Este artículo analiza el fenómeno de la militarización femenina en la región del Caribe insular y de manera particular en la República Dominicana. En él se plantea la interrogante de si la incorporación de personal femenino en los ejércitos caribeños y dominicano ha respondido o no a procesos de modernización y democratización interna de la instituciones castrenses, o si en última instancia ha generado transformaciones sustantivas en la estructura institucional y en el ethos de sus fuerzas armadas. la experiencia dominican a Algo ha cambiado desde los días en que el diminuto celaje parapetado tras el cristal del vehículo que entraba triunfantemente en la Managua pos Somoza, mostraba del rostro semicubierto de Dora María Téllez, entonces conocida como la “Comandante Dos”.
Esa imagen recorrería el mundo como una proclama sobre la capacidad de las fuerzas irregulares no sólo de incorporar mujeres en sus tropas, sino también de reconocer sus esfuerzos, confiriéndole autoridad y jerarquía a un sector de la población que hasta entonces había jugado sólo un rol preponderante en el terreno del martirio y la victimización. Entonces, el debate feminista sobre la participación de las mujeres en el uso de la fuerza, se dirimía alrededor de la subsunción de la cuestión de género a la cuestión de los conflictos de clase. Lo cierto es que en América Latina éste era un hecho sin precedentes y en cierta medida develaba el otro debate subyacente: la notoria ausencia de mujeres que elegían como carrera la profesión militar. En contraste con la profusa participación de mujeres en las fuerzas irregulares o los movimientos de “lucha de todo el pueblo”, su intervención en las fuerzas armadas latinoamericanas y caribeñas, en condición de soldados, ha sido frecuentemente cooptada o cuando menos, condicionada. Su incorporación a filas y su proceso de movilidad interno constituyen un fenómeno relativamente reciente en América Latina y el Caribe. Como ilustración, resulta relevante el hecho de que en la República Dominicana, menos de media docena de mujeres ocupen una alta posición en la jerarquía castrense, en un contexto donde predomina la tendencia al generalato masculino1 .
El fenómeno puede ser interpretado a partir de por lo menos dos ejes analíticos que dan cuenta de dinámicas de cambios sociales: los procesos de democratización que a diferentes niveles han tenido lugar en América Latina y los procesos de modernización institucional. El argumento aquí es que ambos fenómenos, democratización y modernización institucional, pese a que parecerían ser los catalizadores de procesos de diversificación genérica al interior de las fuerzas armadas, sin embargo, por lo menos en la experiencia caribeña y con mayor particularidad en el caso dominicano, no han probado ser realmente determinantes en la incorporación de mujeres en el ámbito castrense. Este trabajo se adscribe a la postura teórica de las feministas antimilitaristas, en el sentido de propugnar una racionalización drástica de las fuerzas armadas en el Caribe, dada la ausencia de hipótesis de agudos conflictos interestatales y la creciente determinación ciudadana en las respectivas sociedades de considerar el área como zona de paz. No se deja de reconocer, sin embargo, la validez de los argumentos esgrimidos por las denominadas “feministas militaristas igualitarias”, respecto a las posibilidades que en términos ocupacionales y en tanto que sujetos profesionales, podría ofrecer su eventual incorporación a las fuerzas armadas. El contrapunto de ambas teorías -por lo general colocadas en términos mutuamente excluyentes- ofrece un escenario más realista sobre las limitaciones y disposiciones discriminatorias que afectan el espacio de ciudadanización femenina, en una arena sumamente controvertida simbólica e ideológicamente, dado el manejo de la violencia que le es inherente y donde, como bien señala Nancy Goldman, “la posición de la mujer tiende a ser limitada”2 .
