Revista GLOBAL

Pensar el Caribe hoy: agenda y perspectivas

por Marcia Rivera
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Este artículo presenta una serie de ideas para pensar el Caribe de hoy. Tras debatir los obstáculos que impiden crecer a la región y que entre otras cosas surgen de la volatilidad de la economía, de la desigualdad social y de la cultura de jerarquías, se propone un nuevo gran proyecto de integración regional estratégica, con objetivos de largo plazo. Sin embargo, también nos recuerda que para repensar el Caribe debemos comenzar por visibilizar y que es superando el peso colonial del pasado que lograremos definir el presente y las posibilidades de un futuro. 79 Quiero comenzar esta breve reflexión recordando algunos hechos del proceso histórico caribeño que nos marcaron para siempre, porque parecería que no los tomamos suficientemente en cuenta en la formulación de políticas públicas. Durante buena parte de su historia, la región que llamaremos acá Caribe isleño basó su economía en la producción de materias primas para el mercado mundial; la mayoría de estas eran after dinner delicacies como se decía en algunos círculos norteamericanos de la época: azúcar, café, cacao, bananas, tabaco, y también algo de algodón y de añil.

La producción de estos cultivos se organizó mayormente bajo la forma conocida como sistema de plantaciones, donde los capitales provenían de los poderes coloniales y se utilizaba masivamente el trabajo de esclavos importados de África, que vivían en condiciones verdaderamente penosas. Según el historiador inglés Eric Hobsbawm, la cifra de esclavos africanos transportados a América sería de cerca de un millón en el siglo XVI, de tres millones en el XVII y durante el siglo XVIII llegaría a los siete millones.1 A esta cifra hay que añadir los muertos durante las capturas y durante el viaje por el Atlántico, lo que podría agregar otros cuatro o cinco millones. Se estima, además, que cerca de un 10% de los esclavos que trabajaban en plantaciones, minas y otros oficios morían cada año por las malas condiciones de vida y abusos laborales. De ese total aproximado de 18 a 20 millones de africanos arrancados de sus tierras, cerca de la mitad vinieron a parar al Gran Caribe. Por ende, la masividad del proceso nos obliga a hurgar bien en sus huellas. Si algo une, o sirve de elemento histórico común del Caribe, es este; somos sociedades profundamente impactadas por la esclavitud y el sistema de plantaciones, cuyos legados llegan hasta hoy. Nuestro amigo y prestigioso historiador dominicano Frank Moya Pons tiene mucha razón cuando señala que detrás la diversidad del Caribe subyace una plataforma productiva común.2 La Isla que se repite, ese meta archipiélago al decir de Antonio Benítez Rojo, sigue siendo una innegable realidad de diversidad, fragmentación, turbulencia, violencia, pero también de creatividad, resistencia, ingenio y poesía.3 Reflexionar sobre las consecuencias de este legado, me parece, es la primera tarea que debemos emprender si queremos pensar al Caribe hoy, por el peso de su pasado en definir nuestro presente y las posibilidades de nuestro futuro. En primer lugar, porque la esclavitud fue mucho más que un mero sistema económico. Como ha expresado Sidney Mintz, generó una forma de vida, una concepción de la condición humana y un andamiaje cultural mediante el cual amos y esclavos se relacionaban.4 Generó formas de tratarse, jerarquías e institucionalidad; generó también rebeldía, desprecio y resentimientos recíprocos de larga duración. La esclavitud sentó la base de la diferenciación y la desigualdad social que no hemos logrado superar en la región y que nos impide emprender un camino más auspicioso hacia un desarrollo integral, equilibrado y sostenible.

