Una reflexión sociológica sobre las etnias en la identidad dominicana pone en el tapete, y como punto de partida, nociones o conceptos en continuo proceso de evolución que, como el de identidad, el de multiculturalismo, o el de nación, han sido y son objeto de debates importantes que marcan en mucho las dinámicas sociopolíticas en el mundo globalizado de hoy. En ese contexto global, el fenómeno migratorio aparece como central en la explicación de procesos sociopolíticos donde los temas de la identidad y de lo que es la nación ocupan el espacio público.
En el caso de los países europeos las migraciones recientes —tanto en los países con tradición colonial como en los que no la tenían— y la crisis de refugiados de 2015 han dado lugar al surgimiento de movilizaciones ciudadanas antinmigración y de movimientos políticos de extrema derecha con opciones reales de llegar al poder, que cuestionan además las redes de solidaridad internacional que tenían países como Suecia, Dinamarca o Noruega. Ha surgido un tipo particular de racismo o de rechazo al extranjero fundamentado en la idealización de una población originaria cuyas tradiciones y características de pureza racial blanca original a la cual es posible apelar, que se contrapone a esa población migrante proveniente de países con características raciales, culturales y religiosas radicalmente distintas. Asistimos de manera paradójica a un repliegue de las diferentes comunidades que se encierran sobre ellas mismas frente a la exclusión, y de manera odiosa observamos el resurgimiento de viejas teorías racistas, como por ejemplo en Francia, donde Renaud Camus retoma la teoría del «Gran Reemplazamiento» en tanto teoría de una elite política que anuncia y pone en el escenario nacional «un proceso deliberado de sustitución de la población francesa por una población no europea». En el caso dominicano, tras la impronta de la colonización, las migraciones han sido constitutivas, desde el principio, de la construcción de la identidad dominicana y de la nación misma. El núcleo poblacional original de la nación, tras la rápida exterminación de la población autóctona, a la cual es imposible apelar para un retorno, fue el resultado del encuentro del colonizador español y de los esclavos africanos en el territorio que hoy es la República Dominicana. Sobre esta base inicial, diversas olas migratorias de diferentes procedencias o «etnias» alimentaron la composición racial y cultural de la identidad y la nación dominicanas.
Estas migraciones fueron particularmente importantes en los siglos XIX y XX, ligadas principalmente, o no ajenas, al desarrollo de la industria azucarera moderna, y de políticas migratorias desde el Estado orientadas a aumentar la población, «mejorar la raza» y/o favorecer los buenos hábitos de trabajo entre los dominicanos. En el siglo XXI la migración, principalmente la haitiana, continúa su presencia en la nación y aparecen nuevas corrientes migratorias, a tono con la evolución de la dinámica de la región y del Caribe. Bajo esta perspectiva, la identidad dominicana es multiétnica, multicultural, fruto de la mezcla de poblaciones, tradiciones y culturas de diversos orígenes que se recrean, fundamentalmente, en el territorio de la nación. La nación entendida como sentimiento de pertenencia, de afiliación a un espacio colectivo, a una unidad que va, como un sentimiento afectivo, mucho más allá de un territorio compartido, una lengua o una religión. Como bien decía Ernest Renan «la existencia de una nación es un plebiscito de todos los días» («L’existence d’une nation est un plebiscite de tous les jours»). Sin embargo, la reflexión y el análisis sobre la identidad dominicana debe hacerse en la doble perspectiva del impacto, en la construcción de esa identidad, de los procesos de la inmigración y de la emigración.
