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Petróleo: De Arabia a Quisqueya

por Rafael Bautista
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El reino de Arabia Saudita ocupa desde hace décadas el centro de atención de quienes estudian las complejas interrelaciones existentes entre el comercio del petróleo y los movimientos de la política internacional. Las razones de esta atención se ven de inmediato cuando se pasa revista a las tres variables que definen el mundo del petróleo: las reservas comprobadas, la capacidad de producción instalada y la demanda mundial de este insumo. Primera variable, las reservas. Según los informes del Servicio Geológico de los Estados Unidos (USGS), la Agencia Internacional de Energía (IEA) y otras agencias oficiales, Arabia Saudita posee aproximadamente la cuarta parte de todas las reservas mundiales comprobadas y conocidas.

Estas reservas suman aproximadamente 261,000 millones de barriles. En el vecindario inmediato del reino se encuentran Qatar, los Emiratos Árabes Unidos, Irán, Kuwait e Irak; todos miembros de la OPEP. En total, estos países del Golfo Pérsico tienen en su territorio cerca de las dos terceras partes de todas las reservas mundiales comprobadas. En cuanto a capacidad de producción instalada, durante los últimos dos años Arabia Saudita ha participado en el mercado con un 11% de la producción mundial. Rusia produce más petróleo que Arabia, sin embargo, cerca de la mitad de su producción se destina al consumo interno, lo que deja una exportación neta de aproximadamente 6 millones de barriles diarios (MMBPD), en comparación con los 9,3 que exporta Arabia, cifra que la convierte en el mayor proveedor de petróleo del planeta. El reino saudita cuenta además con una condición excepcional: mantiene un cierto margen de su capacidad de producción sin utilizar. Este margen le permite controlar hasta cierto punto los movimientos en el precio del crudo. Para fines prácticos, son los únicos de entre todos los productores que pueden influenciar los precios de esa manera. La demanda 

La tercera variable de importancia es la demanda. Desde mediados de los noventa ésta se ha incrementado año tras año, debido principalmente al empuje de las economías asiáticas. En particular, entre 1995 y 2004, la demanda china se ha duplicado. Esta tendencia ha creado una situación de “cuello de botella” a fines del año pasado, ya que se está muy cerca de los límites de capacidad de producción instalada, con la consecuencia de que cualquier perturbación significativa, especialmente si es de origen político, tiende a crear una fuerte volatilidad en el precio del crudo y, por ende, en todos sus derivados. Los economistas de diferentes partes del mundo argumentan que esto no debe ser un problema, pues mayores precios estimulan la extracción de reservas nuevas, lo cual haría que los precios bajaran. Desafortunadamente, ésta no es una opción viable en el corto o mediano plazo. Las inversiones de capital en el mundo del petróleo son de dimensiones considerables. La IEA estima que las inversiones adicionales necesarias para adaptar la capacidad de producción mundial a los crecimientos previstos de la demanda en los próximos 20 años llegan a unos tres billones de dólares.

Contrario a ciertas percepciones populares, la gran mayoría de los productores no se encuentra en condiciones de realizar las inversiones necesarias recurriendo solamente a su propio erario, y tampoco están muy dispuestos a aceptar la participación a gran escala –que ellos interpretan como ingerencia– de las compañías multinacionales que sí tienen los recursos económicos, técnicos y humanos para emprender la tarea. El cuadro que emerge de la conjunción de las tres variables –ubicación de las reservas comprobadas, estado de la producción y demanda– plantea al mundo la posibilidad de una sucesión de crisis de suministro, crisis que serían esencialmente de un carácter distinto a la que siguió al embargo petrolero de 1973. Los traumas causados por el suministro durante aquella década cedieron paso a una abundancia de oferta durante los años 80; esto se debió a que la causa original de los problemas era esencialmente política. En ese período no había una restricción física que limitara un mayor suministro de petróleo, pero las nuevas crisis serían estructurales, de intensidad creciente y sin plazo previsible para su terminación. Esta nueva condición acentúa la enorme importancia que tendrán, al menos durante la próxima década, los eventos en el interior de Arabia Saudita. 

