Algunas veces oímos hablar de humanismo, aunque cada vez menos y como un rumor cada vez más lejano, casi como una impertinencia. Por eso resulta oportuno explicar con palabras sencillas de dónde surge. Desde que el hombre viene a este mundo, desde que el hombre aparece sobre la Tierra, un impulso vital lo lleva a interactuar con lo que le rodea. Dado que viene con la posibilidad de representar virtualmente las cosas, se interesa por entender el mundo, por entender a los otros hombres, y sobre todo por entender qué es él mismo. Y aparece la noción de un posible origen absoluto fuente de todo lo contingente que es él, los otros y las cosas.
El hombre llega incluso a interesarse por el puro ser de las cosas, por qué existe algo, qué significa ser, existir. En términos de Heidegger, la forma específica de ser que corresponde al hombre es el «Ser-ahí» (Dasein), en cuanto se halla en cada caso abocado al mundo, lo cual define al «ser-ahí» como «ser-en-elmundo».
El hombre no es ajeno al mundo. El ser del hombre se define por su relación con el mundo, que es inicialmente práctica («ser a-lamano») pero también teórica («ser ante-los-ojos»). Como plantea William Halverson, «este intento de comprender el mundo es sin duda la empresa más atrevida en que se haya embarcado nunca la mente del hombre. Solo pensemos por un momento. Aquí está el hombre rodeado por las vastedades del universo en el que es únicamente una parte pequeña o quizás insignificante y él quiere comprenderlo». En 1863, T. H. Huxley propone que «La pregunta por excelencia A para el hombre, el problema que está detrás de todos los otros y es más interesante que cualquier otro es determinar el puesto del hombre en la Naturaleza y su relación con el cosmos. De dónde vino nuestra especie, qué clase de límites está establecida a nuestro poder sobre la Naturaleza y de la Naturaleza sobre nosotros, a qué meta nos dirigimos, son problemas que se nos presentan renovadamente y son de interés imperecedero para todo hombre sobre el planeta».
En el atareo con el mundo, unos intereses cognoscitivos pueden sobreponerse a otros. Al que se interesa por las cosas lo podemos llamar científico. Al que se interesa por la compañía de sus semejantes, sociólogo. Al que se interesa por el ser absoluto, teólogo. Al que se interesa por el ser en sí, metafísico, y al que se interesa por sí mismo, por el ser del hombre, humanista.
Desde que el hombre tiene conciencia, se ha interesado por conocer el mundo que le rodea, se ha interesado sobre todo por saber qué es él mismo, y eventualmente esto le ha llevado a interesarse por conocer si hay un ser extramundano que sea la explicación de él mismo y del mundo que lo rodea. La supremacía de uno de estos intereses se alterna a lo largo del tiempo. El humanismo es básicamente el esfuerzo denodado de algunos individuos por mantener a flote el interés por el ser humano sobre los otros cuatro intereses. Las épocas en las que estos pensadores han formado un número considerable son épocas o movimientos humanistas. A veces los otros intereses han sido tan fuertes que han reducido al hombre a ser una cosa, una máquina, un animal más, una parte más de la naturaleza o más bien un ciudadano, un miembro anónimo de la sociedad, un figurante, comparsa de la gran comedia humana, o la pura imagen de Dios, sin sentimientos, afectos, pasiones, libertad. O un mero ente. El debate con los reduccionismos de toda clase es la tarea del humanismo. Mientras tanto el humanismo asume diferentes modalidades con los diversos sujetos, tiempos y lugares. Humanismo en la Antigüedad