La esclavitud nos dejó costos enormes en muchos sentidos: sobre todo sufrimiento humano, pero también costos ambientales, fragmentación social, patrones de discriminación y de exclusión. Hoy, a cuatro siglos de haberse iniciado ese proceso, seguimos pagando la enorme deuda que nos dejó el coloniaje europeo y no tenemos recursos ni una ruta clara para salvarla del todo. Creo que ha llegado el momento de abrir un diálogo caribeño sobre esto porque nuestro futuro seguirá empeñado si no lo hacemos. En esa dirección consideró que será preciso encarar a las ex metrópolis para que colaboren en el montaje de un gran proyecto estratégico multinacional QUE Las estadísticas de violencia en el Caribe son de las más altas del mundo 80 –educativo, cultural y económico– dirigido a fortalecer la interacción entre las islas del Caribe, que nos permita reconocernos como parte de una región con historia común y problemas comunes en el presente. Solo comenzando a remediar la fragmentación impuesta desde afuera y la jerarquización interna étnica/racial, así como de género, introducida por el colonialismo, podremos comenzar a gestar un nuevo Caribe. Las metrópolis establecieron sus idiomas, sus visiones del mundo, sus patrones de consumo, su orden institucional y sus jerarquías. Generaron las articulaciones para asegurar su presencia más allá de la colonia formal y buscaron asegurar el sometimiento y la dependencia de sus ex colonias una vez alcanzaron la independencia formal. Así, anularon las posibilidades reales de que se generan sólidos lazos intra caribeños.

Sin esos lazos regionales nuestro futuro es mucho más incierto, porque actuando individualmente los pequeños países de la región quedan devorados por el contexto mundial entrelazado y dominado por un poder financiero que está haciendo estragos con la vida de la mayoría de los seres humanos. Para repensar el Caribe debemos comenzar por visibilizar. Primero y urgentemente, ante los otros caribeños, especialmente ante los jóvenes. Nuestras relaciones de intercambio comercial, político y cultural siguen siendo mayormente con las metrópolis que ejercieron el poder colonial, lo que significa que todavía descubrir al «otro» en el Caribe siga siendo difícil. Ese maravilloso mar Caribe que acuna a los isleños debería ser una vía de comunicación fácil para una interacción más profunda en todos los ámbitos, pero apenas existen medios para hacerlo. Llegar de una isla a otra suele tomar más tiempo que llegar a Europa o a Estados Unidos. Sin embargo, una comunicación más fluida podría permitir que se comenzará a reparar el tejido fraccionado de nuestra existencia colectiva. Los intercambios en el ámbito educativo y cultural seguramente permitirían aprendizajes recíprocos donde todos ganaríamos. Generar un gran proyecto de acercamiento y unidad caribeña ciertamente requerirá un liderazgo político y mucha capacidad de negociación, pero nos permitiría recuperar el sentido de región y de acción común, tal como se viene haciendo entre los mandatarios del resto de América Latina. El Caribe, por ser tan invisible, ha quedado descolgado de ese prometedor proceso. El legado de la violencia institucionalizada, la jerarquización y la cimarronería Las estadísticas de violencia en el Caribe son de las más altas del mundo y considero que tienen su raíz en la violencia institucionalizada que se generó en la época de la esclavitud. Ello no quiere decir que estemos justificando la existencia de patrones de violencia hoy; de ninguna manera.

Pero si analizamos minuciosamente quiénes son los que están implicados en actos de violencia, veremos que existe una enorme concentración de jóvenes negros y mulatos, provenientes de los sectores más pobres de la sociedad, que nunca tuvieron el mismo acceso a las oportunidades de educación, salud y trabajo que tuvieron los demás. Pobreza y color de la piel han estado íntimamente relacionados en el devenir histórico de nuestros pueblos. Por ello, es deber ineludible hacernos la pregunta de si habrá o no una relación con la historia vivida y reproducida generacionalmente. Los niños que abandonan las escuelas tempranamente son mayormente los de familias pobres y también mulatas. Los que son reclutados para las actividades delictivas de grupos mafiosos provienen también de los estratos sociales más carenciados. Por ello, en el Caribe la lucha contra la pobreza tiene que estar fundamentada en la lucha contra la discriminación; nunca se superarán la pobreza y la desigualdad si no se asume una vigorosa defensa de la igualdad étnicoracial. La violencia que hoy arropa la mayoría de los países de la región está claramente asociada a la persistencia de altos niveles de pobreza y desigualdad. Para darles idea del alcance de esta violencia, hacia finales del 2011, cuando la organización vasca ETA anunció que deponía las armas en España, hubo una celebración mundial por este hecho. Según expresaron los medios de comunicación, su «violencia terrorista» ha causado 81 brado 858 víctimas en 51 años de acciones. En mi país, Puerto Rico, el mismo día de ese anuncio se había sobrepasado esa cifra, pero de crímenes en un solo año… ¿Qué genera hoy tanta violencia? El crimen organizado internacional ha expandido sus tentáculos en las naciones caribeñas, penetrando instituciones y llevando la violencia armada a niveles inéditos. Lo ha podido hacer porque somos intrínsecamente vulnerables, con una historia marcada por las luchas violentas y los altos niveles de desempleo, informalización y desigualdad social. Tenemos economías y Estados débiles y somos proclives a las salidas fáciles –aprendidas en la tradición de la rebeldía cimarrona–; por lo tanto, tendemos a hacernos de la vista larga con el lavado de dinero si este aporta al crecimiento económico. Tenemos familias resquebrajadas desde hace años porque la estructura de la economía de plantaciones así lo requirió; por ello ni pestañeamos ante el descarado abuso contra las mujeres en el plano doméstico y en las redes internacionales de prostitución.

