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Pasolini y la Italia de la impunidad: a 40 años del asesinato del artista

by Kurt William Hackbarth
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Como bien señalara William Faulkner, el pasado no se muere; ni siquiera es pasado. Aunque el novelista se refería al sur profundo de los Estados Unidos, ninguna tierra, en realidad, es más fértil para esta máxima que Italia. Desde los años ochenta, el ex primer ministro Silvio Berlusconi ha enfrentado un exhaustivo conjunto de juicios que van desde el fraude fiscal hasta la prostitución juvenil, varios de los cuales siguen abiertos. El proceso de Amanda Knox, la estudiante estadounidense acusada del asesinato de su compañera Meredith Kerchner, pasó por una cadena de apelaciones a lo largo de ocho años antes de concluir en marzo pasado con una controvertida exoneración por parte de la Corte de Casación, la instancia legal más alta de Italia. Durante los últimos cinco años, el caso de Yara Gambirasio, una joven de 13 años asesinada al regresar de un gimnasio a su casa, ha cautivado al país con sus escabrosas revelaciones de amoríos e hijos ilegítimos, sin poder precisarse con certeza el culpable.

En estos, como en una miríada de otros casos, las múltiples y, a menudo, contradictorias investigaciones no han logrado cerrar el capítulo de manera definitiva, en un país en donde la certeza jurídica e histórica no parece formar parte del adn nacional. Pero, en lo que a longevidad se refiere, pocos casos rebasan al affaire Pasolini. Poeta, novelista, ensayista, cineasta prolífico, agudo comentarista político y homosexual sin tapujos, Pier Paolo Pasolini fue, sin duda, la figura pública italiana más controvertida de la segunda mitad del siglo xx. Intelectual audaz a la vez que versátil creador, desafiaba con igual vigor los cánones tanto artísticos como políticos y filosóficos de su época. Su asesinato, consumado la noche del 2 de noviembre de 1975, convulsionó a una nación que ya transitaba por uno de los momentos más polarizados de su historia. Su funeral, celebrado tres días después en Roma, fue inundado por un río de 10,000 dolientes. Pasolini tenía tan solo 52 años. «Italia ha perdido a un hombre precioso que estaba en la flor de sus años,» afirmó el novelista Alberto Moravia en su oración fúnebre. «Ahora yo digo: esta imagen que me persigue de Pasolini que huye a pie es seguida por C algo que no ha regresado, es lo que lo mató, es la imagen emblemática de este país». ¿Qué pasó esa noche? ¿Quién o quiénes mataron a Pasolini y por qué motivos? ¿Fue un crimen pasional, un delito de odio, un asesinato político o una combinación de estos? Aunque el proceso contra el presunto culpable concluyó a una velocidad insólita, el carpetazo legal solo dio paso a un sinfín de preguntas, teorías, revelaciones y reivindicaciones que siguen sin aclararse plenamente hasta el día de hoy, a cuarenta años de los acontecimientos en cuestión. Pero aun en la ausencia de una resolución definitiva, nuevas evidencias nos permiten reconstruir por lo menos una parte de la pista que condujo a la muerte del artista, una muerte que parece brotar directamente de las páginas de una de sus obras. 

