La violencia propiciada por colectivos que se apropian de un territorio, rivalizan con otras agrupaciones locales, tienen una identidad y una cultura juvenil particular y llevan a cabo diferentes acciones delictivas, se ha convertido en fuente de preocupación para diversos Gobiernos a lo largo del mundo. Hablamos del fenómeno de las pandillas juveniles delictivas, una problemática que parece haberse salido de control en algunos Estados y que en otros emerge potentemente, alcanzando niveles de sofisticación cada vez mayores. En los últimos años, algunos países centroamericanos han evidenciado el crecimiento y la evolución de estas organizaciones delincuenciales. Lo que se inició como un grupo fuertemente cohesionado, con valores, lenguajes y símbolos propios, que acudía a acciones violentas espontáneas, hoy cuenta con un portafolio delictivo mucho más potente, armas de mayor calibre, alianzas con otros actores armados ilegales, un fuerte sistema extorsivo y mayores costos económicos y sociales para los países implicados.
En este sentido, es propósito de este artículo caracterizar este microuniverso social, fundamentalmente en la República Dominicana y los países del Triángulo del Norte (Guatemala, El Salvador y Honduras). Asimismo, se realiza una revisión de los principales rasgos del pandillismo en el caso colombiano, ya que el fenómeno ha venido creciendo durante años sin mucha atención por parte del Estado y debido a que se teme que, ante un eventual período posconflicto, estas organizaciones delictivas crezcan aún más, se alíen con otros actores al margen de la ley y propicien nuevas dinámicas de inestabilidad en el país. De los múltiples estudios que han intentado comprender a estas agrupaciones en toda su complejidad, una gran parte ha surgido en Estados Unidos, por el impacto que el fenómeno ha tenido en este país.
El primero y uno de los más emblemáticos es el análisis propuesto por Frederic Thrasher en 1927, quien define a las pandillas como organizaciones que se caracterizaban por sus reuniones, pasar tiempo y moverse de manera colectiva, por su participación en conflictos, y por la planificación y el desarrollo de una estructura interna donde está presente la solidaridad y un fuerte sentido de pertenencia al grupo y a un territorio local.1 En adelante, múltiples investigadores como Albert Cohen, Decker y Van Winkle, Ohlin y Cloward, Malcolm Klein y Cheryl Maxson, James Vigil, Ronald C. Kramer, John Hagedorn, Mauricio Rubio y Carlos María Perea han estudiado la problemática de las pandillas en diferentes contextos, preguntándose por sus principales actividades y códigos de conducta, sus rasgos más relevantes y sus características identitarias, la razón de ser de su comportamiento violento, las principales causas de ingreso a la organización, las posibilidades de salida y los programas de atención al fenómeno, el papel de la marginalidad y la exclusión, las características familiares de los miembros, la economía subterránea que manejan, entre otros aspectos. De igual manera, algunos estudios se han enfocado en la región centroamericana (Salmutt, Miranda, Iñíguez y Martel Trigueros, Caroline Moser, Cathy McIlwaine y Ailsa Winton) y han intentado esclarecer buena parte de las preguntas expuestas pero identificando los rasgos particulares de este contexto y de las pandillas que allí han sido denominadas como «maras». La palabra mara proviene de marabunta. Este es, originalmente, el nombre de las migraciones masivas de hormigas legionarias que devoran a su paso todo lo comestible que encuentran y que son peligrosas por el carácter imprevisible de su aparición y su itinerario. También se atribuye a un conjunto de gente alborotada y tumultuosa.2 Pero, en sí, son agrupaciones juveniles de tipo trasnacional, en constante cambio y evolución (hacia mayores niveles de sofisticación y profesionalización), cuyo origen tuvo lugar en Los Ángeles (EE. UU.) luego de que jóvenes inmigrantes centroamericanos se organizaran en contra de las pandillas locales. Se caracterizan por el uso frecuente e indiscriminado de actos delictivos, recurriendo de forma rutinaria y sistemática a hechos violentos cada vez más crueles y brutales, y convirtiendo la criminalidad en un modus vivendi.