Tenemos mucha laxitud hacia la corrupción porque en nuestra historia esta siempre estuvo presente; por lo tanto, lamentablemente, lo que una parte de la población se plantea es cómo participar un poco de ella. Pero, además, vivir en un medio de pobreza nos hace mucho más proclives a tener un desarrollo físico y mental limitado, con carencias que científicamente se asocian a los altos niveles de desnutrición y al estrés tóxico persistente, que incide en la formación de las conexiones neuronales y compromete la arquitectura cerebral. No encarar decididamente la lucha contra la pobreza atenta contra los propios intereses de una sociedad en su conjunto, ya que estamos permitiendo que se pierdan capacidades humanas en el futuro. Las investigaciones recientes realizadas por universidades norteamericanas y europeas, así como por grupos especializados de pediatras y científicos en los Estados Unidos, están demostrando claramente los terribles impactos que tiene sobre una sociedad el que una proporción de personas vivan mucho tiempo bajo niveles de pobreza. Ya numerosas investigaciones científicas han demostrado que el nivel de estrés que genera vivir 82 en estos contextos tiene impactos neurológicos importantes y se asocia con el desarrollo de conductas antisociales, con un menor rendimiento académico en la escuela y el trabajo, así como con menores grados de salud física y mental en la etapa adulta.5 Responsables de esto parecen ser las hormonas cortisol, norepinefrina y adrenalina, que se generan en condiciones estresantes.

La presencia excesiva y persistente de estas hormonas es dañina para muchos órganos del cuerpo, incluyendo el cerebro. Según un informe técnico de la Asociación Americana de Pediatría, «muchas de las enfermedades de los adultos deben entenderse como desórdenes del desarrollo que comenzaron en la temprana infancia y que las persistentes disparidades de salud asociadas a la pobreza, la discriminación o el maltrato podrían reducirse significativamente si se alivia el estrés tóxico en la infancia».6 Hacernos cargo de esta compleja realidad requiere una voluntad política que rechace las nociones de que los pobres son pobres porque no desean trabajar; que prefieren vivir de las dádivas gubernamentales; que no hacen suficiente esfuerzo por superarse y ya aprendieron a robar para satisfacer sus necesidades de consumo. Visiones todas que prevalecen en mayor o menor grado en buena parte de la población de nuestros países que no ha vivido la amarga realidad de la pobreza. Se impone, pues, una lucha cultural, educativa, social para recomponer nuestro quebrado tejido social e impulsar un proyecto común que nos permite apostar a una vida digna para todos los caribeños. Ese proyecto, que debe emprenderse local, nacional y regionalmente, aguarda por un liderazgo decidido, que debe salir de entre nuestra clase política a la brevedad posible. A nivel de la región, República Dominicana, por sus lazos tanto con el Caribe hispano como con el angloparlante, podría hacer una contribución importante en este sentido y Funglode podría ser un buen vehículo para lanzar este desafío. Si bien la violencia ha estado presente en la vida de las poblaciones caribeñas desde hace 500 años y aprendimos a vivir con ella, a negociarla y a tolerar, hoy su vertiginosa expansión nos abruma, nos intimida y nos ha cambiado la cotidianidad. El narcotráfico, un multimillonario negocio asociado al crimen organizado trasnacional, ha aprovechado nuestra vulnerabilidad y se ha instalado con fuerza en casi todos los países de la región. En algunos de los países caribeños representa más de la cuarta parte del producto nacional bruto. Sobre todo en los últimos años, el Caribe ha visto crecer enormemente este negocio porque su ubicación lo coloca en lugar privilegiado para el flujo de drogas de Sudamérica hacia Estados Unidos y Europa. Sobre todo, porque muchos países de Sudamérica están adoptando medidas más fuertes para controlar el tráfico desde sus puertos.