Es imperativo tomar en cuenta no solo el aporte de los que llegaron, si no de los que se fueron y que, como diáspora, ejercen su influencia en la identidad al interior de la nación ( feedback), a la vez que recrean su identidad como dominicanos en el extranjero. Ubicándonos en esta doble perspectiva de análisis de la identidad dominicana, nos proponemos en esta presentación, tras una visión rápida de la diversidad de las migraciones que llegaron al país en el tiempo y la evolución de las interpretaciones de las mismas por los intelectuales y la población, abordar, sin pretender ser exhaustivos, los diversos impactos de los que se fueron sobre los componentes de la identidad y la cultura dominicana actual y cómo se recrea en el extranjero esa identidad dominicana de los que se fueron. Los datos de referencia de que disponemos se refieren a la diáspora dominicana en Estados Unidos, que representa de acuerdo a algunos analistas alrededor de un millón de migrantes (1,800,000 si agregamos los ascendientes de la población migrante) y es el núcleo más importante de la diáspora dominicana, seguido por el de España. No debemos olvidar que la identidad es una noción compleja que se redefine con y en el tiempo y está marcada por múltiples pertenencias, como bien decía Max Weber en Economía y sociedad: «La pertenencia a una etnia o la etnicidad es el sentimiento de compartir una ascendencia común, ya sea, que esta tenga como origen el lenguaje, las costumbres, las similitudes físicas o la historia vivida, objetiva o mitológica. Esta noción es la base de la noción de identidad.
Para Harry Hoetink el pueblo dominicano es el fruto de un mestizaje. Y la población o poblamiento del país es un lento proceso que Frank Moya Pons describe con maestría, que estuvo marcado por momentos de salida importante de la población y que ha respondido y responde a lógicas diversas, donde el desarrollo o las necesidades de la estructura productiva es solo una de ellas. El azar también jugó su rol. El sueño americano, el de llegar a América, trajo poblaciones que en ese tránsito se quedaron en el país. En esta perspectiva las migraciones o etnias que alimentaron la construcción de la identidad dominicana tienen múltiples orígenes y son un fenómeno que tiene una cierta dinámica a partir de los años 50 del siglo XIX y conoce una efervescencia con el desarrollo de la industria azucarera a fines de ese siglo y en las primeras décadas del siglo XX.
Ante ese melting pot es difícil esclarecer cómo y cuál fue la contribución cultural de cada etnia o grupo migrante a la identidad del dominicano, de qué modo se articuló esa multiculturalidad compleja, tal como diría Edgar Morin, y el rol en ese proceso de las etnias negras. Esa es una investigación pendiente. Sin embargo, sociológicamente hablando, lo que cuenta es la manera en que los diversos componentes de ese melting pot de etnias se identifican como dominicanos y pertenecientes a la nación que es República Dominicana. En términos de la población negra y de su impacto cultural como parte constitutiva esencial de la nación, en general, hay un sentimiento de refoulement, de negación, de hacer como si no existiesen o no fuesen importantes sus aportes en la construcción de la identidad nacional. De cierta manera se le da prevalencia al carácter español del pueblo dominicano y, en su defecto, al elemento indígena. Sin embargo, es importante destacar, en ese contexto, que el aporte cultural de los cocolos y su identidad como dominicanos originarios de las islas inglesas no plantea mayores dificultades. (Sus manifestaciones culturales fueron declaradas por la Unesco Patrimonio Cultural Inmaterial Universal, al igual que las de la Cofradía del Espíritu Santo de Villa Mella). Esto sería extensivo a los descendientes de los negros libertos (que se instalaron en Samaná). En el caso de los haitianos, la historia es otra y está marcada por la experiencia de la independencia nacional frente a Haití, la visión del otro como haitiano y la importante mano de obra haitiana en la industria capitalista central del país: el azúcar. Esto estuvo acompañado, como ya indicamos, de un proceso de desarrollo de un prejuicio racial antihaitiano orientado a impedir la construcción de un movimiento sindical obrero unificado en la industria azucarera. Sin embargo, no es posible pensar que, en el marco de esa relación bilateral estrecha, de tan larga data, los elementos culturales haitianos estén totalmente excluidos, o no forman parte de lo que hoy somos. En la actualidad hay cambios importantes en la presencia haitiana en el país (su mano de obra se orienta a otras áreas tras el fin de la industria azucarera: construcción, recolección de arroz y café, etcétera). El surgimiento de un movimiento neonacionalista que atiza el miedo contra Haití y el haitiano ha favorecido el desarrollo del antihaitianismo en un contexto donde hay una mayor visibilidad de los haitianos en el país. Es para repensar en este escenario la fórmula del historiador Michiel Baud, quien habla del «antihaitianismo como parte de la cultura dominicana.
