La mentalidad laboral del sector tecnológico de Occidente contrasta con una India marcada por las ideas socialistas. La instalación de metrópolis electrónicas en la quinta ciudad más poblada de este país, Bangalore, desde la década de 1990, ha hecho florecer una clase media con costumbres occidentales y evidencia las diferencias sociales que se han tejido en torno a la industria informática. Hasta allí llega la generación de creadores de software que se forma a borbotones en las universidades hindúes. Esta es la profesión de la esperanza.
Cada año, el sueño de promoción atrae a miles de jóvenes hindúes a los puestos de trabajo en el área de la informática de las multinacionales. Para una buena parte, la informática es la única perspectiva para el desarrollo personal. Raras veces, sin embargo, es un camino feliz.
Praveen Mitthal trabaja desde hace medio año para una empresa informática de capital estadounidense. En su apartamento de dos cuartos no hay camas, solo algunas esteras para dormir, tres almohadas para sentarse y un ropero. Comparte la estrecha vivienda con tres amigos que trabajan también para un gran consorcio americano de software. Mitthal es responsable del control técnico de los programas y del mantenimiento de los backbones de la red de redes –los backbones son las grandes conexiones de Internet compuestas por los routers, los cuales transmiten los datos mediante los cables de fibra óptica que atraviesan los mares, conectándonos a todos con el mundo digital–. Creció en condiciones muy humildes, muchas veces sin electricidad y junto a su padre alcohólico; jamás se hubiese imaginado trabajar aquí.
Mitthal es parte de la peregrinación que año tras año atrae miles de hombres jóvenes a Bangalore, la quinta ciudad más poblada de la India. El sueño es encontrar trabajo en el área de la informática.
Desde finales de la década de 1990, la ciudad se considera el Sillicon Valley de Asia. En ese entonces, este sector se encontraba en pleno auge, proporcionando a los pioneros altos ingresos. La mayoría provenían de estratos humildes. En vez de adoptar el «sueño americano», adoptaban el «sueño hindú». Uno de esos pioneros es Mahendra, jefe de sección de una gran empresa de software. Lleva trabajando más de 15 años en esta área. Ya no necesita seguir creando programas como Mitthal, porque dirige un pequeño ejército de especialistas, distribuidos por todo el mundo. «En 1997 comencé a trabajar para un consorcio internacional. Desde ese momento, nunca más miré para atrás. Paso a paso sigo adelante, no hay rupturas en mi biografía», dice Mahendra, antes de contestar el teléfono. Delante de él, relucen dos teléfonos inteligentes como si reclamaran atención. Él es uno de los pocos ciudadanos de Bangalore que se ha criado en esta ciudad, que, con los años, se ha convertido en una metrópoli.
«Antes, todo era muy relajado. La vida estaba en la calle, todos se conocían. La calle era mi hogar. En los noventa, ninguno de nosotros se hubiese podido imaginar el futuro de esta ciudad. Hoy vivo en un gran complejo de apartamentos y ni siquiera sé el nombre de mi vecino», asegura con cierta nostalgia en la voz.
Sin embargo, parece que siempre ha sido parte de este desarrollo inaudito, ante el cual se muestra fascinado y curioso. «Por la mañana, primero tomo mi Blackberry», afirma mientras se desconecta de sus teléfonos inteligentes. Después, se encamina hacia el techo del edificio de la empresa para almorzar en la cantina.
Hoy en día hay distritos enteros de Bangalore que son complejos de oficinas de las grandes empresas de software, llamados tech-parks. Este sector de la informática alcanza altas tasas de desarrollo. Mientras ingenieros jóvenes como Mitthal se sienten atraídos por tentadoras ofertas laborales, llega también gente más humilde, con menos educación, procedente de las regiones agrícolas del país para encontrar un puesto de asistente, de chofer o de vendedor de té. Esta es su forma de participar del boom informático.
Todo esto repercute en la imagen de la ciudad. Al duplicarse la población en la última década, las infraestructuras y el mercado de la vivienda no logran satisfacer la demanda. Las consecuencias de este desbalance se ven por todas partes: un tráfico caótico, una congestión perpetua, una falta exorbitante de viviendas, alquileres cada vez más caros. Las diferencias sociales son cada día más visibles.