El narcotráfico es un negocio complejo, multifacético, altamente jerarquizado, con cadenas de producción y distribución eficientes y bien coordinadas, que aporta recursos al crecimiento económico a través del lavado de dinero, los puestos de trabajo que genera y lo que distribuye y derrama. El negocio está organizado en una cadena que incluye el cultivo, la manufactura, la distribución y la venta por traficantes callejeros, quienes a veces son consumidores de drogas ellos mismos, con intermediarios a diversos niveles. Para dar un ejemplo sencillo, un kilo de cocaína al por mayor puede costar 14,000 dólares estadounidenses, pero al venderse en pequeñas cantidades al detalle se convierten en 80,000 dólares. Ello genera ingresos para muchas personas en distintos escalafones en la organización del negocio, al cual se puede entrar desde muchos lugares y desde edades muy tempranas. Un niño de 10 años puede ganar más que su padre Se estima que el cambio climático tendrá considerables impactos en las zonas costeras de las islas 83 profesional asalariado si entra como «campana» de un punto de drogas, donde, por ejemplo en Puerto Rico, comienza ganando US$50.00 por hora. Quedarse en la escuela y establecer metas de largo plazo no pasan por su cabeza una vez comienza a manejar grandes cantidades de dinero. Al menos en el comienzo del negocio del narcotráfico, la mayoría de las personas que eran reclutadas para la distribución de la droga venían de los sectores de mayor pobreza y vulnerabilidad. Pero el financiamiento de las grandes compras solían hacerlo sectores más acaudalados, generalmente empresarios o profesionales que trabajaban por cuenta propia, ya que operaban con mucha liquidez. Ahora hay grandes empresarios de la droga nacidos en contexto de pobreza que se manejan con reglas que son aún más violentas, las que conocieron generación tras generación. Los puntos de venta de drogas se han multiplicado exponencialmente, alcanzando a las comunidades rurales más remotas del territorio caribeño.

En la lógica de la competencia, esto desata luchas virulentas por controlar el mercado, que generalmente terminan en homicidios. Según un Informe de la Oficina de Naciones Unidas de Drogas y Crimen (UNODC, por sus siglas en inglés), el Caribe es una de las regiones donde se han incrementado más las tasas de homicidios relacionados con el crimen organizado en los últimos años. Coincide con que son «países con altos niveles de desigualdad social. Las tasas son casi cuatro veces más altas que en sociedades más igualitarias » El narcotráfico y el lavado de dinero van de la mano porque donde hay venta de drogas hay cantidades exorbitantes de dinero que hay que hacer pasar por la economía formal. De ahí que muchos empresarios –de todos los niveles– y profesionales en diversos rubros estén dispuestos a cobrar una comisión por «lavar» el dinero «sucio», haciéndolo pasar como parte de sus operaciones. Se calcula que en Estados Unidos el lavado de dinero asciende a 64,000 millones de dólares anuales y de todos es conocido que en el Caribe el lavado es una parte sustancial del producto bruto interno. 84 El impacto económico de los puntos de drogas es apenas un componente de las consecuencias nefastas del narcotráfico y el crimen organizado en la sociedad, que también se extiende a otras actividades que incluyen el tráfico humano y de órganos, y la organización de sistemas de corrupción en distintos ámbitos. Así, en la región han proliferado mecanismos para la apropiación ilegal en programas del Estado, sobornos a políticos y funcionarios gubernamentales, entre otras lamentables prácticas ilegales vinculadas al crimen organizado. El incremento de la corrupción tiene efectos devastadores para la ética, la confianza y el capital social de la sociedad. En algunos países de la región, como el mío, Puerto Rico, el crimen organizado ya financia campañas políticas a cambio de que los gobernantes, los funcionarios estatales o los políticos locales se hagan de la vista larga con sus actividades. Esto es una desnaturalización de la política e incide en el debilitamiento progresivo de las instituciones, así como de la democracia. Además, y como si lo anterior fuera poco, somos el patio trasero de los Estados Unidos de América, país que genera una enorme demanda de estupefacientes, que controla el tráfico internacional de armas, que siempre quiso tener a esta región subordinada políticamente y que sigue intentando dominar económicamente el mundo. Por ello, estamos frente a una realidad que nos apabulla pero que no debe inmovilizarse. Entonces, ¿cómo vamos a entrarle a este complejo problema que cada vez amenaza más con destruir nuestras sociedades? Habrá quienes piensen que con una mayor coordinación de las instituciones policiales, jurídicas y de inteligencia de la región se podrá encarar este flagelo efectivamente.