importante destacar la visión de los intelectuales sobre la identidad y la percepción de esta por parte de la población. La identidad y la construcción de la identidad dominicana han estado acompañadas por un discurso, desde los intelectuales y desde la política, que históricamente ha tomado posiciones sobre lo que puede definirse como el eje o los ejes de nuestra identidad. En una interesante tesis sobre el rol de la identidad en la narrativa dominicana, el autor, Hayden Carrón Namnun, aborda con maestría cómo la búsqueda de esa identidad dominicana ha estado presente desde nuestros orígenes y ha sido un sujeto de preocupación de intelectuales y políticos. «[…] En su narrativa los dominicanos han plasmado importantes interpretaciones sobre su modo de ver el mundo: los bailes afrocaribeños, como la bachata y el merengue, que en la actualidad hacen furor […] la exuberante vegetación tropical, fértil terreno para los mitos y las leyendas, la mezcla racial entre los primeros pobladores, los conquistadores y los esclavos africanos, provocando luchas ancestrales por una redefinición racial que posibilite la inclusión de la mayoría de la población. En definitiva, la narrativa producida en la isla plantea una oportunidad para rastrear las diferentes vivencias identitarias que han sido propuestas por los intelectuales y que han ido moldeando la visión de lo que significa ser dominicano tanto en el ámbito local, como en la manera que los “otros” perciben la nación». Entre las principales corrientes de interpretación de este fenómeno se encuentran la corriente hispanista, la indigenista y el encuentro de tres culturas.
La corriente hispanista es preponderante en una gran parte de los intelectuales de fines del siglo XIX y parte del siglo XX, que defendían una identidad nacional dominicana profundamente hispánica, que reivindicaba los orígenes hispanos como el eje central de la identidad nacional, a la vez que fundamentaba y favoreció la articulación en el tiempo de un prejuicio racial antihaitiano. Entre los intelectuales que defienden esta posición, merecen destacarse Manuel Arturo Peña Batlle y Joaquín Balaguer. Peña Batlle, en su argumentación, señala: «Cuando ya entrado el siglo XIX los pueblos hispanoamericanos comenzaron la lucha por la independencia sus esencias sociales tenían moldes definidos. Se independizaron de España después de haber aprendido a vivir el contenido de los regímenes políticos que vació en las provincias la Madre Patria. Se independizaron cuando se les maduró la conciencia. En cambio, los dominicanos maduramos la nuestra luchando por no dejar de ser españoles. El fenómeno es curioso e interesante: la independencia dominicana representa un movimiento social de introspección. Continuamente nos hemos visto obligados a volver hacia atrás —por vías de conservación— para no perder nuestras características permanentemente amenazadas por el imperialismo calvinista, por el materialismo y por el africanismo básico de la formación social haitiana». Joaquín Balaguer llegó a afirmar que los dominicanos éramos el pueblo más español de América. «Santo Domingo es, por instinto de conservación, el pueblo más español y tradicionalista de América. Desmembrado por el Tratado de Ryswick y vendido después, como un hato de bestias, se ha aferrado, sin embargo, a su abolengo español como un medio de defenderse de la labor desnaturalizante realizada contra él por el imperialismo haitiano». «El inmigrante haitiano ha sido también en Santo Domingo un generador de pereza. La raza etiópica es por naturaleza indolente y no aplica su esfuerzo a ningún objeto útil sino cuando tiene necesidad de obtener por esa vía su propia subsistencia». Hay un movimiento intelectual que trasciende a Pedro Francisco Bonó, quien a fines del siglo XIX es pionero en defender el carácter mestizo, mulato, del pueblo dominicano.
El libro de Franklin Franco Los negros, los mulatos y la nación dominicana va a marcar una literatura y reflexión bajo esta perspectiva (años 1960-1970) En cuanto a la corriente indigenista, esta retoma la visión de Sánchez Valverde (1729-1791) como fórmula de transición para justificar el carácter mestizo de los dominicanos, que no entra en la categoría de blanco. La defensa del mito fundador de Enriquillo y de la raza indígena en la identidad y la morfología racial del dominicano están presentes. «La corriente indianista en República Dominicana fue empleada para negar cualquier influencia africana en la población dominicana, proponiendo como única fuente del mestizaje de la población la mezcla entre valientes conquistadores españoles y aguerridos jefes tribales taínos. Al llamar a los criollos dominicanos “indispanos”, Sánchez Valverde enfrenta por primera vez la evidente realidad de que la población de la colonia no podía considerarse como simplemente española» (Hayden Carron Namnun).