A la luz de estos parámetros, la interrogante fundamental es: ¿en qué medida el ingreso de las mujeres a las fuerzas armadas realmente representa un movimiento hacia la una ciudadanización cualificada? Si, efectivamente, en adición a la apertura, la institución es capaz de realizar ajustes que garanticen la movilidad de las mujeres hacia posiciones de jerarquía y manejo del mando -para lo cual resulta imprescindible la existencia de un sistema normativo de evaluación, reconocimiento y sanción- podría decirse entonces que en adición a esta ciudadanización, estamos en presencia de un proceso de modernización y democratización de la institución y de la sociedad. Si, por el contrario, la apertura aparece contrarrestada por un techo de cristal (glass ceiling), sustentado en un sistema de códigos patriarcales que limitan su movilidad interna, esta incorporación termina siendo instrumentalizada en lo político, generalmente a través de un discurso mediatizado y más bien maniqueísta, que sacrifica el escalonamiento por el ingreso. En un escenario tal, podría suceder que la apertura (con fines de lograr mayor legitimidad institucional) acabe festinando la movilidad ascendente en detrimento de la profesionalización femenina, y a la larga, restándoles aún más poder, en la medida en que, el hecho de no ocupar posiciones militares jerárquicas de mando limita su incidencia en los niveles de toma de decisiones y frente a los estamentos subalternos. El contexto teórico “Las corporaciones ahora son percibidas como lugares de reproducción de un cierto orden de género…las mujeres que entran en esa arena están sujetas a encarar el doble dilema del tokenismo: ser previsibles en tanto que miembros de su grupo e invisibles en tanto que individuos”3 .
La literatura norteamericana y europea que trata el tema de la incorporación de la mujer al ámbito militar describe estándares y realidades en cierta medida ajenos a las latinoamericanas y caribeñas. Parte de esa literatura ha puesto especial énfasis en el abordaje de la cuestión ocupacional y los impactos en los estándares de vida de las mujeres que optan por la carrera militar y en la economía en su conjunto (Dais, 1994; Enloe, 1994; Kanter, 1977; Moskos, 1977, 1985; Dunivin, 1988; Janowitz, 1977; Goldman, 1978; Caforio, 1988). De acuerdo con estos autores, cuyo trabajo se centra en Estados Unidos, el soldering -o la conversión en soldados ha conllevado un proceso de reconversión institucional, desde una dimensionalidad tradicionalmente sustentada en un explícito simbolismo masculinizante, a otra de carácter esencialmente ocupacional, sugiriendo un acercamiento racionalista, que tiende a “proveer un prisma sobre los cambios institucionales estructurales”, al tiempo que enfatiza los supuestos “beneficios políticos, económicos y éticos que las mujeres pueden obtener teniendo acceso al sistema militar o participando en momentos críticos como guerras o conflictos bélicos de envergadura”4 . En la experiencia latinoamericana, el estatus de la discusión sobre la participación de mujeres en el ámbito militar confronta el debate de la invisibilidad del trabajo femenino pagado y de la incorporación de la mujer al mercado laboral. Esto es particularmente cierto para la mayoría de los países que componen la región del Caribe, donde el ingreso de las mujeres al ejército sigue un patrón de late commers o integración tardía en cuanto a ocupar posiciones relevantes se refiere. Por consiguiente, su análisis sigue siendo no menos incipiente. Otra parte de la literatura en cierta medida mantiene una relación con la anterior, aunque mira más a la cuestión de la realización de los sujetos en clave democrática, a partir de sus procesos de ciudadanización. De esta suerte, una rápida revisión de los argumentos a favor o en contra de la feminización de la carrera militar y su impacto en los procesos de democratización desde una perspectiva feminista, permite destacar por lo menos dos corrientes paradigmáticas, generalmente contrapuestas.