Maras
La Mara Salvatrucha (MS-13) y la Pandilla del Barrio 18 (M-18) son dos agrupaciones delictivas confrontadas por el control territorial y por una arraigada identidad. Están presentes con mayor fuerza en Guatemala, El Salvador y Honduras. Sus miembros son generalmente menores de 24 años y fundamentalmente hombres.
El promedio de edad al que llegan los pandilleros es de 23 años, pues su constante exposición a la violencia reduce significativamente su expectativa de vida. No obstante, quienes han sobrevivido lideran desde las cárceles buena parte del negocio criminal. Ahora bien, algunas evidencias denotan que, cada vez más, ingresan a estas agrupaciones niños desde los 7 años, que cumplen funciones de bajo nivel, como realizar mandados, ser «cuidadores» y ayudar en la distribución de la droga en los barrios.
La pandilla está estructurada por una serie de valores y lenguajes construidos por sus miembros. Bajo esta escala de valores, el barrio, por ejemplo, aparece como uno de los más importantes ya que es interpretado como su única pertenencia, la cual se debe defender, controlar y cuidar. Los «homies»3 son muy valorados y deben fidelidad absoluta y completa entrega a la pandilla. Hay reglas, un lazo indisoluble con el territorio que defienden, habitan y ocupan, días de fiesta, días para fumar y tomar, días para el «chequeo»4 y para los «meeting».5 También existen diferentes trajes, uno de noche, otro de luto y otro para la cotidianidad: «Siempre hay que estar pelón, firme hacia su barrio; con el cincho torcido y pantalón, siempre catrines hacia el barrio». Dentro de la simbología pandillera, los tatuajes son un símbolo fundamental de su identidad. Algunos de sus significados los explica Agustín, un expandillero entrevistado en Ciudad de Guatemala. «El payaso, con su rostro, causa risa, alegría, pero cuando se lo quita, tiene problemas, no tiene dinero, cuenta con una familia que mantener, está siempre triste, con un montón de problemas. ¡Detrás de este gran rostro, tengo un gran llanto!, esta imagen se identifica con el pandillero. Una rosa y un batio a la distancia significa un chavo, la rosa es mi mamá, el chavo soy yo, alejado de mi mamá. Una tumba que no tiene rip es mi tumba que espera por mí. Los tres puntos: hospital, cárcel, cementerio, son los lugares que siempre sigue un pandillero. El reloj de arena, cómo se va disminuyendo mi vida. El pavo real significa la firmeza hacia el barrio. El juego de cartas significa reyes de la pandilla, el rey y el as como el número uno. El pergamino significa los recuerdos y una chava significa la novia».
La organización, tal y como afirma Reguillo, «parece compartir una idea precaria del futuro y experimentar la vivencia del tiempo discontinuo». Según Justin, pandillero activo, «en la pandilla solo vives el día, el minuto, el segundo, no sabes si en ese minuto, en esa hora tu vida pueda cambiar, pues no sabes si va a llegar alguien, y te va socar, con esta vida no dices mañana voy a hacer esto o esto, pues no sabes si vas a llegar a mañana». Las maras hacen uso de un lenguaje particular a través de señas y palabras que solo tienen significado en su propio microuniverso social. Así, la pandilla se consolida como una opción de identidad alternativa, que es resultado del sinnúmero de tensiones, contradicciones y ansiedades de la juventud de nuestros días.
A través de la violencia se expresan simbólicamente los sentimientos, frustraciones, necesidades que las jóvenes y los jóvenes no pueden expresar de manera directa.6 Esta agrupación establece un nuevo estatus relacional, con imaginarios que no se adecuan a la escala de valores ciudadanos, pues la exclusión social que enfrentan sus miembros se alza como un referente emocional y afectivo distinto; el grupo pasa a convertirse en una verdadera familia (ante todo para esa gran mayoría de jóvenes provenientes de familias caracterizadas por el maltrato, las necesidades económicas y la disfuncionalidad) donde el amor tiene un costo, el espíritu gregario impulsivo y emocional sobresale, el respeto lo impone la acumulación de actos violentos y la enemistad con la pandilla contraria es fuente de sentido.
