Revista GLOBAL

Los años dorados del merengue y el arte de sus compositores

by Máximo Jiménez
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El más importante repunte del merengue, posterior al régimen trujillista, se produjo en el decenio de los ochenta, calificado por los más especializados escritores de arte popular como los años dorados del ritmo que distingue a la República Dominicana. El autor hace un recuento de los intérpretes más descollantes de ese período, resaltando además el rol de los compositores de mayor renombre y las creaciones musicales que iluminaron esa época de oro en la popularización y deleite del ritmo. Un repaso memorioso que conduce al recuerdo de una época tan especial y única para un merengue que parece vivir, en estos tiempos, su peor momento.

Con la muerte del dictador Rafael Leónidas Trujillo en mayo de 1961, aparecen casi de inmediato nuevos exponentes que se desmarcan del merengue «de salón», forma que predominó en la escena durante casi todo el período de la tiranía que se inició en 1930. Un nuevo concepto emerge con el debut de Johnny Ventura y su Combo Caribe —como, en principio, se denominó al Combo Show—, máximo exponente de un estilo que se extendió rápidamente por todo el territorio durante esa década gracias a la espectacularidad que caracterizó a los integrantes de la orquesta, su ritmo electrizante, la diversidad sonora y su ingenio para conectar con éxito con los gustos de un público que se abrió al galope abrazando su refrescante, novedoso y divertido cancionero en franco proceso de alumbramiento.

El merengue «La agarradera», incluido en su primer elepé publicado en 1962 con el Combo Caribe, fue una pieza innovadora, un primer hit con el que hizo carrera, que probablemente tenía elementos musicales tomados de las formas del merengue tradicional. Este tema se convirtió rápidamente en un buque insignia para Johnny Ventura y lo que vino después es historia. Ese movimiento que impulsó el célebre artista enriqueció una discografía que, en esencia, se mantuvo casi invariable hasta principios de los 70, cuando surge un nuevo representante que introduce elementos, en ese entonces tan novedosos, como lo que produjo con su orquesta.

A comienzos de la década de 1970 entra a la escena Wilfrido Vargas con su orquesta Los Beduinos. Con su primera producción publicada dos años después, Merengues instrumentales, cumplió con una exigencia de Atilano Blandino, propietario de su sello discográfico, y se limitó a saldar ese capricho con un repertorio que se mantenía fiel a la música que se configuró con la aparición de Ventura. Aunque el pianista Sonny Ovalles participó en la grabación de ese álbum, que en los primeros años de Los Beduinos moldeó en gran medida el sonido original, no es hasta 1974 cuando el artista empieza a constituir una marca singular. El disco Wilfrido Vargas y sus Beduinos, en el que además de Sonny tiene una participación importante Bonny Cepeda en su etapa embrionaria, incluye canciones como «No matarás», «Don José» y «Las avispas», en las que se aprecian pinceladas distintivas del nuevo sonido concebido por el merenguero de Altamira.

No es posible poner al lado de Johnny y de Wilfrido a ninguno de los muchos líderes de orquestas que surgieron entre 1962 y finales de los 70. Cabezas de dos cuerpos independientes, fueron forjadores cada uno de dos movimientos musicales con características sonoras particulares, aunque se trate del «mismo merengue». En ese lapso, se manifestaron destellos de ritmos que no alcanzaron a levantar vuelo para consagrarse, como sí lo lograron estos dos artistas. Y apelo a la opinión de Gunther Schuller, compositor y director de orquesta norteamericano cualificado: «No es posible ofrecer una valoración adecuada de un artista (o de un desarrollo musical concreto) sin hacer referencia a la totalidad de su obra y a su relación con sus contemporáneos».

El sonido marginal que en algunos casos tuvo cierta incidencia en el mercado dominicano y que coexistió durante el referido período se escuchó como parte de lo que se conoció como «nueva ola», también en aquellas canciones que trataron de acercarse al vibrante ritmo del bugalú (boogaloo), en menor medida a través de la salve —que tuvo a Elenita Santos como su principal estandarte—, el bolemengue, el pambiche y un cancionero disperso que intentó experimentar, fusionar o mezclar el jazz con los instrumentos intrínsecos del merengue. Todos esos estilos, sin excepción, volaron como golondrina de verano: aparecieron, se manifestaron, se bailaron y se tararearon, pero ninguno logró mantenerse en el tiempo.

