La literatura del Caribe es, en la actualidad, una de las más fecundas del mundo. La intensa creatividad de sus autores y la creciente participación de casas editoras internacionales interesadas en publicar nuevos valores literarios de esta región confirman una realidad de trascendencia en el escenario internacional y universal de la literatura. Los premios Nóbel concedidos al poeta de la isla de Guadalupe Saint Jhon Perse, a Gabriel García Márquez, a Derek Walkott y a V. S. Naipaul han contribuido a legitimar una visión literaria, la del Caribe, que, sin ser uniforme, no deja de marcar direcciones de unidad y complicidad creativa.
Las fronteras lingüísticas, culturales, históricas y geográficas, así como también las sociales y antropológicas, han sido, hasta la primera mitad del siglo xx, verdaderos obstáculos para el intercambio necesario de tantos imaginarios, discursos, lenguas y lenguajes que han producido un caudal literario que hoy día alimenta el mundo. Pero, desde el año 1956, cuando se realiza la reunión de los artistas e intelectuales negros en el Anfiteatro Richelieu de la Universidad Sorbona de París, los escritores contemporáneos del Caribe han buscado y marcado presencia y espacio en las mayores citas de la literatura.
Los diferentes movimientos que han acompañado su producción literaria, como el doudouisme, el indigenismo, la negritude, el spiralisme, la créolité, el noirisme, el negrismo, el costumbrismo y el rastafarismo, han enriquecido una gran diversidad de opciones estéticas e ideológicas, dibujando así influencias e interdependencias literarias que muchas veces han podido asimilarse en los planteamientos de las diversidades y convergencia de la identidad caribeña. Cuando el intelectual Price-Mars da inicio en Haití al movimiento indigenista, se trata, ante todo, de defender el concepto de lo natal… es decir, de lo que nace y surge en la tierra de Haití, incorporando la ética y estética africana heredada por los descendientes de la esclavitud.
Por esta razón, la obra Ainsi parla l ́oncle (Así hablaba el tío), de Price-Mars, la consideramos más que una obra indigenista, una de las obras mayores de la sabiduría campesina enmarcada en el conocimiento de la herencia ancestral africana, una obra esencial que trasciende más allá de la República de Haití. Para los anglófonos e hispanos está considerada una obra de la negritud, por sus contenidos espirituales africanos. Sin embargo, la obra dominicana Enriquillo, de Manuel de Jesús Galván, es, sin ambigüedad, una joya del indigenismo literario, sobre todo si tomamos en cuenta el referente amerindio del cacique Enrique. Vemos entonces cómo una misma palabra conlleva significados éticos y estéticos diferentes, cuando no opuestos.
El Congreso de Autores y Escritores del Caribe, que se desarrolló en la isla de Guadalupe en noviembre del año 2008, pensado durante más de diez años por el poeta de Guadalupe Ernest Pepín, permitió que críticos y escritores compartieran un conjunto de interpretaciones que abarcaron los temas de la diversidad de lenguas y lenguajes. Además, se analizó la capacidad que tienen en su conjunto todos los autores para desplazar la herencia purista y colonial de las lenguas metropolitanas, pues estos se apoderan de la lengua del colonizador y la reinventan para que se alcen las voces de estas sociedades con sus propios modismos lingüísticos, entremezclados de lenguajes y de códigos multilingües.
Lenguajes y códigos que encontramos en la producción de las islas neerlandesas y de Surinam, con los cruces idiomáticos del papiamento, del créole de Guyana, del créole haitiano, guadalupeño y martiniqueño, para finalmente emanciparse. Es importante referirse a la expresión del novelista de Trinidad Earl Lovelace: “Yo escribo considerando todas las lenguas que se expresan en Trinidad, pero también, con el ritmo del calipso, porque nosotros los caribeños necesitamos hacer ritmo cuando escribimos…”.
Revolución lingüística
La mayoría de los autores reunidos en dicho congreso confirmaron como punto de unidad posible la revolución lingüística que ellos han asumido para liberarse de las lenguas europeas, es decir, del francés, del inglés, del castellano, del neerlandés, del danés, y reinventar expresiones literarias propias, nutridas por dichos y modismos hijos de la lengua créole, entremezclas del español y del inglés, pero también del portugués y del neerlandés.
Estos estilos semánticos conciernen, ante todo, a los autores francófonos; como reivindica Raphaël Confiant (1951), miembro del Grupo de Estudios e Investigación en Espacio Creolófono, que es un defensor del léxico y de un vocabulario técnico de su lengua natal. Algunos acusan a su literatura de un estilo no “leíble”, con una escritura que está reestructurada, justamente por testimoniar una realidad propia, peculiar. Y, justamente, Confiant declara abiertamente que no puede escribir en francés sin los fundamentos de la imagen en créole, y sobre todo, sin escuchar, cuando escribe, la oralidad del créole de Martinica, específicamente.