Otro rasgo significativo de estos grupos tiene que ver con el proceso al que debe someterse quien desee ingresar a la agrupación, el aspirante tendrá que pasar por un período de prueba –denominado «chequeo»– y cuando la organización lo considere apto deberá someterse a un ritual de ingreso. 7 Agustín lo narra de la siguiente manera: «A mis 8 años y medio, estaba como chequeo, me veían cómo estoy, qué hago, cómo me muevo, si hago lo que me mandan hacer. Luego de tres meses de capacitación para entrar, entré cuando tenía casi los nueve años, al entrar me patearon 18 segundos. Ellos te preguntan de qué barrio sos, uno tiene que gritar: Barrio 18, luego me dejaron media hora desmayado, cuando me levantaron me dijeron: Bienvenido al barrio 18, ya sos parte, me sentí más motivado, ahí está mi familia, era un soldado más».
La estructura de las maras (basada en un sistema de clicas)8 denota que con el tiempo se ha fortalecido una jerarquía dentro del grupo: a pesar de que cada miembro es valorado y acogido con fraternidad, hay claras posiciones al interior de la agrupación delictiva, a saber: aspirante, simpatizante, marero permanente, subjefe y jefe. O «ranflero» (administrador de la clica), primera, segunda y tercera palabra (voceros ante reuniones interclicas) y soldados (miembros rasos). Ahora bien, el Consejo de los Nueve y la Rueda del Barrio, juntas directivas de la MS-13 y del Barrio 18, respectivamente, creadas desde las cárceles y cuya vocación se traduce en la emisión de órdenes que determinan el proceder frente a las extorsiones o a los rivales, son un síntoma claro de la evolución de estas organizaciones.
Una vez iniciada su carrera en la mara, las prácticas de estos jóvenes son un portafolio de acciones delictivas y violentas, tales como robos, tráfico de drogas, personas y armas, asesinatos y riñas. En los últimos años, se han dedicado también a las extorsiones (sistema que hoy está bastante sofisticado) denominadas por ellos «cobro de impuestos de protección», cuyas principales víctimas suelen ser las tiendas y los pilotos de buses. La responsabilidad en estos hechos ha sido atribuida también al crimen organizado para desestabilizar la gobernabilidad del país e incluso a ataques contra el gobierno para beneficiar al grupo de transportistas del Transurbano. Estas hipótesis surgieron tras las entrevistas de profundidad y tras una nota de prensa publicada en La Misión (Ciudad de Guatemala, noviembre del 2010). Por su parte, en el 2008 se produjeron 135 asesinatos de conductores de autobuses en las principales vías de acceso hacia el Atlántico y el Pacífico, pero sobre todo en el trayecto a las tierras altas más pobres. El propósito, según se argumenta, es «generar aislamiento y un sentido de vulnerabilidad económica».9 En este aspecto, según Torres Rivas, «los costos de la extorsión son muy altos, pues cobrarle a un tendero que tiene un negocio pequeño de barrio, 1000Q (usd128) cada semana es insostenible».
Se dedican también al sicariato y a tejer relaciones con el crimen organizado y el narcotráfico. En este último punto, resulta difícil esclarecer el verdadero vínculo con estos actores ilegales. De acuerdo a los resultados del trabajo de terreno adelantado en Guatemala, se concluye que algunos líderes de clicas pueden estar involucrados. Esta percepción es apoyada por Zúñiga, quien afirma que «existen líderes de pandillas que hacen negocios millonarios utilizando a jóvenes víctimas de este problema social».11 No obstante, la totalidad de la pandilla no parece relacionarse ampliamente con estos grupos. La situación parece variar entre clicas. En los últimos años se ha hablado de unas alianzas cada vez más sólidas entre las pandillas salvadoreñas y Los Zetas, en las que el tráfico de armas, el narcomenudeo y el paso de la droga constituyen las principales actividades conjuntas. De estos negocios tampoco existe suficiente evidencia empírica.