Con el brutal impacto que tuvo Wilfrido Vargas a partir de mediados de los 70, el fenómeno que se denominó como «el poder musical» tuvo una incidencia importante en un gran número de músicos y artistas jóvenes que se preparaban para incursionar en la profesión, quienes poco después serían influenciados por la impronta del líder de Los Beduinos. Esto provocó el inicio de un nuevo rompimiento estilístico que daría como resultado el fenómeno que con justicia se conoce como los años dorados del merengue.

El portentoso legado discográfico —y su gran personalidad musical tan propia— que por su cuenta engendró Johnny Ventura, un merengue con elementos sonoros propios al que se sumó el de Wilfrido Vargas —aunque en cantidad comparativa mucho menor—, es un referente inevitable para todo lo que vino después. ¿Cómo y quiénes posibilitaron el tercer gran rompimiento comparable con lo que consiguieron —entre 1962 y 1974— estos dos líderes del ritmo nacional por excelencia? En esa industria del entretenimiento, que alcanzó un resplandor artístico y comercial que no se ha vuelto a producir en la República Dominicana, intervino una figura creadora, subvalorada hasta estos días, de la cual falta mucho por escribir, analizar y estudiar para entender sus aportes en su justa dimensión.

El principio de una era
Los comienzos de los años dorados del merengue no tienen sus orígenes a partir del 1 de enero de 1980, es un proceso con antecedentes importantes y definitivos que se pueden identificar con claridad cinco o seis años antes. Pero ahora no trataremos este aspecto, sino la invaluable obra que aportaron aquellos compositores dominicanos que, desde su perspectiva, ingenio, diversidad y talento, escribieron canciones que forman parte de los cimientos artísticos que dieron forma al cuerpo musical de esa época.

Muchos de los que se destacaron en este fecundo período tenían características que a partir de 1990 podrían calificarse como rara avis cuando se identificaban esos talentos en un artista. ¿Qué los convertía en tal cosa? Profesionales que estudiaron en el Conversatorio Nacional de Música, que dominaban con prestidigitación uno o varios instrumentos, que cantaban —y lo hacían muy bien— y que con facilidad participaban en el proceso de producción, arreglos y composición de los merengues.

Pero centrémonos en el papel que desempeñaron los compositores que emergieron en los años 80, cultores de un prolífico movimiento que tampoco se ha vuelto a producir en la República Dominicana. En el grupo de los artistas polifacéticos que dominaban varios oficios en la música, que aportaron en el campo de la composición a principios de los 70, aparece Bonny Cepeda. Cuando concluyó su paso por Los Beduinos y por La Gran Orquesta, tenía una buena cantidad de canciones, antes de lograr en 1982 el primer gran éxito, que fue el merengue «¡Ay doctor!», ya con su propia orquesta.

Cuando la era de los años dorados empezaba, en la misma proporción surgían esas creaciones de este aventajado músico, primer dominicano nominado al Grammy en 1985 por su exitoso álbum Noche de discotheque. Su repertorio incluye temas emblemáticos: «El mandamás» (1983), «Dónde comienza esto está mal», «La cosa está dura» (1984), Mehuí, mehuí», «Quisiera ser», en coautoría con Adlin Negrón, «Noche de Discotheque », «Ya mismo partiré y vuelve», de 1985. Más adelante estrenaría, de su autoría, «Golpéame », «Dance», «Quisiera ser», «Yo soy el jefe» y «Que aprueben la ley».

En ese mismo contexto, que empezó mucho antes con Los Ahijados a principios de los 60, se manifiesta Cuco Valoy, galardonado por la Asociación de Cronistas de Arte con el Gran Soberano, máxima distinción que se entrega en el país desde 1985. Significativa es la obra del legendario artista como compositor, y junto a La Nueva Tribu, logró resistir el furor de la competencia en los años 80. Es autor de «Las viejas saben mejor», «Frutos del carnaval», «Penita pena», «Tira pulla», canción que fue un gran hit en 1983; y al filo de 1990 su hijo Ramón Orlando estrena «Mi locura », compuesto en colaboración entre ambos.