Por último, el encuentro de tres culturas (los indígenas, los blancos y los negros) remite, en un contexto diferenciado, a la raza cósmica de Vasconcelos en México. Estos diferentes elementos de interpretación de los trazos dominantes en la construcción de la identidad dominicana se han entretejido históricamente en el tiempo, han estado siempre presentes y han reaparecido en uno y otro momento como dominantes y/o defendidos por ciertos sectores sociales y/o políticos. En el debate sobre la cuestión de la identidad dominicana hoy, merecerían analizarse los nuevos contenidos que tienen la presencia haitiana, el antihaitianismo y la evolución de las relaciones con Haití. Nos preguntamos: ¿es que ha habido un fortalecimiento del antihaitianismo, como peligro al que está confrontada la identidad dominicana, articulado esta vez, principalmente, desde los sectores de clase media y ya no desde los sectores dominantes? ¿Cuál es el posicionamiento, en el mundo de la política, de las relaciones con Haití y de la presencia haitiana en el país? ¿Cuál es la significación del auge y la banalización del movimiento neonacionalista al que hicimos alusión más arriba? Estos son temas importantes de estudio. Una inquietud aparece, además, tras la decisión del Tribunal Constitucional de septiembre de 2013 (TC 168-13), que, en el caso concreto de una persona portadora de un acta de nacimiento dominicana, emitida por las autoridades oficiales dominicanas y habiendo nacido y vivido en el país, la despojó de su nacionalidad. Con respecto a la percepción de los dominicanos sobre su identidad, puedo exponer mi experiencia.
Saqué mi primera cédula de identidad con la inscripción de que era «india». En los años 80, al arribar a México, las autoridades no entendían la significación del vocablo «india» y al tratar de cambiarlo y de poner «mulata» me fue imposible convencer a las autoridades del registro civil dominicano. Estas estadísticas raciales desaparecieron de la carta de identidad, pero continúa siendo complicado definirnos racialmente y ello es parte de nuestra identificación en la vida diaria. En efecto, a la mayoría de los dominicanos les es difícil identificarse como negros y les plantea problemas decir que son blancos. Los términos de mulato o mestizo son una fórmula que conviene, pero en muchos países eso no funciona (en USA: blanco, negro u otro). Sin embargo, es importante señalar que en torno a la identidad racial los dominicanos hemos desarrollado una importante lista de matices del color de la piel y raciales que nos conforman y forman parte de la cultura: indio, indio claro, indio oscuro, indio canela, moreno, jabao, negro que parece blanco…, a lo que se acompaña una concepción de lo que es ser blanco y rubio que incluye a los albinos.
La República Dominicana es un pueblo de migrantes. Una gran parte de su población emigró al exterior y juega un rol de diáspora con lazos importantes en la dinámica y cultura del país más allá de la tercera generación, conforme a un estudio del Instituto de Estudios Dominicanos de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY). En un artículo reciente, Wilfredo Lozano retoma la cuestión y argumenta que la fuerza de la identidad de la diáspora y de su impacto está en la persistencia de sus vínculos con el país de origen. Tomando como marco metodológico la propuesta de Carlos Dore en su artículo «Dominicanidad: un viaje al interior», ofrecemos algunas observaciones del impacto de la diáspora en la identidad dominicana y el feedback entre ambas. Antes que nada, debemos resaltar el aporte que ha hecho la migración a la identidad nacional. Las emigraciones han sido un elemento central en la constitución y el devenir de la sociedad dominicana a lo largo de su historia (con emigraciones masivas que afectaron profundamente la dinámica económica, cultural y social en distintos momentos de los siglos XVIII y XIX), pero ha sido especialmente la ola emigratoria de las últimas décadas la que ha tenido un impacto más visible en la conformación de la identidad nacional actual. Los orígenes de esta migración se pueden ubicar en la década de los 60 y 70, ligada a factores más bien políticos que llevaron a sectores de la clase media a emigrar principalmente hacia los Estados Unidos. En la década de 1980 este flujo migratorio se intensifica, motivado por una aguda recesión económica y un deterioro en la calidad de vida, y protagonizado por sectores de las clases