Por un lado, las autodenominadas feministas antimilitaristas, que, de acuerdo con Ilene Rose Feinman, “se oponen a lo militar por su uso de la diplomacia violenta, por demás asociada al virulento masculinismo de la cultura militar”. Su análisis, según Feinman, “demuestra que los aparatos sociales, políticos y económicos que conforman el militarismo masculinista descansa en la opresión de la mujer”. La otra perspectiva sintetizada en la corriente teórica denominada feminismo igualitario militarista (feminist egalitarian militarists), insiste en que “es el derecho y la responsabilidad de la mujer el desempeñar servicio marcial, porque el mismo deviene en el sine qua non de la igualdad y de una ciudadanización completa”5 . En este caso, la incorporación de mujeres en la esfera militar no sólo ha implicado la expansión de sus roles y oportunidades profesionales, sino que también ha contribuido a la ampliación y consolidación del sujeto ciudadano, en la medida en que las mujeres asumen sus plenos derechos y responsabilidades en la misma proporción que sus contrapartes masculinos6. Esta corriente empuja el acceso a todas las especialidades militares, al establecer que, “tanto a las mujeres como a los hombres deberían asignárseles trabajos para los cuales estén calificados, basándose en los requerimientos del puesto y Dahiana M. González, primer teniente paracaidista F.D.A. revisando los paracaidas antes de saltar, en la Base Aérea de San Isidro. 44 no en generalizaciones de género”7 . De forma paralela subyace la cuestión del contexto estratégico y el momento político en que se produce esa incorporación. La pregunta que se hace Feiman, -”¿por qué ahora?”-, resulta más que pertinente, en momentos en que se está interpelando seriamente el perfil todavía preponderante de las fuerzas armadas en el equilibrio cívico-militar en América Latina y en algunos casos se está incluso proponiendo su reducción, en virtud de los costos que representa una desproporcionada inversión en este campo. Finalmente, otra vertiente en el ámbito de la sociología ocupacional no menos influyente en la literatura que aborda este tema, se acerca a la cuestión desde una perspectiva estructuralista. Rosabeth Moss Kanter presenta un modelo de variables que busca demostrar cómo las actitudes y comportamientos de los individuos que ingresan o conforman la corporación constituyen una función de tres determinantes organizacionales: la estructura de oportunidades (expectativas y prospectos sobre movilidad ascendente, promoción, etcétera); estructura de poder (capacidad de alcanzar metas, sea por las características del trabajo o por alianzas informales), y la proporción relativa de la distribución por sexo. En esta tesitura, un aspecto a explorar, sino en este artículo en trabajos posteriores, buscaría responder a la pregunta de en qué medida la feminización de la carrera militar ha conllevado procesos de toma de conciencia de género (gendering), en el sentido, no sólo de empoderar a las oficiales, sino también de modificar el carácter masculino de la profesión y la práctica militar (demasculinización). De igual manera, al realizar cambios institucionales a fin de ajustar estándares de entrenamiento, relaciones jerárquicas y de género, es válido preguntarse de qué forma ello ha contribuido a hacer más igualitarias las relaciones al interno de la institución, o, aún cuando sea en un sentido figurado, a “democratizar” las fuerzas armadas. No es la intención de este trabajo abundar y mucho menos probar la hipótesis de Kanter sobre “números relativos”. Sin embargo, la información que se maneja aquí parece confirmar la certeza de la correlación propuesta en la categoría “grupos disímiles” (skewed group), que establece que, en un conjunto constituido en base a una proporción de 85:15, el grupo emblemático (token group) termina adaptándose a la cultura dominante.
La propuesta teórico/metodológica de Kanter permite elaborar un acercamiento diferente, que sugiera otra lectura para la realidad en el Caribe. De esta suerte, enfatizando más en los aspectos contextuales (políticas discriminatorias) que en los aspectos meramente subjetivos (percepciones), puede uno tratar de acercarse a la cuestión de los desempeños de roles en una subcultura predominantemente masculina. Así, si los tres componentes sugeridos por la autora, tokenismo, estructura de oportunidades y de poder, resultan ser interdependientes, es posible obtener el siguiente escenario en cuanto al desempeño institucional de las militares dominicanas. Expectativas La búsqueda de legitimidad y proyección de moderni Eliana Zorrilla Mendoza, cadete de 3er. año E.N. (Ejército Nacional), pasando revista en el patio de la Academia Militar «Batalla de las Carreras», en San Isidro. dad de la institución castrense ofrece una estructura de oportunidades favorable a una mayor apertura y diversidad institucional, lo cual contribuye a elevar las expectativas por parte de las mujeres para ingresar a las fuerzas armadas. Sin embargo, debido a la estructura de poder predominante -tanto a nivel de la institución como de la sociedad dominicana- de carácter esencialmente machista y discriminatoria, esta alta expectativa de preingreso encuentra un “techo de cristal” que tiende a reducir sus posibilidades de movilidad y realización profesional una vez adentro. La vía más plausible que muchas de estas mujeres han encontrado para lograr ascender o aprovechar la estructura de oportunidades descansa nuevamente en la adaptación a la cultura dominante, en lugar de contestarla. Así, a través de un proceso de asimilación cultural, es decir, asumiendo los códigos de informalidad que ofrece la subcultura militar, caracterizada por un marcado ascendente paternalista, prebendalista y clientelar (elementos también comunes a la sociedad dominicana), en oposición a los códigos institucionales que estarían supuestos a regir e imponer la carrera y el servicio militar, algunas pueden lograr ascensos, reconocimientos y mejoría salarial hasta cierto nivel.
