaluada (o multiplicada: la novela asiste a las cuatro muertes sucesivas de Papá Longoue). Pero la novela introduce nuevos personajes, algunos son los miembros de la familia o los amigos del autor, y una nota en anexo da algunas claves de identificación.
Abraza entonces aspectos autobiográficos, recuerdos de viaje, reflexiones filosóficas, impulsos poéticos.
El regreso sobre la obra y sobre sí que dirige el desenvolvimiento de Tout Monde se acompaña de la generalización de la mezcla. Glis-sant relató: “Tal proyecto literario resalta la voz narradora hasta lo interno de una frase. El lector debe estar atento a esta pluralidad de voces que surcan, cada una, su discurso”.
“Nosotros somos siempre cuatro o cinco contando historias, el que escribe Tout Monde se describe como un cronista, novelista, poeta, pero está también revelado por la voz de personajes que se entrecruzan con la del autor”, precisa el escritor. La escritura de Glissant compone así las voces y las lenguas, todas las lenguas puestas en relación para producir el grano tan particular de su estilo: un francés “deshablado”, alentado en el espesor de la desgracia o bifurcando por un desvío imprevisto, inventando el esplendor de una palabra nueva en su oscura evidencia.
Sartorius, publicado en 1999, está enlazado en la continuidad de los ensayos de la década de 1990, juega un salto de normas. El desvío de la forma novelística permite introducirse en la narración mítica, la epopeya, el poema, la reflexión filosófica. Su tema responde a la función fabuladora de inventar un pueblo, en respuesta a una propuesta del filósofo Gilles Deleuze.
Sartorius hace venir tal pueblo al mundo de la escritura: son los batoutos, pueblo imaginado por Glissant. Los batoutos encarnan lo que podría ser un pueblo que rechaza toda posición esencialista; no quiere conquistar otros pueblos e imponerles su visión del mundo, es abierto a la diversidad. Este pueblo toma su origen en África, pero no en una raíz africana que hubiese hecho una cepa, más bien en elndespliegue de una diáspora, “la del sufrimiento y de la desgracia de la trata negrera, por ejemplo”.
Los batoutos son entonces el fermento de la creolización ̧ los actores de un mestizaje permanente, que produce lo que siempre es imprevisible en el caos-mundo. La novela construye la fábula de los batoutos y da a conocer en el enredo y el mestizaje de la narración, en sus rupturas temporales, sus entrelazos de historias, sus saltos de personajes (Albert Dürer fre-cuenta al batouto Areko), su juego entre mito y relación personal (la genealogía de la familia de Sarto-rius, amigo de Glissant y tesorero del Parlamento de los Escritores, se inscribe en la novela los batoutos).
Sartorius es una figuración, o ya una puesta en obra de ese ¡Éléné! que buscan los batoutos: lugar del tiempo, o todos los lugares y todos los tiempos, pasados y presentes, se juntarán en una multiplicidad sin límites. Sabemos que los batoutos no miran el porvenir para espiar o intentar apresurar la venida de Éléné, y tampoco consideran el pasado como para continuar la primera traza designada por Oko.
La inventiva antillana
Glissant ha asumido con brillo su compromiso de intelectual en las grandes cuestiones de la época. Cuando vuelve a instalarse en Martinica, en 1975, dirige su acción en el plano cultural y pedagógico a través de la creación del Instituto Martiniqueño de Estudios y la revista Acoma, que publica numerosos artículos sobre la estructura social antillana, los conflictos raciales, el desequilibrio mental y sus raíces históricas.
El pensamiento de Glissant se tejió alrededor de algunos motivos o palabras señales que aparecen a partir de los primeros textos: relación, diverso, opacidad, mestizaje, antillanidad, creolización.
La creolización para Glissant ofrece el ejemplo de lo que llama la relación. La palabra (todavía resentida como neologismo, ya que los diccionarios usuales del francés no le conceden entrada) nació en el campo de la lingüística y ha sido recuperada después por la antropología. Glissant le asigna una nueva extensión haciendo “uno de los modos de los enredos”, uno de los procesos de la obra Tout Monde, cuando las culturas entran en contacto.
La inventiva es la marca del mundo criollo, porque primero hubo que aprender a vivir en países desconocidos, volver a crear modos de hábitat, alimentarse, vestirse, decir el mundo… Cada isla creole del Caribe ha encontrado sus respuestas… a pesar de los parentescos estructurales, el creole de Haití no es el de la Martinica, ni el de Guadalupe. Práctica del encuentro y de la mezcla, la creolización es una forma de mestizaje, un mestizaje sin límites. El término se aplica a la situación actual del mundo, es decir, a la situación donde una totalidad tierra, por fin realizada, permite que dentro de esta totalidad los elementos culturales más alejados y los más heterogéneos que se encuentren puedan estar puestos en relación. Esto produce resultados imprevisibles.
El Caribe es para Glissant el lugar donde la relación se manifiesta con más brillo. Mientras el Mediterráneo es “un mar que concentra” –mar interior, rodeado por continentes, donde la antigüedad greco-latina y hebraica, y luego la expansión islámica, han generado el pensamiento del “Uno”– el Caribe es el lugar de encuentro y de paso, es un mar que difracta. “La créolization caribeña” es un ejemplo, quizá un modelo de lo que puede la relación.
El pensamiento de Glissant repudia todo encerramiento, todo espíritu de sistema: “La poética de la relación es para siempre coyuntural y no supone ninguna fijación de ideología. Es una poética latente, abierta; la poética de la relación es para siempre conjetural, y no supone ninguna fidelidad de ideologías. Es una poética latente, abierta, de intención multilingüe, que puede ser accedida por todo lo posible”.
La antillanidad no se encierra en el aislamiento de una isla, pero intenta juntar todos los archipiélagos del Caribe en un mosaico cultural (ya que la unidad política de la región parece lejana).
Glissant propone reaccionar afirmando frente al mundo la presencia de las Antillas, integrando auténticamente al pueblo antillano en el espacio y el tiempo. La palabra antillanidad, que toma distancia con la negritud –demasiado preocupada del absoluto racial, designa este proyecto. La antillanidad se funda sobre el inventario de lo real antillano: una cultura nacida del sistema de la plantación azucarera, caracterizada por la insularidad.
La antillanidad no tiene los acentos mesiánicos de la negritud. Le toca a cada intelectual, al escritor, integrar su pueblo a su país: ayudándole a inscribirse en una historia de la cual fue excluido, tirando las anclas en una tierra que no posee ni le pertenece.
Glissant reivindicó también –ir más allá–la antillanidad y reflexionar sobre las implicaciones: “Ahí donde los sistemas y las ideologías han perecido, y sin renunciar para nada al rechazo o a la lucha que debes llevar en tu lugar particular, prolonguemos a lo lejos el imaginario por un estallido infinito y una repetición hacia el infinito de los temas del mestizaje, del multilingüismo y de la creolización”.
Bibliografía:
Obras de Glissant citadas en este artículo
– Las Indias (poesía). Ediciones Falaize. París, 1956.
–La lezarde (novela). Ediciones Le Senil, París, 1957.
–El discurso antillano (ensayo). Editions du Senil, París, 1981.
–Mahagony (novela). Editions du Senil, París, 1987.
–Tout Monde (novela). Editions Gallimard, París, 1993.
–Faulkner (ensayo-novela). Editions Stock, Misissippi, 1996.
–Sartorius (novela). Editions Gallimard, París, 1999.
–Orrmerod (novela). Editions Gallimard, París, 2003.
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