«Es cierto que las grandes empresas invierten dinero, pero lo destinan exclusivamente al levantamiento de edificios y a mano de obra. No hacen nada por la infraestructura. Yo, personalmente, paso mucho tiempo en los atascos. Eso es poco productivo», Mitthal suspira.
La ciudad se caracteriza por agudos contrastes: delante de modernos centros comerciales, vendedores callejeros, instalados en carretas de madera, ofrecen galletas y cigarrillos. Junto a complejos de apartamentos de doce pisos, chozas de lata y plástico albergan a los trabajadores recién llegados. Por las sofocantes avenidas de Bangalore, se abren camino ruidosas rikshas en grupo, junto a automóviles europeos de lujo. Hace medio año terminó la construcción de la primera línea del tren subterráneo, iluminado, moderno, limpio, de estilo europeo. Un viaje por la ciudad cuesta veintidós centavos de euro. Como la mayoría de los ciudadanos no puede pagar ni siquiera eso, el tren va semivacío. Los pocos adinerados se suben por mera curiosidad. En general, tienen su propio chofer.
Espacios privilegiados
Al margen de estos contrastes explosivos, en Bangalore existen también pequeños oasis de tranquilidad. Son lugares separados para una nueva clase media y para el sector tecnológico, denominados gated communities. Se trata de complejos de apartamentos donde las familias se olvidan que se encuentran en medio de la ciudad. Son tan grandes y de tal tamaño que pudiera uno preguntarse dónde y cómo se encontró espacio para construirlos.
Tras la proclamación de su independencia en 1947, el Estado indio dio prioridad al desarrollo industrial en Bangalore. Más tarde, las empresas ocuparon grandes terrenos de la ciudad, donde se instalaron parques industriales y tecnológicos. Una política económica de atracción de empresas multinacionales por parte del Estado declaró gran parte de esos terrenos como «zonas económicas especiales».
Finalmente, en el transcurso de la década de 1980, llegó la primera empresa americana a Bangalore –Texas Instruments–, a la que posteriormente siguieron muchas otras. Como estas empresas invirtieron mucho dinero en las «zonas económicas especiales», se les permitía administrarlas a su gusto, llegando a influir en la construcción de las calles y la infraestructura.
Electronic City es uno de los parques tecnológicos más antiguos de Bangalore. Aquí trabaja Mitthal. Los carteles de las empresas que aparecen y desaparecen al transitar por las avenidas se leen como un who is who de la economía tecnológica y de la informática globales: Hewlett Packard, Siemens, Infosys, General Motors se han instalado aquí. Se oye el canto de los pájaros y las ruidosas rikshas no se ven muy a menudo. De vez en cuando, uno de estos «transportistas» se aproxima con su paso agitado. El servicio armado de seguridad patrulla en sus jeeps. En algunas esquinas se ven cafés americanos. Pero hasta aquí han llegado las pequeñas tiendas indias y los vendedores de té. Eso le da pequeños toques de color al lugar. Buena parte de los más de cien mil trabajadores que residen en esta zona prefiere hacer aquí su pausa de almuerzo. Además, en Electronic City hay escuelas y preescolares.
El lugar de trabajo de Mitthal se encuentra en el decimosexto piso de un rascacielos. Delante de su oficina, en el pasillo, hay una cocina, máquinas expendedoras de bebidas y alimentos, y dos grandes pantallas planas transmitiendo noticias y precios de acciones. En la terraza, al final del pasillo, un minicampo de golf. En medio de este panorama lleno de contrastes, con sus pasillos vacíos, se tiene la impresión de que solo hay tiempo para trabajar.
Es una imagen rara. Afuera, en Bangalore, el ruidoso tráfico es incesante. En la periferia de los distritos, están los slums o zonas marginales. Las vías peatonales deberían considerarse como zona de peligro. En su mayoría, las aceras están dañadas y en muchos casos se pueden apreciar los sistemas de canalización. Haciendo contraste, en Electronic City rigen el orden, la limpieza y la seguridad.