Otras versiones afirman que la pandilla es utilizada por el narcotráfico y el crimen organizado, en este punto yacen posiciones enfrentadas. Por una parte, la organización parece mantenerse independiente y lo suficientemente consolidada como para ser presa de dicho uso. Figueroa propone que lo mismo se refleja en que «hay un nivel de sofisticación muy grande, en las áreas de extorsiones están localmente organizados y estructurados, particularmente en zonas de clase media y clase media baja».12 Por la otra, las maras podrían ser carne de cañón para la actividad del narcotráfico y el crimen organizado. Para algunos, las relaciones suelen ser más de rivalidad que de compañerismo, aunque no se desconoce que hacen trabajos para los narcotraficantes y que su involucramiento ha complejizado la estructura de la pandilla.
Cabe resaltar que la naturaleza de la violencia de las maras es multidimensional y se nutre de la violencia estructural, cultural y física presente en estos países. Esta violencia –que no tiene su campo privilegiado de acción en las zonas rurales, sino en las ciudades y, sobre todo, en las zonas pobres, segregadas y excluidas– representa una característica esencial para el funcionamiento de estas agrupaciones delictivas. La violencia es parte innata de la organización, ha crecido con ella, pues a través de la violencia se logra intimidar y obtener un beneficio particular. Según Justin, pandillero activo, «si se trata del barrio de la 18 como del MS, el barrio de dos letras, es otro rollo, se trata de matarse entre ellos».
El fenómeno pandillero es motivo de bastante preocupación para los países del Triángulo del Norte, ante todo por su contribución a que las tasas de homicidio sigan en alza. Con la excepción de El Salvador –debido a la tregua13 emprendida por las principales pandillas MS-13 y Barrio 18 en el año 2012–, estas tienden cada vez más a aumentar. San Pedro Sula, por ejemplo, cuenta con una tasa de homicidio de 85.5 por cada 100,000 habitantes (según registros de Naciones Unidas), lo que convierte a Honduras en la nación más violenta del mundo. El asedio y las amenazas a miles de menores, por su negativa a vincularse a estas agrupaciones delictivas, ha sido uno de los factores que, sumado a las difíciles condiciones socioeconómicas de estos países, ha propiciado una crisis humanitaria14 debido a la migración masiva e ilegal hacia territorio norteamericano.
Cabe resaltar que todos estos países comparten debilidades institucionales y estructurales, la policía es débil, la corrupción impera y algunos deben enfrentar también los amplios desafíos derivados de un pasado autoritario, de un conflicto armado de larga duración y de un período posconflicto lleno de retos vinculados a la pobreza, la exclusión, la debilidad de las instituciones políticas y el sistema democrático, entre otros. Además, hay evidencias que denotan la existencia de grupos de limpieza social y de exterminio, el uso sistemático de la tortura como estrategia de extracción de información y la cada vez más recurrente infiltración de los agentes gubernamentales y el continuo desarrollo de alianzas entre estos y los actores criminales. En medio de este complejo panorama, estos países sufren también problemáticas que han facilitado el accionar violento y delictivo de las pandillas, por ejemplo, la disponibilidad de armas, la ruptura del tejido social, la polarización y la cultura del miedo.
En el caso dominicano, hay evidencias que reflejan el crecimiento y sofisticación de las pandillas y «naciones»15, especialmente de algunas de ellas como Los Trinitarios o los Latin Kings (organizadas en «capítulos»).16 Cabe hacer la salvedad de que en este contexto no hablamos propiamente de la existencia de maras. Se trata de estructuras delictivas de tipo pandillero que también ejercen control sobre un territorio y rivalizan con pandillas contrarias. La gran mayoría se dedica a delitos menores, pero otras, como las mencionadas, están cada vez más implicadas en el tráfico de drogas. Surgen de igual manera, en medio de unas «condiciones socioeconómicas desfavorables, causantes del fracaso escolar y la exclusión social; la desesperanza por la falta de oportunidades, sobre todo los altos niveles de desempleo juvenil y el predominio del empleo informal mal remunerado».