Una historia equivocada 

El sábado 2 de noviembre de 1975, Pier Paolo Pasolini recién llegaba de un encuentro con cineastas en Suecia. Comió en casa con su madre y la actriz Laura Betti. En la tarde concedió una entrevista a la revista Espresso (la cual habría de salir póstumamente con el fatídico título: «Todos estamos en peligro»). A las nueve de la noche, salió a cenar con su actor predilecto, Nino Davoli, y la esposa de éste al restaurante El Pomodoro, ubicado en el barrio San Lorenzo de Roma. Hasta aquí, la claridad es total. A las 10:30 p.m. habría pasado por la estación Termini; ahí recogió a un prostituto de 17 años, Giuseppe Pino Pelosi. Se retiraron a una taberna, donde Pelosi comió un plato de espaguetis mientras Pasolini se entretenía con una cerveza. Luego se fueron manejando a Ostia, población costeña ubicada a unos 30 kilómetros de la ciudad. En esta franja desolada de playa, perteneciente a una base de hidroaviones, la pista se pierde en la oscuridad de la noche. Lo único cierto es que, cuando el ama de casa Maria Teresa Lollobrigida lo descubrió a la mañana siguiente, el cadáver del cineasta tenía diez costillas quebradas, el esternón estrellado, el hígado desgarrado, los testículos cubiertos de hematomas, el rostro y la mandíbula hundidos, y el cráneo deformado por un hueco en el costado izquierdo por el cual corría líquido cefalorraquídeo. Su corazón estaba literalmente roto. Tan desfigurado estaba el cuerpo que Lollobrigida lo confundió en un primer momento con un montón de basura.

En la madrugada, la policía ya había arrestado a Pelosi por exceso de velocidad y robo de auto: precisamente el Alfa Romeo 2000 de Pasolini en el que había huido del lugar del crimen. Una vez que fue detenido, confesó sin demora la autoría del asesinato. En esta su primera versión de los acontecimientos, Pasolini le habría hecho una proposición sexual que él rechazó. El artista habría insistido y, al bajar ambos del coche, le agredió. Pelosi, entonces, dijo haberse defendido como pudo, primero con la pata de una mesa y luego con una tabla. A manera de remate accidental, al huir en el coche, atropelló el cuerpo que se hallaba inerte en el suelo, provocando los daños adicionales que se habían observado. La historia era evidentemente falsa. En primer lugar, para ser un hombre que supuestamente acababa de cometer un acto sumamente violento, Pelosi no tenía manchas de sangre en el cuerpo ni en la ropa. En segundo lugar, la violencia se había perpetrado con objetos duros de metal que no se encontraban en el sitio. Tanto un suéter verde como una suela ortopédica descubiertos en el interior del coche no pertenecían ni al artista ni al joven. Y, sobre todo, el que un adolescente flaco hubiera podido infligir, sin ayuda, el grado de daño que se produjo al cuerpo de la víctima era increíble. El informe forense concluyó que «Pasolini fue víctima de un ataque perpetrado por más de una persona». Los jueces de primera instancia coincidieron: la sentencia de Pelosi lo encontró culpable de homicidio voluntario in concorso con ignoti, es decir, en complicidad con desconocidos. No obstante, durante el proceso de apelación iniciado curiosamente por el mismo juez de segunda instancia, esos desconocidos fueron eliminados del veredicto final. A los ojos de la ley, Pino Pelosi había actuado solo. 

El don del escándalo 

Gran parte del público italiano de los atribulados años setenta estaba dispuesta a aceptar el veredicto. Para muchos, incluyendo voces prominentes de los medios de comunicación, Pasolini era un agitador que había recibido su merecido. En su obra, había algo para ofender a casi todos. Y en su vida personal, también. El escándalo lo había perseguido desde su juventud, cuando trabajaba de maestro en Casarsa, el pueblo natal de su madre. Ahí había enfrentado acusaciones de abuso sexual contra tres alumnos. Las acusaciones resultaron ser mentira, pero la sociedad no perdonaba ni olvidaba.

Pasolini se mudó a Roma con su madre. Tardó poco en inmiscuirse en la vida de los barrios marginales de la ciudad, los borgate, aprendiendo el dialecto romano y estableciendo fuertes lazos con la comunidad. Su primera novela, I ragazzi della vita (Chicos de la vida), fue escrita en este lenguaje de la ciudad capital. Y también le ganó el primero de los 31 procesos que tendría que enfrentar a lo largo de su vida –en esa ocasión, por obscenidad. «Para él, no se trataba de glorificar a los pobres afirma Peter Kammerer, autor y traductor de los libros de Pasolini al alemán sino de demostrar que en la pobreza hay una cierta autenticidad que la gente pierde conforme se enriquece y se civiliza». Ragazzi formó la base de su primera película, Accatone, en la que un proxeneta ocioso delinque, se enamora y muere al son de La pasión de San Mateo de Johann Sebastian Bach, una yuxtaposición audiovisual que horrorizó a la poderosa Iglesia católica de aquel entonces. No sería la última vez. En su cortometraje La ricotta, un pobre llamado Stracci (Trapos), quien trabaja como extra en una película sobre la pasión de Cristo, se atiborra con queso ricotta, muriendo posteriormente por indigestión mientras lo «crucifican» frente a la cámara.