Los primeros pensadores griegos se interesaron de una forma preferencial por conocer el mundo, lo que los llevó a preguntarse por el propio ser. Para Sócrates, que como buen humanista es educador, su preocupación primordial es el hombre. La curiosidad griega tropieza aquí, para usar una expresión de Julián Marías, con la idea de la salvación. Por eso la justicia es uno de sus temas de reflexión favoritos. La batalla de Queronea y el hundimiento de la Hélade traen tiempos de crisis y entonces el tema del hombre y el de la felicidad ocupan el primer plano del pensamiento de los helenistas. Los epicúreos, los cínicos y los estoicos, menos brillantes que Platón y Aristóteles, han tenido, como subrayara Ortega, una influencia quizás mayor que ellos en la civilización occidental. El espíritu griego es un espíritu humanista que busca el desarrollo de las potencialidades propias del hombre. Cada ser tiene su areté, es decir, su virtud, que es aquello para lo que ha nacido. El ser humano también la tiene, pero necesita desarrollarla. En la entrada de los templos griegos no se lee: «Hazte rico». Se leen cosas como «conócete», «esfuérzate», «modérate». Es la forma de educar conocida como la paideia. Por su lado, la humanitas latina es la cultura, el modo de ser propio del hombre, a cultu atque humanitate provinciae longissime absunt. En el Heautontimoroumenos (el Atormentado) de Terencio se encuentra la primera alusión a la humanitas (Homo sum, humani nihil a me alienum puto). Humanitas se opone a natura. Lo que se da silvestre y lo producido, lo cultivado por el hombre. Es lo mismo que la cultura. El mundo se divide en lo natural y lo producido por el ser humano. Pero muy particularmente encontramos en el propio ser humano dos mundos, dos reinos. Lo que comparte con los demás seres y lo que es propio y característico de él. Así humanitas es el núcleo constitutivo del ser humano, lo que lo diferencia del resto de cosas en su entorno. Finalmente, humanitas, como opuesto a natura, es lo que el hombre adquiere por oposición a lo que trae, y así es lo mismo que educación. Recordemos que natura viene de nasci, nacer. Natus es lo que sale espontáneamente, lo que trae con su nacimiento. Todo lo que es propio del hombre viene encriptado en un programa que hay que desarrollar. Para su desarrollo, el menor necesita de ayuda. El desarrollo del ser humano que hay dentro del ser humano se llama educación. Humanitas, como apunta Aulus Gellius, no es el griego filantropía sino paideia: educación, cultura. La educación ayuda al desarrollo de lo que es propiamente humano. Así se desarrolla la inteligencia, la moralidad y el amor a la belleza. Y por encima de todo ello, lo más característico del hombre, que es el lenguaje. También se desarrolla el cuerpo. El cuerpo humano es específicamente humano, por más que pueda parecer idéntico al del animal. El animal tiene garras, el ser humano, mano; el animal tiene patas, el ser humano, pies; el animal tiene hocico, el ser humano, cara. El ser humano camina erguido, lo que le hace posible practicar muchas actividades propias de él. Fruto del caminar erecto es que la hembra humana tiene la vagina ovalada, en vez de redonda, lo que hace que para con dolor. Eso genera una relación especial madre-hijo, lo que facilita la asistencia que el humano necesita por nacer inmaduro. El cuerpo humano se viste y se adorna. Al morir se entierra. Y en el lugar de enterramiento no se escribe «aquí yace el cuerpo de Gaius Julius» sino «aquí yace Gaius Julius».
El humanismo en el Medioevo
En los primeros años de nuestra era aparece ese vendaval social que es el judeocristianismo. La idea de la salvación prevalece sobre todo. Y las respuestas a las preguntas primigenias no se buscan en la imaginación y en la fe social, como pudo ser en el comienzo de la humanidad. Ni en el análisis y la razón, como fue en la filosofía griega. Se buscan en la fe, en la revelación divina. Por eso a la ciencia medieval se la llamó teología. La teología no es el estudio de Dios, es el estudio del hombre según lo revelado por Dios. Es verdad que en ese estudio, al final, va a aparecer Dios. Pero la pregunta clave que quiere responder el hombre medieval es saber qué es él, qué es el hombre. Por eso Ignacio de Loyola resume así el pensamiento medieval en su principio y fundamento: «El hombre es creado para alabar, y servir a Dios y mediante eso salvar su alma». Todas las demás cosas son creadas para el hombre, para que le ayuden a conseguir su fin. Una respuesta definitiva, basada en la revelación, a todas las preguntas fundamentales del ser humano. El hombre es –por primera vez en la historia del pensamiento– un proyecto. Al final de ese proyecto está Dios.