Según el sondeo de 2012 de la lapop (Proyecto de Opinión Pública en América Latina), la República Dominicana está en el primer lugar entre todos los países latinoamericanos, por encima de Honduras, en el reporte de barrios impactados por las pandillas: un 48.6% de esta actividad, en comparación con un 29.6% en Honduras. Al mismo tiempo, un 63% de los jóvenes residentes en zonas urbanas, aquellos que viven en barrios pobres, con altos índices de criminalidad, corren un mayor riesgo de pertenecer a una pandilla criminal.18 «En República Dominicana, la violencia criminal aumentó considerablemente en el interregno 1999-2010. La tasa de homicidio, por ejemplo, se vio más que duplicada, pasando de 13 a 27 homicidios por cien mil habitantes» (Cabral & Brea, 1999, 2003; Brea & Cabral 2006, 2007, 2009).19
Una preocupación importante tiene que ver con la trasnacionalización de algunas pandillas, como Los Trinitarios, de factura criolla. En Nueva York cuenta con 1,181 miembros activos, según revela un informe de inteligencia del Departamento de Policía (nypd) divulgado por The New York Times. 20 Es una agrupación delictiva bastante sofisticada, con fuerza en EE. UU. y vinculada con delitos de narcotráfico, posesión ilegal de armas, secuestros, extorsión, chantajes, amenazas y violaciones sexuales.21 En el caso colombiano, hablamos de la presencia de grupos pandilleros que en su mayoría aún están desprovistos de profesionalización y planeación rigurosa; existen además múltiples grupos, como los llamados «parches delincuenciales»,22 lo que hace difícil diferenciarlos y contabilizarlos. Comparten los rasgos comunes a este tipo de grupos, como la conexión con el territorio y los vínculos afectivos y solidarios, así como las condiciones del contexto y el entorno de marginalidad y exclusión donde suelen emerger. De igual manera, las fallas de los agentes socializadores primarios como la familia y la escuela suelen contribuir a que los jóvenes se vinculen a estos grupos. En Colombia, hay una multiplicidad de actores al margen de la ley, y quizá debido a la fuerza de algunos de ellos, como los paramilitares o las bandas criminales, las pandillas no tienen la potencia y el poderío que podrían ostentar las maras centroamericanas.
Tanto en los países del Triángulo del Norte como en la República Dominicana las políticas sociales dirigidas a la juventud de alto riego han sido inconsistentes, ineficaces e insuficientes, mientras que las políticas represivas son cada vez más recurrentes.
Claro, es fundamental combatir las conductas criminales a través de la penalización, pero resulta esencial pensar en políticas integrales que consideren este problema como un fenómeno que surge primordialmente en zonas periféricas, marginales, y que afecta a individuos con pocas oportunidades educativas y laborales. Políticas tendentes a reconocer que estos jóvenes, y ahora con mayor frecuencia niños, han sufrido maltrato familiar y rechazo, han crecido con la violencia arraigada en sus vidas, bajo un sistema desigual, donde en ocasiones obtener dinero ilícitamente resulta ser una salida a considerar. En síntesis, a pesar del reconocimiento de la amenaza que esto representa y de la pérdida sistemática de jóvenes ganados por la delincuencia y la violencia en Centroamérica, las respuestas han sido insuficientes e incompletas, ha primado la mano dura (Plan Escoba, Ley Antimaras), mientras que se requiere de una estrategia balanceada en materia de prevención, rehabilitación (estas iniciativas hasta el momento han sido lideradas por la sociedad civil) y aplicación de la ley. Por lo pronto, las cárceles se han convertido en una escuela del crimen y la organización pandillera se sigue transformando y sofisticando. Cabría aprender de estas lecciones, pues aunque se han generado algunos planes para la atención y la protección integral de la niñez y la juventud, los esfuerzos son insuficientes dado que las pandillas crecen, tejen vínculos con otras fuerzas ilegales emergentes, practican el narcomenudeo, y algunas mucho más sólidas reproducen los esquemas de extorsión. No obstante, no se les ha prestado la atención debida, y las políticas para combatirlas resultan esporádicas y desarticuladas. Así, mientras el fenómeno no sea considerado en toda su complejidad en las distintas zonas geográficas mencionadas, la intervención eficaz sobre esta problemática seguirá siendo una tarea pendiente.