trabajadoras. A partir de 1990 se incrementa la migración dominicana hacia países europeos, particularmente España y, en menor medida, Italia, Suiza y Alemania. Finalmente, durante la década de 2000 se registra un aumento significativo de la migración hacia países suramericanos como Chile y Argentina. Así, la República Dominicana ha sido en las últimas décadas, y continúa siendo, un país expulsor de población, pues emigra mayor cantidad de población en comparación con la que inmigra. Actualmente se estima que 1.3 millones de dominicanos, equivalentes a un 12% de la población, reside en el exterior (mientras que los inmigrantes constituyen un 4% de la población). Esto se traduce en que aproximadamente uno de cada 10 hogares dominicanos tiene a algún miembro residiendo en el extranjero. La comunidad más grande de esta diáspora dominicana se ubica en los Estados Unidos, donde reside más del 70% (más de un millón de dominicanos), seguido de España con aproximadamente un 12% (más de 150,000 dominicanos) y de Puerto Rico con un 5% (57,000 dominicanos). Quizás el impacto más reconocido de esta diáspora dominicana es el económico; sus remesas representan un 7% del producto interno bruto (PIB) del país, más de 5,000 millones de dólares para 2015. Sin embargo, nos interesa poner el foco en el impacto cultural que ha tenido esta población migrante. La diáspora dominicana ha sido considerada por diversos investigadores como un caso paradigmático en la perspectiva transnacional de las migraciones, que analiza los procesos mediante los cuales las poblaciones migrantes construyen «campos sociales transnacionales» que vinculan su país de origen con el país de asentamiento. Estos campos sociales incluyen relaciones familiares, económicas, sociales, etc. que trascienden las fronteras territoriales. Desde el trabajo pionero de Jorge Duany en la década de 1990 hasta investigaciones recientes como las de Débora Upegui-Hernández, confirman que la comunidad dominicana en el extranjero se caracteriza por mantener fuertes lazos culturales, familiares y emocionales con su país de origen y muestra un persistente apego a su identidad dominicana, especialmente en lo relativo a la comida tradicional, música, idioma y religión. Este sentido de identidad se transmite a las segundas y terceras generaciones en mayor medida que otros grupos migrantes. Esta realidad ha contribuido a un florecimiento de expresiones culturales íntimamente ligadas a la identidad dominicana por parte de esta población diaspórica en diversas áreas, pero particularmente en la música y la literatura.
En la música, esto se evidencia en el surgimiento de géneros como dembow, reguetón, merengue de calle y, quizás el ejemplo más emblemático, la bachata urbana, que se ha posicionado exitosamente en la escena mundial. Se trata de un ritmo que sintetiza la tradicional bachata de origen rural dominicano con influencias de los géneros R&B y hip-hop, expresando al mismo tiempo las identidades de sus creadores como neoyorquinos urbanos y como hijos de inmigrantes dominicanos. Un fenómeno similar parece estar ocurriendo en el ámbito literario con el desarrollo de una literatura que, producida en el extranjero y muchas veces en inglés, tiene como centralidad el tema dominicano y la relación con el país de origen. Entre los autores merecen destacarse los siguientes: Julia Álvarez, Junot Díaz, José Acosta, Annecy Báez, Daisy Cocco de Filippis, Francis Mateo, Josefina Báez, Angie Cruz, Nelly Rosario, Dinorah Coronado, Marianela Medrano, Yrene Santos y Kianny N. Antigua. Con la legalización de la doble ciudadanía en 1994 y el ejercicio del derecho al voto desde el extranjero a partir de 2004, el Estado dominicano ha validado y reconocido a la población de la diáspora como parte inherente de la nación dominicana. Según los números más recientes de la Junta Central Electoral (JCE), actualmente existen 561,000 dominicanos registrados para votar en el extranjero. Esto significa que, si consideráramos la diáspora como una provincia, su peso electoral es más significativo que el de 28 provincias del país. Solamente la provincia de Santo Domingo, Santiago y el Distrito Nacional tienen más electores inscritos que la diáspora. Las políticas de doble ciudadanía y de reconocimiento de la población diaspórica como parte de la nación están abriendo la posibilidad de replantear conceptos como los de Estado-nación y ciudadanía, y el caso dominicano es emblemático en ese sentido. Vale la pena citar a Sagás y Molina (2004) cuando afirman que «Los dominicanos han sido exitosos en crear una vida transnacional […] Han creado una nación sin fronteras fuera del territorio nacional, con el cual no se sienten desconectados»