La incógnita saudí 

En 1932 el jeque Aziz Abdel ibn Saud logró unificar las numerosas tribus beduinas del desierto de Arabia bajo la tutela de su dinastía. Aparte de la usual coerción militar que estos fenómenos políticos conllevan, el fundador de la Casa de Saud se apoyó en otros dos pilares fundamentales: su alianza con la rama puritana del islamismo conocida como los Wahhabi, y las alianzas con otros jefes tribales a través de unos 30 matrimonios, de los cuales nacieron un total de 44 hijos reconocidos. Estos hijos a su vez han dado origen a unos 1,400 príncipes. En la actualidad nadie externo a la familia real sabe su verdadero tamaño, si bien las estimaciones varían desde 10.000 hasta 27,000 miembros. La corona del reino se encuentra en la cabeza del rey Fahd, quien quedó incapacitado por una serie de derrames cerebrales en el año 1995, por lo que en la actualidad el poder se encuentra en manos del príncipe Abdullah (o Abd Allah), de 81 años de edad, quien sería el heredero en caso de la muerte de Fahd. La línea de sucesión más allá del príncipe Abdullah pasa, en este orden, por los príncipes Sultán –de 79 años, jefe del ejército desde 1962– y Nayef –de 72 años, ministro del Interior desde 1975–. Desde principios de los años 90 los tiempos han cambiado de manera desfavorable para la Casa de Saud. La población del reino ha crecido de forma acelerada desde los días del embargo, y hoy existe un alto nivel de desempleo, más marcado entre los jóvenes de menos de 30 años, quienes forman un 70% de la población. Gran parte de la ciudadanía ve a los Saud como una familia llena de privilegios y poder sin límites, y el resentimiento en algunos estratos es generalizado. Esta situación ha contribuido, sin duda, a diseminar diferentes variantes de las ideas más radicales del Islam, siendo la más notoria la que predica Osama Ben Laden.

Los problemas asociados con acciones de terrorismo y ataques contra la infraestructura de producción se han multiplicado en años recientes, y la reacción del reino ha sido aplicar mano dura y retroceder en muchas de sus tendencias liberalizadoras de periodos anteriores, acercándose de nuevo a la línea puritana de los Wahhabi. En todo caso, ninguno de los analistas principales de entidades tales como el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales 1 (CSIS) prevé una caída de la Casa de Saud ante un levantamiento interno. Sin embargo, muchos hacen estimaciones sobre la severidad del impacto de acciones terroristas del mismo estilo de las del 11 de septiembre, pero cuyo blanco serían las instalaciones de procesamiento y distribución de petróleo en Arabia Saudita. Existen otros escenarios que, aunque de apariencia menos espectacular, podrían conducir a problemas graves dentro del reino, con su secuela inmediata de caos en el mercado del petróleo durante semanas o meses. Tal vez el más importante plantea que la situación de su vecino Irak puede tener repercusiones para los saudíes.

Si las tropas y el gobierno de los Estados Unidos fracasan en apaciguar la rebelión dentro del territorio iraquí, ésta puede propagarse hacia el reino, con consecuencias impredecibles sobre el comercio del petróleo. Si hay elecciones legítimas en Irak y triunfa como se espera el partido que representa a la mayoría chiíta, Arabia Saudita se vería enfrentada a su vieja Némesis: verse rodeada por dos estados –Irán e Irak– de una fe rival dentro del Islam. Esto podría conducir a mayores gastos militares y a la búsqueda de refugio por parte de la Casa de Saud en la posición estricta puritana Wahhabi. Estos movimientos no sólo incrementarían las tensiones en todo el Golfo Pérsico, sino que una posición extrema dentro del reino tensaría considerablemente las relaciones con las naciones occidentales en general, y con los Estados Unidos en particular. En un entorno así enrarecido, el campo de las relaciones internacionales quedaría minado de posibilidades de que se cometan graves errores de política, ya sea a un lado u otro del muro entre culturas. Previsiones y reacciones 