En este sentido, se plantea interrogantes sobre el alcance de la comprensión del lector, muchas veces incapacitado para percibir el significado frente a tanta complejidad del sentido y del contenido de las obras narrativas. Se trata entonces de entender las diferentes capas del nivel educativo que caracterizan los pueblos del Caribe. En muchos casos, los autores escriben en francés, en inglés, en español y neerlandés, con la estructura semántica del créole en toda su diversidad y del papiamento, haciéndose difícil una comprensión textual y contextual al alcance de todos los lectores y públicos de la región y de las diversas metrópolis.
Los escritores haitianos Louis-Philippe Dalembert, Lyonel Trouillot y Gary Víctor confirmaron que se orientan hacia una negociación con sus casas editoriales francesas o canadienses para que cedan el derecho de sus obras en lengua créole de Haití, con el propósito de que alcancen un precio especial que se corresponda con la posibilidad de adquisición de las clases populares.
En este aspecto, se pone en evidencia la necesidad, compartida por la mayoría de los escritores, de una educación que permita investigar sobre la búsqueda de soluciones, con miras a motivar la lectura en el conjunto de las sociedades caribeñas y crear programas educativos desde las escuelas maternales. En el fondo, los autores del Caribe anhelan ser leídos y conocidos en sus sociedades de origen para que sus mensajes sean compartidos y entendidos por los suyos. Necesitan ser acompañados por decisiones y políticas educativas y culturales que hagan de la lectura y de la literatura objetivos fundamentales del progreso cultural y de la democracia.
Los autores de Surinam, San Martín, Guyana y Jamaica optaron, en sus exposiciones, por apropiarse de sus propios autores en la educación pública primaria y universitaria, es decir, imponer asignaturas de autores del Caribe en los programas de los estudios de bachillerato y superiores.
Durante el congreso, el poeta y filósofo de Guadalupe Roger Toumson se unió con su intervención a una resolución adoptada por el conjunto de la asistencia, y señaló que “nuestras obras deben circular en nuestra región, pero cuando hablo de circulación quiero decir que tienen que aplicarse en los programas escolares, en las licenciaturas universitarias, en las tesis y maestrías. Somos nosotros mismos, los escritores, los maestros, que desde nuestros puestos académicos tenemos que integrar la literatura de las lenguas hispana, inglesa, y francesa, así como también la créole”.
Pobreza en los estudios
Experiencias compartidas desde el punto de vista de los escritores como también de los críticos y otros especialistas señalan la pobreza de los estudios de los autores del Caribe en el mismo Caribe, observando que, en las clases medias, la cultura literaria se nutre más con autores occidentales que con los maestros caribeños. Esto indica la necesidad de educar e incidir con las obras literarias de autores como Juan Bosch, cuya producción merece una atención y dedicación para que su pensamiento y aportes sean estudiados en las universidades, coadyuvando en que su obra sea o continúe siendo traducida, y pueda reforzar los puentes del diálogo cultural del Caribe.
Tenemos que reconocer que las grandes firmas y pensadores como Aimé Cesaire, Jacques Roumain y Naipaul pertenecen más al ámbito internacional que regional, por falta de políticas de contenidos educativos y culturales en cada una de las sociedades del Caribe. Esta carencia no ha permitido alcanzar una cultura general en la que la literatura sea un ingrediente y un compromiso por encima de los obstáculos y de las complejidades.
El centenario del natalicio de Juan Bosch o el fallecimiento reciente de Aimè Césaire nos invitan a retomar conciencia del potencial literario caribeño. El Caribe frontera imperial, de don Juan Bosch, es una obra mayor que llama al análisis, a la reflexión, con un disfrute literario intenso en la escritura misma de Bosch, al igual que el Discurso colonial, de Césaire.
Evocando estos aspectos, la noción de estudios comparados de las literaturas del Caribe se convierte en una meta y en una necesidad. Obras mayores como El gran incendio, de Pedro Mir, o Cuadernos del retorno al país natal, de Cèsaire, merecen pertenecer al programa de los departamentos de Letras Modernas de todas las universidades de instituciones académicas de la región.
Es importante destacar que la diversidad de géneros literarios y las problemáticas de la producción y edición, así como las de traducciones, significan indiscutiblemente una situación de dependencia frente a las grandes casas editoriales que se encuentran en Europa y en América o en otras metrópolis.
De ahí surge la urgencia de crear, de adueñarse en la región de una o de varias casas editoriales que se impliquen en la producción y distribución de la literatura del Caribe.