Pasolini fue sentenciado por ultrajar la religión y condenado a cuatro meses de cárcel, lo cual evitó pagando una multa. Sin inmutarse por la sentencia, el cineasta continuó poniendo a prueba los límites de su tiempo en una serie de filmes realizados a lo largo de la década siguiente. En su documental Encuesta sobre el amor, salió a la calle para sondear al público italiano acerca de los temas tabú del sexo, el divorcio y la homosexualidad. La pasión según Mateo, rodada en la empobrecida provincia de la Basilicata, logró disgustar tanto a la izquierda (por rehabilitar la figura de Cristo) como a la derecha (por retratar a ese Cristo como un revolucionario a favor de los pobres). En Teorema, un joven llamado solamente «El visitante» llega a la casa de una familia burguesa y enamora, uno por uno, a la sirvienta, al hijo, a la madre, a la hija y, finalmente, al padre, antes de abandonarlos, dejando a cada quien la tarea de lidiar con su propio tormento. Y en su última película, Saló o los 120 días de Sodoma, el cineasta retrata a cuatro ricos libertinos fascistas después de la caída de la dictadura de Mussolini, quienes someten a un grupo de adolescentes secuestrados a cuatro meses de sadismo, violencia y tortura mental. Una gráfica crítica a la decadencia del poder que tiene la distinción de ser una de las películas más censuradas en la historia del cine; hasta la fecha, permanece vetada en varios países. Y es aquí, en la historia de esta controvertida cinta, donde existe una pista que podría conducirnos a una explicación más fundamentada de la desgracia que acabó con la vida del artista.

Revisiones y retractaciones 

En una declaración hecha ante la justicia, Sergio Citti, íntimo amigo de Pasolini y su asistente de dirección en la mayoría de sus rodajes, afirmó que el realizador en sus últimos días había estado en busca de unas bobinas robadas de Saló. Aquellas bobinas, las cuales habrían desaparecido hacía unas semanas de los estudios de Cinecittà, contenían las escenas que formarían el desenlace del filme; el cineasta, por lo tanto, habría estado dispuesto a hacer lo que fuese con tal de recuperarlas (ya que las bobinas no volvieron a aparecer jamás, fue necesario recurrir a las escenas cortadas para completar la edición). Para Citti, entonces, el viaje nocturno podría haber tenido otro motivo: encontrarse con los ladrones, e incluso pagarles un rescate. En lugar de ser una escapada con fines sexuales, la cita en aquella franja desolada de Ostia habría constituido más bien una emboscada. Como afirma el Dr. Guido Calvi, un abogado que participó en el caso civil que surgió del delito, si lo que buscaba el cineasta esa noche era sexo, lo más probable es que hubiera llevado a Pelosi a la cercana calle Tiburtina, una zona que conocía muy bien de sus andanzas e investigaciones. Por su parte, en una entrevista televisiva realizada en 2005, Pelosi cambió radicalmente su historia.