La suma y composición de los riesgos externos e internos, incluyendo la creciente ancianidad de los que se consideran como claros sucesores al trono de Arabia Saudita, da como resultado un panorama que los gobiernos del mundo que sean dependientes del suministro de petróleo harían mal en ignorar. Sus programas económicos, políticos y sociales para los próximos años podrían estrellarse contra una barrera que resultaría infranqueable si no se toman con anticipación las medidas necesarias. Durante al año 2004 fueron visibles las acciones de ciertos gobiernos que buscan hacer frente a una eventual crisis originada en los factores que hemos discutido. El gobierno chino ha logrado asegurarse fuentes de petróleo por fuera del Golfo Pérsico. La señal más reciente de estas movidas estratégicas fue la realización hace poco de un convenio de suministro con el gobierno venezolano. China busca así soluciones por el lado de la oferta. Ese acuerdo presenta una clara sinergia para ambas partes, pues por el lado de Venezuela, dadas sus tendencias políticas actuales, logra reducir su dependencia del mercado norteamericano. Desde la época del embargo de 1973, los países de la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (OECD) establecieron la IEA2, organismo responsable de administrar y vigilar las reservas de seguridad que este grupo mantiene. Estas reservas consisten en altos inventarios de hidrocarburos que deben ser equivalentes a por lo menos tres meses de consumo, de forma tal que se puedan suavizar las fluctuaciones de precios, así como para enfrentar crisis futuras. Cada uno de estos países trabaja además en la búsqueda de tecnologías y procedimientos que disminuyan el uso de hidrocarburos de sus respectivas economías. La respuesta de estos países ataca más bien el lado de la demanda. Se pueden apreciar también acciones que van más allá de la cobertura de riesgo.

Este parece ser el caso de Rusia. Durante buena parte del año pasado los analistas políticos y del mercado del petróleo han seguido con cierta consternación el desenlace del drama entre el gobierno de Vladimir Putin y la –hasta hace poco– compañía petrolera privada Yukos. La unidad de producción principal de Yukos es responsable de alrededor de un 10% del total de la producción rusa. Lo que parece ser el episodio final de este drama ocurrió hace poco, cuando en una maniobra de subasta poco ortodoxa, la unidad terminó bajo el control de Gazprom, la compañía petrolera oficial. Independientemente de los rumores y especulaciones acerca de las motivaciones del Gobierno ruso, es evidente que esta acción no busca cobertura de riesgo contra una crisis petrolera en el Golfo Pérsico. Aunque esta medida podría relacionarse con nociones de poder dentro del sistema ruso, es difícil suprimir la hipótesis de que el Kremlin busca además posicionarse de manera estratégica frente a los países occidentales, en caso de que se presente una crisis que quizás sus estrategas consideran inevitable. La respuesta de Rusia, si es el caso, sería la de búsqueda de ventajas implícitas en el surgimiento de una crisis. 

La situación dominicana 

La República Dominicana se encuentra, sobra enfatizarlo, en una posición de mucha vulnerabilidad frente a acontecimientos en el Golfo Pérsico. Este reconocimiento, por supuesto, no puede llevar a la conclusión de que la principal medida que se puede adoptar es la de reaccionar ante los eventos. La mera reacción puede resultar calamitosa para el bienestar de la mayoría de los ciudadanos. Es claro que los acuerdos recientes entre el Gobierno dominicano y el de Venezuela, que incluyen términos más blandos de financiación para el país, tienen el valor de amortiguar el golpe en caso de que haya una crisis a corto o mediano plazo. Este acuerdo cae dentro de las respuestas por el lado de la oferta, que es sin embargo el lado estratégico más débil del país, en vista de su posición como un simple “tomador de precio”. Por el lado de la oferta las opciones son limitadas, pues la principal manifestación de una crisis de suministro es la elevación de los precios a niveles muy altos durante períodos prolongados de tiempo. Tarde o temprano hay que pagar la cuenta, la cual es el producto simple del precio unitario por el volumen contratado. Nada se puede hacer sobre el precio, lo cual deja la alternativa de considerar el volumen. El nivel de consumo de hidrocarburos debiera estar sujeto a escrutinio, tabulación y estudio cuidadosos, para aplicar –dentro de un plazo de dos o tres años– regulaciones que promuevan un uso eficiente de combustibles dentro de todas las actividades económicas del país que los consuman en cantidades significativas.

La estrategia consistiría entonces en aproximarse al problema por donde el país puede mostrar fortalezas, que es por el lado de la demanda. Los tres renglones principales de consumo: generación de electricidad, transporte y hogares, podrían someterse a un estudio sistemático para dilucidar las formas en las cuales ciertas regulaciones pueden promover prácticas e inversiones que incrementen la eficiencia en el uso de los combustibles. Este es un esfuerzo que tiene precedentes en otras partes de América Latina (por ejemplo, el caso de Brasil con el desarrollo de tecnologías propias para adaptar sus vehículos al consumo de gasohol), y que requiere de un consenso alto entre los diferentes actores de la vida social y política del país. Para adelantar una estrategia por el lado de la demanda sería además indispensable tener información detallada de los renglones de la economía más sensibles a las variaciones del precio del petróleo, y qué grado de flexibilidad tienen los diferentes sectores para adaptarse a restricciones en el suministro de combustibles. 

