¿Cuáles fueron las causas por las que La Habana fue el centro de la industria musical del Caribe? El lector puede hacer con el autor de este texto un recorrido por el desarrollo musical cubano para conocer las razones por las cuales la música de Cuba se convirtió en hegemónica en el mercado desde las primeras décadas del siglo XIX. Además, explica como la abolición de la propiedad privada en Cuba y el expolio de todas las industrias a partir de 1959 fueron las causas fundamentales de la aparición en el mercado del artículo con nombre de marca salsa, resultado de la apropiación, capitalización y resignificación que los productores y consumidores latinos radicados en la ciudad de Nueva York hicieron de los géneros de la música cubana durante la década de los setenta del siglo pasado.
Desde 1976, más o menos, la palabra salsa se instaló con fuerza en el mercado de la música, y todavía hoy recuerdo el susto que nos dimos. Siendo yo un adolescente que estudiaba en la Escuela Nacional de Arte de La Habana, llegué a comentarle a mi profesor de Estética Marxista que «el fenómeno era producto del sincretismo cultural»; él, un verdadero sabio en la materia, no me respondió y puso aquella cara de introspección que le vi cada vez que en las clases alguno de mis condiscípulos le espetaba con mucho cariño y desparpajo que «su asignatura pertenecía a las ciencias de ficción».
Pero pasó más de medio siglo y tuve la oportunidad de escuchar decenas de registros fonográficos, que junto con las partituras son las únicas pruebas documentales para hacer el análisis musicológico como objeto de estudio. También pude acceder a través de dispositivos electrónicos a cientos de páginas que abordan el tema, pero con ninguna de las conclusiones de los investigadores que me precedieron quedé satisfecho. Por eso seguí con la mano derecha tirando páginas hacia la izquierda y escuchando fonogramas por docenas, y realicé mi propia investigación, la que resumiré a continuación.
Primero lo primero
Una gran parte de la historia de la música en Cuba ha estado sepultada, como lo estuvieron las riquezas de Pompeya y Herculano bajo las cenizas del Vesubio. Sin embargo, la música popular profesional cubana estableció su hegemonía en los mercados durante la primera mitad del siglo XIX, y esto tuvo sus causas; entre otras, la calidad que alcanzaron las orquestas, intérpretes y compositores de las danzas cubanas desde las primeras décadas del siglo XIX, lo que fue posible por la existencia en Cuba, y fundamentalmente en La Habana, de profesores criollos y extranjeros de un alto nivel académico, de sociedades de recreo en las que se impartían clases de música, teatro, pintura, de casas de música en las que se comercializaban métodos para el estudio de los diversos instrumentos y se vendían instrumentos de todo tipo, así como partituras, y en las que también se presentaban habitualmente conciertos con aficionados y profesionales. Todo esto en un medio donde existía un mercado ue demandaba los productos de la música profesional. Así que, para poder comprender la devastación que sufrió el mercado de la música cubana durante la segunda mitad del siglo XX, es imprescindible, aunque sea en una muy apretada síntesis, mencionar las condiciones que propiciaron el vertiginoso mercado de la música cubana desde el siglo XIX y hasta la primera mitad del siglo XX.
Las rutas marítimas y una gran bahía
La posición geográfica de Cuba, en la ruta de las corrientes marinas que permiten la navegación de ida y regreso entre Europa y las Antillas, y la existencia en La Habana de una bahía de grandes proporciones, capaz de proteger a cientos de naves de los temidos huracanes y de corsarios y piratas, propiciaron que el puerto de la capital de la isla se convirtiera en el más importante de América durante los siglos del descubrimiento, conquista y colonización. Esto originó que, en 1561, la corona dispusiera la concentración en La Habana de las naves que viajaban hacia Europa, por lo que la capital de la isla recibió mares de cantos y bailes durante siglos. Esta sería una de las premisas para que allí se consolidara una clase adinerada que disfrutaba de las diversiones que se presentaban en las grandes urbes de entonces, y se fundaran con premura en la capital cubana academias, teatros, casas de música, salones de baile, imprentas de partituras y todo lo que el mercado del entretenimiento requería.