Y muchos apuestan por políticas de mano dura contra los narcotraficantes, pero en todos los países han fracasado. Hay demasiados obstáculos que surgen de la volatilidad de nuestras economías, de la vulnerabilidad general, de la fragmentación de la región, de la cultura de jerarquías de todo tipo y de la desigualdad social dentro de nuestros países. Por ello pienso que es imprescindible poner en marcha mecanismos que abonen a un diálogo estratégico donde participen académicos e investigadores de primer nivel, organizaciones de la sociedad civil y los Gobiernos con el fin de moverse conjuntamente para viabilizar políticas dirigidas a desmontar el negocio de las drogas e impulsar un proceso de desarrollo económico y 85 social verdaderamente alternativo en el Caribe. Alternativo en el sentido de que al menos parte de la concepción de desarrollo humano sostenible gestada por el PNUD, que ofrece un marco conceptual idóneo para buscar las rutas posibles a fin de lograr sociedades más equitativas e integradas, nacional y regionalmente. Ayudar a viabilizar este diálogo podría ser un aporte formidable del Polo Caribeño del Instituto de las Américas, de Funglode, y de todas las organizaciones y personas de buena voluntad que entiendan la urgencia de este asunto. Las economías de los países caribeños están hoy tan expuestas a las fluctuaciones de los mercados externos como lo estuvieron hace cientos de años. El dominio exterior sobre los medios de producción también sigue siendo la norma. El modelo privilegiado en las últimas décadas, basado en el turismo, depende principalmente de inversiones extranjeras y añade vulnerabilidad. En una coyuntura como la actual, donde los países europeos y Estados Unidos enfrentan una severa crisis, el impacto sobre el Caribe puede llegar a ser tremendo.

Por eso, las estrategias de crecimiento rápido a cualquier costo, que han dominado la lógica de los aparatos gubernamentales de muchos de nuestros países caribeños, son tan quebradizas. Se caen con cualquier sacudida externa y no logran revertir los patrones de desigualdad que hemos acarreado durante tantos años. Es preferible generar capacidades productivas endógenas, crear puestos de trabajo digno, innovar a partir de una mayor inversión pública en educación, ciencia y tecnología, y crecer a menor ritmo pero con perspectivas de sostenibilidad y de distribución más equitativa de los frutos del desarrollo. Es importante también fortalecer y hacer más simétrico el comercio intra Gran Caribe porque ello puede servir de marco de protección frente a las oscilaciones de la economía mundial. Redefinir esas estrategias es nuestro mayor imperativo hoy. La desigualdad social limita severamente las posibilidades del crecimiento y el desarrollo económico. Nuestras economías –salvo la de Cuba, que enfrenta otros problemas y desafíos– han sido dominadas por la lógica del efecto derrama, por una visión que afirma que lo importante es que haya dinero en circulación y consumo porque ello traerá crecimiento y este derivará hacia todos los sectores. El problema es que no lo hace en la misma proporción y, lejos de ir cerrándose la brecha de ingresos, aunque sea levemente, como está sucediendo en muchos países de Suramérica, en nuestro Caribe seguimos con altas o peores tasas de desigualdad. Además, el daño potencial que se hace a las sociedades caribeñas alentando desde los Gobiernos el consumo y el endeudamiento personal como forma de estimular la economía es una invitación al desastre en un futuro no muy lejano. De ahí que nuestra propuesta de estrategia económica alternativa tenga como objetivo central ir superando progresivamente la tasa de desigualdad social para que podamos comenzar a hacer justicia histórica a nuestra población pobre. No solo por una cuestión de derechos, sino también porque está ampliamente demostrado que cada punto que se gana en lograr más igualdad revierte en mayor crecimiento, mejores posibilidades de desarrollo humano y mejores perspectivas de sostenibilidad. Y sobre todo, comenzar a hacerlo desde la atención a la infancia, para frenar el deterioro progresivo de nuestras capacidades futuras.