Notas
Definición de pandillas según Thrasher, citada por: Procurador de los Derechos Humanos, Las maras y el enfoque de seguridad democrática: tendencias actuales, Guatemala, 2007, pp. 30-31.
2 Marcela Smutt, y Jenny Lissette Miranda, «Las pandillas en el Salvador. La vida loca» en El fenómeno de las pandillas en el Salvador, Unicef-Flacso, 1998, p. 25.
3 Se refiere a la forma como se llaman los distintos miembros de las maras. Un «homie» es un compañero de la mara.
4 Se denomina «chequeo» al período de prueba por el que tienen que pasar los aspirantes a entrar a la mara.
5 Hace referencia a las reuniones de la pandilla. También son llamados por ellos «ruedas».
6 Salazar, citado por Dina Krauskopf en Comprensión de la juventud. El ocaso del concepto de Moratoria Psicosocial, , 2004, p. 31.
7 «En el caso de las mujeres, se puede presentar una práctica de iniciación “El trencito”, no obstante no muy generalizada, según la cual la joven aspirante acepta tener relaciones sexuales con un grupo de miembros de su agrupación (MS-13 y 18), designados por ella misma o por el líder de la pandilla». Véase: Martín Iñíguez, Las maras, un problema sobredimensionado; José Manuel Valenzuela Arce, Alfredo Nateras Domínguez, y Rossana Reguillo Cruz, Las maras: identidades juveniles al límite, Colección Estudios Transnacionales, Universidad Autónoma Metropolitana – El Colegio de la Frontera Norte – Casa Juan Pablos, Editorial uam, México, 2007, p. 172.
8 Subconjunto de pertenencia al conjunto mara. Denominación con la cual se conoce a cada mara de barrio. Existen múltiples clicas cuyos integrantes pueden ir de 5 a 100 miembros o más. Todas las clicas están sujetas a los códigos valóricos y normativos de cada mara. Véase en Incidencia Democrática, Maras y violencia. Un estudio exploratorio, 2006, p. 131.
9 Véase en Ivan Briscoe, El Estado y la seguridad en Guatemala, fride, Working Paper, 2009.
10 Entrevista a Edelberto Torres Rivas, académico de Naciones Unidas. Noviembre del 2010, Ciudad de Guatemala. Según un estudio elaborado por el Consejo Asesor de Seguridad en Guatemala se determinó «Por medio del monitoreo de cuentas bancarias y escuchas telefónicas que los grupos de extorsionadores reciben alrededor de 70 millones de quetzales al año» (unos 8.8 millones de dólares).
11 Entrevista a Carlos Zúñiga, empresario guatemalteco y antiguo director del cacif. Noviembre del 2010, Ciudad de Guatemala.
12 Entrevista a Raúl Figueroa, director de F&G Editores. Noviembre del 2010, Ciudad de Guatemala.
13 Las principales pandillas pactaron una tregua bajo la mediación de la Iglesia. Esta acción ha permitido que en El Salvador exista una disminución de los homicidios diarios, pasando de 14 a 5. Lo anterior, a cambio de un relajamiento en la política de mano dura y el mejoramiento de las condiciones carcelarias. No obstante, a pesar de este esfuerzo, la estrategia resulta ser limitada pues las extorsiones y el resto de las acciones delictivas no se han alterado.