Los teatros desde finales del XVIII
En 1775 la ciudad tuvo su primer teatro, El Coliseo (1775-1846), al que le siguieron, entre otros, el Diorama (1828-1846), el Gran Teatro de Tacón (1838), El Circo Habanero —llamado Villanueva— (1847-1868), el Albisu (1870-1918), el Payret (1877-2013), el Irijoa —llamado después Teatro Martí— (1884), el Teatro Alhambra (1890-1935) y el Auditórium (1929-1977). En cada uno de ellos los commodities más preciados fueron, por supuesto, la música, y entre estos los más sonados fueron los géneros de la música popular profesional cubana. El último teatro que se construyó en La Habana fue el Blanquita, en 1950, que por sus dimensiones y modernidad fue comparado con el Radio City Music Hall de Nueva York.
En los escenarios habaneros hubo ópera, vaudeville, zarzuela, comedia, drama, y cantantes, actores y actrices de primer cartel; se escucharon algunos de los concertistas más aplaudidos en las salas de Europa y los Estados Unidos y los más populares artistas del espectáculo, conformándose en este proceso una tradición y un bagaje cultural propicios para quienes iniciaron el cine (1897), la radio (1922) y la televisión (1950).
Las academias desde la primera mitad del siglo XIX
En 1832 Federico Edelmann (1794-1848), un prestigioso pianista francés, llegó a La Habana. Allí ejerció como concertista y profesor de piano, y en 1836 fundó la imprenta Edelmann y Cía. Edelman tuvo entre sus alumnos a Fernando Aristi (1828-1888), Manuel Saumell (1817-1870) y Pablo Desvernine (1823-1910), quienes serían a su vez intérpretes de primer cartel y profesores de música. En 1843 llegó a Cuba el pianista José Miró (1815-1878), que impartió clases, entre otros, a Nicolás Ruiz Espadero (1832-1890), quien sería un virtuoso pianista y maestro de Ignacio Cervantes (1847-1905), Cecilia Aristi (1856-1930) y Angelina Sicouret (1880-1945).
En 1885 el profesor y compositor holandés Hubert de Blanck (1856-1932) fundó el Conservatorio Nacional. Le siguieron el Conservatorio Falcón, del pianista Alberto Falcón (1873-1961); el Conservatorio de Música y Declamación, de Carlos Alfredo Peyrellade (1840-1908); el Conservatorio Orbón, del asturiano Benjamín Orbón (1879-1944), que tuvo más de cien filiales por toda la isla y gozó de tal rigor académico que sus títulos tenían valor oficial; y la Escuela de Música O`Farril, fundada en 1903 por Guillermo Tomás (1868-1933), que se convertiría en el Conservatorio Municipal de La Habana.
Haciendo la América crearon academias, educaron a músicos que alcanzaron altos estándares técnicos en la ejecución de sus instrumentos, y contribuyeron a divulgar y actualizar los repertorios tanto técnico-docentes como artísticos entre estudiantes de música, músicos profesionales y público. Llegaban por muy diversas razones, pero después de la conquista y colonización y después, durante la República, la principal razón por la que un músico hacía la América en Cuba era porque en La Habana, Matanzas y Santiago de Cuba, y eventualmente en cualquier otra ciudad de la isla, podía tocar, cantar y enseñar como se enseñaba la música en los más prestigiosos centros de enseñanza de los Estados Unidos y Europa.
Los estudios académicos tuvieron, pues, el aporte de los músicos que llegaron a la isla a «hacer la América», y, a través de ellos los cubanos conocieron las técnicas de interpretación y composición, se convirtieron en estudiantes de mérito y muchos de ellos asistieron a prestigiosos conservatorios de Europa y los Estados Unidos. Este proceso de enseñanza y aprendizaje duró al menos dos siglos, por lo que en la primera mitad del siglo XX La Habana contaba con artistas que asombraban a los más exigentes públicos y críticos.