Retractándose de su confesión, afirmó que dos hermanos y un tercer hombre habían sido los que realmente mataron a Pasolini, llamándolo «maricón» y «comunista» mientras lo pulverizaban (es esta la hipótesis que maneja el director Abel Ferrara en su reciente película biográfica, Pasolini). Dos años después, reveló el nombre de los hermanos: Franco y Giuseppe Borsellino, miembros del ala militante del Movimento Sociale Italiano, un partido político neofascista fundado después de la Segunda Guerra Mundial por exintegrantes del régimen de Mussolini. En una declaración hecha a finales de 2014, Pelosi afirmó que aquella noche en la playa había tres automóviles (entre ellos un Alfa Romeo del mismo modelo que el de Pasolini), una motocicleta y al menos seis personas. Los hermanos habrían seguido al coche desde la estación Termini hasta Ostia. En cuanto llegaron, ellos y/u otros de los presentes sacaron al cineasta bruscamente de la cabina del coche y lo golpearon con mazos. Pelosi también reveló otros datos sorprendentes: primero, que él había «frecuentado por algunos meses al cineasta» antes de la noche en cuestión y en lo que parece confirmar la hipótesis de Sergio Citti que los ladrones de las bobinas de Saló habían sido nada menos que los mismos hermanos Borsellino. Según la declaración de Silvio Parello, un amigo de los primeros días de Pasolini en Roma, el encuentro entre el cineasta y Pelosi en la estación Termini no era nada casual, sino una cita acordada con antelación para ir en búsqueda de las cintas. Aunque Pelosi fingía ser el intermediario entre el cineasta y los ladrones, su verdadero papel habría sido el de carnada necesaria para garantizar que Pasolini cayera en la trampa.

Puerta abierta, puerta cerrada 

Las declaraciones tanto de Pino Pelosi como de Silvio Parello se hicieron en el marco de una nueva indagatoria, abierta en la Procuraduría de Roma en 2010 luego de una nueva denuncia interpuesta por un primo del cineasta, Guido Mazzon, así como de una solicitud hecha por Walter Veltroni, exalcalde romano y entonces secretario del Partido Democrático (pd), la agrupación de centroizquierda más grande del país. La pesquisa produjo un avance importante con respecto a las investigaciones accidentadas de 1975: al someter a pruebas de adn la vestimenta usada por Pasolini en la noche de la tragedia, los técnicos encontraron trazos del adn de al menos tres personas no identificadas. ¿Quiénes fueron? Los hermanos Borsellino murieron en los años noventa y, en cuanto a la identidad de los otros presentes aquella noche, Pelosi calla aún. No obstante, a pesar de los avances científicos, la nueva investigación tampoco estaba destinada a prosperar: los procuradores Pierfilippo Laviani y Francesco Minisci solicitaron que el caso fuera archivado, citando la falta de novedades documentables en la investigación y, en cuanto a las pruebas de adn, alegando que era «imposible determinar si aquellos trazos sobre la vestimenta son precedentes, coetáneos o sucesivos al evento delictuoso». La solicitud de desestimación fue aceptada por la juez Maria Agrimi en mayo de este año. Pero las preguntas insolubles, insondables permanecen.

Años de plomo y petróleo 

Italia en los años setenta atravesaba un período particularmente infausto de su historia: gli anni di piombo o los años de plomo, una época de extremismo extraparlamentario que derivó de las protestas estudiantiles de 1968 y el atentado de Piazza Fontana en 1969, cuando la organización neofascista Nuova Ordine, en colaboración con los servicios secretos del Estado, colocó una bomba en el Banco Nacional de Agricultura, en Milán, que mató a 16 personas. La responsabilidad del atentado fue imputada originalmente a grupos anárquicos en lo que pronto se convertiría en una herramienta básica de lo que llegaría a llamarse la «estrategia de la tensión»: los esfuerzos del Gobierno italiano de desestabilizar la situación política en el país con tal de tener un pretexto para tomar medidas severas contra grupos de la extrema izquierda. La situación llegó a su punto álgido en 1978, cuando militantes revolucionarios de las llamadas brigate rosse (brigadas rojas) secuestraron y ejecutaron al ex primer ministro y presidente del partido de la Democracia Cristiana, Aldo Moro. En este tenebroso contexto histórico, la hipótesis de una participación neofascista en el asesinato de Pasolini homosexual y comunista se vuelve todavía más plausible.