El Caribe en el gran espectro Los pequeños Estados del Caribe poseen, en adición a su tamaño y creciente vulnerabilidad geográfica, la particularidad de compartir un pasado reciente de descolonización, dependencia económica y ocasionalmente política, con sus antiguas metrópolis y muy especialmente con Estados Unidos. Sus ejércitos son, en gran medida, un reducto de esa influencia externa o un esfuerzo posterior de las elites políticas y económicas por establecer el control territorial. Fruto de esto, permanecen marcados por una conformación híbrida entre fuerzas de defensa y de seguridad interna. En contraste con las experiencias transformadoras que han experimentado los ejércitos europeos y el norteamericano (Sebesta, 1994; Addis, 1994), en términos organizacionales, doctrinales, valorativos y de prácticas, las fuerzas armadas latinoamericanas, y particularmente las caribeñas, han seguido un patrón más bien conservador y ciertamente tardío de innovación, modernización y adaptabilidad. En su mayoría, las instituciones castrenses caribeñas apenas han logrado definir y mucho menos poner en práctica doctrinas autóctonas adecuadas a su realidad social y geopolítica. En algunos casos carecen de políticas de defensa actualizadas y de aparatos burocráticos sofisticados e inclusivos, que hagan viable la participación de civiles, especialmente en el diseño y monitoreo de políticas de defensa y seguridad. Políticas de transparencia y mecanismos de rendimiento de cuentas no son considerados aspectos relevantes e imprescindibles para el logro de la legitimidad requerida para establecer un consenso ciudadano sobre recursos materiales y humanos invertidos en el ámbito de la seguridad. En virtud de todo esto, la pregunta de en qué medida la incorporación de mujeres ha coadyuvado a realizar procesos de reconversión institucional y, logrado esto, de Dulce Milagros Gómez, Mayor Licenciada Bioanalista. Laboratorio del Hospital Militar Ramón de Lara, Santo Domingo. 46 qué forma ha posibilitado una mejoría en la condición de la mujer profesional, parece estar sujeta a la cuestión de la naturaleza misma y la función de las fuerzas armadas. Ello así, porque, como bien destaca Lorenza Sebesta, “existe el peligro de que el consenso de las mujeres sobre la apertura de las fuerzas armadas en su favor, con la intención abstracta de facilitar la adquisición de sus derechos, desvíe la atención de las debilidades reales que confrontan las fuerzas armadas y actúa indirectamente como un paliativo para mantenerlas tal y como son en la actualidad”8 .
Como bien puntualiza esta autora, “antes de soportar la hipótesis de apertura de las fuerzas armadas a las mujeres, es necesario cuestionar la naturaleza de la institución a la cual las mujeres son llamadas a formar parte, así como la naturaleza del sistema político del cual dichas institución resulta ser una expresión”9 . En democracias emergentes como las caribeñas, el papel que pueden jugar los ejércitos en los procesos de consolidación pasa por la asunción de un concepto más amplio de la seguridad y también más inclusivo. Supone igualmente la apertura hacia una interacción a niveles intraestatales y extraterritoriales con otras fuerzas, modelos y actores no tradicionales, y con ello, un cambio paradigmático en los códigos, actitudes y practicas. Un testing case del influjo que estos cambios pueden ejercer en la capacidad de ajuste y “reciclaje” institucional es precisamente la incipiente feminización del servicio militar en los pequeños estados caribeños. Si asumimos como un hecho cierto la influencia de las diferencias biológicas y físicas atribuibles al carácter genérico de ciertos oficios en tanto que impedimentos y limitaciones en la dinámica de distribución de responsabilidades, reconocimientos y ascensos, podría esperarse que en sociedades como las caribeñas, donde el énfasis en la seguridad interna minimiza los riesgos involucrados en la guerra o la confrontación bélica, al menos las mujeres tendrían mayores oportunidades de inclusión, reconocimiento y promoción. Una mirada más detenida al tipo y la calidad de la incorporación femenina reclama la tesis de igualdad de oportunidades ocupacionales para las mujeres en el servicio militar. Como es posible constatar para el caso de los ejércitos del Caribe, el tratamiento desigual subyacente en los roles y misiones tradicionales constituye una tendencia aún más marcada en la medida en que las fuerzas de seguridad se orientan más hacia la seguridad interna que a la defensa.