El cine desde las primeras décadas del siglo XX
El 23 de enero de 1897 los habaneros asistieron por primera vez a un espectáculo de imágenes en movimiento, presentado por el francés Gabriel Antoine Veyre (1871-1936), quien, según Arturo Agramonte, poco después filmó una película de un minuto que se exhibió el 7 de febrero de 1897, pasando a la historia de la cinematografía cubana como la primera película filmada en Cuba. En 1932 se estrenó el primer corto musical cubano, titulado Maracas y bongó, que según los créditos de la cinta fue «la primera película de este género que se producía en Cuba por artistas, técnicos y personal cubanos». Estuvo dirigido por Max Tosquella y contó con las actuaciones, entre otros, de la soprano Yolanda González y el Septeto Cuba. En él se interpretaron las piezas «Vanidad», una criolla de Armando Valdés; «Lágrimas negras», una canción de Miguel Matamoros; «La cumbancha», una rumba de Fernando Collazo; y «Maracas y bongó», un son de Neno Grenet. En 1937 se estrenó La serpiente roja, primera película sonora filmada en Cuba; y en 1938, la película Romance del Palmar, que por mucho tiempo fue la película cubana con más éxito de taquilla. El cine supuso un eficiente medio de difusión para la música cubana durante la República, y tal fue su rentabilidad que en 1955 La Habana tenía 138 cines.
Hoteles, cafeterías, aires libres y cabarés
Desde el siglo XIX hubo bailes en teatros, hoteles, glorietas, cafeterías, casas particulares e instituciones privadas, conceptos que en el siglo XX se ampliaron hasta crearse interpretaciones tropicales de los cabarés de París y los teatros de Broadway. El cabaré habanero aceptó todos los géneros y aparecieron sitios como Sans Souci, Montmartre, Tropicana, el Salón Rojo, el Parisien, y muchísimos otros que presentaban espectáculos con música en vivo todas las noches; fueron fuente de entretenimiento, riqueza y empleos, y establecieron un mercado en el que se realizaron con vértigo los productos de la música cubana.
Las grabaciones desde las primeras décadas del siglo XX
En 1918 la Casa Humara tenía la exclusividad en la importación y distribución de los productos de la Victor y vendía anualmente «más de 10,000 máquinas parlantes». Entre los años 1917 y 1918 colocó en el mercado «un número de discos no menor de 200,000» y llegó a operar hasta 1959 «con más de cinco millones de pesos al año», en «una red comercial con más de trescientas agencias diseminadas por toda Cuba».
En 1926 la Victor Talking Machine Company comercializaba en Cuba la vitrola, un aparato tan eficaz que en 1953 llegaron a instalarse unas 6,000 en toda la isla y en 1957 la cifra se elevó a 15,000. Estas casas establecieron múltiples cadenas de suministro de productos de la música cubana, contribuyendo a que estos mantuvieran su hegemonía en los mercados y multiplicaran los capitales, tanto así que en 1940 se anunciaban, además de las ya mencionadas, la Compañía Cubana de Fonógrafos, La Casa de la Música y la Casa Barrié.
En 1944 Ramón Sabat (1902-1986) fundó el sello Panart, de donde salió en 1945 el primer disco hecho en Cuba, y un año después al menos una docena de agrupaciones registraron allí casi un centenar de matrices que quedaron impresas en millones de discos. Por solo citar algunas cifras, en 1949 vendió en tres meses 8,000 copias de la guaracha «Bigote de Gato», y en 1953, más de 20,000 de «La Engañadora». En 1959 había en La Habana dos fábricas impresoras de discos: la Impresora Cubana de Discos S. A (ICD) y la Cuban Plastic and Record Corporation, que imprimían las matrices de una docena de sellos discográficos.