A nuestra mentalidad laica de hoy le resulta incomprensible que todo Occidente se adhiriera a esta doctrina. Pero este hecho es innegable y ocupa más de mil años de historia. Dado esto, se ha intentado señalar a la Edad Media como una era teocéntrica. La verdad es que el interés fundamental de la Edad Media es el hombre. Dios está ahí porque es necesario para entender al hombre.
San Agustín lo declara abiertamente: «Cómo es posible que me entretenga en saber sobre las estrellas y los musgos del bosque y descuide saber qué soy yo, qué es el hombre». Y lanza aquel grito programático: «Noverim me, noverim Te». Donde claramente el noverim Te, el conocimiento de Dios, es una metodología para conocerme a mí mismo. Desgraciadamente, Dios pesa más en la balanza y poco a poco la Edad Media se va decantando por Dios a expensas del ser humano. Un eclipse de la razón en aras de la fe, una desaparición del cuerpo en aras del espíritu, un des aparecer de la vida terrena en aras de la eterna, una desaparición de la curiosidad en aras de la salvación. Tanto más cuando el mismo san Agustín había formulado su deseo de conocer con aquellas palabras: «Deum et animam scire volo». Solo quiere conocer a Dios y al hombre, pero en vez del hombre pone el alma, confundiendo al hombre con el alma, olvidando que el ser humano es alma y cuerpo. El mismo san Ignacio no dice que el hombre ha nacido para salvarse, sino que ha nacido para salvar su alma, reduciendo el hombre a su alma, objeto de salvación. De ahí el descuido del cuerpo. La fe se traga a la razón, la eternidad a la temporalidad. Y tenemos una época muy preocupada por la salvación (retratada fabulosamente en el Decameron, de Bocacio), viviendo en un valle de lágrimas, de cara al cielo y de espaldas a la Tierra. «Quid hoc ad aeternitatem, Quam sordet terra dum aspicio caelum».
A este descuido del hombre se añaden otros detalles que van a ensombrecer la grandeza del gran siglo xiii para entrar en la decadencia del xiv. La enseñanza se llena de temas intrascendentes e incluso banales. Así, por ejemplo, se discuten temas absurdos, como el tema del sexo de los ángeles o el del ombligo de Adán, que por ser hombre perfecto tenía que tener ombligo, pero por no haber nacido de mujer no lo necesitaba.
La rutina de los estudios medievales, su poca importancia en muchos casos y sobre todo el horrible latín que se usaba en las universidades dieron lugar a un movimiento de renegación del espíritu medieval.
Humanismo clásico
El paso de la Edad Media a la Moderna es sumamente complejo. Hay intereses políticos, económicos, sociales, religiosos, filosóficos. Es el resquebrajamiento de un imperio y la instauración de una sociedad nueva. Es la era de los descubrimientos, de la reforma protestante, de la imprenta, de los primeros atisbos del capitalismo mercantil. Con la caída de Constantinopla, llegan a Italia intelectuales que traen nuevos textos clásicos, como las Instituciones de Quintiliano. Llegan también intelectuales bizantinos, que acuden al Concilio de Ferrara Florencia de 1438-1455 y traen el neoplatonismo, en contraposición al aristotelismo medieval.
El fenómeno renacentista comienza en el siglo xiv, pero lo cierto es que se trata de un proceso que hunde sus raíces en la Baja Edad Media y va tomando forma gradualmente.
El Humanismo es un movimiento intelectual. Su aspecto artístico, la otra cara de la moneda, es el Renacimiento, encabezado por Leonardo da Vinci. El Humanismo del siglo xiv es obra de individuos singulares. Pero es un fenómeno epocal. Por Italia primero y luego por toda Europa se extiende un Zeitgeit, una corriente de pensamiento que reniega de la Edad Media e impulsa una nueva Weltanschauung.