A manera de conclusión, es importante resaltar los siguientes puntos: 1. La identidad dominicana es multiétnica, multicultural, es el resultado de un complejo proceso de construcción —no sin contradicciones— de largo aliento. 2. La identidad dominicana hay que analizarla en su perspectiva transnacional como un proceso de doble vía, como bien indica Carlos Dore, y considerar no solo el impacto de los que llegaron, sino también el de los que se fueron; particularmente la emigración, bien entrado el siglo XX, hacia los Estados Unidos, hacia España. Esas migraciones han tenido y tienen un impacto importante en la cultura dominicana, y los dominicanos de la diáspora han recreado su identidad en un proceso de ida y vuelta. La música, la literatura se han alimentado con estos procesos. 3. Las nuevas corrientes migratorias en la región del Caribe abren el debate nunca cerrado de sus implicaciones en la identidad. 4. La decisión del Tribunal Constitucional 168-13 y la Ley 169-14, sin pretensiones de ser jurista y de entrar en el debate de fondo, nos interpelan sobre la identidad y sobre quiénes tendrían derecho de ser «legalmente» dominicanos, independientemente de su sentimiento de pertenencia a la nación.
Nota: Este artículo está dedicado a Carlos Dore Cabral.
Notas
1 Alfonso Pérez-Agote, Las raíces sociales del nacionalismo vasco, Madrid, CSI, Col «Monografías», no. 250, 2010. El autor en su análisis sobre el nacionalismo vasco hace una reflexión interesante sobre la identidad como problemática sociológica. También consultar a Hervé Le Bras, Malaise dans l’identité, France, Acte Sud, 2017; Amin Maalouf, Les identités meurtrières, France, Grasset, 1998; y Edgar Morin, Entretien avec Edgar Morin, Revue Mètis, avril 1990.
2 En estos procesos migratorios hay que distinguir etapas. Como bien señala Michel Wieviorka, una cosa es la migración de la década de 1960 hacia ciertos países de Europa, provenientes mayoritariamente de las antiguas colonias (Francia, Reino Unido), vista como temporal y compuesta principalmente de hombres que suplen la falta de mano de obra. Son gente que migra para trabajar, enviar dinero a su familia y un día regresar. Sufren un racismo de «inferiorización», pero no son parte del debate público. En la década de 1970 las cosas empiezan a cambiar, hay una transformación de los métodos de la organización del trabajo, muchos de estos trabajadores son desplazados y paradójicamente se inicia un proceso de reunificación familiar. Se pasa de una migración de trabajo a una migración de pobladores y en el marco de dificultades económicas y procesos sociopolíticos se ponen en la mesa las diferencias culturales y de religión y se desarrolla un racismo no de interiorización sino un racismo donde el extranjero es una amenaza y no hay ningún interés de integrarlo. Tras la caída del Muro de Berlín en 1989 y de los atentados del 2001 hay un cambio radical con la amenaza del terrorismo. (Michel Wieviorka, «Migración y democracia: experiencia de Europa», en «Coloquio: La inserción de América Latina en una globalización en crisis», Encuentros de Santo Domingo, Cátedra Destinos Mundiales de América Latina, Colegio de Estudios Mundiales FMSH, Funglode, Santo Domingo, 13 y 14 de febrero de 2019). Estas migraciones son diferentes a las migraciones provenientes de otros países europeos. Los italianos: hay una importante ola migratoria hacia fines del siglo XIX. A principios del XX se cuentan más de 500,000 italianos en Francia (1911), hacia 1930 hay alrededor de 800,000 italianos, son la primera comunidad extranjera en esa época. En 1968 se reducen a la mitad. Los españoles: es una migración inicialmente agrícola cerca de la frontera. En 1921 son cerca de 300,000 españoles residentes en Francia, pero la verdadera ola migratoria es a fines de los años 50. En 1968, 600,000 españoles viven en Francia y representan la primera nacionalidad extranjera. Los portugueses: la migración portuguesa es en la década de 1950, ligada a la dictadura de Salazar y tiene su mayor importancia en las décadas de 1960 y 1970 (Revolución de los Claveles). En 1975 los portugueses son la primera comunidad extranjera en Francia con 750,000 personas.