La radio se une al mercado de la música
El 10 de octubre de 1922, con las primeras transmisiones producidas en la isla, la radio se unió a la industria que difundía la música cubana desde La Habana, y ya en 1933 Cuba era el cuarto país con mayor cantidad de radioemisoras, con un total de 62. Muy pronto las industrias se abrieron espacios en el dial y colocaron programas con sus nombres de marca. Las casas de discos y los sellos disqueros también se acercaron a la radio y la prensa comenzó a dedicarles cada vez espacios más extensos. Ya en la década del 40 La Habana era la ciudad con mayor densidad radial del mundo, con más de treinta emisoras, por lo que la competencia era recia y salían beneficiados los productos de la música cubana, porque estos eran el principal atractivo para que el público mantuviera la sintonía y porque los patrocinadores los utilizaban como «gancho» para anunciar sus bienes y servicios.
En 1956 Cuba tenía 5,800,000 habitantes que residían en 1,200,000 hogares, de los que más de un millón contaban con uno o más receptores de radio; esta puede ser una referencia de cuán importante era entonces la radio para los músicos, cuya música sonaba en millones de hogares al mismo tiempo. Todas las emisoras tuvieron música en todos sus programas, contribuyendo así en la conformación de los hábitos de escucha de extensos segmentos de la población, tanto en Cuba como en otras islas del Caribe y el sur de los Estados Unidos, donde se captaban las emisoras que transmitían desde La Habana.
La televisión le pone las imágenes a la música
El primer canal de la televisión cubana, Unión Radio Televisión, se inauguró oficialmente el 24 de octubre de 1950; y el segundo, CMQ-TV, el 11 de marzo de 1951. En 1957 ya había cuatro canales: CMQ-Televisión Canal 6, CMBF-TV Canal 7, Televisión Nacional Canal 4 y Canal 2 TV, que alternaban música, deportes, noticias, humor y cine.
Tomando al azar la programación del martes 1 de enero de 1957, es posible conocer que ese día, entre otras orquestas, cantantes y bailarines, se presentaron ante las cámaras de CMQ-Televisión Olga Chorens y Tony Álvarez con el Conjunto Casino, Martha Singer y la Orquesta Somavilla, la Orquesta Riverside y Tito Hernández, atracciones líricas y los pianistas Adolfo Guzmán y Rafael Somavilla, y Benny Moré y su orquesta.
El 19 de marzo de 1958, Tele-Color, S. A. Canal 12 transmitió la primera señal de televisión a color en Cuba desde el Hotel Habana Hilton, que se inauguraba también ese día. Según se anunció, actuarían Miguel Herrero y su grupo de arte español, María de Aragón, Olga Guillot, María Marcos, Fernando Albuerne, Arturo Gatica, Hilda Sour y Jorge Astudillo, Christina Denise y sus guitarristas, y una selección de artistas norteamericanos.
Mercado y prensa libre
Resumiendo, durante más de dos siglos La Habana tuvo teatros, universidades, cine-teatros, conservatorios de música, fábricas de discos, sellos discográficos, estudios de grabaciones, cabarés, cines, emisoras de radio, canales de televisión, periódicos como el Diario de la Marina y revistas como Carteles, Bohemia, Vanidades, Social y Orígenes, que acompañaron al público tanto para entretenerlo con banalidades como para servirle de báculo en el arduo proceso de aprehensión de las leyes estéticas que propician el pleno disfrute de las grandes obras del arte musical y escénico. La prensa cubana también llegaba con regularidad a los inmigrantes latinos en Nueva York y llevaba las nuevas de la farándula habanera y las listas de los éxitos musicales; por su parte, las disqueras se encargaban de poner en manos de aquel público los discos de moda en la isla.