Del padre pasamos al hijo. Ramón Orlando Valoy, músico prodigioso que se inició muy joven como director musical de Los Virtuosos, liderado por el padre, cultivó una frondosa obra que pocos han podido equiparar. A ritmo de merengue se estrenó en 1976 «El lío de mi vecino», solo una muestra de su talento artístico, canción que se complementa con el clásico «Micharén», de 1979, pero que sin duda pertenece a la discografía primorosa de los 80. Antes de cerrar su ciclo junto a su padre, cuando bajó su batuta, decide en 1985 conformar la Orquesta Internacional y escribe piezas inolvidables: «Te quiero», que interpreta el gran Henry García; «Sisi y Ricardo», «Clavelitos y azucenas» y «Yolanda».

El sonido que rebosó éxitos a cuenta de las composiciones de Ramón Orlando se manifiesta con la Orquesta Internacional, emblema de los años dorados. Debutó en 1986 con un elepé que reivindicóvsu impronta, con ese estilo genuino patentizadova fuerza de talento. De su autoría se incluyen los éxitos «Pena», «Un día más», «Te juro que te quiero», «Loco amor» y «Pronto amor». La lista de merengues escritos por Ramón Orlando se prolonga hasta el resto de la década, indudablemente el período de mayor fecundidad artística. «Diciembre Party!», «No me importa, no», «Lápiz», «Bailando», «Como tú», «Mi sueño», «Mira mis ojos», «Cigarro y vino», «Monotonía (1988); «No hay nadie más», «Cúrame», «El silencio, tú y yo», «Noche eterna», «Risas», «Mama mía», «Ring, ring» (1989).

Otro testimonio palpable que describe la riqueza musical de un considerable grupo de artistas que se destacaron en los 80 también como compositores es Carlos Manuel (el Zafiro). La Gran Orquesta, que lideraba Bonny Cepeda, le grabó en 1976 el merengue «A mi pueblo», en ese momento el artista pertenecía a esa orquesta. Pocos recuerdan sus aportes como compositor, quizás por su voz admirable, sin duda, entre las más refinadas de todos los tiempos. Pasó por varias orquestas antes de formar tienda aparte. De su autoría grabó en 1984 el tema «Si supieras» y concibió otros que están entre los preferidos de sus seguidores: «Te quedaste sin na’», «Lo que quieras», «Ámame», «Qué bien lo haces», «Si quieres volver», «El cheque», «Porque tú me gustas», «Señora», «No volveré», «No sé qué hacer», «Eso no me gusta» y «Que siga nuestro amor». Cómo no recordar «El cantante del amor», un himno de los años dorados, al que se suman «Yo quisiera estar contigo», «A nadie le importa», «Déjame», «Nadie como yo» y «Qué es lo que tienes».

El Zafiro produjo desde su inspiración una discografía selecta, menos numerosa que la obra del maestro Ramón Orlando, pero lo suficientemente popular, con una calidad apreciable, inmortalizada por su voz potente que se destaca como única. Otro de sus contemporáneos, Aramis Camilo, participó en este proceso como uno de los conceptos más impactantes de la época. La Organización Secreta sentó escuela, y apelando al refranero popular y al romanticismo imperante en esos años —pasó en la salsa, en la balada y en el pop rock, cómo no sucedería también con el merengue—, el ingenioso intérprete es autor de su hit «Jhoselyn», escrito en colaboración con Ramiro Taveras; «Señorita», «El motor», «Te llevaré», «Te quise tanto», «Billete pelao», «Ven, llévame contigo», todos de 1983. Un año después, compone «El repollo», «Así no vale», «Ellas», «Si la ven», «El alicate», «Me gustan todas», y en 1985 estrena «Nena», un merengue sin desperdicios. La popularidad de sus propuestas empieza a perder terreno cuando en 1986 publica «Qué voy a hacer», «Te vas», «Yo», «El candado del amor», «Dormir contigo», «Rabiosa no» y «Tú, mi cigarrillo ». También compuso otros temas menos conocidos: «Se va la vida», «La india», «Por qué», «Honey», «Mi campesina» y «Sandra».

A algunos les sorprendería el aporte que provino de Carlos David, un intérprete que tampoco se valora con justicia. De su autoría es el éxito «Hoy río yo», que grabó Bonny Cepeda en 1982. Suyo es el tema «El gufeo», también del Mandamás, período en el que produjo «O sí o no», «El perico», «A mí nada me cae», «La apariencia engaña», «Fin de semana», «Su mujer es mi mujer», «No estoy llorando» y «¿Por qué la amo?». Fue uno de los intérpretes premium que pasó por la orquesta de Bonny, posteriormente integró junto a Alex Bueno la Orquesta Liberación y concluyó con su propio proyecto, como otros tantos que se lanzaron de manera independiente al ruedo probando suerte en una época de zafra, y continuó en los 90 escribiendo canciones que grabó por su cuenta.