Además, a principios de los setenta, Pasolini se había erigido como uno de los comentaristas políticos más agudos de toda Italia. Tan grande era su influencia que gozaba incluso de una columna en la portada del periódico conservador de mayor prestigio en el país: el Corriere della Sera. En la del 14 de noviembre de 1974, titulada «Yo sé», afirmó que conocía los nombres de los responsables de lo que él llamaba los putsch: los autores intelectuales de los atentados recientes. En una columna del 24 de agosto de 1975 titulada «El proceso», señaló que habría que arrastrar a la clase política en su totalidad ante los tribunales por un largo conjunto de razones, entre ellas: «indignidad, desprecio por los ciudadanos, manipulación del dinero público, colusión con los petroleros, con los industriales, con los banqueros, connivencia con la mafia, la destrucción paisajística y urbanística del Italia […] [y] responsabilidad de la condición espantosa de las escuelas, los hospitales y de las obras públicas». En el momento de su muerte, Pasolini trabajaba en un innovador tipo de novela investigativa llamada Petrolio (Petróleo). El tema del libro era el asesinato de Enrico Mattei, presidente de eni, la Corporación Nacional de Hidrocarburos. Mattei, quien había convertido al eni en una fuerza poderosa, negociando incluso un acuerdo comercial con la urss, había muerto en circunstancias extrañas en 1962 cuando su avión estalló en la campiña de Lombardía. El que Pasolini pudiera haber sido asesinado por poseer información sobre la muerte de Mattei tampoco resulta una idea descabellada: el periodista Mauro de Mauro, quien había estado investigando el mismo caso, fue desaparecido en 1970. Su cuerpo nunca fue recuperado. De manera paralela al caso de Pasolini, el caso Mattei ha pasado por décadas de investigaciones abiertas, cerradas y reabiertas sin llegar a una resolución definitiva.

Cobrando sentido 

En una entrevista que se remonta a 1967, Pasolini afirmó que solo en el momento de la muerte, en ese instante «indescifrable, ambiguo, suspendido», la vida de alguien cobra sentido. En los años posteriores a su muerte, su vida no ha dejado de cobrar sentido, con una serie de retrospectivas, libros, congresos, artículos y filmes en diversos países dedicados al artista de Casarsa. Ni siquiera el Vaticano, su acérrimo enemigo de alguna vez, se ha quedado atrás, declarando en abril de este año que El evangelio según Mateo era «la mejor película jamás hecha sobre la vida de Cristo». El tiempo, es más, ha terminado dando a Pasolini la razón. En 1992, 17 años después de la muerte del cineasta, el operativo judicial Mani Pulite (Manos Limpias) destapó una enorme red de corrupción en la clase política italiana, con el saldo de más de 1,300 políticos y funcionarios del Estado encarcelados y la disolución de los grandes partidos políticos formados en el período de la posguerra.

En sus críticas al consumismo y al poder corruptor de la televisión, parecía vislumbrar el ascenso al poder del magnate mediático Silvio Berlusconi. Y en su ataque frontal a la cultura del consumismo, describió con una horrenda precisión las fuerzas de la globalización y el neoliberalismo que tienen al mundo actual entre sus fauces. En solo un asunto, quizás, el artista tendría razones para felicitar a la sociedad actual: en su aceptación de los derechos de la homosexualidad. Según Peter Kammerer, el artista había imaginado siempre que sería asesinado al borde del mar, anticipando así tanto el lugar como las circunstancias de su muerte. En los trágicos fines de tantos de sus personajes, como el de Accatone en la calle o el de Trapos en la cruz, abundan los presagios sobre el temprano fin de su propio creador. «Yo, ahora, tengo poco tiempo: por culpa de la muerte que se viene encima, en el ocaso de la juventud», escribió Pasolini en su poema «Al príncipe». «Pero por culpa también de este nuestro mundo humano que quita el pan a los pobres, y a los poetas la paz».


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