Como en otros parques tecnológicos, aquí también las empresas multinacionales promueven condiciones ideales de trabajo. Debido a su ubicación apartada, su arquitectura y atmósfera neutrales, no se distinguen en nada de un lugar similar en los Estados Unidos. Es decir, estamos ante la globalización. Los empleados se comportan y se comunican como norteamericanos o europeos. Pero en casa, de vuelta del trabajo, se desprenden de la cultura occidental, convirtiéndose en ellos, con todas sus tradiciones y costumbres hindúes.
La mentalidad laboral del sector tecnológico de Occidente contrasta con una India marcada más bien por ideas socialistas. «La nueva generación es mucho más perseverante», constata Mitthal. «Ya a una temprana edad quieren haber alcanzado mucho más. Es una competencia global, siempre intentas ser más productivo, mejor que los demás».
«Me da igual, paso por encima del otro y sigo adelante»
Parece necesario «ser mejor que los demás». Cada vez resulta más difícil encontrar un lugar de trabajo. A finales del 2012, cerca de un millón de hindúes, en su mayoría hombres, terminaron la carrera de ingeniería en uno de los cientos de universidades e institutos tecnológicos de la India. Con esto aumentan también las presiones sobre las generaciones de mayor edad.
Tampoco Mitthal ve que el creciente desarrollo se traduzca en una mejora automática de la situación social. Como los maridos se concentran demasiado en su trabajo y menos en la familia, las tasas de divorcio van en aumento. Como muchos empleados trabajan más de lo que deberían, también en los puestos de trabajo se va sintiendo la creciente presión. Y para subir lo más rápido posible para escalar en la profesión, se va abriendo camino una nueva mentalidad: «Las personas son cada vez menos sensibles. Es como si dijeran: “Me da igual. Paso por encima del otro y sigo adelante”».
El marco de una nueva generación
Entretanto, cada vez menos ingenieros de software trabajan en distritos satélites y parques tecnológicos como Electronic City. A lo largo del llamado corredor it, es decir, entre Electronic City, al sudeste, y el International Tech Park, al este, van apareciendo cada vez más pequeñas edificios de tecnología. Allí es donde la nueva generación it encuentra trabajo. Como Mitthal.
«Cuando era joven, tenía una visión poco precisa de mi futuro. Lo único que tenía claro era que me graduaría como ingeniero. Con eso ganaría dinero. Así haría feliz a la familia, eso era lo que nos decían en la escuela», cuenta Mitthal. El entusiasmo de aquel entonces ha dado lugar a la desilusión al entender que alcanzar el éxito significa limitarse en lo privado.
La profesión de creador de software se ha convertido en la esperanza de toda una generación, desplegándose así los efectos del desarrollo tecnológico hasta lo profundo de la sociedad e influyendo en las expectativas de la juventud. Muy a menudo, los deseos personales quedan insatisfechos. Para sacar provecho de las nuevas perspectivas de desarrollo individual que ofrece el modelo occidental de cultura de trabajo, ya es tarde.
Los intereses verdaderos de Mitthal van mucho más allá de la profesión de creador de software. En su apartamento, un nicho en la pared sirve de estante para los libros. Allí, apretados entre compendios de software y guías de programación, se ven las obras de Marx, Foucault y otros teóricos y filósofos.
«Me dicen constantemente que ibm fue un verdadero global player. Pero si bien la empresa y sus empleados son globales y también su manera de trabajar, las ganancias solo van destinadas a unas cuantas manos. Es normal que encuentren interesantes los sueldos bajos de los países en vías de desarrollo. Pero esto no nos ayuda», afirma Mitthal.
Está sentado en la escalera exterior del edificio donde vive. En la distancia se ven algunos rascacielos y grandes parques en construcción. Detrás de la casa, se percibe el ruido de los carros, circulando en dirección al centro. «Defiendo la posición de que un buen ciudadano debe tener responsabilidad ante su país. Por ejemplo, deberíamos crear más empresas nacionales. Así, las ideas y el dinero quedarían dentro de la India. Me gustaría enseñar en una de las universidades tecnológicas de aquí y compartir estos conocimientos con la nueva generación, o adentrarme en la política», concluye.
Pero ya tiene 25 años y la perspectiva de elegir algún día otro camino parece poco probable. «Me preocupa que no me den resultado otros estudios. Además, al ganar mi propio dinero, a veces pienso: ¿para qué estudiar más? Mi vida actual es relativamente satisfactoria».