La experiencia dominicana La diversificación genérica y el creciente reposicionamiento de la mujer en el seno de la estructura vertical de las fuerzas armadas, junto con la asunción de sus roles cambiantes, ha sido comúnmente considerado reflejo y a la vez desencadenante de cambios sociales y culturales. Estos cambios con frecuencia son entendidos como resultado de procesos más integrales de institucionalización y modernización de instancias representativas y corporativas, como es el caso de los organismos castrenses (Goldman, 1978; Howes, Ruth H. Y Michael R. Stevenson, 1993 )10. En términos generales, las mujeres dominicanas dad de la institución castrense ofrece una estructura de oportunidades favorable a una mayor apertura y diversidad institucional, lo cual contribuye a elevar las expectativas por parte de las mujeres para ingresar a las fuerzas armadas. Sin embargo, debido a la estructura de poder predominante -tanto a nivel de la institución como de la sociedad dominicana- de carácter esencialmente machista y discriminatoria, esta alta expectativa de preingreso encuentra un “techo de cristal” que tiende a reducir sus posibilidades de movilidad y realización profesional una vez adentro. La vía más plausible que muchas de estas mujeres han encontrado para lograr ascender o aprovechar la estructura de oportunidades descansa nuevamente en la adaptación a la cultura dominante, en lugar de contestarla. Así, a través de un proceso de asimilación cultural, es decir, asumiendo los códigos de informalidad que ofrece la subcultura militar, caracterizada por un marcado ascendente paternalista, prebendalista y clientelar (elementos también comunes a la sociedad dominicana), en oposición a los códigos institucionales que estarían supuestos a regir e imponer la carrera y el servicio militar, algunas pueden lograr ascensos, reconocimientos y mejoría salarial hasta cierto nivel. El Caribe en el gran espectro Los pequeños Estados del Caribe poseen, en adición a su tamaño y creciente vulnerabilidad geográfica, la particularidad de compartir un pasado reciente de descolonización, dependencia económica y ocasionalmente política, con sus antiguas metrópolis y muy especialmente con Estados Unidos. Sus ejércitos son, en gran medida, un reducto de esa influencia externa o un esfuerzo posterior de las elites políticas y económicas por establecer el control territorial. Fruto de esto, permanecen marcados por una conformación híbrida entre fuerzas de defensa y de seguridad interna. En contraste con las experiencias transformadoras que han experimentado los ejércitos europeos y el norteamericano (Sebesta, 1994; Addis, 1994), en términos organizacionales, doctrinales, valorativos y de prácticas, las fuerzas armadas latinoamericanas, y particularmente las caribeñas, han seguido un patrón más bien conservador y ciertamente tardío de innovación, modernización y adaptabilidad.
En su mayoría, las instituciones castrenses caribeñas apenas han logrado definir y mucho menos poner en práctica doctrinas autóctonas adecuadas a su realidad social y geopolítica. En algunos casos carecen de políticas de defensa actualizadas y de aparatos burocráticos sofisticados e inclusivos, que hagan viable la participación de civiles, especialmente en el diseño y monitoreo de políticas de defensa y seguridad. Políticas de transparencia y mecanismos de rendimiento de cuentas no son considerados aspectos relevantes e imprescindibles para el logro de la legitimidad requerida para establecer un consenso ciudadano sobre recursos materiales y humanos invertidos en el ámbito de la seguridad. En virtud de todo esto, la pregunta de en qué medida la incorporación de mujeres ha coadyuvado a realizar procesos de reconversión institucional y, logrado esto, de Dulce Milagros Gómez, Mayor Licenciada Bioanalista. Laboratorio del Hospital Militar Ramón de Lara, Santo Domingo. 