La mayor inquietud de los autores se expresa en el sentido de favorecer la creación de un lectorado criollo. El intelectual haitiano Lyonel Trouillot plantea claramente su inquietud cuando señala: ¿”Para quién escribimos y quién nos lee?”, agregando la dificultad de difundir la obra de los autores en el medio de origen, conscientes de la falta de lectores y de políticas del libro en la región y en sus respectivas islas. Por esta razón, el autor haitiano Frankètienne, quien escribe en créole, ha optado por teatralizar sus novelas y llevarlas al escenario con los recursos del teatro popular haitiano para que “el pueblo de Haití oiga mi palabra en espera de la llegada del día en que la pueda leer”.
Oralidad
Cierto es que la literatura es atraída por la oralidad y los proyectos se multiplican en las diferentes sociedades del Caribe, para recitar, declamar y poner en espacio a los autores cuyas obras se enriquecen por los aportes de los acompañamientos de la música, del ritmo y del cuerpo. Pues, así como en la República Dominicana se podrían difundir a ciertos autores como Juan Antonio Alix, a través de la décima, en espacios comunitarios al aire libre, en Martinica y Guadalupe se organizan veladas llamadas “Bel-Air”, en las que se cuentan las obras escritas para que lleguen al alcance de las mayorías. Iguales re cursos se celebran en Jamaica con los grupos rastafari, y sobre todo, con los recursos de dub poetry, que se deriva del reggae y que está declamada con ese mismo ritmo.
Así es como podemos decir que la producción literaria del Caribe, leída o no por los mismos caribeños, contribuye al fortalecimiento y desenvolvimiento de la vida cultural, integrándose de manera interactiva en los eventos de expresión musical al igual que los de expresión dramática. En pocas palabras, no lo leen, pero lo oyen. Como dice el intelectual haitiano Frankètiene: “No nos leen, pero eso no es tan grave, porque nos oyen”.
Todo lo antes señalado contribuye a nuevas perspectivas en la literatura del Caribe, porque tal como lo expresan sus autores, las problemáticas planteadas en los años sesenta, de alta reivindicación política y de identidad, tienen que ir mucho más lejos; en esto insisten las jóvenes generaciones de autores jamaiquinos y trinitarios como Earl Lovelace, Erna Proper y Jamaica Kincaid. Esta generación ha hecho evolucionar el pasado traumático y ha abierto un movimiento más universal, sin pretensiones de explicar en sus obras la historia de los pueblos del Caribe.
Esa misma generación de autores que a partir de la década del setenta decidió romper con el hermetismo comunalista para implicarse más en la condición humana en general. Estos autores se liberan del complejo colonial y se asoman al exilio y a la emigración para sacar de ella el material que alimenta la creatividad, e intentan alcanzar un sentido de identidad propia, como es el caso de Junot Díaz, Edwidge Danticat, Leonardo Padura, Karla Suárez y Julia Álvarez, a quienes les interesa –ante todo– escribir la problemática del individuo en sí, respondiendo a un cambio que no pretende solo explicar, sino principalmente, interrogar y revisar el pasado y desafiar los obstáculos y las angustias del futuro.
Destierro
Un elemento fundamental a destacar dentro del conjunto de los escritores del Caribe y de su producción literaria es la noción de destierro o de desterritorialización como consecuencia del exilio o de la emigración. De este fenómeno socio-político nace un sujeto, un yo, un personaje, como lo observamos en el Grito del pájaro rojo, de la escritora haitiana Edwige Danticat. La memoria es una intimidad, un ambiente intimista que reconstruye la historia del sujeto, sobre un pasado enterrado y callado.
En muchos casos, la memoria funciona como un pasado recompuesto, gracias a la evocación de los abuelos, que toman carácter de ancestros. En las obras del poeta Anthony Phelps o de la novelista guadalupeña Giséle Pineau, estamos frente a un pasado restaurado que permite explicar el hoy, el presente. En la obra de Pineau está analizado y presentado científicamente, ya que es, además de escritora, una excelente psiquiatra psicoanalista que ejerce diariamente en su isla natal.
Esta noción de pasado recompuesto toma en muchas novelas aspectos casi psicoanalíticos, para comprender el dolor y entender los mecanismos existenciales del presente, pues ese pasado compartido con madres atípicas, abuelas ejemplares, padres ausentes, en fin, seres que siempre aparecen en el conjunto de la narrativa caribeña, con especificidades de cada sociedad.
Mercado cultural caribeño
Merle Hoddge, escritor y editor de San Martín, señalaba en este encuentro de escritores: “Tenemos un extraordinario patrimonio literario que, además de ser literatura, es un producto económico con muchas posibilidades de generar empleos y mercado en el trabajo editorial, pero también podemos aplicarlo al grafismo, a la traducción y a la distribución”.
Todas las conclusiones señalan la necesidad compartida de defender la lectura y el libro a través del conjunto de las instituciones caribeñas como un producto de excepción y de circulación en la región; exonerado de impuestos, por supuesto.
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