El ingrediente de la picardía, el doble sentido, con una buena dosis de graciosidad, tuvo en La Patrulla 15 uno de sus exponentes más populares. Con asiento en Puerto Rico, lograron mantener contacto con los dominicanos, con una discografía en la que destacan composiciones de su cantante líder, Jossie Esteban. En 1984 se estrenó «Tengo una mamá», y poco después colocaron en el mercado «El coco», «Dame un beso» —una canción bellísima—, «La caballá» y «Pelú». Los aportes del compositor incluyen «El muchachito», «El can», «Pirulo», «Enamoraíto», «Las mujeres» y «Si tú me dices ven». La Patrulla 15 era cosa de dos. El otro ejecutor de primera línea era Alberto Ringo Martínez, que incursionó con puntualidad en el oficio de la composición. De su impronta la orquesta publicó en 1982 «Sin tu cariño» y «Ay, ay, ay»; y dos años después estrenaron «Yo me siento enamorao», uno de sus emblemáticos merengues. Ringo escribiría «Seguro que sí», «En dónde estás», «Te quiero, te quiero», «Te voy a hacer llorar», «¿Qué, ajá?», «El moreno está», «Ya no puedo seguir así», «El tiguerón», «Que me vengo cayendo», «Sopita de Cabro» y «Regálame esta noche».

La capacidad creativa en uno de los períodos de mayores logros para el ritmo nacional, el del grupo que integraron Cuco Valoy, Bonny Cepeda, Ramón Orlando Valoy, Carlos Manuel (el Zafiro), Aramis Camilo, Carlos David, Jossie Esteban y Alberto Ringo Martínez, produjo sus frutos: una discografía que perdura en el tiempo, una muestra significativa de personas que se destacaron en múltiples facetas, es decir, cantaban, tocaban uno o varios instrumentos, producían, se involucraban en el proceso de los arreglos y componían. Ellos supieron servir de complemento al trabajo auténtico que correspondió a una generación de compositores que engrosó sustancialmente ese cancionero.

Un merengue con letras
Mientras en cada rincón de la geografía nacional se expandía el sonido que patentizaron los máximos exponentes del merengue en los 80, se empezaban a revelar nuevos talentos de la composición, por un lado, o se afianzaban otros que venían haciendo sus aportes en décadas anteriores. Luis Días (1953-2009), que recorrió el país como parte de un proceso de estudio e investigación folclórica en los años 70, es autor del clásico «El guardia del arsenal», grabado originalmente en 1981 por Sandy Reyes cuando pertenecía a El Equipo junto a Dioni Fernández. July Mateo y Los Hijos del Rey enriquecieron su repertorio con algunas de sus canciones, pero es en 1985 con «Carnaval» —o «Baila en la calle», como se conocería popularmente— cuando Fernandito Villalona le da una dimensión mayor a su pluma. «Ay, ombe», versionado por Sergio Vargas en 1995, y otras de sus composiciones se convirtieron en grandes éxitos gracias al negrito de Villa, como es el caso de «Marola», «La novia» y «Las vampiras».

Compositor, poeta y publicista, Ramoncito Díaz —no confundir con el otro compositor Ramón Díaz (1901-1976)— fue uno de los principales creadores de la música popular que forjó en el tiempo una prolífica obra adornada por grandes éxitos interpretados por exponentes de diferentes épocas. La mayoría de los artistas y las orquestas de merengue que trascendieron en los 70 y principalmente en los 80 grabaron sus canciones. Su legado empezó a conformarse a partir de 1967 cuando Johnny Pacheco graba «Quítate el chaquetón», y a finales de los 70 El Beduino pone voz a «Wilfrido dame un consejo» y «Jeremías», punto de partida de lo que será un cancionero incomparable que trascendió en los 80.