46 qué forma ha posibilitado una mejoría en la condición de la mujer profesional, parece estar sujeta a la cuestión de la naturaleza misma y la función de las fuerzas armadas. Ello así, porque, como bien destaca Lorenza Sebesta, “existe el peligro de que el consenso de las mujeres sobre la apertura de las fuerzas armadas en su favor, con la intención abstracta de facilitar la adquisición de sus derechos, desvíe la atención de las debilidades reales que confrontan las fuerzas armadas y actúa indirectamente como un paliativo para mantenerlas tal y como son en la actualidad”8 . Como bien puntualiza esta autora, “antes de soportar la hipótesis de apertura de las fuerzas armadas a las mujeres, es necesario cuestionar la naturaleza de la institución a la cual las mujeres son llamadas a formar parte, así como la naturaleza del sistema político del cual dichas institución resulta ser una expresión”9 . En democracias emergentes como las caribeñas, el papel que pueden jugar los ejércitos en los procesos de consolidación pasa por la asunción de un concepto más amplio de la seguridad y también más inclusivo. Supone igualmente la apertura hacia una interacción a niveles intraestatales y extraterritoriales con otras fuerzas, modelos y actores no tradicionales, y con ello, un cambio paradigmático en los códigos, actitudes y practicas. Un testing case del influjo que estos cambios pueden ejercer en la capacidad de ajuste y “reciclaje” institucional es precisamente la incipiente feminización del servicio militar en los pequeños estados caribeños. Si asumimos como un hecho cierto la influencia de las diferencias biológicas y físicas atribuibles al carácter genérico de ciertos oficios en tanto que impedimentos y limitaciones en la dinámica de distribución de responsabilidades, reconocimientos y ascensos, podría esperarse que en sociedades como las caribeñas, donde el énfasis en la seguridad interna minimiza los riesgos involucrados en la guerra o la confrontación bélica, al menos las mujeres tendrían mayores oportunidades de inclusión, reconocimiento y promoción. Una mirada más detenida al tipo y la calidad de la incorporación femenina reclama la tesis de igualdad de oportunidades ocupacionales para las mujeres en el servicio militar. Como es posible constatar para el caso de los ejércitos del Caribe, el tratamiento desigual subyacente en los roles y misiones tradicionales constituye una tendencia aún más marcada en la medida en que las fuerzas de seguridad se orientan más hacia la seguridad interna que a la defensa.
La experiencia dominicana La diversificación genérica y el creciente reposicionamiento de la mujer en el seno de la estructura vertical de las fuerzas armadas, junto con la asunción de sus roles cambiantes, ha sido comúnmente considerado reflejo y a la vez desencadenante de cambios sociales y culturales. Estos cambios con frecuencia son entendidos como resultado de procesos más integrales de institucionalización y modernización de instancias representativas y corporativas, como es el caso de los organismos castrenses (Goldman, 1978; Howes, Ruth H. Y Michael R. Stevenson, 1993 )10. En términos generales, las mujeres dominicanas Pelotón de mujeres desfilando en el patio de la Base de la M.D.G. (Marina de Guerra), Santo Domingo. ciertamente han logrado interpelar códigos culturales y esquemas tradicionales de incorporación desde los diferentes estratos de clase desde donde provienen. El liderazgo femenino es evidente en el ámbito empresarial, político y social. Sin embargo, llama la atención el hecho de que las dos instituciones donde se registra mayor resistencia a ceder espacios a las mujeres han sido precisamente los partidos políticos y las estructuras militares. La mujer ingresó en las Fuerzas Armadas dominicanas a mediados de los años 7011. En el año 1981 se crea el Cuerpo Médico Femenino, incorporándose el primer grupo de oficiales compuesto por cuatro mujeres: dos provenientes del Ejército, una de la Marina de Guerra y una de la Fuerza Aérea, bajo los rangos de teniente y capitán. En estas dos décadas las mujeres oficiales han realizado esencialmente funciones profesionales y, pese al hecho de que en algunos casos ocupan rangos de General de Brigada, ninguna posee funciones de mando. Ninguna mujer ocupa posiciones directivas, pese a cumplir con los requisitos que dichos puestos demandan; ninguna dirige un batallón o brigada, y en su mayoría están confinadas a las posiciones de auxiliares.