El humanismo clásico entendía que el hombre puede encontrar su cielo ahora, y, olvidando su después, puede, con su entendimiento, hacer un lugar de dignidad para sí mismo dentro del período de una vida y con una condición humana social mejorada. Suponía un desencanto del supernaturalismo, una reacción escapista a un sistema social cruel y empequeñecedor que colocaba el fin de la existencia humana en un cielo lejano, al que se llegaba después de una vida cruel y aún brutal.
Se trata, en principio, de reivindicar al ser humano y sus potencialidades ante la preeminencia de Dios en la Edad Media. El nominalismo de Duns Escoto y Guillermo de Ockam había defendido que no conocemos las cosas, sino el nombre de las cosas. Al reprochársele que entonces no podemos conocer a Dios, la respuesta era: a Dios no se le conoce, se le ama. No se nos manda conocer a Dios, sino amarlo. En consecuencia, los humanistas entienden que se puede poner entre paréntesis la revelación y tratar de entender el mundo con la luz de la razón. La razón relegada a segundo lugar, como sirvienta de la teología en la Edad Media, asume ahora un rol protagónico.
El humanismo parte de algunos postulados que no se demuestran, pero son racionales. Dios –todos los humanistas son cristianos creyentes– no es un Dios sádico que ha fabricado al hombre como un mecano que salte delante de Él al compás de su látigo, ni ha creado el mundo como un juguete de cuerda para entretenerse jugando constantemente con él. Por el contrario, el hombre ha sido creado autónomo, libre e independiente. El mundo se rige por sus propias leyes. No estamos en un valle de lágrimas esperando la vida eterna. Estamos aquí para disfrutar la belleza y riqueza del mundo, ya que el ser humano ocupa el lugar más alto en la jerarquía de la creación. El cuerpo humano, particularmente el cuerpo de la mujer, es hermoso. No es una fuente de tentación, sino un regalo para el disfrute. «La gloria de Dios es el ser humano que vive en plenitud», había escrito san Ireneo. En su deseo de olvidar la Edad Media, quieren dar una voltereta hacia atrás para caer en la Antigüedad. Ven a la Antigüedad como raíz y modelo de la cultura. Por eso las lenguas antiguas, latín y griego, tienen en el Humanismo una gran importancia. El latín y el griego son lenguas formativas cuyo estudio y conocimiento contribuye a la perfección moral del hombre, se considera al lenguaje como la característica más particular del hombre. Por eso tiene un lugar preferencial en la educación y se exige una formación lingüístico-analítica.
El ideal educativo es el orador, definido con Quintiliano como el varón honesto experto en el uso del lenguaje. Humano significa perteneciente al hombre. El humanismo descansa en convicciones básicas (libertad, felicidad, desarrollo de las potencialidades formativas de cada particular, respeto de la vida y de la personalidad), cosas que constituyen la Humanitas, es decir, la dignidad del ser humano.
Por influencias neoplatónicas los humanistas buscan una espiritualidad más humana, interior (devotio moderna, erasmismo), más libre y directa y menos externa y material. Con la muerte de Tomás Moro en 1535, se cierra la Edad Media y empieza la Edad Moderna. Tomás Moro es el último humanista. Humanismo es una palabra creada en el siglo xix. El término empleado durante el Renacimiento era humanidades. La palabra humanismo es, pues, relativamente reciente. La usó en 1808 el pedagogo alemán Niethammer, refiriéndose a un tipo de educación escolar fundado en el estudio de las literaturas griega y latina en contraposición a la incipiente educación técnica. En 1875 Menéndez y Pelayo habla de humanidades. En 1925 la enciclopedia Espasa Calpe da a humanismo dos significados. Uno filosófico, refiriéndose al pensamiento de Ferdinand Schiller. Otro literario: doctrina de los humanistas del Renacimiento. La Academia de la Lengua no registra el vocablo hasta 1956, con dos significados. El primero significa «cultivo y conocimiento de las letras humanas». El segundo, «doctrina de los humanistas del Renacimiento». En su última edición se leen otros significados.