Casi todos los exponentes del merengue de los años dorados apelaron a su buen gusto musical y su facilidad para escribir canciones que conectaban con la realidad del momento y que eran abrazadas por el gran público con entusiasmo: «Tu va’ vei», Jossie Esteban y La Patrulla 15 (1979); «El very well», Cheché Abreu (1970); «No te imaginas», Johnny Ventura (1980), «Las mujeres no son de nadie», Luis Ovalles (1982); «El loco y El batidor», Freddy Kenton (1983); «Un pie aquí y otro allá», Sandy Reyes (1983); «Anjá, unjú», July Mateo (Rasputín); «Sin tambora no hay merengue», Jerry Legrand (1984); «Llévatelo todo, Milly», Jocelyn y Los Vecinos (1984), «Ruega por nosotros» y «Esto no lo aguanta nadie», de Wilfrido Vargas. Todas estas comprenden tan solo una muestra de su portentosa obra musical. Ramoncito Díaz es uno de los compositores prominentes con los que contó el merengue en ese fecundo período.

En este repaso por la discografía esencial de los 80 se puede advertir que Luis Kalaff (1916-2010), el compositor dominicano más prolífico, es dueño de una selecta lista de éxitos entre los cuales destacan: «La tuerca», Los Hijos del Rey (1980); «Acuérdate de mí», «Sinfonía de amor», Dioni Fernández y El Equipo (1981), orquesta que también popularizó en 1982 «El colorao» y «La mina». Wilfrido Vargas grabó «La batidora» (1982). Merengueros de primer orden como Johnny Ventura le grabó «Las mujeres»; Los Kenton echaron mano a «La coquetona», y Milly, Jocelyn y Los Vecinos enriquecieron su repertorio con sus composiciones «Mundo vagabundo», «Pa’ después venir llorando» y «Se formó el rumbón» (1985). Quizás no es de conocimiento de muchos que «Fiesta y fiesta», de Dioni Fernández, es de la autoría de Kalaff, así como también «Qué chulería » y «La cama», que grabó Musiquito, y muchas otras canciones que forman parte de la creatividad y diversidad artística del inolvidable compositor dominicano.

El talento emergió a lo largo de la década desde todos los ámbitos. Incluso desde el periodismo y la comunicación destacan nombres de figuras que hicieron aportes significativos a este interminable repertorio. Uno de ellos es Huchi Lora, que entre sus primeras creaciones debe a Rafael Solano la grabación en 1976 de «Enciende la victrola» y «Caramba ay Ñico». Su gran amigo Johnny Ventura hizo lo propio diez años después, en 1986, con «El prójimo» y «Qué pena»; Belkys Concepción acogió «Titubeo», Aníbal Bravo grabó «Pa’ lo pie» y Wilfrido Vargas eligió «Esta no es su mesa», que el reconocido comunicador escribió en colaboración con Frank Moya.

Johnny Ventura es el merenguero que más composiciones de Huchi Lora grabó y popularizó. De 1987 son «Si vuelvo a nacer», «La puerta de la alegría», «Un amor de cuerpo entero», «El olor de la lluvia», uno de los merengues más hermosos de su repertorio. Un año después vuelven a coincidir en colaboración para producir «La resaca», «Las muchachas», «Estúpidos tres», «El poeta», «El muerto parrandero», «Aniversario», «Quiero ser artista, «Homenaje a Ñico Lora» y «Seca meca».

Poco crédito se le concede al insuperable Juan Luis Guerra, que, junto a su grupo 4-40, estrenó antes de concluir la década de los 80 tres de sus elepés que pertenecen a ese sonido inconfundible, antes de publicar en 1990 Bachata rosa, el disco que dimensionó su carrera a nivel internacional. Soplando (1984) es algo experimental, totalmente divorciado de lo que dio personalidad rítmica a los años dorados. Pero en 1985 edita Mudanza y acarreo, que incluye «Ella dice», «Réquiem sobre el Jaragua » y sigue con «Si tú vas» y «Elena». Dos años después, Juan Luis continúa engrosando la lista de canciones que lo ubican en el epicentro de los grandes creadores de ese período. Saca Mientras más lo pienso tú ( 1987), c on «Guavaberry», «Tú», «Amor de conuco» y «No me acostumbro», además de dos piezas admirables: «Me enamoro de ella» y «¡Ay! mujer».

En la frontera con el año 1990, cuando ya se iba cerrando el ciclo, el célebre cantautor dominicano publica Ojalá que llueva café (1989). Un álbum que tanto se puede clasificar en este tiempo como en el que iniciaba con la nueva década. Un merengue bailable, más comprometido con la causa social, sin perder su conexión con el romanticismo, de los que forman parte «Visa para un sueño», «De tu boca», «La gallera» y «Reina mía». Debido a que debutó en esa línea musical en 1985, Juan Luis Guerra no tuvo el tiempo suficiente para producir una obra prolífica, pero sí saca la cabeza como uno de los artistas a tomar en cuenta debido a la popularidad, calidad y sensibilidad de su discografía.