El asunto entonces es no solo superar los altos niveles de pobreza que persisten en el Caribe, sino también los altos niveles de desigualdad que el actual modelo contribuye a sostener. Antes mencioné también que el legado de la esclavitud tuvo un efecto grande sobre nuestro medioambiente y sobre las prácticas de cuidarlo. La deforestación en Haití, la pérdida de biodiversidad en Puerto Rico, el agotamiento y Y como eje de todo ello debe estar una inversión significativa en educación, ciencia y tecnología 86 contaminación de las aguas acá en Dominicana, la pérdida de los suelos y el deterioro ambiental de los centros urbanos son problemas comunes a nuestra región hoy. Otros temas como el cambio climático, el agotamiento de la capa de ozono, el aumento de los contaminantes orgánicos persistentes y la bioseguridad han emergido también como problemas críticos. Se estima que el cambio climático tendrá considerables impactos en las zonas costeras de las islas, aun en los escenarios más optimistas. Muchas de las grandes áreas metropolitanas de la región son altamente vulnerables a la elevación del nivel del mar. En el Caribe, la mayor parte de las ciudades, pueblos y asentamientos se han desarrollado en la zona costera, que resulta particularmente susceptible. El cambio climático también afectaría la agricultura y los recursos hídricos, así como los ecosistemas y las pesquerías en zonas de marea. A escala global el Caribe, conjuntamente con las Filipinas, Madagascar y las islas del océano Índico, están considerados zonas que merecen atención prioritaria de la comunidad global y deben estar entre las primeras en recibir apoyo para la conservación de la biodiversidad.8 Por los patrones de consumo, los problemas ambientales están vinculados a toda la cadena de manejo de los residuos sólidos, abarcando los aspectos de recolección, minimización, reciclaje, transporte y disposición final, especialmente en el caso de la basura domiciliaria, que está haciendo crisis tanto en este país como en Puerto Rico. Otro problema fundamental que debemos encarar colectivamente es la alta dependencia del petróleo como fuente energética principal. Con tanto buen sol y viento, que podrían ser la base de una industria regional de energía alternativa, no vemos mucho movimiento en esa dirección, cuando en otros países de América Latina ya el proceso está plenamente encaminado, reduciendo la dependencia del petróleo. Es importante también hacer fuerza colectiva a nivel regional para detener el creciente poder de los carteles del petróleo, que hoy constituyen un elemento detrimental por los altos costos que imponen y que inciden en toda actividad económica. Un asunto que también debemos incluir en una estrategia regional es la atención a la producción de alimentos. Yo vengo de un país que ya importa alrededor del 90% de todos los alimentos que consume, y situaciones similares se viven en otras islas caribeñas. Restituir la dignidad y las condiciones de trabajo de los campesinos y agricultores y hacer disponibles tecnologías que no violenten o contaminen el medioambiente ni 87 supongan dependencia ni problemas aún mayores, tiene que estar en un lugar privilegiado de nuestra agenda regional.

Todas estas amenazas podrían ser atendidas con mecanismos más efectivos de concertación y colaboración, pero los instrumentos actuales de alcance regional no parecen ser muy efectivos en estos ámbitos, a pesar de que pueden ser considerados un punto de partida. El Caribe en el horizonte Mi planteamiento central, para resumir, es que necesitamos un nuevo gran proyecto de integración regional estratégica, con objetivos de largo plazo para la región que incluya la lucha decidida contra la pobreza y la desigualdad social, la equidad de género, el crecimiento económico sostenible, el cuidado del medioambiente y el establecimiento de una arquitectura financiera internacional que pueda reducir la volatilidad del capital con mecanismos regulatorios claros y eficientes.

La responsabilidad por esta agenda debe ser también compartida por los poderes coloniales cuyo legado es tan contradictorio. Pero esa agenda solo se podrá lograr a través de un compromiso político real de todas las sociedades caribeñas con la refundación institucional de los Estados. Se requerirá la reconstrucción de los aparatos estatales desde el mérito, la instalación de mecanismos de rendición de cuentas, la transparencia y un nuevo diálogo con la sociedad civil y el empresariado sobre bases de respeto recíproco. Y como eje de todo ello debe estar una inversión significativa en educación, ciencia y tecnología a fin de superar la ignorancia que provee un terreno fácil para la manipulación y el clientelismo político, que nos tiene sumidos en la impotencia y la desesperanza. Hacia allá caminemos juntos para asegurar que el Caribe siga siendo un lugar donde las futuras generaciones puedan vivir en paz y armonía. 


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