Durante la República la industria de la música en Cuba corría por las paralelas de hierro del libre mercado y la ley de la oferta y la demanda, y eran los consumidores cubanos quienes trazaban las pautas de ese mercado. En ese competitivo mercado de la música popular profesional que se fue conformando, se crearon géneros musicales que se establecerían en el gusto del público con tanta firmeza como lo habían hecho las danzas cubanas durante el siglo XIX, y estos nuevos géneros surgidos en la isla durante el siglo XX fueron también objeto de apropiación por parte de muy diversos compositores.
El principio del fin
Pero todo esto comenzaría a cambiar completamente a partir del 1 de enero de 1959 con la huida del dictador Fulgencio Batista. Para esa fecha, cientos de contratos estaban por firmarse y cientos más por ejecutarse; y decenas de músicos, meseros, luminotécnicos, magos, funambulistas, concertistas de primer cartel, periodistas, presentadores, fotógrafos, empleados de las fábricas de discos, técnicos de los estudios de grabaciones, dueños de sellos disqueros, artistas del cine, la radio y la televisión, músicos de las orquestas de baile, dueños de centros nocturnos y todos los que se empleaban en el complejo y veloz mercado de la música en Cuba, que había transitado por las férreas paralelas del libre mercado, comenzaron a zozobrar.
Se inició entonces un proceso de abolición de la propiedad privada y de imposición de un sistema de producción socialista. Como consecuencia de las políticas económicas impuestas, fueron expoliados todos los inversionistas que habían garantizado hasta entonces los insumos para la industria local, las producciones, las realizaciones de los productos en el mercado, la capitalización y las nuevas inversiones. Los productos de la música cubana, al igual que el café, el tabaco y el ron, que se habían posicionado en todos los mercados, dejaron de producirse en Cuba en las cantidades suficientes para suplir la demanda, y los productos de la música cubana fueron abandonando el nicho que habían ocupado desde el siglo XIX, descapitalizándose la industria. Además de abolir la propiedad privada y descarrilar el sistema económico capitalista para implantar un sistema de economía planificada, la disidencia política fue motivo de persecuciones a los artistas y de censura a sus obras, que dejaron de presentarse en público por todos los medios hasta hoy. El sistema no capitalista hizo colapsar la industria, y la persecución política hizo colapsar el talento artístico.
La apropiación estaba echada
Sin embargo, dos siglos de posicionamiento de los productos de la música cubana en los mercados habían provocado que músicos de los cuatro puntos cardinales se apropiaran de los géneros creados en Cuba. Johnny Pacheco, uno de los músicos que en Nueva York había sido absorbido por las influencias de los géneros de la música cubana y quien había hecho apropiación de estos, en 1960 firmó con el sello Alegre y un año después consiguió vender más de cien mil copias de su disco Pacheco y su Charanga, en el que vuelve a hacer uso de los géneros de la música popular cubana, como se puede apreciar en todas las piezas del disco, entre ellas, «Soy de Batabanó» y «El agua de Clavelito», esta última un chachachá que, según registra Cristóbal Díaz Ayala, compuso M. A. Pozo y que la Orquesta Aragón había grabado por primera vez para la Victor en 1953.
En 1964 Johnny Pacheco y Jerry Masucci crearon la disquera Fania Records y grabaron su primer disco titulado Mi nuevo tumbao… Cañonazo, en el que cambia la orquesta charanga por el conjunto, un tipo de agrupación también creada en Cuba y que integran trompetas, piano, contrabajo y percusión, derivada de los septetos y sextetos de son, lo que es posible escuchar en la pieza que le da título a ese disco. Para ese mismo año, Charlie y Eddie Palmieri también habían dejado el formato de charanga y habían integrado una orquesta con trompetas y trombones más en el estilo de los conjuntos cubanos o las bandas de jazz, como es posible escuchar en la pieza «Palo pa rumba», en la que se interpreta una rumba cubana.