14 Según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (cidh), ascienden a unos 47,017 los niños, niñas y adolescentes migrantes hasta mayo del presente año, siendo la gran mayoría de El Salvador (9,850 migrantes), Guatemala (11,479) y Honduras (el mayor número, ya que se registran 13,282 en total). Véase: Diario El Heraldo, «Claman por respeto a dignidad de niños», 16 de julio del 2014.
15 Según la Policía Nacional dominicana se tiene un registro de 25 pandillas juveniles. Algunas de las más famosas son: Los Trinitarios, los Latin Kings, los Killers Alls, EBK, Black Panthers, Bloods, Los 42, Metálicos, entre otros.
16 Hace referencia a las células de las pandillas.
17 Veáse: Mayra Brea de Cabral y Edylberto Cabral, Factores de riesgo y violencia juvenil en República Dominicana, 2010.
18 Veáse: Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, República Dominicana – Estrategia de Cooperación para el desarrollo del país, 2013, p. 23.
19 Veáse: Mayra Brea de Cabral y Edylberto Cabral, Factores de riesgo y violencia juvenil en República Dominicana, 2010.
20 Veáse: Diario Libre, «Pandilla dominicana en Nueva York cuenta con 1,181 miembros activos», febrero del 2013. 21 Ibídem.
22 Hace referencia a grupos que establecen una marca de dominio en un territorio y fijan un lugar de encuentro y reunión pero se consideran una fase previa a la pandilla, pues sus acciones delincuenciales son ocasionales.
23 Veáse: Mayra Brea de Cabral y Edylberto Cabral, Factores de riesgo y violencia juvenil en República Dominicana, 2010. Bibliografía Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional: República Dominicana – Estrategia de Cooperación para el desarrollo del país, 2013, p.
23. Brea de Cabral, Mayra, y Cabral, Edylberto: Factores de riesgo y violencia juvenil en República Dominicana, 2010. Briscoe, Ivan: «El Estado y la seguridad en Guatemala», fride, Working Paper, 2009. El Heraldo: «Claman por respeto a dignidad de niños», , 16 de julio del 2014. Diario Libre: «Pandilla dominicana en Nueva York cuenta con 1,181 miembros activos», , 12 de febrero del 2013. Entrevista a Agustín, joven expandillero que vivió en la pandilla del Barrio 18 durante 13 años. Noviembre del 2010, Ciudad de Guatemala. Entrevista a «Justin», pandillero activo. Noviembre del 2010, Ciudad de Guatemala. Entrevista a Carlos Zúñiga, empresario guatemalteco y antiguo director del cacif. Noviembre del 2010, Ciudad de Guatemala. Entrevista a Edelberto Torres Rivas, académico de Naciones Unidas. Noviembre del 2010, Ciudad de Guatemala. Entrevista a Raúl Figueroa, director de F&G Editores. Noviembre del 2010, Ciudad de Guatemala. Incidencia Democrática: Maras y violencia. Un estudio exploratorio, 2006, p. 131. Krauskopf, Dina: Comprensión de la juventud. El ocaso del concepto de Moratoria Psicosocial, 2004, p. 31. Procurador de los Derechos Humanos: Las maras y el enfoque de seguridad democrática: tendencias actuales, Guatemala, 2007, pp. 30-31. Smutt, Marcela, y Miranda, Jenny Lissette: «Las pandillas en el Salvador», en La vida loca. El fenómeno de las pandillas en el Salvador, Unicef- Flacso, 1998, p.
25. Valenzuela Arce, José Manuel, Nateras Domínguez, Alfredo, y Reguillo Cruz, Rossana: Las maras: identidades juveniles al límite, Colección Estudios Transnacionales, Universidad Autónoma Metropolitana – El Colegio de la Frontera Norte – Casa Juan Pablos, Editorial uam, México, 2007, p. 172.
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