El reposicionamiento del personal femenino en cargos direccionales constituye un reto para el nuevo liderazgo militar y político y para las nuevas generaciones de oficiales. En virtud de esta situación y como señaláramos al inicio, se colige que la tendencia de la incorporación de mujeres a las filas castrenses en la experiencia dominicana no necesariamente ha respondido a procesos de democratización, entendidos en el sentido de plena ciudadanización, como tampoco necesariamente de modernización institucional. Más bien ello ha podido deberse más a iniciativas de búsqueda de legitimidad que a procesos de cambios estructurales, corroborándose así la observación de Elisabetta Addis, en el sentido de que, “la iniciativa de abrir las fuerzas armadas a las mujeres ha ayudado a reestablecer la legitimidad de esta institución, que en muchos países durante la década de los 70 había entrado en crisis de consenso público”. Obviamente, esta apertura ha estado contrapunteada con los inconvenientes que el servicio militar femenino ha impuesto en términos de ajustes estructurales psicológicos y organizacionales indeseables12 . En 30 años En un período de 30 años, la profesionalización militar femenina ha registrado mejoras. Algunas oficiales superiores consideran que se ha avanzado al darle a la mujer los rangos que le corresponden por antigüedad en el servicio, más que por su formación militar. De acuerdo con una oficial con más de 25 años de servicio, “en la actualidad las mujeres pueden entrar a la academia militar y en algunos casos han podido realizar cursos de Estado Mayor para oficiales superiores.
Estos cursos están dirigidos a entrenar físicamente y preparar estratégicamente a los individuos que eventualmente asumirán posiciones de mando. Sin embargo, en el caso de las mujeres que han sido beneficiadas con tales cursos, de ahí a permitirles asumir posiciones direccionales es otra historia”13. En la opinión de varias oficiales que ostentan altas posiEn contraste con las experiencias transformadoras que han experimentado los ejércitos europeos y el norteamericano en términos organizacionales, doctrinales, valorativos y de prácticas, las fuerzas armadas latinoamericanas, y particularmente las caribeñas, han seguido un patrón más bien conservador y ciertamente tardío de innovación, modernización y adaptabilidad Arquidamia Rosario Madera, 3er. año en cadete, F.A.D. 48 ciones, “en las Fuerzas Armadas actuales hay un trato más igualitario en el sentido en que se respeta el rango”. Sin embargo, estas mujeres podrían estar ejerciendo funciones de Jefes de Estado Mayor en la dirección de hospitales militares, academias e instituciones de entrenamiento. Mientras que algunos oficiales hombres entrevistados alegaron la imposibilidad de que una mujer dirigiera una academia militar “por no existir por el momento mujeres con formación y capacidades militares suficientes para educar a otras”, las propias mujeres consideraron “complicada” la posibilidad de que una mujer terminase comandando un batallón de entrenamiento para fuerzas de combate u operaciones especiales”14. Sin embargo, pese al clima relativamente desfavorable, la actitud de las mujeres a engrosar las filas es positiva. En la visión de las que aspiran a continuar escalando en la carrera militar, “es ahora justamente cuando por primera vez tenemos en nuestras instituciones armadas cadetes del sexo femenino, un elevadísimo numero de damas en el Servicio Militar Voluntario, así como también la primera mujer piloto militar de helicóptero en el Ejército Nacional”15.
Composición de la fuerza El total de mujeres que constituyen el personal femenino de las Fuerzas Armadas asciende a alrededor de 6,500, ubicadas en su mayoría en el Ejército Nacional, cifra que representa entre un 10 y un 12% del total de la fuerza activa. Su ingreso a cualquiera de las ramas puede darse de dos maneras: como oficiales y/o alistados o como profesionales y/o asimilados. El grueso de los efectivos activos cae dentro de esta última categoría. De un total de 2,865 oficiales en 2003, sólo un poco mas de la mitad eran oficiales de línea, mientras que el resto son considerados profesionales asimilados: médicos, ingenieros, licenciados y técnicos. Sin embargo, aún dentro de los oficiales de línea, es totalmente factible que oficiales y alistados no ejerzan comando en unidades de combate; es decir, es su prerrogativa el dar órdenes a subordinados, pero no deben ejercer el mando sobre las unidades. De esta manera se explica cómo las mujeres se encuentran en una situación muy peculiar, en la cual, pese al hecho de ocupar cargos y rangos de jerarquía, no están facultadas para ejercer autoridad de mando16. Desde la perspectiva del rango, la estructura estrictamente piramidal se manifiesta en la desproporcionada relación de apenas cuatro generales y 13 coroneles para el total de esa población. El acoso La literatura especializada en la profesionalización militar femenina reconoce la relevancia de los temas relacionados con la sexualidad y su impacto en el tejido institucional y en el ámbito corporativo. La persistencia de fenómenos como el acoso sexual tienden a “culpar a la víctima”, al constituirse en uno de los impedimentos a diversificar, promocionar y acoser cada vez mas andrógena. El hecho de que con no poca frecuencia salgan a la luz pública denuncias de oficiales de la Fuerza Aérea, naval o terrestre norteamericana, acosadas sexualmente, indica que se trata de un problema mas común de lo que se piensa. Las fuerzas de seguridad caribeñas no cuentan con instancias tales como el Defense Advisory Comittee on Women in the Services (DACOWITS), de larga data en la tradición institucional militar estadounidense. Pocos países, con excepción de Guyana 17 , poseen una legislación que prevenga, regule y sancione, aunque sea de manera tangencial, el abuso sexual. La norma ha sido lo contrario. Lo sexual con no poca frecuencia resulta ser un recurso de negociación.