3 En países como Francia se asiste a una crisis profunda del sistema de los partidos políticos tradicionales y a la banalización de la extrema derecha impregnada de racismo o de una ideología de exclusión del extranjero, encarnada por Marine Le Pen, cuyo partido, el Rassemblement National (RN), ocupa la posición de segunda fuerza política y ella, la de jefe de la oposición.
4 Esto a pesar de los esfuerzos de los intelectuales de la dictadura de Trujillo como Manuel Arturo Peña Batlle (1902-1954) y Joaquín Balaguer (1906-2002), quienes reivindicaron los orígenes hispanos del pueblo dominicano, negando los elementos negros en la constitución de la identidad. En el caso de Balaguer, además, durante su ejercicio en el poder tras la muerte de Trujillo y la Guerra de Abril (1966-1978; 1986-1996), fortaleció y desarrolló la visión trujillista del antihaitianismo como el alter ego de la nación. En su libro La isla al revés, el pueblo dominicano es fundamentalmente español y tiene dos o tres gotas de sangre africana. Hay que destacar la existencia de movimientos que reivindican la vuelta a los taínos como un retorno a las raíces. El movimiento taíno, referido como Taino revival movement o Taino resurgence movement, se inició en la década de 1970 e involucra a descendientes de los pueblos indígenas del Caribe y su diáspora estadounidense, quienes se autoidentifican como taínos y ponen en cuestión lo que llaman el «mito de la extinción» de su etnia. Estos grupos se han ido organizando para rescatar y celebrar su identidad taína, incluyendo idioma, música y prácticas espirituales y culturales.
5 Instituto Nacional de Migración (INM RD) y Organización Internacional de Migraciones (OIM), Perfil migratorio de República Dominicana, Santo Domingo, OIM y INM RD, 2017. Consultar Rosagilda Vélez, «Racionalidad del tratamiento de la migración en el Caribe», en Coloquio: La inserción de América Latina en una globalización en crisis, Encuentros de Santo Domingo, Cátedra Destinos Mundiales de América Latina, Colegio de Estudios Mundiales FMSH, Funglode, Santo Domingo, 13 y 14 de febrero de 2019.
6 Ernest Renan, Qu’est-ce qu’une nation, Conférence à la Sorbonne, 11 mars 1882. Para Renan : «[…]une nation est une âme, un principe spirituel […] dans le passé, un héritage de gloire et de regrets à partager, dans l’avenir un même programme a réaliser […] L’existence d’une nation est […] un plébiscite de tous les jours»
7 De acuerdo al American Community Survey de 2015. Ver también análisis del Pew Research Center.
8 Max Weber, en Economie et Société, «L’appartenance a une ethnie ou ethnicité est le sentiment de partager une ascendance commune, que ce soit a cause de la langue, des coutumes, des ressemblances physiques, ou de l’histoire vécu, objective ou mythologique. Cette notion est le fondement de la notion d’identité […]»
9 Harry Hoetink, El pueblo dominicano 1850-1900. Apuntes para su sociología histórica, Santiago, Universidad Católica Madre y Maestra, 1971.
10 En el siglo XVIII, tras el Tratado de Basilea, por el cual España cede a Francia en 1795 la parte occidental de la isla española, hay un momento de salida masiva de población.
11 Orlando Inoa muestra como el azar jugó su rol en la llegada inicial de los árabes (libaneses) al país en la década de 1880. Ver Orlando Inoa, Azúcar, árabes, cocolos y haitianos, República Dominicana, 1999.
12 Desde Venezuela, se han desplazado cerca de 3 millones de emigrantes. El mapa migratorio del Caribe cambia: más de 8 millones de caribeños en movimiento y una reorientación hacia América Latina (América del Sur) de la migración (el Caribe en el Sur): Brasil, 5.4%, México, 4.6%, Ecuador, 5.6%. Se observa también un crecimiento de ese movimiento intra Caribe.