Los herederos del Humanismo El Humanismo
renacentista, como hecho histórico, duró poco más de un siglo, Acabó arrollado por el torrente de movimientos de todo género que conforman el origen de la Edad Moderna. Y aplastado también por la Contrarreforma e incluso por los protestantes.
Pero su influjo duró hasta mediados del siglo xix. La Edad Moderna arranca con Montaigne y se canaliza en tres grandes corrientes. La corriente idealista, la corriente científica y la corriente materialista. El paradigma científico arranca con Copérnico, y sigue con Ticho Brahe, Kepler, Galileo, Bacon, Descartes –en sus aspectos científicos–, Harvey y finalmente Newton.
El Humanismo preparó el camino para que la ciencia experimental pudiera aparecer. La valoración del cuerpo, la razón y la naturaleza sirven de base para la aparición de la ciencia. Los humanistas tenían una profunda curiosidad por la ciencia y el progreso técnico que llevó a la difusión de un nuevo espíritu científico basado en la observación y experimentación. Desde el punto de vista axiológico este paradigma es neutral. No se interesa por el hombre, pero tampoco reniega de él. Sin embargo, el cientismo, el reduccionismo científico, puede ahogar al humanismo. Si solo se puede conocer lo experimentable, si solo se puede conocer mediante el método científico, tenemos que renunciar a conocer lo humano.
«La peor de las inquisiciones» ha llamado Unamuno al cientismo, al reduccionismo científico. Si todo se reduce a la ciencia, lo humano no existe. De otro lado, el paso de la ciencia al utilitarismo opacó el ideal humanista. El paradigma materialista se ocupa del hombre para negar que posea un alma, para reducirlo a pura materia, para convertirlo en un animal más. La aseveración definitiva, conforme al espíritu industrial y maquinista de la época, es la del título de La Metrie, L’homme machine. A este grupo no humanista pertenecen los empiristas ingleses y los materialistas científicos alemanes, quienes resultan ser los más agresivos.
Para Ludwig Buechner (1824- 1899) la hipótesis materialista es la única posible. En 1855, en su libro Fuerza y materia, afirmó que el materialismo es ahora la conclusión inevitable de un estudio imparcial de la naturaleza basado en el empirismo y la filosofía. Para él la acción del cerebro es análoga a la de una máquina de vapor. Ya Hume lo había dicho: «Para el universo da lo mismo la muerte de un hombre que la de una ostra».
Curiosamente los materialistas se consideran a sí mismos humanistas, alegando que buscan el progreso del hombre: por el bien del hombre utilizan la ciencia con fines pragmáticos. Ellos llenan los estómagos y llegan a proponer sembrar de cereales los cementerios, hasta postular que «no hay pensamiento sin fósforo».
La libertad no llena los estómagos vacíos. La filosofía no cuece panes. La libertad es el gran enemigo del bienestar humano, como explícitamente llegara a formular Skinner y como inmortalizó Dostoiewsky en la parábola de El Gran Inquisidor. El paradigma idealista que arranca de Montaigne sigue con Descartes, y se corona con el idealismo filosófico alemán y la Aufklaerung alemana. Descartes, que escribe su De homine en latín, publicado póstumamente, recibe la herencia humanista y tiene buen cuidado de transmitirla.
Kant, Goethe, Schiller, Hegel, conforman una línea realmente humanista. Mientras Goethe fue el principal mentor de la Bildung, la formación, como proceso y resultado del hombre culto, Kant hizo un servicio inconmensurable al humanismo de tres maneras. Primero, sentó las bases filosóficas del concepto de persona: la persona es un fin en sí misma y nunca puede utilizarse como medio, lo que constituye la dignidad humana. Segundo, estableció como la característica distintiva del hombre la libertad. Tercero, estableció (ueber paedagogic) como fin de la educación del hombre la emancipación, el desarrollo de la persona, «el hombre es hombre por la educación». Kant sostiene que la persona es fin y nunca medio. Que la idea fundamental de la esencia del ser humano es la libertad. Que el fin de la educación es la emancipación.