En 1968 Johnny grabó con la Fania un disco en vivo en el Red Garter que incluyó la pieza «Cómo me gusta el son», en el más claro estilo del son montuno cubano como se puede escuchar; además, en el texto del son también se utilizan topónimos y se mencionan tipos cubanos. Otro importante paso de la Fania, en su camino para monopolizar el mercado que hasta hacía poco tiempo había que compartir con las disqueras que distribuían los discos cubanos, fue la producción del documental Nuestra cosa latina, en el que aparece la pieza «Quítate tú pa ponerme yo», tema que apareció en los momentos en que se iba imponiendo la palabra salsa para referirse a lo que poco antes se había conocido como rumba, son, chachachá, mambo, etc. Es como si la salsa le estuviera diciendo al son: «Quítate tú pa ponerme yo».
Izzy Sanabria y la resignificación de la música cubana con la palabra salsa
Durante la década del 70 del siglo XX, mientras la industria musical cubana expiraba y la palabra salsa se abría paso en el mercado, un nuyorican nacido en Mayagüez y criado en Nueva York, quien muchos años atrás había diseñado la carátula de un disco de Chapotín para el sello Panart de La Habana, llamado Izzy Sanabria, era el presentador de la Fania y diseñador gráfico de las carátulas de sus discos. Tuvo un show de televisión, fundó la revista Latin New York y el premio de música latina de la propia revista. Y a través de todos estos medios, con gran eficacia, fue resignificando los géneros de la música cubana entre el público latino de Nueva York.
Izzy Sanabria fue explicándoles que aquella música que escuchaban procedía de África, del barrio latino, de Europa, de los indios y que se llamaba salsa; pero, según m i criterio, la palabra salsa termina por posicionarse definitivamente en el mercado como nombre de marca de los géneros de la música cubana a consecuencia del eficiente trabajo de marketing que tuvo la película documental titulada Salsa. Este filme comenzó a grabarse el 24 de agosto de 1973 en un concierto en el Yankee Stadium en el que participarían las estrellas de Fania, la Típica 73 y Mongo Santamaría; pero ese concierto no se pudo terminar a consecuencia de los desórdenes provocados por el público, y fue necesario terminarlo el 18 de noviembre del mismo año en la inauguración del estadio Roberto Clemente de San Juan, Puerto Rico. Se grabaron dos álbumes que salieron rápidamente al mercado, y el documental se estrenó en 1976. En los dos fonogramas y en el documental titulado Salsa, el repertorio que interpreta la Fania está integrado por piezas que pertenecen a los géneros de la música popular cubana, entre ellos, rumba, son y guaracha.
Como ya he mencionado, los productos de la música popular profesional se habían descapitalizado en Cuba a consecuencia del expolio de todas y cada una de las partes que componían la industria, y paralelamente la Fania comenzó a capitalizarlos y resignificarlos; finalmente, el público latino de Nueva York les dio un nuevo significado a la rumba, el son, la guaracha, la pachanga, el bolero, y los compró con el nombre de marca salsa.
Conclusiones
Después de 1959 la industria de la música cubana dejó de regirse por las leyes de la oferta y la demanda y perdió todos los incentivos para producir riqueza, como lo había hecho durante más de dos siglos. Los géneros musicales creados en Cuba durante la Colonia y la República perdieron sus mercados a consecuencia de la descapitalización que provocó la abolición de la propiedad privada en la isla. Cuba dejó de ser el centro de la industria de la música en el Caribe, y La Habana dejó de ser su escaparate. Los inmigrantes caribeños en Nueva York se apropiaron de esos géneros, los capitalizaron y resignificaron, colocándolos así en el nicho de mercado que había ocupado la música cubana.
La salsa, a través de un largo proceso, se convirtió en la música representativa del Caribe hispano, por la apropiación, resignificación y capitalización que los productores y consumidores latinos residentes en Nueva York hicieron de los géneros de la música popular profesional creados en Cuba durante la primera mitad del siglo XX.
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