Del ámbito de la locución, la comunicación y la producción de televisión se destaca el gran Yaqui Núñez del Risco (1939-2014), que combinó su versatilidad artística, además, con la composición. Un hombre que tuvo una sensibilidad admirable para cultivar el arte, que contribuyó a enriquecer el estilo acompasado, romántico y bailable del ritmo nacional que se produjo en los años 80. Con la participación de Dioni Fernández y Sandy Reyes escribió «Yo quisiera» (1980); en colaboración con Jorge Taveras escribió «Yo te amo», mientras que el Mayimbe inmortalizó «Compañera». Otras de sus composiciones: «Estamos en campaña», El Sonido Original (1982); «El merengue es un abrazo», Dioni Fernández (1982); «Aniversario de amor», en coautoría con Jorge Taveras y Johnny Ventura (1982); «Tú distinto, yo distante», Milly, Jocelyn y Los Vecinos (1983); «Me la busco como un toro», Cuco Valoy (1983); «El gran poder», Las Chicas del Can (1983); «No es lo mismo ni es igual», Diony Fernández (1984) y «Tú eres mi size», que grabó July Mateo, Rasputín.

De otros ámbitos relativamente vinculados, se reveló Jaime Shanlate, el abogado, decimero y escritor de coplas en la era del «Calientísimo del 9» de Roberto Salcedo y Julio César Matías (Pololo). Incursionó en el arte cuando contrajo matrimonio con la cantante Sira Medina. Autor de una discografía entre la que destacan varios éxitos popularizados por los merengueros de mayor pegada entre 1982 y 1985. «En qué parará la cosa», Luis Ovalles (1982); «Tu mamá y mi mamá», Musiquito (1982); «Tres minutos» —con créditos compartidos con Rafael Vásquez—, Milly, Jocelyn y Los Vecinos (1983); «El funcionario» — coautor Manuel de Jesús— (1983); «El lamento» —coautor Wilfrido Vargas—, «La yola» —coautor Sonny Ovalle—, «El avión», todos grabados por Wilfrido Vargas en 1983; «Palo con ella» y «Te sale mal», Los Kenton (1983); «Fiquito y Toño» —coautor Johnny Ventura— (1983).

Shanlate sumó a esos hits radiofónicos que fueron abrazados por el público desde su estreno «El ensalte», que compuso junto a Chucky Acosta, grabado por el Conjunto Quisqueya (1983); «No me abandones Margot», Bonny Cepeda (1983); «Yo lo coloco y ella lo quita», Musiquito (1983); «Pin pun como tú», Grupo Félix (1984); «Igual que el año pasao», «Ojo pelao» —ambos en coautoría con Tito Kenton—, Los Kenton (1984); «El merengue y su nacionalidad», «Festival del amor», Grupo Félix (1985); «Quiero ser paloma», Belkis Concepción (1985); y «Tengo hambre de ti», grabado por Musiquito (1985).

¿Qué sucedió en esa década, cuando se produjo un fenómeno en el universo merenguero que no se ha vuelto a repetir? Los factores son varios, se necesitaría un análisis desde otras perspectivas, pero sí hay que reflexionar sobre el papel que jugaron los compositores dominicanos durante este ciclo. Ampliando la lista de los nombres que menciono más arriba, se pueden apreciar merengues que se convirtieron en clásicos, gracias al prolífico don creativo de esa generación. En ese grupo debo incluir a Mario Díaz, Melvin Rafael, Fulton Vásquez, Rento Arias, Aníbal Bravo, Leonardo de Jesús, José Peguero, Confesor Rosario y Frantoni Santana.

No es que la figura del compositor haya desaparecido del ámbito musical popular, en este caso del merengue, pero resulta muy difícil en la actualidad —o en los 90 y qué decir de los 2000— identificar un cancionero que se equipare medianamente a la obra de los talentosos artistas de la pluma y de la música abordados en este escrito que se desarrolló en esa admirable etapa de los años dorados. El merengue no ha desaparecido, como sí sucedió con otros estilos o ritmos, entre ellos la salve, el pambiche, eso que se conoció como bolemengue, pero nada volvió a ser lo que un día fue. Ni es lo mismo ni es igual, lo que provoca una triste sensación, casi como si hubiese ocurrido una desaparición real.


3 comments

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