La Ilustración enlaza directamente con los postulados del Humanismo, realzándolos. Pone el acento en la educación y la prosperidad del pueblo. Para los ilustrados el ser humano es el centro del universo. Es amante de la verdad, un puro razonador, libre y tiene espíritu. El ser humano para la Ilustración no estaba abandonado a su destino, sino que más bien era su «forjador». Pero para llegar a ser ese ente racional necesitaba ser instruido y enseñado.
El neohumanismo
A mediados del siglo xviii el reino de Prusia, en sus pretensiones de formar una gran potencia alemana frente a Francia, necesitaba urgentemente de la educación. Primero, para unificar la lengua desvanecida en infinidad de dialectos; segundo, para preparar soldados y, eventualmente, obreros para las minas. Sobre todo, soldados disciplinados y obedientes y operarios sumisos. Por ello se establece una escuela del estado, obligatoria, laica, gratuita, con pretensiones de científica, conocida como la Volkschule o Stadtschule. Luego, para los más dotados y con menos recursos, estaba la Realschule, que preparaba para las escuelas de Ingeniería. La Escuela del Pueblo creaba las masas colectivistas, y la Escuela Auténtica, los generales que las comandarían. Y el Gimnasium se destinaba a los ricos, que iban a las universidades para dedicarse a las profesiones liberales.
Los historiadores afirman que el desarrollo de Alemania no se debió a sus soldados, a sus obreros, a sus ingenieros o a sus científicos, sino a sus filólogos. El gimnasio surgió del movimiento humanístico del siglo xvi. Se inició en Sajonia en el año 1528. En Alemania ha habido siempre una fascinación por Italia. El humanismo había penetrado hondamente en las regiones teutónicas. Un grupo de intelectuales propone una formación humanista para el gimnasio. Para que se entienda a qué nos estamos refiriendo, hay que citar algunos de ellos como Wilhelm von Humboldt, Friedrich Daniel Schleiermacher, Georg Wilhelm Friedrich Hegel y Johann Friedrich Herbart.
Se trata de una aplicación de la cultura de la Aufklaerung a la educación. La teoría de la formación está en el centro. En un primer momento se circunscribe a las regiones alemanas. Dada la condición de la ciencia en ese momento como una explicación del mundo, entienden que la instrucción es el mejor instrumento para la formación. Incluso se piensa que las matemáticas onducen a la idea de la intervención divina en el mundo. Y así el estudio de la ciencia era para los ilustrados un medio para la emancipación, primero del individuo y, a través de los individuos, de la sociedad. El conocimiento tiene por objeto el desarrollo de la persona, la consecución de la autonomía, de la libertad, de la responsabilidad y la inteligencia. Y por la emancipación de los individuos se obtendría la emancipación de la sociedad.
Johann Friedrich Herbart (1776- 1841) habla de la «enseñanza que forma» y de la indiscutible interdependencia de enseñanza y formación, y agrega: «no puede haber idea de educación sin enseñanza, y al revés no reconozco una enseñanza que no eduque».
El neohumanismo se extiende hasta mediados del siglo xix. En 1865 Tuiskon Ziller publica Grundlegung zur Lehre vom erziehendem Unterricht, donde propone dejar de lado la formación e identificar la educación con la mera instrucción. Nadie estaba preparado para la idea de que la educación debía tener un carácter secular; al contrario, se consideraba necesario inculcar la moralidad entre los órdenes más bajos. Pero poco a poco la idea empieza a ganar adeptos. En Estados Unidos se había conocido el herbatismo, pero los problemas sociales que siguieron a la Independencia no dejaron establecer un plan fijo de educación. Al terminar la Guerra de Secesión, la admiración por Alemania y el pragmatismo americano se unieron para aceptar ampliamente las ideas de Tuiskon Ziller. La admiración por Alemania, los éxitos de la ciencia y la tecnología, el progreso y el laicismo, hicieron que la educación utilitarista se fuera extendiendo por el mundo entero. El capítulo quedaba cerrado.
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