Intensidad energética 

El Fondo Monetario Internacional (FMI) emplea el concepto de “intensidad energética” de las economías para determinar la dependencia de fuentes de energía para producir cada unidad de su producto interno bruto. Para el caso de Estados Unidos, su intensidad energética en el año 20023 fue de aproximadamente 10,200 (en miles de BTU por dólar de PIB, expresado en dólares de 1995). Si realizamos un ejercicio similar para el caso dominicano, utilizando la información disponible en la página web del Banco Central 4, la intensidad energética en 2003 se encuentra en el rango de 18,000 a 20,000 (en las mismas unidades). Mientras mayor sea el valor, la economía consume más combustible para producir la misma unidad de valor económico. No hay mucho error en suponer que la intensidad energética de Estados Unidos para el mismo año esté en el orden de las 10,000 unidades. El contraste entre estos valores refleja diferencias estructurales importantes entre las dos economías, principalmente relacionadas con el efecto del paso de la economía estadounidense de una etapa industrial a una economía de servicios basados en tecnologías de la información. La intensidad energética de Estados Unidos se encuentra dentro del promedio de los países de la OECD. Utilizando esta medida como base de referencia, la República Dominicana tiene un cociente en el rango 1.8–2.0, que podemos comparar con el de otros países y regiones 5. Por ejemplo, Brasil, que se encuentra en el rango 1.4–1.5, y África en el rango 2.2–2.3. No está fuera del alcance del país aspirar a los niveles de eficiencia de una economía con muchas similitudes sociales y estructurales, como es la brasileña. 

Opciones 

Muchas de las acciones necesarias para implementar una estrategia por el lado de la demanda pueden verse impedidas por problemas de financiación. En las condiciones actuales del país es difícil visualizar el aumento del endeudamiento; sin embargo, en el mediano plazo el Gobierno dominicano puede recuperar la capacidad de financiación con entidades multilaterales, o también mediante acuerdos bilaterales. Para el futuro inmediato es necesario establecer las prioridades de inversión que absorberían esos créditos. Una propuesta concreta es que los nuevos proyectos deben incluir prioritariamente programas de incremento de la eficiencia en el uso de todas las fuentes nacionales de energía, así como la búsqueda de fuentes alternativas que no se basen en combustibles fósiles. Durante el año 2003 el país consumió energía a una tasa equivalente aproximada de unos 130,000 BPD 6. Este dato significa que por cada dólar que suba el precio internacional del crudo, el país puede esperar un aumento en su cuenta anual de combustibles de hasta US$ 50 millones. En vista de la situación internacional planteada, las fluctuaciones hacia el alza ocurrirán con relativa frecuencia en los próximos años. El peligro más inmediato es que sobrevenga una crisis en la próxima década, en cuyo caso, si el pasado sirve de alguna guía, los precios podrían incrementarse de manera súbita (y con vigencia prolongada) entre un 40 y un 100%. Si utilizamos la base de precio inicial de US$ 30 por barril, estamos hablando de incrementos de la cuenta para el primer año de crisis del orden de los US$ 300 a 600 millones.

El impacto de este incremento de la cuenta petrolera sobre el resto de la economía se puede adivinar a partir de eventos pasados, aunque es peligroso hacer extrapolaciones simples. El FMI estima que en promedio cada US$ 10 de alza del precio por barril quita 0.6% de crecimiento real a la economía mundial; otras agencias estiman un promedio de 0.75% para economías en desarrollo 7. Este es un indicador posiblemente muy imperfecto, y lo ideal es que se haga dentro de las instituciones gubernamentales y académicas del país un estudio más preciso que atienda a las realidades nacionales. Una inspección de los datos publicados por el Banco Central sugiere que el impacto local es en realidad mucho mayor de lo que indica ese promedio general. En todo caso, incluso estas estimaciones dan una idea del costo de simplemente limitarse a reaccionar, sin tener estrategias implementadas. Estas apreciaciones de riesgos son contingentes al estado del mundo a mediano plazo, pero en vista de las circunstancias ya descritas, sería aventurado no considerarlas seriamente en los planes de inversión para los próximos dos o tres años.


2 comentarios

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