La esperanza en los exámenes
Desde la caída del Muro de Berlín y la apertura del mercado mundial hacia Oriente, países como la India y China han ido adaptándose al sistema capitalista en tiempo récord. Lo que Europa y América del Norte habían logrado con esfuerzo en 150 años, ellos lo superaron en menos de dos décadas, intentando mantenerse dentro del ritmo de desarrollo global. Ahora, han comenzado a adelantarse al viejo oeste. En los diarios indios, la crisis bancaria europea y del sector financiero está en segundo plano. Más importante parece la pregunta de quién será el próximo líder económico, si la India o China, lo que testimonia la creciente confianza en sí mismos que han ido desarrollando dentro de la competencia global.
Mitthal está convencido de sus capacidades. Por otro lado, conoce los problemas de la economía informal y por eso, después de todo, se muestra sumiso y agradecido de tener un puesto de trabajo.
«Todavía me acuerdo bien de un íntimo amigo de la escuela. Era un alumno brillante y siempre estábamos compitiendo. Pero su familia no pudo financiarle los estudios. Ahora, trabaja de cartero en nuestra pequeña aldea y gana alrededor de cien euros al mes».
La pequeña aldea donde se crió Mitthal se encuentra al sur de la India. Su nombre es Tirupathi y todavía hoy es famosa por sus templos. Su padre trabajaba de empleado en una farmacia y era alcohólico. La familia tenía poco dinero y, cuando los tiempos eran duros, a veces ni siquiera alcanzaba para almorzar. «Una vez al año, comprábamos ropa. Para las tareas escolares tenía el cuaderno más barato que se podía encontrar. Y siempre, cuando los exámenes se acercaban, las velas ya estaban esperando otro corte de luz».
De todos modos, en su niñez no le fue tan mal. Casi todos sus compañeros procedían de familias mucho más pobres. De los 120 egresados de su escuela, solo él y otra alumna pasaron al sector de la informática. La mayoría de los excompañeros trabajan como empleados de baja categoría. Gracias al apoyo de una tía y, más tarde, a un crédito bancario, pudo financiar sus estudios. Tales deudas las tendrá que reembolsar en algún momento.
Para apoyar el tránsito del estudio al trabajo, cada año las empresas informáticas organizan días de exámenes en las universidades. Se invita a los estudiantes y, en el caso de que las pruebas resulten exitosas, puede aparecer un contrato de trabajo. A muchos se los contrata con su círculo de amigos. Así ocurrió en el caso de Mitthal y sus compañeros de apartamento.
Los lugares de formación son más que nada una fuente de recursos, de cabezas inteligentes. Allí no se aprende lo necesario para pasar a la práctica. Tampoco hace falta. El sistema de enseñanza hindú no va al ritmo de las necesidades, y menos en el sector tecnológico, donde lo que hoy se celebra como una revolución mañana ya estará obsoleto. «Trabajar en el área de la informática no es lo mejor que uno puede hacer. Pero es fácil comenzar, después de los estudios. Una vez aceptado por una empresa, aprendes todo, si se compara con el instituto tecnológico».
Ida y vuelta a Estados Unidos
En el camino al centro de la ciudad desde el apartamento de Mitthal, ubicado en el vasto norte de Bangalore, después de una hora de viaje se llega al complejo de apartamentos de St. Johns Woods.
Ya estamos en el mundo privilegiado de la nueva clase media. A la entrada, porteros y empleados de seguridad controlan a cada residente y visitante, los jardineros trabajan en los parques, los trabajadores domésticos pasean a los perros. En sus días libres, los padres, tendidos en sillas de playa junto a la piscina, siguen el baño de sus hijos hojeando el diario, mientras las madres conversan. Aquí es donde vive Siddarth con su familia, amigo de Mahendra.
La sala de estar de Siddarth se puede encontrar en cualquier casa de un suburbio americano. Él y su familia han pasado siete años en los Estados Unidos. Al trasladarse a la India, se llevaron todo el mobiliario, que cabía en dos pequeños camiones, de Boston a Bangalore. Un televisor gigantesco, sillones negros y pesados de cuero, así como una mesa de comedor de vidrio, dominan la sala. La presencia de la cultura hindú se limita a un tapiz que decora la habitación o a una pequeña estatuilla de un elefante entre una fila de libros.