13 Para Baud: «Los prejuicios contra los “negros” se centran en los habitantes del país vecino Haití. La manipulación ideológica llevada a cabo por la elite ha contribuido en gran medida a ello. Sin embargo, resulta demasiado fácil decir que se trata únicamente de la manipulación de la opinión pública dominicana. Aunque es imposible averiguar con exactitud las causas de los prejuicios dominicanos, se debe considerar el antihaitianismo como una parte integral de la cultura dominicana. En amplios sectores de la sociedad, tanto en el campo como en la ciudad, tanto entre los de izquierda como entre los de derecha, existen prejuicios raciales en contra de los haitianos, que sobre todo están relacionados con su mal manejo del español, su falta de cultura, con su primitivismo (el vudú sería una prueba de ello) y su falta de higiene (actualmente asociada con el SIDA)». Michiel Baud et al., Etnicidad como estrategia en América Latina y el Caribe, Ediciones Abya-Yala, Quito, 1996, p. 126.
14 Hayden Carron Namnun, «La narrativa en el discurso sobre la identidad nacional dominicana», tesis doctoral bajo la dirección del Dr. Eduardo Becerra, Universidad Autónoma de Madrid, Facultad de Filosofía y Letras, Departamento de Filología española (Área Literatura Española e Hispanoamericana), 2009, p. 12.
15 Ver Peña Batlle, El Tratado de Basilea, p. 61.
16 Ver Joaquín Balaguer, La isla al revés, Haití y el destino dominicano, Fundación José Antonio Caro, Santo Domingo, 1983, pp. 59 y 45-52.
17 Hayden Carron Namnun, op. cit., p. 76.
18 Esa decisión del Tribunal Constitucional, fundamentada en una ley de 1929, dio paso a un amplio debate nacional y a la Ley 169-14.
19 Wilfredo Lozano, «Retos de la migración en la democracia cosmopolita», Coloquio: La inserción de América Latina en una globalización en crisis, Encuentros de Santo Domingo, Cátedra Destinos Mundiales de América Latina, Colegio de Estudios Mundiales FMSH, Funglode, Santo Domingo, 13 y 14 de febrero de 2019).
20 Carlos Dore, «Dominicanidad: un viaje al interior», Revista Quadrum 22, pp. 123-133.
21 https://www.diariolibre.com/opinion/lecturas/de mografa-dominicana-1795-1844-NJDL236812
22 OBMICA (2017), Estado de las migraciones que atañen a República Dominicana 2017. Disponible en: http://obmica.org/index.php/publicaciones/infor mes/237-estado-de-las-migraciones-que-atanen-arepublica-dominicana-2017
23 OECD/CIES-UNIBE (2017), Interrelations between Public Policies, Migration and Development in the Dominican Republic, OECD Development Pathways, OECD Publishing, Paris. Disponible en: http:// dx.doi.org/10.1787/9789264276826-en
24 UNDESA (2015), Trends in International Migrant Stock: Migrants by Destination and Origin. Disponible en: https://www.un.org/en/development/desa/population/migration/data/estimates2/estimates15.asp
25 OECD/CIES-UNIBE (2017)
26 Débora Upegui-Hernández (2014) «Growing up Transnational: Colombian and Dominican Children of Immigrants in New York City» in Gold and Rumbaut (eds.), The New Americans Recent Immigration and American Society. LFB Scholarly Publishing LLC, 2014.
27 Duany, Jorge and CUNY Dominican Studies Institute (2008), «Quisqueya on the Hudson: The Transnational Identity of Dominicans in Washington Heights», CUNY Academic Works. Disponible en: http://academicworks.cuny.edu/dsi_pubs/1
28 Débora Upegui-Hernández (2014).
29 De Filippis, Daisy Cocco (1999), «La literatura dominicana al final del siglo: Diálogo entre la tierra natal y la diáspora», CUNY Academic Works. Disponible en: http://academicworks.cuny.edu/dsi_pubs/7
30 Sagás, Ernesto, and Sintia E. Molina, eds. (2004), Dominican Migration: Transnational Perspectives. Gainesville: University Press of Florida. (Traducción propia).
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