La República Dominicana no es una excepción y la respuesta institucional resulta ser convencional18. El predominio de visiones estereotipadas dificulta aún más el tratamiento serio de la cuestión: ante la potencial amenaza a que se generen conductas inadecuadas e impropias, la respuesta mas común ha sido privar a las mujeres de coexistir en el espacio que tradicionalmente ha sido de dominio masculino. A manera de conclusión La cuestión de la incorporación femenina en la esfera militar, sus preceptos, lógicas y dinámicas de incorporación, promoción, generación de políticas formales e informales de inclusión y exclusión, intersecta varios ámbitos conflictivos relacionados en términos nada tangenciales con la legitimidad de los liderazgos políticos y militares en las pequeñas naciones del Caribe. Por un lado, como bien lo ilustra el caso dominicano, hace relevante la cuestión de la integridad de un Estado que en términos formales se rige bajo los preceptos democráticos, pero que a niveles pragmáticos muestra dificultades para ejercer una proclividad inclusiva, participativa, transparente en todas las esferas, y particularmente extensible a la institución mas jerárquica, vertical y con menos arraigo democrático, como es el Ejército. Por otro lado, pone en evidencia la necesidad de replantear un sistema de seguridad que se perciba capaz de articular políticas de defensa en un espacio complejo, con problemas sociales, étnicos y de género, y en cuyo contexto las amenazas se definen más hacia lo interno, como en el caso de los pequeños estados caribeños. Finalmente, interpela la legitimidad de un liderazgo político y militar que tiende a perpetuar relaciones opresivas, excluyentes y segregacionistas, que atentan contra la integridad institucional y la gobernabilidad democrática. En cada uno de estos tres escenarios, es posible reubicar el papel de la mujer en los procesos de reconversión institucional y de reforma cultural. Sin embargo, esta propuesta supone lidiar con varios nudos. Primero, convertir la supuesta visibilidad que ofrece en el imaginario femenino la falsa noción de inclusividad, mejor conocida como tokenismo en una real, cualificada y extensiva participación e incorporación.
Mujeres militares realizando un ejercicio de entrenamiento en la academia militar «Batalla de las Carreras», San Isidro. Y segundo, la cuestión de la inclusión/exclusión de mujeres en el ámbito militar toca un asunto crucial ya levantado por otros especialistas: la necesidad de desarrollar políticas democráticas de defensa, concepto éste que abarca los asuntos de las relaciones cívico-militares en una conceptualización más integral de la seguridad 19. Solamente encarando esta realidad de manera no tanto descriptiva, sino prescriptiva y a la vez comprometida con el cambio, podrán las militares dominicanas superar su membresía bifurcada y ejercer una ciudadanía más plena, en lugar de reprimirla y constantemente diferirla, deshaciéndose, como el manto de Penélope. Lilian Bobea es socióloga, Master en Sociología de la State University of New York, Binghamton, y candidata PhD en la universidad de Utrech, Holanda. Investigadora y docente de FLACSO, República Dominicana. Especialista en los temas de Seguridad, Defensa y Seguridad Pública en América Latina y el Caribe. Es autora de numerosos artículos publicados en revistas especializadas y libros y editora de Soldados y Ciudadanos en el Caribe y Entre el Crimen y el Castigo: Seguridad Ciudadana y Control Democrático en América Latina y el Caribe.
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