La mayoría de los inquilinos de St. Johns Woods pasó varios años de su vida en los Estados Unidos. Durante el boom del sector de la informática en los noventa, las empresas norteamericanas se dieron cuenta de las capacidades y el afán de la nueva generación de creadores de software hindúes, muy a menudo empleados suyos. Al mismo tiempo, había un enorme déficit de mano de obra calificada. Para los que se marcharon, esto significó un salto a dimensiones jamás imaginadas, pues el nivel de ingresos era muy superior al hindú promedio en ese ramo. Después de reventar la burbuja «puntocom» en marzo del 2000, muchos hindúes se sintieron inseguros. No sabían si su puesto de trabajo seguía siendo estable y con ello su planificación familiar y profesional.
Pero la industria informática de Bangalore seguía desarrollándose con ímpetu. Los complejos de apartamentos y los gated communities ofrecían un nivel de vida ya experimentado por muchos en los Estados Unidos. El regreso no resultó difícil.
El iPad en el cuarto de los niños
Los hijos de Siddarth nacieron en los Estados Unidos. Poseen ambas nacionalidades. Cada uno dispone de su habitación, llena de juguetes y otras comodidades. A pesar de eso, la hija de siete años prefiere el iPad para entretenerse. Le resulta más atractivo. Con sus ágiles manos viste a su Barbie
digital, está tan inmersa en ese mundo que apenas saluda a su padre, quien acaba de llegar, cansado. Siddarth ve el pasatiempo digital con escepticismo: «Ver cómo nosotros nos criamos les parecería como la Edad Media. Creo que esta generación infantil ya está lejos de ello», nos comenta mientras le recuerda a su hija las tareas escolares. De mala gana la pequeña deja la tablet y se va a su cuarto.
Estudiar es importante. Los estudios de calidad son caros. Muchos padres invierten grandes sumas en la educación de sus hijos, equivalentes, en algunos casos, al sueldo mensual de un obrero promedio. Por otro lado, los niños pueden cultivar sus aficiones, reciben clases de baile, aprenden música. Más tarde ascenderán socialmente. Estas son las esperanzas.
La mayor parte de la población de Bangalore sigue viviendo bajo el umbral de la pobreza. A pesar de que en años pasados hubo un gran crecimiento económico, la mayoría no llegó a participar de él. Como ahora los pobres ven las bellas camisas de los ricos, sus autos modernos y la educación que les facilitan a sus hijos, aumenta la tasa de criminalidad, cree Siddarth: «Antes, Bangalore se consideraba una ciudad muy segura. Lamentablemente, se ha perdido esta imagen». Y su mujer no tarda en subrayar: «Así es. Hasta tengo miedo de salir a las siete de la noche».
Siddarth se relaja en su sillón de cuero negro.Todavía uno se siente tranquilo en St. Johns Woods. Abre una cerveza helada Budweiser y agrega: «Es cierto que llevábamos una vida maravillosa en los Estados Unidos. Disponíamos de todo lo que necesitábamos. Pero, al regresar, ninguno de nosotros pensó que había cometido un error. Nunca olvidamos que la India es nuestra patria, que aquí debemos estar». Una brisa suave atraviesa el balcón y la sala, mezclándose con un aromático olor que viene de la cocina, donde una trabajadora prepara la cena.
Caminando por las calles de Bangalore uno se siente turbado al ver una mujer joven que lleva a una niña en brazos mientras se abre camino entre desechos plásticos y piezas de vidrio roto hacia la improvisada casa de hojalata. Solo a unos metros, otra mujer joven está sentada en el duodécimo piso de un rascacielos hablando por Skype con su amiga de Nueva York.
Cuando Mitthal, dentro de dos años, haya devuelto el dinero de su crédito de estudios, piensa comenzar en la política o dedicarse a la enseñanza. Bangalore no podrá continuar basándose en la subcontratación por parte de las empresas americanas. En el punto de mira de las multinacionales ya hay nuevos países, con mano de obra joven, motivada y, sobre todo, más barata. Será necesario desarrollar estructuras económicas propias y áreas de producción más modernas. Pero en primer lugar será imprescindible incluir en ese camino a muchos sectores de la sociedad india. El potencial existe.
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